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Comenzando a perder

Antología inmediata de

Carlos Esquivel
El mundo ha llegado a tal punto que solo la inexactitud pueda revelarlo a sí mismo,
solo la mentira puede comunicarle la verdad, la enfermedad curarlo, la muerte
crearlo.
Giorgio Manganelli. Centuria

Él pensaba zanjar eso con la espada o con argucias


hermenéuticas.
Lichtenberg. Aforismos

…con el supremo lujo que consiste en prescindir de todo.


Marguerite Yourcenar
Este libro pudiera enumerar una serie de principios que probablemente no sean
más que círculos abstractos (sin principio ni final). No hay selección literaria, por
ínfima o ampulosa, que no describa un anuncio difuso de totalidad, aun en su
máscara más personal. Por tanto, no hay formas más individuales de procrear un
estilo o una poética que transcurrir en ellos, al precio que sea. La esperanza
colectiva de perpetuar un acto de siniestra y desfasada individualidad lo resume
todo.
Por desgracia, cualquiera puede hallar lo que no busca. Cualquiera puede
cargar con lo que no le toca. El arte de parecerse a otro comienza cuando no te
pareces a ti mismo. Lo entiendo desde mi querencia lírica.
El descubrimiento de un estilo, de una poética, reproduce una señal que es solo
la conquista alusiva (a ratos despectiva) de un espacio de singularidad extrema.
Uno encuentra su estilo cuando no tiene algo mejor que encontrar. O cuando no
haya descubrimientos a la vista. El estilo es una sucesión de identidades que se
incorporan a un cuerpo abandonado a la suerte del camino. Hay escritores que
mantienen un estilo oculto, secreto, y aun así, atraviesan la neblina.
El estilo es una cuestión de vida o muerte siempre que tu estilo no apeste.
Llegado el caso, apestas y sobrevives, o cambias tu olor (tu estilo) y desapareces.
El fin del hombre es el estilo, leo entre las premisas del manifiesto Stijl. Allá voy
(rambla abajo).
Mi estilo rescribe la exploración de hechos más tormentosos (al menos para la
poesía): La distintiva y breve recurrencia a obsesiones que me sostienen y empujan
(rambla abajo). El acontecimiento de encontrarme entre los desencantados de mi
clase (una clase desencantada de por sí). El desvío de la sobredosis de mi
generación (yo que siempre creí, y quise, de paso, “despertenecerlas” todas).
O sea, una antología es la cumbre de la enfermedad mortal de un autor. Aun sin
cura.
He dicho lo que dije en otras partes, con otra voz quizás, y puede que con otro
nombre. No importa. Leer una contemporaneidad disfrazada de la
contemporaneidad desaparecida es parte de tu mejor disfraz. La poesía suele
acosar por tus lados más débiles. Yo, que vine de una guerra (en mejores
circunstancias no podría haber empezado a enfermarme como poeta), descreo de
otro espectáculo que no confunda la transformación de una sociedad en un estado
de inoportuna conciencia cultural. Recuerdo a tipos como John Clare y Antonin
Artaud que percibieron a la locura como a una forma, si no de poesía, al menos de
realidad superior (materiales de alucinación a bajo costo). No hay peor simbolismo
que el que arrastra la sumisión de lo simbolizado al terreno de la autoridad
demencial. Ver lo que nadie imagina, y trasladarse a la velocidad alegórica de la
pérdida. Yo escribo para que la locura disfrazada pueda detener a la locura real. A
veces se puede. Y a veces no quiero.
No tengo, eso sí, predilección por uno de mis libros, por una determinada
estructura, por un estado de delirio. Como es igual para mí la poesía que hacen los
fantasmas de los barrios neoyorquinos, la de los vendedores de tocinos belgas en
un día lluvioso de Amberes, la que provoca escribir sin escribir. La poesía contra
ella misma. Contra el énfasis que la aplaude o degrada: desarraigada en la placidez
ajena.
Evité, cuando pude, el advenimiento de coloquiales poetas, los pareados
isosilábicos de quienes alardeasen tales crímenes, la poesía pastoral hecha por
mujeres no pastorales (sin culpas de género), las novelas de aventuras de poetas
folcloristas (que no folclóricos), los versos rústicos de rústicos poetas nacionales, y
todo aquello que transcurriese en esa línea. Los pejes obesos de la poesía siempre
me parecieron carniceros de la patria potestad.
Todo lo que llega a tu memoria, venga de donde venga, a la larga se vuelve
tuyo, o de tu memoria, lo que no reduce la posibilidad que el mismo hecho infiera y
ocurra en las memorias ajenas, y allí lo tuyo, lo que creaste con distinguida
autonomía, tuyos por los escasos delirios de una infecta autenticidad, pertenezca a
otro. Lo llamaría invasión. Y sé que un poeta verdadero (si se precia de prescindir
de dones menos repulsivos) no construye: invade.
La poesía tampoco recorre, solo espía cada lugar que toca.
La presente antología recoge poemas publicados originalmente en los siguientes libros: Perros
Ladrándole a Dios (Editorial Sanlope, Las Tunas, 1999). Fuera del círculo (Editorial Sanlope, Las
Tunas, 2002), Balada de los Perros oscuros (Reyna del Mar Ediciones, Cienfuegos, 2001), Tren de
Oriente (Ediciones UNAM, México, 2001), El boulevard de los Capuchinos (Editorial Oriente,
Santiago de Cuba, 2003), La Segunda Isla (Editorial Hermanos Loynaz, Pinar del Río, 2004), Zona
Negra (Editorial Sanlope, Las Tunas, 2005), Bala de Cañón (Ediciones Caserón, Santiago de Cuba,
2006), Toque de queda (Editorial Sanlope, Las Tunas, 2006), Matando a los pieles rojas (Ediciones
Unión, La Habana, 2008), Los hijos del kamikaze (Editorial Letras Cubanas, La Habana, 2008).
El libro de los desterrados (Editorial Sanlope, Las Tunas, 2011), Cuarteaduras (Editorial Oriente,
Santiago de Cuba, 2013), Once (Ediciones Unión, La Habana, 2014), Café Lumiére (Editorial Letras
Cubanas, La Habana, 2016) y La autopista cero (Ediciones Caserón, Santiago de Cuba, 2016).
También se incluyen textos inéditos.
Numerosos escritores de corral
Soy un poeta joven con expresiones estéticas viejas. O: Soy un poeta
viejo con expresiones estéticas nuevas.
Una balanza precede al juicio de valor temporal. Depende de cómo
piense (y actúe) la generación literaria a la que perteneces (lo que no
excluye la grata posibilidad de excluirnos de ella, de esa generación, siendo
eslabón aislado, un discordante supremo, o un ser de la cueva individual
aristotélica).
Todo lo que me separa de lo que repudio o rechazo actúa en relación a
cómo los otros entienden mi aptitud (: engreído, bocón, despistado, o,
rústico, simplón, antiguo, anacrónico). Luego aparecen las consecuencias.
Cualquier escritor sabe que la contingencia de que te linchen tus
semejantes (o los que aparentan o se permiten serlo) consiste en no
parecerte a lo que escribes, digo, como hombre, como ser social.
Me sirve de consuelo reconocer que las probables películas que
realizarán sobre ti (cuarenta o cincuenta años después de que dejaste este
paraíso) edulcorarán tu discordia con eso que te rodea. No estarás allí para
contraatacar.
Por tanto, resulta terrible admitir que uno no pertenece a una época,
sino a la memoria distorsionada y pamplinosa de esa época.
Tu obra resiste, luego cede. Solo queda vivo el cuerpo ingobernable de la
ficción.
Lo más parecido a un bretón*

Quien tenga miedo


que se compre un Borges
y ladre cuando los alemanes echen la siesta,
después traigan los huesos en una bolsa
y échenlos a la comuna y al mar.
Quien tenga miedo y no soporte
alemanes vestidos como alemanes.
Que se compre un Borges.
Quien tenga miedo que no venga a contar
vísceras de enemigos.
Golpea bajo, que es como se golpea aquí.
O no golpea, que es como se golpea allá.
Quien tenga miedo a ser comido
en el final de la boca
que vaya con sus música
a.

*Inédito
El sheriff de los poemas sicalípticos*
Para Oscar Cruz

A través de ti supe de un bosque deformante y que


Baudrillard atrapaba polluelos genéticos, según el uso
de la inconciliación.
La Historia comenzó cuando Kuhn escribía “La
estructura de las revoluciones científicas”.
Después, el leve impasse. Un ejercicio astronómico para
suponer que no estamos en parte de otros.
Baudrillard en el bosque deformante: la cerveza de
un italiano como canción de lo frío y lo inverosímil.
Yo estaba en Mulholland Drive, casi en un cuarto
De lenguaje, no me ganaba extinguir: el gesto de la
oposición es el gesto de lo mitológico.
A través de ti supe que había una naturaleza y un
país con bares silenciosos, allí,
en un mismo símbolo, héroes - traidores,
en un último símbolo de juego.

*Cuarteaduras
Nosotros no somos como los de Hamburgo*

El ser viviente más antiguo del planeta es


Casal
Julián
de carácter abstracto
y sin resistencia
es el hijo mayor de mi padre
ellos huyen cada vez

Yo les he dicho los monstruos de verdad son los que se han convertido
los que se convierten camino a otra tierra
sin que necesiten ser intrusos
tampoco las tienen con los vecinos
no obsequian
y jamás se les escucha decir que tienen necesidad
de entrar en copas
o atormentarnos
La culpa no es del ser más antiguo del planeta
Casal
Julián
ni de mi padre
la culpa es de estar solo.

*Los hijos del kamikaze


Heredia no está, llame más tarde*

Es más fácil pasar como ciego ante cataratas


que no importan ni al canadiense
que viene de santa guerra.
Es más fácil componer las cicatrices con paisajes ajenos:
un cuadrángulo de paseantes infieles,
una librería que desplomara en Leonard Cohen:
hey promised me an early conviction.
Es más fácil dibujar hijos y que estos dibujen cataratas,
frondas lejanas.
Tan fácil como quedarse solo.

*Inédito
Yeats
y
yo
cuidamos
la
tumba
de
Baudelaire.
Una
tumba
como
otra
tumba.
Un muerto
como
cualquier
otro,
pero
a
veces
sale
a
la
noche
y
fuma
con
distracción
u
orina
en
panteones
cercanos.
Yeats
y
yo,
sin
semillas
de
caballeros,
vigilantes,
en
tiempos
dispares,
de
una
tumba,
una
tumba
cualquiera.

(La derrota menesterosa) *

*La autopista cero


Los hemisferios contrarios*

El nacimiento compara
lo que se opone a su ley.
Whitman nace en Camagüey.
Borges muere en Santa Clara.
Después la muerte repara
su demorado confín.
¿El nacimiento es un fin
ficticio, un único trago?
Heredia vuelve a Santiago.
Sócrates nace en Holguín.

Todo cambia si Dios quiere.


¿Cuál de nosotros es Dios?
Una historia tiene dos
acertijos, el que hiere
a su autor o el que prefiere
defenderlo. La mañana
desbroza en una ventana
su perenne cicatriz.
Piñera nace en París.
Hemingway muere en La Habana.

Paul Celan se pone viejo


en el mar de Manzanillo.
Novás no aprieta el gatillo,
Escobar no salta al tejo.
En Tunas nace Vallejo
un día en que Dios estaba
saludable y apostaba
sus monedas y puñales.
Franz Kafka nace en Viñales.
Guillén muere en Bratislava.

Zenea cae en Granada


y Lorca cae en Bayamo.
Parece ubicuo ese tramo
en la carne fusilada.
Nacer, morir, una espada
para inevitables citas,
tales distancias escritas
a metros del precipicio.
El final es el inicio.
Te mueres y resucitas.

Gelsomina en un fragante
verso de Gastón Baquero.
Divina comedia, fuero
magno de Cabrera Infante.
Tres tristes tigres, de Dante.
Baudelaire usa un disfraz:
la Avellaneda. Detrás
algo que nadie contó.
Carpentier nunca nació.
Martí no se muere más.
No sé dónde naceré,
cuál libro tendrá mi nombre,
si en piedra, metal, o en hombre
luego me convertiré.
Mi fingimiento no fue
en los mapas fingimiento.
Errante, sin nacimiento,
mi oscurecido disfraz
echó anclas. No mucho más
fue lo que puse en el viento.

*Los hemisferios contrarios


Klang*

Vendía limones a Lezama


y lo que reunía no era mucho para un viajante de comercio
pero yo me iba a Roma cuando tú o me daba por la caballería,
asunto de rodar los cuchillos.

Era el síntoma nacional, tres o cuatro creíamos en Trotski,


aunque no alcanzara para la huelga,
mi debilidad por Job me llevaba con el hígado muerto,
hacía trabajos de ángel (lloraba).
Cuando uno no puede caer así, como caía Lezama,
lo mejor es vender limones,
mirar de lejos a Roma.

*Los hijos del kamikaze


Cómo explicar los cuadros a una liebre muerta*
Joseph Beuys

Ya imagino cómo Ana Mendieta cae del piso 34 de un ruin edificio en el Soho
neoyorkino.

Asfixiándose y feliz como liebre de Crimea.

Marchitas esas fotos donde una liebre se recuesta a mi padre.


Ella cree que lo perdonará.
No más personajes de la escena donde nadie pregunta por mí.
Eso nos hace desigual a cualquiera que trabaje en semejanzas.
Observo una calle del Soho llena de flores ácidas.
Islas amarillas donde vacié supuraciones, superficies de alcohol.
No es que sea burbuja, y ponga, sacuda, mis pedazos a un asidero libre.
El día en que esquivar la caída.
Colores del fango.
Un cortafuego pálido como pólvora.
No es que finja respiraderos en la pintura por llegar.
Todos los que alguna vez coincidíamos en gobernar veredas sinuosas, castillos a la
intemperie, objetos de patria donde soplar a velas muertas.

Ya imagino cómo Ana Mendieta cae del piso 34 de un ruin edificio en el Soho
neoyorkino.

Otros cayeron como tú pero el salto se definía en el cuerpo de otro/ otra.

*Inédito
Cuarteaduras*
La “maldad” está siempre situada en
el exterior del yo, pertenece al
dominio de la fatalidad, de la suerte,
de la voluntad de Dios.
M. C. ORTIGUES, Oedipe africain

Busca un elefante, un bushido: busca a Eugenio Montale.


Es lo que nombro “obstáculos de reciclaje”.
Lo mismo si te vas, lo mismo si no eres invisible.
Echa pestes de quien lee a Deleuze y puede decir en
necrológicos
tu mañana es ornamental como la somnolencia.
De todas las ilusiones es la que permite quebrar
con los espejos. La verdad mata si no le arrojas, tal vez
sin convertir, a un cura trabajando en demoliciones
de niebla.
Para quien lea en el cuajo de la ley, para el que
aceche, nada como una vestimenta de campesino.
Busca un elefante, un bushido: busca a Eugenio
Montale. Es lo que yo nombro “obstáculos de
reciclaje”.
Lo mismo si te vas, lo mismo si no eres invisible.
Eso ya tiene la maldición en este lado.
Seas quien extrae de las máscaras el olor del dinero,
seas el que en la búsqueda ignora soportarse a su
traición.

*Cuarteaduras
Entrando a la hoguera*

Vivo con Quevedo en las trincheras de Port Spirit / estoy rubio y me purgo sin
lujuria / no soy peor o último que los gitanos del Louvre
pero me asomo al arenque del Sex- Shop con una cuchara. Me beben en alcohol
para que exteriorice,
compunge dar vueltas sobre la atmósfera y decir el vuelo en círculos, la estética en
círculos. No tengo un centavo
para crear el equilibrio, las venas de Oriente chupan al Nietzsche ictericio. Lo malo
es que no llevo bandera, no extermino, no me da democracia servir como puta el
billete nuevo.
Viviendo con Quevedo supe que nadie me escuchaba,
nadie atrevió a tener frío, a encontrar la decadencia de un cuerpo
peor que el de los pescadores de Port Spirit.

*Los hijos del kamikaze


Conversación con el gato filosófico*

El primer hombre en la luna no fue a la luna sino a la casa de Lezama Lima y le


dijo, maestro, cómo se llega a la luna, y Lezama Lima le respondió: hablando mal
de tus maestros.

*Inédito
Señoras y señores, el único, el exclusivo, el majestuoso, Leonard Cohen, para
ustedes*

Los laicos se parecen a los sacerdotes. Voy a la tumba


de Erasmo. Soy un fraile mendicante y soy un
esquilado del rap y soy quien reparte beneficios a
mujeres pobres de espíritu.
Este es uno de los sarnosos, le digo a Erasmo sobre
Sartre. Creo en los maléficos como personajes de
un paraíso sensorial.
Es el silogismo de Erasmo de Rotterdam lo que me
retiene, su ceguera por los sermones.
Me finjo entonces recaudador. Eso me iguala a lo
que me espanta.

*Cuarteaduras
Orina antes que pase Duchamp*

Faulkner se convierte en buitre y llega a mi aldea. Yo me convierto en buitre, pero no


salgo de mi aldea. Dos buitres en un mismo lugar recomponen la fisiología del duelo.
Peleamos y como soy quien escribe yo gano. En la de Faulkner, Faulkner gana. Pero
él no escribe una historia en la que un buitre llamado como yo existe. La historia que
importa es esta. Yo convertido en Faulkner. Como un buitre.

*Inédito
Homenaje a Carl Sanburg*

Me hubiese llamado de otro modo,


la misma nevada sobre la calle Halsted
lo confirma,
pero mi madre quiso que mi nombre fuera
Carlos Sanburg,
que naciera en Galesburg
como un burdo poeta.
Las revistas parecían no entenderlo,
entonces yo era un amor muy grácil.
Yo sé de escapes menores,
que en Halsted se hacen los tontos y cierran las puertas.
Que Dios hubiese impedido que yo naciera,
que tal vez no, y una araña tejiese distraída
sobre las cervezas de la cantina amarga.
Me llamo Carlos Sanburg,
y si el pez comparte junto a mí el mar
fue porque mi madre lo quiso.
No tuve hijos, solo palabras
que ahora desconozco.
El rostro de una mujer
aparece en el rostro de un hombre.
Como el arroz y el almidón,
mi amigo y la carnalidad son fracciones
que imagino.
La hoguera,
yo he soplado la hoguera,
y el viento salía del maizal
hacia los perros.
Me he convertido en ti
y, sin embargo, doy vueltas sobre mi madre.
Mi corazón, el corazón de Carlos Sanburg,
es como una roca en el fuego;
no me importa ser útil o desconocido,
soy yo y no tengo sino un amigo
con quien preparar la cena.
En mis libros un viejo sillón
aplasta las hojas instantáneas.
Sobre las mesas habré pintado el Sur,
tumultuoso es tuyo,
pero no somos eso, sino los que pasan
de vuelta,
los que soplan a la araña que el viejo
pisa en la hierba, o somos, y el viento con la infinitud,
pero ella lo que amaba nada más existía en ti.
Quería divertirse,
escribe el herrero de mis libros,
o somos los últimos
para alargar contrario a ellos esta casaca.
No he tenido mejor sospecha que mi nombre.
Quizá me crean
y aun así no sea suficiente.

*Zona negra
Levantamientos*

En mi casa vivía Julián del Casal, ya viejo y esclavo de un mustio patriotismo (la
ideología, los símbolos que explican por qué el poeta es la mitad de otro poeta).
Allí estaba su trono discontinuo, una superficie extendida a los aires maternos.
Mi padre golpeaba para ponerse a mano con mi madre.
Yo me llamaba Julián del Casal, yo pasaba en el movimiento de los que explican
islas cortadas por una similar sumisión a la de sus muertos.

