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© Carlos Esquivel Guerra

Sobre la presente edición:


© Carlos Esquivel Guerra, 2020
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y contempla tu vida,
y contémplate ahora como eres
porque esta será la última vez.
Heberto Padilla

Di, al menos, tu verdad.


Y después
deja que cualquier cosa ocurra:
que te rompan la página querida,
que te tumben a pedradas la puerta,
que la gente
se amontone delante de tu cuerpo
como si fueras
un prodigio o un muerto.
Heberto Padilla

Lo imaginario es aún más real que la realidad.


Thomas Bernhardt
Víctimas y victimarios concurren aquí. Yo no quise ponerlos
en mejor o peor sitio. Yo no quise que la verdad demoliera
las oscuridades de un proceso que aún no revela sus mejores
verdades. En mi literatura la verdad no es sustituida por algo
que parece la verdad, sino por algo que pretende sugerirla,
no siempre de forma tradicional. Cuestión de elecciones.
Diría que es un juego si un juego fuese, pero a esta altura
de la Historia, los juegos no me valen. La ficción es prima
hermana de la realidad. Primas que, justo es reconocerlo, no
se llevan muy bien. Yo no pretendo amistarlas. Cada cual con
sus culpas. Cada cual con sus rollos.
Me disculpo ante quien pueda ofenderse por estas páginas. No
es mi intención ofender ni tampoco disculparme. Eso deja la
balanza en un sitio donde las culpas tienen, necesariamente,
otros nombres.

7
Una idea que estuvo a punto de ser otra idea. Las ideas cambian
como los sucesos que pueden arrastrarlas.
LA MAÑANA. 9:32

Descubro (más que descubrimiento es intuición) que eso de la


trascendencia resulta una trampa de Dios, o de alguien muy
próximo, para mantenernos entretenidos e ilusionados, los libros
mueren cuando uno muere. La única trascendencia posible o real es
la ilusoria.

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GENEALOGÍA SILVESTRE
DE HEBERTO PADILLA
(1932-1971)
1932

Nace en Alabama, exactamente en Montgomery. Sus padres pasan


una temporada allí. Después regresan a Cuba, se instalan en La Ha-
bana, pero la feroz dictadura de los M.M. (Menocal y Mendieta) los
obliga a asentarse en un pueblo cercano a Pinar del Río.
En ese año Adolf Hitler gana sus primeras elecciones en Alema-
nia con el Partido Nazi.
Varios terremotos sacuden el oriente cubano. Santiago de Cuba
sufre una mediana devastación. No es la única catástrofe que asola a
la Isla en esos meses. Un horroroso huracán arrasa con varias provin-
cias y deja no menos de tres mil fallecidos.
Pío XI viaja a Cuba y ofrece una soleada misa (así la describe Án-
gel Gaztelu en el Diario de la Marina, 19 de junio de 1932).
Henry Michaux gana el premio Nobel de Literatura.
Scarface, La venus rubia, Tarzán de los monos, El signo de la cruz, La
legión de los hombres sin armas, Grand Hotel, El expreso de Shanghái,
Adiós a las armas, son algunas de las películas estrenadas ese año.
Una coincidencia: Aldous Huxley publica Un mundo feliz.

15
1939

Retorna junto a su familia a La Habana. Carlos Hevia se encuentra


en el poder. El clima político del país no distiende de años ante-
riores; cierto que suceden algunos cambios en ese clima: inaugura-
ción de cooperativas agrícolas, creación del Instituto Nacional de
las Ciencias (con el nombre de Felipe Poey), descubrimiento de los
primeros pozos de petróleo en aguas jurisdiccionales cubanas, entre
otros.
El mundo parece una apacible comarca de pastores belgas. Las
sacudidas vienen y van, de territorios con una infamante naturaleza
cultural.
En los Óscar de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográfi-
cas (que de ciencia no tiene un ápice y de arte muy poco, le dice He-
berto a Rine Leal y a Carlos Franqui en una noche de cervezas y jazz
en El Gato Tuerto, muchos años después), la película Cumbres borras-
cosas gana once estatuillas, muy por encima de la más publicitada
Lo que el viento se llevó, que solo logra lauros en categorías inferiores.
En La Habana sucede un concierto único del afamado cantor Car-
los Gardel. Al volar de regreso a Argentina, donde el ilustre tan-
guero tiene su residencia, el avión en que viaja cae al mar. No hay
sobrevivientes. No pueden encontrarse los cadáveres.
Eliseo Diego publica uno de los poemarios fundamentales de la
lírica cubana, Breviario en Madrid.

16
Se puede reconocer a este año como el amanecer literario de He-
berto Padilla. Lee, por sugerencia de una tía, a autores de varias
épocas y estilos. Quién le atrapa. Quién lo sujeta con más devoción.
Verne, Salgari, Dumas. A esa edad (a no ser que te pinten como
genio) las percepciones corren a la velocidad de tus años.

17
1942

Ramón Grau San Martín, ministro de Relaciones Exteriores de


Cuba, recibe en su despacho a Benito Mussolini, líder del Partido
Socialista Italiano, y hablan, según declaraciones, semanas más tar-
de, de Grau al periódico Mañana es ayer, de cine experimental.
El joven Heberto contempla esta noticia arrobado por dudas
“infernales”: ¿Qué es eso de cine experimental? ¿Puede un hombre
vestido como ese Mussolini, de regio albornoz de guerra, ponerse
a desparramar sobre cine experimental? ¿Puede un ministro
cubano de Relaciones Exteriores hablar tan campante de cine
experimental?
Años después, en 1961, se encuentra al antiguo cabecilla del Par-
tido Socialista Italiano en el festival de cine de Locarno. Por coin-
cidencia se han sentado, en sillas cercanas, a ver la misma película
en la Piazza Grande, bajo una inoportuna lluvia lombarda (por evi-
dentes razones le gusta llamarla así). A Heberto no le cuesta mucho
identificar al reconocido italiano, quien no lleva una profunda vida
en las cortes del poder político o militar, pero sí dentro de la escan-
dalosa farándula artística de su país, como el fugaz matrimonio con
la actriz Sophia Loren.
Al terminarse aquella película (versión norteamericana de El gabinete
del doctor Caligari, actuada por Warren Beatty, como el trastornado
doctor, y Dennis Hopper en el no menos kafkiano y sonámbulo

18
Cesare), Heberto se acerca a Mussolini y le pregunta qué cree del cine
experimental.
Benito Mussolini lo mira con perplejidad o asombro y luego con
evidente desprecio, todo antes de contestarle:
––El cine experimental es lo que hace quien no sabe hacer buen cine.
¿Y Robert Wiene, y Murnau, y Buñuel, y Fernand Léger?
Heberto no le replica con tales nombres porque la insolencia del
italiano deja en al aire un rastro de respuestas tardías, las que no
puede responder cuando apenas es un jovenzuelo de veinte años y él
mismo desconoce qué demonios es el cine experimental.

19
1944

Asiste emocionado al sepelio de José Martí. Tiene doce años y co-


mienza a entender que hay emociones irreconocibles. Martí muere
en Tampa mientras redacta sus memorias. Un año antes publica uno
de los libros más seductores de la poesía cubana, Arboladuras. Una de
las primeras lecciones de Heberto, como también lo serán Versos sen-
cillos, Ismaelillo y Silvestres Nueva York (la segunda novela escrita por
Martí).

20
1948

Escribe sus primeros poemas y son, a criterio suyo, descendientes de


conciencias desamparadas.

21
1950

Publica dos poemas en la revista Pórtico. Es la pérdida de su virginidad


editorial, comenta con festiva conmoción a algunos de sus amigos.
Apedrea junto a parte de esos amigos el Palacio Presidencial.
Encarcelado por horas, sale en libertad con primarias advertencias
y gracias a la gestión de un amigo de su padre, empleado en la
magistratura de la presidencia que ostenta Carlos Prío Socarrás.

22
1955

En Cuba sucede la Tercera Intervención, porque se impugnan o


colapsan las hegemonías de varios partidos políticos. Los intereses
yanquis en la Isla se bambolean y el entonces presidente del norteño
país, Franklin Delano Roosevelt, envía tropas. Veinte mil hombres
desembarcan por distintos puntos, cientos de aviones sobrevuelan
el cielo cubano, y la medida más dramática refiere en confiscar o
apropiarse de grandes corporaciones sujetas a débitos de empresarios
y comerciantes del país agresor. Tal intervención dura ocho meses,
pero Heberto no sabe las consecuencias que traerá y prefiere andar.
Actitud cobarde o inmadura, reconoce más tarde. Viaja a Caracas.
Allá logra publicar su primer libro, un tomito de poemas llamado
Ballet nocturno. Conoce a Andrés Eloy Blanco. Se encuentra con
Jacobo Arbenz, militar y político guatemalteco, que prepara una
revuelta guerrillera en su nación. Le sugiere que antes de entrar en
su país busque apoyo incondicional, o condicional, de otros países
de la zona. Una noche se emborracha con el futuro presidente de
Guatemala y entonan un gracioso estribillo: Los chingados yanquis me
la van a chupar, me la van a chupar.

23
1956

Vuelve a Cuba. Cuba es un hervidero de emblemas seudo-


democráticos. Estados Unidos abandona el control y muchos de los
partidos, casi todos, intentan ganarse el favor de los amos norteños.
Ninguno lo logra, al menos de manera rotunda y visible. Estados
Unidos anda inmerso en su guerra contra la Unión Soviética. Guerra
que a la larga no tendrá vencedores o vencidos, solo condenados.
Heberto apoya, aunque con tímida resolución, la causa soviética. La
patria de Chejov contra la de Faulkner, le expresa a un amigo, y en tan
singular contienda prefiere a Chejov. Probablemente sabe que no es
guerra literaria, a pesar de que en el fondo todas las guerras lo son:
En una empalizada, o en una trinchera yacen, de un lado, Dostoievski,
Pushkin, Chejov, Tolstoi, y del otro, Whitman, Herman Melville, Eliot,
Faulkner. Y viene un bombardeo de Ana Karénina, Eugenio Oneguin,
Crimen y castigo, El jardín de los cerezos, a la que los otros replican con
obuses que lanzan Hojas de hierba, Moby-Dick, La tierra baldía, El ruido
y la furia. Pelea pareja, pero me decanto por los rusinskis.
(Carta a Pablo Orellana, 7 de octubre de 1956).

24
1958

Golpe de Estado de Fulgencio Batista. Heberto encarcelado otra


vez. En la cárcel escribe lo que él nombra su insignia política: Me
atraco de resistencia hasta que la resistencia comienza a ser lo que mis ene-
migos quieren.

25
1959

Viaja a Moscú. Admira el gobierno de Trotsky, aunque comienza a


repudiar algunos aspectos, sobre todo, aquellos que tienen corres-
pondencia con la libertad de expresión y el trato a los intelectuales.
Alzamiento de Fidel Castro en la Sierra Maestra. Parten desde
Costa Rica en una fragata atestada de fusiles, escopetas, pistolas y
algunos obuses.

26
1960

Vuelve al país y se involucra en algunas acciones pacíficas (otras no


lo son tanto) contra Batista. Funda la revista Ciervo herido. En ella
publican las figuras más encumbradas del arte literario cubano del
momento: Guillermo Cabrera Infante, Severo Sarduy, Julián de Ca-
sal, Virgilio Piñera, entre otros.

27
1962

Cierre violento de Ciervo herido. Es apresado y lo obligan a firmar


un manifiesto de “tranquilidad ciudadana”. ¿Lo firma él o alguien
lo firma por él? Regresa a Moscú, pero ya Moscú no es como quiere
que sea. Protesta junto a varios intelectuales por el encarcelamien-
to de Solzhenitsin.Visita por horas París y cena en la casa de Julio
Cortázar; luego emprende viaje por media Europa: Polonia, Ruma-
nia, Italia, Grecia, Bélgica, Suecia, Hungría, Portugal (comparte
almuerzo con el gran poeta Fernando Pessoa), Finlandia, Checoslo-
vaquia y Bulgaria.

28
1964

Traduce a Salomėja Nėris, poeta lituana de la que se prende miste-


riosamente. Empresa ardua, le comenta a Pablo Armando Fernán-
dez en una reunión de escritores. Demasiado tormentosa para ser tan
revolucionaria, resume. Trata de re-fundar Ciervo herido desde una
clandestina y anónima compostura. Imposible: no recibe el apoyo
deseado. Los escritores de mi país parecen nadar en aguas demasiado pací-
ficas. Lo que me preocupa no es esa actitud. Me preocupa que no sepan, o no
quieran saber, que esas aguas pacíficas esconden insospechadas turbulencias.
(Carta a Octavio Paz, 18 de septiembre de 1964).

29
1965

Se va a vivir (él lo llama refugiar) por unos meses a Camagüey. Quie-


re recuperar el efecto sedante que deja una mediana metrópolis cul-
tural. Quiere crear otra revista como Ciervo herido, y aunque no lo
conquista del todo, sí puede editar dos números de un boletín que
llama Malaño. En sus páginas corren críticas envenenadas a algunos
escritores plegados a posturas oficialistas del Gobierno. Hacia fina-
les de año regresa a La Habana.

30
1966

Nace su primer hijo. Asiste a la conferencia Marginalidad y signos


poéticos, de Jean-Clarence Lambert. Viaja por diez días a Buenos Aires
y allí conoce, entre otros, a Juan José Saer y Osvaldo Lamborghini.
Es conocida una de sus “travesuras”. Ocurre en un bar de la avenida
Corrientes. Se hace pasar por hijo de Roberto Arlt y de ese modo
logra beber gratis toda la noche. Escribe una elogiosa reseña sobre
un libro de Cabrera Infante que no agrada a la oficialidad cultural
cubana. Visita Santiago de Cuba: sufre un accidente del que sale
milagrosamente ileso. Conversa con Jean Paul Sartre en la entrada
de la Biblioteca Nacional. Habla sobre hasta qué punto la poesía
puede, o no puede, expresar la represión del poeta, y a Sartre pudo
asombrarle que la imagen de Heberto pareciera salir de una urgencia
imposible de contener.

31
1968

Le escribe a Gabriel Celaya. Admiraciones, provocaciones, supues-


tos hilos en común y una ristra de poemas. Viaja a Caracas. Extraña
los días de su primera estancia, el recuerdo de un Jacobo Arbenz
tambaleante y vivaracho, la solemne faz de Andrés Eloy Blanco.
Tampoco Caracas parece igual. La extrañeza se convierte en premu-
ra. Vuelve lo más pronto que puede. Su libro Fuera del juego logra
el premio de la Unión de Escritores en Cuba. En una carta a Julio
Cortázar desgrana frases peligrosas: Vivimos en sociedades (de)marcadas
por el aborrecimiento de eso que llaman —con despectiva suspicacia— inte-
ligencia. La mayoría de las personas prefieren ser estúpidas. Condición que
se les impone con pistola en mano: la vida o la estupidez.

32
1970

Presentación de Fuera del juego. Ambiente sórdido. Pocos amigos


allí. Pocos aplausos en su lectura. Hace una broma que solo ríen las
personas de servicio del lugar. Escribe varias cartas a José Lezama
Lima. En una reconoce que la poesía, su poesía, va atada a un des-
tino marcado por su relación con la muerte. A Lezama no le gusta
ese comentario. Lo reprime, ni siquiera personalmente, en carta al-
guna, sino que publica una extensa reseña del poeta en la que alaba
su notoria sencillez para domeñar “el ruido” de la imagen; párrafos
más allá tuerce el rumbo y carga contra Padilla llamándolo, entre
otros degradantes epítetos “poeta de expresión silenciada”. Hacia el
final de la reseña, José Lezama Lima declara que la “fosilidad” de la
poesía cubana es aprehensible en poetas que no tienen más lenguajes que el de
su realidad. A Heberto no le entusiasma la traición crítica del gordo
Lezama, pero supone que este no habla solo, que esa reseña no es más
que un gramo de un plan mucho más ambicioso, de gente mucho
más ambiciosa. Nace su segundo hijo, una niña, Kira.

33
1971

Condenado a un año de cárcel, que se convierte (luego de un mes en


una celda) en prisión preventiva.
Su libro Fuera del juego resulta una ofensa a los recursos democráticos
de la patria, esgrime el acta penal. Este fragmento de carta a Nicolás
Guillén lo escribe días antes de entrar en prisión.
Hermano Nicolás:
No hay peor libertad que aquella que la memoria solo puede reconocer
prisionera de la política, incluso del arte, un arte artificioso y plegado al
estandarte ideológico.

34
1972

Lee. Sobrevive. Padece. Sueña (y a los sueños teme). Pelea sin pelear.
Eso supone. A pesar de vigilancias de todo tipo (la de sus colegas
enmascarados o no, la de anónimos, vaya donde vaya, ahí tendrá
escoltas).
Ni que hiciera falta, le dice cuando puede a Portuondo.
—Estoy sin palabras, sin brazos, sin piernas.
—Déjese de poemas trágicos, Padilla, ¿o es que usted no aprende?
La vigilancia es un proceso rutinario. Sucede en todas partes. No hay
excepciones, solo reglas que seguir. Y hay, por supuesto, una cantidad
enorme de combatientes que no tienen contenido de trabajo.
—Yo no soy contenido de trabajo.
—Lo eres, te lo buscaste.
—No tengo dónde ir. No tengo dónde quedarme.
Desea viajar a Camagüey y le niegan el permiso. Desea viajar a
Pinar del Río y también le niegan el permiso.
Visita sin contratiempos varios cines. Las películas están contro-
ladas por una comisión que no impide que sucedan, semanas tras
semanas, estrenos a los que Heberto asiste. Los vigilantes no pierden
sus rastros. A pocos metros de donde esté.
Ve en el cine Yara esos estrenos y en la Cinemateca puede asistir
a las muestras de homenaje a Tarkovski y Bergman.

35
Al menos por mi culpa se harán más cultos quienes me vigilan,
le dice a Belkis Cuza.
Escribe poco y, por supuesto, no puede publicar en el país. Varios
escritores extranjeros intentan comunicarse con él, aunque esa meta
resulta imposible. Lo sabe a través de Carpentier que, con varias es-
caramuzas, puede saludarlo frente al hotel Habana Libre.

36
1973

Los absurdos no necesitan exagerarse, le dice Heberto a Wichy Nogue-


ras, terminal de ómnibus, 22 de abril de 1973.
¿A dónde va? A ninguna parte. Sale a caminar y encuentra al
poeta, que espera a una mujer.
—Lo único que se parece a un absurdo es otro absurdo ––le dice
Nogueras.
—Un absurdo no saca ventajas definitivas a otro absurdo. Ni
siquiera nosotros los escritores hallamos las diferencias.
—El escritor es un detective desorientado.
—Es un elogio, Wichy. El escritor investiga el crimen que él
mismo cometió. Las pistas no pueden exponerse.
—¿Qué usted cree pasará en este país?
Heberto medita, quizás no sabe qué responder, quizás teme a que
el novicio poeta sea otro de los vigilantes invisibles que lo acosan.
Descarta la suposición, Luis Rogelio Nogueras solo puede disfrazar-
se de lo que ya es.
—Creo que lo peor es que no pasará nada.
Se despiden. Se desean suerte. Y no vuelven a verse nunca más.

37
BREVES REPRESENTACIONES
CÓSMICAS DE HEBERTO PADILLA
Dónde yo estaba mientras sucedía mi vida. Lejos, en otras vidas,
contándolas o falsificándolas.
Fingiéndolas.
Aberración

Aberrado es quien hace posible el reino del poder. O quien no lucha


por cambiarlo. Eso piensa Heberto. Cita a Voltaire y a todos los que
se parecen a Voltaire en una ruidosa conferencia en el Instituto de
Lingüística de La Habana.
Daños colaterales habrá, lo sabe.
Navarro Luna lo reprime con la mirada. Bonifacio Byrne y Rei-
naldo Arenas lo aplauden. Sobre el lomo de ciertos entusiasmos ca-
ben las lesiones negadas a revoltosos infames. Esos aplausos no son
convenientes, al menos en la atmósfera de cloaca que los poetas del
país despiden.
¿Qué es la aberración? Pregunta en conferencia que ocurre el 6 de
junio de 1960, teatro casi lleno, la mitad de complicidades unidas
por el fervor insurgente de su poesía, afiebrada y, en el fondo,
limpia, como el molino de cristal que reprime la patria sucia, la otra
parte cubierta por renegados gloriosos, renegados no tan gloriosos,
infames de cualquier bando, los soplones del ministerio para tales
estorbos.
Por supuesto, él mismo responde su pregunta.

43
Abdicar

La derrota no siempre resulta el peor de los veredictos, ver la palabra victoria


(o triunfo) con qué o a quién va aliada (aliado) muchas veces. El perdedor
resulta un ganador insolente (para quienes regulan las matrices del vere-
dicto).
Muchas maneras concurren para mantener a tu rey vivo. Importa la
conquista ulterior. Desertar excede normas morales de unos y armoniza
en la negación helénica de otros (los griegos parecen derrotados luminosos).
A veces hay que perder las guerras para que se terminen. Duro axioma de
perdedor, pero la derrota será una leve reconciliación con las sombras que
deja el heroísmo. Nadie es héroe si no salva o mata. No adoro o desprecio a
los héroes. Necesarios son. Para idealistas de capas embarradas. Para po-
líticos que arengan a través de esos héroes, viven de ellos, de un canibalismo
patriótico ensordecedor.
(El diálogo de algún día después, Revista Avances, 14 de mayo de
1960).

44
Adormecer

Heberto aprende a dormirse en reuniones o eventos sin importancia.


