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Varela, Silvia (2020) “El calvario de Leonor de Aquitania, la reina promiscua a la que su marido encerró 20
años en una torre” en S Moda. El País.
Así podría comenzar la leyenda negra de Leonor de Aquitania. Cuando siendo una
niña, en 1137, la entregaron en matrimonio al futuro rey de Francia, Luis VII, de no
más de dieciséis años. El galán se encontraba a la cabeza de un territorio dividido
entre grandes y pequeños barones, propietarios todos. Un juramento feudal los
unía paradójicamente a través de una extensa malla tejida de derechos y deberes
recíprocos. En esta situación, muy diferente al Estado centralizado como ahora lo
podamos entender, el rey no era un soberano, sino más bien un árbitro y un
símbolo. Se basaba en el poder moral que la coronación le confería, para resolver
los conflictos que pudieran surgir entre los nobles que le rendían vasallaje. Estos
podían llegar a tener tierras mucho más valiosas que la suya, como por ejemplo el
ducado de su mujer, la Aquitania, diez veces más grande que la Îsle de France, el
total de lo que él poseía cuando se casaron. Pero vayamos a Aquitania, al sur.
Las dos hijas del matrimonio tardaron ocho años en llegar. Según Bernardo de
Claraval, eclesiástico propulsor del Cister, esto fue un castigo “divino” por los
enfrentamientos que la pareja se traía con el ducado de Champaña. Petronila, la
hermana quinceañera de Leonor, se había enamorado de un primo del rey casado
y bastante mayor, para la época medieval; a la manera del amor prohibido entre el
intelectual Abelardo y su pupila Eloísa, que estaba tan de moda. Este idilio generó,
según algunas versiones, una enemistad entre la pareja real y el tío de la mujer
despechada , que era nada más y nada menos que el conde de la próspera región
de Champaña y por supuesto vasallo del rey. En 1144 el asunto se volvió
realmente turbio; culminando en tragedia cuando, en un arrebato, Luis VII ordenó
la quema de una iglesia con trescientas personas dentro, donde todas fallecieron.
Para limpiar su imagen, el abad Suger, creador del arte que hoy conocemos como
gótico y mentor del rey, recomendó la marcha inminente a la Segunda Cruzada, a
modo de penitencia. Dice Guillermo de Newburgh, monje inglés, que Luis se llevó
a Leonor al viaje porque era celoso, y estaba embelesado ; que otros nobles se
llevaron de esta manera a sus esposas, con sus damas de compañía, y que
estando la comitiva llena de mujeres no se dio una imagen del todo casta por lo
que la cruzada fracasó. La leyenda negra también acusa a Leonor de haber tenido
relaciones incestuosas con su tío Raimundo, al llegar a Antioquía, aunque esto
tenga poca base. Con él, pasaba supuestamente “demasiado” tiempo maquinando
cómo entrar y salir de Jerusalén, ante la impasividad de un Luis VII que estaría a
otras cosas. Gracias a la correspondencia que se conserva entre el rey y el abad
Suger sabemos que las diferencias entre los dos cónyuges fueron más de corte
político que sentimental y que el adulterio fue una calumnia que así quedó en la
historia escrita por los franceses.
Aubry des Trois Fontainces, cronista cisterciense, dice que la reina “carecía de
esa contención que tan bien sienta a las esposas”, y a esa misma conclusión
había llegado, con el tiempo, su propio marido. Trás muchos avatares, en marzo
de 1152, Leonor consiguió el tan deseado divorcio, y sin riesgo de excomunión, lo
que hubiera podido significar el ostracismo social entonces. Haciendo de la mejor
abogada de sí misma, estudió la teoría matrimonial y alegando un grado de
consaguinidad prohibido, además de la falta de un heredero varón al trono,
abandonó París hacia nuevos derroteros. La sorpresa no tardó en llegar. Dos
meses después, en mayo de ese mismo año se estaba casando en segundas
nupcias con Enrique II Plantagenet: rey de Inglaterra, duque de Normandía, conde
de Anjou, vasallo de su exmarido, y el futuro carcelero de esta historia. Él tenía
dieciocho años y ella veintiocho. El padre, Godofredo Plantagenet, le había dicho
a su hijo antes de la boda: “No te cases, es la mujer de tu señor y además tu
padre la ha conocido en la cama “. Pero la fama de seductora de Leonor y los
territorios que la acompañaban fueron irresistibles para un joven y ambicioso
Enrique. En esta ocasión, dicen, Leonor sí que estaba enamorada. Según
Guillermo de Newburgh, en la madurez de la treintena, ella misma había afirmado
que esta nueva pareja le convenía más a su persona. Enrique no carecía de
atractivo. Era guapo, culto, y participaba del movimiento de los trovadores como
no lo había hecho Luis.
