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y contempla tu vida,
y contémplate ahora como eres
porque esta será la última vez.
Heberto Padilla
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Una idea que estuvo a punto de ser otra idea. Las ideas cambian
como los sucesos que pueden arrastrarlas.
LA MAÑANA. 9:32
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GENEALOGÍA SILVESTRE
DE HEBERTO PADILLA
(1932-1971)
1932
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1939
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Se puede reconocer a este año como el amanecer literario de He-
berto Padilla. Lee, por sugerencia de una tía, a autores de varias
épocas y estilos. Quién le atrapa. Quién lo sujeta con más devoción.
Verne, Salgari, Dumas. A esa edad (a no ser que te pinten como
genio) las percepciones corren a la velocidad de tus años.
17
1942
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Cesare), Heberto se acerca a Mussolini y le pregunta qué cree del cine
experimental.
Benito Mussolini lo mira con perplejidad o asombro y luego con
evidente desprecio, todo antes de contestarle:
––El cine experimental es lo que hace quien no sabe hacer buen cine.
¿Y Robert Wiene, y Murnau, y Buñuel, y Fernand Léger?
Heberto no le replica con tales nombres porque la insolencia del
italiano deja en al aire un rastro de respuestas tardías, las que no
puede responder cuando apenas es un jovenzuelo de veinte años y él
mismo desconoce qué demonios es el cine experimental.
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1944
20
1948
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1950
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1955
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1956
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1970
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1971
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1972
Lee. Sobrevive. Padece. Sueña (y a los sueños teme). Pelea sin pelear.
Eso supone. A pesar de vigilancias de todo tipo (la de sus colegas
enmascarados o no, la de anónimos, vaya donde vaya, ahí tendrá
escoltas).
Ni que hiciera falta, le dice cuando puede a Portuondo.
—Estoy sin palabras, sin brazos, sin piernas.
—Déjese de poemas trágicos, Padilla, ¿o es que usted no aprende?
La vigilancia es un proceso rutinario. Sucede en todas partes. No hay
excepciones, solo reglas que seguir. Y hay, por supuesto, una cantidad
enorme de combatientes que no tienen contenido de trabajo.
—Yo no soy contenido de trabajo.
—Lo eres, te lo buscaste.
—No tengo dónde ir. No tengo dónde quedarme.
Desea viajar a Camagüey y le niegan el permiso. Desea viajar a
Pinar del Río y también le niegan el permiso.
Visita sin contratiempos varios cines. Las películas están contro-
ladas por una comisión que no impide que sucedan, semanas tras
semanas, estrenos a los que Heberto asiste. Los vigilantes no pierden
sus rastros. A pocos metros de donde esté.
Ve en el cine Yara esos estrenos y en la Cinemateca puede asistir
a las muestras de homenaje a Tarkovski y Bergman.
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Al menos por mi culpa se harán más cultos quienes me vigilan,
le dice a Belkis Cuza.
Escribe poco y, por supuesto, no puede publicar en el país. Varios
escritores extranjeros intentan comunicarse con él, aunque esa meta
resulta imposible. Lo sabe a través de Carpentier que, con varias es-
caramuzas, puede saludarlo frente al hotel Habana Libre.
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1973
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BREVES REPRESENTACIONES
CÓSMICAS DE HEBERTO PADILLA
Dónde yo estaba mientras sucedía mi vida. Lejos, en otras vidas,
contándolas o falsificándolas.
Fingiéndolas.
Aberración
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Abdicar
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Adormecer
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Alerta
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Amaneceres
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Atardeceres
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que le parece a él extrañamente conocido. La mujer chapurrea en
ruso frases que Heberto interpreta como tardío agradecimiento. Se
va. Eso intenta. Eso desea. Está de pie ante la enjuta mujer y ella
traza sonidos en una supuesta nota trivial. Reconoce palabras: sinok
(hijo), agroz (amenaza). No sabe a qué se refiere la mujer, tampoco
sabe por qué sigue allí. Pronto lo lamentará. Habla a la mujer sobre
parentescos repetidos, su rostro, su casa, y ella insiste frases disuel-
tas entre un humo de impertinencias o compensaciones. Y llega su
hijo. Heberto no puede explicar mucho. Un ruso fuerte y borracho,
cuenta después a algún funcionario de la embajada cubana. Entre
más ruso más borracho. Un ruso fuerte y borracho, celoso de su ma-
dre. Heberto intenta defenderse, pero su defensa es una pantomima
de cualquier defensa. Y aquí viene el último de los parentescos de
ese atardecer en Moscú: los golpes del hijo de la mujer también le
parecen muy conocidos.
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Autocrítica
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Bandido
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Blandengue
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Bestias
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Carro de policía
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Casa
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Cambio de labor
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Casa de las Américas, que pide publicar algunos debates suscitados a
partir de la Primavera de Praga, o el Mayo francés, es empleado como
peón de albañilería.
Heberto, que traduce del inglés y del ruso, que conoce varios
idiomas más, que es profesor universitario, editor de revistas y li-
bros, cronista policíaco para una emisora de radio, filósofo cuando
puede, defiende públicamente a Tres tristes tigres, obra del traidor
Guillermo Cabrera Infante, y es enviado a trabajar a una fábrica de
implementos agrícolas. Después lo envían a sembrar plátanos en la
provincia de Matanzas.
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Cabeza de impostor
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Cardenal de La Habana
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Casi poeta
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Cazar al lobo ruso
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Heberto siente algo parecido a un mordisco en todo el paisaje
y escucha a Joseph Brodsky chillar como una rana a la que pisa un
niño torpe. Y ve la cara de Vasili Grossman y después cómo se mea
en su propio libro y termina de borrar al desterrado ilustre y a todo
lo que estuviese a distancia de un escupitajo de vodka.
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Celda tapiada
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Chericián
David Chericián tiene un libro que concursa contra Fuera del juego
en el premio de los Escritores y Artistas de Cuba.
Chericián es un buen poeta, Heberto lo proclama en alguna par-
te, pero sus versos parecen creados sin padecimientos. Heberto sabe
que Chericián intenta convencer, de muchas maneras, al jurado para
llevarse el lauro. Tiene aliados poderosos. No se busca problemas
políticos. Hay que padecer el poema, se dice en secreto, como si atara
una frase parecida de Nazim Hikmet.
Un día de ese 1968 se encuentran por azar en la calle Obispo.
Chericián lo invita a un café.
––No tengo nada contra ti, Padilla. La política no me importa.
––¿Y qué te importa?
––La literatura, mi familia.
––Tu libro tiene que ser lo suficientemente bueno para ganarle
al mío.
––Como si se tratase de dos gallos. Mi libro es lo suficientemente
bueno para ganar.
––Me alegro.
––No te alegras, pero es normal.
––Yo no haría lo que tú haces ––le dice Heberto, terminó de be-
ber el café, puso la taza en el mostrador, frunció las cejas, un gesto
de despedida y pensó irse.
––Yo no haré lo que tú harás ––le dice Chericián.
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Citas
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Conocimiento versus desconocimiento
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Contrincante
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Culpas
¿Qué será peor, un idiota intelectual, usado por los gobernantes para sus pro-
pios beneficios políticos, o un brillante intelectual que se arrima a ese poder,
lo ejecuta, para beneficios personales?
Una carta de Heberto a Alejo Carpentier. Son amigos y aún así
los murmullos culposos caen sobre el novelista como una bomba
fatman.
¿Resentimiento contra su amigo ¿Golpe indirecto? Solo Heberto
lo sabe.
Líneas después: Todo pertenece a las culpas, a distinciones que viven
(o mueren) a través de ella. Cada cual elige lo que desea, o lo que puede, el
hecho de elegir ya demuestra que las variaciones son innúmeras, sombras de
imposición extrema.
Escribe esa carta hacia finales de 1960, pero Carpentier va a leerla
cuatro años más tarde. Explicaciones hay muchas. Infinitos viajes, la
permanencia en cargos diplomáticos en otros países.
¿Alguien más leyó esa misiva antes que el autor de Letra y solfa?
Una respuesta afirmativa parece lógica.
Hay que consentir en que el tema de las culpas a Heberto le ob-
sesiona.
Siempre tenemos una primera culpa y muchas veces esa culpa no es verda-
dera (Por qué estoy fuera del juego, Editorial Fiebre amarilla, Segovia,
España, 2008).
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En una reunión de escritores (La Habana, 1966), Heberto mues-
tra una parábola sobre el destino de las culpas y los culpables.
Un camión lleno de personas tiene un accidente. Velocidad, desvío de
ruta, violación de las lógicas del tránsito. Aparecen las culpas y las culpas
no corren hacia el culpable. En este viaje el conductor sale ileso de responsabi-
lidades. La(s) culpa(s) va(n) a parar a quienes viajan encima del camión.
Así ocurre con muchas cosas. En nuestro proceso social muchas veces se culpa
a la masa amorfa y colectiva y no a los verdaderos culpables.
Mientras haya errores habrá culpas. Mientras haya culpas
aparecerán culpables. Heberto desconoce cuáles culpas pagará por
muchos.
Mientras haya poetas no habrá que buscar otros culpables, dirá entonces.
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Deudas
Les debe su vida a tres o cuatro cosas, a tres o cuatro gentes, a tres
o cuatro libros, a tres o cuatro películas. Son deudas especiales y así
las asume Heberto.
Las cuentas parecen cerradas, pero esa deuda aumenta.
70
Ductilidad
Ductilidad
La infame variación de un poema
en que un presidente obligaba
a un ciudadano simple
a morir por el primero
como ocurre
en las elegías infames
como un presidente y un ciudadano
tan parecidos a sus muertos.
71
Ejército Rebelde
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Tienen como proyección que esos graduados ejerzan sus profesio-
nes allí, en el núcleo de la zona rebelde.
Por qué ese poderoso ejército no derrota a las escuálidas tropas
militares de Fulgencio Batista.
La pregunta se ajusta a murmullos, a suposiciones reblandecidas
por múltiples dudas.
Creo que a todo el mundo le conviene estar donde se encuentra, escribe
Carlos Rafael Rodríguez en la edición del 9 de abril de 1968 de la
revista Carteles.