A pesar de sus traumas de sueño, o de que ni en largos viajes en
ómnibus, trenes o aviones, logra dormitar algo, cuando aparece
un escenario y tipos que proclaman sus bazofias al aire, desconecta
con extrema facilidad las conexiones de su cuerpo y se va a los
pies de Morfeo (decir a los brazos le parece muy común y de una
permisibilidad sexual que no logra asimilar muy bien).

45
Alerta

Portuondo lo deja solo en su oficina con un hombre que viene del


Ministerio, sin especificar a cuál ministerio se refiere.
Asume todas las culpas (otra vez las culpas) o haré un picadillo de
tus sesos. El tipejo sacó una pistola, la cargó para impresionar a He-
berto y este recordó una escena soviética. Recordó que las carencias
arropaban chistes, aunque dolorosos algunos, supremos en el aura
política.
Dispara, dijo, aparentando lo que no sentía: el valor de un prín-
cipe suicida o un guerrero odiséico.
Y el tipejo dijo que no tenían balas, que para la próxima anduvie-
se alerta, porque en algún instante el armamento iba a llegar.

46
Amaneceres

Imposibles casi, algunos ambientados como una larga y oscura pelí-


cula soviética (Grigori Chujrái entra a Cannes en un tanque T-55).
Otros sirven a Heberto para encadenar horrendas pesadillas. Un
miedo a la guerra que puede llegar, y más tarde el insomnio, acom-
pañante traumático de su vida ya traumática.
Los amaneceres son estaciones que discurren hacia una misma
veleta, enhebrada por sueños nunca apacibles o nunca sueños.
Le gusta un amanecer en una plazuela de Montevideo en la que
canturrea tangos junto a Horacio Quiroga y hablan de suicidas in-
nombrables y de suicidios ingeniosos.
Le gusta un amanecer en la casa de Nicolás Guillén mientras ha-
blan de proletarios corruptos.
Le gusta un amanecer en Manzanillo, en una playa cercana a su male-
cón. Manuel Navarro Luna, Regino E. Boti, Guillermo Vidal y Heberto
entran al agua fría de noviembre de 1957. Más tarde, varias escritoras
que los acompañan se desnudan y vienen hacia ellos. Resulta increíble
admitir que no habrá sexo, reconoce con lamentación años más tarde.
Quizás una muy rara manera de acercarse al sexo en grupo. Sin sexo.
Le gusta un amanecer en Montevideo cuando fuma marihuana
por primera y casi única vez. La experiencia, describe tiempo después
a Gabriel Celaya, es similar a deslizarte cordillera abajo, Elvis Presley en
tus oídos, y las manos atadas.

47
Atardeceres

Le gustan los atardeceres de Cojímar. Le gustan los atardeceres en


algunos sitios del Vedado. Le gusta un atardecer en Valencia cuan-
do le dijo a Pío Baroja que el periodismo era una forma terrible de
literatura comparada.
Le gusta un atardecer en Holguín. Visita a la madre de Reinaldo
Arenas y le cuenta a un joven poeta llamado Delfín Prats que la se-
ñora habla igual a como su hijo escribe.
Le gustan los atardeceres en una parte de La Habana más som-
bría, menos habitada, más fantasmal.
Recuerda un atardecer demasiado frío en Moscú. Va por vodka a
un magacín y decide refugiarse allí. Mientras bebe llega una enjuta
mujer con varios bultos en sus manos. Seguro viene tras su marido,
piensa Heberto. La mujer no procura señal de sumergirse en bús-
queda alguna. No pregunta por hombres perdidos, pide algún trago
y luego lo devora muy rápido. Heberto la mira y descubre su paren-
tesco con alguien que conoce y no puede precisar. La mujer levanta
los bultos e intenta ayudarla. Ella se niega sin agradecerle. Persiste.
Desconoce si lo impulsa un aturdido orgullo o los altruistas compa-
ses de una existencia prolongada en asuntos como ese. No le gustan
desagravios o ingratitudes, y a escasos minutos lleva los bultos de la
mujer. Desfilan entre revoltijo de pequeños callejones alrededor de
la avenida Arbat, bordean el río Moscova, y llegan a un apartamento

48
que le parece a él extrañamente conocido. La mujer chapurrea en
ruso frases que Heberto interpreta como tardío agradecimiento. Se
va. Eso intenta. Eso desea. Está de pie ante la enjuta mujer y ella
traza sonidos en una supuesta nota trivial. Reconoce palabras: sinok
(hijo), agroz (amenaza). No sabe a qué se refiere la mujer, tampoco
sabe por qué sigue allí. Pronto lo lamentará. Habla a la mujer sobre
parentescos repetidos, su rostro, su casa, y ella insiste frases disuel-
tas entre un humo de impertinencias o compensaciones. Y llega su
hijo. Heberto no puede explicar mucho. Un ruso fuerte y borracho,
cuenta después a algún funcionario de la embajada cubana. Entre
más ruso más borracho. Un ruso fuerte y borracho, celoso de su ma-
dre. Heberto intenta defenderse, pero su defensa es una pantomima
de cualquier defensa. Y aquí viene el último de los parentescos de
ese atardecer en Moscú: los golpes del hijo de la mujer también le
parecen muy conocidos.

49
Autocrítica

Todas las autocríticas son falsas, escribe Heberto en 1978.


O las empuja un imposible afán de crítica corrosiva que se vuelve contra
ti, o te obligan a escribir lo que no piensas. Te obligan a atacar a tus amigos,
a tu familia, a tus hijos si tuvieras hijos. Una autocrítica solo es válida
como monumento interior o pandemónium literario, y visto el caso, la mía
no lo es.
Una autocrítica colectiva nos lleva a un espacio de ficción ingobernable:
esa que deja las palabras libres, pero vigiladas, esa que procura que termines
donde jamás pensaste: traicionándote a ti mismo.

50
Bandido

A Heberto le llaman bandido. Es una reunión relámpago, orquestada,


ordenada, por la Asociación de Escritores, y al frente de ella, una
especie de renacuajo, que se dice representante del Gobierno para la
cultura. 13 de abril de 1965.
Mientras el susodicho ataca, enumera lista de bandidos, Heberto
apunta en un blog de notas, luego pide hablar y habla:
La palabra bandido es correctiva de la palabra héroe, depende de la pers-
pectiva. El poder implanta (divide) héroes y bandidos y otro poder cambia
tales significados. Hombres que ascienden a una gloria temeraria y luego
abjuran del proceso político que defendieron o critican alguna ley del mis-
mo, son trasmutados del pináculo al estiércol. De la luz a la sombra. Del
palacio a la celda.
No puede ser bandido quien no infringe más ley que esa que lo deja
sin leyes.
La frase no sale de su boca. Se escurre en aquel blog, con mucho
miedo.

51
Blandengue

––Te van a mandar para el campito con los pajarracos.


Lisandro Otero no bromea, Heberto comprende que en el cinis-
mo de su colega hay, a la altura de cualquier disyuntiva, 6 de mayo
de 1967, el deseo no oculto de que pudiese pagar la afrenta de su
talento por encima del talento oficioso del novelista.
––Ellos no han sacudido bien la mata, Padilla. Los blandengues
están en el copito. Un empujón y caen Lezama, Pablo Armando,
César López, Arrufat, Piñera. Nicolás que se aguante bien.
––No soy homosexual.
––No hay que serlo, poeta. Solo parecerlo.
––No soy vago, no me dejo el pelo largo. La música que me gusta
solo es música.
––Pórtese valiente o coopere. Las dos no están en la misma direc-
ción. Eso ya lo sabe.
––No soy homosexual. Escribo porque la verdad es una aliada
literaria imperdonable.
––Son cuentos chinos, y vea que las cosas llegarán a una tempe-
ratura que no habrá verdad que le sirva. Te cambiarán el sexo si es
posible, Padilla. Te convertirán en un clásico del feminismo caribeño.
––Te burlas.
––Te alerto.

52
Bestias

Ve la mirada de un funcionario gubernamental cuando puede de-


cirle a la cara todas (o casi todas) las miserias que ejecuta a favor de
su cargo político. Escribe un poema sobre mí, había procurado, en una
etílica madeja de oposiciones, tal personajillo.
Heberto lo complace.

Eres la piel del rinoceronte


muerto
en una pudrición nocturna
detestada por los otros rinocerontes.

––¿Qué quieres decir ahí? ––es el intento de interrogación del


funcionario.
Aprende. Estudia. Deja de ser lo que ya eres.
Por los tiempos de los tiempos.

53
Carro de policía

Recuerda a un carro de policía que se detiene, con brusquedad,


a escasos metros de él. Recuerda la cara del oficial y la cara del cho-
fer. Lo odian, o quizás ese odio es retribuido a todo el que aparece
en tal escena.
Recuerda a una mujer pelirroja vestida con una extraña blusa,
parece, más bien, un legajo de jirones de alguna carne animal. Re-
cuerda al hombre que la acompaña, nervioso, su barba descuidada,
un sombrero de pajilla, amarillento, o como si comenzara a perder
ese color.
Recuerda que la calle en que coinciden todos, policías, hombre y
mujer y Heberto, resulta un callejón rodeado de casuchas, almace-
nes, luces sombrías, miedo.
Los policías no hablan. La respiración de Heberto trastoca pulsos
y en la mente aparecen las siluetas de una prisión preparada a su
nombre.
La mujer vestida con la extraña blusa comienza a fumar, su acom-
pañante silba una melodía que Heberto intenta descifrar, pero le es
imposible.
Recuerda que la mirada de los policías sigue siendo odiosa. Re-
cuerda que el chofer arranca el carro y deja una aureola de humo
ácido, amargo como su peligrosa salvación.

54
Casa

Heberto escribe muchos poemas a la casa. Simula que no emplea el


recurrente símbolo de la casa convertida en país, o al revés. Parece
imposible derrocar lo que ese símbolo crea con sus propias energías,
con sus propios afluentes.
Poemas escritos a sus casas, la de su nacimiento en Montgomery,
y después las de La Habana y Pinar del Río, esas de rupturas ado-
lescentes, más tiernas quizás, que le devuelven a guerras y de ellas a
otras, diatribas así se entienden minúsculas.
Hay una sola casa como hay un solo país y un solo amor. Tal vez
no, y a él le cuesta creerlo de otra manera.

55
Cambio de labor

Pablo Armando Fernández, poeta, novelista, editor de La Gaceta de


Cuba, mantiene correspondencia con muchísimos escritores y artis-
tas del mundo, algunos con una posición política dudosa o, en un
grado extremo, bien alejada de la ideología imperante en territorio
nacional. Lo envían a un ingenio azucarero del oriente cubano.
Eduardo Heras León, narrador, crítico de ballet, ajedrecista,
escribe con realismo ofensivo varias de las zonas más cruentas de
los últimos años en Cuba. Tiene que irse a una fábrica siderome-
talúrgica.
Manuel Díaz Martínez, poeta, ensayista, profesor en la Universi-
dad de La Habana, responsable del consejo editorial en una impor-
tante revista literaria del país, defiende las aptitudes intelectuales
renovadoras y la necesidad de que las autoridades tolerasen formas
libres de pensamiento. Manuel es llevado a derribar árboles en los
bosques más occidentales de la Isla.
Nicolás Guillén Landrián, sobrino del poderoso Nicolás, poeta,
pintor de clase y, para algunos, el más ingenioso de los documenta-
listas cubanos de la época. Precisamente por el carácter rebelde de
algunos de esos documentos fílmicos es expulsado del Instituto
de Cine y cae en una granja avícola de la Isla de Pinos.
Novelistas que refunfuñan ante algún editorial del periódico
Granma, van de cabeza a una granja porcina. Un editor de la revista

56
Casa de las Américas, que pide publicar algunos debates suscitados a
partir de la Primavera de Praga, o el Mayo francés, es empleado como
peón de albañilería.
Heberto, que traduce del inglés y del ruso, que conoce varios
idiomas más, que es profesor universitario, editor de revistas y li-
bros, cronista policíaco para una emisora de radio, filósofo cuando
puede, defiende públicamente a Tres tristes tigres, obra del traidor
Guillermo Cabrera Infante, y es enviado a trabajar a una fábrica de
implementos agrícolas. Después lo envían a sembrar plátanos en la
provincia de Matanzas.

57
Cabeza de impostor

El impostor es astuto porque exige (necesita) de necios o crédulos. Su disfraz


de héroe es casi shakesperiano, pero resulta que la impostura resume con-
quista y festejo de esa conquista. En Shakespeare la escena tiene un actor
de la realidad que establece su servidumbre en otra, distante de la que se
encuentra. Los impostores cubren numerosos tramos de la vida política cu-
bana, a uno y otro bando. Historia de fantasmas en las que ni siquiera los
fantasmas existen.
(De Por qué estoy fuera del juego, Editorial Fiebre amarilla, Segovia,
España, 2008).

58
Cardenal de La Habana

Marzo de 1971, y Heberto, atribulado, entre una humareda de coti-


lleos que lo lanzan al fuego de culpas, a un fuego anónimo e incorpóreo,
escribe al cardenal de La Habana, Jaime Ortega:
Solo en la cabeza de Cristo cabe la corona de espinas a él dispuesta.
Yo tengo mi propia corona: tan de espinas como la del incipiente dibujo
renacentista.
De aprehensiones muchas y de simultánea santidad, un poeta puede con-
tener y dominar la expansión lenta de su dolor como la fragmentada litera-
lidad del dolor ajeno.
Esta pesadilla comienza cuando la corona de uno termina en la cabeza
de otro.

59
Casi poeta

Las excepciones en que no soy un escritor liberado de ataduras políticas


o sociales soy un excepcional hombre muerto.
El poeta dispone de similares armas que las del soldado. Yo vivo en gue-
rra (o en una escaramuza que la imita) y sé que el acto de la poesía pasa por
descargar un fusil casi invisible.
Las jerarquías resultan inferiores. El héroe poeta es el héroe soldado.
Quien dispara y no quien ordena.
Excepciones existen, pero llegamos tarde para contarlas o, como ocurre
muy a menudo, estamos en el otro bando.
(De Para que el verdugo sonría, Selección de artículos inéditos de
Heberto Padilla, Editorial Casa de Nadie, Miami, USA, 2003).

60
Cazar al lobo ruso

Heberto cuenta una anécdota sobre Joseph Brodsky y le incluye el


factor fantástico. Siempre a mano una botella de vodka Smirnoff,
abierta, y brinda a conocidos y a cualquiera de paso.
––¿Qué crees de Vasili Grossman? ––le suelta casi al unísono de
una subida de triple dimensión (o lo que su padre llama “trago
de granjero”).
––Vasili es un malévolo insoportable. De un lado a otro van
sus libros, una critiquilla y se escurre por el lavabo. Luego vuelve
con su depresión instantánea (y falsa cercanía). El caos ideológico
redunda.
Y después Vasili esto, y Vasili, lo otro, y Vasili hizo y deshizo,
y su compinche no parece en realidad su compinche.
––¿Sabes qué ocurre? ––me susurra––. El mujik no aterrizaba
en la tierra, lo suyo era tirar el hacha, soltar bufidos (entre más
grotescos más way), leer a insípidos italianos, y como si fuese el
oso de la primera página de los cómic, abrazarse a barriles de vino.
––Yo no pienso así ––se escapa el asombro de Heberto.
––Un verdadero sarnoso. Salado como una montaña de queso
chino, el gran piojo amnésico ruso.

61
Heberto siente algo parecido a un mordisco en todo el paisaje
y escucha a Joseph Brodsky chillar como una rana a la que pisa un
niño torpe. Y ve la cara de Vasili Grossman y después cómo se mea
en su propio libro y termina de borrar al desterrado ilustre y a todo
lo que estuviese a distancia de un escupitajo de vodka.

62
Celda tapiada

Allí irán quienes deban rehabilitarse. Hans Magnus Enzensberger


intenta escribir un poema sobre ese asunto (18 de noviembre de
1982 ). Le dicen cierra la boca y di Viva la Revolución, y lo dice, ya es
tarde para ser el abuelo de la apostasía.
Una celda tapiada. Un boscoso y frío movimiento de sombras.
Si estás ahí es porque ya no existe tu afuera, porque, poco a poco,
desaparecerá tu adentro.
Calentar sus huesos en un sitio donde las palabras pierden sus
nombres y ninguno sale ileso. Novela ríspida en la que sus persona-
jes tienden cortinas insalvables.
Torturas hay muchas, desde tiempos perdidos en una bruma
tortuosa igual, pero imagina las veladas estremecidas por su dolor
incontenible, prueba de que descarta ceder por el momento, a pesar de
que para su obra (lo realmente importante) el heroísmo resulta asunto
secundario. No soy un hombre, soy un poeta, le dice a una novia rusa.
Lo pueden convertir en lo que ellos quieran. La celda tapiada es
un laboratorio para experimentar. Él es un experimento.
Ahí entra Heberto. Aún le faltan divergencias, algunos viajes.
Otros poemas. Pero ya las sombras lo esperan. Y quienes no son las
sombras.

63
Chericián
David Chericián tiene un libro que concursa contra Fuera del juego
en el premio de los Escritores y Artistas de Cuba.
Chericián es un buen poeta, Heberto lo proclama en alguna par-
te, pero sus versos parecen creados sin padecimientos. Heberto sabe
que Chericián intenta convencer, de muchas maneras, al jurado para
llevarse el lauro. Tiene aliados poderosos. No se busca problemas
políticos. Hay que padecer el poema, se dice en secreto, como si atara
una frase parecida de Nazim Hikmet.
Un día de ese 1968 se encuentran por azar en la calle Obispo.
Chericián lo invita a un café.
––No tengo nada contra ti, Padilla. La política no me importa.
––¿Y qué te importa?
––La literatura, mi familia.
––Tu libro tiene que ser lo suficientemente bueno para ganarle
al mío.
––Como si se tratase de dos gallos. Mi libro es lo suficientemente
bueno para ganar.
––Me alegro.
––No te alegras, pero es normal.
––Yo no haría lo que tú haces ––le dice Heberto, terminó de be-
ber el café, puso la taza en el mostrador, frunció las cejas, un gesto
de despedida y pensó irse.
––Yo no haré lo que tú harás ––le dice Chericián.
64
Citas

Quien defiende a un tirano, tirano es: José Martí.


Heberto pronuncia esta elocuente frase muchas veces y después
le impone un derecho de autor imposible de rechazar. A cuestas del
ideario del Héroe Nacional, las citas van de un lado a otro, todas
enumeradas hacia una sinfónica admiración.
Quien defiende a un tirano, tirano es. Le gustaría que Martí acuñase
tal cita, suyas son las excelsas sacudidas de un idioma bruñido por la
limpidez como por sinergias incomparables.
La frase es suya, pero deshilada por las matrices de pensadores
que provocan lo que unas palabras solo dicen de manera sencilla.

65
Conocimiento versus desconocimiento

Cómo explico que muchas cosas no tengan la más mínima explicación. El


desconocimiento es, por razones muy conocidas, una acertada táctica de su-
pervivencia política.
El desconocimiento parece más sugestivo, es quien distorsiona las leveda-
des de su opuesto: le afecta y agrede, lo invisibiliza.
El desconocimiento no resulta un revoltoso estado de intromisión social
o la exégesis evasiva, y hasta opositora, de un sistema que condiciona capas
activas en el compromiso no intelectual.
Matemática de la pomposa exhalación, esa que resigna y expone hacia un
estatus de murmullos culposos.
El desconocimiento resulta, por populista, una bendición de las masas,
aquellas que producen lo que la minoría denigra: el vacío.
(De Por qué estoy fuera del juego, Editorial Fiebre amarilla, Segovia,
España, 2008).

66
Contrincante

Pelear es de sabios, le dice Heberto al poeta César López, una maña-


na de 1964, mientras deciden cuál de los preceptos del Bushido le
sienta mejor a cada uno.
Heberto sabe que en el país hay peleas evitables y peleas que
ganándolas las pierdes, o al perderlas las ganas, como ocurre sobre
ese cuadrilátero. Los vencedores nunca saborean la gloria completa,
tampoco los perdedores. Hecho que iguala el match.

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Culpas

¿Qué será peor, un idiota intelectual, usado por los gobernantes para sus pro-
pios beneficios políticos, o un brillante intelectual que se arrima a ese poder,
lo ejecuta, para beneficios personales?
Una carta de Heberto a Alejo Carpentier. Son amigos y aún así
los murmullos culposos caen sobre el novelista como una bomba
fatman.
¿Resentimiento contra su amigo ¿Golpe indirecto? Solo Heberto
lo sabe.
Líneas después: Todo pertenece a las culpas, a distinciones que viven
(o mueren) a través de ella. Cada cual elige lo que desea, o lo que puede, el
hecho de elegir ya demuestra que las variaciones son innúmeras, sombras de
imposición extrema.
Escribe esa carta hacia finales de 1960, pero Carpentier va a leerla
cuatro años más tarde. Explicaciones hay muchas. Infinitos viajes, la
permanencia en cargos diplomáticos en otros países.
¿Alguien más leyó esa misiva antes que el autor de Letra y solfa?
Una respuesta afirmativa parece lógica.
Hay que consentir en que el tema de las culpas a Heberto le ob-
sesiona.
Siempre tenemos una primera culpa y muchas veces esa culpa no es verda-
dera (Por qué estoy fuera del juego, Editorial Fiebre amarilla, Segovia,
España, 2008).