*Inédito
Le inmortalité*

El show de Gertrude Stein, 1-nos enteramos que Picasso envolvía el pescado,


miraba el agua terrosa que rodea los cuadros de Vasari, si yo pudiera ser como el
de Flandes, si yo pudiera crujir como una cebolla, y envolvía el pescado.
2- reservábamos para ver a Hemingway y a su nariz de hombre espacial, como un
oso de California saltaba sin amistad a arrebatar la pistola a un cura, era resoluble,
hambriento, siempre estaba en desventaja, como puede estarlo un hombre
espacial, un oso de California.
3- Artaud había aprendido aquello sobre volverse a hacer, trabajaba en duraciones
únicas, como un loco inhalaba islas de alcohol, témpanos de dulces que caían
como los retratos de Yves Klein.
4- En las fotos con Eliot no podíamos ver: era el polvo reinventado, la mano que no
poseías, un ave en el hielo.
5- Y entraba Sartre, no más que una forma sin convertir, no más que la arena en el
aire, no más que la revelación.

Mientras mi amada y yo, mientras mi amada y tú. Que nos hemos visto y debemos ser/ que
debemos ser y nos hemos visto.

*Los hijos del kamikaze


Ya viene el lobo ya viene el lobo ya viene el lobo ya viene el lobo ya viene el
lobo ya viene el lobo ya viene el lobo ya viene el lobo*

Reencarno en Cristo y no me muero, aunque después sí, reencarno en San Francisco


y en Erasmo, en el Doctor Johnson, reencarno en un general alemán de cualquier
guerra, reencarno en Hegel y luego en Franco. Agotadas las oportunidades no vuelvo a
las reencarnaciones. Me quedo siendo lo que soy. Una palabra que huye de otras
palabras. Imposible reencarnar en mí.

*Inédito
Unas notas de Antonin Artaud en el maizal*
Yo estoy hablando de la ausencia
de agujero, de una suerte de
sufrimiento frío y sin imágenes,
sin sentimientos, y que es como un
golpe indescriptible de abortos.
A. A

Una escopeta, un barril de cerveza semanal, un perro


infiel, una noche de emanaciones con las bas-bleus,
si no agradeces es suerte de tu culpa.
Mi vendaje es el de los enmohecidos.
También yo rondé por tierras de nieve, allí cambié
mi mente (salpicada con signan y gusanos) por una
mente mullida, la mente de una cicatriz.
Mi rostro lo trunca el mar, la medialuna sin
discípulos, las viejas putas bajo los coceos de sangre.
Me gusta confundir la colina con los puentes.
Parecerme a mí mismo me costará un precio.
El precio de la inundación.

*Cuarteaduras
Trolebus*

Me olfatea
el perro de Chéjov
y le cambio pulgas por algún mapa de Kárgopol. Es grueso y usa un gorro de
cumpleaños con dibujos de Montreal. Lo venden en un
GUM cerca del Neva, por unos quince kópeck, y está de moda aunque finja alinear
por la radio los elementos, animales penetrantes. Me huele el perro de Chéjov, me
masca unos tres
metros con la boca invertida y el alambre de campanas que anuncian toque del
ángelus, toque del último día. Lo peor no es
que compre su rabia y la ejerza contra
la magnanimidad ni que me roben esta pelambre sucia al quedarme hambriento
cuando regreso a casa. Es casi suficiente convertirme al miedo y tener miedo, estar
delgado y preguntar. ¿Montreal, las montañas, el río del cráneo, un autobús?

*Los hijos del kamikaze


Una caja llena de virgilios viejos*

Estando en peligro de supervivencia


le pregunté al doble de Huck Finn.
¿Puedes soportar el ojo en la viga ajena?
A lo que el verdadero Huck Finn respondió
Puedo.

*Inédito
Granadas, caballería
Las excepciones en que no fui un escritor liberado de ataduras políticas o
sociales fui un excepcional hombre muerto.
El poeta dispone de similares armas que las del soldado. Yo he vivido en
guerra (o en una escaramuza que la imita) y sé que el acto de la poesía pasa
por descargar un fusil casi invisible.
Las jerarquías resultan inferiores. El héroe poeta es el héroe soldado.
Quien dispara y no quien ordena.
Excepciones existen, pero llegamos tarde para contarla o, porque como
ocurre muy a menudo, estamos en el otro bando.
Hijo de Mariana Grajales*

No me mandes madre a la guerra que no quiero


partir el espíritu yo quiero el conocimiento, la ruta
a los cíclopes, no me mandes a morir
contra Unamuno.
Que no escape la piel, si elige un bosque adentro,
una cadena al dominio superior.
La patria es una adolescencia, la Alejandría
de La Habana, el ejército de obreros
con años monacales que quieren perfume
de Aliatar, novelas rusas.
No me mandes a la manigua, madre,
que, a veces, morir por la patria
es morir.

*Bala de cañón
Underground. Emir Kusturica*

Yo tenía un país que llamaban Kosovo,


yo lo perfumaba tanto y lo ascendía por las esquinas de las plazas,
y era un país lento, y los muchachos me escuchaban vestirlo
para que retornara a normalidades,
aún había oraciones de fuego y cristales
para penitentes.
Yo tenía un país que miraba el mar y se anclaba
en canciones que venían de Yugoslavia y Serbia.
Lo amaba como a una piedra,
lo padecía como un ángel que no quiere regresar.
Y en mi país estaba el bronce
y los manuscritos de guerreros que custodiaban
cabezas de paisaje.
Las guitarras de mi país unían los tiempos de las ganancias
con unas aves vueltas a Rodas.
Acaso era una tierra más,
un rayo sin las cosechas, un vientre en las tabernas
donde los huéspedes oían de homicidios lejanos,
de latines en los puertos hundidos.
Kosovo era sensual con las muchachas
que compraban azúcar en las tiendas de extranjeros,
era feliz con la mujer que arrullaba
en la leche a los expoliados de gritos,
vigilaba a los búhos.
Encontré a mi país enjoyado a mercaderes del Cáucaso,
lo compré con palabras en la arena,
con un poco de pan y una estatua al viejo dios
de los viajes.
Le di mis ojos de pez, mi boca que flotaba
con los muertos de una cárcel en Bosnia,
le puse una madre para que amamantara su corazón
de niño cristiano,
le adorné el cuerpo con una piel comprada en Rusia,
le compuse odas para que girara a la rosa oscura,
tuvo hermanos que voltearon
hacia una belleza que él desconocía.
Kosovo creció entre las nubes,
tuvo mi lengua para escribir a los brazos de Darío
y a los pechos de Cleopatra,
tuvo el campo de un vuelo y la hoguera,
tuvo un camino largo,
islas en el golfo,
madre de una trayectoria rocosa,
madre de la alondra sobre la cuerda.
Yo tuve un país que llamaron Kosovo,
a veces escogía el arroz para sus hijos,
a veces entraba a la iglesia para encerrar
las cenizas de egipcios y un oro
que era ponderable a cazadores de rabia.
Tuve un país que se fue aislando de mí,
le rayé la nieve que disolvía
su espacio de país sin nieve.
Soné cuernos de caza para atraparlo.
Pero era un país con alucinaciones,
con enemigos que transportaban barcos
de filisteos y perros, alas del Pentágono.
Yo lo vi hundirse en los hombres que enumeraban
fin del invierno,
fin de los senderos y la amnesia,
fin de las cicatrices y las zonas cubiertas
por cámaras de mar,
fin del ánfora que mezclaba
y del cuerpo que vuelve a dormirse.
Yo tuve un país que llamaron Kosovo.

*El boulevard de los Capuchinos


Los huesos del enemigo*

(Obus Walkiria)

Soy un soldado inconcluso


en el pecho de su amada.
Mi eternidad es la espada
de Damocles. Pero incluso
soy el espejo confuso
en que me salvo. Conmigo
se quedan sangre y postigo,
se quedan lluvia y la nada,
y en el álbum de mi amada
su pecho es un enemigo.

(Obus G- 5)

Y la artillería, Dios,
una madre que te llora
porque el hijo le demora
su sangre, porque el atroz
aullido de alguna voz
en la foto los separa.
Y la artillería, rara
Humedad, pared oscura.
Una madre siempre jura
que eres Tú el que dispara.
(Avión Impala)

Y qué soy bajo la bala,


sobre la lumbre del tiro,
si de mi muerte respiro
a quien asecha y me exhala,
y qué soy bajo esta mala
hendidura, si hay un muro
para subir el apuro
de no ser. El cuerpo miente:
morir es un dulce puente
encima de un río oscuro.

*Perros ladrándole a Dios


Ven y mira*

No mates al hombre cuando sea un niño,


espera.
No lo mates cuando abra los ojos
a una diversión que pronuncia
como hombre de Troya.
No lo mates si corta el espino o si cumple
con el pez lluvioso que abrillanta los arroyos
de Berlín.
Espera que se establezca en la turba griega,
que beba en las cantinas
de Praga, y brinde por Galway y derrumbe las leyes
de viejas comedias, y odie a Václav Hanka,
y a otros que cabalgan con él la sombría Viena,
los llanos de Hamburgo.
No lo mates aún, espera
a que preceda una cacería de hombres sin Jerusalén,
acorralados en los corredores de bestias
que pueblan el reino nuevo,
la patria forastera.
Espera a que lo coloquen con furia
en un corazón de hombre abstracto.
Recuerda que la alabanza es más que la piedra homérica,
todavía zarpa la cesta del héroe sin culpa,
de la mujer que vende su pan y su aldea
para creer en la roca suave,
en la tierra que amuralla el prado infinito,
el soplo de los hijos condenados a emerger
de una paz que canta la sangre y la inaugura.
No mates al hombre cuando sea un niño,
espera, el olor es la vela de seguridad,
la puerta por donde se contempla, a veces,
una infame entrada del aire.

*El boulevard de los Capuchinos


C. M. Céspedes y compañía*

Padre de enemigos, en Castilla, en Manzanillo, yo


en pueblo menor, coincidíamos en gobernar veredas
sinuosas, fortines a la intemperie.
Soy ejecutor de resurrecciones alabadas por la
Conquista. La naturaleza de mi predicación depende
de a cuántos será posible salvar, a cuántos matar.
Dentro de este campo lo clásico suena impensado.
Las prohibiciones son posibles, a saber, por el origen
del color: una selva. Olivos.
El cielo sedoso.
Una casa ducal donde los oscurantistas beben
cervezas de Madrid.
Todos los que fuimos tus hijos. Quienes confundimos
ojos vendados, objetos de patria donde
soplar a velas muertas.
Todos los que en la bandera traspasaron noches
provenzales, tragedias de Oslo.
Mi pelambre es una bolsa de reino, un envés como
bacteria de miedo a la cruz,
me apasiona el combate
de los perros con que Buda circula sus aros de polvo.
Estoy en la otra mitad, más perfumado, más tiempo
para no saberlo, más hijo de embriones infieles.
Hablo de los que temen y llaman héroes por eso.

*Cuarteaduras
Habana colonial. Fresco de Ibáñez*

Lo que sale a buscarme con su banderín


de gritar hambre en la pradera de oriente,
en el buen visor de Weyler,
aquí es hormona negada.
Lo que cimbra demasiado y protege
en la patria cortada por parrales
y una vendetta cerca del mar,
aquí es música de un farol, noche.
Quienes descongelan frente a la bahía
flotas de Penthouse y hombres
separados de la muerte por audios
de la iglesia, yacen aquí,
se esconden en pantalones con rayas
y entran a partes fieles para adorar
los contagios con Gibraltar, a muchachas
de la calle España, los ríos con rabia.
Están aquí y caminan con arpones el mediodía
para hacer comercio, leer El Cubano Libre,
y saber que ha muerto Agramonte,
que ha muerto Díaz de Roura,
y estar justamente con la amnesia
de encantamientos y contagiarse,
descubrir que la ciudad es una máquina sobre cero,
un camino borroso de vuelta a casa.

*Bala de cañón
Condenación de Manuel García. Foto de lamento*
La equivocación de la mayoría de los héroes fue que nunca aprendieron a equivocarse (Clignet de
Brebant, líder de la batalla de Azincourt y de una decena de duelos, entre ellos el llamado “Por el
honor”, que enfrentara a siete caballeros ingleses contra siete caballeros franceses, el 19 de mayo
de 1402, en Burdeos.

Héroes de la patria: amigos y enemigos,


me condena el aire, y una cadena sobre los pies.
Los testigos adornan estos castigos y celebran.
Aunque roce con los vencidos mi pose de condenado
rugoso,
es un busto silencioso que la patria desconoce.

Es probable que padezca todo el frío fugitivo


de la madre y esté vivo y sin luz
cuando amanezca. Es probable
que no crezca,
que tenga un nombre reciente, la isla
o el viejo puente por donde pasan
confusas hacia ciudades difusas
las culpas del inocente.

¿A quién condenan: al hijo de la madre desmesura,


o al padre de una armadura divina?
¿A quien los maldijo en la autonomía
y dijo: “Vivo de figuraciones y de los supuestos
dones que salvan”? ¿A quien se ahoga
en el baile de una soga tardía?
Las maldiciones hermanan
los prisioneros que van a morir.
Un linde traza al hombre que se rinde
con sus propios desesperos.
El rey de los bandoleros soy,
un tal Manuel García, una canción
me vacía al condenado.
No asombre si ven respirar a un hombre
sobre las cruces del día.

Soy Manuel García. (Se apura el verdugo).


No respiro,
no me inventa lo que miro detrás:
la tarde es oscura y un odio de Dios
supura en mis venas el desaire.
Soy un ladrón con donaire o estoy dormido
y no es cierto que yo sea un hombre muerto
pudriéndome sobre el aire.

Yo sé que Dios no me espera.


No tengo una luz
por dentro,
salgo de la muerte a un centro de lámparas.
Si me abriera una carne
que yo fuera sin madre aún
como abrigo. (Estoy sangre y enemigo de quien
mi cuerpo padece). Estoy sin luz,
amanece,
y Dios no vive conmigo.
Un nombre tuve,
no sé si ese nombre era terrible,
si tenerlo era posible y frágil,
como la fe.
Tuve un nombre,
lo olvidé. Tuve un tiempo,
algún mendrugo de pan, una noche,
un yugo, el gemido en la moneda.
Tuve todo
y sólo queda mi cabeza ante el verdugo.

*Toque de queda
Fuera del círculo*
de Hart Crane

En Xangongo morirá un soldado:


saben los árboles su bandera extraña.
Exagera la patria su juego de llorar.
Marcos I. L. aburre de morirse,
en el lugar donde más cerca estuvo
de cualquier parte,
sus hijos como asunto remoto de la casa.
Mira sobre la hierba oscura su guerra.
Todos sermonean un minuto enfermo:
Los héroes son ese pedazo de muerte necesaria.
He visto a un soldado llorar
como sílaba pura la señal de su madre.
Hubiese preservado sus huesos soplando al círculo.
El fiscal echará al cuerpo
su monstruosidad, tan lejana a la monstruosidad de otros
que mataron en circunstancias, dirá, menos líricas,
más heroicas.
Su dura eternidad será el silencio.
En la voz de los hijos que no tendrá.
Un muerto es el muerto de todos,
un labio, una nariz,
una parte matutina que odia su viaje.
Seis dedos esqueléticos abren a los meses el fenol.
Todos miran desde sus piernas la caída,
levantan las banderas como crucificados.
Esos que disparan son sus amigos,
lavarán manos y bocas bajo el riflero.
Aunque muera el hombre, su madre duerme,
y cuando sueña el toque de su hijo
seis cubanos apuntan.
Cuando abre la luz, el mundo a su hijo,
seis cubanos disparan.
Entre ella y el hijo que cae Dios duerme.
Entre la madre y el hijo que cae
van seis balas,
seis horas de Greenwich a cualquier puerta,
seis segundos de reliquias en la cama.
Cuando el hijo muere y la madre despierta,
la patria expulsa a sus verdaderos hijos,
los deja sin casa, en el frío
inconsolable de la muerte.

(1989-1993)

*Fuera del círculo


Español de Burgos*

Estoy al amparo de un país que desconozco,


si cambiara mi nombre y destino
por entrar a una taberna en el sur,
si cayesen bajo mis jaulas las cubanas tiernas,
si me conmovieran los negros que no uso
para la libertad o para descreerlos de duques
o liturgias de Herodes.
Prefiero una resurrección bajo los califas de Murcia
y un pliego con una cruz para asaltar.
No tengo miedo de sables o pistola amigas,
La ley del que se salva sirve en cualquier parte,
y es mía, como un tablado descompuesto
por moras silvestres.
No me hincha la sagacidad ni la boca
del perro que duerme a mi lado.
Sólo me confunden unas partes imposibles de mar,
unas cubanas desnudas que no vi, no veré.
Desconozco el país donde voy a morir,
el país donde puse cualquier dirección
a mi única dirección.
Nunca he fingido
desamparo, ni siquiera
ante esas muchachas que tocaron la fijeza de mi cuerpo
y lo hallaron frío.

*Bala de cañón
La roja insignia del coraje*
En el presente, se declaró a sí mismo que sólo los predestinados y los condenados rugían con
sinceridad contra las circunstancias.
Stephen Crane
Dejadme estar allí:
con la yerba debajo y encima todo el cielo.
John Clare

John Clare que estás en el cielo


de la mirilla. El fusil
debe lanzar este añil
migratorio. Desde el suelo
hay un país, un desvelo
un soldado y su bandera,
hay un muerto que no espera
por mi sien. Jonhannesburgo,
College Liberty, y el burgo
jura una historia que no era.
John Clare en el otro lado,
con su rock de polvo y ascuas,
esperando por las pascuas
del hijo que lo ha salvado.
John es un triste soldado
enemigo, y hoy su bala
no podrá saber mi mala
puntería, su mujer
llorará hasta envejecer
mientras su nombre regala
un poema a mi memoria.
John Clare nunca fue poeta,
nunca supo alguna treta,
alguna madre ilusoria
llorándole por su historia
de soldado. Su aventura
es un país que lo apura
a los naipes. En el lecho,
su amada tendrá el derecho
a elegir, mientras le dura
la bala que en mi locura
apunto. Del otro lado
(escucha madre), un soldado
sabrá que mi bala oscura
debe sajar la hendidura
de su pecho. Serán otros
quienes salvarán los potros
de mi nombre. John Clare hubo,
pero sólo Dios estuvo
a la mitad de nosotros.

*Balada de los perros oscuros


La película El viento que agita la cebada vista en un sótano de Miramar*

Fue cuando improvisé: no soy yo el que duerme y grita nos veremos del otro lado, en
un lado más dulce que el abismo.
No hay hermanos como ningún hermano, no hay patria como ninguna patria.
Como si comprendieran que no hay oficio para alquilar los sombríos páramos donde
fenecer, como si, temerosos de las ristras de Seamus Heaney, despegara tras un Ave
Fénix oloroso a generales ingleses, a labradores minúsculos.
Partículas de una misma y postrada burbuja.

*Café Lumiére
Resumen de guerra *
Para mí lo mejor de la película de Eisenstein no fue el famoso coche en la escalinata (la madre grita
a los cosacos: no disparen, mi hijo se siente mal), ni los leones de mármol en las escaleras que nos
acercan al Palacio de Vorontsov (allí donde una lápida inscripta en árabe asegura: La riqueza viene
de Dios), ni la entrada del Acorazado en escena. Ni las sombras de los soldados, ni la riña por una
sopa de remolacha (la carne está podrida), ni la huelga en los ferrocarriles. Sólo la niebla, la niebla
sobre Odesa, la niebla sobre Alupka, la niebla deshilachada por débiles pedazos de sol.

Vivo en alguna trinchera con el Potemkin,


custodio a Petesburgo,
y sin odio
también vendo su bandera.

Enemigo como yo era,


enemigo como un arco al que dejamos
un parco resonar, desinformaba los cañones,
vigilaba el mar,
inventaba el barco.

*Toque de queda
La película Acorazado Potemkim vista en casa de L*

Potemkim en una trampa de ciudad como un objeto a la intemperie, un jardín de naves


que se atragantan, lejos de las lunas de octubre, lejos de Eisenstein, un letón como
nieve de estío.