A Heberto le seducen los movimientos culturales que en la Sierra
Maestra acontecen. Los talleres de escritura, las aulas de apreciación
cinematográfica, la creación de una editorial, Uvero, que para su jor-
nada inaugural invita a varios escritores del país y del extranjero. En
esa ocasión, Carlos Monsiváis imparte la conferencia Tolstoi, Víctor
Hugo y Malraux: los tribunos de la guerra, con notoria participación de
oficiales y soldados rebeldes y también de invitados de la población
civil.
Se distribuyen ejemplares del primer libro publicado por Uvero,
que es una selección de citas de Nietzsche, escogidas por el coman-
dante Ernesto Guevara.
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El camión de la basura
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El gabinete del doctor Caligari
(Unas notas de UlrichWinkler)
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Enférmese
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Esplendor
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Eugenio d´Ors
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Eugenio piensa conocer el sitio que tanto asombró a Ortega y
Gasset y apenas aterriza en La Habana llama a su amigo más antiguo
en la ciudad.
Lezama le apunta que aun, por descarriado que anduviese, no
quiere privarse de compartir con uno de los ejemplares de lujo que
puede, por equivocación suntuosa, llegarse a esta islita malévola.
No se vaya sin visitarme, le tengo libros, discos de Lecuona que no sé si
habrá escuchado, unas hierbitas que pegarán de maravillas para un té en
Barcelona.
Eugenio se limita a asentirle a Lezama, y la llamada telefónica co-
rre por la aureola de un monólogo en el que público y actor yacen
confundidos.
Eugenio deja deseos de compañía en un fugitivo juego de azares,
como lo haría una de las prostitutas recién llegadas a una zona
de escasez notoria para su negocio, anuncia la importancia de ese
viaje, comparable a cualquiera, y a la más sagrada de las procesiones
cristianas.
No hay llamadas al hotel donde se hospeda Eugenio d´Ors.
Parece una conspiración para que yo esté perfectamente solo, escribe en
su diario con fecha 11 de mayo de 1963.
Y está seguro de que ese lugar no le iba a impresionar demasiado.
Qué de maravilloso e interplanetario habrá allí. Qué cumbre orográ-
fica encontraría en ese sitio. Lugares exóticos, rimbombantes y, en
un grado inferior, hermosos, los hay a tres pesetas por toda Europa.
Cuando era muy joven estuvo en una excursión por varios países
africanos. Descubre culturas e ignorancias, le escribe a Salvador Dalí.
Nigeria, Zambia, El Congo, Angola, Mozambique, Sudáfrica, entre
otros, celebran su presencia y el acto de repetir descubrimientos
que, a su edad, serán para toda la vida.
Lezama resulta el acompañante perfecto, aun cuando reír sus
chistes le parece un guiño de traición a su cordura episcopal, prueba
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de que, para salir ileso de tal empresa, hay que recibir un adelan-
tado curso de humorismo sin humor. Le impresiona, sin embargo,
la destreza con la que el escritor habanero arma el escenario de esos
chistes (casi siempre en detrimento de colegas cubanos o personajes
de la política en Cuba), un núcleo bien explosivo de referentes (ya
Lezama hace metaliteratura en esas bromas).
¿Visitarlo antes de regresar a España? Dos mamuts no caben en una
cuna de porcelana, ahora el chiste de despedida lo hace Eugenio.
Eugenio busca auxilio en Nicolás Guillén, que no es su amigo,
ni comparten predilecciones en la misma dirección, a no ser
moderados deberes antifascistas. Se vinculan a grupos en apoyo a la
causa republicana e, incluso, comparten albergue en un encuentro
de escritores celebrado en Sevilla. Allí desglosan apetencias que,
es cierto, se mueven a dirección parecida, aunque a ritmos muy
diferentes. El catalán prefiere a un ingenuo disfrazado de príncipe a
un extravagante con su propio disfraz.
Intercambian cartas, aisladas por las circunstancias de guerra y
crisis, por suplicios feroces al no reconocer, o dudar, en qué bando
real milita el otro. El aislamiento se convierte en oprobio silencioso
y después en silencio. Un día no llegan más cartas y la distancia en-
tre ellos se hace más remota que la que separa a sus dos países.
Nicolás lo invita a su despacho, luego a un restaurante metido
metros dentro del mar. Comen entre exquisiteces más ligeras, una
franja de pulpo a la danesa. Nicolás le propone que publique en
las revistas literarias de acá, se paga con lo que se puede, pero se
paga. Con dinero si aparece el dinero (la zafra, la pesca, la minería,
el turismo, subvencionan el arte, quién lo diría). Puedo pagarle con
pinturas. Tengo un par de portocarreros a la altura de sus ensayos. Se
paga con viajecitos en el que vengas a pinchar los diluvios del Caribe.
Otros pagos caen en desuso, se entiende. El mundo va por un lado, y
nosotros, para bien, para mal, vamos por nuestro propio lado.
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Eugenio alaba el pulpo danés en tierra (o agua) cubana. Alaba a
Portocarrero, el mejor pintor de América ahora mismo, le obsequia
con jubilosa mesura. Igual le hacen competencia los mexicanitos
traviesos, Indiana, Lam, que es de ustedes, un colombiano selvático
y un brasileño dormido. Alaba las revistas literarias de Cuba,
mejores que la mayoría de España, más serias al menos, conducidas
y lideradas por escritores y no por farmacias o banqueros. Alaba
libros que incluían a alguno de Nicolás (aunque Eugenio media
entre la temperatura de Fernando Ortiz y el bosque empalagoso de
Carpentier). Alaba el destino de Brindis de Salas y lamenta
el de Caturla (dos telenovelas con sinfonías dispares). Se pueden
escribir novelas o hacer películas sobre eso, le sugiere a Nicolás. El
Instituto de Cine ganaría en distinción. El Instituto de Cine anda
siempre para otro lado, replica Nicolás.
––El liberalismo es tan democrático porque necesita desprender-
se de su raíz, eso lo hace rebelde, ingobernable, pero al punto para
qué ––reflexiona Eugenio.
––Un liberal es un oso masticado por un lobo ––restaña Nicolás,
que parece hablar para terceros.
Destrozan los manjares, beben vino francés de contrabando, que
eso sí es asignatura pendiente en Cuba, le acota Nicolás.
Heberto, la insinuación a su figura, aparece casi dos horas des-
pués de llegar al restaurante.
––Es algo refunfuñón, un poeta niño, aniñado, quiero decirle, a
lo Rimbaud. Ese es mi hombre en La Habana. El guía perfecto. Su
discreción, si la necesitase, estaría resguardada. Además, conoce la
zona porque vivió por allí.
Eugenio anda por aceptar al primer guía que aparezca, ya fuese
un cadáver con el rótulo de un añejo gobernador español de la época
colonial o a Robert Flaherty buscando focas lejos del ártico.
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El propio Heberto lo recoge en el hotel. Se presenta como el ami-
go de Nicolás, chofer, guía, informante de los procesos literarios del
país, todo incluido. Su aire risueño le sienta bien al catalán.
Eugenio sabe “por la expresión del alma”, que encuentra un ser
de una vulgaridad confiable, de identidad transparente.
Atraviesan calles y avenidas en una madrugada fresca, y La Habana
queda atrás, entre paisajes nubosos y un sol que se anuncia aún lejano.
Hablan de cine español. A Heberto le interesa Carlos Saura y
Eugenio contrataca con la agudeza y el ríspido sarcasmo de García
Berlanga, a pesar de sus devaneos políticos, más de ramera heroica
que de artista renovador.
Hablan de poesía y se saltan las sucias facciones en las que se
apostan varias tendencias en el idioma castellano.
Hablan de Galdós, de Cela, y hasta de Winston Churchill.
Heberto se atreve a confesarle un malestar que lo deprime.
––Se lo cuento porque el viaje me lo permite, quizás para que no
esté aburrido.
––Cuente ––le conmina Eugenio––. Los malestares que dejamos
adentro se inflan más.
Heberto duda unos segundos, después comienza a hablar.
Un personaje invisible, bufón, verdugo, acosador, critiquillo con
máscaras bien protegidas, bajo un seudónimo deplorable, Leopoldo
Vila, bombardea sus publicaciones.
––Propaga sus cizañas en los medios más importantes de la ciu-
dad, ¿a venia de quién?, de los poderosos, de quienes respaldan a
personajillos así, ratas escondidas en el subsuelo. Sírvele por igual
mi poema más inocente o la elegía de tono íntimo. Allá va. Ahí
viene la puñalada a la espalda. Nicolás ha rastreado como si fuese
un detective privado y no aparecen señales, Carpentier anda lejos y
desde esas distancias poco ayuda, los demás amigos solo lo lamentan
conmigo.
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Eugenio mira por la ventanilla un desfile de camiones cargados
de caña de azúcar. Ve niños en alguna parte y árboles que no ha visto
jamás.
––Quizás todos pasamos por eso ––le dice a Heberto.
––Algún día aparecerá en mi ruta. Algún día tendré la oportu-
nidad de arrastrarlo a mi territorio. Porque él no sabe cuál es mi
territorio.
––Déjelo correr ––le dice Eugenio––. Demuéstrele que la arma-
dura resiste.
––La resistencia, profesor, no es un elogio, no en mi caso.
––Puede que detrás de esas columnas (lo son, por inmundas y
pestilentes que se sientan) haya una cuadrilla de funcionarios envi-
diosos o inquisidores con mucho poder.
––Apuéstelo, si no cómo puede publicar sin que aparezca una
limitación. Podría usted dejar de escribir, pero no tendrá mi sermón
de contragolpe.
––Detesto pelear así. Que te golpeen y no sepas lanzar tu riposta.
Como le dije, algún día aparecerá en mi ruta.
Heberto extrae de un bolsillo una flamante navaja.
––Tenga cuidado. Ellas, muchas veces, se divorcian de uno, de
nuestras lógicas. La llevas encima, la usas. Es una ley.
––Mis epopeyas son pacíficas o de una indocilidad controlada.
Hay que defenderse.
––Ya lo creo. La defensa es la más generosa de las retribuciones
del diablo. Nos libra de muchos perdones que no queremos ofrecer.
––En La Habana el diablo juega en dos bandos. Acá no siempre
la defensa está permitida.
Heberto se interrumpe para anunciarle que en pocos minutos
entrarán a Viñales.