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En una reunión de escritores (La Habana, 1966), Heberto mues-
tra una parábola sobre el destino de las culpas y los culpables.
Un camión lleno de personas tiene un accidente. Velocidad, desvío de
ruta, violación de las lógicas del tránsito. Aparecen las culpas y las culpas
no corren hacia el culpable. En este viaje el conductor sale ileso de responsabi-
lidades. La(s) culpa(s) va(n) a parar a quienes viajan encima del camión.
Así ocurre con muchas cosas. En nuestro proceso social muchas veces se culpa
a la masa amorfa y colectiva y no a los verdaderos culpables.
Mientras haya errores habrá culpas. Mientras haya culpas
aparecerán culpables. Heberto desconoce cuáles culpas pagará por
muchos.
Mientras haya poetas no habrá que buscar otros culpables, dirá entonces.

69
Deudas

Les debe su vida a tres o cuatro cosas, a tres o cuatro gentes, a tres
o cuatro libros, a tres o cuatro películas. Son deudas especiales y así
las asume Heberto.
Las cuentas parecen cerradas, pero esa deuda aumenta.

70
Ductilidad

Heberto lee un poema en la Biblioteca Nacional en el homenaje que


le brindan a José Lezama Lima por ganar el premio Cervantes (9 de
diciembre de 1966).
Ductilidad se llama y lo aplauden poco, ni siquiera el público
flotante que va de tertulia en tertulia, aplaudiendo hasta a un mono
que chillase. Regino Pedroso le recrimina la naturaleza invasiva. No
comprende lo que el otro poeta refiere con “naturaleza invasiva”.
Entiende que jamás leerá otro poema para él.

Ductilidad
La infame variación de un poema
en que un presidente obligaba
a un ciudadano simple
a morir por el primero
como ocurre
en las elegías infames
como un presidente y un ciudadano
tan parecidos a sus muertos.

71
Ejército Rebelde

Fidel Castro envejece en la Sierra Maestra. Forma una familia con


varios hijos, algunos empujados al exilio.
Su Ejército Rebelde resulta un vigoroso y organizado grupo
de guerrilleros con ideas muy transparentes respecto a la lucha
armada. Cincuenta mil hombres en pie de campaña, dispuestos
para el armamento que la adversa topología permita. Cientos de
tanquistas, nutridos con una cifra asombrosa de infantes, más los
destinados a la artillería antiaérea (con alta sofisticación), obuses,
lanzagranadas, camiones blindados. También regimientos de
exploradores y zapadores, brigadas de trabajo político y otras que
disciernen asuntos referidos a leyes, disciplina militar o estrategias
de supervivencia.
Hay escuadras de protección química y pelotones médicos con
recursos que no se encuentran en muchos hospitales de la nación.
Presumen de mantener en aquel sitio a brillantes especialistas de
cirugía, ortopedia, estomatología, entre otros. Una escuela desa-
rrolla cursos vinculados a las faenas agrícolas, imprescindibles para
la supervivencia (hidrología, cultivo de suelos montañosos, plagas,
técnicas de protección animal), y ya se prepara la inauguración de
la primera universidad en las montañas, que debe graduar en pocos
años a agrónomos, abogados y maestros.

72
Tienen como proyección que esos graduados ejerzan sus profesio-
nes allí, en el núcleo de la zona rebelde.
Por qué ese poderoso ejército no derrota a las escuálidas tropas
militares de Fulgencio Batista.
La pregunta se ajusta a murmullos, a suposiciones reblandecidas
por múltiples dudas.
Creo que a todo el mundo le conviene estar donde se encuentra, escribe
Carlos Rafael Rodríguez en la edición del 9 de abril de 1968 de la
revista Carteles.
A Heberto le seducen los movimientos culturales que en la Sierra
Maestra acontecen. Los talleres de escritura, las aulas de apreciación
cinematográfica, la creación de una editorial, Uvero, que para su jor-
nada inaugural invita a varios escritores del país y del extranjero. En
esa ocasión, Carlos Monsiváis imparte la conferencia Tolstoi, Víctor
Hugo y Malraux: los tribunos de la guerra, con notoria participación de
oficiales y soldados rebeldes y también de invitados de la población
civil.
Se distribuyen ejemplares del primer libro publicado por Uvero,
que es una selección de citas de Nietzsche, escogidas por el coman-
dante Ernesto Guevara.

73
El camión de la basura

Ocurre cuando Heberto es demasiado joven. Hay un camión que


recoge basura, detenido a mitad de la calle, nadie encima de él, na-
die en los alrededores. Heberto husmea por husmear y lo que ve le
parece asombroso. El camión está lleno de libros, muchos de ellos
conocidos. Entiende eso como un acto de competitivo jolgorio. Sube
encima del camión y comienza a lanzar libros hacia la acera.
Llegan unos hombres mal vestidos y lo enfrentan. Son cuatro.
Fuertes, aunque mayores que el Heberto de esa época. Atacan a la
misma vez. Además de cortaduras, hinchazones, lleva a casa un libro
policíaco.
La literatura es mala para la salud, reconoce al recordar este suceso.

74
El gabinete del doctor Caligari
(Unas notas de UlrichWinkler)

Heberto firma como Ulrich Winkler la nota crítica sobre la versión


norteamericana del clásico de Robert Wiene. Lo publica en Cinema,
Madrid, 2 de marzo de 1961.
¿Por qué? Porque ese nombre huele a alemán, huele a réplica y
ofensa, siendo, ya se sabe, la película original, uno de los cohetes
imbatibles del Expresionismo. La injuria, por esa razón, parece más
natural.
Entre más, dice que El gabinete del Doctor Caligari refuerza la
incontestable demostración de que Hollywood es una especie de
industria parásita.
A Hollywood le gusta agarrar los mangos bajitos, y dejarnos las cásca-
ras después. Menos mal que Orson Welles aparece en blanco y negro.
Muy poco dice de la versión del clásico. Sí, que la película termi-
na cuando menos tú esperas, y tratándose de los norteños, no es, por
suerte, una desgraciada virtud.

75
Enférmese

Enférmese. Es el consejo de Nicolás Guillén para quien debe enfren-


tar alguna situación extrema, una junta crítica, un juicio literario o
no tan literario, la reunión inquisitoria, y otras por el estilo.
Enférmese. Se lo dice a Manuel Díaz Martínez cuando tiene que
rendir consideraciones acerca de su voto como jurado por el libro
Fuera del juego.
Se lo dice a Heberto varias veces: Enférmese, Padilla, que tiene sa-
rampión, algo que pueda pegarse, sabe, que padece de sinusitis o le duelen las
hemorroides, ponga teatro hasta en su culo si es preciso.
Y cuando Heberto cae en el redil, sin argumentos defensivos, sin
poder esgrimir más que beligerancias controladas por impulsos lite-
rarios, esperando por alguien que lo apoyase, el escritor amigo para
desafiar juntos la embestida, no encuentra un alma allí.
Nicolás Guillén se ha enfermado.

76
Esplendor

Qué es el esplendor, y qué sueño lejano de mí lo hace real. Se pregunta He-


berto al terminar un libro que titula El justo tiempo humano (Editorial
Pasodoble, Sevilla, 1962).
Formas o razonamientos habrá para entender que el esplendor resulta
una actitud ajena a nuestro vicio de sobrevivir con humilde desorientación.
El esplendor debe inferir totalidad. Una pomposa casa en el Vedado (un
palacio), lleno en su interior de los esplendorosos detalles de la fauna aristo-
crática, lujos desmedidos, no pertenecerá al Esplendor si las personas que ha-
bitan ese lugar no poseen la egregia faz de los distinguidos. Poseen un estatus
enrevesado que junta dinero, joyas, poderes, con el lenguaje vulgar de los
parásitos urbanos. Ese mapa arma la sociología de un país y la renombra.

77
Eugenio d´Ors

El peligro de algunas interpretaciones se discute igual al peligro de la propia


interpretación personal, le dice Eugenio d´Ors a Heberto, una mañana
de 1963, en un lugar cercano al Valle de Viñales.
Heberto admira con demasía al pensador catalán. Le ha dicho,
mitad en broma, mitad en serio, que le influye más que Ortega y
Gasset.
––Déjese de fanfarronadas, mi amigo. Todas las palabras están en
el aire, o en el polvo, o hasta donde las desgraciadas metáforas nos
lleven. Con las ideas pasa igual. No hay una que sea nueva porque
todas agarran de uno y otro lado. Lo único que parece auténtico es
el silencio, y ni siquiera el de cualquier creador, sino de aquello que
es moralmente natural. ¿Habrá algo moralmente natural? Pues sí.
Heberto comprende lo que Eugenio d´Ors comprende, pero tal
razón redunda en una simple entrada al túnel de sediciones creadas
por el filósofo.
––¿Sabe quiénes aceptan mejor su destino?
A Heberto no le importa responderle, no es esa su cuestión.
Eugenio d´Ors admira la elocuencia de los mogotes sembrados,
como si se tratase de un jardín colindante a cierto monasterio.
¿Por qué Heberto lo acompaña?
Lezama debe servirle de guía, pero Lezama declina horas antes por
encontrarse, le dice, con el estómago como un volcán salvadoreño.

78
Eugenio piensa conocer el sitio que tanto asombró a Ortega y
Gasset y apenas aterriza en La Habana llama a su amigo más antiguo
en la ciudad.
Lezama le apunta que aun, por descarriado que anduviese, no
quiere privarse de compartir con uno de los ejemplares de lujo que
puede, por equivocación suntuosa, llegarse a esta islita malévola.
No se vaya sin visitarme, le tengo libros, discos de Lecuona que no sé si
habrá escuchado, unas hierbitas que pegarán de maravillas para un té en
Barcelona.
Eugenio se limita a asentirle a Lezama, y la llamada telefónica co-
rre por la aureola de un monólogo en el que público y actor yacen
confundidos.
Eugenio deja deseos de compañía en un fugitivo juego de azares,
como lo haría una de las prostitutas recién llegadas a una zona
de escasez notoria para su negocio, anuncia la importancia de ese
viaje, comparable a cualquiera, y a la más sagrada de las procesiones
cristianas.
No hay llamadas al hotel donde se hospeda Eugenio d´Ors.
Parece una conspiración para que yo esté perfectamente solo, escribe en
su diario con fecha 11 de mayo de 1963.
Y está seguro de que ese lugar no le iba a impresionar demasiado.
Qué de maravilloso e interplanetario habrá allí. Qué cumbre orográ-
fica encontraría en ese sitio. Lugares exóticos, rimbombantes y, en
un grado inferior, hermosos, los hay a tres pesetas por toda Europa.
Cuando era muy joven estuvo en una excursión por varios países
africanos. Descubre culturas e ignorancias, le escribe a Salvador Dalí.
Nigeria, Zambia, El Congo, Angola, Mozambique, Sudáfrica, entre
otros, celebran su presencia y el acto de repetir descubrimientos
que, a su edad, serán para toda la vida.
Lezama resulta el acompañante perfecto, aun cuando reír sus
chistes le parece un guiño de traición a su cordura episcopal, prueba

79
de que, para salir ileso de tal empresa, hay que recibir un adelan-
tado curso de humorismo sin humor. Le impresiona, sin embargo,
la destreza con la que el escritor habanero arma el escenario de esos
chistes (casi siempre en detrimento de colegas cubanos o personajes
de la política en Cuba), un núcleo bien explosivo de referentes (ya
Lezama hace metaliteratura en esas bromas).
¿Visitarlo antes de regresar a España? Dos mamuts no caben en una
cuna de porcelana, ahora el chiste de despedida lo hace Eugenio.
Eugenio busca auxilio en Nicolás Guillén, que no es su amigo,
ni comparten predilecciones en la misma dirección, a no ser
moderados deberes antifascistas. Se vinculan a grupos en apoyo a la
causa republicana e, incluso, comparten albergue en un encuentro
de escritores celebrado en Sevilla. Allí desglosan apetencias que,
es cierto, se mueven a dirección parecida, aunque a ritmos muy
diferentes. El catalán prefiere a un ingenuo disfrazado de príncipe a
un extravagante con su propio disfraz.
Intercambian cartas, aisladas por las circunstancias de guerra y
crisis, por suplicios feroces al no reconocer, o dudar, en qué bando
real milita el otro. El aislamiento se convierte en oprobio silencioso
y después en silencio. Un día no llegan más cartas y la distancia en-
tre ellos se hace más remota que la que separa a sus dos países.
Nicolás lo invita a su despacho, luego a un restaurante metido
metros dentro del mar. Comen entre exquisiteces más ligeras, una
franja de pulpo a la danesa. Nicolás le propone que publique en
las revistas literarias de acá, se paga con lo que se puede, pero se
paga. Con dinero si aparece el dinero (la zafra, la pesca, la minería,
el turismo, subvencionan el arte, quién lo diría). Puedo pagarle con
pinturas. Tengo un par de portocarreros a la altura de sus ensayos. Se
paga con viajecitos en el que vengas a pinchar los diluvios del Caribe.
Otros pagos caen en desuso, se entiende. El mundo va por un lado, y
nosotros, para bien, para mal, vamos por nuestro propio lado.

80
Eugenio alaba el pulpo danés en tierra (o agua) cubana. Alaba a
Portocarrero, el mejor pintor de América ahora mismo, le obsequia
con jubilosa mesura. Igual le hacen competencia los mexicanitos
traviesos, Indiana, Lam, que es de ustedes, un colombiano selvático
y un brasileño dormido. Alaba las revistas literarias de Cuba,
mejores que la mayoría de España, más serias al menos, conducidas
y lideradas por escritores y no por farmacias o banqueros. Alaba
libros que incluían a alguno de Nicolás (aunque Eugenio media
entre la temperatura de Fernando Ortiz y el bosque empalagoso de
Carpentier). Alaba el destino de Brindis de Salas y lamenta
el de Caturla (dos telenovelas con sinfonías dispares). Se pueden
escribir novelas o hacer películas sobre eso, le sugiere a Nicolás. El
Instituto de Cine ganaría en distinción. El Instituto de Cine anda
siempre para otro lado, replica Nicolás.
––El liberalismo es tan democrático porque necesita desprender-
se de su raíz, eso lo hace rebelde, ingobernable, pero al punto para
qué ––reflexiona Eugenio.
––Un liberal es un oso masticado por un lobo ––restaña Nicolás,
que parece hablar para terceros.
Destrozan los manjares, beben vino francés de contrabando, que
eso sí es asignatura pendiente en Cuba, le acota Nicolás.
Heberto, la insinuación a su figura, aparece casi dos horas des-
pués de llegar al restaurante.
––Es algo refunfuñón, un poeta niño, aniñado, quiero decirle, a
lo Rimbaud. Ese es mi hombre en La Habana. El guía perfecto. Su
discreción, si la necesitase, estaría resguardada. Además, conoce la
zona porque vivió por allí.
Eugenio anda por aceptar al primer guía que aparezca, ya fuese
un cadáver con el rótulo de un añejo gobernador español de la época
colonial o a Robert Flaherty buscando focas lejos del ártico.

81
El propio Heberto lo recoge en el hotel. Se presenta como el ami-
go de Nicolás, chofer, guía, informante de los procesos literarios del
país, todo incluido. Su aire risueño le sienta bien al catalán.
Eugenio sabe “por la expresión del alma”, que encuentra un ser
de una vulgaridad confiable, de identidad transparente.
Atraviesan calles y avenidas en una madrugada fresca, y La Habana
queda atrás, entre paisajes nubosos y un sol que se anuncia aún lejano.
Hablan de cine español. A Heberto le interesa Carlos Saura y
Eugenio contrataca con la agudeza y el ríspido sarcasmo de García
Berlanga, a pesar de sus devaneos políticos, más de ramera heroica
que de artista renovador.
Hablan de poesía y se saltan las sucias facciones en las que se
apostan varias tendencias en el idioma castellano.
Hablan de Galdós, de Cela, y hasta de Winston Churchill.
Heberto se atreve a confesarle un malestar que lo deprime.
––Se lo cuento porque el viaje me lo permite, quizás para que no
esté aburrido.
––Cuente ––le conmina Eugenio––. Los malestares que dejamos
adentro se inflan más.
Heberto duda unos segundos, después comienza a hablar.
Un personaje invisible, bufón, verdugo, acosador, critiquillo con
máscaras bien protegidas, bajo un seudónimo deplorable, Leopoldo
Vila, bombardea sus publicaciones.
––Propaga sus cizañas en los medios más importantes de la ciu-
dad, ¿a venia de quién?, de los poderosos, de quienes respaldan a
personajillos así, ratas escondidas en el subsuelo. Sírvele por igual
mi poema más inocente o la elegía de tono íntimo. Allá va. Ahí
viene la puñalada a la espalda. Nicolás ha rastreado como si fuese
un detective privado y no aparecen señales, Carpentier anda lejos y
desde esas distancias poco ayuda, los demás amigos solo lo lamentan
conmigo.

82
Eugenio mira por la ventanilla un desfile de camiones cargados
de caña de azúcar. Ve niños en alguna parte y árboles que no ha visto
jamás.
––Quizás todos pasamos por eso ––le dice a Heberto.
––Algún día aparecerá en mi ruta. Algún día tendré la oportu-
nidad de arrastrarlo a mi territorio. Porque él no sabe cuál es mi
territorio.
––Déjelo correr ––le dice Eugenio––. Demuéstrele que la arma-
dura resiste.
––La resistencia, profesor, no es un elogio, no en mi caso.
––Puede que detrás de esas columnas (lo son, por inmundas y
pestilentes que se sientan) haya una cuadrilla de funcionarios envi-
diosos o inquisidores con mucho poder.
––Apuéstelo, si no cómo puede publicar sin que aparezca una
limitación. Podría usted dejar de escribir, pero no tendrá mi sermón
de contragolpe.
––Detesto pelear así. Que te golpeen y no sepas lanzar tu riposta.
Como le dije, algún día aparecerá en mi ruta.
Heberto extrae de un bolsillo una flamante navaja.
––Tenga cuidado. Ellas, muchas veces, se divorcian de uno, de
nuestras lógicas. La llevas encima, la usas. Es una ley.
––Mis epopeyas son pacíficas o de una indocilidad controlada.
Hay que defenderse.
––Ya lo creo. La defensa es la más generosa de las retribuciones
del diablo. Nos libra de muchos perdones que no queremos ofrecer.
––En La Habana el diablo juega en dos bandos. Acá no siempre
la defensa está permitida.
Heberto se interrumpe para anunciarle que en pocos minutos
entrarán a Viñales.
––El viaje se ha ido rápido ––le dice Eugenio––. Debo comentarle
sobre un amigo francés. No lo puedo dejar para más tarde y no me

83
perdonaría suprimirle su historia. Ahora ese amigo aparece como
brumoso delincuente. Así ocurre con los franceses, pudiera ensayar
una burla. Si mira a su alrededor, o más bien, al pasado de ese amigo,
se encontrará con un palacio literario. Mi amigo se llama Léon Bloy
y publica, al menos, dos novelas magistrales. Se lo digo yo. Dos
novelas que ya no se escriben en su país, qué decir en los nuestros. La
salvación por los judíos y La sangre de Napoleón. Todo bien hasta aquí.
Todo es parte de ese palacio del que le hablé. Recuérdeme no insistir
con las metáforas. Bueno, a alguien le incomoda lo que publica y
logra Bloy, a alguien le machaca las tripas lo que su literatura puede
anunciar (lo que literalmente hablando es muy parecido a lo que le
sucede a usted ahora). Léon se vale de métodos insuperables (que no
los tiene usted, o no logra tenerlos) para dar con el sátrapa crítico
que, también, como en el caso suyo, publica con seudónimo.
Alevosas diatribas contra novelas, incluye con levedad algunos
ensayos y artículos, pero el grueso cae sobre esas novelas que le
mencioné. Injurias que aparecen en las revistas más encumbradas
de París. No pueden vislumbrarse demasiados vestigios porque lo
que cuento sucedió hace unos veinte años. La inconsciencia colectiva
resulta tan demoledora como una bomba atómica. Léon Bloy
encuentra a su difamador, y con una navaja, quizás parecida a la que
usted usa, lo tasajea sin la más puntual misericordia. Justicia divina,
diría san Fernando Savater.
––Yo estaba allí ––prosigue Eugenio––. Una taberna sin
demasiados lujos. Allí Bloy encontraría a su rival. Se la tenía jurada,
aunque le esgrimía la consigna de que los críticos se destruían solos,
que a los católicos como nosotros no nos sentaban peleas insulsas.
Cristo dejaba rastros por dondequiera y nosotros debíamos ir tras
esos rastros y enfrentarnos a quienes los obstruyeran. Los manuales de
imprudencia armada le sentaban de maravilla a mi amigo. Y qué decir
del vino. La rabia era su combustible y el vino el acelerador de todo

84
el proceso. De vez en cuando el crítico lanzaba dardos contra Bloy,
y aunque fuesen indirectos, el león tenía una dialéctica corrosiva.
––¿Se lo llevó?
––La justicia es la providencia de los imbéciles, escribe Bloy en El
mendigo ingrato, suerte de diario desaforado y penitente. De cele-
bridad literaria a celebridad homicida. El callejón francés parece la
avenida yanqui.
––¿Qué ocurrió con él?
––Fue a la cárcel, aunque sería más preciso reconocer que lo lle-
varon. Se declaró inocente y así fue de turbia su inocencia. Estuvo
bastante tiempo encerrado, una eternidad, seguro. Escribió sin éxito
algunos libros más. Su mujer, que era el santo y seña de sus impulsos
menos terrenales, le abandonó a los pocos meses. Léon se transfor-
mó al catolicismo más recalcitrante, si en prisión se puede ejercer
dogma de tales ínfulas. Después de once años salió libre. Libre no,
porque quien haya perdido todo lo que él perdió jamás será libre.
Murió no hace mucho. Pobre y devastado, si es que esa redundancia
no ofende. Criaba gatos y le ponía nombre de escritores, la mayoría
franceses.
––¿Y el catolicismo no le permitía cierto sentido de la libertad,
una resignación más jubilosa?
––Ninguna resignación pasa por jubilosa, ni la de Cristo en la
arena de Jerusalén.
––¿Le gusta Viñales?

