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Pontificia Universidad Javeriana

Cátedra de Investigación
Santiago Guatame Hernández
3/05/2021

Anti-autobiografía

Que un domingo nací yo


y un lunes me bautizaron
el martes supe de amores
y el miércoles me casaron

Cholo Valderrama, Quitarresuellos #2

Tal vez aún no he nacido ni mi nombre es ese desconocido Santiago, así lo presuma esa
esquina en lo alto de la página. Mi crianza no alcanza como retrato, sino como onda de río,
perdida y extraviada ―¿o extra-vida?―, de caudal en caudal, y ese nacimiento mío se ubica a la
mitad del año que le dio fin al milenio pasado. E, intentando saber algo de mí, a veces recuerdo
los primeros años como si los hubiese vivido yo, en esa carne de niño, en esa conciencia
tempranera y confusa, como si me hubiera vomitado a mí mismo. Esos años iniciales
comenzaron dando tumbos y tropo tras tropo en la lejana ciudad del Obelisco de la 9 de Julio, en
donde Goyeneche y su canto inundaron de su garúa el paisaje edificado del buen aire. Mis pasos
sentían miedo de la baldosa, esas grisáceas y lluviosas baldosas desencajadas, cuando me
escupían sin cesar su residuo de viejos caminantes. Y paso tras paso llegué a Almagro, a una
esquina, a la intersección apodada Perón y Bulnes 3672, de espacio pequeño y de futón apenas
habitable, en donde viví alegremente por unos años. La escasez pudo ser tal que quizás mi
desayuno era yo mismo, una desdeñosa autofagia en silencio, y mientras pasaba la hora de
comer, repasaba el rezo ininteligible que siempre oía a lo lejos, en la cocina arrugada como
almendra: el Gāyatrī de dulce voz cantado por mi madre meditabunda.
O acaso fui el pájaro que Cartola buscaba en su canción o la cumbre de la nada que sólo
Álvaro de Campos padeció, ambos en su portugués escurridizo:
Deixe-me ir
Preciso andar
Vou por aí a procurar
Rir pra não chorar

Se asemejan acaso en su andar aún no concebido:


Não sou nada
Nunca serei nada
Não posso querer ser nada
À parte isso, tenho em mim todos os sonhos do mundo

Ese pájaro, el auis ―y de ahí «augurio» (auspicium)―, que los romanos tenían de profeta para
guiar su imperio.

Mi vida pudo haberse tratado de un vuelo anual, de Sur a Norte, de estación a trópico, de
un devenir incesante, de un cambio que siempre está en espera, latiendo un instante después de
este. Tal vez por eso no sé qué ha sido mi vida, que siempre aguarda por la caída que-ya-se-sabe.
La muda de mi exoesqueleto, ese cuerpo otro que ha recorrido mi vida en mi lugar, por eso me
acuso de haber vivido poco. Un exoesqueleto de veinte años, pues siento que apenas he vivido
uno en mi cuerpo real, el año más estático que he vivido, en el que me he convertido en un
ferviente observador de mis paredes.

En vano escribir la vida que tengo aunque diga la verdad. De mano en mano he pasado y
la vida se ha vivido desde mi borde: mi vida no ha sido otra que un baño atemporal, en el que el
pelo caído quizá sea el análogo de los años perdidos, en el que el tacto con mi cuerpo se haya
quedado en falso alcance, en bruma ciega. Y de vez en cuando una certeza, la que hallo en mis
manos, entre las líneas del monte de Venus y las otras no tan rectas de Júpiter. La escritura de
mis manos sabe el porvenir y quizá también las estrellas hacia las que ellas se alzan. ¿Será por
ello que escribimos con las manos mientras la mente se pregunta constelada?

Soy Santiago Guatame y me gustaría ser el guardián de las montañas como presume mi
apellido.

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