––El viaje se ha ido rápido ––le dice Eugenio––. Debo comentarle
sobre un amigo francés. No lo puedo dejar para más tarde y no me
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perdonaría suprimirle su historia. Ahora ese amigo aparece como
brumoso delincuente. Así ocurre con los franceses, pudiera ensayar
una burla. Si mira a su alrededor, o más bien, al pasado de ese amigo,
se encontrará con un palacio literario. Mi amigo se llama Léon Bloy
y publica, al menos, dos novelas magistrales. Se lo digo yo. Dos
novelas que ya no se escriben en su país, qué decir en los nuestros. La
salvación por los judíos y La sangre de Napoleón. Todo bien hasta aquí.
Todo es parte de ese palacio del que le hablé. Recuérdeme no insistir
con las metáforas. Bueno, a alguien le incomoda lo que publica y
logra Bloy, a alguien le machaca las tripas lo que su literatura puede
anunciar (lo que literalmente hablando es muy parecido a lo que le
sucede a usted ahora). Léon se vale de métodos insuperables (que no
los tiene usted, o no logra tenerlos) para dar con el sátrapa crítico
que, también, como en el caso suyo, publica con seudónimo.
Alevosas diatribas contra novelas, incluye con levedad algunos
ensayos y artículos, pero el grueso cae sobre esas novelas que le
mencioné. Injurias que aparecen en las revistas más encumbradas
de París. No pueden vislumbrarse demasiados vestigios porque lo
que cuento sucedió hace unos veinte años. La inconsciencia colectiva
resulta tan demoledora como una bomba atómica. Léon Bloy
encuentra a su difamador, y con una navaja, quizás parecida a la que
usted usa, lo tasajea sin la más puntual misericordia. Justicia divina,
diría san Fernando Savater.
––Yo estaba allí ––prosigue Eugenio––. Una taberna sin
demasiados lujos. Allí Bloy encontraría a su rival. Se la tenía jurada,
aunque le esgrimía la consigna de que los críticos se destruían solos,
que a los católicos como nosotros no nos sentaban peleas insulsas.
Cristo dejaba rastros por dondequiera y nosotros debíamos ir tras
esos rastros y enfrentarnos a quienes los obstruyeran. Los manuales de
imprudencia armada le sentaban de maravilla a mi amigo. Y qué decir
del vino. La rabia era su combustible y el vino el acelerador de todo
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el proceso. De vez en cuando el crítico lanzaba dardos contra Bloy,
y aunque fuesen indirectos, el león tenía una dialéctica corrosiva.
––¿Se lo llevó?
––La justicia es la providencia de los imbéciles, escribe Bloy en El
mendigo ingrato, suerte de diario desaforado y penitente. De cele-
bridad literaria a celebridad homicida. El callejón francés parece la
avenida yanqui.
––¿Qué ocurrió con él?
––Fue a la cárcel, aunque sería más preciso reconocer que lo lle-
varon. Se declaró inocente y así fue de turbia su inocencia. Estuvo
bastante tiempo encerrado, una eternidad, seguro. Escribió sin éxito
algunos libros más. Su mujer, que era el santo y seña de sus impulsos
menos terrenales, le abandonó a los pocos meses. Léon se transfor-
mó al catolicismo más recalcitrante, si en prisión se puede ejercer
dogma de tales ínfulas. Después de once años salió libre. Libre no,
porque quien haya perdido todo lo que él perdió jamás será libre.
Murió no hace mucho. Pobre y devastado, si es que esa redundancia
no ofende. Criaba gatos y le ponía nombre de escritores, la mayoría
franceses.
––¿Y el catolicismo no le permitía cierto sentido de la libertad,
una resignación más jubilosa?
––Ninguna resignación pasa por jubilosa, ni la de Cristo en la
arena de Jerusalén.
––¿Le gusta Viñales?
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Extranjeros
De su libro Por qué estoy fuera del juego, Editorial Fiebre amarilla,
Segovia, España, 2008:
Hablé con Sartre y se lo dije, desde afuera se ve muy limpio. Hablé con
Susan Sontang, que ella era reacia a pensar en contra de lo que hacía Batis-
ta con aquellos que pensaran diferente. Algunos no podían arreglarse. Veían
solo eso que les importaba ver.
Porque parece imposible remplazar lo que yace impostado como una con-
signa. El delirio se convierte en enfermedad.
Muchos extranjeros piensan que Cuba es un paraíso. Muchos extran-
jeros (turistas metidos en los egregios hoteles que el país destina para ellos
o raudos por avenidas o pueblos) creen que son testigos de proezas sociales
incomparables. Muchos extranjeros encuentran sexo barato en los recovecos de
la nación. A ellos, a todos, les regalo el paraíso, incluye putas y putos (que
después aumentarán el precio), también miserias, oportunismos, barbaries
políticas, carencias, la libreta de (des)abastecimiento, las mentiras cotidia-
nas, el bestialismo urbano, la desidia silvestre, los especuladores sonrientes,
los ministros de recorrido, la excelsa programación televisiva, periódicos y
todos sus afluentes noticiosos, discursos, suciedad, el enjambre de dirigentillos
al por mayor, la falta de transporte, la falta de todo lo que falta. En fin, el
paraíso es de ustedes. ¿Lo quieren envuelto o no?
86
Familia
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Los futuros abuelos paternos de Heberto anclan a un lado y al
otro, en insurgencias opuestas, desde individualismos instrumenta-
dos por la simpatía que los líderes despiertan sobre ellos. La abuela
se siente atraída por la resistencia cartesiana (es su frase) con la que
Estrada Palma entona una humilde lealtad sobre los destinos tem-
pestuosos del país. El abuelo abre sus anhelos al discurso crítico del
tándem Masó-Maceo.
Se conocen en el debate que sucede bajo las arboledas circundan-
tes al Parque Central de La Habana. Conducidos, moderados, por un
periodista de nombre Márquez Sterling, los polemistas responden a
varias preguntas. ¿Hasta qué punto el pensamiento político cubano
debe sustraerse a justificar el acrecimiento de una moral que desen-
tienda otros órdenes en la vida colectiva, como la inanidad cultural
o el angustioso dilema para extranjerizar las proyecciones sociales en
su ímpetu civilizatorio? ¿Una organización liberal republicana o un
fideísmo a las turbulentas (y en ocasiones imprescindibles) revolu-
ciones cívicas? ¿Colonia económica, pero bajo un extractivo de inde-
pendencia determinista (sinfonía a lo Padre Varela) o un criollismo
civil, sustraído por las rémoras burguesas de antiguos gobiernos?
Los absolutismos restringen absolutismos diferentes. No se en-
tienden los políticos, ellos no, pero la porción paterna de Heberto
Padilla comienza a gestarse en esos días cuando el país es una man-
cha de colores contrapuestos.
Los abuelos maternos de Heberto tienen un inicio de relación
menos intenso. Él llega de Vigo y ella es hija de gallegos asentados
en la Isla. Las reuniones y convites de su grupo en La Habana ocu-
rren con frecuencia. Allí las primeras miradas. Las primeras pala-
bras. El primer tintineo amoroso. Un primer beso. Luego la historia
es como se cuentan las historias semejantes.
En realidad, el futuro padre de Heberto de quien anda enamorado
es de una prima de la futura madre de Heberto. Y eso ocurre porque
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aún no conoce a la mujer que le acompañará por el resto de su vida.
Cuando la ve sabe que debe corregir su destino amoroso, y lo hace,
a pesar de crear una especie de “pequeña guerra mundial familiar”.
Las primas se convierten en enemigas irreparables, “a muerte”. Unos
cuantos años después, esa prima asiste a la lectura de poemas que
Heberto hará de su libro Fuera del juego. La reconoce y le dedica uno
de los ejemplares. La dedicatoria es tímida, apurada: Carne de mi
carne por los siglos de los siglos, todo el cariño de tu primo Heberto.
89
Fantasmas
90
Frases de otros
91
Gavilanes
92
Guillermo Cabrera Infante
93
––Además de usted, ¿cuál es el peor poeta cubano que ahora mis-
mo vive?
La primera pregunta resuena ante los alumnos y, quizás, algún
que otro polizón aparecido en aquella nave atravesará, los presagios
se anuncian solos, escabrosas marejadas.
Piensa en que los que, verdaderamente, son impasables. Piensa
en algunos de sus amigos a los que podría usar sin descrédito a la
broma siniestra. Piensa en poetas que nadie conoce, o solo pocas
personas, y ni siquiera saben que él los relega al fondo de una lista
ni luminosa ni tan oscura.
––Peor que yo, difícil ––le responde a Cabrera Infante, y este
sonríe––. Aun así, y obligado por una hostilidad que imagino será
mutua, incesante, alevosa como tus tomitos fílmicos ––ambos
sonríen–– ayudaré a que el entorno sea lo despectivo que necesitas.
Los dos amamos esos lujos. Ese poeta podría ser Regino Pedroso.
––A que yo estaba también muy cerca de los talleres mecánicos
de la poesía. ––Guillermo Cabrera Infante, Caín para conocidos,
seudónimo falaz como su cicatriz simbólica, se dirige a su públi-
co y promete sustancia y más sustancia––. Ya les dije, mi invitado
se afeita la lengua todas las mañanas. Dime, querido Heberto, por
quién, o por qué, no irías jamás a un duelo de honor.
Ráfagas, así llega la respuesta de Heberto.
––En primer lugar, no hay duelos de honor. Duelos sí, este
que nosotros libramos no lo será menos. Pero el honor parece
una circunstancia demasiado desunida de pretensiones extremas.
Pushkin es un idiota. Balzac casi un idiota, pero de alguna forma
también idiota. Lermontov ni hablar. Los japoneses se tasajean por
un supuesto honor. El honor redunda en lo que no conquista ese
honor. Libertad, sosiego, dignidad, premios indistinguidos por
solemnes. Los duelos deben pretenderlo los suicidas onerosos, los
lectores pescados por Portuondo en una avenida roñosa y menos rusa,
94
y esos japoneses sobrinos del Ichi samurái, camino a Hiroshima para
hablar con Alain Resnais.
––¿Si la reencarnación existiese, como cuál escritor cubano qui-
siera volver a estos prados?