Potemkim deshabitado en archipiélago de idiomas, en un bosque de mangos y muertos,


esperando el vértigo de renuncias: corrompiéndose como los espejos y las lunas de
octubre.

Potemkim, óleo de hierro, máscara de paz/ el cuerpo de Svetlana


el cuerpo de Ruslán
el cuerpo de Serguéi
una zarza
un hijo
unas sombras
Desacorazado por mi dolor, cubierto por las moscas que respiran en una misma foto.

*Café Lumiére
Honras cálcicas*
Para Mario Bacallao

El soldado desconocido dicen del que todos


matamos, dicen del que nadie mató, en una plaza
incolora, en la ruptura de la regresión. Dicen del que
trucaba tránsitos expresionistas en una anémica
ciudad de biblias.
Yo soy el soldado desconocido, mías son arideces y
nieblas, busco cálculos: sigo sin adivinar la exacta
cantidad de traidores necesarios para hacer a un
héroe, o al revés, siendo más importante la cantidad
inicial, nunca el traidor, mucho menos el héroe.

*Cuarteaduras
La película El puente sobre el río Kwai vista en un cine de Camagüey*

Por orden de usurpadores muero como héroe/apóstata en una selva de Tailandia,


batallas para corromper lápidas, hijos divisorios. No me pervierten a condición de unos
guerreros montados en el planisferio lingüístico, si los de abajo frisan las odas, repican
en himnos de fieltro.
Por orden de usurpadores muero como héroe/apóstata a la orilla del Tigris, morir como
un hijo atravesado por las sombras de whisky. He probado a matar sin ser podrido, sin
que me aplasten loas de constricción, mordido por una boca africana, una boca de
raspar piedras de ciudad.
En un puente sin caer, hacia el silbido balbuceante entre la niebla.

*Café Lumiére
Láminas de protesta*
La idea de este poema no consiente la revalorización épica de un acontecimiento de una magnitud
(incluso visual) extraordinaria. Surgió del recuerdo de un machete o sable que poseyó mi abuelo y
que, según él, perteneció a un importante oficial de la Guerra del 95. Yo era un niño y jamás pude
aclararme de qué bando peleó aquél recio artefacto. Mi abuelo nunca me lo dijo y el sable desapareció
algún día.

Yo te doy un jardín de rosaleda


y un rayo para que entres a Pamplona.
Te entrego el castañar de aquella zona
donde el vino se confunde en la seda.
Te doy una mitad del Espronceda
que vive entre mi sangre, de pirata,
y el flujo de Quevedo cuando mata
al Duque de Olivares sobre Vigo.
Te entrego una lámina como abrigo:
a Cervantes leyendo el Maranatha.

Te doy una piel extraña,


hecha de pus, carcomida,
como la piel del suicida
que no se muere y engaña.
Te entrego la cruel hazaña
de derrotarme a mí mismo,
algo de paz y cinismo
juntos, te doy el deshecho
de mi nombre y todo un trecho
a mi casa en el abismo.
Te doy una ciudad en Almería,
las aguas de Toledo, el haz de Goya,
tan lleno de mujer como una joya
que cambia su color: fotografía.
Te doy El Escorial, la algarabía
de Verdi cuando sale de Valencia,
una orden de Santiago, la inclemencia
que vuelve la marea hacia Cernuda,
o un encuentro en Segovia, o la desnuda
muchacha que te ofrezco en su inocencia.

Yo te entrego una mujer


que ya no suena, un retrato
del traidor, otro relato
de neblina, al parecer.
Te doy lo que pude ser:
un ojo mortal, furtivo,
el nombre que siempre escribo:
un verdugo imprescindible
volviendo casi imposible
la máscara con que vivo.
Te entrego a Moratín, a Gil Vicente,
a Lope, a Garcilaso, a Santillana,
la hierba del Russafa en la mañana,
un parque de Almudena y la corriente
del Duero en una foto sobre el puente.
Te doy de mi fortuna los extremos
de un barco en Gibraltar, vuelto a los remos.
Te entrego de Velázquez un cobarde
dibujo del guerrero hacia la tarde.
¿Nos entendemos? No nos entendemos.

Te doy un miedo feroz,


la simpleza del espía,
la nieve que caería
y nunca cayó; la voz
de una herida tan atroz,
la que jamás sanaremos.
Te doy lo que padecemos:
el lobo y su vieja estampa,
el camino hacia la trampa
vil. Pues no nos entendemos.

*Toque de queda
Comunicados. Batalla de Mal Tiempo*

(Español)

Ha muerto Máximo Gómez, tan poco y nutrido,


sin flexibilidad, murió el brigadier José González Guerra,
expuesto a la sierra y enmascarado por la fatiga,
murió el general Flor Crombet, de paso por la vacilación
y la lluvia española, murió Martínez Freyre,
y doscientos mambises cercanos a un pinar,
a unas pocas hierbas, murieron seis coroneles,
nueve capitanes y doce sargentos.
Sólo los caballos se fueron en libertad
hacia el poniente.

(Mambí)

Sólo dos heridos y un movimiento sin equivocación


fue el saldo, y en el campo de ellos más de mil
cadáveres, como pueden las sepulturas borrar
a hijos que volverán en barcos;
todo acata al resplandor de una avalancha y las muertes
del General Prado de Maestre, el General Berceo,
el general Salamanca, condecorados en el Norte
y en Cataluña y con supervivencia en las levitas
de una infiltración provisional para el Rey Alfonso;
miles de reclutas y voluntarios para asuntos
de caer con sangre en las inculpaciones
de una batalla donde no se salvaron
ni sus caballos.

*Bala de cañón
Los cosacos bajan las escaleras. Secuencia para Einsenstein*

La Rusia, madre,
y los cañones que disparan
a pueblos pequeños.
Qué rara cercanía a mencheviques
y mujeres prohibidas para Trotski.
Qué raros los huesos estivales
y las consignas sembradas
hacia una hueste de marinos
que no regresarán.
Por las escaleras va la Rusia,
y van los cuchillos que le persiguen,
madre, ahí los frijoles de Pushkin,
la bala que Maiakovski disparará,
el alcohol para Esenin.
Arriba quedan unas isbas demoradas.
en antiguos inviernos.
Arriba la madre, que nos cambia de sitio,
y pone la patria en un virus,
y a mí, en el pequeño coche
rodando
por la escalinata.

*El boulevard de los Capuchinos


Hombre de Maceo*

Aunque me hayan derribado cien veces


y beba la leche de una oveja
para despertar el cuerpo, aunque me esfuerce
por no caer más
y entone un inmundo canto a la mujer
que espera en algún lugar mi piel contenida,
yo diría que de almas así,
de patrias así, sin otra puerta
que el terremoto de paz.
Pobre de quien ciñe con verdades
los nombres que otros le dan del paraíso.
He de profanar lo que me alimenta,
lo que es agua y árbol,
lo que condena al pueblo natal
y a un perro que me extraña,
aunque me hayan derribado cien veces
y me levante buscando enemigos invisibles.

*Bala de cañón
El ciclo de las liebres
Todos los poetas son pornógrafos, en la forma o en aquello que inferimos bajo mantas
descubiertas por la sexualidad. San Juan de la Cruz lo era, y Santa Teresa tiene
puntos en común, aunque no se vean a simple vista, con Catulo o Aretino.
Somos el espectador sucesivo del otro. Lo que parece una ardiente y cíclica
metáfora de resurrecciones porque el otro resulta, de igual manera, nuestro
espectador (nuestro lector). La conocida cita de Baudrillard me lo explica de explícito
modo: Hemos perdido la sexualidad sobreproduciéndola.
Mi vida de poeta es una mezcla de bolero con folk irlandés: las cantinas
arrasadas por los bustos de la juventud perdida. El bolero cruza al folk en la parte
donde hay mujeres que me abandonan. Me abandonan porque si no la historia fuese
fast-food coloreado por un tipo con cara de Pato Donald y que vive encima de los
trofeos gaélicos, y juega fútbol a la alemana, menos poético, más arrasador. Me
abandonan porque estoy gordo y en ocasiones (leves y discontinuas) soy feliz (el grado
de imposibilidad con que un poeta se denigra ante su chica). Me abandonan porque
abandono las causas que no se pierden. Mi vida contempla exhalaciones a cierta
edad en que princesas egipcias y porns-stars rumanas posan para como terroristas
exhaladas en busca de literatura menor. Vivo una película en blanco y negro. Película
normal, creeré, mitad Hollywood, mitad Bollywood. Veintiocho horas al día, sin saber
la manera más adecuada, o más rápida, de sentirme peor.
Murales silvestres. Sepia sobre sepia*

Frida Kahlo me pinta desnudo, sangrante como Cristo mexicano que resiste o no
resiste, me pinta en un desierto lleno de turistas de paso, con un cuerpo que no es
normal y que es imposible para mi cuerpo, me pinta encima de bulbos que parecen
bulbos subterráneos, me pinta en forma de árbol y en forma de pez y en forma de lo
que no tiene forma, parecido a un inca parecido a un apache, me pinta en el
cementerio almorzando con Trotski y con Diego Rivera, me pinta en la puerta de
Sinaloa llevando muletas, leyendo a los muertos que no lo son y a los vivos que
parecen vivos, me pinta en su desnudez escondida y muerta.

*Inédito
La película Fucking amal vista en casa de J*

Una gata:
ella nunca rompe la vena del conejo,
ella ha sido demasiado precisa para cultivar
la nube sobre su ciudad.
Una escopeta, un escarabajo:
ella busca en mí lo que se aleja
de mí.
Estar en el punto en que las dos entramos
sigilosamente
en la otra.

*Café Lumiére
Ella sirve el té para Eugenio Florit*

Inventamos un pueblo donde tocábamos a


una para catorce en días bajos
después podría ser como a cualquier turista
eso era único para las muchachas
que se desplegaron hacia el puerto a una señal de bandera
si volvían o no
era cosa de no mirar
o como se dice en las murallas de heno:
deja que los perros pasen de largo.
El punto de la isla es una entrada
en cosacos/ levantan sus rifles
fuman como sospechosos
se dejan caer
ella había traído no mucho para su padre
él era pollinctor de gobernantes
conocía de difuntos como de susurrar contraseñas
y el otro se llamaba Peter
sabía de las trampas de un camionero que iba a la línea
como un controlador.

*Los hijos del kamikaze


La madre gorda, el pistolero italiano*

Que eso era el paraíso,


cuando Ariadna iba con botas
y sus amantes eran como el país,
fríos y silvestres.
Ya lo dijo mi madre,
si se va al Este
(que en Cuba es cualquier sitio)
los amantes parecerán
como Ariadna quiere,
meterse en el nido,
respirar la niebla.

*Inédito
La película Deep Throat vista en un hotel de Caracas*

Era la Mujer Gato, y se hundía en uno peor que sanguijuela, deslumbraba en el


desfiladero de bestias vedadas. Ponía velas, cancioncillas silvestres, y a afanar.
Raspaba, o soplaba: la apariencia era de un juego al aire libre, un juego entre una liebre
y una gata. Algunas hacen lo inimaginable por destrozar: se refugiaba en honores de
rueca antigua. Hasta que las otras se agitaron en sus corrales y la desafiaron. Huyó y
supimos que volveríamos a absorber a putas deteriorándose en las avenidas luctuosas
de la superficie.

*Café Lumiére
La superficie de los signos*
La lucha del alma contra el mundo sensual es el
evangelio del mundo moderno.
L. Sacher Masoch

Como atleta sin manos, sin piernas, sin más impulsos


que reventar en el tránsito a la nocturnidad. Quizás
quiero someterme a la fronda. Una granjera, dice
franciscana o greenpeace, me obliga a una felación.
Huele a rasgadura.
Jan Steen era pintor de tabernas, me advierte. La
rasgadura es la que da otro olor: cráneos
disolubles en la acuarela.
Una granjera, dice franciscana o greenpeace,
derramándose húmeda, con un leve aire de colina.

*Cuarteaduras
Juliette Binoche*

No me impulses a sangrar en secreto,


no me impulses a funcionar,
a creerme en serio, a tener esperanza,
a esperar en el agua fresca salmodias de vino,
un pan de suerte, un laberinto que acaricia el labio,
y lo detiene.
No me impulses a sangrar en secreto.

*El boulevard de los Capuchinos


Viaje con Daniela de Madrid a Aranjuez*
1999

Tengo un lugar y no me pertenece,


solo esconderme,
como uno de siempre, aunque me llame como tú.
Vivo a un lado de la bahía donde el mar no permite
un toque de guijarro.
En una época distinta pasee en trenes
que arrastraban a Madrid por otras periferias.
Recuerdo al maquinista: sonreía como en las fotos
donde Aleixandre sonreía: lo vimos
como un molinero inocente, hablar de quienes pasaban
a territorios prohibidos.
Recuerdo: las sombras junto al tren se desplazaban
como el pez carcomido por las sierpes,
ella vigilaba y constreñía el corazón ante cada barrera,
ante cada montaña sin tocar, se inclinaba ante mi sombra,
aún no tenía el miedo de transformar.
Mi madre está allí donde no podré entenderla,
y tú, mi nombre, tú,
rozarás mis labios, limpiarás las fotos.

*Los hijos del kamikaze


Mirando el big boops*

Echo saliva sobre mi pene. Lo recuerdo como una


prohibición de época. Entre la hierba y entre el ciclo
de poemas de Paul Claudel. Entre la gringa que mete
su cabeza abajo y un expresionista sueco. Todo lo
que me importa está prohibido. Son los materiales
para convertir, los útiles para convertir.

*Cuarteaduras
La película Blue Is the Warmest Color vista en un sótano de Miramar*

La revelación de la amada en esa imagen de verano:


la vida burbujeante frente a ese aire de mar
neoyorquino, esos pájaros nocturnos que sollozan
transformados en ella,
esos muros de hielo,
escaleras imperceptibles,
el susurro de una alegría que no se comparte.

La imagen de mi amada en esa revelación:


la cicatriz y la ruina de un silencio.

No nos olvidamos una de la otra,


pero el cielo abría
cada noche las puertas
y las cerraba.

*Café Lumiére
Las chicas quieren divertirse*
Cindy Lauper en Montparnasse

Colette espera a sus amantes en la calle Soufflot. Como de peores marsellesas, se


perfuma con cuerpos ajenos, después lee a Yvonne de Bremond. Yvonne (gorda y
marsellesa desde la cuna) canturrea y bebe en meandros de Saint Anne: vino gratis
que pagan las Femmes damnées, imitadoras de coristas de Toulouse. Luego va a
casa, se masturba, lee a Colette. Colette sueña con Yvonne: sucesión de bocas que
la recorren, espasmos, una palabra que transforma todos los lenguajes. El sueño de
Yvonne no es diferente: Colette desplumada en su alcoba: una piel que desborda los
balbuceos más extraños. Como buenas marsellesas han querido apuñalarse muchas
veces, intercambian poemas furiosos, y en cartas a otras amigas pronuncian con
suplicio o amargura el nombre de la otra. Sin embargo, Colette es perfumada con
cuerpos ajenos y después lee a Yvonne. Yvonne se masturba, más tarde lee a
Colette.

*Inédito
El pueblo contra la niña que escucha a Tom Waits*

Annia usa un cuero a la espalda,


brota con una pezuña de cernícalo:
es ella:
un flujo de gusanos con alas en la base:
la peor tortura es que me perdonen después.
Annia ama a la hija del harinero,
la abandona,
quizás le da miedo igual.
El amor es la pedrería de almendros.
Annia toma el cuchillo y me contrae
como el que transcribe sin volver el rostro,
sin que sepa que soy malvado
si no tengo castigo o cura,
si encontré un hueco (de bala)
en mi chaleco.

*Los hijos del kamikaze


Alice ya no vive aquí*

Gracias por estar allí


a nadie le ha de importar
gracias por estar aquí
porque no estás allí
Gertrude Stein, dedicado a Alice B. Toklas

Nunca menos fervorosa que un susurro de niebla. Nunca menos que el estribillo de
la serpiente. Vayas donde vayas.
Convertida en lo que transcurre.
Abrigada por alcantarillas y por los tentáculos de una orbita imprecisa. Cambiar de
idioma, de somnolencia, ser el insecto atrapado por la tormenta.
Que no mires la cerradura.
Bañista en ríos de nadie, los que corrían tristes por calles de fuego en una ciudad
seda.
En mi boca tu boca de muchacha peregrina, y huíamos de expulsiones como del
adormecer.
Las hogueras acorralaban. Y el cielo nocturno era el de la taberna. Carcomidos
disfraces de obreras nos crecían.
El advenimiento a supuraciones cercanas, y las cabezas en la grieta, y el río
continuo como un coágulo de líneas brillantes.
Nunca menos fervorosa que un susurro de niebla. Nunca menos que el estribillo de
la serpiente. Vayas donde vayas.
Convertidas en lo que transcurre.

*Inédito
Dreamlanders*

Borgia promediaba tres cuatro cinco orgasmos por partida


(lo que deja el tanteador incólume),
yo a la espera con mi bate de remilgos,
la caldera del pulp a fuego santo,
Borgia era dreamlanders de la comarca y resistía
el asalto de pajes menores.
Borgia era a partir del desprendimiento
uno más
con el cuerpo frío
como debe ser
en la vileza
cotidiana.

*Inédito
El ciclo de las liebres*

Como partir el cuchillo en obcecación,


poseídas en lunas de nieve,

en acantilados,
recortadas como a violines sordos,

yo igual a ellas,
un despojo de flujos,
ellas parecidas a mí.

Si eran solitarias como polvorientos


que jamás llegan,
o si se esparcían por las líneas muertas
con un único cuerpo nocturno.

*Inédito
A pesar de que el bosque era brumoso*
La fascinación de la belleza es siempre
el velo que encubre una pesadilla.
Slavoj Žižek

Una foto de Anton Solomoukha: ella ruge para


ascender, ella desciende, abandonada por completo
a mi flácida inocencia. Poseída en un retorno similar
al retorno definitivo, no el último. Ella necesita su
cuerpo en el mío, añadir otra bruma: reconocerla.

*Cuarteaduras
La bella y la bestia. Jean Cocteau*

Me enamoré de una muchacha que leía a Baudelaire,


y después rifaba en las cantinas su mapa de cuerpo,
la luna contigo.
Supe las formas de esas islas que la rodeaban,
supe los fulgores de una navaja incumplida por el espíritu
y vi a los leñadores que se perdían en las callejuelas.
Recuerdo el frío de mis quince años y unos caballos
sobre las ruedas del bosque.
Ella se rendía a la rabia del metal,
y a los peregrinos frugales que siempre regresaban.
Mi invisible marca era una tierra húmeda
y una hoja del árbol,
o la forma del aire en el recuadro de su memoria.
Pero yo era un ser superior, hijo de los arcanos
de Ben Jonson, restringido al espacio
por una cabeza vacía de griegos y sin solemnidad.
Amaba el derrumbe presuroso
y el cuerno solitario que siempre atraviesa la legión de cazadores.
Bello como el crepúsculo que inunda a la patria
y como el pájaro silvestre que sólo inclina su alma
al rocío de la mañana.
Y ella era una especie de monstruo que leía a Baudelaire
y se rifaba en las cantinas.

*El boulevard de los Capuchinos


Djuna Barnes es tibia y se va al bosque a silbar*

Escucha la niebla, escucha como el búho que busca la niebla cercenada de su aldea,
como un espantado lobo tras la noche de hielo. Cruje como sí misma, semejante a
un ángel sin retorno, con un vértigo en las máscaras veteadas por algas en pudrición.
Decir que yo estaba allí sería una extravagancia de la tempestad.

*Inédito
Los masturbadores de Anne Sexton*
Con J.A.V
Para N.

Vi a una muchacha masturbarse.


Ella tenía dieciséis. Yo tenía once.
Luego tenía diez. Después anclaba en mi edad:
la tuya.