85
Extranjeros

De su libro Por qué estoy fuera del juego, Editorial Fiebre amarilla,
Segovia, España, 2008:
Hablé con Sartre y se lo dije, desde afuera se ve muy limpio. Hablé con
Susan Sontang, que ella era reacia a pensar en contra de lo que hacía Batis-
ta con aquellos que pensaran diferente. Algunos no podían arreglarse. Veían
solo eso que les importaba ver.
Porque parece imposible remplazar lo que yace impostado como una con-
signa. El delirio se convierte en enfermedad.
Muchos extranjeros piensan que Cuba es un paraíso. Muchos extran-
jeros (turistas metidos en los egregios hoteles que el país destina para ellos
o raudos por avenidas o pueblos) creen que son testigos de proezas sociales
incomparables. Muchos extranjeros encuentran sexo barato en los recovecos de
la nación. A ellos, a todos, les regalo el paraíso, incluye putas y putos (que
después aumentarán el precio), también miserias, oportunismos, barbaries
políticas, carencias, la libreta de (des)abastecimiento, las mentiras cotidia-
nas, el bestialismo urbano, la desidia silvestre, los especuladores sonrientes,
los ministros de recorrido, la excelsa programación televisiva, periódicos y
todos sus afluentes noticiosos, discursos, suciedad, el enjambre de dirigentillos
al por mayor, la falta de transporte, la falta de todo lo que falta. En fin, el
paraíso es de ustedes. ¿Lo quieren envuelto o no?

86
Familia

El 20 de mayo de 1902 se iza por primera vez la bandera cubana en


el Morro de La Habana y aún las prendas de soberanía pululan por
ambiguos senderos. Tomás Estrada Palma se apuntala en una dere-
cha ribeteada por mejillones ultranacionalistas. En brújulas contra-
rias se erige la nomenclatura de izquierda del Unión Democrática y
su candidato Bartolomé Masó.
José Martí y Antonio Maceo, verdaderos líderes de esa contienda
política, prefieren cercanías diferentes. La de Martí enhebrada por las
causas heridas. Ambos han sobrevivido a fatalidades disímiles en la
guerra recién terminada, sobre todo el general Antonio, herido cien-
tos de veces y que escapa milagrosamente de una emboscada en un
sitio llamado San Pedro. Martí corre suerte semejante cuando pue-
de recuperarse de los estragos que le dejan balas recibidas en Dos
Ríos. Martí no apoya a ninguno de los candidatos, Maceo a Bartolomé
Masó. La victoria de este último produce, sin embargo, una conmo-
ción en el poeta que, acompañado por el general Juan Rius, desafía
al elegido gobierno de coalición nacional de Masó y Maceo. No hay
lucha armada, aunque sí confrontaciones en índoles diversas. El recién
elegido presidente decide no firmar el Tratado de Reciprocidad con
los Estados Unidos, hecho que influye en la división de la Asamblea
Constituyente. Se convoca a una audiencia pública, un debate al que
serán arrastrados todos los que naveguen por aquellas corrientes.

87
Los futuros abuelos paternos de Heberto anclan a un lado y al
otro, en insurgencias opuestas, desde individualismos instrumenta-
dos por la simpatía que los líderes despiertan sobre ellos. La abuela
se siente atraída por la resistencia cartesiana (es su frase) con la que
Estrada Palma entona una humilde lealtad sobre los destinos tem-
pestuosos del país. El abuelo abre sus anhelos al discurso crítico del
tándem Masó-Maceo.
Se conocen en el debate que sucede bajo las arboledas circundan-
tes al Parque Central de La Habana. Conducidos, moderados, por un
periodista de nombre Márquez Sterling, los polemistas responden a
varias preguntas. ¿Hasta qué punto el pensamiento político cubano
debe sustraerse a justificar el acrecimiento de una moral que desen-
tienda otros órdenes en la vida colectiva, como la inanidad cultural
o el angustioso dilema para extranjerizar las proyecciones sociales en
su ímpetu civilizatorio? ¿Una organización liberal republicana o un
fideísmo a las turbulentas (y en ocasiones imprescindibles) revolu-
ciones cívicas? ¿Colonia económica, pero bajo un extractivo de inde-
pendencia determinista (sinfonía a lo Padre Varela) o un criollismo
civil, sustraído por las rémoras burguesas de antiguos gobiernos?
Los absolutismos restringen absolutismos diferentes. No se en-
tienden los políticos, ellos no, pero la porción paterna de Heberto
Padilla comienza a gestarse en esos días cuando el país es una man-
cha de colores contrapuestos.
Los abuelos maternos de Heberto tienen un inicio de relación
menos intenso. Él llega de Vigo y ella es hija de gallegos asentados
en la Isla. Las reuniones y convites de su grupo en La Habana ocu-
rren con frecuencia. Allí las primeras miradas. Las primeras pala-
bras. El primer tintineo amoroso. Un primer beso. Luego la historia
es como se cuentan las historias semejantes.
En realidad, el futuro padre de Heberto de quien anda enamorado
es de una prima de la futura madre de Heberto. Y eso ocurre porque

88
aún no conoce a la mujer que le acompañará por el resto de su vida.
Cuando la ve sabe que debe corregir su destino amoroso, y lo hace,
a pesar de crear una especie de “pequeña guerra mundial familiar”.
Las primas se convierten en enemigas irreparables, “a muerte”. Unos
cuantos años después, esa prima asiste a la lectura de poemas que
Heberto hará de su libro Fuera del juego. La reconoce y le dedica uno
de los ejemplares. La dedicatoria es tímida, apurada: Carne de mi
carne por los siglos de los siglos, todo el cariño de tu primo Heberto.

89
Fantasmas

Yo soy un fantasma, escribe Heberto en su diario. Es mayo de 1973.


Pues no, escribe a continuación, yo soy peor que un fantasma porque
habito en el extremo. Soy el que habla con ellos sin que ellos lo hagan
conmigo.
Hablo con Luaces, con el señor Espronceda. He visto en un parque del
Cerro a Lord Byron y a Mary Shelley, compartiendo animadamente, como
si estuviesen en el Londres romántico de otra época.
La locura parece un asunto que solo entienden los locos, escribe en su
diario.
Todo parece tan normal como el hecho de que vea a mi propio fantasma
deambulando detrás de quienes me traicionaron.

90
Frases de otros

A Heberto le hubiese gustado escribir muchos libros creados por


otros, idea que muchos de sus colegas no comparten (la altanería y
el orgullo son los pilares de la nación literaria).
De eso habla en una fiesta que se inventan en la casa de Ambrosio
Fornet en el Vedado, y a la que van a caer personajes como Pablo Ar-
mando Fernández, René Portocarrero, Harold Gramatges, Enrique
Díaz Quesada, Eliseo Diego y José Fornaris.
Diciembre de 1959 y quizás por ello, por el escarceo de vientos
que parecen fríos, Heberto bebe con la intermitencia de sus citas
(a libros de otros que él hubiese querido escribir) y la borrachera a
punto de reventar.
Aun así, simplifica, inquiere, bordea márgenes, restringe, resu-
me, hacia frases a las que con donosura habría puesto con gusto su
nombre (y el asombro consentido de algunos de sus colegas que ad-
miran tanto el poder fluvial de sus oraciones como el aguante para
la marejada de alcohol que lo rebasa como en un día de tormenta):
La pobreza es el lujo de los ricos, dice Frédéric Beigbeder en Windows
on the World. Y dice en esa misma novela que... El único interés de vivir
en democracia consiste en poder criticarla.

91
Gavilanes

8 de febrero de 1966, y Heberto le pregunta a Nicolás Guillén:


¿Por qué quieren llevarse a Pablo Armando, a César López, a otros, y
a Alfredo Guevara lo dejan quietecito?, es más, le dan cargos, le ofrecen un
poder absurdo, el poder contra sus semejantes.
––Gavilán no come tocororo, Padilla. Y si lo come es porque el
tocororo dejó de cantar.

92
Guillermo Cabrera Infante

Guillermo Cabrera Infante organiza una peña literaria en la Univer-


sidad de La Habana e invita dos veces al mes a escritores y artistas y
los obliga a un cuestionario ante una veintena de muchachos en un
aula del departamento de Humanidades.
La Habana de febrero de 1959 arde por conflictos políticos y He-
berto le pide a Guillermo, con el que comparte películas o libros
sobre cine, muy de vez en vez, pero con reciprocada decencia, no
envolverse en tales fiebres. Que uno no sabe quiénes son los padres de estos
chiquillos, y en este momento quisiera ahorrarme contrariedades. Me voy a
Argentina, estimado Caín, me voy con la familia por unos meses y procuro
portarme, si no tranquilo, al menos impasible.
A Cabrera Infante, célebre por sus revueltas clandestinas, por
algún que otro libro acusado de facineroso, pornógrafo, y más
calificaciones, aquella preocupación de Heberto le impulsa una
carcajada.
––Aquí se viene a hablar de literatura, hermano. La literatura es
todo, y eso incluye política y lo que no es política.
Heberto no sabe si devolverle la carcajada, si acentuar su
desasosiego, si excusarse y salir raudo de aquella escuela o confiar en
que el humor de Cabrera Infante, de cinismo alabado hasta por sus
enemigos, fuese una escaramuza.

93
––Además de usted, ¿cuál es el peor poeta cubano que ahora mis-
mo vive?
La primera pregunta resuena ante los alumnos y, quizás, algún
que otro polizón aparecido en aquella nave atravesará, los presagios
se anuncian solos, escabrosas marejadas.
Piensa en que los que, verdaderamente, son impasables. Piensa
en algunos de sus amigos a los que podría usar sin descrédito a la
broma siniestra. Piensa en poetas que nadie conoce, o solo pocas
personas, y ni siquiera saben que él los relega al fondo de una lista
ni luminosa ni tan oscura.
––Peor que yo, difícil ––le responde a Cabrera Infante, y este
sonríe––. Aun así, y obligado por una hostilidad que imagino será
mutua, incesante, alevosa como tus tomitos fílmicos ––ambos
sonríen–– ayudaré a que el entorno sea lo despectivo que necesitas.
Los dos amamos esos lujos. Ese poeta podría ser Regino Pedroso.
––A que yo estaba también muy cerca de los talleres mecánicos
de la poesía. ––Guillermo Cabrera Infante, Caín para conocidos,
seudónimo falaz como su cicatriz simbólica, se dirige a su públi-
co y promete sustancia y más sustancia––. Ya les dije, mi invitado
se afeita la lengua todas las mañanas. Dime, querido Heberto, por
quién, o por qué, no irías jamás a un duelo de honor.
Ráfagas, así llega la respuesta de Heberto.
––En primer lugar, no hay duelos de honor. Duelos sí, este
que nosotros libramos no lo será menos. Pero el honor parece
una circunstancia demasiado desunida de pretensiones extremas.
Pushkin es un idiota. Balzac casi un idiota, pero de alguna forma
también idiota. Lermontov ni hablar. Los japoneses se tasajean por
un supuesto honor. El honor redunda en lo que no conquista ese
honor. Libertad, sosiego, dignidad, premios indistinguidos por
solemnes. Los duelos deben pretenderlo los suicidas onerosos, los
lectores pescados por Portuondo en una avenida roñosa y menos rusa,

94
y esos japoneses sobrinos del Ichi samurái, camino a Hiroshima para
hablar con Alain Resnais.
––¿Si la reencarnación existiese, como cuál escritor cubano qui-
siera volver a estos prados?
––Volver a estos prados. Y por qué no a otros, si ya estoy por
escoger la ruin tarea de convertirme en alguien ajeno a mis delirios,
nada más y nada menos que un escritor cubano. La reencarnación
parece entonces una imprudencia que pagarán los condenados a la
clandestinidad literaria. Quisiera, si me lo permitiesen, aparecerme
vestido como un iroqués, el ulular de guerra en sus pulmones, unas
plumillas púrpuras aprisionadas en la frente, solo para aparentar el
linaje, que conste, flechas venenosas en mi alforja, y mi cara recon-
vertida en la de Nicolás Guillén y en la tuya.
––¿Privilegio, Heberto? Vayan los dioses de la reencarnación a
saber, de cualquier manera, gracias. ¿Cómo evitaría cenar con algún
crítico?
––Hay muchas formas. Los dolores momentáneos son recurso in-
falible. Y “el estoy de viaje”, o recordarle a algún escritor con el que
tuviese discordias o llevarlo a ver un documental patriótico.

95
Habitante

Jaime Urbina lee fragmentos de una carta que, dice el poeta español,
recibe de Heberto Padilla. Ocurre en Letra en vivo (CRN, Sevilla),
programa televisivo que se emite el 9 de octubre de 1995.
Soy habitante de un país deshabitado. Punto de vista mental, como de-
biera serlo la declaración de abstinencia a sitios que me nombran porque no
pueden deshacerse de mí. Prefiero suponer que nací en ese país que procreó a
Mozart y a Cervantes, a Gandhi y a Abraham Lincoln. No tengo país o
me cobijo en todos.

96
Hay algo encantador
en comer manzanas rusas

Pregúntenle a Heberto, que hace de la comarca rusa su guarida in-


violable. Aunque no le gustan las manzanas.
Debió nacer allí, le dice a un muy anciano Boris Pasternak
mientras le visita para cotejar la traducción y publicación de Doctor
Shivago en Cuba.
Pasternak habla de ajedrez. Admira a Capablanca. Al menos allá
donde vives no hay tanques.
¿No hay tanques? Se sorprende Heberto.
Ni Siberia. Y si te ganas el Nobel no te dan una medallita y una mor-
daza. Ni una silla de ruedas, por supuesto.
¿Karpov o Kasparov? Es lo que Heberto atina a prolongar.
Es 1964 y Pasternak vivirá once años más. Doctor Shivago se pu-
blicará en Cuba, pero traducida por Samuel Feijóo.
Con Solzhenitsin no le irá mejor. Recuerda que este dijo que la morali-
dad no se logra con el conocimiento, y Heberto no va ajeno a esa pers-
pectiva y en una conversación que mantienen mientras comparten
viaje en tren hacia Vladivostok (octubre de 1963), le repone que,
sin embargo, el conocimiento del mal prevé de una moral que no
termina donde los inmorales desean.

97
Hebertistas

Heberto reconoce que muy pocos amigos están a su lado en el mo-


mento crítico. La mayoría se esconde o disfraza, o permutan para el
lado de los agresores, y así no tienen que esconderse o disfrazarse.
Los hebertistas llama a quienes resisten. Dos, tres, unos colegas
más allá de mares y consignas, algún primo insondable (que parece
hermano a no ser por disparidades decisivas).
Sabe que los verdaderos hebertistas fueron una tendencia de los
extremos en la Revolución Francesa. Les gustaba la guerra, y entre
sus fieles posaban Jacob Pereira y Andrés María de Guzmán, un
portugués y un español, en la corte de revoltosos parisinos. También
entre ellos se bamboleaba el después célebre Joseph Fouché, que iría
de un bando a otro, según se columpiaran los poderes.
Hay muchos como Fouché entre los nuestros, le dice a Belkis Cusa,
que le pregunta cuántos hebertistas existen ahora mismo, cuántos
le apoyan.
Cuenta con las manos, o en silencio. Espera que su esposa le ayu-
de a enumerar una lista que los dos saben vacía y silenciosa.

98
Herida

Mi herida es fiel y humilde, va conmigo a cuanto lugar voy, se entretiene con


heridas que ve, más profundas, o artificiales, casi siempre desviadas de curas
inmediatas, como ella.
Yo la amo desde condición sexual como la suya: juntos, tibios y acurru-
cados, con el lujo de nuestras caricias nerviosas.
La herida necesita de mi sufrimiento, yo necesito su imagen entre roja
y verdosa. Ambos rechazamos al dolor, un tipo serio y a veces escandaloso.
Tiempo después lo unimos a nuestras orgías.
Un trío perfecto y fragante, una desvergonzada combinación.
(De Por qué estoy fuera del juego, Editorial Fiebre amarilla, Segovia,
España, 2008).

99
Hienas

Que los críticos y mercachifles similares lo compararen con Pas-


ternak, Bulgakov y otros, para luego devaluarlo reconociendo que
su obra no tiene comparación con las de ellos, no es su culpa. No
ha querido hacer mejores o peores libros que los suyos. Los críticos
y mercachifles (sobre todo del país) tienen que vivir como hienas
bubónicas. Aunque para ser honesto, cree él, las hienas, incluso bu-
bónicas, poseen un poco más de escrúpulos.

100
Higiene social revolucionaria

Samuel Feijóo, poeta amelcochado, que echa barriguita a costa de la chi-


vatería armada (palabras de Heberto a José Soler Puig), lidera una
banda de purgadores que acosa a intelectuales y artistas.
Heberto se encuentra en Santiago de Cuba (noviembre de 1965)
como participante de un evento literario y decide saludar al Gran
Soler, como lo llama, beberse unos exquisitos rones orientales, fu-
mar a sus anchas.
Soler Puig cree que se trata de una fabulación enjundiosa de He-
berto, con quien el sarcasmo rueda a velocidad insuperable.
––Que no, Soler, ninguna novelita inglesa adaptada, es la turbia
realidad. Feijóo cumple los requisitos y le condecoran de paso. Un
inepto, de los peores escritores del país, guatacón de todo el que
huela a jefe y miedoso como una embarazada de seis meses.

101
Historia de la poesía cubana

Heberto se trae a Mariano Brull, a Julián del Casal y a Emilio Balla-


gas para que cenen con él (11 de julio de 1958) un guiso, La Cho-
pinesca, nada que ver, les advierte, con el ilustre polaco, compositor
de sonatas y nocturnos, si acaso el detalle que dejan unas exóticas
flores (como conspiración, eso sí, polaca, o húngara, de cualquier
país que tuviese consignas murmuradas entre las flores) con pollo
y camarones, pollo tormentoso, que diría Casal; barroco, palabra de
Brull. La geometría próspera del ave más los sanguinolentos gusani-
llos llamados camarones, apagarán la lata del más exquisito gourmet,
sonríe Heberto.
Debemos aceptar, dice en otro momento el anfitrión, que arreglamos,
o queremos hacerlo, esa gran poesía embarcada desde de barrios más allá,
sépase, Grecia, China, Inglaterra, y de algunas callejuelas españolas.
Beben Bacardí, el ron de los dioses, se jacta Heberto, mientras des-
liza en una mesa picantosos tocinos, queso camagüeyano, souvernirs
joviales de una noche compartida entre camaradas.
Emilio Ballagas intenta hablar de unos poetas rimadores que lle-
van, dice con despectiva aureola, la escarcha de los rimadores de Yeats.
Pero destruimos más porque descubrimos menos, se lamenta Casal. La
intransigencia de una generación no debe ir liada a la hostilidad de símbolos
que no son culturales, llegados, incluso, de hechos totalmente anticulturales.

102
Adjetivos, verbos, balbucea Mariano Brull, como si marchara a
una velocidad superior a la dictadura elegida para los borrachos.
Heberto se preocupa y el otro le recuerda que ponerse melancólico,
como él va, solo resulta señal de atontamiento pasajero.
La madrugada los encuentra borrachos. Ninguno encuentra el
sitio en que vayan a coincidir las ideas de todos (aunque cada cual
respeta lo que viene y de donde viene). Ninguno mete la cuchareta
en un tema político. Ninguno ha dicho la lluvia bíblica cae en una
u otra región, o cosa por el estilo. Ninguno alaba dioses que no
fuesen literarios. Ninguno da augurios de que tuviesen miedo a lo
que ocurre, o no ocurre, puertas afuera. Ninguno dice que deben
escribir poemas a héroes o cosas parecidas. Ninguno promete que
cambiará siquiera un milímetro el pensamiento individual (que
del pensamiento colectivo ya se encargan otros, se explica solo).
Ninguno habla de irse del país o de agarrar una metralleta y no
parar hasta las montañas. Ninguno habla de Los siete contra Tebas,
recién estrenada obra de Antón Arrufat. Ninguno comenta sobre
poesía francesa, ni siquiera Mariano Brull. Ninguno habla de poesía
norteamericana, ni siquiera Emilio Ballagas. Ninguno dice que tal
escritor es un buitre y el otro una gallina azorada. Ninguno muestra
rendirse ante las embestidas del Bacardí (Mariano Brull sacude el
atontamiento atracándose del tocino y el queso, y Casal es el único
que procura beber como un frágil yanqui, palabras de Heberto,
metiéndole a su vaso innumerables cubitos de hielo). Ninguno se
queja del calor (y hay mucho calor). Ninguno dice que Guillén
engorda de la cabeza para arriba, que parece un chiste “cariñoso”
preparado por Heberto para el propio Nicolás. Ninguno dice que
Lezama Lima escribe al mismo ritmo de lo que come. Ninguno
habla de Virgilio Piñera, que en esos instantes anda con Witold
Gombrowicz en un barco camino (¿camino?) a Francia, o a Polonia,
o a Barcelona. Ninguno habla de mujeres (aunque, por supuesto,

103
los invitados le preguntan a Heberto, al inicio del convite, por
su esposa, y en un leve momento, cuando ya brota la euforia que
el alcohol enmascara con mejores nombres, transparentes como los
de una película campesina alemana, deducción, quién lo duda, de
Heberto, Emilio Ballagas consiente el privilegio de escribir muchas
veces como si fuese una mujer, actitud diría, divorciada de todo
espíritu sexual, y más arreada hacia la maravilla de la resistencia
femenil, tan bien disimulada en escritoras como la Loynaz o
Mercedes Matamoros). Ninguno confunde el nombre de un escritor
de origen andaluz con el nombre de un escritor de origen vasco.
Ninguno dice que la camarilla de Orígenes es un dormitorio de
nuestras especies sagradas, aun cuando el mérito fuese ese mismo,
apunta Heberto. Ninguno discute sobre el nocaut de Kid Gavilán a
Sugar Robinson. Ninguno abre la puerta a desconocidos porque,
justo será reconocerlo, nadie toca a la puerta. Ninguno va al baño
más de tres veces, a excepción de Mariano Brull, que esgrime
excusas a partir de la caudalosa cantidad de líquido bebida en todo
el día. Ninguno anuncia que deben trabajar en la mañana. Ninguno
averigua por qué la invitación no incluye a otros amigos escritores, o
no escritores. Ninguno, a propósito de La Chopinesca preparada por
Heberto, habla de música clásica, ni insinúa que Mozart sea mejor
que Beethoven o Caturla mejor que Lecuona. Ninguno prueba la
Chopinesca. Ninguno salva a la poesía cubana.

