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LEOPOLDO LUGONES

LA MUERTE DE LA LUNA
Y OTROS POEMAS
Leopoldo Lugones

Nació el 13 de junio de 1874 en Villa de María del Río Seco, Córdoba, Argentina. Fue
escritor, periodista, historiador, docente, traductor, filólogo, diplomático y político.
Es considerado, junto con el poeta nicaragüense Rubén Darío, uno de los principales
exponentes del modernismo hispanoamericano.

Inició la poesía moderna en lengua española y fue el primer poeta de la literatura


hispánica en utilizar el verso libre. A partir de sus cuentos, se transformó en el
precursor y en uno de los pioneros de la literatura fantástica y de la ciencia ficción en
Argentina, así como en uno de los primeros escritores de habla hispana en producir
microrrelatos. Colaboró con los diarios La Vanguardia, Tribuna y La Nación, obtuvo
el Premio Nacional de Literatura en 1926 y fundó la Sociedad Argentina de Escritores
en 1928. Entre sus poemarios destacan Los mundos (1893), Las montañas (1897), Los
crepúsculos del jardín (1905), Lunario sentimental (1909) y Odas seculares (1910).
En narrativa se distingue principalmente por sus relatos, los cuales se recogen en las
obras Las fuerzas extrañas (1906), La torre de Casandra (1919), Cuentos fatales (1924)
y La patria fuerte (1933).

Falleció el 18 de febrero de 1938 en San Fernando, Argentina. Posteriormente, la


fecha de su nacimiento fue instituida para conmemorar el Día del Escritor.
La muerte de la luna y otros poemas
Leopoldo Lugones

Christopher Zecevich Arriaga


Gerente de Educación y Deportes
Juan Pablo de la Guerra de Urioste
Asesor de educación
Doris Renata Teodori de la Puente
Gestora de proyectos educativos
María Celeste del Rocío Asurza Matos
Jefa del programa Lima Lee
Editor del programa Lima Lee: José Miguel Juárez Zevallos
Selección de textos: María Grecia Rivera Carmona
Corrección de estilo: Claudia Daniela Bustamante Bustamante
Diagramación: Ambar Lizbeth Sánchez García
Concepto de portada: Melissa Pérez García
Editado por la Municipalidad de Lima
Jirón de la Unión 300, Lima
www.munlima.gob.pe
Lima, 2020
Presentación

La Municipalidad de Lima, a través del programa


Lima Lee, apunta a generar múltiples puentes para que
el ciudadano acceda al libro y establezca, a partir de
ello, una fructífera relación con el conocimiento, con
la creatividad, con los valores y con el saber en general,
que lo haga aún más sensible al rol que tiene con su
entorno y con la sociedad.

La democratización del libro y lectura son temas


primordiales de esta gestión municipal; con ello
buscamos, en principio, confrontar las conocidas
brechas que separan al potencial lector de la biblioteca
física o virtual. Los tiempos actuales nos plantean
nuevos retos, que estamos enfrentando hoy mismo
como país, pero también oportunidades para lograr
ese acercamiento anhelado con el libro que nos lleve
a desterrar los bajísimos niveles de lectura que tiene
nuestro país.

La pandemia del denominado COVID-19 nos plantea


una reformulación de nuestros hábitos, pero, también,
una revaloración de la vida misma como espacio de
interacción social y desarrollo personal; y la cultura
de la mano con el libro y la lectura deben estar en esa
agenda que tenemos todos en el futuro más cercano.

En ese sentido, en la línea editorial del programa, se


elaboró la colección Lima Lee, títulos con contenido
amigable y cálido que permiten el encuentro con el
conocimiento. Estos libros reúnen la literatura de
autores peruanos y escritores universales.

El programa Lima Lee de la Municipalidad de Lima


tiene el agrado de entregar estas publicaciones a los
vecinos de la ciudad con la finalidad de fomentar ese
maravilloso y gratificante encuentro con el libro y
la buena lectura que nos hemos propuesto impulsar
firmemente en el marco del Bicentenario de la
Independencia del Perú.

