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El violín mágico | Cuento

navideño de Rossi Vas

Faltaban pocos días para fin de año, y las calles de la ciudad brillaban con sus guirnaldas y
luces coloridas. La euforia se percibía por doquier: en los tenderetes llenos de todo tipo de
golosinas, en los negocios en los cuales los dueños proponían regalos atractivos envueltos
en papel alegre, o en los bodegones, cuyas terrazas lucían transmitiendo el buen humor de
los visitantes. Toda la zona invitaba a que disfrutaras del entusiasmo festivo. Y para que la
sensación estuviera completa, faltaba solo la nieve, algo que evidentemente una persona
apreciaba más que nada.

Abandonado y fuera de la festividad, un músico callejero de unos cuarenta y cinco años se


había sentado al final de la avenida, para no molestar a las gentes con su melancólica
indiferencia. Allí, bajo la luz vacilante de la farola, se soplaba  las manos para entrar en
calor mientras que a su alrededor, como frágiles bailarinas, se movían unas finas mariposas
nocturnas. De día la temperatura no bajaba de los doce grados, pero al pasar la jornada en la
calle húmeda, al lado de la costa, el violinista empezaba a notar el frío con la llegada de la
noche. Entristecido, miró el gorro roto a sus pies, en cuyo interior se veían apenas unas
pocas monedas. “¡Otro día tirado a la basura!”, se dijo a sí mismo apenado. Pensando que
le tocaba volver a pasar noche en el albergue, se le encogió el corazón. No provenía de por
aquí: vino hace tiempo del Este, en busca de lo que le quedaba de sus sueños. Y una cosa
era cierta: adoraba su violín. Lo que más quería en el mundo ni siquiera eran sus hijos, sino
las cuerdas de este violín mágico que le había sido fiel toda la vida. Lo cogió y lo puso en
su regazo, como si fuera un niño pequeño. Acurrucándolo, suspiró contemplando el cielo de
donde, indecisas, empezaron a caer las gotas de una llovizna sigilosa. Nunca antes se había
imaginado unas Navidades a la vez tan tristes y eufóricas. Se levantó despacio, y para su
único placer se puso a tocar una melodía navideña, que había aprendido cuando era niño.
Los transeúntes pasaban por su lado sin hacerle caso, cada uno en su realidad de bienestar y
con un ánimo falso, como si el mundo se acabase el día de mañana…
¡Y de repente se reveló la magia del violín! Bajo la exaltación de los demás, los gritos
vivaces y el cielo plácido, las cuerdas dibujaron el réquiem de sus recuerdos: brotaron unas
imágenes relumbrantes, como los copos de nieve de su infancia. Allí, en un dolido rincón
profundo de su alma, se esparcía su tierra natal cubierta de una nieve tierna como el
algodón, donde las hogueras llameaban potentes, homenajeando a un mundo que se había
desvanecido para siempre.

Rossi Vas

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