Marea de toques, resoplido de lentitud,


en el capullo húmedo,
la mitad dentro de ella,
la mitad junto a ti, con un dentífrico,
un libro de Vita Sackville,
punzando, rasga, levanta, brota,
y su mano subterránea,
y su mano carnívora en sus pechos,
astilladas bajo el musgo yacen ellas,
sobreviven ellas,
el círculo lacerante sobre el falansterio
donde bebe la vaca y mastica la loba,
un susurro en el círculo,
un vibráfono que late inacabable,
una crónica del orine,
la estatuilla, el libro, un dentífrico,
una botella de Pepsi,
una orquídea envuelta en otra orquídea,
una máscara de lirio, un reloj,
una lámpara fétida, un pincel,
una brocha de piel de conejo,
un sostén lleno de piastras,
el chorro de agua sobre el pastel,
los cursos a su cueva disfrazada
de túneles, un eco hormigueante,
tinieblas, fosforescencias,
relámpago sobre las ondulaciones,
un torbellino, el arca en paz.

Una muchacha de dieciséis.


Un muchacho de once.

*Inédito
Cuerpo de Beatriz. Dante. Hotel Colina*

Pudiera ser lo mismo que dijera


abajo yacen las escaleras hacia
donde no quieres que esté.
Como estoy aquí, no sé esconderme,
no sé el ascua
ni cómo me parezco a ti,
que eres lo distinto o suficiente.
Pero a veces la fe es tan pequeña
que endurece o inclina.
No pensaré en el puente
o en el ovillo que avanza
sobre la patria y no es sino la
inconsciencia o el tamaño del universo.
Todo significa en los muros que escriben tu nombre
y nos invitan a la niebla o al frío
para mirarnos reconocer las hojas
o los pájaros
que alguna vez fueron nuestros.

*Zona negra
La película Die lustige neun vista en la casa de M*

Estaría Justine allí y la otra haciendo algo tan terrible como leer a Louise Labé. Máquinas
de sexo como las de la guerra. La vida continuaba con una ración de bastardos: nada
como echar sus utensilios y decaer junto al lobo. Teoría de la berlinesa: lo físico es
antipoético. De mantenernos a pago, de comer carne barata, de trabajar en los
banquetes con billetes de una Marlene Dietrich obituaria: de ser la que dice busca en la
otra parte de mí y encuentra otra parte de ti.

*Café Lumiére
Ah, que tú escapes*
(José Lezama Lima)

Si fuese como el mar de Egipto,


como la medialuna sin brillar
casi en la fiera del alcohol dejado para después,
que providencial como una estrella de agua.
Si fuese con los laberintos y el túnel de neón,
o en la flema de la mujer bronceada por un violín de superficie.
Pero el orden de mis praderas y la sombra
de una tempestad casi en el cuchillo.
Pero una tarde con leopardos y aves ñu,
y esos que evaporan con los hierros la parte de una ópera.
Y más, sin que pueda, con el perfil de tu rostro
acercarme al viento.

*La segunda Isla


Albricias*

Señoras y señores, rompí la fresa, odié a Mozart, le pregunté a una flapper si me


iba a su casa, supo que odiaba malo, perdía raíces, me puso bosques, me puso
faldas y un lápiz, escribe, dijo, como solo ella sabe.

*Inédito
La fuente de Jade*

El amor es como una epístola del Convivio, la muchacha está concebida así para la
periferia. Escuchen al neoclásico William Duff produciendo tesis que no llevo
conmigo. La muchacha está por acumular
nuevas rutas al tren, viejas cenas con doce. El amor es una relevancia
e igual coincide. Observen a los arribistas disponer de paralelos.
Muchacha tocando la cítara que otro expande.
Muchacha más blanca que el hueso de la calle, más.
Quizás estoy como droga, me presento a plegaria, quizás consisto en acomodarme
por fuera. El amor es la pagoda del objeto. Podría reconocerlo con dispersión y
olfatear la cerveza. Una línea ondular como una S divide a la muchacha de mí.
Y a mí del ciervo.

*Los hijos del kamikaze


También es bueno que abrace campos estériles*

Todos somos un ready-made, todos somos


convertidos en lo que no queremos ser: arte.
Soy frígido, y por eso esquivo a la amante de mi
mujer, cuando debía decirle hacemos una buena
pareja los tres. Sobre todo a lo lejos. Desde la mancha
de alcohol y humo. Desde las tablas del pulp.
Una buena pareja de arte.

*Cuarteaduras
Prolongaciones*
pero cualquier crónica del mundo compartida
podrían ser escrita con un sentido nuevo:
éramos dos amantes del mismo género,
éramos dos mujeres de la misma generación.
Adrienne Rich

Estoy árbol innumerable,


sé el vapor con que tus labios construyen
recuas marinas, hueles a la lechuga sin olor,
a la madre que cierra armaduras cómplices.
Prefiero las columnas de cremas francesas sobre ti,
te prefiero para volver al bosque,
te prefiero cerca de la hoguera.
Te bebo, dulce venado, agua carnívora, serpiente, te bebo.
La noche circula, tú circulas.
Mi lengua sabe que existes, paloma en tierra prohibida,
tierra de Marie Laurencin (Mujeres desnudas a caballo).
No basta la carne de sal, te veré ir, atravesarás los pastos
y una cuerda que reparte zonas sangrantes.
Eres más alta que los campos de esta Nación,
olorosa a ti, que hueles sin territorio
canciones para bendecir a marinos lejos de casa.
En ti se posan los ictus del predicador,
procrea el jongleaur que nunca llegó a París
y sabe que el camino siempre es ondulante.
Fui a los bares donde te prostituías,
putas de Harlem te despertaban como a un ciprés asustado.
Pero existas o no pregunté por tus senos,
oscuros como pájaros de juguetes.
Una orquesta tocaba jazz, tú bailabas,
compartías tu cuerpo con un invierno ácido,
así como se comparte la soledad, el whisky.
Estabas desnuda y tibia,
te andaban como al arpa de Stranberry.
Yo solo tenía una vaca comprada en Madrid,
y una alforja sin magia, sin verde, era amiga
de Erasmo que había dicho:
“La mujer es un gato de Tebas”.
Tuve frío y regresé a mi madre,
silbé como pastor que trata de reconocer
la oveja perdida.
Tú caminabas en busca de sol, entrabas a la hierba,
olías a lluvia y a manzanas frescas.

*Inédito
Mazmorras, sótanos, avenidas
En el mundo actual, en el mundo de la literatura sobre todo, el sujeto desaparece
aceleradamente. Somos actores de un ready-made virtual, un reality show que nos
usa como “seres enajenantes” 24 horas del día, 24 veces por segundo. La
degradación parece el extremo. Llegaremos antes. Con dolor debo creer en Cioran:
No son los pesimistas, sino los decepcionados, quienes escriben bien.
Contraer las cosas parece más difícil para algunos que dejarlas correr. No pienso
como filósofo sino como poeta. Un filósofo y un poeta se parecen en cómo penetran
en lo invisible. Pero en el poeta eso invisible permanece más allá de su invisibilidad
previa, inanima regiones que se mueven a través de la pasividad del ojo.
Una avenida implantada en ese ojo. Más adentro.
Prímulas*

Cada cual tiene un New Jersey encima o lo que es lo mismo


pesa sobre la espalda
recuerda un olor.
Cada cual ha descubierto que prosperar es vivir en Camagüey.
Yo era desigual por dentro
no me identificaba
mi negocio era dejarme matar.
Que eso era la demencia o no lo era.
A veces yo volvía a mi madre
a veces recapaba en la industria
como tenía vanidad
como mamá me achacaba los miedos.
No me vieron resistir hasta el fondo
no me vieron con tenazas por algo distinto
a no impulsar el perro.
Me han contraído sin comprender
porque yo raspaba
con un abrigo
o porque yo era desigual por dentro,
no me identificaba
mi negocio era dejarme matar.

*Los hijos del kamikaze


Harry tratando de que yo me vaya a Austin, Texas

Yo sé que hay un hotel en la cercanía a cualquier desfiladero: busca como un no


semejante tu lengua marcada. Yo sé que hay bolitas halógenas, fantasmas que
juegan como los Celtic del ´80, una montaña cerrada hacia un enjambre de carreras
falsas: Lance Armstrong pregunta por ti. Ya sé que hay un video de vigilancia que
recuerda tu pacto con las vacas gordas, enormes inviernos parecidos a inviernos
reales. Lo que no sabes es que, a veces, no quiero saber dónde estoy: el gourmet
de las borrosas comidas, la camisa de bandera, un olor semejante al olor de los
tiempos que ya pasaron.

*Inédito
Ucrania como la carne de pollo como la carne de Shevshenko*

En el río Dniéper nadar es eso: la luz del gato desde arriba.


La muchacha era un juguete separado de la patria llorando con ciertas latas y con
un dibujo del hombre en la trayectoria.
Tienes un bote raudo.
Y Odesa.
De expediciones que no se dan voy y no llego a ti buscaremos estudiantes que
salpiquen tomaremos vodka con arenque éramos unos que regresaban y no sabían
pescar.
En el Dniéper pescar es eso: un pie detrás de la puerta.
La muchacha tenía el vicio del pescado no desenmascaraba era la virgen por el
dinero.
Conmigo funcionaba desde una sopa.
Soy más rápido que el esófago puedo ser más rápido que el de la calle.
Taras. Y no presionas ni te consagras es la misma emoción el mismo trabajo contra
el cristal.
No te sacudes no entras al fuego es muy escabroso para ti parecerte a mí en estos
tiempos no sirve de mucho no da ventajas el que es un perro levanta la mano y da
un paso hacia atrás.

*Los hijos del kamikaze


El guardián de la mancha, el constructor de imperios*
Para Yunier Riquenes

Mi madre quería que fuera como Séneca,


hijo de mártir, devorador de algas,
borracho con un cuchillo
en esas cantinas donde desfilaban
rufianes del arte sofista.
Mi madre quería que aprendiera
a pensar en dulces corvos, sin un griego que elegir,
con el ruido de ciertas colinas de misticismo verde.
Pero la nieve de aldea,
el resplandor de abstinencias, me enseñaron
a dormir con miedo a plegarias,
con miedo a los bárbaros.

*Cuarteaduras
Séptimo de caballería

Voy a la casa de un escritor mexicano que me lleva a la casa de un escritor chileno,


que a la misma nos lleva a la casa de un escritor gringo, y después este nos
impulsa a la casa de un escritor guatemalteco, que tiene casa en la frontera y
entonces quiere obligarnos a visitar la casa de un escritor brasilero, no tan brasilero
como él cree y, sin embargo, adorna el ritual de llevarnos a la casa de un escritor
argentino, que en realidad no tiene una casa, vive en un largo almacén lleno de
cosas inútiles, de libros inútiles, de vidas inútiles.

*Inédito
La lancha de Regla*
Para Roberto Silva Esquivel

La lancha de Regla llega a Nueva York. Último


en la cola. Manto estelar, tiburones: migajas.
Mi padre tiene miedo aunque sea un día extraño.
El señor Dennis Quaid parece ese emperador de
terracota que escarba en algún lugar de los huéspedes.
La lancha de Regla tiene unos veinte metros
de eslora, una humedad sucia que le permite no ser
descubierta por los guardacostas, cuarenta
asientos y un mapa de la Isla.
Como nadie sabe izar las velas,
como las banderas o las libretas de viaje se
perdieron en otro naufragio será mejor confiarse
al capitán.
La lancha de Regla hoy llega a Nueva York. Se ha
corrido la noticia y ya contagia inactiva,
demasiado tarde.
Qué fácilmente iremos prendidos de los telones
y los altavoces gritando, por única vez, la lancha
de Regla llega a Nueva York.

*Zona negra
Mucha gente y reconocí a Danilo Kis

Mi intención era ir a Hamburgo, con una escopeta, la piel de oso como vestimenta,
una nube de cervezas, dejar atrás la imagen gris de otros granjeros, rastrillos
cerrados, y en las barandas de los bares bestias despachando sus vejigas.
Hamburgo estaba después del muelle, después de un tren que algunos temían
nombrar: tren lleno de rígidas ovejas y de fotos de turistas que buscaban olores de
la colina. Pero todos querían irse a Hamburgo: es soleado, hay susurros de
bailarinas, el mar parece un cielo manso. Irme más allá de ese muelle, sin irme aún.

*Inédito

te
ibas,
yo
me
quedaba,
así
resolvía(se)
el
enigma
de
la
nación.
Pocos
adornaban
con
cuitas
semejantes
la
intersección
de
un
punto
donde
el
maíz
en la
selva
del
Cauto
y el
maíz
de Illinois.

esperabas
en
tinieblas,
yo
esperaba
de
manera
a
desbordes.
Perpetuos
declives
dicen
los
últimos
que
respiraban
un
mar
perseguido
por
otro
mar.

entendías
las
aguas,
yo
murmuraba
piedad
y
el
lento
fluir
del
horizonte.

(Hongos) *

*La autopista cero


La avispa se come a José Ángel Valente*
Sé bien, sé muy bien que entonces
hubiera sido mejor oír el estruendo.
Jaroslav Seifert

El agua sabe a sombra, dice el gullar de los malvados.


Yo he torcido no más vagar hacia lo fértil,
pude crecer junto a magros trotskistas, pude,
pero mis esperanzas eran sofocadas en el subterráneo.
Caliente era la cloaca donde rasgaba.
Podía rasgar.
Mientras rezaba en aguardientes, vi a San Pablo en
una alcantarilla, hablaba de las personas podridas
por el oleaje de la industria, le vi temer, le vi rezar
junto a mí, yo rezaba para otros mis disculpas por
fingir lo que me defendía.
No creo que despertar sea un remedio, algo carnívoro
como eso. Picar al gullar en tantos pedazos como el
temor a que lo bello exista más allá de nosotros.
Sosteniéndome para desistir, en la resistencia
escondida en el espejo.

*Cuarteaduras
La reina subió a mi aposento

Mamá creía(me) libre porque distinguía a émulos de Breton de carretoneros que


llevaban frutas a la comarca. Pero mis distinciones eran las de un hijo infiel. Yo iba
como hacia una misión escarchada, sin saber que la libertad no era salvar el pellejo,
o ser maldito, o gruñirles a los guardias borrachos que orinaban cerca de la costa.

*Inédito
Puente sobre la bahía*

Soy de un lugar en mi madre llamado La Habana.


Estoy hecho de sal, flores y prostitutas;
en una época me llamé Humboldt y Séptima,
ahora, Terminal de trenes, quinto banco a la derecha.
Ni la cabra que me habita
ni el pez que se reconoce en la hierba abandonada
sabrán que fuera de mí
soplan las cuerdas del viento Norte.
El cuerpo de la madre
no tiene otros países.
Estoy invisible, hermoso,
y no da alegría creer en alguien que transcurre en mí.
Si salto por los puentes a ser toda el agua,
si un farol de guerra ennegrece
hacia mis trazos de espía.
Pero ante Dios yo no soy eso,
polvo del camino,
sino que me acomodo en los ídolos que sobreviven.
Quiero partir su naranja y gritar:
no madre, Dios está abierto a los homúnculos,
al cemento contigo, aleluya,
a las cabañas que me juran magnanimidad.
Si escribiera el punto sigiloso,
vituperios, árboles culpables,
cruz para limpiar la llama
sobre el rabo del papel,
ciertos alambres que enganchan
y despacio reconocemos;
pero ante Dios yo no soy más
que lo inútil,
un alemán excluido de su victoria,
el bailarín de la superficie,
quien da pasos que parecen los de un condenado
a ciudad eterna.
Ninguno sabrá que fuera de mí
soplan las cuerdas del viento Norte.
Un hombre, un guerrero,
una estaca oscilante sobre la brecha de gorriones
que en 15 y 4 suponen morir
como cualquier cosa.
Soy de un lugar en mi madre
que ya no tiene nombre ni lugar, solo una palabra
que la memoria esconde
y vuelve a esconder.

*Zona negra
Remolques

Cecilia vivía en remolques, Buenos Aires a Yucatán, de Yucatán a Florida, de


Florida a Kansas, de Kansas a mí. Siempre el recorrido es inverso. Un bar es lo que
puedes descubrir en el horizonte, un bar de Kansas llamado como un poeta de
Kansas.
Veíamos el mar Cecilia y yo. Se escribe la palabra resistencia, dije, pero un día al filo
de un mercado, Cecilia pasaba a otra línea como si amontonara viajes sin rescindir.
¿Esta es tu dirección? Pregunté.
Ya casi nadie tiene un remolque, nadie va de Buenos Aires a Yucatán, de Yucatán
a Florida, de Florida a Kansas, de Kansas a mí. Nadie, lo que se dice nadie, puede
resistir.

*Inédito
Réplica del día del barco*

Siempre lejos de las pulsiones en un carro que no llega nunca siempre lejos sin
detenernos en un parador por un refresco

seltz con leche quiere mamá

Las ráfagas de viento en los ojos.

Madrid  6 Km.
La Habana

un poco después (o antes).

Mi padre con una escopeta de cobre


disparando a cientos de inocentes.
Como si los policías no llegaran a nosotros,
el cateo a mi hermana/ por el retrovisor
con florituras
e invitan a una cerveza/ después de todo
el tiempo sigue malo
el deporte sigue malo.

Como si fuésemos incapaces de no demarcar


chocamos ovejas
chocamos un perro
chocamos un borracho a la salida de esa semana.
Un granjero evitaba decirnos adiós agusanado con sus gallinas y su ropa de andar
el frío ridículo, verano de príncipes.
Madrid no aparecía a la vista de tanta hierba.
La Habana era igual,
chocamos coleccionistas
chocamos un pajarraco feroz que daba picotazos al aire

por primera vez en no sé cuánto el carro exhalaba gruñidos para aguijonear toda la
explosión, con el amor podrido y con mil pinchazos, persiguiendo
una silueta
una huella invisible.

*Los hijos del kamikaze


Costa*
No volveré, pero no marcharé tampoco:
me quedaré al acecho en pequeñas señales ilegibles.
Rui Knopfli

La autora de esta poesía no es más que esa ballena a


la que disparé en uno de mis incesantes viajes a costa.
Había aprendido a herir desde pequeño. Iba con mi
padre a costa, él buscando pacas de alegría, yo
arponeaba el fósil vivo de la ballena en agua.
Había aprendido a herir para que no perturbara mi
simulación.
Herí a cientos de héroes que no podían herirme.
Herí a los primeros rusos.
La autora de unas líneas así sabe que todas esas heridas
emergen.
Una ballena anclada en costa, “muerta”, dirán
algunos, para mí no tanto, una ballena a la que
entrábamos como a un país lleno de sombras y
silencios.

*Cuarteaduras
He
visto
a
Marianne
Moore
cagando
por
una
ventana
encima
de
ciertas
flores
(que
los
mexicanos
llaman
“aledules“)
y
vi
que
era
hermoso
el
paisaje
y
bendije
a
todos
los
mexicanos
por
cambiar
el
nombre
de
las
flores
por
estar
lejos
del
paisaje.

(Trópicos)*

*La autopista cero


La película de Kieślowski que no era de Kieślowski*

Mi padre enterraba los excrementos del perro donde algunas veces enterramos
cosas vacías: una gorra de los Mets, las fotos de mamá en su mudanza al fin del
mundo, cebollas podridas, el cuchillo con el que un día íbamos a matar, un abrigo
de Pensilvania comprado (más bien robado) muy lejos de Pensilvania, a mi
hermana, que siempre rescataríamos después de tantos años sin tener un perro.

*Inédito
Autorretrato con piel de cerdo*
Una foto con Alina K.

Yo pedaleaba por el bledo no me gustaban los Rolling/ o sí.


Ella iba con la raya en el suburbio olía tan impermeable en el autobús era una
zalema yo afinaba los bálsamos un bulevar es dejarse colocar.
Una astilla allí al aire libre un polvoriento que invita a los jarrones atiborrados de
hierbabuena.
Que yo iba a encontrarla/ yo en bíceps como un automovilista almendrado/ o no.
Y a la aproximación le daba un escurrimiento quería su estampilla su vuelo a
Escocia su mar de cerraduras unas losas excavadas era la galaxia de hierro y por
el altoparlante.
Mi piel descompuesta en el zoológico en vez de la jactancia deflagraba/ tú en
Wagner
yo entre los mosquitos sin una señal sin una gaseosa una filacteria como si
durmiera.