Jorge Muñoz Wells


Alcalde de Lima
LA MUERTE DE LA LUNA
Y OTROS POEMAS
La muerte de la luna

En el parque confuso
que con lánguidas brisas el cielo sahúma,
el ciprés, como un huso,
devana un ovillo de bruma.
El telar de la luna tiende en plata su urdimbre;
abandona la rada un lúgubre corsario,
y después suena un timbre
en el vecindario.

Sobre el horizonte malva


de una mar argentina,
en curva de frente calva
la luna se inclina,
o bien un vago nácar disemina
como la valva
de una madreperla a flor del agua marina.

Un brillo de lóbrego frasco


adquiere cada ola,
y la noche cual enorme peñasco
va quedándose inmensamente sola.

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Forma el tic-tac de un reloj accesorio,
la tela de la vida, cual siniestro pespunte.
Flota en la noche de blancor mortuorio
una benzoica insipidez de sanatorio,
y cada transeúnte
parece una silueta del Purgatorio.

Con emoción prosaica,


suena lejos, en canto de lúgubre alarde,
una voz de hombre desgraciado, en que arde
el calor negro del rom de Jamaica.
Y reina en el espíritu con subconsciencia arcaica,
el miedo de lo demasiado tarde.

Tras del horizonte abstracto,


húndese al fin la luna con lúgubre abandono,
y las tinieblas palpan como el tacto
de un helado y sombrío mono.
Sobre las lunares huellas,
a un azar de eternidad y desdicha,
orión juega su ficha
en problemático dominó de estrellas.

El frescor nocturno
triunfa de tu amoroso empeño,

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y domina tu frente con peso taciturno
el negro racimo del sueño.
En el fugaz desvarío
con que te embargan soñadas visiones,
vacilan las constelaciones;
y en tu sueño formado de aroma y de estío,
flota un antiguo cansancio
de Bizancio…

Languideciendo en la íntima baranda,


sin ilusión alguna
contestas a mi trémula demanda.
Al mismo tiempo que la luna,
una gran perla se apaga en tu meñique;
disipa la brisa retardados sonrojos;
y el cielo como una barca que se va a pique,
definitivamente naufraga en tus ojos.

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Historia de mi muerte

Soñé la muerte y era muy sencillo;


una hebra de seda me envolvía,
y a cada beso tuyo
con una vuelta menos me ceñía.
Y cada beso tuyo
era un día;
y el tiempo que mediaba entre dos besos,
una noche. La muerte era muy sencilla
y poco a poco fue desenvolviéndose
la hebra fatal. Ya no la retenía
sino por solo un cabo entre los dedos…
Cuando de pronto te pusiste fría,
y ya no me besaste…
Y solté el cabo y se me fue la vida.

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A ti, única

Piano

Un poco de cielo y un poco de lago


donde pesca estrellas el grácil bambú,
y al fondo del parque, como íntimo halago,
la noche que mira como miras tú.

Florece en los lirios de tu poesía


la cándida luna que sale del mar,
y en flébil delirio de azul melodía,
te infunde una vaga congoja de amar.

Los dulces suspiros que tu alma perfuman


te dan, como a ella, celeste ascensión.
La noche… tus ojos... un poco de Schuman…
y mis manos llenas de tu corazón.

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Primer violín

Largamente, hasta tu pie


se azula el mar ya desierto,
y la luna es de oro muerto
en la tarde rosa té.

Al soslayo de la luna
recio el gigante trabaja,
susurrándote en voz baja
los ensueños de la luna.

Y en lenta palpitación,
más grave ya con la sombra,
viene a tenderte de alfombra
su melena de león.

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Segundo violín

La luna te desampara
y hunde en el confín remoto
su punto de huevo roto
que vierte en el mar su clara.

Medianoche van a dar,


y al gemido de la ola,
te angustias, trémula y sola,
entre mi alma y el mar.

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Contrabajo

Dulce luna del mar que alargas la hora


de los sueños de amor; plácida perla
que el corazón en lágrima atesora
y no quiere llorar por no perderla.