––Volver a estos prados. Y por qué no a otros, si ya estoy por
escoger la ruin tarea de convertirme en alguien ajeno a mis delirios,
nada más y nada menos que un escritor cubano. La reencarnación
parece entonces una imprudencia que pagarán los condenados a la
clandestinidad literaria. Quisiera, si me lo permitiesen, aparecerme
vestido como un iroqués, el ulular de guerra en sus pulmones, unas
plumillas púrpuras aprisionadas en la frente, solo para aparentar el
linaje, que conste, flechas venenosas en mi alforja, y mi cara recon-
vertida en la de Nicolás Guillén y en la tuya.
––¿Privilegio, Heberto? Vayan los dioses de la reencarnación a
saber, de cualquier manera, gracias. ¿Cómo evitaría cenar con algún
crítico?
––Hay muchas formas. Los dolores momentáneos son recurso in-
falible. Y “el estoy de viaje”, o recordarle a algún escritor con el que
tuviese discordias o llevarlo a ver un documental patriótico.
95
Habitante
Jaime Urbina lee fragmentos de una carta que, dice el poeta español,
recibe de Heberto Padilla. Ocurre en Letra en vivo (CRN, Sevilla),
programa televisivo que se emite el 9 de octubre de 1995.
Soy habitante de un país deshabitado. Punto de vista mental, como de-
biera serlo la declaración de abstinencia a sitios que me nombran porque no
pueden deshacerse de mí. Prefiero suponer que nací en ese país que procreó a
Mozart y a Cervantes, a Gandhi y a Abraham Lincoln. No tengo país o
me cobijo en todos.
96
Hay algo encantador
en comer manzanas rusas
97
Hebertistas
98
Herida
99
Hienas
100
Higiene social revolucionaria
101
Historia de la poesía cubana
102
Adjetivos, verbos, balbucea Mariano Brull, como si marchara a
una velocidad superior a la dictadura elegida para los borrachos.
Heberto se preocupa y el otro le recuerda que ponerse melancólico,
como él va, solo resulta señal de atontamiento pasajero.
La madrugada los encuentra borrachos. Ninguno encuentra el
sitio en que vayan a coincidir las ideas de todos (aunque cada cual
respeta lo que viene y de donde viene). Ninguno mete la cuchareta
en un tema político. Ninguno ha dicho la lluvia bíblica cae en una
u otra región, o cosa por el estilo. Ninguno alaba dioses que no
fuesen literarios. Ninguno da augurios de que tuviesen miedo a lo
que ocurre, o no ocurre, puertas afuera. Ninguno dice que deben
escribir poemas a héroes o cosas parecidas. Ninguno promete que
cambiará siquiera un milímetro el pensamiento individual (que
del pensamiento colectivo ya se encargan otros, se explica solo).
Ninguno habla de irse del país o de agarrar una metralleta y no
parar hasta las montañas. Ninguno habla de Los siete contra Tebas,
recién estrenada obra de Antón Arrufat. Ninguno comenta sobre
poesía francesa, ni siquiera Mariano Brull. Ninguno habla de poesía
norteamericana, ni siquiera Emilio Ballagas. Ninguno dice que tal
escritor es un buitre y el otro una gallina azorada. Ninguno muestra
rendirse ante las embestidas del Bacardí (Mariano Brull sacude el
atontamiento atracándose del tocino y el queso, y Casal es el único
que procura beber como un frágil yanqui, palabras de Heberto,
metiéndole a su vaso innumerables cubitos de hielo). Ninguno se
queja del calor (y hay mucho calor). Ninguno dice que Guillén
engorda de la cabeza para arriba, que parece un chiste “cariñoso”
preparado por Heberto para el propio Nicolás. Ninguno dice que
Lezama Lima escribe al mismo ritmo de lo que come. Ninguno
habla de Virgilio Piñera, que en esos instantes anda con Witold
Gombrowicz en un barco camino (¿camino?) a Francia, o a Polonia,
o a Barcelona. Ninguno habla de mujeres (aunque, por supuesto,
103
los invitados le preguntan a Heberto, al inicio del convite, por
su esposa, y en un leve momento, cuando ya brota la euforia que
el alcohol enmascara con mejores nombres, transparentes como los
de una película campesina alemana, deducción, quién lo duda, de
Heberto, Emilio Ballagas consiente el privilegio de escribir muchas
veces como si fuese una mujer, actitud diría, divorciada de todo
espíritu sexual, y más arreada hacia la maravilla de la resistencia
femenil, tan bien disimulada en escritoras como la Loynaz o
Mercedes Matamoros). Ninguno confunde el nombre de un escritor
de origen andaluz con el nombre de un escritor de origen vasco.
Ninguno dice que la camarilla de Orígenes es un dormitorio de
nuestras especies sagradas, aun cuando el mérito fuese ese mismo,
apunta Heberto. Ninguno discute sobre el nocaut de Kid Gavilán a
Sugar Robinson. Ninguno abre la puerta a desconocidos porque,
justo será reconocerlo, nadie toca a la puerta. Ninguno va al baño
más de tres veces, a excepción de Mariano Brull, que esgrime
excusas a partir de la caudalosa cantidad de líquido bebida en todo
el día. Ninguno anuncia que deben trabajar en la mañana. Ninguno
averigua por qué la invitación no incluye a otros amigos escritores, o
no escritores. Ninguno, a propósito de La Chopinesca preparada por
Heberto, habla de música clásica, ni insinúa que Mozart sea mejor
que Beethoven o Caturla mejor que Lecuona. Ninguno prueba la
Chopinesca. Ninguno salva a la poesía cubana.
104
Hombre bueno, hombre malo
105
Inglaterra
106
Influencias
Las influencias que he tenido para pensar como pienso fueron algo más que
bibliográficas. No habrá esplendor, la claridad me sirve. Nos sirve. He
relacionado fallas históricas. La consecuencia de que podamos separarnos
de nuestros errores influye en cambiar el lenguaje de una misma composición
colectiva. Dígase, y léase, País. Eso es lo que vale.
(De una carta a Jacques Derrida, 2 de junio de 1965).
107
Insultos
108
––¿Es un chiste?
––Que no, que a este tipo lo metieron en la panza de la tragedia
griega, comió vísceras hasta engordar. Las utopías son exóticas, Pa-
dilla, solo pueden usarse contra los desarraigados o pobres.
John Reed aterriza en La Habana y quiere encontrarse con He-
berto. No puede. Es junio de 1972.
109
Interés del Estado
110
Jorge Edward
No solo mueren los que están vivos, le dice Heberto a Jorge Edward,
quien llega de Chile y sin soltar las maletas, eufemismo o metáfora
rudimentaria, pasa a saludar a Heberto.
Se conocen casi tres años atrás, enero de 1963, en Moscú, y des-
pués se han visto varias veces en Buenos Aires, Caracas, México y
también en La Habana.
Edward aprecia el desenfado de Heberto, que no es, confiesa a sus
amigos, de élite literaria.
Heberto le brinda café, abre una botella del ron preferido de Ed-
ward, el Bacardí, y se sientan a beber y desparramar sobre hechos
políticos y literarios. Heberto lo pone al día en la situación de Cuba
y Edward le habla de un generalito de una izquierda rara que re-
mueve las cosas en su Chile querido.
Heberto le pregunta por los grandes de aquél país, la mayo-
ría amigos suyos, o conocidos, Neruda, la Mistral, Nicanor Parra,
Baldomero Lillo, Pablo de Rokha, Roberto Bolaño, Huidobro. Le
cuenta que el viejo Teitelboim se le aparece a cada rato para que le
encuentre “historias del submundo”.
––¿Qué son esas “historias del submundo”?
––Yo no sé, y lo que hago es contarle lo que me parezca.
Ficciones que se van caminando solas, ¿me entiendes? De que
Carpentier quería el cargo de Relaciones Exteriores o de que el
111
Partido Ortodoxo ha fichado a un líder indiscutible que podría
derribar la dictadura.
Después Heberto le habla de su obsesión.
––A lo mejor me muero en un accidente cualquiera en una ca-
rretera difusa, porque de algo hay que morirse, morirse como se
mueren los normales, o como se muere casi todo el mundo, casi, que
Cristo murió como Cristo quiso (suicidio divino).
––¿Pero tienes los tornillos flojos, Heberto, o las carencias cu-
banas inflaman la neurosis, que sé yo, trastornan al que se ponga
delante?
––Qué de raro es que aparezca muerto a la entrada del túnel o
flotando en la bahía. Qué de raro será morirse de un veneno que
nunca quisiste probar.
––O te pones trágico o te pones real, porque te suceden cosas.
Contá, hermano.
––Muchos escritores han muerto en accidentes.
––Mientras haya velocidad y carretera, pero lo suyo tiene otra
pinta.
––Lo que no terminamos de asimilar es que un accidente, bajo
discontinuas parcelas de azar, resulta un incidente como cualquier
otro: similar a una novela francesa de 1840. Más o menos.
––La novela parece muy ilustrativa, para ti, para tus temores.
––Sucede que uno es más importante para los muertos que para
los silvestres que te rodean.
––¿Silvestres?
––Bebamos, querido Jorge.
––Te llevaré a un siquiátrico. Lo voy a hablar con Nicolás o con
Portuondo.
––No menciones a Portuondo aquí. ¿No se puede hablar razona-
blemente contigo? Yo sé de lo que te hablo.
––Cuéntame entonces.
112
––No es tan fácil, es mejor que nos dediquemos a la literatura.
Qué piensas de Danilo Kis.
––No me gusta lo que escucho de ti, Heberto, no me gusta tam-
poco lo que no escucho, así que me dejas alternativas muy compli-
cadas. Y dudas.
113
Juego en contra
114
Las imágenes del coto sagrado
115
Jirafas (Eliseo Diego, Virgilio Piñera, Gastón Baquero), y búfalos
(Nicolás Guillén, Lezama Lima, Fernando Ortiz, Alejo Carpentier, Cin-
tio Vitier), y un lobo que no parece un lobo (Reinaldo Arenas se asemeja
a Severo Sarduy). Seis leones que parecen tigres, a lo mejor porque yacen
dormidos, casi unos encima de los otros (Antón Arrufat, Calvert Casey,
Guillermo Cabrera Infante, Pablo Armando Fernández, Onelio Jorge Car-
doso, Edmundo Desnoes, Norberto Fuentes). Una criatura no parecida a
otra, quizás sea mi animal preferido, tal vez no. Soy yo y me cuesta tener
una apariencia cualquiera, incluso como la del lobo que no parece lobo. Uno
de los leones que parece tigre (Pablo Armando Fernández). Una jirafa
(Virgilio Piñera). Un búfalo (Lezama Lima). El sueño del que me despierto
convertido en lo que ya no soy o en lo que ya era sin saberlo: la misma imagen
que otra imagen intenta confundir.