*Los hijos del kamikaze


La evasión*
Voy a desafiar al hombre, mi semejante. Un
mono. Ojo por ojo, diente por diente. Ahora será
entre nosotros dos. A puñetazos, a cuchilladas.
Sin piedad, salto encima de mi antagonista. Le
doy un golpe terrible. La cabeza está casi
separada. He matado al Boche. He sido más listo
y más rápido que él. Más directo. He dado
primero. Tengo sentido de la realidad, yo, poeta.
He actuado. He matado. Como el que desea vivir.
Blaise Cendrars

Te incrustabas en la maleza comprendiendo que


zaherir es reunirse a los pies de Cocteau: apresura el
material de ductilidad, la única mentira que nos
pertenece es la del olvido.
Somos pocos para que Cendrars nos crea bailarines
suecos, alemanes de Apollinaire.
Ninguno sabe nada del otro, y no es más que
pertenecer al mismo cuchillo que corta, a la manada
silenciosa en busca de mejor época, mejor silencio.
Cuando eras otro resumías lo que Blaise Cendrars
advirtió a nosotros, tengo la mano cortada, soy
elefante solitario, quien desova en la periferia.

*Cuarteaduras
Comedor para turistas*

Desenterraba tumbas. Encontré en la de Beckett, un anillo de plata, unos espejuelos


horrendos. En la de Nabokov hallé una cinta de cuero con dos inscripciones, en inglés
decía héroe y en ruso traidor. En la de Huidobro crecía una rojiza planta alimentada,
sabe quién, por cuáles embriones. En la de Ginsberg había una botella de Johnnie
Walker que bebí con mis amigos horas después.

*Inédito
Kafka over Kafka*

Contigo descubrí que las almas confusas son


inaugurales en el paraíso.
El alma tallada en un picnic con ciegos del antiguo viñedo.
Teníamos baile y Bourbon, queso índigo y
música de Orleans. Por esas callejuelas
desfilaban los ambulantes, labradores,
minúsculos artistas.
Vivíamos por sobrevivir como ermitaños en un vals
de Ostrava. Nunca fue peor que si
exprimieran el vino en las hojas de tantos
impíos. Nos arrastrábamos como ciegos y
no era posible la absolución.
La vida era hallar los grimorios de una trinidad
dividida por puertas.
Más allá, o más acá,
lo que se invocaba era un automóvil
pintado con anuncios de cervezas. Un
automóvil a una velocidad imposible:
la velocidad del salto mortal.

*Cuarteaduras
Después de Pushkin viene Dostoyevski

Como yo andaba para morder a una rusa que se pareciera a mis desastres. Como
ella resistía con peores argumentos que mi salinidad, como en las malas uno va por
las malas, asuntos de guerra me empujaban a territorios donde el enemigo tiene tu
propia bandera. Y le dije comamos de la carne misma (ella era tan real como mi
adversidad), comimos, y la rusa rebajó el ámbito de su dolor, y yo (sin que los
lectores pierdan energía) me fui con mi mugre a otra parte, carreteras más allá de
todo aire en contra.

*Inédito
Desde
una
moto
alemana
veo
la
duna
tropical
y
las
culebras
campestres
atraídas
por
ruidos
de
cambio.
Veo
billetes
con
odas
para
Apuleyo.
En
el
hotel
hay
un
hombre
que
cambia
de
sexo
y
me
ama.
Un
ave
acuática.
Un
pez–tierra
que
prologa
la
cacería
de
justos.
Me
he
confesado
como
si
yo
fuese
uno
de
ellos,
uno
de
los
justos.
Algo
parecido
a
lo
que
no
soy.

(Góspel)*

*La autopista cero


Una compra en Caracas*
Con Nelton Pérez, José Ramón Portilla, Oscar Cruz, Félix Julio Alfonso, Rigoberto Rodríguez Entenza
y José Ramón Sánchez (2007)

Dónde se quita el polvo


parece que digo/
no dónde se come esa tortilla con ajolote y cebollas
dónde se bebe una pepsi.
no dónde queda la tumba.

Evita la descomposición de difuntos


Pon a M sobre las piernas. Sorpréndela.
1- Yo estuve en un sitio llamado “Extensión al Sur”. Pregunté si las vacas dormían
bien allí, si había sueldo para el comerciante,
son tiempos difíciles, decía una colegial.
2- En todas partes un souterre en nylon, me voy a la bahía, soy un ciudadano de
las Guyana, encarno bien, el griego me zurce las lecturas:
no busques el gato de Fidias.
3- ¿Alguien vio el gato de Fidias?
– una bolita metálica con un aro dilatado.
– unas sandalias.
Solamente.
Me cortaba la lengua hablar como un apache.
¿A qué hora saldrá el tren hacia San Antonio?
Sin comer
sin beber
con todo el polvo del camino.

*Los hijos del kamikaze


Supuraba
que era
como
decir
soy
feliz
cerca
de
Roma.
supuraba
que
era
el
ejercicio
de
resistencia
escogido
por
los
reyes
de
pústulas
heroicas,
más
allá
de
mí.

(El síndrome de la polución)*


*La autopista cero
La estructura de campo*
Para Alberto Marrero

Como soy del manicomio y me niego a esparcirme


por refugios. Como estoy hambriento por un año,
termino en los carros públicos, con una pata de palo,
diciéndole al Gobernador:
tenemos en común el molino del ojo.
Como soy del manicomio, uno más, y a veces el que
cosecha, clasifico los espacios, cojeo con la ayuda
del bidón.
Es de los que el rifle convierte en más duro que la
hiedra.
Pobre muchacho, y no saltaba, porque en la temporada
había niebla, no era cosa de prohibiciones sino de
nieblas.
Las manchas que estaban junto a ti se espesaron
como burbujas, no quieras chillar, pasea por la costa,
prepara el banquete final.

Por dolor o por falta de dolor soy el enjaulado en la


inflamación de nieblas, ir donde todo consiste en
aferrarse, una dirección como gesto de acortar
senderos, regresar vencido, no rey, flotando un poco
más cerca.

*Cuarteaduras
Jean-Clarence Lambert alquila un cuarto en mi casa

Quiero que imagines que Sartre estaba loco y andaba por esas calles llenándolas

de globos y carteles con incitaciones porno. Quiero que imagines que Sartre vestía

como un guerrillero (uno africano) y hablaba de morirse y luego despertar en un

país maravillo que, debes imaginar, no existe.

*Inédito
Mirando a los arborícolas*

Soy del campo pero de Wisconsin,


como cirquero en un desierto,
y si acaso llegara a anfibio,
procuro ser un motociclista con una ciudad a la larga,
una Sandra atrás,
una siringe para mirar el río.

Las nubes se encorvaban al paso,


yo esperaba a un barman corpulento
que me atemorizara.
Eso indica que estaba en ruinas,
como un aficionado, con una máscara de tulipán francés,
con una brecha a los lavaplatos de Manhattan.

*Los hijos del kamikaze


Binarios*

Y vino Noé para que me fuera


dejara la Isla
ahora
que ya no había
Isla.
Estaba en la marea
y vino aquél
intruso y en su balbuceo
exprimió
la cuenta salvadora
no siendo otra
que la misma cuenta
del primer día
hasta acá.

*Inédito
La
idea
walkman
necesita
universales
odios,
una
revista
de
Chicago,
un
cuchillo
que
parezca
un
no
cuchillo.
Penetras

de
espaldas
un
bosque,
el
bosque
en
el
arce,
el
arce
siempre
necesario
para
oponer.
La
idea
walkman
es
la
idea
del
que
tiene
más
y
del
que
tiene
lo
que
merece.

(Patmos)*

*La autopista cero


Flotaciones

Me fui a mares a pescar lo que apareciera de los no mares: un hundimiento de


apóstol, la carne en agujero vacío, los silencios de mi madre, el orden de las cosas
si suponen materia vencida, un país haciendo aguas, el guardián que finge cuidar
sitios a mí destinados.
Regresé de mares como se regresa de una batalla antigua: la costura interior, el
dolor explicable en envoltura nueva, la caña de pescar cabeza abajo.

*Inédito
Hablándole al conductor del taxi mientras perseguimos a un turista
español (27-6-2001)*
Para Luis Felipe Rojas

Dispara a la cabeza del sheriff a la cabeza de bob


marley mi cabeza bajo el fango de tu ciudad un round
de paz donde froto las semillas
del viaje unos culpables por derramar dispara a la
cabeza del sheriff a la cabeza de bob mi cabeza
crucificada entre moscas de otro país o del mío en
fin nadie sabe lo que tiene hasta el disparo los
adversarios excluidos
como si cruzaran por un ojo áspero el ojo de ablación
un borboteo de viajes lo que tú quieres saquear de
esta jaula de pedros sin su casa lo que deja una frontera
si la sangre pesa la sangre en una mentira
que corre o desciende y no sirve para envilecer ese
el riesgo solo la paz atrae angustias envilecer desde
la ventana de un istriano
que pasaba frente a los autos preferidos por Werther
y si no era así nunca fue un pulpo de patria
absolutamente convencido de que esa es otra historia
mi cabeza en la cabeza del sheriff en la cabeza de
bob lo cual es legal si bob es negro amigo desnaturalizado
por aborrecer canciones de cuna dispara-me una bala
tan solo una bala tan sola
una cabeza en tantos y tantos cuerpos con deseos de
aullar.

*Cuarteaduras
Barrancos

Dejé al país, dejé una casa por la que sentía una cruel paternidad, dejé una balsa
que no quiso serlo, dejé un tiro, incluso mientras flotaba en la confusión, dejé el
catálogo de ríos cubanos, dejé un vídeo nada artístico en el que Ruslán no se
enamora de Liudmila y sí de Héctor, dejé un mapa de Mozambique que no era mío,
dejé un búho que vivía en la carretera, casi libre, como un búho chino, dejé una
frase de Abraham que en realidad era de Moisés, dejé otras mitades, otros
destierros.

*Inédito
La pelota contada
Alguien me dijo que la contemplación del acto deportivo era pérdida de tiempo (o
una pérdida ante el Tiempo, razonaría yo), pero también la literatura es una pérdida
de tiempo, y nos sentimos orgullosos de esa pérdida. Todo depende de los vientos
que soplen en la literatura cubana, o hacia ella. Qué leo, o qué veo, y te diré a qué
le temo. Béisbol y fútbol ocupan territorios parecidos a los que las Artes Plásticas,
la Música, el Cine y hasta los perros y la geografía ocupan en mi vida. Cada uno a
partes desiguales, como no debiera ser. No corrijo tales asperezas, resumen el afán,
inescrupuloso, de convertirme en una persona normal, aunque al final sea
imposible. Rolfe Humphries, Carl Sandburg, Marianne Moore, Ray Bradbury,
Bernard Malamud, Don Delillo, Paul Blackburn, Gregoy Corso, Philip Roth
escribieron sobre béisbol y son bienvenidos al paraíso; Miguel Hernández, Rafael
Alberti, Osvaldo Soriano, Nick Hornby, Juan Manuel Roca, Roberto Bolaño, Günter
Grass y Alessandro Baricco escribieron sobre fútbol, y ya están en el paraíso. Mi
cuenta está perdida pero me gusta esa derrota en tanto disimula el poder de lo que
parece nuevo. En términos anecdóticos pudiera decir que mi padre fue un pelotero
desperdiciando contratos y que yo jugué como guardameta en equipos insulsos y
demasiado poéticos para el gusto de los demás.
La orilla*
Para Rodolfo Tamayo

Los helicópteros sobrevuelan la ciudad,


lanza Vinent y un niño dice caerá la nieve,
caerán los imanes que rodean a un castillo
en mi ciudad.
Cierro los ojos y olvido el frío,
un ancla de cañoneras me dice en el carbón,
a que no ardes.
Quizás crecí con otros fantasmas,
en mi casa un perro era como el fly
de Pedro José, con menos compasión
por casacas y nombres, ya lejanos,
filósofos en el asilamiento natural de cada pérdida.
Los helicópteros sobrevuelan la ciudad, qué buscan,
Vinent lanza contra los zarcos y el pan negro,
y contra las grullas que se esconden
en la taberna invisible
donde me esperaba Liudmila
con su rostro invisible y poco ruso.
Hay nevada y mi padre comparte su bufanda conmigo.
Mi madre comparte otras distancias,
ese relámpago que asoma ya no es
como una patria que se finge, sin más.
Aunque desde aquí no sean distintos
unas formas del pitcher,
viejos helicópteros.

*Matando a los pieles rojas


Iluminaciones*

En algún momento fui lo que llaman un kubala,


es decir, el que no se ha detenido a mentir:
(Ladislao Kubala: 7 goles al Sporting de Gijón, patricio
de Les 5 Copes, húngaro porque podría ser español
como las moscas.)
En algún momento hice “la cola de vaca” de Romario
al madridista Alkorta.
Encontraba degolladeros en los despojos de Gaudí
y Miró,
entre ramblas de un puerto asaltado por serpientes.
Mis nombres para lo barroco: Mariano Martín &
César Rodríguez & Helenio Herrera & Luis Suárez
& Eulogio Martínez.
En algún momento fui lo que llaman un kubala,
que es como decir un Eto’o, un Kluivert, cien de los otros.
En mi memoria, en la memoria de los que vine a salvar,
eso que se escurre como el color del ímpetu,
semejante al susurro manso y neutral de los torrentes.

*Once
Industriales ocho (comenzando a perder)*
Para Jorge Enrique Lage

Javier Méndez diría alguna vez


me saludan porque tengo un gato
que atraviesa mares.
En todo caso almorzamos juntos
sin saber que habría verano ya.
Euclides, casi un griego,
casi geómetra de La Habana dolorosa,
nadaba en lágrimas
cada vez que su padre iba al axioma
del marcador contrario.
Germán era mejor que el punto de ser y la carnada.
Padilla andaba como el nácar
de los segundos destierros, descreído
por castillos sin explicar.
Medina, más lejos,
hablaba con un maniquí en tercera,
quizás el sueño era observar la raya,
no perdonar a nadie, no caer en el camino.
Quizás vigilaban la memoria
otros juegos que ignoro.
La tarde en que almorzaba con Javier,
sin mirar al gato, sin saber del mar.

*Matando a los pieles rojas


El hormiguero*
Él dice, yo pre-existo desde la disposición
infinita de los lugares en los cuales
vengo a deslizarme.
Cristophe Tarkos

No por franceses aprendí a rezar.


Pensaron que lo que a Michel Platini debía
a eso
obligaba prenderme.
Era buena vértebra, era
desovar símbolos de sopa materna.
No por argentinos aprendí a resistir.
La imagen de Diego Maradona en un pub
de Corrientes.
La cerveza en una tarde agrietada.
Era buena vértebra, era el comienzo de mi alma,
todos los comienzos, el único,
la indetenible mancha
de jardines azules, jardines blancos.
Aprendiendo a desconocer el silencio.

*Cuarteaduras
Rosario, año Cero*

Nací con doce años, nací encima de unos ángeles que rodeaban a mi madre. El
pobre vendedor de serpientes sonreía. Mamá no era italiana, pero abría la puerta a
los cuerpos de mi padre. Yo escuchaba el crepitar de los baptisterios de Roma y
me acordaba del mañoso Kempes, del osado Menotti. Anhelaba desbrozar sutiles
emboscadas, fracturar a bastardos sin ninguna piel, apostados en los sustos de la
liebre cansina y brasilera. Puedo convertirme en lo que nadie ve. Roer lo
impalpable. Puedo cruzar y ser tú. Todavía tengo doce años, todavía el pobre
vendedor de serpientes sonríe.

*Once
Dimaggio y la esfinge*

Como un cuadro de Apeles


cree en el hombre que dispara a la fiera.
Dibujo una forma del center field
como quien teme molestarse con esas ventajas
del pájaro.
Si lo comparo con quien descarna en la piedra,
o a quien hago color cristiano.
No he cambiado el nombre del polaco que camina
soñoliento hacia Roma.
No he cambiado al reo de Groenlandia,
Perderé los centímetros de una imagen
ya desvanecida.
La fiera es inminente, menos que un animal,
menos que su coincidencia infantil.
Dibujo una forma del center field:
los ojos cansados, una vida gris,
un paseo que me aísla, sin rencor,
del hombre y de la fiera.

*Matando a los pieles rojas


De las culpas del miedo*
Tanques alemanes: Klinsmann, Matthäus, Rummenigge, Völler, y algunos más, me hacían temblar
cuando, como un huracán, rebasaban el centro del campo.

Ahí vienen los panzers y crispamos porque vienen


panzers como cortadores de cuellos sobre ovejas
que se espesan cerca de nosotros.
Ellos son quienes escarban en el estiércol de los cerdos
enemigos y queman hasta la respiración del búho
de piedra.
Ahí vienen los panzers y tiemblan torres holandesas
y peces de Italia y torcidos de Rumania y congelados
que no arden en Argentina o en Rusia.
Ahí vienen y somos las campanillas dormidas, el vuelo
zigzagueante, el pez lejano.
Ahí vienen los panzers, para estar tan cerca yo,
para no tener una sola cosa que ofrendar
al aire.

*Once
Robo de segunda*
Para Luis Lexandel Pita

Wilfredo Sánchez vuelve al agua.


No tiene un rostro aunque se adelanta del león
y del susto,
aunque cruce distraído en la pata del león
y esté en el curso de cualquier rostro,
del mío,
al que le puse ciertas moscas de apariencia
pero que llega a tiempo
como algunos inocentes.
Wilfredo aparece por un mapa de hierba,
corsario de los elefantes que pastaban con fatiga
en la puerta de Hamlet.
Adiós, decíamos
desde los trámites y toda desventaja.
Era el planeta de Jovellanos,
era anterior a la ausencia,
era y nos desenmascaraba con el aire en los ojos,
con el polvo en la noche.

*Matando a los pieles rojas


Argentina Champion of the World*
Para Nolberto Rodríguez

Como le digo a mi hermano vamos hacia lo húmedo del


huracán, vamos como si vaciáramos otros mundos: el viaje
consagrado a la piedra. Es tiempo de ser escritura de ninguna
lengua. Tú oscureces con las serpientes, yo oscurezco con
las serpientes.
Como le digo a mi hermano, lo más íntimo atrapado en su
crudeza: dentro de nosotros.

*Once
Un día de inocencia*
(Emilio García Montiel)
a René Arocha
para Waldo Leyva y para Ismael González Castañer

No soy el que va a caer,


quien alumbra la gloria en líneas
de pan
y no sabe
que esas cosas son desconocidas e inciertas.
Solo vi el lugar donde caía un hombre,
una carpa sumergida,
la ropa limpia y nocturna de ese número
en su espalda.
Yo vi el aplauso de quienes lo hicieron caer,
y palabras
llenas de hormigas como a los héroes de otras
películas.
Mintieron,
grité a vitrales y lámparas
de un estadio seco y mío.
Mintieron
en el momento de fingir nostalgias falsas
y un fly de honor por quienes descreyeron de honores.
Mintieron contra los fantasmas del terreno desierto, contra el resplandor de unas
brujas casi en la noche de Muñoz, casi en los escalones de una calle al mundo:
Industriales seis, Marineros de Seattle con la llovizna y una caravana de muros, y
Jay Buhner con el rolling siempre en tercera.
Tal vez,
la historia no pertenezca a los que caen,
sino a esos que explican en silencio la caída
de otros hombres,
quienes aplauden sobre el temor o la simpleza
de llamarse Ariel o René,
Duke de 90 millas ante el swing todavía de Ken Griffey,
jonrón por el right de Canseco:
siempre en yardas de la emoción,
como ante la noche cuando desfilan
los pitchers fríos.
Yo no soy el que va a caer.
Yo sólo miro el polvo de la caída:
extraño, apacible y oscuro,
dividiendo fieles de traidores.