Así el fiel corazón se queda grave,


y por eso el amor, áspero o blando,
trae un deseo de llorar, tan suave,
que solo amarás bien si amas llorando.

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Violoncelo

Divina calma del mar


donde la luna dilata
largo reguero de plata
que induce a peregrinar.

En la pureza infinita
en que se ha abismado el cielo,
un ilusorio pañuelo
tus adioses solicita.

Y ante la excelsa quietud,


cuando en mis brazos te estrecho
es tu alma, sobre mi pecho,
melancólico laúd.

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Ausencia

Todo, amada, en tu ausencia siempre larga te llora:


el silencio y la estrella, la sombra y la canción,
lo que duda en la dicha, la que en la duda implora.
Y luego… este profundo sangrar del corazón.

Como no ha de llorarte todo lo que es hermoso


y todo cuanto es triste porque es capaz de amar,
si tu ausencia ¡tan larga! Se parece al reposo
se la luna suicida que se ahoga en el mar.

Con tu ausencia anochecen la alegría y la aurora.


La esperanza es angustia, sinsabor el placer.
Y hasta en la misma perla del rocío te llora
lo que tiene de lágrima toda gota al caer.

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De la musa al académico

Señor Arcadio, hoy es la fiesta,


es la fiesta del carnaval.
Estalla al sol como una orquesta
toda su cháchara jovial.

Lindos están el mar y el cielo;


fermentan sátira y tonel;
la mosca azul detiene el vuelo
en tu saliva de hidromiel.

Traza mi castañuela intrusa


un loco vals sobre el tapiz,
y mi ligero pie de musa
un arco bajo tu nariz.

Mi vino es pálido y valiente


como un héroe, y va también,
el flaco pollo decadente
frito en mi mágica sartén.

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Mi sartén, reina de las ollas,
porque es la luna —gran perol—
donde frío como cebollas
cráneos sabios en luz de sol.

Ven, que en la danza, las parejas


te darán sitio principal,
porque tus plácidas orejas
son la mitra internacional.

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Paradisíaca

Cabe una rama en flor busqué tu arrimo.


La dorada serpiente de mis males
circuló por tus púdicos cendales
con la invasora suavidad de un mimo.

Sutil vapor alzábase del limo


sulfurando las tintas otoñales
del poniente, y brillaba en los parrales
la transparencia ustoria del racimo.

Sintiendo que el azul nos impelía


algo de Dios, tu boca con la mía
se unieron en la tarde luminosa,

bajo el caduco sátiro de yeso.


Y como de una cinta milagrosa
ascendí suspendido de tu beso.

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El éxtasis

Dormía la arboleda; las ventanas


llenábanse de luz como pupilas;
las sendas grises se tornaban lilas;
cuajábanse la luz en densas granas.

La estrella que conoce por hermanas


desde el cielo tus lágrimas tranquilas,
brotó, evocando al son de las esquilas,
el rústico Belén de las aldeanas.

Mientras en las espumas del torrente


deshojaba tu amor sus primaveras
de muselina, relevó el ambiente

la armoniosa amplitud de tus caderas,


y una vaca mugió sonoramente
allá, por las sonámbulas praderas.

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El picaflor

Run … dun, run … dun… Y al tremolar sonoro


del vuelo audaz y como un dardo, intenso,
surgió de pronto, ante una flor suspenso,
en vibrante ascua de esmeralda y oro.

Fue color… luz… color… A un brusco giro,


un haz de sol lo arrebató al soslayo;
y al desaparecer con aquel rayo,
su ascua fugaz carbonizó en zafiro.

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A la patria

Patria, digo, y los versos de la oda


como aclamantes brazos paralelos,
te levantan Ilustre, Única y Toda
en unanimidad de almas y cielos.

Visten en pompa de cerúleos paños


su manto de Andes tus espaldas nobles,
y sobre ellas encumbran tus Cien Años
su fresca fuerza de leales robles.