116
Las preguntas del miedo
117
Lectura de proclama
118
Yo no quiero demasiadas películas norteamericanas en la
televisión o los cines.
Yo no quiero que se publiquen escritores internacionales,
solo los que demuestren un verdadero carácter proletario
y progresista.
Yo no quiero a esos que creen que no cumpliremos nues-
tras tareas, por utópicas que parezcan.
Yo no quiero aristócratas de antaño metiendo sus narices.
Yo no quiero cartas de quejas o reclamaciones.
Yo no quiero compasión con los enemigos.
119
Literatura
120
Lujos
121
Gillo Pontecorvo, y Buñuel y sus etapas mexicanas y francesas, entre
otros) o Hollywood en su interior y lo que le rodea: Welles, Hitch-
cock, Billy Wilder, Frank Capra, Kubrick, Sam Peckimpah, Elia
Kazan, Robert Altman y John Cassavetes, Stanley Kramer y una
pandilla de independientes.
Cabrera Infante se queda en Hollywood, con su emblema de que
allí crean, en la misma tarima, el virus y el antivirus, del arte con-
temporáneo. Gutiérrez Alea apuesta por Europa y aledaños, sirvién-
dose, dice, de que el mercado mete pocos puñales en esa carne.
Heberto se emborracha más rápido que los demás y persiste en
que reconozcan a Pudovkin como el puto amo del cine universal.
Cuando el tema enfila hacia los jardines del pop art, Andy Warhol
se convierte en celebridad habanera, no para Franqui, Titón,
Gramatges y Mariano Rodríguez, tampoco para Heberto que clama
porque, si las artes plásticas van por esa ruta, no nos extrañemos de que en
el futuro cualquiera osará llamarse artista, cualquiera se desnudará bajo
una sombrilla y a eso llamarán arte poscontemporáneo o arte renovador.
Eso es lo que después hacen los británicos, los Damien Hirst, Chapman
Brothers, Tracy Emin y compañía.
No hay ya muchas almas creativas, repone con menos euforia, He-
berto. Bajtín dice que la primera verdad del creador se la ofrenda el propio
arte. ¿Y si no hay arte por qué tendremos que llamar artistas a los que solo
han sido, o pretendido ser, los más astutos del aula, quienes más leyeron o
mejor se informaron, quienes vieron más películas y pueden hablar de ellas
como si fuesen los magnos padres de ella? El arte contemporáneo me lo paso
por los cojones.
Algunos ríen la última frase. Nicolás le pide cautela, ya casi se
van y deben agradecer al anfitrión su gesto de compartir casa, rega-
los, convite.
Todo muy bien, un placer tener allí a lo mejor de la cultura cuba-
na, les dice el dueño de la casa. Miriam Gómez elogia sus platillos,
122
Pablo Armando Fernández habla de bondad y de cómo la bondad
es, casi siempre, una paloma mensajera que escapa y no devuelve el
mensaje. Titón y Korda reverencian el vino, lo que parecido hace
Raúl Martínez con el whisky y Guillén con la langosta y el ron
Matusalén.
––¿Quién agradece a quién? ––pregunta Heberto e intenta
levantarse. Titón y Mariano procuran mantenerlo sentado––. Este
hombre nos invita a que celebremos nuestras miserias con él, que no
tiene ninguna, es fácil darse cuenta. Nos cree mercenarios, muertos
de hambre, los cerdos letrados de la República.
Guillén le habla en tono airado, obligándole a respetar la
camaradería del anfitrión.
––Por última vez, Heberto Padilla, calla tus borrachas palabras.
Este hombre es mi amigo, y si bien es cierto que tiene lo que tenía
que tener, como lo debíamos tener nosotros, no es su culpa. Qué
insoportable necedad la tuya.
Heberto quiere hablar, pero Cabrera Infante lo sacude. Guillén es
quien pronuncia las últimas palabras de la derruida fiesta:
––Mañana, Padilla. Mañana no vas a querer acordarte ni de Baj-
tín o Pudovkin, ni del cine húngaro. Mañana, Padilla.
123
Mapas
124
Mayoría
Lo que nos vuelve idénticos ante la mayoría es que somos, a pesar de las
diferencias, la mayoría.
(De Por qué estoy fuera del juego, Editorial Fiebre amarilla, Segovia,
España, 2008).
125
Minoría
126
Montañas
127
Solórzano, que se dice responsable de los Talleres Literarios en
Armas.
Con tres o cuatro días bastará, le hace saber.
La literatura es tan inmensa como la misma historia, le replica el ca-
pitán en un telegrama fechado el 6 de noviembre de 1969.
La literatura se aprende mejor ignorándola, quiere decirle Heberto,
pero la frase le parece estridente, ridícula o falsa.
Concierta, sin embargo, asuntos referidos a avituallamiento, via-
je de ida, condiciones de trabajo, materiales de instrucción (libretas,
lápices, algún que otro libro, y le cita unos cuantos que Solórzano
ignora), pago, maneras de organizar las aulas, o lo que se parezca, y
tiene deseos de expresarle el lujo, si la ocasión sirviera, de saludar al
Comandante supremo.
Esas cosas caerán en el plato si llega la ocasión, se resigna Norberto,
que entiende suculento el dispendio que le ofrecen, tan parecido al
que puede recibir de ciertos institutos o universidades del mundo
desarrollado.
Habla por teléfono con Guillén para anunciarle que se va
a alfabetizar a los alzados. Pronuncia la palabra alzado con
resquemor, con pausa entre los sonidos que se escuchan como
un distendido murmullo. Guillén ha estado un par de veces
allá y guarda sensaciones encontradas que no le quiere revelar a
Heberto.
Lo extravagante hay que administrarlo para que no se vuelva clandes-
tino, le confiesa Nicolás Guillén.
Heberto piensa que imprudencia magna será reconocer como ex-
travagante todo lo desconocido. Se despide de Guillén, que le pide
que, si por casualidad, se encuentra a un soldado de apellido Colum-
bié, le salude de su parte.
Mostrar habilidades literarias a personas casi analfabetas es por
exótico, deplorable y, aún así, por deplorable restaña el paso de la
128
cultura (o lo que se esconde en ella) por líneas separadas de un punto
llamado cero.
Trastoca imágenes. Es un privilegiado. Sartre estuvo allí con
aquellos hombres. Camus pasó una Navidad entre comidas guerri-
lleras y cánticos patrióticos. Susan Sontang, Allen Ginsberg, Oc-
tavio Paz, Arno Schmidt, Alberto Girri, Flann O’Brien, Luchino
Visconti, Robert Indiana, entre muchísimos más, comparten días de
sus vidas en los parajes de la Sierra Maestra.
Un acto que une bondad con exhibicionismo pedagógico,
fanfarronería con desayuno de filósofo, aventura con afán mercenario
(le pagarán las clases con una entonación diplomática), debe asumirse
desde la intransigencia y el desenfado. Por eso altera contenidos,
fichas de autores, tendencias con tendencias divergentes, una
revoltura de absurdos reluce allí en los cuadernos signados como
mapas del curso. Donde decía Oda al Niágara aparece el nombre de
Domingo del Monte como autor. Donde decía Por la calzada de Jesús
del Monte, el escritor que lo firma responde como Regino Boti.
No se permite desordenar la ruta de Martí o la de Guillén, al que,
de seguro, aquella burla le iba a aparecer exultante.
Al hacer un receso en uno de los seminarios, el tema centra a literatos
cubanos que crean sus obras fuera de Cuba, y en este apartado enumera,
entre otros, a Fayad Jamis, Manuel Navarro Luna, Dulce María Loynaz,
Cintio Vitier y al mismísimo José Antonio Portuondo, se le acerca
uno de los oficiales desde el fondo de la improvisada aula. Lleva el paso
cansino y, aún así, viril, de hombres que envejecen en comarcas de
guerra, su barba reluce entre la mezcla contrastante de los rizos oscuros
y las canas.
El comandante Guevara le resume que ahora es el ministro de
Cultura de esos insurgentes; uno de los artífices de los talleres,
editoriales, emisoras y estudio de televisión creados en las condiciones
de campaña.
129
––Sabe que puedo fusilarlo por su impertinencia ––le dice a Heberto.
––¿Fusilarme? ––y Heberto reconoce que, como le pasó a su gran
amigo Roque Dalton, solo se está una vez en el lugar equivocado.
––No juegue con la ignorancia ni se burle de la falta de estudios
de estos chicos. Mientras usted se promete distracción a costa de una
bala perdida, ellos prefieren, por elección o por descarte, compro-
meterse con su país. Usted llena su cabeza de libros y más libros y
cree que despistar a los campesinos es un truco excelso, como el bo-
cadillo que un embaucador se prepara antes de perpetuar la trampa.
Heberto intuye que los enfrentamientos como ese necesitan otros
parajes, una lejana situación de guerra y, si fuese posible, otro escri-
tor en su lugar.
––Es como un rompecabezas, comandante. Un rompecabezas
que a la larga llega a ser instructivo. Hay desorden, pero desorden
controlado, con un fin didáctico. Los nombres se esconden, las obras
se esconden, y la mente se ejercita. Todo muy interactivo.
––No se puede jugar así. Es como si dijera que Los siete samuráis
fuese un clásico de Buñuel o Yesterday una composición de Mick
Jagger.
––Quiero simbolizar que las obras no tienen un dueño legal, son
libres.
––Como si Riquelme metiera goles con la casaca de River. Un
asesinato, Padilla.
––Me excuso, comandante. Mis intenciones aun por buenas no
han sido lo suficientemente buenas.
––Qué importan las intenciones si el trasfondo se mantiene oscu-
ro. La espada puede estar al lado del libro (es una metáfora se entien-
de, metáfora que extraje de lecturas gaélicas). Si la espada resulta
gloriosa, el libro protege esa gloria.