*La segunda Isla


Ronaldihno brinda con los Moderns Poets*
A Denys Arias Fajardo

Tengo siete vidas más la del método sarmentoso, es cierto


que caí en dique de bicicleteros offbeat, vivía con oposiciones
dislocadas, la teología era un supuesto parentesco con la
vida real, no el último, sí el de Antunes, que flota a la vista
como pez en playa culé.
Tengo siete vidas más la posibilidad de un personaje en
favela offbeat, y eso que mentía para heredar la pregunta
del hermano en burbujas: ¿absorbo la vida de Robert Lowell,
duerme en el cementerio Stark, qué edad tenía en la
palanqueta, era menos feliz que el béisbol de Arizona, con
unos nombres sobre la tumba y viceversa?
Tengo siete vidas y el miedo cubista a que juguemos juntos
a perder, de la misma manera en eso de disparar entre
sombras o salir a la matanza con la bolsa en una oreja,
apestando a carne, a ceniza de fútbol, listo para sumergirme
en la hiedra silenciosa.

*Once
Miami Center*
Para Ray Faxas

Dobla por tercera.


La vida no tiene algo mejor que ese hombre corriendo.
Llévenlo a la ruina, dirá Max Tunner.
Dios sabe que hay un orden de respeto,
una familia que actúa a pago de ceremonias,
incapaces de tirar para la fiesta
los dogos en una iglesia del Carmen.
Qué quieren del tal Ed Waxman,
si desciende como una canasta bajo la puerta de pagos:
3 jonrones, 230 de promedio;
si no pone la recta a tantas millas,
o si posa queriéndose exergos
en un lápiz a punto del poema.
Waxman estará cruzado por el hit;
ni cómo lo llaman, a medio de los ocho que aplauden,
ancianos por el entusiasmo de domingo tras domingo,
él, que alza su bate a cántaros
después de un trago de San Luis y algunas ortigas
brumosas como este juego en el Miami Center.
Ed Waxman sale quemando en los rosarios
la espuma democrática y una slider,
a medio dolor contra las cercas;
ay, que le duele a los Panchos Loyolas,
a los Larsen, a los alcaldes que acaban de apostar
con el alma y levantan sus banderas,
estremecidos y fumando los pollitos del verano,
a uno cincuenta el pequenero,
a dos los constitucionales.
Por eso, celebremos ese wild arriesgado y a la redonda,
cuando el pastel de espíritus reza
por el dulce, por el oro, por las chichas,
por las muchachas que enfrían en los trenes
el aguardiente nacional
y el cigarro que huele a Gely y a hojas de pana.
Celebremos al hombre como al día que se derrumba desde el box,
en el naufragio y los amigos de la fatalidad,
y en el estómago que canta sobre el alarido de faroles,
“Muchedumbre, muchedumbre”
Ken Skerrit se acerca llorando al home.
La psicología de Ted es el contentamiento:
una máquina sin emociones, solo máscara y astronomía,
la tos honorable de quien corre en tercera,
el pitcher con su jarcia de membrillos Cleveland,
la caoba colgada en el black que dice
adentro, en el portañuelas, tengo lo tuyo.
Pero en el álgebra, en la pelota imprescindible de quienes
se asfixian a uno y otro lado de esta historia,
los que miran el ácido silabario a 90 millas
del umpire y de los sueños,
el pitcher que no se acuerda,
y Felo Rodríguez o hasta el Boby diciendo
son bolitas
y no las bodegas donde oímos a Dios advertir:
esperen siempre la humedad del centro,
3 y 2, noveno inimg, juego empatado, 2 outs,
y las arañas donde mister alcalde apuesta
al fin filosófico
de las sabandijas
o del pescado colonial sirviendo la mesa del soberano.
Unos frente a otros y todos frente a Dios.
El fly.
(Despierta padre, es un soplo para alimentarnos desnudos).
El left field.
(Despierta padre, sobre ellos que fueron sobre las alas cañones
y se postraron al grito de Benditos sean, hijos de Vulcano,
están las palabras de mi madre).
El corredor, el catcher, la pelota, el umpire.
(Despierta padre, mira mis orejas, mis paredes inútiles, la miseria
curtida en algodones e inviernos del África).
El home.
Nunca supe si fue out o quieto.
En estas fotos de 1957, mi padre,
todavía, doblaba por tercera.

*Zona negra
Las estepas dormidas*
El tiempo recto de los vivos nada tiene que ver con el tiempo
elíptico de los muertos.
Rodrigo Fresán. Mantra
Es el águila solitaria, el hombre misterioso, el último defensor.
Vladimir Nabokov

Lev Yashin criaba cepos para delanteros del Spartak y era


menos ruso que el torrente de culpas, borraba de los barcos
unos sahumerios de América, entendía que para no desterrar
a veces es mejor desterrar.
Una araña flameada por carreteras siberianas, un abrigo
para Yevtushenko, un aire como aire sin leer.
Era tan ruso como las apariencias, tan ruso, o más, que las
hormigas de Besarabia.
Lo pienso en la victoria que oscurece, oculto en la postrera
suerte de la piedra.
Yo anhelaba ser como Lev Yashin, en un vuelo permanente,
desde el gruñido silencioso de su país en el aire.

*Once
Mickey Mantle siempre en la esquina*

Es hora de que me dejes en paz,


sea lo que sea, fantasma de Mickey Mantle.
He traído la obstinación y sacude
como pescado.
Por eso miro la mitad de cosas
y no te veo,
o camino con una campana
o exprimo la leche de mamá.
No sé a qué vienes,
si ya no entras a mi falta de fe,
si ya creo en otro que merodea sin fantasma:
J. Robinson, llamado el gato negro,
al que rastreo con una gota de sangre,
pero transcurre lento
como aquel juego en Boston donde tú pedías
rencor.
No estaré más aquí, no busques en otros filamentos,
no caigas en el lugar,
sea lo que sea,
fantasma de Mickey Mantle,
con el alma, o con los dientes.

*Matando a los pieles rojas


El gol de Iniesta (versión Chelsea)*
Barcelona–Chelsea, Semifinal Champions League 2008-2009, Stamford Bridge

Con un rifle esbozo las figuras de hooligans que pululan como


posters espumosos: mi país escapa con los comerciantes de
gárgolas. Navegaré como búho lento, gruñendo entre barriles
de vino y anglicanas sonrisas. Los vencedores pasan silbando
y lobos del Arsenal echan un vistazo a las trampas de
corderos, anuncian cosechas inútiles otra vez. Inglaterra está
frente a lo que llaman “ojo de las islas”. El sol apesta.

*Once
Para una foto de escape*

A veces quiero ser Carlos Tabares pero no:


la pelota siempre en su mano,
los nombres de la sangre, el público en su mano,
me sacrifico y no pongo palabras de perseguido.
Prefiero a Linares, Juan Carlos (Habana, 1984).
Prefiero en la memoria a Víctor, a Fermín, a Javier,
a E. Urrutia.
Yo prefiero ser un tropical a uno de carpa.
A veces quiero ser pero no,
y no me extraña que me ensarte a un hospital
como infecto ser el guardabosque y que me importe serlo.
Es más auténtico barrer.
Lo que dice mi hermano tú puedes ser pero hiere,
hiere y no regresa.

*Matando a los pieles rojas


La mano de Dios*
Diego Armando Maradona contra Inglaterra, 22 de junio de
1986, Estadio Azteca, Ciudad de México
¿De dónde surgen estos héroes capaces de servirse de la
mano divina?
Juan Villoro

No dirás mano de Dios aquella si yo iba por ingleses


para dormir como gato que en su oficio puede desovar
en todo Londres, en la parte de sangre que pertenece
a otro.
Perros había, búhos, un cielo mexicano, igual al de las
turquesas: pintado para asustar o para que atardeciera.
Mano de Dios caía como derrotado muro de sombra
verde.
Tú el coleccionista de caminos rotos.
Tú el de un arpa el Colombo el Borges que derrama
pescado encima del pescado.
Mano de Dios iba por el aire casi como delirio, en pleno
aborrecimiento.

*Once
Lavado de arena*

Para la captura del mamífero


nada mejor
que infectar de háckers de béisbol.

Es suficiente para que sean inútiles


la eyaculación
la cría de conejos
las lecturas de Upanishads.

Para capturas de este año


para capturas alrededor.

*Los hijos del kamikaze


El Dream Team contra La Quinta del Buitre*

Tú anclabas en La Quinta del Buitre, que era como


del lenguaje la seda del lenguaje, una vibración silvestre,
la cañada a través de ello:
Sanchís, Míchel,Pardeza, Rafael, Emilio: cinco.
Cinco eran las nebulosas prohibidas.
Cinco los tránsitos de las bocas de Hefesto.
Cinco pilares cósmicos, cinco vedas, cinco suicidios
del rey Indra.
Cinco el Hong-fan.
Cinco alsacianos venían por el bosque cuando
se encontraron con un elfo.
Mi lámina es de juglares órficos:
Koeman, Stoichkov, Laudrup, Guardiola, Romario: cinco.
Cinco los druidas vencedores de cinco hidrocéfalos.
Cinco las puntas del duende Darabia.
Cinco fratrias disputan el globo solar.
Tú manabas en la extinción de mis aullidos,
y yo cavaba túneles para desmoronar.
Tú abrías los espejos.
Yo los cerraba.

*Once
Como el albatros*
Para Fernández Pequeño

Fermín Laffita ondea en mi país


como el albatros,
y un mar de aire lo arrastra,
y unos pocos peces.
Una vez saltó las aguas de Santiago,
una vez tembló,
y tuvo, como su especie,
un ojo de isla, la mirada triste.

*Matando a los pieles rojas


El miedo del portero ante el penalti*
Peter Handke

Mi raza es la raza de los expoliados del campo virtual,


crecí en alboradas menores,
hijo de pieles falsas,
hijo de usurpar voces que no intentaban ser voces.
Dependo de las sombras.
Ni siquiera soy una figura,
ni siquiera tengo un nombre,
soy callejuela, ventrículo.
Nací ayer,
no moriré cuando se pueda.
¿Y tú?
Yo estoy manchado por los ácidos
y no recuerdo abandonar
como ilustración del verdadero triunfo.
¿Y tú?
Lo que aprendí es lo que me nombra en secreto.
Urdir la noche y devolverla a su cazador.
Descubro la sucesión de temores
y justifico en mi cuerpo todo destierro posible.
El miedo del portero ante el penalti.
La letanía de reducirme a tu sombra.

*Once
Oda de invierno*
a Juan A. Martínez de Osaba y a Alexéi Amarán
para Ernesallen

Ariel duerme en la montaña de New York,


la sombra de los muelles
es su vejez de sofista,
virus que amenaza como al cielo de Brooklyn
donde nadie discute si lloverá
en zonas irrisorias,
o si es hermosa la luna en los países indios,
si atraviesan una escalera en el big ban
del pitcher play,
si el hombre adentro
es como un dios de Zimbabwe
que no usa ese uniforme sobre la predicación
de las entrañas de San Luis, Pinar,
casa de banco,
hierro de niño subido a la comida del gato,
hospital de Casanova:
palabras que se sustituyen, marcan la recta
sobre una arena fina,
disminuyen con el cerco
de los que corren hacia segunda
y de quienes sueñan sin conocerte,
pez de la bahía,
con unas palabras igual al latín,
la vida es amarga y me impresiona,
como el home club, difícil para la nieve de Chicago,
feliz para quien creó una casa mortal,
en el crucifijo de la primera base
y en un alma sin sosiego que no puede
por su nombre más español que la noche en el aire.
No se escuchan los invernaderos
con un mugido de Boston
y esos martillos aislados del Latino,
mi patria como un vendedor de botellas vacías,
mi patria como cazuela de hervir,
los que bloquean con liebres esas ostras
de Marianao, quienes cuidan los muertos
Yankees: vibra Babe Ruth, pantagruélico
como juguete de los dioses,
vibra Lou Gehrig en la neblina de Tesalia,
vibran Bonham y Chandler en un ártico de mar
cedido a Contreras.
Ariel duerme en una montaña de Medias Limpias,
come el maíz o el estrato interior,
desde una grada estratégica,
con una bola adelantada al strike,
con una erosión del hierro del centro,
con un paisaje de sopor que adormece
las gradas donde Ariel repite bajo el sol
las yemas del movimiento:
una screwball ante el caballo que salía del bosque,
mañana la superficie de una recta rozará
una técnica libre,
mina de oro para quien reseca un tren de escritura,
animal Ariel, con el que se vuelve a atrás,
a una lentitud del cerebro para decidir
qué le lanzo a Kindelán, Hércules interior
que agitaba las barras de bronce.
Al otro lado del camino Ariel,
sube el miedo un café de Pompeya,
como corresponde a la androginia
del lanzador que prefiere el mueble romano
a la angustia del mujik de Las Tunas,
lugar sin curvas una tarde
en que lo vimos sonreír.
Ariel es como el opio de la espera,
corriente marina que rodeaba a los sluggers confiables,
y es un paseo por el rollo de estivales
que harían el agua a los labios,
un niño en la sutileza del emperador
y ese camino a la Avenida 5ta,
espacio de vidrio al que me empuja
ese niño, con torvo morir.
Ariel es noche en Manhathan y es rostro de quien tuvo con su dinero
todos los pastores, flotaba Ariel,
otros escondían un ojo de piedra,
y su slider era como la nieve real,
fabricada por un río de barredores nocturnos
con el radio, el oído, la permeable longitud
de una lámpara que esperase:
cuarto inning, el Cleveland parece un espejo
de pústulas, sin out
pero con un sonido de noventa y ocho millas
con el viento contrario, y Ariel en los árboles,
y Ariel en las ranas que cruzan los desfiladeros
y tugurios perdidos,
y Ariel con el ángel de la isla,
con la patria entera, casi enferma,
como un recodo de muchachos que no son él,
y van a las calles de aridez a morir sin poder morir,
en el cuchillo de Cuba,
con el Pinar rígido y que no se extingue,
y uno se queda en el baile sin preguntar
por un trono cruel, o casi.
Los que pueden morir por ti,
los que la tempestad empuja a una carta leve,
a orillas del Cauto para contemplar,
a un crepúsculo, a una fiesta para arrancar a los japoneses,
abracadabras de remolque por Dominicana,
esos, que se desplazan y no ven trompetas
de madera ni hijos que no son como la multitud,
esos que pueden morir y se sobrecogen
con una sangre, apenas un aire de sangre.
Los que pueden morir por ti como si murieran
y no saludan al rey ni al Giambi de la barcaza,
ni al Konerko virtual,
ni a los monos australes en un juego que desvía
la cabeza de una niña en Candelaria,
idea divisoria, no excavada,
no puesta en el listón de los muros:
415 pies, removido el left fild
por un movimiento biótico, por una pesuña
del tiempo lacerante en que Ty Cobb comía
versos de Williams Carlos Williams.
Los que van a morir en los pueblos que se extienden,
como podrían las huellas develarse sin poner
el cuello al invierno, el sol a un tardío barco.
Los que mueren o se pudren, Ariel,
quienes son las sombras de esta bufanda,
las noches con un tabaco de las minas,
y un acantilado de soldados sin bandera
que también mueren por ti,
quienes desvanecen y renacen, o cuestan
un simple engranaje de curvas lentas a la altura de
esta sal,
octavo inning, Ariel en el fondo del puente lejano,
en las costas plateadas por un aire de Wisconsin,
en las astillas de Guane,
en los saltamontes adormecidos
y que cerraban el paso a un hotel, el Astoria,
habitaciones amuebladas en Rusia,
y el circo donde durmió Hank Aaron de no ser por los perros.
Mueren y no los conoces, silencio,
y seguí sin traición,
con una casa de racionalidad a punto
y con otros países que los pude buscar,
como corresponde en los estadios
donde el mundo comienza con músculos tersos,
el bate en un ritmo, la pelota como una manera
de elegir, escondido, sobre la tierra, en silencio.
Ariel, como el edificio sin ventanas al Hudson,
el resplandor de un número que no alcanza,
y una noche,
fría, como el viento en sus ojos.

*Matando a los pieles rojas


Frente Marsella. Batallón surrealista*
Y oír rugiendo sobre el pasto la llegada de Zizou.
Julian Barnes

Los muchachos que admiraban a Zidane se convertían como ovejas. La culpa de


una humedad, la culpa de unos soplos de angustia. Yo lo admiraba, hijo, yo
socorría inviernos de Argelia, yo mataba materazzis a cien por rabia, yo me sabía
Bleus contra los Bleus. Sabiendo como sé, que lo único era perder un ciclo
Madrid–Turín, y pobres de la Cabilia del Atlas.
Echa fuera la raíz de transparencias, el dolor y el odio son peces. Peces en un
campo de fútbol donde triunfa el que no tiene coartadas.
Zidane, con dolores como el suyo, con odios como el suyo.
Mejores son las componendas, líneas del gusanillo aspersor: fiestas con brandy y
cobertizos, muchachas que emergían de las polkas húngaras o de tangos en
Burdeos.
Zidane arañaba entre el mangle y los tejidos, entre carnes de vejez. Era Juve y
Madrid: era de ustedes.
Yo lo admiraba, hijo mío, como al guerrero que regresa
deletreando himnos de conquista. Como uno que se avecina al disfraz. Dejaba
golpes en mi bandera, golpes de humo y espejismos. Como un adolescente
internado en los nombres de antiguas esperanzas.
Como uno de los tuyos, sin serlo, sin ser lentamente el convertido en oveja.
Sin que me importe mirar de lejos todas las banderas. Desmoronado por un odio,
un dolor.
En la tumba llamada bosque.

Once
Pregunta por los muertos en Kansas City*

En Kansas es donde no hay densidad, como fuerza ondulatoria y la fila de dunas del detrito,
en Kansas estuvo mi abuelo para asuntos de arroz.

En Kansas Stan Musial bebió esa tarde en


que Kansas estuvo dispuesta.
Había una ladera melancólica,
era
llegar a costa con Melampo,
hijo de tierras letárgicas que rodean a Kansas.
Ashburm, que bateaba casi trescientos cuarenta,
invitó a William Mays que impulsaba más,
siendo negro y de New York,
a apearse en un pabellón cerca de un casino de brujas, no
escrutaron mucho,
el alma de Kansas era alegre como la de
marinos
hollados por un río invernal.
Una vez Babe Ruth le diría a Crowder
(el delgaducho curveador de Saint Louis):
me gusta Kansas porque el olor de la arena me hace enmudecer.
Al arribo de otros viajeros que solían buscar
en los teléfonos de Kansas
el sitio de un tal Boby Auker, cerrador del Detroit,
que en 1939
se bajó en la ciudad y no subió al ómnibus.
Allí se busca el fly de Roberto Clemente
en un cielo protegido por la transformación
del
hombre en hombre.
Kansas no era más que indios temporales
y unos islotes a su alrededor.
O la victoria ante el Washington en veinte
innings que costó
algo así
como seis muertos, diecinueve
heridos y el hombre que lo recuerda cada noche.

Es en Kansas donde no hay una densidad, donde mi abuelo no se conoce ni a sí mismo,


aunque estuviera con el mar allí, con un techo de piedra en su olvido humano.