Corcel azul de la eterna aventura,


sobre la playa que se ablanda en seno,
con su crin derramada en suave holgura
se alarga el mar como a pedirte freno.

Y la nube del cielo, y la severa


nieve del monte, y la marina espuma,
en su elemento azul te dan bandera,
con símil que la gloria al Bello suma.

Sea en tu cielo y todo lo serene,


tu Buena Voluntad estrella suave;

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y el sol la brasa de tu hogar que tiene
del lado de venir puesta la llave.

Brinda a los oprimidos tu regazo


con aquel ademán largo y seguro,
que designa en la estética del brazo
una serenidad de mármol puro.

Prolongando en justicia tu honra de antes,


cimenta así tus seculares torres,
y sea tu aderezo de diamantes
el tesoro de lágrimas que ahorres.

A hombro de monte carga el riel; su acero


audaz, evoque con alegre asombro,
la epopeya en que el sable granadero,
barra de luz viril cruzaba en tu hombro.

Abre al peñasco su opulenta entraña


donde mismo sangró el héroe recio,
para acendrar en oro de montaña
aquella sangre que no tiene precio.

En fraternal progreso ese oro entrega


más allá de tus lindes soberanos,

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cual corona la parra solariega
el muro medianil de los hermanos.

Enfrena al mar cruzándole tu escuadra


en la boca de plata de tu río,
y al raudo hervor que el hélice taladra
da tu escolta al pacifico navío.

Para henchir de riqueza el buque ufano,


cuadra la ceba sus compactas reses.
Y el calor germinal de tu verano,
hecho sólida luz se logra en mieses.

Dando su prez al laborioso empeño,


te aduerme con eclógicos olores
la profunda pradera, en fértil sueño
de humedad, de luciérnagas y flores.

Y en sencillez de juventud, serena


con la perennidad que te atestigua
el linaje solar, eres morena
como la grave Libertad antigua.

Salta en ese color temple de raza.


Previa ante el sol natal como una proa,

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la Libertad tu eterno rumbo traza
y al verso exije su sonora loa.

Así puesto a la forja de mis fraguas


que estallarán su cántico en centellas,
honraré, sean hombres, montes o aguas,
tus personas mejores y más bellas.

Y tú entre todas, si, genial maestro,


digno de ti, formárate, divina,
la estatua que concibo, hija de mi estro,
en tu metal epónimo, Argentina.

A mis hermanos en tu amor la entrego,


transubstanciando en líricos caudales
mi tesoro filial, al hondo fuego
que sintetiza fuerzas primordiales.

Para que como signo de fortuna,


que inicia y colma las empresas francas,
te evoquen, cincelada por la luna,
en plata colosal de nubes blancas.

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Salmo pluvial

Tormenta

Érase una caverna de agua sombría el cielo;


el trueno, a la distancia, rodaba su peñón;
y una remota brisa de conturbado vuelo,
se acidulaba en tenue frescura de limón.

Como caliente polen exhaló el campo seco


un relente de trébol lo que empezó a llover.
Bajo la lenta sombra, colgada en denso fleco,
se vio el cardal con vívidos azules florecer.

Una fulmínea verga rompió el aire al soslayo;


sobre la tierra atónita cruzó un pavor mortal;
y el firmamento entero se derrumbó en un rayo,
como un inmenso techo de hierro y de cristal.

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Lluvia

Y un mimbreral vibrante fue el chubasco resuelto


que plantaba sus líquidas varillas al trasluz,
o en pajonales de agua se espesaba revuelto,
descerrajando al paso su pródigo arcabuz.

Saltó la alegre lluvia por taludes y cauces,


descolgó del tejado sonoro caracol;
y luego, allá a lo lejos, se desnudó en los sauces,
transparente y dorada bajo un rayo de sol.

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Calma

Delicia de los árboles que abrevó el aguacero.


Delicia de los gárrulos raudales en desliz.
Cristalina delicia del trino del jilguero.
Delicia serenísima de la tarde feliz.

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Plenitud

El cerro azul estaba fragante de romero,


y en los profundos campos silbaba la perdiz.

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