––¿Lee mucho?
130
––Colectivizo las lecturas. Lo que redunda en formas poco orto-
doxas de cambiar los emblemas.
––¿Qué prefiere, novela, ensayos históricos, poesía?
––Prefiero la inconsciencia (el verdadero estado en que se asienta
la normalidad). Prefiero los animales peludos, la cerveza caliente.
––¿Borges, Sábato, Fowgill, César Aira? La literatura de su país
siempre cuenta un mismo chiste. Nosotros lo leemos de maneras
diferentes.
––Lo voy a fusilar por segunda vez.
Heberto sabe que ya está muerto y lo peor resulta que a partir de
ese hecho ya no podrá contarlo como él entienda. Debe intoxicarse
de lo que vendrá: represiones, burlas, el itinerario pintado con el
camuflaje de los guerrilleros caídos en combate.
Sin embargo, el argentino lo invita a pescar.
Parece que vaga por un relato japonés. Vendrá un arroyo, ven-
drán truchas incapturables.
––Escriba sobre nosotros ––le dice Guevara, ya a un pie del agua,
el anzuelo resumido en apacibles burbujas––. Mienta. La fabulación
es de sus mejores trucos. Invente una historia que desencadene, por su
velocidad narrativa, por su resurgencia mítica, en Revolución. Diga
que lo que se parece a lo real es, en realidad, lo real. Una Revolución
que se descubre en el poder desde hace años. Desde… 1953. No,
tiene que poseer algún significado especial, el menos para mí. Desde
1959, que fue el año en que nació mi primer hijo, aunque fue el año
en que Batista se metió en el Palacio. Ponga que lo hizo antes y huyó
en alguna fecha de 1959, que nosotros tomamos el gobierno e instau-
ramos una democracia, ofrecimos al pueblo educación, salud y cultura
gratis. Con transparencia. Este es el verdadero juego. Una novela que
reproduzca lo que entendemos bajo nuestras sombras de vida. Escriba
que cambiaríamos la Constitución y que el presidente se elegiría cada
cuatro años. Diga que me matarán en cualquier país tiempo después.
131
––¿Usted mismo quiere matarse?
––Quizás no me entenderé muy bien con la libertad o ella no se
entenderá del mismo modo conmigo.
––Sabe lo que va a ocurrir si usted muere.
––Moriré en un país innombrable. En uno de África o en uno de
América. El Congo, quizás. Bolivia.
––Su imaginación es frondosa, comandante.
––Diga que usted se convertirá en problema para el país.
––¿Yo?
––Escriba que las catástrofes llegarán solas.
132
Monstruo
133
Morir no resuelve la posteridad
No hay posteridad más dañina que esa que otros disfrutan en nuestro nom-
bre o contra nosotros.
(De Por qué estoy fuera del juego, Editorial Fiebre amarilla, Segovia,
España, 2008).
134
Norberto Fuentes
135
Ahora repiten esa travesía. Beben poco. No hablan de béisbol o
de literatura.
Quizás uno de ellos espera a que el otro hable, confiese, reconoz-
ca, agreda. Quizás el otro espere lo mismo de su compañero. Quizás
uno de ellos teme hablar y que el otro lo denuncie. Quizás el otro
tiene ese mismo temor.
136
Novelas
137
escriben desde Cuba novelas (o libros de cualquier tipo) que no
son, ni con un cuchillo abanderado punzando tu ingle (las hernias
narrativas que apestan y duelen sí se encuentran en el mercadeo a
puertas cerradas) cubanas. El ribete nacional lo defienden e instauran
algunos peladores de papas de la Industria Crítica. Es una industria,
la que permite a los soeces hablar por una masa de soeces menos
críticos. En todas partes ocurre parecido. Y qué importa, el mundo
restaura el desorden y el estanque sigue lleno de ranas chillonas y de
ranas que leen asustadas el último número de New Yorker.
No repetiré autores, prosigue Heberto. Lezama Lima no traerá
sus maletas a mi casa. Paradiso es para muchos una sinfonía como las de
Bruckner, ese es el lenguaje de los aduladores. Y seguro que Bruckner pudiera
quedarse chiquito, y la sinfonía de Paradiso sea equiparable a una de las
de Sibelius, pero por mí que vaya con su música (por muy sinfónica que sea)
a otra parte. Como poeta, Lezama anda entre los primeros e, incluso, como
ensayista. Hay otros autores, otras novelas. Hay situaciones noveladas, y hay
novelas en situación.
El entrevistador parece desistir, muestra enfado, impaciencia.
Desde el otro lado del cristal replican con señas más injuriosas.
Por fin Heberto comienza a pronunciar su lista, casi en el mis-
mo instante que el programa termina y una música ruidosa, la que
músicos cubanos en Nueva York mezclan con ritmos de insolencias
oscuras, convierte en simulacro de voz y de nombres: Tres tristes tigres
(Guillermo Cabrera Infante), Bording home (Guillermo Rosales), Las
iniciales de la tierra (Jesús Díaz), Matarile (Guillermo Vidal), El reino
de este mundo (Alejo Carpentier), Cobra (Severo Sarduy), Un tema para
el griego (Jorge Luis Hernández), Tuyo es el reino (Abilio Estévez),
Hombres sin mujer (Carlos Montenegro), Caracol Beach (Eliseo Alber-
to), La carne de René (Virgilio Piñera), El polvo y el oro (Julio Travieso).
Y todas, escuche, todas las de Reinaldo Arenas.
138
Opresiones
139
Otro sueño
140
––Donde yo estoy, donde he estado, si puedes ser una persona ya
es suficiente. Nadie es héroe en el sufrimiento, y el que lo consiga es
porque no puede hacer cosa peor.
Heberto sonríe creyendo que una sonrisa calmará la tensión.
––No tiene nada de malo ser héroe ––prosigue Solzhenitsin––,
como tampoco lo tiene ser cobarde. Es cuestión de casting. Un co-
barde romántico vale tanto como un héroe en su vanidad de héroe.
Heberto se ha prometido no tener más sueños como ese, pero si
algo no se puede gobernar es un sueño. Y la pesadilla con Solzhe-
nitsin vuelve una y otra vez, aunque cambia el escenario, y cambian
los diálogos, y a veces habla y escucha a alguien que no se encuentra
allí, en el sueño.
141
Palabras
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Paraísos
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divertimentos insolentes o banales, acercados a nuestras distinciones y gustos).
Donde nos hablen con respeto en dependencias, mercados, institutos, y no nos
obliguen a navegar por un río de burocracias al aire. Donde una pareja de
taiwaneses o una pareja de chipriotas puedan vivir en nuestras cercanías
y compartir cenas, culturas, por disparatadas que luzcan para cada uno.
Donde comer no se convierta en delito, mucho menos en un lujo. Donde la
palabra aberración designe a las verdaderas aberraciones. Donde desde allí
mismo pudiésemos seleccionar un viaje a Groenlandia, a Marruecos, a donde
nos diese la real gana. Donde compremos para nuestros hijos lo que nuestros
hijos se merezcan. Donde no suframos las plenitudes ajenas (porque algún
día podrán ser las nuestras). Donde el miedo sea un pasajero natural, no
el sueño que algún día confundimos despiertos. Donde oír a Bach no sea un
acto de arrogancia ni mucho menos una simpleza arrancada del desprecio
absoluto. Donde yo pueda escribir una carta como esta y no una carta de
odio, rabia y de infinita repulsión a esos que nos hacen improbable vivir en
un lugar como ese, en una época que jamás se parecerá a nuestra época, si
acaso porque ponemos, aun juntos, las imágenes de un tiempo que a los dos
nos parece imposible.
Te ama, tu H
144
Parentescos
Alguna vez pude parecerme a peor cosa que a mí mismo, pero no estoy seguro
de que eso hubiera sido así. No he consumado la tragedia de tal parentesco.
Yo no quiero parecerme a mi época, tampoco quiero parecerme a mi país, a
este que no se parece a ningún otro porque los parecidos se dibujan entre zo-
zobras y murmullos. Por supuesto que la mayoría se parece a la época en que
vive, que muchos en Cuba se parecen a Cuba, y estas similitudes son bien-
venidas entre ellos. Cuando el país se parezca a uno, parecerme a mí mismo
será secundario, prescindible.
(De Por qué estoy fuera del juego, Editorial Fiebre amarilla, Segovia,
España, 2008).
145
Pasillo
Una broma, de las bien amargas.
––¿Cómo prefiere que lo fusilen, Padilla? ¿Con los ojos vendados o
prefiere que le cuelguen de los huevos en una plaza pública?
¿Y si es más que una broma del rústico oficial, que lo intercepta
en el pasillo mientras lo llevan a la oficina de interrogatorios?
Recuerda a Andrei Siniavssky, a Mandelstam. Recuerda a Dos-
toievski cuando le disparan balas que no son de verdad. Recuerda
una cárcel de la KGB que no debe recordar porque jamás sucede
para él.
¿Y si, como no hace falta imaginarlo, resulta ese un preámbulo
a las torturas que le esperan puertas más allá?
El oficial, un esmirriado teniente, con ojos rapaces, sabe, por la
mirada del poeta, por sus murmullos culposos, que no hay respuestas,
solo dudas, miedo, un pasillo del tamaño de la poesía que, lógico
será aseverarlo, el oficial no va a leer.
––Póngase el cinturón, Padilla. Acá hasta los mudos cantan. Así
que escoja si de tenor o bolerista.
146
Patriotismo
147
Pavón
148
Postales
149
A Belkis Cuza, su esposa por muchos años, le escribe una postal
desde Hungría (septiembre de 1974) que redunda en el acertijo sa-
grado de toda su existencia: Amar en esta época es un peligro irremedia-
ble para la época.
150
Puro conformismo
151
Sicología francesa
152
Conversan sobre la influencia que dejan los pensadores franceses
de ese momento. Baudrillard es el de los espejuelos negros, sonríe Josette.
Heberto prepara un steak que incluye a franceses como Lyotard o
Foucalt y a algunos no franceses como Eliade o Cioran.