*Matando a los pieles rojas


Los torrentes clásicos*
Mi herida es blanca.
Enrique Vila-Matas

Yo batí a Iker Casillas,


el rey blanco, rey de oro,
con desdoblar las noticias,
la nieve caía, los espejos caían.
Casillas era lobo nirvana,
el Sex Pistols, el Bob Marley de los no míos,
era casi siempre tan grande como Dios,
pero yo era Luzbel Lucifer,
el herido de batallas cruentas,
un moribundo armado con cuchillos de polvo.
Yo era infierno de papel
y noches en las siberias del fútbol,
y alucinaciones para flotar
como un dios no dios,
iluminando murallas de carcomidos
y los miedos del miedo.
Yo nací en el ataúd de Agnan
y en las catacumbas de amantes romanos,
yo fui hombre con cabeza de varios hombres,
miré a los inocentes confundidos
en el humo de inflables guerras,
navegué en la sangre del hijo de David
y como mancha abrasiva
bebí martinis agrios, cervezas de Belgrano.
Tuve compasión de los niños cíclopes
que en el campo contrario
jugaban para mí.
De los muertos me evaporé
y escapé a las portillas lácteas,
mi cuerpo de patinador harmónico,
ardiendo en la mantra de los elegidos.
Yo batí a Iker Casillas,
el rey blanco,
un duelo de máscaras reales, divinidades,
sombras de un derrumbe,
de una amnistía, el tigre inquisidor,
la escultura áurea.
Casillas era el lobo nirvana,
el Sex Pistols,
el Bob Marley de los no míos,
era casi siempre tan grande como Dios.
Pero yo era Luzbel Lucifer,
el herido de batallas cruentas,
el moribundo armado con cuchillos de polvo.
Quebrantábamos odas pindáricas,
la pulpa de la victoria en un pacto invisible.
Todo quedaba invisible.
La raya dividiendo tiempo y muerte
como una frágil apuesta.

*Once
Final de mapa*
Para Alejandro Arias

La isla pura es la de Antonio Pacheco, arrasa con el reloj,


franquea alambres de conciencia, como un dios insoportable me lleva a casa.
Por la ventana el horizonte es una aldea de trenes que van y no vuelven,
agobiado por tribus yo me he puesto temeroso y
me pongo a frotar,
no vale el ocre de ganado que es rudo como el pasto,
que tiene otra dirección.
La isla pura es la de Rafael Palmeiro, usa uniformes de confirmación,
patrias de cadenas sobre bancos de mar,
la urgencia está en que por allí fluyen las puntas de un mapa,
castillos para no salir, puentes que cruzaron para un viaje a
Houston: veríamos a Andy Pettite, lo vimos.
La isla pura es la de Félix Núñez, sin que pudieran convencerme
de que no reprimía de que no era móvil de que estaba en los chamuscados,
bajo esas arrugas hacíamos cruces para perder, a veces perdíamos.
La isla pura es la de Luis Tiant, encontraba un son, había nieve,
miraba a la noche, la transparencia de una franja, había nieve pero encontraba un
son.
Yo necesitaba caminar una isla entera para comprender,
una isla pura no existe, una isla pura
no
existe.

*Matando a los pieles rojas


Séneca en la bañera
De aprehensiones muchas y de simultanea santidad, un poeta puede
contener y dominar la expansión lenta de su dolor como la fragmentada
literalidad del dolor ajeno.
El grado de inferioridad pertenece a una incomparable escena
shakesperiana. No siempre vence el bueno. No siempre el bueno es el
bueno. No siempre el poeta resuelve la locura que le aventaja. La poesía
necesita corduras vigiladas.
Escribir metiendo un pie en el manicomio y otro en el salto del suicida (a
mitad de camino estaría la taberna llena de procelosos y orangutanes de la
masa idílica). Parece poco probable que en términos de escritura los dos
pies caminen juntos, aun sin saber que irán a donde nadie los llama.
Si no pretende suicidarse, busque otra puerta y ábrala. Entre. Otro
suicida le esperará para hablarle de los infieles y recónditos destinos de la
especie humana. No evite contradecirlo. La poesía, eso sí, brinda el
privilegio de escapar por cualquier puerta.
La venta*

Oía a
Paul Celand/
si saltas al río
tendrías que escoger
si saltas al río/
uno camina pero entre el humo y la marcha entre la marcha y el humo
si saltas al río/
Almendares por temor a los puentes yo caminaba con un surf, abría mi basura a la
expedición, no era mi fuerte ser honrado, lo hacía para convivir
si saltas al río
no pensaré en el perro de Wagda, ayudante para desembarcar
si saltas al río/
me he cambiado la prioridad por un trabajo de cacería,
vi a los que perdían la posesión,
nada más de verlos yo me desinventaba aunque mantengo buenas relaciones con
los ahogados/
oía a Paul Celand, el Sena es una pieza de res convertida, o por lo menos.
Cómo quisiera ser el descompuesto por un autostop, voy a París, una calle más
arriba de La Sorbona, ya el rey para declinar, con la desventaja de no empezar el
salto/
que si no soy tampoco queda en los que están pensando, escucho a Paul Celand,
no saltes,
siendo hora ya
siendo el río
estando solo.

*Los hijos del kamikaze


Oda al gusano*

Porque tú salvarás todo el olvido


que me espera en la tierra que me traga
y salvarás al mundo de quien paga
su dolor de animal no bendecido.
Juro meterme adentro como aullido,
y ser pero no ser en tu victoria,
si en mi nombre dolieron a la gloria
cenizas del crepúsculo y del verso.
Sálvame, dios oculto este reverso
Juntos nos salvaremos de la Historia

*Perros ladrándole a Dios


Yo estaba en la casa de mi abuela cuando sucedió*

La primera vez que le dije a mi padre voy a ser como ese tipo suicida y una foto de
Ángel Escobar, desparramado por una especie de resplandor sísmico, era la
comidilla de muchos en La Habana.

*Inédito
Respiraderos*

Me importaron cosas menos terrenales


como las tripas de los vampiros,
o como una oscilante película
de Wajda donde todo es oscilante,
como esos suicidas con
rostros alemanes acertados en un vómito de
callejones suburbanos.
Apagado yo por los rumores
que me convertían en un contrario, con dos angustias,
un mapa de barrizales, y creyendo furtivamente en
Nostradamus y en cantos de Upanishads,
me entendía con los tigres maromeros
de la filosofía, aquellos a
quienes no les costaba arriesgar porque habrían
descubierto la posibilidad, en el caso extremo de que
ocurriese cualquier hecatombe,
de declararse en cordura transitoria.

*Cuarteaduras
Hablo con Ángel Escobar pero pienso en Vivianna*

Odio al que se va a volar los sesos,


al que salta de un techo porque no supo saltar antes,
quien va a poder con el veneno en su vino
e irá a bufar
malas palabras del paisaje;
quien redunda con la cuerda
y se despide de los insectos
que cruzan el porvenir del árbol;
los que crujen y abren las piernas
al barco que los borrará del cuerpo,
los que consisten en dejarse asesinar
o tener miedo
y regresan al polvo
por encima de la carne.

*Tren de Oriente (2001)


De cómo Sylvia Plath come de mi mano*

Una amiga me pidió que le disparara a la sien.


Era una madonna de ojos verdes
y grandes carnes,
y yo quería poseerla.
Yo tengo una pistola.
Ella tiene el cuerpo prohibido.
Vi la hilera de suicidas que venían
a estropear la jornada,
sus banderas simulaban un tenue
descreimiento, poesía más o menos inglesa.
Lo peor es que no volverá a pasar, le dije
y esperé la complicidad de sus ojos verdes.
Por una vez estuvo de acuerdo.
Mi amiga decidió que primero la bala
aplastaría su sien.
Después haz lo que te plazca.

*Inédito
La foto en que yo me disparaba a la sien*

Había que ser tan áspero


para no irme a otro pueblo
en ese camión con altoparlantes
deslizándome
ante la hierba seca,
ante el eco de fiebre,
sin velocidad.

*Los hijos del kamikaze


Aullidos sobre fondo azul*

1- (Sobre el nido del Cuco)


Raúl Hernández Novás persistió con un revólver hosco y casi inservible que no se
atrevía a impulsar la única bala que guardaba adentro en muchos años. Persistió,
sin embargo.

Yo pienso en los suicidas


que no mueren
y en los que son muy viejos
pero estallan con un piano de miedo las medallas
del dolor y la madre,
ya anochece con un humo de lámpara
en el puente que yo debo cruzar
con disimulo. Me llaman y no respondo,
mi impulso convence a la montaña
de acercarse.
Yo pienso en los suicidas
y en la carne que llama y me protege
en su refugio.

2- (Tabla de salvación)

Paul Celan, desquiciado igual, buscó en las profundidades del Sena sus otras
profundidades. La imagen de su suicidio, que sólo Dios presenció, fue, seguro, un
atolladero de imágenes siniestras: era un gran nadador, pero no quiso salir jamás a
flote. Como Safo, como Virginia Woolf, como Alfonsina Storni, resistió hasta el final.

Salta ya, Paul Celan,


salta
al río que habrá pasado.
No saltes
como un ahogado, no saltes porque
te falta el poco de mar
que exalta y se esconderá
después. Sé en el cuerpo
desnudez, no quietud,
sé la estampida, y en una muerte
con vida,
no seas agua,
sé pez.

Se hundió como una piedra, con los ojos abiertos y vio el agua cada vez más negra y las
burbujas que salían de sus labios y luego, con un movimiento de piernas involuntario, salió a
flote. Las olas no le dejaron ver la playa, sólo las rocas y a los lejos los mástiles de una
embarcación de recreo o de pesca. Después volvió a hundirse. Tampoco en esta ocasión cerró
los ojos: movió la cabeza con calma (calma de anestesiado) y buscó con la mirada algo, lo que
fuera, pero que fuera hermoso, para retenerlo en el instante final.
Roberto Bolaño en Estrella distante

*Toque de queda
La película El sabor de las cerezas vista en un cine del Vedado*

La yerba encima, el cielo debajo, o presumiblemente al revés, como en el poema de


John Clare.

No me busquen para resucitar: estoy cansado, bebí en lo sonoro de la ciudad, coseché


peores argumentos que una mujer apacible, la mujer pública. No supe desterrar amores
carnívoros, franjas de un muerto fugaz.

Eso soy. Una visibilidad que recuerda nombres mezclados con fantasmas.

Me sepulto ilícito como un vivo con una piel cercenada por perfumes de paz.

La yerba encima. O el cielo. El polvo reintegra a los hijos para una madre temblorosa.
Los hijos de esas arañas invisibles que rasgan en la pulpa de las cerezas.

*Café Lumiére
Pequeña elegía a Ángel Escobar*
Había utilizado una idea de Joseph Brodsky para ampliar otras ideas. Lo mismo que para
John Donne, o para Cioran, igual sentido tendría decirle adiós a Ángel Escobar.

Ángel se ha dormido y todo


duerme a su lado. La leña,
el olmo, alguna cigüeña
que volaba antes. Un codo
de bellotas, un recodo
del traspatio, una ventana,
la gruta, la porcelana
caliza de los tazones.
Se duermen los eslabones,
la fucsia, el perro, la rana
blancuzca. En una alacena
se han echado los guardianes,
la luz, el brezo, los panes
guardados por la quincena
dormida. Duermen la cena,
las cómodas, los cerrojos,
la sangre con sus abrojos
de San Arcángel. El muro
duerme blanco, casi oscuro,
y el libro cierra los ojos.

Se duerme la noche inglesa,


profundamente, y obstruye
el averno que diluye
al lobo. Duermen la mesa,
los pájaros, la cerveza
Stock Ale, los peregrinos
que prefieren los caminos
a una piedra en la ciudad.
Duermen mares, la verdad,
la ceniza, los marinos,

la borrasca, las tabernas,


los arroyos, los países,
las sílabas infelices,
el abeto, las eternas
mazmorras, el sol, las piernas
del Leteo, los amigos,
la madre, los enemigos.
Duermen la espuma, la ley,
el prisionero y el rey.
Se duermen ya los testigos

finales. Se duermen Dios


y el diablo. Ya no hay sonidos,
sólo sueños, sólo olvidos.
Duerme la rima, el adiós
en unos yambos sin voz
ni líneas. Duerme el creíble
Cielo. Todo es invisible.
Ángel los abraza y lucha
sin volver. Nada se escucha.
Ya no hay regreso posible.

*El libro de los desterrados


El primero que se suicide, llame a Hernández Novás y le diga que todo sigue
igual*

Que nadie meta a Ovidio en este entierro.


La urbe abrumada por verdugos líricos.
Lo que de la apnea es, de Roma nunca será.
Sumérgete hasta que la fascinación
espante a los intrusos,
acerque a lacayos.

*Inédito
Los nadadores*
Tratar a las palabras como objetos.
Jean-Clarence Lambert

Tres hombres en un andamio necesitan estar sobre


América. El más bajo había estado en Madrid por
sabiduría, pero no era digno de sacramentos. El más
alto demarcaba hacia traidores si lo difícil era estar
siempre sobre el centro.
Tres hombres en un andamio no eran tan amistosos
como lo que buscaban para gobernar.
El más bajo cruzaba la vista pensando en físicas
de la culpa. El más alto quería caer, que ya es, de
paso, el gran sueño americano.
Y estaba yo, si me contentaba con saber que la caída
de los muros solo es un proceso de caída.
Una severidad.
Nada cae porque cae en la prevalencia.
Caer por simbolizar que las sombras se proyectan
en decadencia es un pretexto de los muertos.
La caída
es una decapitación de la nada.

*Cuarteaduras
Que parezca un cuchillo, una deflagración
La representación política del mundo utiliza al poeta y lo oprime. La
frase es desdeñosa, pero de ningún modo trata de la consecuencia
individual del poeta y su acto de enfrentamiento a esa representación
política. El poeta utiliza todos los lenguajes (incluido el de la política) para
asimilar la noción de un mundo que es tan imperfecto como
irremediablemente sanguíneo.
El poeta necesita de un argumento de opresión acosándolo. Cualquier
tipo de opresión es necesaria. Un poeta que escribe (y vive) al margen de un
estatus opresivo es un poeta muerto, o peor, un poeta falso. Ahora, la
batalla no termina (o comienza) ahí. Se necesita algo, o alguien, para
atacar. Opresión y ataque componen una fórmula que es ventajosa porque
reconoce desafíos que se producen más allá del propio poeta.
Un griego a la derecha*

Soy el obrero llamado Sísifo. La contradicción es que no soy el único llamado


Sísifo: todos arrastramos una misma piedra/país. Cualquiera de nosotros ha hecho
méritos para abjurar. Cualquiera de nosotros puede desviar una piedra/país. Eso no
me asemeja a ellos, eso no me distancia de ellos. Bienaventurados los que pueden
levantar un país y después verlo caer.

*Inédito
Entre
Mozart
y
un
curador
de
serpientes.
Entre
Juan
que
no
era
Juan
y
yo
que
medito
en
medio
de
ser
hijo
de
la
resurrección,
quién
puede
poner
sobre
la
mesa
unos
policías
de
la
nada,
el
libro
que
diga
todo
lo
contrario
a
los
otros
libros.

(Flogers)*

*La autopista cero


Inhumans poems*

Arrastrarse no significa perder ante Vallejo, la idea


solidaria es perversa ante lo posterior. No hay manera
cómo disparar al pato estructuralista que se posaba
en Trilce y luego reía, no estaba en ninguna parte,
tampoco estábamos en partes empíricas, diré, la parte
de la diferencia. El cura es el mismo que habla de lo
posible y de lo distante como porción del absoluto
haciéndonos perder el mínimo de su discontinuidad.
Arrastrarse ante Vallejo, salir con las herramientas,
envejecer.

*Cuarteaduras
Melanesia*

Como un insecto de Ludovico mamá me echaba en suerte un heroísmo mamá


quería decir la verdad.
Aunque abra mi mano y busque en otra isla.
Siento que me comporto y puedo saltar a lo contrario sólo si mastico para
reconocer una jaula.
Quizás me importa el desdén a las monedas quizás he sido para Maura un nervio
yo que no entendía el hierro.

Si tú me rodeas
es porque a pesar de la basura
has salido a la carne.

Y yo no era tan cuerdo no tenía un don no llevaba anteojos subía a cantar lama
para la sal daba arañazos temía al rey era un canónico cazaba ratones miraba el
maíz.
Mamá quería decir la verdad.

*Los hijos del kamikaze


La película Mulholland Drive vista en un cine de Barcelona*

Estamos en el desfiladero,
antes de nacer, antes de que la navaja
nos arrastre como vencedores.
No lo somos: en el humo, prohibidos,
casi muertos, como si lo fuéramos.
Nos hundimos en bufones tranquilos,
para aquietar, para una lenta niebla que nos persigue.
Culpables: estamos en el humo, prohibidos, casi muertos,
como si lo fuéramos.
Esperamos a que el prisionero venga hasta nosotros.
Quizás debemos ser un olor, no más que un olor, serlo.
Otros respiran muy bien,
nosotros nos tumbamos sobre la hierba,
para eso somos hábiles,
para eso y para maldecir.

*Café Lumiére
Workman*
Para Eduard Encina

El Workman carga sacos de pólvora, carga como yo


para la niebla. Cargar se ha impuesto en moda de
los frágiles.
Tú buscas detrás de unos arbustos la paz del hereje,
yo cambio naranjas como si fueran la mitad de una
ganancia. La ganancia divide a quienes no pueden
cargar.
El Workman sabe que la vida es una tribu donde no
hay biología racial: lo de uno es lo de uno.
Si oyes de flamencos diferentes. Si insistes en que
defenderse es convertirnos en malaquitas.
La traición es lo que perfecciona el alma: hablaba el
Workman. Él sabe, o casi, si trae la pólvora.
Nos busca.

*Cuarteaduras
La película Naranja quemada vista en un cine de Centro Habana*

Me hundían en el agua para que dijera, como un domesticado de la ciudad callaba,


callaba para ser tranquilo, o porque debía serlo. Me entregaban al Waterbording, yo era
como un Señor Naranja que no se ahoga, brillaba de miedo, no era fúnebre, sentía como
alga el diente del perro, mi cabeza corrompida por el agua, mi cabeza una morfología
del soldado que no fui. Una fulguración presiento: la mitad del sueño es despertar. Veo
el rostro de mi madre, un farol opaco alumbra su admonición, perdóname ser en el agua
un cráneo de hollín, perdóname sonreír como invisible. Como yo podía entregar algo
más que el dolor entonces me sumergían. Con miedo un hombre es como un manglar,
hasta que todo comience a ser sombra. Sombra a la luz de otras sombras.

*Café Lumiére
Que
Mi
padre
quería(se)
librar
de

por
las
buenas
o
por
mi madre
sin
imaginar
que
el
tiro
salía
por la
cabeza
de
Heráclito
Sin más
ceremonia
que
cortar
(o contar)
las
veces
que
encasquillaba
una
caída
rellena
de
otras
caídas.

(Flujos)*

*La autopista cero


Brûlot*

En algún momento balbucía como un amante


de mi madre.
Es la alucinación lo que derrota al himno del mufti.
Mis ojos son grises y amenazantes. No busques
allí si estás vivo si estás muerto.
Cae lo del tamaño de la basura.
Olvida que nunca se deslizan para descifrar.
Si para climas mi madre usa de enemigos hasta
los santos pobres los santos.
Para que llueva y no para que el cielo. Ocurre que
hay leyes para turistas. Ocurre que hay leyes
para sumergir.
Si a veces llueve si a veces comienza a oscurecer.

*Cuarteaduras
Prohibido vigilar desde el sótano*

Popper había dicho: si tiran las armas quizás, que era lo mismo o en un sentido
semejante aclarar.
Venía una oveja y preguntaba bueno si esto no es el mar debe ser otra cosa. Pobre
Evellyn, yo cansado, maldiciendo como un pistolero hasta el color del índigo.
Eso estaba entre la tempestad, mucha mostaza y un carro con el cuerpo oxidado.
Malditas, pero Evellyn cree que veinte tiene que ser dieciséis.
Es como mi madre. Como ella. Pero con una manera de hueso.
Yo iba a decir pero escupía, a las mujeres les encantan los hombres así, esa es mi
apelación, mi motociclismo, frío como la prisión de la que he salido hambriento.
Cualquiera necesitaría un saco, el nombre de un perro. Cualquiera.