104
Hombre bueno, hombre malo

Dilemas persiguen a Heberto hacia mediados de los años sesenta:


Nadie sabe si es más fácil convertirse en hombre bueno después de haber sido
cruel, o al revés, convertirse en cruel cuando antes fuiste despreciablemente
bueno.
Una sociedad que ha profesado, supuestamente, la justicia como axioma
político, pero que, en su defecto, ha engendrado miles, acaso millones, de
ciudadanos injustos, resulta peor que aquella en la cual jamás se habló
de hombres buenos, de hombres malos, de equilibrio e igualdad, como para
no creer que aquello llamado justicia pudiera importarle siquiera a los con-
denados a estar entre los justos.
(Diario personal, 29 de abril de 1965).

105
Inglaterra

A Heberto le encanta la poesía romántica inglesa. Va disfrazada


de cielo, le comenta un día a Roberto Branly. Es una imagen cur-
si, efectista, lo sabe. Sus conexiones británicas no terminan ahí. Le
ha hecho saber continuamente a Guillermo Cabrera Infante que le
gustaría mucho pasar a saludarlo. Londres no está a pocas millas,
aunque él siente al Tower Bridge y al Támesis a escasas narices. No
hay que precipitar devociones. De la historia cubana le apasiona es-
pecialmente el período de ocupación de La Habana por los ingleses.
Inglaterra tiene otras devociones.
Patria de grandes inventos, de magnos descubrimientos, le susurra
a su esposa, la poetisa Belkis Cuza: el electrón, la vacuna, el linóleo, la
locomotora de vapor, los rayos ultravioletas, la teoría de la evolución de
las especies, las llantas neumáticas, el acero inoxidable, la Ley de Gra-
vitación Universal, el caleidoscopio, la teoría sobre los agujeros negros,
el Álgebra de B, el cemento, el empirismo, los lentes, el argón, la an-
tropología, la vacuna contra la viruela, las teorías sobre la circulación de
la sangre, la termodinámica, el Free Cinema, la escala de temperatura
K, los logaritmos, el nitrógeno, el neón, la entomología, la acústica, el
daltonismo, los gases inertes, el fútbol, el estado gaseoso, la oveja Dolly,
el goniómetro de reflexión, el liberalismo económico, la penicilina, el
tanque de guerra, el neutrón, la teoría atómica, el laicismo, la teoría de
los isótopos, el protón, la turbina de vapor, la óptica.

106
Influencias

Las influencias que he tenido para pensar como pienso fueron algo más que
bibliográficas. No habrá esplendor, la claridad me sirve. Nos sirve. He
relacionado fallas históricas. La consecuencia de que podamos separarnos
de nuestros errores influye en cambiar el lenguaje de una misma composición
colectiva. Dígase, y léase, País. Eso es lo que vale.
(De una carta a Jacques Derrida, 2 de junio de 1965).

107
Insultos

John Reed pide entrevistarse con Heberto Padilla.


Para qué, le preguntan.
John Reed anda viejo y tuberculoso por los bares de La Habana
Vieja, ya su nombre no añade una letra dorada a algún libro, ha ba-
jado a las ligas más inferiores, le dice a Nicolás Guillén una mañana
de junio de 1972.
Heberto y él se conocen casi veinte años atrás, en un Moscú
neblinoso, cenando una especie de hummus ruso, sin garbanzos,
hablan de patriotas eslavos, y de cineastas bálticos.
Reed, menos viejo que sus ideas, pasa de romántico a sulfuroso
a la hora de emprenderla contra la degeneración soviética (palabras
suyas).
––Hasta los poetas se han enfriado por acá.
Las bromas de Reed producen una explosión de carcajadas en
Heberto, que a ratos le pide moderar el tono, por si acaso.
––Un día Stalin descubre que no hay disidentes (ya los eliminó a
todos, nadie duda de sus estrategias). Y si no hay disidentes cómo se
justifican los desastres de la nación, a quién echarle la culpa de que
explote un reactor químico o que se paralice una siembra de patatas
en Volgogrado. Y se le ocurre, por su ingenio, que tiene el tamaño
real de su poder, inventar el modelo más perfecto de disidente. Sus
propios amigos.

108
––¿Es un chiste?
––Que no, que a este tipo lo metieron en la panza de la tragedia
griega, comió vísceras hasta engordar. Las utopías son exóticas, Pa-
dilla, solo pueden usarse contra los desarraigados o pobres.
John Reed aterriza en La Habana y quiere encontrarse con He-
berto. No puede. Es junio de 1972.

109
Interés del Estado

De una entrevista de Heberto Padilla a Cosmos literario (Buenos Ai-


res, 9 de abril de 1967):
No todas las vidas tienen un final, o un intermedio, terrible, pero esta en
la que hemos actuado por decenios, y que no termina aún, tiene tramos poco
gloriosos, un drama coloreado por una biología sangrienta e infame. Somos
actores, de los que nadie reconoce. El guion habla de enfrentar la locura, con:
o más locura, o dejarse arrastrar. Fluir como si fueses un barco en cualquier
parte, en un irreconocible mar. Y que la noche te borre.

110
Jorge Edward

No solo mueren los que están vivos, le dice Heberto a Jorge Edward,
quien llega de Chile y sin soltar las maletas, eufemismo o metáfora
rudimentaria, pasa a saludar a Heberto.
Se conocen casi tres años atrás, enero de 1963, en Moscú, y des-
pués se han visto varias veces en Buenos Aires, Caracas, México y
también en La Habana.
Edward aprecia el desenfado de Heberto, que no es, confiesa a sus
amigos, de élite literaria.
Heberto le brinda café, abre una botella del ron preferido de Ed-
ward, el Bacardí, y se sientan a beber y desparramar sobre hechos
políticos y literarios. Heberto lo pone al día en la situación de Cuba
y Edward le habla de un generalito de una izquierda rara que re-
mueve las cosas en su Chile querido.
Heberto le pregunta por los grandes de aquél país, la mayo-
ría amigos suyos, o conocidos, Neruda, la Mistral, Nicanor Parra,
Baldomero Lillo, Pablo de Rokha, Roberto Bolaño, Huidobro. Le
cuenta que el viejo Teitelboim se le aparece a cada rato para que le
encuentre “historias del submundo”.
––¿Qué son esas “historias del submundo”?
––Yo no sé, y lo que hago es contarle lo que me parezca.
Ficciones que se van caminando solas, ¿me entiendes? De que
Carpentier quería el cargo de Relaciones Exteriores o de que el

111
Partido Ortodoxo ha fichado a un líder indiscutible que podría
derribar la dictadura.
Después Heberto le habla de su obsesión.
––A lo mejor me muero en un accidente cualquiera en una ca-
rretera difusa, porque de algo hay que morirse, morirse como se
mueren los normales, o como se muere casi todo el mundo, casi, que
Cristo murió como Cristo quiso (suicidio divino).
––¿Pero tienes los tornillos flojos, Heberto, o las carencias cu-
banas inflaman la neurosis, que sé yo, trastornan al que se ponga
delante?
––Qué de raro es que aparezca muerto a la entrada del túnel o
flotando en la bahía. Qué de raro será morirse de un veneno que
nunca quisiste probar.
––O te pones trágico o te pones real, porque te suceden cosas.
Contá, hermano.
––Muchos escritores han muerto en accidentes.
––Mientras haya velocidad y carretera, pero lo suyo tiene otra
pinta.
––Lo que no terminamos de asimilar es que un accidente, bajo
discontinuas parcelas de azar, resulta un incidente como cualquier
otro: similar a una novela francesa de 1840. Más o menos.
––La novela parece muy ilustrativa, para ti, para tus temores.
––Sucede que uno es más importante para los muertos que para
los silvestres que te rodean.
––¿Silvestres?
––Bebamos, querido Jorge.
––Te llevaré a un siquiátrico. Lo voy a hablar con Nicolás o con
Portuondo.
––No menciones a Portuondo aquí. ¿No se puede hablar razona-
blemente contigo? Yo sé de lo que te hablo.
––Cuéntame entonces.

112
––No es tan fácil, es mejor que nos dediquemos a la literatura.
Qué piensas de Danilo Kis.
––No me gusta lo que escucho de ti, Heberto, no me gusta tam-
poco lo que no escucho, así que me dejas alternativas muy compli-
cadas. Y dudas.

113
Juego en contra

De una entrevista de Heberto Padilla a Cosmos literario (Buenos Ai-


res, 9 de abril de 1967):
Oposición versus imposición. Los síntomas políticos (más que sistemas)
juegan cartas diezmadas contra mí. El que opone impone. Y al revés. Siendo
libremente imposible hasta el final.

114
Las imágenes del coto sagrado

Heberto se da en comparar a escritores con animales. Bestiario insulso,


le escribe a Pablo Neruda, 20 de marzo de 1962:
Virgilio Piñera es un gato. Campestre, huidizo, melancólico, a veces cal-
culador como cualquier gato.
Cabrera Infante un oso, aunque no de los abandonados por la mancha
surreal de la selva, más bien polar, blanquecino por ello, también frondoso.
Comilón.
Muchos tipos de osos, Severo Sarduy sería de pradera, más invasivo, y por
ellos menos secreto.
El bestiario presume de fragantes adicciones. No hay paralelos entre su-
puestos parecidos físicos (aunque aquí y allá aparezcan cientos de casos que
resuelvan esas analogías).
Hernández Novás es un ratón, habanero, ratón al fin. Eliseo Diego una
hormiga (masculina, se entiende). Reinaldo Arenas se pinta para cocodri-
lo. Portuondo aparecería en las láminas como una mariposa (amarilla,
amazónica, y con tónicos venenosos, por si acaso). Guillén sería un pájaro
carpintero.
Neruda le devuelve la sonrisa casi un mes más tarde y Heberto
vuelve con otro bestiario, una foto en la que aparecen varios ani-
males y, con líneas de flechas diseminadas hacia los extremos de la
imagen, los nombres de escritores que supondríamos parecidos a
esos animales:

115
Jirafas (Eliseo Diego, Virgilio Piñera, Gastón Baquero), y búfalos
(Nicolás Guillén, Lezama Lima, Fernando Ortiz, Alejo Carpentier, Cin-
tio Vitier), y un lobo que no parece un lobo (Reinaldo Arenas se asemeja
a Severo Sarduy). Seis leones que parecen tigres, a lo mejor porque yacen
dormidos, casi unos encima de los otros (Antón Arrufat, Calvert Casey,
Guillermo Cabrera Infante, Pablo Armando Fernández, Onelio Jorge Car-
doso, Edmundo Desnoes, Norberto Fuentes). Una criatura no parecida a
otra, quizás sea mi animal preferido, tal vez no. Soy yo y me cuesta tener
una apariencia cualquiera, incluso como la del lobo que no parece lobo. Uno
de los leones que parece tigre (Pablo Armando Fernández). Una jirafa
(Virgilio Piñera). Un búfalo (Lezama Lima). El sueño del que me despierto
convertido en lo que ya no soy o en lo que ya era sin saberlo: la misma imagen
que otra imagen intenta confundir.

116
Las preguntas del miedo

La sumisión no sobrevive al crimen que la provoca. El sumiso es una especie


de suicida que obedece y, de paso, colabora con sus victimarios. El sumiso
no actúa por rapiñadas ofrendas, sino a través del miedo que siente. Tener
miedo no es malo, malo resulta declarar tu miedo y luego convertirlo en es-
clavitud.
(Diario personal, 6 de junio de 1967).

117
Lectura de proclama

Lugar: Periódico Revolución.


Día: 16 de octubre de 1966.
Fuente: Anónima.

Yo no quiero pájaros con escopeta.


Yo no quiero profesorcillos blandengues educando a mis
hijos.
Yo no quiero tipos que renieguen del trabajo, por duro
que sea.
Yo no quiero a alguien que imite los malos ejemplos del
extranjero.
Yo no quiero que se canten canciones de Los Beatles ni
de nada que se les parezca.
Yo no quiero lujos para los obreros.
Yo no quiero personajes con biblias confundiendo a los
que no tienen muy claras las cosas.
Yo no quiero escritores que critiquen nuestras ideas ni
clamando por tolerancia sin réplicas a esa tolerancia.
Yo no quiero que los de aquí se comuniquen con los de
allá ni los de allá con los de aquí, porque a nadie debe
importar cómo se vive en una y otra parte.

118
Yo no quiero demasiadas películas norteamericanas en la
televisión o los cines.
Yo no quiero que se publiquen escritores internacionales,
solo los que demuestren un verdadero carácter proletario
y progresista.
Yo no quiero a esos que creen que no cumpliremos nues-
tras tareas, por utópicas que parezcan.
Yo no quiero aristócratas de antaño metiendo sus narices.
Yo no quiero cartas de quejas o reclamaciones.
Yo no quiero compasión con los enemigos.

119
Literatura

La literatura no sirve para comer (le dice a Heberto su padre), aun-


que como negocio (para algunos) no esté lejos de componendas ma-
teriales dignas de ascuas oscuras. Siempre a favor de conceptos bien
claros: Que tu literatura haga comer a “los de arriba” y tú comerás
también.

120
Lujos

Lo último que procuro es dañar a los míos, le confiesa Nicolás Guillén


a Heberto, una noche de noviembre de 1964.
Un amigo de Nicolás, apoderado en la comarca del Turismo, le
pide que se traiga a algunos artistas a su casita en Miramar, que re-
sulta lo más parecido a un palacio imperial inglés.
Tomás Gutiérrez Alea “Titón”, Carlos Franqui, Mariano Ro-
dríguez, Guillermo Cabrera Infante, que trae a su esposa Miriam
Gómez y a su hermano “Sabá”, Pablo Armando Fernández, Harold
Gramatges, Raúl Martínez, Alberto Korda, Heberto y Nicolás,
componen la lista de invasión a la fiesta.
En el palacete hay lo que se encuentra a precios prohibidos en un
gran hotel de La Habana, diseminado sobre varias mesas para que
los invitados arrasen.
Hablan del poder, real o simbólico, de los escritores; por eso Ni-
colás esgrime lo de no hacer daño a los suyos. Citan a Camus, a
Kundera, a Wagda, a Bataille, a Julia Kristeva, a Javier Marías.
“Titón” y Cabrera Infante discuten, con escarceos de algunos, sobre
quién doblega más a Hollywood, si el cine europeo de posguerra
(Neorrealismo, Nueva Ola, Free Cinema, los chiquillos del Ober-
hausen, o incluso el nuevo cine de Latinoamérica, y otros pequeños
movimientos y grandes nombres: Tarkovski, Kurosawa, Bergman,
Jirí Menzel, Wagda otra vez, Yasuzo Masumura, Grigori Chujrái,

121
Gillo Pontecorvo, y Buñuel y sus etapas mexicanas y francesas, entre
otros) o Hollywood en su interior y lo que le rodea: Welles, Hitch-
cock, Billy Wilder, Frank Capra, Kubrick, Sam Peckimpah, Elia
Kazan, Robert Altman y John Cassavetes, Stanley Kramer y una
pandilla de independientes.
Cabrera Infante se queda en Hollywood, con su emblema de que
allí crean, en la misma tarima, el virus y el antivirus, del arte con-
temporáneo. Gutiérrez Alea apuesta por Europa y aledaños, sirvién-
dose, dice, de que el mercado mete pocos puñales en esa carne.
Heberto se emborracha más rápido que los demás y persiste en
que reconozcan a Pudovkin como el puto amo del cine universal.
Cuando el tema enfila hacia los jardines del pop art, Andy Warhol
se convierte en celebridad habanera, no para Franqui, Titón,
Gramatges y Mariano Rodríguez, tampoco para Heberto que clama
porque, si las artes plásticas van por esa ruta, no nos extrañemos de que en
el futuro cualquiera osará llamarse artista, cualquiera se desnudará bajo
una sombrilla y a eso llamarán arte poscontemporáneo o arte renovador.
Eso es lo que después hacen los británicos, los Damien Hirst, Chapman
Brothers, Tracy Emin y compañía.
No hay ya muchas almas creativas, repone con menos euforia, He-
berto. Bajtín dice que la primera verdad del creador se la ofrenda el propio
arte. ¿Y si no hay arte por qué tendremos que llamar artistas a los que solo
han sido, o pretendido ser, los más astutos del aula, quienes más leyeron o
mejor se informaron, quienes vieron más películas y pueden hablar de ellas
como si fuesen los magnos padres de ella? El arte contemporáneo me lo paso
por los cojones.
Algunos ríen la última frase. Nicolás le pide cautela, ya casi se
van y deben agradecer al anfitrión su gesto de compartir casa, rega-
los, convite.
Todo muy bien, un placer tener allí a lo mejor de la cultura cuba-
na, les dice el dueño de la casa. Miriam Gómez elogia sus platillos,

122
Pablo Armando Fernández habla de bondad y de cómo la bondad
es, casi siempre, una paloma mensajera que escapa y no devuelve el
mensaje. Titón y Korda reverencian el vino, lo que parecido hace
Raúl Martínez con el whisky y Guillén con la langosta y el ron
Matusalén.
––¿Quién agradece a quién? ––pregunta Heberto e intenta
levantarse. Titón y Mariano procuran mantenerlo sentado––. Este
hombre nos invita a que celebremos nuestras miserias con él, que no
tiene ninguna, es fácil darse cuenta. Nos cree mercenarios, muertos
de hambre, los cerdos letrados de la República.
Guillén le habla en tono airado, obligándole a respetar la
camaradería del anfitrión.
––Por última vez, Heberto Padilla, calla tus borrachas palabras.
Este hombre es mi amigo, y si bien es cierto que tiene lo que tenía
que tener, como lo debíamos tener nosotros, no es su culpa. Qué
insoportable necedad la tuya.
Heberto quiere hablar, pero Cabrera Infante lo sacude. Guillén es
quien pronuncia las últimas palabras de la derruida fiesta:
––Mañana, Padilla. Mañana no vas a querer acordarte ni de Baj-
tín o Pudovkin, ni del cine húngaro. Mañana, Padilla.

123
Mapas

Heberto le escribe a Nicolás Guillén (noviembre de 1962) para su-


gerirle que a Cuba le sentará bien una división como esas que se
estilan en algunos países asiáticos. Y reseña su ofrecimiento para
sugerir una fragmentación de tipo geográfica.
Cuba del Oeste incluiría las provincias desde Pinar del Río hasta
Las Villas, será el país socialista, y Cuba del Este, incluyendo la otra
parte del país, representaría a política y economía de carácter libe-
ral. Por supuesto, que muchos occidentales alegarán que en varias
zonas del Oriente se fertilizaron múltiples tendencias que concluye-
ron con la instauración del sistema en el poder, además de una lista
importante de cabecillas de tal ala política, nacidos en esos sitios.
Del otro bando llegarán quejas similares. No importa, asegura He-
berto. No hay sistema perfecto. Los mapas no lo serán menos.
¿En qué parte vas a vivir? Es la pregunta de Nicolás.
En el aire, le responde Heberto días después.

124
Mayoría

Lo que nos vuelve idénticos ante la mayoría es que somos, a pesar de las
diferencias, la mayoría.
(De Por qué estoy fuera del juego, Editorial Fiebre amarilla, Segovia,
España, 2008).

125
Minoría

La minoría más deplorable es esa que siempre oprime a la mayoría. En todas


partes existe, pero en todas partes no es tan minoría.
(De Por qué estoy fuera del juego, Editorial Fiebre amarilla, Segovia,
España, 2008).