A la sicóloga no le gusta Queneau, le parece desabrido, tan arti-
ficioso como una ciruela cultivada en Marte. Heberto enfila en otra
dirección. Raymond Queneau lidera al Oulipo. Igual llevan diver-
gencias sobre Houellebecq.
Un par de horas y ya Josette exhibe una curiosa borrachera. Graz-
nidos incoherentes mezclados con risas espontáneas. Heberto desea
abandonarla, pero llegan confesiones, la rara misión de asesoramien-
to, los múltiples casos de homosexuales entrevistados.
––Que te metas en la cama con muchas mujeres no te priva del
peligro de la homosexualidad.
¿Esa es su teoría? ¿Su consejo? ¿Así piensa alguien que puede leer
con distinción a Baudrillard, a Vattimo, rebatir algunas etiquetas
del posestructuralismo, y desafiar a Lacan?
Heberto siente asco por la francesa. Escucha la andanada contra
esos bichos que deben aniquilar, dice ella, como si se tratasen de
insectos invasores.
Aléjese de los artistas, fue la última bomba de Josette Sarcá. La
última que Heberto escucha esa noche. Aléjese de los artistas, sin
saber que su compañero de copas enhebra esa bandera.
––¿En qué parcela de la sociedad se reproducen mejor? ¿Cuál es
el hábitat más atractivo para ellos? Con los intelectuales, con los
artistas. Bailarines, poetas y cineastas llevan esos genes en la sangre.
Y Heberto sabe que jamás compartirá un brindis con una sicóloga
francesa.
153
Resistencia (obligada)
154
Retrete
155
Reconciliación
156
Secuestro
157
Siameses
158
El juez no sabe qué decidir, pero decide. La novela del año será
compartida.
Heberto y su hermano se resignan. Comparten derrota y victoria
a menos de un paso.
Al otro día comienza a escribir una novela sobre una pareja de
siameses que escriben, por separado, un único libro llamado Fuera
del juego. Uno lo escribe desde la izquierda política y el otro desde
el lado opuesto.
La idea es buena, pero siente tal acto como una opresión incon-
trolable, y desiste. El otro es, al final, quien escribe ese libro.
159
Simple divertimento
160
que era quien colgaba el cartel de yo mando aquí, hay que hacer aquello que
yo estime prudente.
Nicolasa Guillén, Virgilia Piñera, Regina Pedroso y Josefa Lezama
Lima se alojaron en destartaladas habitaciones y por la noche, después
de una irrisoria cena, recibieron la invitación para una gala literaria
donde debían zamparse las lecturas de varios de los infames escritores que
les acompañaban. Virgilia Piñera dijo que mejor bebería alguna copa en
un bar cercano. Nicolasa no pudo impedírselo, también clamaba por un
escape que debía zambullir dentro de su simulada oficialidad. Las otras
pretendían demostrarle su fidelidad en toda circunstancia, y quedaron allí.
Y durmieron plácidamente mientras sus colegas leían poemas somníferos.
Plácidamente no. Mientras ocurría la lectura, Nicolasa soñó que en una
de las calles del paraíso se encontraba a un hombre que se dedicaba a comer
libros de autores cubanos. Tienen sabor horrible, le dijo el anciano, que
masticaba una novela recién publicada. Los que peor saben son esos de Gui-
llén, demasiado ríspidos, como si el condimento más artificial fuese el propio
nombre del autor. Cuando Nicolasa intentó reprender al comedor de libros,
asirle el cuello, despertó con sus manos en el cogote de un poeta de Costa Rica.
Regina Pedroso soñó que se suicidaba seis veces. Sin éxito, o con éxito, se-
gún se mire. Suicidios estrambóticos. Uno de ellos consistía en vivir como ciu-
dadano normal en su país. Una voz desde el interior del sueño le rumoraba
que este episodio onírico resultaba muy agotador, ningún castigo se antojaba
tan drástico. Despertó sobresaltada, creyendo que estaba en su casa, viviendo
y muriendo el suicidio como punición final de sus días. Después el alivio la
atravesó por unos pocos segundos.
Josefa Lezama Lima sufría espantosas pesadillas, noche a noche. Recelaba
de esos límites casi incomprensibles entre sueño y realidad. Su ingenio le
había hecho capaz de crear puntos intermedios. Saltaba de un lugar a otro
con impenitente autonomía. Lo que no podía controlar era el asunto referido
al salto. Al momento del salto. Momento que podía durar medio minuto
o unas horas. En ese momento ella no pertenecía a ninguno de los sitios.
161
Buscaba con su ingenio la manera de penetrar esas redes, pero le resultaba
imposible. En el salto ella no era ella, no pertenecía a lugar alguno, no
existía. Después entendió que era testigo y parte de una de las metáforas más
sugestivas con que la muerte acorralaba los sueños, y entendió que Freud,
Borges, o cualquier otro, envidiarían torrencialmente esas sensaciones.
Entonces sería preciso entender que Josefa no durmió ni estuvo despierta
mientras acontecía la velada literaria. Estaba en el lugar llamado salto.
Virgilia llegaba tarde y al ver a sus amigas dormidas decidió, después de
sentarse en una de las últimas sillas del teatro, echarse a los sueños como dó-
cil dama penetrando una dócil novela fantástica. No tuvo sueños relevantes.
Soñó, más bien, con flores. Flores espectrales y dormidas.
Cuatro escritoras cubanas se fueron al paraíso, pero el paraíso era dema-
siado parecido a lo que ellas no creían que fuera el paraíso.
162
Soplar las velas contrarias
163
Sucesiones
164
Una patria distópica, una patria que envolvemos con hojas de
lechuga romana y hojas de coca y después le metes el almíbar que se
extrae de los tomitos de Huxley o, incluso de George Orwell.
A partes iguales, concluye.
A José Antonio Portuondo no le hace bien el chiste. Lo dice
públicamente en una asamblea de escritores a la que Heberto va
con aire triunfante, pero recibe un bombardeo de chistes de algunos
colegas.
De una manera más escrupulosa, Portuondo le avisa para encon-
trarse al día siguiente en su oficina.
Heberto no prepara defensa alguna porque, si esa fuera la
posición, entonces no valdrán defensas. Portuondo tiene fama de
tozudo, no simpatiza con revoltosos, mucho menos si vienen de la
escritura. Ha hecho una carrera a golpe de bramidos y espuelas,
conectado a cómplices infalibles y derribando lo que huela incluso
a apoliticismo.
Heberto va a la reunión con el delegado de escritores con un libro
de Montesquieu porque intuye que ese gesto le anuncia a Portuondo
que las leyes consienten, cuando menos, un empate de criterios
(eufemismo imperceptible, por ajeno, que no lo repara Heberto ni
aun desde su desvergonzado optimismo).
Portuondo no lo saluda, le pide que se siente y, sin apartar la vista
de un bulto de papeles, suelta sus rugidos.
––Aquí está el hombre que quiere sucesiones. ¿Con cuál de los
presidentes de tu infame cuento simpatizas?
Heberto no tiene palabras y tampoco piensa gastarlas. Que el
mamut hable. Que arme su propio circo, piensa, y calla. Por los siglos de
los siglos.
165
Sueño dentro del sueño = realidad
166
La radio puesta y una enjundiosa melodía de Joaquín Nin-
Culmell (el hermanito cubano de Anaïs).
Claro que El Capital es un libro trascendente. La producción ca-
pitalista transferida a una novela de rapiña, responde a las paredes
vacías, a su casa vacía.
167
Suerte, camarada
168
––¿Me van a llamar?
––Por supuesto. No se haga el pillo o el valiente, que nada de eso
sirve en ese lugar.
––Usted perdone, pero hay dos bandos contra mí, los envidiosos
y los chivatos. Si es que no están en el mismo.
––Lo de los chivatos es una cuestión de perspectiva, algunos lo
llaman colaborar, ajustar engranajes, vigilar trastornos ideológicos.
Y quién va a tener envidia de usted, con el respeto que pueda mere-
cerse. Su librito lo escribiría hasta un niño de primaria.
A Heberto la sangre le brota de una forma que parece irrefrenable.
Desea golpear a Portuondo, mira en derredor y calcula las armas del
posible homicidio. No es hombre de impulsos desmedidos, puede
controlarse, pero esta vez le será más difícil.
––Despierte, Padilla, aunque pueda parecer lo contrario, yo estoy
de su lado. Tiene tres o cuatro días para poner en orden sus ideas.
Esta gente juega al duro. Coopere en lo que deba cooperar. Si puede,
mantenga su prestigio. ¿Cómo puede hacer las dos cosas a la vez?
Averígüelo en la marcha.
––¿Militares?
La rabia de Heberto une desconcierto, temores, sorpresas y las
dudas sobre ese interrogatorio que, sospecha, no llevará razón cul-
tural alguna.
––No meta el personaje de intelectual a lo Sartre o Roque
Dalton. No vaya con citas a Maiakovski o Brecht. No se haga el
guerrillero del micrófono. Ni les suelte el cuentecito de su admirado
Monterroso, que esos saben más cuentos que usted y Monterroso
juntos.
Heberto imagina lo que le pasará, pero lo imagina mal, o con
una distorsión extraña, lo imagina como si fuera otro, como si le
sucediera a otro. Imagina el interrogatorio, las preguntas, los rostros
de quienes preguntan, como llega a su imaginación. Imagina que
169
bromean con algún asunto referido al propio Heberto, o a ese librito
que puede escribirlo hasta el más inepto de los escolares del país.
Piensa que imaginar lo que va a sucederle es una forma sensata de
prepararse para ese temido encuentro.
Portuondo no le desea suerte, aunque Heberto percibe en el fun-
cionario una mirada lejana de conmiseración.
Intenta encontrar a Guillén en algún sitio, pero las noticias son
turbias y hasta evasivas. En su oficina le dicen que Nicolás lleva días
por México, y en su casa, una voz que no reconoce, le confiesa que
el poeta se ha ido a resolver asuntos familiares al interior del país.
¿Qué es eso del interior del país? Se pregunta un asombrado y atur-
dido Heberto, que desplaza su curiosidad por encima del pesimismo
que siente.
Carpentier anda lejos de Cuba, en alguno de esos interminables
cortejos culturales, tan normales para la burguesía europea. Los
otros amigos anclan más abajo que el propio Heberto.
––Puede que algo importante pase allá dentro y no sea muy a
favor mío ––le dice a su esposa.