*Los hijos del kamikaze


Una casa será siempre*
(Sigfredo Ariel)
para Teresa Melo

Yo oía el molino de carne


sobre las estacas de los campos
huir y en alcohol con absurdo ser Roma, bergantín.
Yo oía una casa de nadie, un abatimiento,
globos que cimbran en la hierba,
putas y soldados florecer con ningún reino,
madre, y en las contrarias de una cabeza con traje del lobo.
Son las formas que acorralan,
el perro que caerá como perro:
otras cosas salen pero no caen.
El país se escucha con el Verlaine pegajoso,
el Verlaine helado en Saint- Michel
y al que remontamos por un límite de soledad.
Todo nos promete, madre, el pan nacional,
el amor nacional, la garra de una noche de espera y los barcos.
No oiríamos ante la noche blanda
que convida la oreja boreal.
Me he despertado contra el hielo de la viga en el hielo,
quizás cruje una lata sus ladrillos de azafrán,
quizás haya una línea para aceptar,
y la permanencia comience a derretirse
en una isla advenediza, devoción mía, a pesar del papel,
o de la sustancia que se lleva encima de la carne.

*La segunda Isla


La película Kynodontas vista en un festival de poesía en Granada*

Mi conversión es la de los maleantes, los de puerto, atletas del mecanismo de


sobrevivir.
Ataca a los que exorcizan tu manera de convertir.
Películas griegas, cambia lo que esté a tu lado, por si acaso.
En esos puntos, curar es lo mismo que no curar. No soporto otra razón de guerra que
excluya a los canallas simulando ser canallas. Lo somos en el tránsito de lo finito:
basura por basura,
héroe por héroe.

*Café Lumiére
Que
no
siempre
bailé
con
la
más
fea.
Que
no
siempre
tuve
el peso
de la
conciencia
por
debajo
de la
conciencia.
Que
no
siempre
desperté
encima
del trono
ni
me
llamé
como

te
llamas
cuando
vuelves
extraviado
a
mí.

(Autopistas)*

*La autopista cero


El libro de Adler*
Kierkegaard

Con mezcalina y hongos yo era un clumber de Santiago, por un momento feliz por
otros buscaba lo que permanece. Yo era tan pobre tan griego tan fiel a los
semejantes que no tenía necesidad del cielo/ los sábados trabajaba en la tierra/ una
vuelta al pescado, un túnel para acercarme a la muchacha. Veía elefantes en
caravana veía la hilera de cabras veía que tardabas en dormir. Siempre es tarde
para uno, yo era un clumber distraído, duraba un soplo, me removía el gato sin
manada, quizás nadie se dejara caer. Yo era tan exterior tan cargado de frutas veía
elefantes en caravana.

*Los hijos del kamikaze


La película El club de la lucha vista en un sótano de Miramar*

El aire es inservible, yo y mis sombras,


una efusión de sustancias nos humedece.
La visibilidad es menos que el blanco de Irlanda:
sumiéndonos como infectos a la rasgadura de un temor, temor de borrasca, de
cerveza tranquila.
Desciende, vuelve sobre mí, una alucinación, una mancha, todo extravía la
coordenada inicial, todo atraviesa nuestros seres cíclicos.
La extensión cae como cae la cifra del odio.
Un eco del ser un eco de imágenes que no son.
El aire inservible en nuestras máscaras de carne, mis sombras, y una esgrima hacia
blancos de puerto, viajeros transparentes:
entramos a un ascenso de vítores, puertas al regreso.
Por única vez, el regreso.

*Café Lumiére
Peleando a favor*

Empujando un país como se empuja


un carro de lechugas,
como si fueran
lo que inevitablemente son:
una misma cosa.

*Inédito
Motivos de rock*
Para Lázaro Gómez y Gustavo Ramírez

En un restaurant del puerto fingía despostar surcos


del puerto, un marino americano evitaba puentes y
antipoemas y me quiso dar un marino americano y
yo porque escurría mi mal nombre sobre una mujer
de Kentucky que no me quería porque estaba, diré,
para cosa peor o porque yo andaba para el ahínco,
diré, y no prometiéndome más que búsquedas del
otro todo, que es la nada.
Mi madre en Burdeos perpetuándose búsqueda de
dinero. Mi padre en un taxi llevando en palo de nadie
la carta a España.
Dinero necesita el cura para devaluar creencias.
Dinero es lo que sustrae la pasión de un aguador de
Francia.
Donde quiera que estemos.
En un restaurante del puerto yo reclamaba a
Aristófanes una cerveza y no era mi postura beber
con lo elemental de las demoliciones como si el
perdón sirviera para que perdonasen una vez.
Y le quise dar.
Y me quiso dar.

*Cuarteaduras
La película Elephant Man vista en televisión nacional*

Elephant Man, borrascoso lector de los hostiles, sabe que lo real surca trigo quemado,
trigo de las bestias, sobre unas yerbas bajo cielo amarillo (traslúcido en
época de multiplicaciones). Elephant Man, el incunable, dispuesto para
libro de horas, llena las redenciones, no estuvo allí, no estuvo en el
sentido inverso, destierra las montañas, da vueltas a su crimen.

Le dije: escribo astillado por las odas.


Matar aburre aún a los de la superficie, creyó él.

Elephant Man compra armas o lo que soporte su necesidad de cuestionarse. No es


tiempo de pacíficos. No es áspero como hueso del semejante.

Dice: sangre, plomo: paisaje comido.


Niega lo visible porque no puedes
roer la ceguedad.
Sé que cambiar de ti no te hace peor.

Elephant Man, el ideal o el transitivo - el hombre de las vidrieras. Así, una vez por
sueño: en la honra de mi inmortalidad.

*Café Lumiére
Leaen paz a Horacio y muerdan al granjero*

A pesar de que como lobo he sido grueso, a pesar


de una manera fácil para devolverme, como siempre ocurre, a pesar
de que los hambrientos renuncian, a pesar
de permitirnos fe a toda costa, a costa
incluso de ir hacia Meneandro Ricther, aquel que decía detrás de una marca
hay una escopeta que el niño mira con deseo.
Nos malogramos, señalamos al último y casi seguimos el turno
aunque sea bueno para comprar cigarros y cervezas,
tengamos un molino de viento que no nos sirve, un molino
como compensación por cuanto desvío salga a la vista.

*Los hijos del kamikaze


Le
hablo
a
mi
hijo
como
se
habla
a
las
vísceras:
oscila
entre
el
fango
de
otoño.
Lo
que
nos
come
integra
un
nuevo
destino:
oxígeno,
membranas
de
humo:
todo
queda
en
una
eclosión
derruida.
Lo
más
humano
es
aquello
que
aísla
mis
partes.
Estamos
donde
puedo
ser
silencio.
No
hay
más
lugar
que
tu
lugar
a
solas
conmigo.
Allí
no
necesitamos
de
la raíz
o
la
piedra.
Allí
no
tiene
nombre
lo
que
somos.

(Lo que escondes tú)*

*La autopista cero


Más que una piedra, una traducción de la piedra*

Eras un cadáver con un cuchillo, unas moscas detrás


de mí. El que vertía sangre y bajo puertas absolutas
rechinaba.
Tu trampa era despertarte como si te hubiera
perdonado. No poner en la cicatriz lo que envejecía
con ella. No aprender de lo sangrante.
Escuché a un asesino escocer a su víctima. La peste
penetraba murallas y ecos vacíos. Perdonar la
cantinela del que fingirá huir. Limpiar el alma con
el peor de los vinos. El vino del desgaste.
Y eras un ciego, casi el peregrino, como diamante
fétido sin una tribu, yo te sonreía, no más que un
alegre hendido eras, no más que el pasajero sin llegar
a aldea prohibida, ella en el camino, un archipiélago
de expulsados, unos que pasaban hacia los espejos,
otros que los borraban.

*Cuarteaduras
La película Bar fly vista en la casa de Roberto Bolaño en Blanes*

Bebíamos entonces como bebedores húmedos y bebíamos detrás de las señas de la


mistificación de los infieles éramos tan infieles tan cercanos tan distantes moríamos
cada vez resucitábamos para desterrar cuervos grises en un hervor y el sendero no
era más que un padre disponible y a sobreprecio como si fuera la puta raquítica que
chupábamos como puta no raquítica éramos tan infieles tan labrados a la herida
inglesa que no mentíamos por convicción y sí para el perdimiento el único perdimiento
de nuestra especie casi especie casi lugar de riberas la noche adormecida en nuestras
cervezas la noche envejecida como nosotros muerta como nosotros bebíamos para
regresar a una puerta de vasallos nosotros los insondables tan cansados de la misma
amnesia de los mismos dioses como si no pudiéramos aleccionar a uno al menos de
los que en el acantilado presidían las penumbras bebíamos para culpar culpábamos
los efímeros gestos de la sobrevida todo era polvo nada más aún sabíamos perdonar
pero no perdonábamos aún sabíamos vivir pero no vivíamos.

*Café Lumiére
Mélica de Heredia*

Es cierto que me han cruzado y conducen con


disfraz remoto Santiago de Cuba/ chinos de gran
frío a punto de vivir donde estábamos
sin que el hueso se adormezca.
Yo no soy lo único que han visto y adulan
contornos corredores devastados Santiago de Cuba
y se asoman a leer torres de Meandro
las ingravideces amores caminos que salen a un
barco admitido de antemano.
Es cierto que el alimento simula y no sabe ser
idiota ante el estómago aunque digamos el
albaricoque el refresco eléctrico Santiago
de Cuba con disfraz como un chino de gran frío
a punto de vivir casi.

*Zona negra
Cuarteaduras*
La “maldad” está siempre situada en
el exterior del yo, pertenece al
dominio de la fatalidad, de la suerte,
de la voluntad de Dios.
M. C. Ortigues, Oedipe africain

Busca un elefante, un bushido: busca a Eugenio Montale.


Es lo que nombro “obstáculos de reciclaje”.
Lo mismo si te vas, lo mismo si no eres invisible.
Echa pestes de quien lee a Deleuze y puede decir en
necrológicos tu mañana es ornamental como la
somnolencia.
De todas las ilusiones es la que permite quebrar con
los espejos. La verdad mata si no le arrojas, tal vez
sin convertir, a un cura trabajando en demoliciones
de niebla.
Para quien lea en el cuajo de la ley, para el que
aceche, nada como una vestimenta de campesino.
Busca un elefante, un bushido: busca a Eugenio Montale.
Es lo que yo nombro “obstáculos de
reciclaje”.
Lo mismo si te vas, lo mismo si no eres invisible.
Eso ya tiene la maldición en este lado.
Seas quien extrae de las máscaras el olor del dinero,
seas el que en la búsqueda ignora soportarse a su
traición.

*Cuarteaduras
Lámina junto al Ebro*

Antes de aparecer el fantasma de François Villon yo era un hombre honrado, creía


comestibles aun los desperdicios cortados por la resignación de mi especie, tenía
dos mujeres y no amaba a ninguna, vivía de negocios turbulentos vendiendo mi
país todas las noches al primero que comprara.
Hasta donde supe, François Villon fue ajusticiado y, quizás, escucho el gemido de
su crimen en el fuego. Yo sonreía y era triste. Entonces tocó
a la puerta y flotaba.
Me dijo ¿quieres comprar?
Yo era un hombre honrado, aun creía comestibles los desperdicios cortados por la
resignación de mi especie, tenía dos mujeres y no amaba a ninguna.

*Los hijos del kamikaze


La película Taxi Driver vista en un cine del Vedado*

Anclaba en Virtudes una noche clara con los síntomas del leproso, taxi de
superficie, un trazo de ruido en la noche clara. No era su idea convertirse, no
andaba como el lobo de Prado, comprendía las evidencias y sus síntomas, la
cólera era más sencilla que el ron de los primitivos. Él estaba al caer, y eso
distendía reconocimientos: la civilización del Oeste, los paisajes menudos.
No hacía trampas. La fragilidad era foto de nubes. La carretera blanca, la carretera
negra, eso era pescar su agua, eso dislocaba ciencias. Convertido en nadie, sin
una franja de hombre en el que caer, sin una máscara.

*Café Lumiére
Hansel y Gretel en un bosque de Teruel se encuentran a una mujer que llora*
Infiel versión de un cuadro de Enuel Etxebarría

Para estas cosas los obreros salen del trabajo como siempre
como siempre no quiere decir como siempre sino que salen porque no hay otra
opción
digamos
y hay frío y mi hermana lleva bufandas y lo que fue un pan
nos acostamos juntos pero somos felices
felices porque no hay otra opción
la mujer que busca a su hijo
sabe que en estos tiempos no se busca a los hijos
cuando escoges la opción y vas al bar
y está uno de la colina que tropieza
con la chatarra/ espera susurros del policía
espera que se momifiquen campestres como latas
inservibles como latas de puré
pero no abras la boca
ya no podrías abrir la boca
ya no quedará uno que prefiera el tumulto
a esa noche de pueblo
donde mi hermana espera.
En verdad es siempre el influjo
de una manera fácil de reincidir
y mi hermana sabe que un dolor compartido
es una encrucijada lejos del bosque
cerca de la sangre.

*Los hijos del kamikaze


La película El cielo sobre Berlín vista en casa de M*

1
Husmeo, husmeo como movedizo a la luz del verano,
husmeo.
Como un condenado.
No perteneces a las parábasis de los reyes del oro.
No perteneces a héroes sumergidos.
No perteneces al inválido que regresará.
Husmeo, husmeo el olor de la tormenta fingida.
Husmeo.
La ceniza en la botella de vodka.
Un monstruo que hace muecas.
Sin un fulgor.
Sin cortejar las regiones del gris,
hechas sangre de los alemanes fúnebres.
Husmeo los muros de carroña,
husmeo y soplo dentro de las cerezas.
Gusanos póstumos.
El alma haraposa.

Vivir con la mirada en la pantalla.


Estar suspendido por las piadosas puntas de una cámara sinuosa, la cámara de
Günter Eich en un río de Costanza, un río de botellas de whisky y de heridos en la
corriente. Un río melodioso y oscuro.

Miro cerca de mí y te veo: una anciana que bebe varias cervezas y sólo espera que el
día no sea más que chupar una noche fría. Un pescador sombrío en una tienda de
bebidas, con la picadura de su tabaco apilada y húmeda. Una puta mareada por el sol
y el perfume de los desconocidos. Te veo, no puedes verme. Yo soy lo inmediato, y lo
inmediato siempre es invisible. Camino con una ligera tragedia: yo soy quien suprime
todas las distancias, y si me alejo lo demás se aleja. Si desaparezco, todo
desaparece.

*Café Lumiére
¿Quién vio al rey esperando?*

A mí me gusta estar con el que encuentra la manzana


ese es privilegiado
no por la manzana
por la manzana si me lo piden si logran sugerirme
puedo cuando más
adormecerme a ella.

No es cuestión de Adán porque ya todo eso está podrido.


A mí me gusta decirle al de la manzana
a mí
hablarle sin que pueda declarar.
Dios dijo tú tienes lo tuyo
yo lo que me corresponde
ahora escapen.

*Los hijos del kamikaze


Oclusiones*

En un patio de hospital estaba mi madre. En un patio


de hospital bajo estrellas bífidas. Yo era el enfermo
consignado, yo era el enfermo y mi madre miraba
como si no debía mirarme. No era que me iba a morir.
No era que iba a vivir. En un patio de hospital,
difuminándose todos los ecos.

*Cuarteaduras
Carta de amor al rey Tut-Ank- Amen*

Sobrevivo como un pescado muerto


sobrevivo como un vikingo
salgo de un parque y los borrachos comienzan a festejar
mi apelación a la Biblia
y una puta con un diente flojo
sonríe fácil
el que estaba herido llega
el que no tiene otra manera también
así nadie puede responderle al guardia
mi nombre es en todo caso Druino,
eso es una posibilidad en estos tiempos
y el guardia que aborrece a Voltaire
y el guardia como un pescado muerto
como un vikingo.

*Los hijos del kamikaze


Una trayectoria: a quien corresponda*

Temo a los verdugos y más a la fe que los incrimina,


temo a lo que es mi nombre para ellos. Aunque sea
el mejor de los desterrados, aunque sea el peor de
los guerreros, el que estuvo a los pies de todas
las cloacas, quien sobrevivió como sobreviviente
cualquiera, sin una vida nueva, como mercader
de aldea.
Así respondo a Dios, soy desconfiado, lo puedo ser
porque es más sencillo, menos útil.
En estos tiempos es mejor no ser útil.

*Cuarteaduras
Las primeras manzanas no perfectas*

Soy hijo del Joker de Batman y de una lavadora soviética con que Dulce Loynaz
lavaba trapitos sucios. No me despiertes cuando muera, espera el zapping de las
ancianas que se vuelven felices sin saberlo. Mi olor está en el patio donde enterré a
Bill Wagner, más conocido como Lenin. Más conocido en sí. Lenin, hijo de Leopoldo
Marechal, el insurgente vendedor de noticias de la Revolución del hueso: todos
quedamos extintos alguna vez, todos nos remitimos a una similar fertilidad.
Terminaré temprano. Temprano para que los gusanos adivinen la hebra de hielo
donde bregar. Soy el médico oscurantista previsto para salvar ancianas felices. Es el
síndrome, el apéndice, la inmovilidad de una burbuja que el país trasmite conmigo.
Hacia mí.
Soy hijo del Joker de Batman y de una lavadora soviética con que Dulce Loynaz
lavaba trapitos sucios. Que no esté aquí, que no esté en otra parte si mi viaje ocurre
en la superficie, en la insinuación. Desde allí elijo.

*Inédito
DATOS DEL AUTOR

CARLOS ESQUIVEL GUERRA (Elia, Cuba, 1968). Poeta, narrador y


ensayista. Ha obtenido múltiples premios nacionales e
internacionales. Ha publicado, entre otros, los libros de poesía
Perros Ladrándole a Dios (premio a la Mejor Opera Prima del año
en Cuba, 1999), Tren de Oriente (México, 2001), El boulevard de los
Capuchinos (2003), La Segunda Isla (2004), Bala de Cañón (2006),
Matando a los pieles rojas (2008), Los hijos del kamikaze (2008),
Cuarteaduras (2013), Once (2014) y La autopista cero (2016). Otras
obras suyas editadas son las novelas Un lobo, una colina (2010 y
2018, España), Diario de Caín (España, 2016), Los elefantes las
prefieren rubias (2019), H (Panamá, 2020), Dos novelitas infieles
(Alemania, 2021), los libros de cuentos Los animales del cuerpo
(2001), Hablando mal de los otros (2014), La historia del lobo
contada otra vez (2018), Diez cuentos que estremecieron a Cuba
(Estados Unidos, 2019), y 69. La sexualidad vigilada (Ensayos,
2019).
Poesía que siendo cubana remueve lo cubano y se mueve en direcciones que van
volviendo la poesía cubana en una poesía abierta, tumultuosamente tranquila, no
señera y soberana, sino rala e inmensa. Poeta referencial, estructuras ortodoxas en
las que incrusta la propia desazón arraigada en la desazón de la patria devastación,
la construcción en la ruina y con las ruinas ir trazando desde el polvo y la caída (el
gordo Lezama cae, qué no habrá desfondado) y mediante la ironía una
continuación discontinua, una poesía que con otros poetas de su generación van
desbrozando calidad en caminos más inéditos que se acercan a la necesidad de lo
ulterior, que está a la mano, intuyen.
José Kozer

La excelencia, la abundancia y la diversidad son, según Eliot, las cualidades


inherentes a un poeta notable. Carlos Esquivel las cumple.
Jesús David Curbelo

Sus poemas son cúmulos vertiginosos, andanadas de esquirlas provenientes de


todos los ángulos de la cultura: el cine, el fútbol, la plástica, el beisbol, la literatura,
las mujeres, el rock, la política, la sociología, el etanol, Dios. Es sorprendente el
modo en que este artista elabora su prodigioso assemblage.
José Luis Serrano

Sus poemarios han venido conformando una voz, un estilo, una manera de sentir
que le reserva un sitio primordial en el mapa literario de la Isla.
Oscar Cruz

Para mí es el más fresco y auténtico de todos los poetas cubanos contemporáneos.


Alberto Garrido

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