Ambos, como cómplices, compartieron múltiples viajes a través de los territorios
feudales que poseían. Llegaron a equipararse incluso con la heroica pareja del rey
Arturo y la reina Ginebra. En un alarde de romanticismo y estrategia política,
perteneciendo, según ellos, a este linaje imaginario, emularon con orgullo de clase
la corte glamurosa y cultivada que en el mito se describía. Leonor se convirtió así,
bajo un cielo inglés de niebla, en lo que se consideraba una “buena esposa” :
entre los 29 y los 34 años le dio cinco hijos al rey, el sexto cuando ya contaba con
41 años de edad. Este niño sería Juan sin Tierra. Pero con el paso del tiempo,
Enrique perdió el interés por su flamante esposa, por muy icónica que fuera.
Terminó enamorándose de Rosamunda Clifford, una mujer frívola y coqueta,
según las fuentes –aunque lo mismo dirían de Leonor-, a la que regaló el castillo
de Woodstock y con la que se exhibía en público ya desde antes, incluso, del
nacimiento de Juan, el benjamín. Leonor se refugió entonces, dicen que, en una
vida epicúrea, con la animada corte de Poitiers como telón de fondo. En este
centro de poesía y de la vida caballaresca de la época, participó junto a otras
nobles en los entretenimientos o “tribunales del amor”, que Andrés el Capellán,
próximo al rey de Francia, recopilaría en su partidista “Tratado del Amor”, escrito
después de 1184. Se trataba de asambleas para mujeres, prefiguración de los
grupos de amigas actuales, donde se debatía sobre las relaciones de pareja y las
conductas de los hombres, llegando incluso a dictar sentencias. “La nueva forma
de relación entre los sexos que es el amor en occidente”, dice George Duby surgió
así del ocio “patricio”, como un juego. En la distancia y el despecho, Leonor
disfrutaba de los placeres de vida, pero no había olvidado ni por minuto los
derechos de sus hijos sobre el “imperio angevino “.
Leonor, cómo no, consiguió su objetivo movilizando a todo un reino. Con setenta
años, cruzó el canal de la Mancha cargada con cien mil marcos de plata de
Colonia y doscientos rehenes que suplirían a otros cincuenta mil marcos que se
satisfarían más adelante. El total de los ciento cincuenta mil correspondían más o
menos a unos treinta y cuatro mil kilogramos de plata fina, casi dos veces y media
la producción anual del Reino de Inglaterra, para rescatar a su hijo más afín. El
destino le jugó una mala pasada, no obstante, porque Ricardo murió tan solo cinco
años después, y de la manera más tonta: una herida de flecha mal curada tras el
ataque de un súbdito indignado. Empezó así la época de Juan Sin Tierra y todo lo
que supondría. Durante los últimos años de su vida, Leonor residió por voluntad
propia en Fontenevraud, la prestigiosa abadía de mujeres. Allí compartió parte del
retiro con una de sus hijas, huida de un marido maltratador. Su último gran viaje o
misión fue precisamente a España. Con casi ochenta años llegó hasta “algún
lugar” de Burgos para recoger a su nieta Blanca de Castilla y llevarla hasta París,
para casarse con el futuro rey de Francia, otro capeto, como ella misma hiciera.
Así dio por terminada su vida de reina Leonor, como empezó. Alejada al fin de las
intrigas políticas que le habían ocupado toda una vida, murió con ochenta años.
Dos hijos completamente opuestos la sobrevivieron: la estimada reina Leonor
Plantagenet, que junto a su marido Alfonso VII creó una corte magnífica como las
de antaño en Aquitania, y el ciclotímico Juan Sin Tierra que desencadenó cual
Paris de Troya una Guerra de Cien Años por una hermosa mujer, Isabel de
Angulema. Junto a Enrique, su carcelero, permanece hoy enterrada Leonor, la dos
veces reina además de heredera y madre de reyes, en un sepulcro a su altura. En
él, se esculpen dos estatuas: la del esposo que yace simplemente y la de ella, que
quiso pasar a la historia leyendo un libro. ¿Qué mejor manera de ser recordada?