170
Tiempo
171
Tormenta
Carpentier le escribe a través de otros, que entregan cartas, mensa-
jes, de manera discreta (sin confiarse siquiera de los gorriones).
Lo lamento. Cuídate. Aprende, si te es posible, por inverosímil que sea,
del dolor. Devuelve la literatura. Chilla hacia adentro.
Ese es un mensaje. Heberto destruye todo lo que llega. No lle-
ga mucho y aun así prevé proteger a su amigo. ¿Amigo? No todos
poseen el temple para renunciar a sus prebendas en favor de alguien
que no quiso las suyas. Eso le dice a Belkis.
Cuando crees que tienes amigos solo aparecen fantasmas, escribe en su
diario del 9 de noviembre de 1971.
Nicolás intenta visitarlo a la cárcel. Desea creer eso que le cuenta
Pablo Armando Fernández.
¿Quieres irte? ¿Quieres quedarte? Toma una decisión y yo te apoyo.
Es el mensaje que Guillén puede deslizar en un bolso que Heber-
to lleva consigo. Ocurre en una tienda cercana a la casa de Heberto.
Guillén calcula la escena, entrena todos los detalles. Conoce iti-
nerarios, manías, gustos de Heberto. Que parezca azaroso ese en-
cuentro, una coincidencia que los vigilantes encubiertos no puedan
descifrar.
¿Cómo va apoyarme, si cuando lo necesito desaparece?, le pre-
gunta Heberto a Belkis.
172
Al menos no da un mitin en tu contra, como la mayoría, le replica ella.
Heberto reconoce que las diferencias entre amigos y enemigos
pueden esfumarse cuando aparece una tormenta.
Y él está en medio de una.
173
Trabalenguas
174
Traiciones
De traiciones sabe mucho, las sufre en cuerpo propio. Si en este país se hiciera
una estatua a cada traidor (y como traidor entiendo a quien no posee lealtad
suficiente ni siquiera consigo mismo) las calles se llenarían de estatuas…
¿Yo soy un traidor? Depende. De si me lo pregunta un traidor o un no
traidor.
(De una carta a Miguel Littín, 4 de mayo de 1970).
175
UMAP
176
Néstor Almendros, que realiza junto a Orlando Jiménez Leal,
Conducta impropia, fiero testimonio sobre el carácter represivo de
aquellas instituciones patibularias, reconoce la casi segura presencia
de Heberto en ese infierno.
Se escondió entre sus escrúpulos, se hizo invisible detrás de prejuicios y
abominaciones. Pregúntenles a sus amigos dónde estuvo entre los meses de
abril a noviembre de 1966, razona Almendros en una entrevista a Da-
niel Hermoso.
(Yo no me niego a estar muerto, Letras Libres, 27 de febrero de 2004).
177
Verdad
178
Villano
Un mes en una celda. Sabe que no habrá peor lugar o peor tiem-
po, que, incluso después de recuperar su vida fuera de allí ya no
ahuyentará cada minuto, cada hora, cada pedazo de aquel horrendo
lugar. Los gritos a su alrededor, ratas aturdidas por la lobreguez,
los insectos más imprudentes, grillos chillones, la risa de algún
carcelero, la mirada entre lasciva y amenazante de otro convic-
to, olores imborrables más allá de siglos. Después ya no escribirá
como antes, sino como un alienado, un pensador revestido con
disfunciones, el mercenario de la película ajena y con la bandera
propia.
Lo golpean, con saña, sin importar que sea un poeta endeble (una
redundancia descrita hacia territorios menos solemnes, se resigna
a creer). Torturas sufre. Llega el día en que pierde la noción de
que la tortura sicológica existe desde tiempos imborrables, y que ya
anda junto a él, como una amiga peligrosa, más peligrosa que amiga.
Me lo describe y espera que yo no cuente más.
Se puede morir, pero ni morir resulta trascedente. Lo barren como
a una fórmula matemática. Es la máscara horrible que deja la ficción
que otro inventa. Una simple letra, la h, en el medio de palabras
discriminatorias y asesinas.
Puede dispararse una bala. Puede irse a la Sierra Maestra. Puede
meterse en un cuartucho anónimo, insignificante, y tener una vida
179
anónima e insignificante, o puede compartir el grado opuesto, escri-
bir inmensas odas de salutación y gloria a la patria.
Puede buscar las mil maneras de escapar (que nunca terminan).
Puede esperar que un olvido consciente le lleve hacia parajes de
olvidos inconscientes.
Puede resistir.
No puede.
180
Zozobra
A qué o a quién culpar porque no tengas una sola vida, pregunta Dolmer
Serranz en su libro El cumpleaños de la espiga, y supone que uno
responderá por él (lo que excluye su posesión exclusiva: renombrar
esa posesión).
Culpas.
De la circulación binaria de todo lo demás (incluso de lo que no
circula). El estatus binario. De un filósofo griego que hablaba des-
de el humo. Del poeta ruso que citaba a poetas malos pero escribía
como los buenos. De quien escribió sobre un hombre al que se le
muere la madre y se mantiene impasible y que después lo iban a
matar y seguía impasible. Del que justifica un estado de la ficción
donde viven varios seres cercanos a nosotros. De quien construye
una microescala de la gran experiencia global. Del sepulturero que
necesita un campo de ideas culturales para que su trabajo fluya. De
estar muerto mientras quien te odia se mantiene vivo. De estar vivo
mientras quien te quiere se mantiene muerto.
Solo lo que no es real sobrevive a lo que parece real.
181
La tarde. 2:41
182
––¿No quiere quedarse?
––No quiero que nadie siga contando mi historia.
––Es una manera muy explícita de renunciar.
––No, es una manera de seguir contando mi propia historia.
––¿Tú eres el fantasma de Heberto Padilla?
––Yo soy el fantasma de todo el mundo.
183
GENEALOGÍA SILVESTRE
DE HEBERTO PADILLA (1974-)
1974
187
1976
188
1979
189
2004
190
2005
191
2023
192
––Hacia dónde vamos.
––A donde nuestro sentido de la orientación nos lleve.
––Pero si no tenemos sentido de la orientación, con tantos años
de orientación hacia el mismo lugar no sabemos ir a otra parte.
––Que ya sabremos, te lo digo yo.
––¿Y si no llegamos?
––Siempre se llega.
––¿Y si lo que hacemos es volver al mismo sitio del que salimos?
––Cuando te vas, te vas, y cuando te quedas te quedas.
––Esa fórmula no es tan exacta.
––Pero es la mejor que tenemos.
193
Heberto Padilla (Puerta de Golpe, Pinar del Río, 20 de enero de
1932 - Auburn, Alabama, Estados Unidos, 25 de septiembre
de 2000).
De los más influyentes poetas cubanos de la segunda mitad del
siglo xx. Escapó del neorromanticismo inicial y se cobijó en
un estilo desenfadado, diferente a la mayoría de su generación.
Convertido en figura esencial del coloquialismo, escribió
un laureado y divergente libro llamado Fuera del juego, que
causó múltiples lecturas, algunas acodadas en extremismos
deplorables. Entre sus fuentes de inspiración aparece la
inocencia, pero una inocencia trasvertida en descubrimiento
y decepciones, también el curso de una épica abrigada en
suntuosos declives líricos.
194
ÍNDICE
La mañana. 9:32 / 11
Genealogía silvestre de Heberto Padilla (1932-1971) / 13
1932 / 15
1939 / 16
1942 / 18
1944 / 20
1948 / 21
1950 / 22
1955 / 23
1956 / 24
1958 / 25
1959 / 26
1960 / 27
1962 / 28
1964 / 29
1965 / 30
1966 / 31
1968 / 32
1970 / 33
1971 / 34
1972 / 35
1973 / 37
Breves representaciones cósmicas de Heberto Padilla / 39
Aberración / 43
Abdicar / 44
Adormecer / 45
Alerta / 46
Amaneceres / 47
Atardeceres / 48
Autocrítica / 50
Bandido / 51
Blandengue / 52
Bestias / 53
Carro de policía / 54
Casa / 55
Cambio de labor / 56
Cabeza de impostor / 58
Cardenal de La Habana / 59
Casi poeta / 60
Cazar al lobo ruso / 61
Celda tapiada / 63
Chericián / 64
Citas / 65
Conocimiento versus desconocimiento / 66
Contrincante / 67
Culpas / 68
Deudas / 70
Ductilidad / 71
Ejército Rebelde / 72
El camión de la basura / 74
El gabinete del doctor Caligari (Unas notas de UlrichWinkler) / 75
Enférmese / 76
Esplendor / 77
Eugenio d´Ors / 78
Extranjeros / 86
Familia / 87
Fantasmas / 90
Frases de otros / 91
Gavilanes / 92
Guillermo Cabrera Infante / 93
Habitante / 96
Hay algo encantador en comer manzanas rusas / 97
Hebertistas / 98
Herida / 99
Hienas / 100
Higiene social revolucionaria / 101
Historia de la poesía cubana / 102
Hombre bueno, hombre malo / 105
Inglaterra / 106
Influencias / 107
Insultos / 108
Interés del Estado / 110
Jorge Edward / 111
Juego en contra / 114
Las imágenes del coto sagrado / 115
Las preguntas del miedo / 117
Lectura de proclama / 118
Literatura / 120
Lujos / 121
Mapas / 124
Mayoría / 125
Minoría / 126
Montañas / 127
Monstruo / 133
Morir no resuelve la posteridad / 134
Norberto Fuentes / 135
Novelas / 137
Opresiones / 139
Otro sueño / 140
Palabras / 142
Paraísos / 143
Parentescos / 145
Pasillo / 146
Patriotismo / 147
Pavón / 148
Postales / 149
Puro conformismo / 151
Sicología francesa / 152
Resistencia (obligada) / 154
Retrete / 155
Reconciliación / 156
Secuestro / 157
Siameses / 158
Simple divertimento / 160
Soplar las velas contrarias / 163
Sucesiones / 164
Sueño dentro del sueño = realidad / 166
Suerte, camarada / 168
Tiempo / 171
Tormenta / 172
Trabalenguas / 174
Traiciones / 175
UMAP / 176
Verdad / 178
Villano / 179
Zozobra / 181
La tarde. 2:41 / 182