126
Montañas

A Heberto lo invitan a uno de esos eventos que ocurren en la Sierra


Maestra, y aunque evade las dos primeras ocasiones, alega, en la ini-
cial, una enfermedad ocular que le obliga a alejarse de libros, sol y
personas; en la segunda se justifica con asuntos referidos a un viaje
que lo llevará a Europa por varias semanas.
Por allí, por los recónditos parajes en los que se asientan miles de
guerrilleros, pasan decenas de importantes escritores y artistas del
país. Heberto, como resolución evasiva, o como táctica que resguarda
al inconsciente más arbitrario y menos interrogador, supone, como
igual lo hacen esos escritores de visita por similares objetivos que el
suyo en la Sierra, que resulta provechoso, bajo ciertas condiciones,
llevarse bien con las dos partes, hasta saber, al menos, cuál de esas
partes demostrará mayor debilidad hacia sus artistas.
Las tentativas andan abiertas. Con desgano, con inmemorable
desdén, toma aquella decisión, y lo que ella implica, como un cam-
bio de voluntad, prueba para liberar su estatismo simbólico y la
reverencia a esa aventura servida por una sombría única vez.
Les propone a los rebeldes ofrecerles un curso, lo más breve
posible, claman por él otros eventos europeos, urgencias tan baratas
como la mano izquierda libre. Aunque la palabra curso reúne, por
su cualidad temporal, la congestión de fechas y más fechas. De la
literatura se aprende lo imprescindible, le escribe a un capitán nombrado

127
Solórzano, que se dice responsable de los Talleres Literarios en
Armas.
Con tres o cuatro días bastará, le hace saber.
La literatura es tan inmensa como la misma historia, le replica el ca-
pitán en un telegrama fechado el 6 de noviembre de 1969.
La literatura se aprende mejor ignorándola, quiere decirle Heberto,
pero la frase le parece estridente, ridícula o falsa.
Concierta, sin embargo, asuntos referidos a avituallamiento, via-
je de ida, condiciones de trabajo, materiales de instrucción (libretas,
lápices, algún que otro libro, y le cita unos cuantos que Solórzano
ignora), pago, maneras de organizar las aulas, o lo que se parezca, y
tiene deseos de expresarle el lujo, si la ocasión sirviera, de saludar al
Comandante supremo.
Esas cosas caerán en el plato si llega la ocasión, se resigna Norberto,
que entiende suculento el dispendio que le ofrecen, tan parecido al
que puede recibir de ciertos institutos o universidades del mundo
desarrollado.
Habla por teléfono con Guillén para anunciarle que se va
a alfabetizar a los alzados. Pronuncia la palabra alzado con
resquemor, con pausa entre los sonidos que se escuchan como
un distendido murmullo. Guillén ha estado un par de veces
allá y guarda sensaciones encontradas que no le quiere revelar a
Heberto.
Lo extravagante hay que administrarlo para que no se vuelva clandes-
tino, le confiesa Nicolás Guillén.
Heberto piensa que imprudencia magna será reconocer como ex-
travagante todo lo desconocido. Se despide de Guillén, que le pide
que, si por casualidad, se encuentra a un soldado de apellido Colum-
bié, le salude de su parte.
Mostrar habilidades literarias a personas casi analfabetas es por
exótico, deplorable y, aún así, por deplorable restaña el paso de la

128
cultura (o lo que se esconde en ella) por líneas separadas de un punto
llamado cero.
Trastoca imágenes. Es un privilegiado. Sartre estuvo allí con
aquellos hombres. Camus pasó una Navidad entre comidas guerri-
lleras y cánticos patrióticos. Susan Sontang, Allen Ginsberg, Oc-
tavio Paz, Arno Schmidt, Alberto Girri, Flann O’Brien, Luchino
Visconti, Robert Indiana, entre muchísimos más, comparten días de
sus vidas en los parajes de la Sierra Maestra.
Un acto que une bondad con exhibicionismo pedagógico,
fanfarronería con desayuno de filósofo, aventura con afán mercenario
(le pagarán las clases con una entonación diplomática), debe asumirse
desde la intransigencia y el desenfado. Por eso altera contenidos,
fichas de autores, tendencias con tendencias divergentes, una
revoltura de absurdos reluce allí en los cuadernos signados como
mapas del curso. Donde decía Oda al Niágara aparece el nombre de
Domingo del Monte como autor. Donde decía Por la calzada de Jesús
del Monte, el escritor que lo firma responde como Regino Boti.
No se permite desordenar la ruta de Martí o la de Guillén, al que,
de seguro, aquella burla le iba a aparecer exultante.
Al hacer un receso en uno de los seminarios, el tema centra a literatos
cubanos que crean sus obras fuera de Cuba, y en este apartado enumera,
entre otros, a Fayad Jamis, Manuel Navarro Luna, Dulce María Loynaz,
Cintio Vitier y al mismísimo José Antonio Portuondo, se le acerca
uno de los oficiales desde el fondo de la improvisada aula. Lleva el paso
cansino y, aún así, viril, de hombres que envejecen en comarcas de
guerra, su barba reluce entre la mezcla contrastante de los rizos oscuros
y las canas.
El comandante Guevara le resume que ahora es el ministro de
Cultura de esos insurgentes; uno de los artífices de los talleres,
editoriales, emisoras y estudio de televisión creados en las condiciones
de campaña.

129
––Sabe que puedo fusilarlo por su impertinencia ––le dice a Heberto.
––¿Fusilarme? ––y Heberto reconoce que, como le pasó a su gran
amigo Roque Dalton, solo se está una vez en el lugar equivocado.
––No juegue con la ignorancia ni se burle de la falta de estudios
de estos chicos. Mientras usted se promete distracción a costa de una
bala perdida, ellos prefieren, por elección o por descarte, compro-
meterse con su país. Usted llena su cabeza de libros y más libros y
cree que despistar a los campesinos es un truco excelso, como el bo-
cadillo que un embaucador se prepara antes de perpetuar la trampa.
Heberto intuye que los enfrentamientos como ese necesitan otros
parajes, una lejana situación de guerra y, si fuese posible, otro escri-
tor en su lugar.
––Es como un rompecabezas, comandante. Un rompecabezas
que a la larga llega a ser instructivo. Hay desorden, pero desorden
controlado, con un fin didáctico. Los nombres se esconden, las obras
se esconden, y la mente se ejercita. Todo muy interactivo.
––No se puede jugar así. Es como si dijera que Los siete samuráis
fuese un clásico de Buñuel o Yesterday una composición de Mick
Jagger.
––Quiero simbolizar que las obras no tienen un dueño legal, son
libres.
––Como si Riquelme metiera goles con la casaca de River. Un
asesinato, Padilla.
––Me excuso, comandante. Mis intenciones aun por buenas no
han sido lo suficientemente buenas.
––Qué importan las intenciones si el trasfondo se mantiene oscu-
ro. La espada puede estar al lado del libro (es una metáfora se entien-
de, metáfora que extraje de lecturas gaélicas). Si la espada resulta
gloriosa, el libro protege esa gloria.
––¿Lee mucho?

130
––Colectivizo las lecturas. Lo que redunda en formas poco orto-
doxas de cambiar los emblemas.
––¿Qué prefiere, novela, ensayos históricos, poesía?
––Prefiero la inconsciencia (el verdadero estado en que se asienta
la normalidad). Prefiero los animales peludos, la cerveza caliente.
––¿Borges, Sábato, Fowgill, César Aira? La literatura de su país
siempre cuenta un mismo chiste. Nosotros lo leemos de maneras
diferentes.
––Lo voy a fusilar por segunda vez.
Heberto sabe que ya está muerto y lo peor resulta que a partir de
ese hecho ya no podrá contarlo como él entienda. Debe intoxicarse
de lo que vendrá: represiones, burlas, el itinerario pintado con el
camuflaje de los guerrilleros caídos en combate.
Sin embargo, el argentino lo invita a pescar.
Parece que vaga por un relato japonés. Vendrá un arroyo, ven-
drán truchas incapturables.
––Escriba sobre nosotros ––le dice Guevara, ya a un pie del agua,
el anzuelo resumido en apacibles burbujas––. Mienta. La fabulación
es de sus mejores trucos. Invente una historia que desencadene, por su
velocidad narrativa, por su resurgencia mítica, en Revolución. Diga
que lo que se parece a lo real es, en realidad, lo real. Una Revolución
que se descubre en el poder desde hace años. Desde… 1953. No,
tiene que poseer algún significado especial, el menos para mí. Desde
1959, que fue el año en que nació mi primer hijo, aunque fue el año
en que Batista se metió en el Palacio. Ponga que lo hizo antes y huyó
en alguna fecha de 1959, que nosotros tomamos el gobierno e instau-
ramos una democracia, ofrecimos al pueblo educación, salud y cultura
gratis. Con transparencia. Este es el verdadero juego. Una novela que
reproduzca lo que entendemos bajo nuestras sombras de vida. Escriba
que cambiaríamos la Constitución y que el presidente se elegiría cada
cuatro años. Diga que me matarán en cualquier país tiempo después.

131
––¿Usted mismo quiere matarse?
––Quizás no me entenderé muy bien con la libertad o ella no se
entenderá del mismo modo conmigo.
––Sabe lo que va a ocurrir si usted muere.
––Moriré en un país innombrable. En uno de África o en uno de
América. El Congo, quizás. Bolivia.
––Su imaginación es frondosa, comandante.
––Diga que usted se convertirá en problema para el país.
––¿Yo?
––Escriba que las catástrofes llegarán solas.

132
Monstruo

Siempre sospechoso, desde que nace. De provocar que su madre su-


fra en el parto. De inspirar que sus padres tengan mudanzas con-
tinuas. De leer cuando debe realizar tareas escolares. Cuando tiene
ocho años mata a un gorrión. A los catorce un compañero de clases
lo acusa de fisgonear en sus apuntes. Sospechoso de espiar a semejan-
tes travestidos en no semejantes. Sospechoso de sentir lo que escribe
y de que su juicio se convierta en competencia de otros. Sospechoso
de insociabilidad, de filantropía con burgueses derruidos y euro-
peos. De escribir lo que no siente o de escribir lo que solo él siente.
De escribir lo que nadie necesita que escriba.

133
Morir no resuelve la posteridad

No hay posteridad más dañina que esa que otros disfrutan en nuestro nom-
bre o contra nosotros.
(De Por qué estoy fuera del juego, Editorial Fiebre amarilla, Segovia,
España, 2008).

134
Norberto Fuentes

Norberto lleva ínfulas de gran disidente y luego se arrima a los poderosos.


Su librito Condenados de condado cruzó algunas cercas, después nos di-
mos cuenta de que solo era espejismo.
Lo anterior pertenece a la entrevista que Heberto confiere a Do-
mingo Biglia en Clarín (La verdad detrás de unas mentiras dulces, Bue-
nos Aires, 7 de septiembre de 1974).
Años antes no piensa así. Norberto viene a buscarlo para ir de
cacería submarina. El plan es tan exótico que no se resiste. ¿Caza
submarina? Si apenas puede nadar unos metros.
Norberto Fuentes pesca con Hemingway en las corrientes del
Golfo. Pescan poco, beben mucho. El whisky mezclado con las
bombas del escritor norteamericano. Sus peleas imaginarias con
Faulkner y Steinbeck, a quienes desea enfrentar en un ring y no
precisamente literario. Las divergencias beisboleras entre los hom-
bres de pesca. Ernest clama por los White Sox (esas medias sucias,
contrataca Norberto), con ligeras simpatías hacia sus compañeros de
calcetines, los Red Sox. Tienen admiraciones compartidas por Yogi
Berra, Ty Cobb y los cubanos Miñoso y el Duke Hernández. Nor-
berto usa la bandera de los New York Yankees, no tiene más cupos.
––Con Hemingway no se puede discutir, Padilla. De eso al pleito
solo van dos vasos de whisky.

135
Ahora repiten esa travesía. Beben poco. No hablan de béisbol o
de literatura.
Quizás uno de ellos espera a que el otro hable, confiese, reconoz-
ca, agreda. Quizás el otro espere lo mismo de su compañero. Quizás
uno de ellos teme hablar y que el otro lo denuncie. Quizás el otro
tiene ese mismo temor.

136
Novelas

En el programa La biblioteca del aire (Radio Progreso, La Habana,


13 de septiembre de 1960), el conductor y guionista de ese espacio
pregunta a Heberto cuáles novelas cubanas llevaría a una isla
desierta.
A Heberto la pregunta no le parece muy profunda. Ha ido otras
veces a esa isla desierta (la insistencia de los entrevistadores frívolos le
desalienta y aturde) y jamás lleva novelas cubanas, ni siquiera un tomo
de Anna Karénina o un extracto del Reader Digest de El Gran Gatsby.
Llevaría a esa isla muchachas en bikini y después sin bikini, ríos
de ron y cerveza, agua, artes de pesca (¿artes de pesca?), un perro que
se llamará Cocodrilo.
El conductor necesita una respuesta porque el guion no está pre-
parado para que un intruso merodee más allá del arco de respuestas
lógicas, y Heberto cede, aun cuando es de los que les gusta correr
tranquilo, a su propia velocidad, los maratones literarios, vengan de
donde vengan.
Y comienza por preguntarle a su entrevistador si él cree que para
ser novelas cubanas tienen que ser obligatoriamente escritas por no-
velistas cubanos. El otro le responde que es obvio. La genealogía
propulsa una escala de evidencias.
Heberto le contradice. Hay novelas cubanas que no pertenecen
a escritores cubanos. Desde otro ángulo concurren aquellos que

137
escriben desde Cuba novelas (o libros de cualquier tipo) que no
son, ni con un cuchillo abanderado punzando tu ingle (las hernias
narrativas que apestan y duelen sí se encuentran en el mercadeo a
puertas cerradas) cubanas. El ribete nacional lo defienden e instauran
algunos peladores de papas de la Industria Crítica. Es una industria,
la que permite a los soeces hablar por una masa de soeces menos
críticos. En todas partes ocurre parecido. Y qué importa, el mundo
restaura el desorden y el estanque sigue lleno de ranas chillonas y de
ranas que leen asustadas el último número de New Yorker.
No repetiré autores, prosigue Heberto. Lezama Lima no traerá
sus maletas a mi casa. Paradiso es para muchos una sinfonía como las de
Bruckner, ese es el lenguaje de los aduladores. Y seguro que Bruckner pudiera
quedarse chiquito, y la sinfonía de Paradiso sea equiparable a una de las
de Sibelius, pero por mí que vaya con su música (por muy sinfónica que sea)
a otra parte. Como poeta, Lezama anda entre los primeros e, incluso, como
ensayista. Hay otros autores, otras novelas. Hay situaciones noveladas, y hay
novelas en situación.
El entrevistador parece desistir, muestra enfado, impaciencia.
Desde el otro lado del cristal replican con señas más injuriosas.
Por fin Heberto comienza a pronunciar su lista, casi en el mis-
mo instante que el programa termina y una música ruidosa, la que
músicos cubanos en Nueva York mezclan con ritmos de insolencias
oscuras, convierte en simulacro de voz y de nombres: Tres tristes tigres
(Guillermo Cabrera Infante), Bording home (Guillermo Rosales), Las
iniciales de la tierra (Jesús Díaz), Matarile (Guillermo Vidal), El reino
de este mundo (Alejo Carpentier), Cobra (Severo Sarduy), Un tema para
el griego (Jorge Luis Hernández), Tuyo es el reino (Abilio Estévez),
Hombres sin mujer (Carlos Montenegro), Caracol Beach (Eliseo Alber-
to), La carne de René (Virgilio Piñera), El polvo y el oro (Julio Travieso).
Y todas, escuche, todas las de Reinaldo Arenas.

138
Opresiones

La representación política del mundo utiliza al poeta y lo oprime. Frase des-


deñosa, pero de ningún modo trata de la consecuencia individual del poeta
y su acto de enfrentamiento a esa representación. El poeta utiliza todos los
lenguajes (incluido el político) para asimilar la noción de un mundo que es
tan imperfecto como irremediablemente sanguíneo.
(De Por qué estoy fuera del juego, Editorial Fiebre amarilla, Segovia,
España, 2008).

139
Otro sueño

La literatura te desfigura moralmente, le dice Solzhenitsin. Puede creer-


lo o no porque la conversación transcurre durante un sueño. Sueña
con Dios, y con bichos, cuerpos de bichos. Las cabezas de escritores
queridos, y no queridos, ensambladas en los cuerpos de esos bichos.
Un dragón purulento con la cabeza de Virgilio Piñera. Un gallo con
la cabeza de Alejo Carpentier. ¿Qué significa la cabeza de Carpentier en
el cuerpo plumoso de un gallo? Pregunta a los amigos, más allá de los
sueños.
- Que es quien canta más.
- Un mandón.
- Un plumífero.
- Un alborotador.
- Un escritor de corral.
El sueño con Solzhenitsin parece suceder en un bosque cercano a
La Habana. Heberto ha leído Archipiélago Gulag e intenta reprimir
cierto paraje de la novela muy parecido a una experiencia fuera de
los sueños. La plática tiene matices alegóricos, y trágicos a ratos,
y a ratos ocurren interrupciones. Pasan por allí, se involucran en
el diálogo, disímiles personajes: Boris Pasternak, Voltaire, el Che
Guevara, Bulgakov, José Antonio Portuondo, Stalin.
La escena encuentra un momento esplendoroso. Heberto le pregunta
a Solzhenitsin si le tranquiliza saber que es un héroe, o algo parecido.

140
––Donde yo estoy, donde he estado, si puedes ser una persona ya
es suficiente. Nadie es héroe en el sufrimiento, y el que lo consiga es
porque no puede hacer cosa peor.
Heberto sonríe creyendo que una sonrisa calmará la tensión.
––No tiene nada de malo ser héroe ––prosigue Solzhenitsin––,
como tampoco lo tiene ser cobarde. Es cuestión de casting. Un co-
barde romántico vale tanto como un héroe en su vanidad de héroe.
Heberto se ha prometido no tener más sueños como ese, pero si
algo no se puede gobernar es un sueño. Y la pesadilla con Solzhe-
nitsin vuelve una y otra vez, aunque cambia el escenario, y cambian
los diálogos, y a veces habla y escucha a alguien que no se encuentra
allí, en el sueño.

141
Palabras

Hipocampo, murmullo, elegía, libertad, amarillo. Palabras preferi-


das de Heberto. Se lo hace saber a una periodista. La mujer viste con
una blusa militar aunque dice representar a una revista literaria del
país que Heberto no conoce.
A ella no le agrada esa elección. Son mis palabras, le reprime He-
berto.
¿Desde cuándo las palabras tienen dueño? Casi un grito, des-
quiciada, a punto de la furia, oye la voz de ella. Las palabras no son
objetos que se usan por usar.
Heberto recuerda que su amigo Jean-Clarence Lambert dijo que
debíamos tratar a las palabras como objetos. No menciona poeta
alguno. No usa frases que parezcan ingeniosas. El espacio es abierto,
aun en ese día de 1970.
A las palabras tampoco se les puede creer mucho, dice, y siente repul-
sión de él mismo por intentar la simpatía de aquella mujer.

142
Paraísos

Una carta de Heberto a Belkis Cuza, fechada en octubre de 1972:


Escucha, querida (un esfuerzo y notarás mi voz por encima de las
palabras o refugiadas en ellas). Creo que he desecho mis ganas de irme
contigo a otra época, que es como irse a cualquier sitio inencontrable, alejado
hasta de los ruidos que dejamos atrás, aunque escuchándonos nosotros mismos
ahora, donde la muchedumbre de insensibles sea una mala foto al final de
un álbum de fotos malas. Donde nadie nos diga cómo pensar, cómo sentir,
cómo entregarnos. Donde las conveniencias existan porque les dimos nombre
(y cuando sea posible, o conveniente, quitemos ese nombre). Donde nuestros
hijos sean perfectamente parecidos a lo que ellos quieran parecerse, normales
como hijos normales de un matrimonio nada normal. Donde no nos acosen
funcionarios irrespetuosos, holgazanes con sus armaduras de capos intocables,
pidiéndonos que padezcamos lo que ellos deben padecer (y no padecen). Donde
si hiciésemos un esfuerzo nos encontrásemos a las personas más sencillas a
nuestro alrededor. Donde las únicas mentiras que soportemos, por artísticas,
sean las que nos enseñen una verdad no conocida, sin vislumbrar. Donde
publiquemos los libros por la donosura o brillantez de los textos y no porque
transcurren, o deben transcurrir, bajo ciertas cláusulas temáticas, demorados
y mentidos decretos a seguir. Donde consagrémonos a tener un perro, o dos, aves
de corral, un pequeño rinoceronte (esto es una chanza, pero sé que en algunos
sitios de África puede ocurrir). Donde enviemos postales para la Navidad
(porque tendremos Navidad o cualquier fiesta con familia y amigos, y

143
divertimentos insolentes o banales, acercados a nuestras distinciones y gustos).
Donde nos hablen con respeto en dependencias, mercados, institutos, y no nos
obliguen a navegar por un río de burocracias al aire. Donde una pareja de
taiwaneses o una pareja de chipriotas puedan vivir en nuestras cercanías
y compartir cenas, culturas, por disparatadas que luzcan para cada uno.
Donde comer no se convierta en delito, mucho menos en un lujo. Donde la
palabra aberración designe a las verdaderas aberraciones. Donde desde allí
mismo pudiésemos seleccionar un viaje a Groenlandia, a Marruecos, a donde
nos diese la real gana. Donde compremos para nuestros hijos lo que nuestros
hijos se merezcan. Donde no suframos las plenitudes ajenas (porque algún
día podrán ser las nuestras). Donde el miedo sea un pasajero natural, no
el sueño que algún día confundimos despiertos. Donde oír a Bach no sea un
acto de arrogancia ni mucho menos una simpleza arrancada del desprecio
absoluto. Donde yo pueda escribir una carta como esta y no una carta de
odio, rabia y de infinita repulsión a esos que nos hacen improbable vivir en
un lugar como ese, en una época que jamás se parecerá a nuestra época, si
acaso porque ponemos, aun juntos, las imágenes de un tiempo que a los dos
nos parece imposible.

Te ama, tu H

144
Parentescos

Alguna vez pude parecerme a peor cosa que a mí mismo, pero no estoy seguro
de que eso hubiera sido así. No he consumado la tragedia de tal parentesco.
Yo no quiero parecerme a mi época, tampoco quiero parecerme a mi país, a
este que no se parece a ningún otro porque los parecidos se dibujan entre zo-
zobras y murmullos. Por supuesto que la mayoría se parece a la época en que
vive, que muchos en Cuba se parecen a Cuba, y estas similitudes son bien-
venidas entre ellos. Cuando el país se parezca a uno, parecerme a mí mismo
será secundario, prescindible.
(De Por qué estoy fuera del juego, Editorial Fiebre amarilla, Segovia,
España, 2008).

145
Pasillo
Una broma, de las bien amargas.
––¿Cómo prefiere que lo fusilen, Padilla? ¿Con los ojos vendados o
prefiere que le cuelguen de los huevos en una plaza pública?
¿Y si es más que una broma del rústico oficial, que lo intercepta
en el pasillo mientras lo llevan a la oficina de interrogatorios?
Recuerda a Andrei Siniavssky, a Mandelstam. Recuerda a Dos-
toievski cuando le disparan balas que no son de verdad. Recuerda
una cárcel de la KGB que no debe recordar porque jamás sucede
para él.
¿Y si, como no hace falta imaginarlo, resulta ese un preámbulo
a las torturas que le esperan puertas más allá?
El oficial, un esmirriado teniente, con ojos rapaces, sabe, por la
mirada del poeta, por sus murmullos culposos, que no hay respuestas,
solo dudas, miedo, un pasillo del tamaño de la poesía que, lógico
será aseverarlo, el oficial no va a leer.
––Póngase el cinturón, Padilla. Acá hasta los mudos cantan. Así
que escoja si de tenor o bolerista.

146
Patriotismo

Me aprovecho de una excelsa frase de Ambrose Bierce para convenir hacia


un punto para el salto:
Basura combustible dispuesta a arder para iluminar el nombre de
cualquier ambicioso. En el famoso diccionario del doctor Johnson,
el patriotismo se define como el último recurso de un pillo. Con el
debido respeto a un lexicógrafo ilustre, aunque inferior, sostengo
que es el primero.
Con el debido respeto a ellos: El patriotismo es el único recurso de un pillo
político.
(De Por qué estoy fuera del juego, Editorial Fiebre amarilla, Segovia,
España, 2008).

147
Pavón

Heberto tiene su jardín en La Habana sembrado de pavonias, una


planta con flores perteneciente a las malváceas y cuyo nombre se
desprende en honor a Pavón, ilustre botánico español que comandó
la Expedición Botánica al Virreinato del Perú. Hombre estudioso,
humilde, cabal, afirman muchos de sus contemporáneos.

148
Postales

Heberto envía postales a escritores amigos y a otros que no lo son


tanto. Es un resumen de añoranzas, de lejanías, de viajes permuta-
dos por la trascendencia que deja el tiempo en otro lugar.
Desde Moscú (enero de 1962) escribe a Antón Arrufat: Enamórese,
amigo mío, de lo que puedas ignorar, que eso complementa mejor todas las
ausencias. O las hace más pasajeras.
A Nicolás Guillén (desde Praga, agosto de 1963): He visto a un
señor muy elegante echándole migas a las palomas en la plaza de Wenceslao
y juro que esa imagen me hubiese gustado compartirla al lado de un poetazo
como usted.
Al poeta peruano César Calvo le rasguea alguna nota que huele a
broma ungida de alcohol (fechada en Barcelona, junio, 1961): Aquí
lo que hay es que beber. ¿Y ser revolucionarios?
Una no muy festiva, más bien el susurro de dolor amoroso recon-
vertido en queja social. La escribe desde La Habana de principios de
1968 a Carmen Ibarbia (exnovia chilena): No entiendes que el amor es
lo que salva la época en que vives.
Las postales yacen desgranadas entre tormentosas siluetas. Para
Heberto son más que palabras en un cartón coloreado por festinadas
alegorías. ¿Gritos de auxilio? ¿Transgresiones de su voz suplantada
por trasfondos falsos?

149
A Belkis Cuza, su esposa por muchos años, le escribe una postal
desde Hungría (septiembre de 1974) que redunda en el acertijo sa-
grado de toda su existencia: Amar en esta época es un peligro irremedia-
ble para la época.

150
Puro conformismo

De una carta de Heberto a Augusto Monterroso (17 de abril de


1966).
Este es el paraíso de los que se conforman, de esos que les sirve igual que
el rojo sea azul o el azul verde, que la liebre aúlle o el lobo se escurra en una
simplona lámina infantil.

151
Sicología francesa

A los homosexuales hay que reeducarlos, a golpe de pistola si fuera


preciso.
Para el gobierno cubano así se perfila el asunto, y ningún es-
fuerzo será menor para librar esa batalla contra seres de moralidad
defectuosa, lacras, desviados, blandengues. Decenas de sicólogos y
siquiatras enrumban una campaña en fin de rehabilitar a cientos o
miles de homosexuales en la sociedad.
Josette Sarcá viene de Francia para asesorar a esos grupos. Posee
alta experiencia en territorio soviético y en otros países de la Europa
oriental. Su área comprende un audaz proyecto metodológico para
agrupar a los homosexuales según características externas o internas,
evolución en espacios públicos, conductas creativas, docilidad.
En el bar del hotel Riviera Heberto se encuentra con la sicóloga
francesa. Probablemente ella esté hospedada allí y él aspira a un
simple cambio de aire. No deviene una conversación instantánea.
Casi están solos y, después de una hora, descubren que portan ligeras
afinidades literarias (y otras no tanto), que hablan a partes iguales el
francés y el español, que beben del mismo ron (Bacardí), aunque la
dama le deja caer varios cubitos de hielo a su vaso.
Heberto no pretende flirtear con Josette. Con las extranjeras hay
que andar muy prevenidos, le dice una vez a Norberto Fuentes. Hay que
aconsejar los delirios y sujetarse la portañuela.

152
Conversan sobre la influencia que dejan los pensadores franceses
de ese momento. Baudrillard es el de los espejuelos negros, sonríe Josette.
Heberto prepara un steak que incluye a franceses como Lyotard o
Foucalt y a algunos no franceses como Eliade o Cioran.
A la sicóloga no le gusta Queneau, le parece desabrido, tan arti-
ficioso como una ciruela cultivada en Marte. Heberto enfila en otra
dirección. Raymond Queneau lidera al Oulipo. Igual llevan diver-
gencias sobre Houellebecq.
Un par de horas y ya Josette exhibe una curiosa borrachera. Graz-
nidos incoherentes mezclados con risas espontáneas. Heberto desea
abandonarla, pero llegan confesiones, la rara misión de asesoramien-
to, los múltiples casos de homosexuales entrevistados.
––Que te metas en la cama con muchas mujeres no te priva del
peligro de la homosexualidad.
¿Esa es su teoría? ¿Su consejo? ¿Así piensa alguien que puede leer
con distinción a Baudrillard, a Vattimo, rebatir algunas etiquetas
del posestructuralismo, y desafiar a Lacan?
Heberto siente asco por la francesa. Escucha la andanada contra
esos bichos que deben aniquilar, dice ella, como si se tratasen de
insectos invasores.
Aléjese de los artistas, fue la última bomba de Josette Sarcá. La
última que Heberto escucha esa noche. Aléjese de los artistas, sin
saber que su compañero de copas enhebra esa bandera.
––¿En qué parcela de la sociedad se reproducen mejor? ¿Cuál es
el hábitat más atractivo para ellos? Con los intelectuales, con los
artistas. Bailarines, poetas y cineastas llevan esos genes en la sangre.
Y Heberto sabe que jamás compartirá un brindis con una sicóloga
francesa.

153
Resistencia (obligada)

La palabra intelectual me ofende. Revoco las energías que me conectan a


ella. Soy alguien que escribe, un artista del hambre (como el de Kafka), un
condenado a la descreación mundana del arte, el eslabón inconexo con una
forma de resistencia obligada.
(De Por qué estoy fuera del juego, Editorial Fiebre amarilla, Segovia,
España, 2008).

154
Retrete

A carencia de papel higiénico, dice Heberto a Octavio Paz en carta escrita


a principios de 1971, por mi retrete pasan (en periódicos nacionales) miles
de victorias inolvidables del pueblo heroico, cientos de proezas deportivas de
nuestros invictos campeones, un sinfín de inauguraciones de fábricas o eventos
(Cuba es el país con más densidad de congresos, fórums, simposios, culturales,
políticos, científicos y de turismo, por habitante en el mundo), los desastres
continuos que ocurren fronteras más allá de nuestras apacibles fronteras.

155
Reconciliación

Creo en la reconciliación si ella arma (y desarma) a las víctimas verdaderas


con el traje que les pertenece, y a los verdugos con sus imborrables atuendos.
Después reconciliémonos hasta donde las tripas aguanten.
Letra en vivo (CRN, Sevilla, 9 de octubre de 2005). Fragmentos
de una carta de Heberto Padilla a Jaime Urbina, leída en ese pro-
grama de televisión.

156
Secuestro

Heberto y dos amigos se permiten una broma estruendosa. Simulan


secuestrar y, de hecho, lo hacen, a Nicolás Guillén, para exigir a
continuación una alta cifra de rescate. Ejecutan la broma, y la bro-
ma recorre afilados contornos. Emborrachan a Nicolás y lo llevan al
sótano de una casa en un barrio distante de la ciudad. Allí pueden
amordazarlo, luego llaman a la policía y describen, como mañosos
delincuentes, las ontológicas desviaciones de un asunto que posee
(exclamará Heberto, cercado por el grasiento crujido de su burla)
suprema connotación internacional. Si lo quieren de vuelta a la cul-
tura patria deben entregarnos cien mil pesos en un sitio que le hare-
mos conocer más tarde (la influencia del cine USA es evidente). Pero
la policía lo asume como un chasco discordante y provocador, o tal
vez creen que el elogiado poeta nacional no vale los cien mil pesos
que contraponen el rescate.
Heberto y sus amigos desisten de la broma (ya no es tan broma),
y quitan las mordazas y vendas del poeta que, adormecido aún, pre-
gunta si alguien lo ha llamado por teléfono.

157
Siameses

Una pesadilla de Heberto. Resulta que tiene un hermano siamés.


Y ese hermano también escribe. ¿Quién carga con tal personaje?
A la mañana siguiente solo murmullos de rostros, frases que pare-
cen versos de Cavafis o de otro poeta griego, más antiguo, o quizás
menos griego.
No sabe quién es su hermano. Los dos firman el llamado libro
del año, pero el tribunal que debe coronar a uno o a otro no sabe a
cuál entregarle el premio. La credibilidad no existe en los sueños,
incluso allí todos queremos llevarnos la ofrenda distinguida, y He-
berto lo intenta. El ser enganchado a él lucha por sus medios para
que el premio se le destine.
Los siameses esgrimen sobre asuntos de creación literaria que
el magistrado ignora o desea ignorar. Cada uno reclama la autoría
del libro, cada uno usa armas para apoderarse de tales privilegios.
La técnica de la novela define la estructura de su provocación dramática,
dice el hermano de Heberto. Porque el libro es, en cuestión, una
novela. Quizás histórica, quizás de la ficción más rutinaria o
decadente.
Heberto asegura que un escritor mantiene vivo a sus demonios
para que la carne consienta el sacrificio de tal vocación. Hablan mu-
chos más, de un lado y del otro.

158
El juez no sabe qué decidir, pero decide. La novela del año será
compartida.
Heberto y su hermano se resignan. Comparten derrota y victoria
a menos de un paso.
Al otro día comienza a escribir una novela sobre una pareja de
siameses que escriben, por separado, un único libro llamado Fuera
del juego. Uno lo escribe desde la izquierda política y el otro desde
el lado opuesto.
La idea es buena, pero siente tal acto como una opresión incon-
trolable, y desiste. El otro es, al final, quien escribe ese libro.

159
Simple divertimento

Otra de las bombas de Heberto. Publica Cuatro escritoras cubanas se


van al paraíso, un breve y corrosivo cuento en la revista argentina
Proa (3 de diciembre de 1968) y no resulta bien recibido por sus
paisanos, mientras que en Argentina hasta Ernesto Sábato se prende
de él.
Es simple divertimento, intenta justificarse con su amigo Nicolás
Guillén, pero este reprueba que use a escritores respetados para in-
jurias, por divertidas o trascedentes que fuesen. Los otros colegas
hundidos en tal viaje disparan hacia Heberto de todas las maneras
posibles. Tiene que irse unas semanas a Camagüey hasta que la tor-
menta creada se diluya.

Cuatro escritoras cubanas se van al paraíso

Nicolasa Guillén, Virgilia Piñera, Regina Pedroso y Josefa Lezama Lima


van al paraíso por una semana, pero al llegar allí descubren que, en reali-
dad, han ido a los pies de un destartalado hotel para escritores donde deben
imaginar que llegaron al paraíso.
Tendrán que pagar una enormidad por alojarse allí y entre los huéspe-
des que les acompañan están los infames escritores de tantos países que ellos
siempre intuyeron como infamias de las letras. Se miraban asombradas, no
renunciarían, una semana se iría rápido en el paraíso, dijo Nicolasa,

160
que era quien colgaba el cartel de yo mando aquí, hay que hacer aquello que
yo estime prudente.
Nicolasa Guillén, Virgilia Piñera, Regina Pedroso y Josefa Lezama
Lima se alojaron en destartaladas habitaciones y por la noche, después
de una irrisoria cena, recibieron la invitación para una gala literaria
donde debían zamparse las lecturas de varios de los infames escritores que
les acompañaban. Virgilia Piñera dijo que mejor bebería alguna copa en
un bar cercano. Nicolasa no pudo impedírselo, también clamaba por un
escape que debía zambullir dentro de su simulada oficialidad. Las otras
pretendían demostrarle su fidelidad en toda circunstancia, y quedaron allí.
Y durmieron plácidamente mientras sus colegas leían poemas somníferos.
Plácidamente no. Mientras ocurría la lectura, Nicolasa soñó que en una
de las calles del paraíso se encontraba a un hombre que se dedicaba a comer
libros de autores cubanos. Tienen sabor horrible, le dijo el anciano, que
masticaba una novela recién publicada. Los que peor saben son esos de Gui-
llén, demasiado ríspidos, como si el condimento más artificial fuese el propio
nombre del autor. Cuando Nicolasa intentó reprender al comedor de libros,
asirle el cuello, despertó con sus manos en el cogote de un poeta de Costa Rica.
Regina Pedroso soñó que se suicidaba seis veces. Sin éxito, o con éxito, se-
gún se mire. Suicidios estrambóticos. Uno de ellos consistía en vivir como ciu-
dadano normal en su país. Una voz desde el interior del sueño le rumoraba
que este episodio onírico resultaba muy agotador, ningún castigo se antojaba
tan drástico. Despertó sobresaltada, creyendo que estaba en su casa, viviendo
y muriendo el suicidio como punición final de sus días. Después el alivio la
atravesó por unos pocos segundos.
Josefa Lezama Lima sufría espantosas pesadillas, noche a noche. Recelaba
de esos límites casi incomprensibles entre sueño y realidad. Su ingenio le
había hecho capaz de crear puntos intermedios. Saltaba de un lugar a otro
con impenitente autonomía. Lo que no podía controlar era el asunto referido
al salto. Al momento del salto. Momento que podía durar medio minuto
o unas horas. En ese momento ella no pertenecía a ninguno de los sitios.

161
Buscaba con su ingenio la manera de penetrar esas redes, pero le resultaba
imposible. En el salto ella no era ella, no pertenecía a lugar alguno, no
existía. Después entendió que era testigo y parte de una de las metáforas más
sugestivas con que la muerte acorralaba los sueños, y entendió que Freud,
Borges, o cualquier otro, envidiarían torrencialmente esas sensaciones.
Entonces sería preciso entender que Josefa no durmió ni estuvo despierta
mientras acontecía la velada literaria. Estaba en el lugar llamado salto.
Virgilia llegaba tarde y al ver a sus amigas dormidas decidió, después de
sentarse en una de las últimas sillas del teatro, echarse a los sueños como dó-
cil dama penetrando una dócil novela fantástica. No tuvo sueños relevantes.
Soñó, más bien, con flores. Flores espectrales y dormidas.
Cuatro escritoras cubanas se fueron al paraíso, pero el paraíso era dema-
siado parecido a lo que ellas no creían que fuera el paraíso.

162
Soplar las velas contrarias

Enemigos, muchos; rivales, solo los que puedan merecerlo.


Soy víctima de mi propio silencio, serlo de mi propio grito se intuye dema-
siado personal (aunque por ello más colectivo). Soy víctima de las víctimas
echadas a perder.
(La casa más ardiente que el incendio. Entrevista de Rafael Alducin a
Heberto Padilla para Excélsior, México, 9 de octubre de 1976).

163
Sucesiones

El presidente era alguien enamorado de la cultura. El presidente detestaba


la economía. El pueblo aprendió innúmeras tradiciones, todos los himnos,
miles de poemas, pero no había negocios, ni evoluciones mercantiles, mucho
menos un avance industrial. El presidente fue presidente dos años.
Vino otro presidente al que no le importaba un centímetro la cultura, la
detestaba con fuerza mayúscula, lo opuesto a sus sentimientos hacia la econo-
mía. Hombre de negocios, con mentalidad empresarial, y el país asimiló las
riquezas financieras y el desarrollo de sus industrias y comercios. No había
himnos, ni poemas, ni bailes, ninguna expresión del arte sobrevivía allí. Un
país rico, aunque triste. El presidente fue presidente casi cuatro años.
Vino entonces otro presidente, al que no le importaban ni la cultura ni
la economía, solo aumentar sus riquezas personales, día a día. Gobernó por
muchísimos años, incluso después de muerto.
Heberto publica este cuento breve en Cien cuentos breves y una
América estrellada (Ediciones Salazar, Montevideo, 1969): una an-
tología preparada por su amigo Augusto Monterroso, y que recoge
a autores (la mayoría no muy reconocidos ni publicados) de varios
países del continente.
Su cuento pretende representar, se justifica Heberto meses más
tarde, la alegoría de un mundo que desplaza anarquismos e instaura
e impone caciquismos.

164
Una patria distópica, una patria que envolvemos con hojas de
lechuga romana y hojas de coca y después le metes el almíbar que se
extrae de los tomitos de Huxley o, incluso de George Orwell.
A partes iguales, concluye.
A José Antonio Portuondo no le hace bien el chiste. Lo dice
públicamente en una asamblea de escritores a la que Heberto va
con aire triunfante, pero recibe un bombardeo de chistes de algunos
colegas.
De una manera más escrupulosa, Portuondo le avisa para encon-
trarse al día siguiente en su oficina.
Heberto no prepara defensa alguna porque, si esa fuera la
posición, entonces no valdrán defensas. Portuondo tiene fama de
tozudo, no simpatiza con revoltosos, mucho menos si vienen de la
escritura. Ha hecho una carrera a golpe de bramidos y espuelas,
conectado a cómplices infalibles y derribando lo que huela incluso
a apoliticismo.
Heberto va a la reunión con el delegado de escritores con un libro
de Montesquieu porque intuye que ese gesto le anuncia a Portuondo
que las leyes consienten, cuando menos, un empate de criterios
(eufemismo imperceptible, por ajeno, que no lo repara Heberto ni
aun desde su desvergonzado optimismo).
Portuondo no lo saluda, le pide que se siente y, sin apartar la vista
de un bulto de papeles, suelta sus rugidos.
––Aquí está el hombre que quiere sucesiones. ¿Con cuál de los
presidentes de tu infame cuento simpatizas?
Heberto no tiene palabras y tampoco piensa gastarlas. Que el
mamut hable. Que arme su propio circo, piensa, y calla. Por los siglos de
los siglos.

165
Sueño dentro del sueño = realidad

Heberto sueña que despierta en una novela de García Márquez y


aunque no está mal allí, en realidad, pretende irse, probar otros es-
cenarios.
Insiste tanto que el colombiano (con quien comparte, en la vida
real, un tímido saludo en un congreso de escritores en el México de
1960) lo arranca de sus páginas y va a caer, a despertar, en el medio
de un libro de Carlos Marx.
¿Por qué en ese sitio? Intenta Heberto preguntarle a García Már-
quez. No halla respuestas, ni la sombra del novelista (después cono-
ce que yace en La Habana, haciéndole la corte a Fulgencio Batista,
contándole chistes cataqueros y enseñándole a preparar la suntuosa
Mazamorra de Guineo).
Un libro de Carlos Marx. ¿Cuál? No podrá recordarlo, por razo-
nes muy simples: todos sus libros se parecen. Además, el humo llena
las palabras. Huye, quiere huir, pero ya es tarde. Envejece allí. Hace
su vida. Se casa. Tiene hijos.
¿Y El Capital no es un libro trascendente? Le pregunta un lector
que parece, más bien, un comisario político de ocasión.
Heberto despierta de esa pesadilla. ¿Qué hay a su alrededor?
Páginas por escribir.

166
La radio puesta y una enjundiosa melodía de Joaquín Nin-
Culmell (el hermanito cubano de Anaïs).
Claro que El Capital es un libro trascendente. La producción ca-
pitalista transferida a una novela de rapiña, responde a las paredes
vacías, a su casa vacía.

167
Suerte, camarada

Te van a llamar, le dijo Portuondo.


Lo cita a su oficina con la premura que antecede a un desastre de
guerra. Heberto lo supone así, Portuondo también.
––¿Quién me va a llamar?
––Si uno sale al bosque a cazar liebres es probable que también
encuentre lobos.
Heberto viste con desánimo, la barba sobresale en un rostro cu-
bierto de conmoción. Báñese mejor, vístase como una persona y no
como el Casal ese que anda pitando flautas por ahí, le conmina con
desprecio Portuondo.
––Yo no he entrado a ningún bosque. No hay liebres en mi vida,
ni lobos.
––Eso es lo que usted cree. No se haga el ingenuo, que compre esa
pinturita quien quiera comprarla. Yo no, Padilla. Yo nací en el bosque.
––Me tratan como si fuese un terrorista.
––No creo que lo sea, Dios le libre. También sé que hay algunos
escritores que pueden llegar a ser peores que los terroristas.
––La literatura no mata a nadie, como tampoco salva. Eso es filo-
sofía griega, Portuondo.
––Filosofía griega, y se permite chistes en mi oficina. Mire, pór-
tese como un hombrecito, es un consejo que no tengo la necesidad
de dárselo. Vaya a ver lo que dice cuando lo llamen.

168
––¿Me van a llamar?
––Por supuesto. No se haga el pillo o el valiente, que nada de eso
sirve en ese lugar.
––Usted perdone, pero hay dos bandos contra mí, los envidiosos
y los chivatos. Si es que no están en el mismo.
––Lo de los chivatos es una cuestión de perspectiva, algunos lo
llaman colaborar, ajustar engranajes, vigilar trastornos ideológicos.
Y quién va a tener envidia de usted, con el respeto que pueda mere-
cerse. Su librito lo escribiría hasta un niño de primaria.
A Heberto la sangre le brota de una forma que parece irrefrenable.
Desea golpear a Portuondo, mira en derredor y calcula las armas del
posible homicidio. No es hombre de impulsos desmedidos, puede
controlarse, pero esta vez le será más difícil.
––Despierte, Padilla, aunque pueda parecer lo contrario, yo estoy
de su lado. Tiene tres o cuatro días para poner en orden sus ideas.
Esta gente juega al duro. Coopere en lo que deba cooperar. Si puede,
mantenga su prestigio. ¿Cómo puede hacer las dos cosas a la vez?
Averígüelo en la marcha.
––¿Militares?
La rabia de Heberto une desconcierto, temores, sorpresas y las
dudas sobre ese interrogatorio que, sospecha, no llevará razón cul-
tural alguna.
––No meta el personaje de intelectual a lo Sartre o Roque
Dalton. No vaya con citas a Maiakovski o Brecht. No se haga el
guerrillero del micrófono. Ni les suelte el cuentecito de su admirado
Monterroso, que esos saben más cuentos que usted y Monterroso
juntos.
Heberto imagina lo que le pasará, pero lo imagina mal, o con
una distorsión extraña, lo imagina como si fuera otro, como si le
sucediera a otro. Imagina el interrogatorio, las preguntas, los rostros
de quienes preguntan, como llega a su imaginación. Imagina que

169
bromean con algún asunto referido al propio Heberto, o a ese librito
que puede escribirlo hasta el más inepto de los escolares del país.
Piensa que imaginar lo que va a sucederle es una forma sensata de
prepararse para ese temido encuentro.
Portuondo no le desea suerte, aunque Heberto percibe en el fun-
cionario una mirada lejana de conmiseración.
Intenta encontrar a Guillén en algún sitio, pero las noticias son
turbias y hasta evasivas. En su oficina le dicen que Nicolás lleva días
por México, y en su casa, una voz que no reconoce, le confiesa que
el poeta se ha ido a resolver asuntos familiares al interior del país.
¿Qué es eso del interior del país? Se pregunta un asombrado y atur-
dido Heberto, que desplaza su curiosidad por encima del pesimismo
que siente.
Carpentier anda lejos de Cuba, en alguno de esos interminables
cortejos culturales, tan normales para la burguesía europea. Los
otros amigos anclan más abajo que el propio Heberto.
––Puede que algo importante pase allá dentro y no sea muy a
favor mío ––le dice a su esposa.

170
Tiempo

Lo peor no es descubrir que se terminó el futuro, que ya no existe.


Lo peor resulta saber que te borraron el pasado, que estás solo, con
tus trapos literarios, heridos y sucios (heridos para ti, sucios para
otros). Tan heridos y sucios como el presente. Porque tienes presen-
te. Dura un segundo, un irrecordable segundo.

171
Tormenta
Carpentier le escribe a través de otros, que entregan cartas, mensa-
jes, de manera discreta (sin confiarse siquiera de los gorriones).
Lo lamento. Cuídate. Aprende, si te es posible, por inverosímil que sea,
del dolor. Devuelve la literatura. Chilla hacia adentro.
Ese es un mensaje. Heberto destruye todo lo que llega. No lle-
ga mucho y aun así prevé proteger a su amigo. ¿Amigo? No todos
poseen el temple para renunciar a sus prebendas en favor de alguien
que no quiso las suyas. Eso le dice a Belkis.
Cuando crees que tienes amigos solo aparecen fantasmas, escribe en su
diario del 9 de noviembre de 1971.
Nicolás intenta visitarlo a la cárcel. Desea creer eso que le cuenta
Pablo Armando Fernández.
¿Quieres irte? ¿Quieres quedarte? Toma una decisión y yo te apoyo.
Es el mensaje que Guillén puede deslizar en un bolso que Heber-
to lleva consigo. Ocurre en una tienda cercana a la casa de Heberto.
Guillén calcula la escena, entrena todos los detalles. Conoce iti-
nerarios, manías, gustos de Heberto. Que parezca azaroso ese en-
cuentro, una coincidencia que los vigilantes encubiertos no puedan
descifrar.
¿Cómo va apoyarme, si cuando lo necesito desaparece?, le pre-
gunta Heberto a Belkis.

172
Al menos no da un mitin en tu contra, como la mayoría, le replica ella.
Heberto reconoce que las diferencias entre amigos y enemigos
pueden esfumarse cuando aparece una tormenta.
Y él está en medio de una.

173
Trabalenguas

Heberto teme que la demencia anide en su cuerpo. Volverse loco es


un trabalenguas no tan imposible. La locura, tendrá, sin embargo, una
ventaja nada despreciable, le dice a Reinaldo Arenas un día de 1960:
solo los dementes (y algunos borrachos) soportan la marejada de alienación
política que nos viene encima.

174
Traiciones

De traiciones sabe mucho, las sufre en cuerpo propio. Si en este país se hiciera
una estatua a cada traidor (y como traidor entiendo a quien no posee lealtad
suficiente ni siquiera consigo mismo) las calles se llenarían de estatuas…
¿Yo soy un traidor? Depende. De si me lo pregunta un traidor o un no
traidor.
(De una carta a Miguel Littín, 4 de mayo de 1970).

Imagina a un traidor. Imagina la bandera que ese hombre traiciona.


Después imagina la bandera contraria, esa por la que traicionó. Traicionar
supone el acto imaginativo más infame, ese que dibuja una bandera, y en el
fondo la mancha.
(De una carta a José Manuel Caballero Bonald, 24 de julio de
1975).

175
UMAP

¿Heberto es enviado a la UMAP? Se preguntan algunos biógrafos


confundidos. Las Unidades Militares de Ayuda a la Producción, ins-
tituidas, impuestas (según muchos de esos biógrafos) como campos
de concentración, para quienes fuesen un estorbo social: homosexua-
les, gusanos, burguesillos extraviados de país, los penetrados ideo-
lógicamente por el enemigo, esos que se visten con jeans ajustados,
usan pelo largo y escuchan la música que vienen del corral yanqui:
las cláusulas varían.
Heberto no habla de experiencia parecida y para mal, o para bien,
un bien relativo, se entiende, en sus memorias no aparece un solo
hecho que lo vincule a ese sitio, solo una inefable conversación con
Lisandro Otero, en el que este lo amenaza (o alerta, le hace creer) de
que si no ajusta su estilo de vida se lo van a llevar “al campito con
los pajarracos”.
Algunos contemporáneos de Heberto Padilla se atreven a asegu-
rar que el poeta sí naufragó en esas granjas de castigo, ubicadas en
la provincia de Camagüey, que por razones de vergüenza pública lo
mantuvo en absoluta discreción.
Quizás el miedo a que intuyeran sus colegas, cubanos y extranje-
ros, una posible debilidad sexual, prejuicio rechinante en la época,
mancha de virilidad, lo sustrajo a exponerse entre los condenados.

176
Néstor Almendros, que realiza junto a Orlando Jiménez Leal,
Conducta impropia, fiero testimonio sobre el carácter represivo de
aquellas instituciones patibularias, reconoce la casi segura presencia
de Heberto en ese infierno.
Se escondió entre sus escrúpulos, se hizo invisible detrás de prejuicios y
abominaciones. Pregúntenles a sus amigos dónde estuvo entre los meses de
abril a noviembre de 1966, razona Almendros en una entrevista a Da-
niel Hermoso.
(Yo no me niego a estar muerto, Letras Libres, 27 de febrero de 2004).

177
Verdad

La Verdad es la palabra más infame que conozco. A propósito de


esa palabra, puede que ahora la use en sentido contrario, acosándola
para conseguir la verdadera inferioridad que a ella pertenece.
Muchas personas me hacen creer que la verdad me sirve para en-
frentarme a lo que ella desafía.
Ni siquiera tengo el consuelo de usarla para mi propio beneficio,
enmascarada, sin ser ella, o siéndolo de la forma más real: como una
mentira.

178
Villano

Un mes en una celda. Sabe que no habrá peor lugar o peor tiem-
po, que, incluso después de recuperar su vida fuera de allí ya no
ahuyentará cada minuto, cada hora, cada pedazo de aquel horrendo
lugar. Los gritos a su alrededor, ratas aturdidas por la lobreguez,
los insectos más imprudentes, grillos chillones, la risa de algún
carcelero, la mirada entre lasciva y amenazante de otro convic-
to, olores imborrables más allá de siglos. Después ya no escribirá
como antes, sino como un alienado, un pensador revestido con
disfunciones, el mercenario de la película ajena y con la bandera
propia.
Lo golpean, con saña, sin importar que sea un poeta endeble (una
redundancia descrita hacia territorios menos solemnes, se resigna
a creer). Torturas sufre. Llega el día en que pierde la noción de
que la tortura sicológica existe desde tiempos imborrables, y que ya
anda junto a él, como una amiga peligrosa, más peligrosa que amiga.
Me lo describe y espera que yo no cuente más.
Se puede morir, pero ni morir resulta trascedente. Lo barren como
a una fórmula matemática. Es la máscara horrible que deja la ficción
que otro inventa. Una simple letra, la h, en el medio de palabras
discriminatorias y asesinas.
Puede dispararse una bala. Puede irse a la Sierra Maestra. Puede
meterse en un cuartucho anónimo, insignificante, y tener una vida

179
anónima e insignificante, o puede compartir el grado opuesto, escri-
bir inmensas odas de salutación y gloria a la patria.
Puede buscar las mil maneras de escapar (que nunca terminan).
Puede esperar que un olvido consciente le lleve hacia parajes de
olvidos inconscientes.
Puede resistir.
No puede.

180
Zozobra

A qué o a quién culpar porque no tengas una sola vida, pregunta Dolmer
Serranz en su libro El cumpleaños de la espiga, y supone que uno
responderá por él (lo que excluye su posesión exclusiva: renombrar
esa posesión).
Culpas.
De la circulación binaria de todo lo demás (incluso de lo que no
circula). El estatus binario. De un filósofo griego que hablaba des-
de el humo. Del poeta ruso que citaba a poetas malos pero escribía
como los buenos. De quien escribió sobre un hombre al que se le
muere la madre y se mantiene impasible y que después lo iban a
matar y seguía impasible. Del que justifica un estado de la ficción
donde viven varios seres cercanos a nosotros. De quien construye
una microescala de la gran experiencia global. Del sepulturero que
necesita un campo de ideas culturales para que su trabajo fluya. De
estar muerto mientras quien te odia se mantiene vivo. De estar vivo
mientras quien te quiere se mantiene muerto.
Solo lo que no es real sobrevive a lo que parece real.

181
La tarde. 2:41

Llega al país con otro nombre. Es menos importante un nombre que


una vida, dice con absoluta resignación.
Una vida llena de muchos nombres, le digo.
Me cuenta su historia como se cuenta una historia de misterio.
Estamos en un día lento y caluroso, Heberto parece un niño, o yo
quiero verlo como tal: siempre que uno regresa del olvido no puede
ser otra cosa que un niño.
––¿Qué hará ahora? ––le pregunto.
––Lo que he hecho siempre: dejarme llevar. Y dejarme llevar sig-
nifica que dentro de un rato ya no esté aquí, y que en unos pocos
días saldré.
––¿No quiere ajustar cuentas con su pasado?
––Poco a poco ajusté esas cuentas.
––¿Por qué quiso verme?
––Por azar, por elecciones. He podido leer lo que escribes y con-
fieso que no me gusta. Sabrás entender mi siniestra honestidad.
––La entiendo, aunque no me agrade entenderla.
––Algunas cosas me atraen levemente, la mayoría no. Puede ser
mi edad, estar más lejos de lo que siempre he estado.
––¿Visitó a otros escritores?
––No me atreví. El pasado no es el mismo para todos. Todos no
envejecemos igual.

182
––¿No quiere quedarse?
––No quiero que nadie siga contando mi historia.
––Es una manera muy explícita de renunciar.
––No, es una manera de seguir contando mi propia historia.
––¿Tú eres el fantasma de Heberto Padilla?
––Yo soy el fantasma de todo el mundo.

183
GENEALOGÍA SILVESTRE
DE HEBERTO PADILLA (1974-)
1974

Después de innumerables entuertos legales, la ayuda de colegas anó-


nimos, puede viajar a España, y en Madrid conoce al poeta Carlos
Edmundo de Ory. Escribe una carta a Eliseo Diego sugiriéndole que
Cuba necesita de un movimiento como el Postismo, porque nuestra
literatura es el resultado de lo que es el país, algo que viene detrás de to-
dos los ismos. Pasa por Valencia, por Barcelona. En Sevilla procura
“darse un salto” a Canarias, donde viven unos parientes con los que
se comunicó años atrás. Desplazamiento imposible. A través de un
amigo de Carlos Edmundo de Ory se mete en un barco pesquero que
debe dejarlo en Tenerife. Jamás desembarca en Canarias. No sucede
naufragio alguno. El barco se desvía de su ruta y llega, fechas des-
pués, con un Heberto sobresaltado, deprimido y furioso, a una pe-
queña aldea cercana a Guergerat. Qué hará allí. Cómo vuelve, cómo
se va, porque tales verbos yacen confundidos para él. Los datos son
efímeros, brumosos. Hay que saltar dos años para saber.

187
1976

Heberto no es el mismo. No sabemos cómo, aunque imaginarlo


no suene tan difícil, pudo acomodarse a otra vida. Escribe a Belkis
Cuza. Ahí van sus tribulaciones, sus atávicos delirios, y una copia de
poemas que se atreve a componer, bañados por la soledad y el exo-
tismo de paraje tan despistado. Pregunta si lo extrañan, si sus libros
se imprimen, si recibe notas críticas favorables. No aclara sobre su
vida. No dice de los lugares que habita, solo que trabaja en algo lla-
mado Academia Nazariana. Qué tipo de academia, qué trabajo hace
allí, qué significa Nazariana. No lo revela. La carta a Belkis Cuza
llega casi tres años después.

188
1979

Y tres años después se conoce que Heberto Padilla es uno de los


hombres de Bafours independiente, grupo separatista que ejecuta un
golpe de Estado en Mauritania (ellos prefieren llamarlo “golpe de
libertad”). Ya no se llama Heberto, sino Hebert, y es una suerte de
comandante político, o asesor, al lado de un sonriente líder guerri-
llero. Ocupan el poder por cinco años, pero curiosamente en esos
cinco años desaparecen las referencias de cualquier tipo que invo-
lucren a Heberto. Quizás ha cambiado otra vez su nombre, tal vez
se ha ido a otro país, o se ha teñido la piel para no resaltar a ojos de
nativos y foráneos.

189
2004

Una editorial llamada La concha publica un libro de poesía extraño


y simbólico, Las armas del juego. El nombre del autor, dos siglas:
H.P.; no hay ficheros más allá de esas letras. El casi anónimo H. P.
tiene poemas como este:

Como no pude morir en paz,


como no pude tener palabras que fueran,
lejos de mí,
mis propias palabras.

Como es lógico entenderlo, el libro apenas tiene éxito o trascen-


dencia. No impulsa notas de alabanzas, no se reseña su publicación.
Un libro muerto.

190
2005

En el programa de televisión Letra en vivo (CRN, Sevilla), el poeta


español Jaime Urbina refiere que mantiene una comunicación tras-
cendente y fluida con su colega Heberto Padilla. Muestra, y lee,
líneas de su última misiva: El olvido es menos peligroso que la soledad,
te confieso. Una cosa lleva a la otra. Con los dos convivo, después queda
una experiencia culpable: mi poesía. Seguidamente, el conductor del
programa le pregunta si puede revelar dónde se encuentra el eximio
poeta cubano, y el otro responde con un titubeo carrasposo: Solo sé
que está en su lugar.

191
2023

Reedición en Cuba de Fuera del juego. Repercusión momentánea.


Ventas masivas y elogio colosal de la crítica. Se publican otros libros
del autor. Organización de varios eventos para homenajear a Heber-
to Padilla. En la clausura del seminario Fuera del juego el juego sigue,
el ministro de Cultura exclama: Los escritores como Padilla pertenecen a
una especie difícil de igualar, aquellos que procuran, desde el cuerpo intrín-
seco de su verdad, socorrer las mejores y peores verdades del mundo.

192
––Hacia dónde vamos.
––A donde nuestro sentido de la orientación nos lleve.
––Pero si no tenemos sentido de la orientación, con tantos años
de orientación hacia el mismo lugar no sabemos ir a otra parte.
––Que ya sabremos, te lo digo yo.
––¿Y si no llegamos?
––Siempre se llega.
––¿Y si lo que hacemos es volver al mismo sitio del que salimos?
––Cuando te vas, te vas, y cuando te quedas te quedas.
––Esa fórmula no es tan exacta.
––Pero es la mejor que tenemos.

193
Heberto Padilla (Puerta de Golpe, Pinar del Río, 20 de enero de
1932 - Auburn, Alabama, Estados Unidos, 25 de septiembre
de 2000).
De los más influyentes poetas cubanos de la segunda mitad del
siglo xx. Escapó del neorromanticismo inicial y se cobijó en
un estilo desenfadado, diferente a la mayoría de su generación.
Convertido en figura esencial del coloquialismo, escribió
un laureado y divergente libro llamado Fuera del juego, que
causó múltiples lecturas, algunas acodadas en extremismos
deplorables. Entre sus fuentes de inspiración aparece la
inocencia, pero una inocencia trasvertida en descubrimiento
y decepciones, también el curso de una épica abrigada en
suntuosos declives líricos.

194
ÍNDICE

La mañana. 9:32 / 11
Genealogía silvestre de Heberto Padilla (1932-1971) / 13
1932 / 15
1939 / 16
1942 / 18
1944 / 20
1948 / 21
1950 / 22
1955 / 23
1956 / 24
1958 / 25
1959 / 26
1960 / 27
1962 / 28
1964 / 29
1965 / 30
1966 / 31
1968 / 32
1970 / 33
1971 / 34
1972 / 35
1973 / 37
Breves representaciones cósmicas de Heberto Padilla / 39
Aberración / 43
Abdicar / 44
Adormecer / 45
Alerta / 46
Amaneceres / 47
Atardeceres / 48
Autocrítica / 50
Bandido / 51
Blandengue / 52
Bestias / 53
Carro de policía / 54
Casa / 55
Cambio de labor / 56
Cabeza de impostor / 58
Cardenal de La Habana / 59
Casi poeta / 60
Cazar al lobo ruso / 61
Celda tapiada / 63
Chericián / 64
Citas / 65
Conocimiento versus desconocimiento / 66
Contrincante / 67
Culpas / 68
Deudas / 70
Ductilidad / 71
Ejército Rebelde / 72
El camión de la basura / 74
El gabinete del doctor Caligari (Unas notas de UlrichWinkler) / 75
Enférmese / 76
Esplendor / 77
Eugenio d´Ors / 78
Extranjeros / 86
Familia / 87
Fantasmas / 90
Frases de otros / 91
Gavilanes / 92
Guillermo Cabrera Infante / 93
Habitante / 96
Hay algo encantador en comer manzanas rusas / 97
Hebertistas / 98
Herida / 99
Hienas / 100
Higiene social revolucionaria / 101
Historia de la poesía cubana / 102
Hombre bueno, hombre malo / 105
Inglaterra / 106
Influencias / 107
Insultos / 108
Interés del Estado / 110
Jorge Edward / 111
Juego en contra / 114
Las imágenes del coto sagrado / 115
Las preguntas del miedo / 117
Lectura de proclama / 118
Literatura / 120
Lujos / 121
Mapas / 124
Mayoría / 125
Minoría / 126
Montañas / 127
Monstruo / 133
Morir no resuelve la posteridad / 134
Norberto Fuentes / 135
Novelas / 137
Opresiones / 139
Otro sueño / 140
Palabras / 142
Paraísos / 143
Parentescos / 145
Pasillo / 146
Patriotismo / 147
Pavón / 148
Postales / 149
Puro conformismo / 151
Sicología francesa / 152
Resistencia (obligada) / 154
Retrete / 155
Reconciliación / 156
Secuestro / 157
Siameses / 158
Simple divertimento / 160
Soplar las velas contrarias / 163
Sucesiones / 164
Sueño dentro del sueño = realidad / 166
Suerte, camarada / 168
Tiempo / 171
Tormenta / 172
Trabalenguas / 174
Traiciones / 175
UMAP / 176
Verdad / 178
Villano / 179
Zozobra / 181
La tarde. 2:41 / 182

Genealogía silvestre de Heberto Padilla (1974-) / 185


1974 / 187
1976 / 188
1979 / 189
2004 / 190
2005 / 191
2023 / 192

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