Facundo Tomas
Las culturas periféricas
y el sindrome del 96
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Biblioteca de HumanidadesFacundo Tomas
LAS CULTURAS PERIFERICAS
Y EL SINDROME DEL 98.
Al ANTHROPOSCAPITULO 5
EL INTELECTUAL Y EL PUBLICO DE MASAS
Se ha sefialado en el entresiglos un fenédmeno lingiifstico
que es sintoma de cambios importantes en la mentalidad de los
escritores. En su trabajo «El afio 1898 y el origen de los “inte-
lectuales”» (1980), Inman Fox desvelé que el término «intelec-
tual», utilizado asf, como sustantivo que denomina una clase
particular de individuos, fue introducido en francés hacia fina-
les del siglo xix —empezando a ser adoptado con asiduidad a
partir del asunto Dreyfus— e inmediatamente en espaiicl, pre-
cisamente de la mano de los noventayochistas. Su uso se gene-
ralizé durante los primeros afios del siglo xx y, desde entonces,
el sustantivo «intelectual» ha ido definiendo un tipo plenamente
caracterizado. Dicho el nombre, casi llegamos a la esencia: los
«intelectuales», con plena conciencia de clase distinguida del
resto de la sociedad, tal y como identificamos en Ja actualidad
el concepto, son un producto que nacié con el siglo que acaba
de morir.
Como caracteristica primordial, Inman Fox sefialaba en su
articulo la «oposicién al orden politico establecido»; probable-
_mente fuera cierto en el momento en que se acuiié el sustanti-
vo, aunque no es posible dejar de considerar dos notables ex-
cepciones que implicaran sendos caminos divergentes. La pri-
mera es Azorin quien, como es sabido, aun encarnando plena-
179mente el tipo de intelectual, sostendrfa militantemente el orden
establecido, tanto desde su escafio de diputado conservador
como con sus artfculos periodisticos (algunos destinados a sus-
tentar la politica de Maura; otros a apoyar indirectamente la
postura gubernativa espaiiola...); eso por referirnos a los co-
mienzos del siglo y no hablar de sus posteriores articulos en
jArriba!, respaldando la figura y la politica del general Franco,
El ejemplo de Azorin se ha demostrado muy frecuente a lo lar-
go de la vigésima centuria, por lo que, aun siendo relativamente
comprobable en el momento del surgimiento de la palabra, no
parece pertinente distinguir el tipo «intelectual» por su relacion
con los poderes dominantes. La otra excepcion es precisamente
Blasco Ibdfiez. En su caso existié siempre el enfrentamiento
con el estado de cosas reinante (al que solia referirse como «lo
existente») y, sin embargo, el punto de vista que sostendré es
que no se lo debe encasillar dentro del género «intelectuales»,
Porque lo consustancial al nuevo sustantivo, la consecuencia
més importante de su penetracién en nuestro idioma, es el esta-
blecimiento de una separacién (real y de consciencia) de la «cla-
se de los intelectuales» respecto al resto de la sociedad.® Cierto
que esa separacién es un proceso histérico cuyos orfgenes ha-
bria que buscarlos en ese mismo protohumanismo del siglo xm
donde al principio sefialaba el arranque de Ja racionalidad euro-
pea, y que no se empieza a enunciar abiertamente hasta los
siglos XVI-XvII, adquiriendo nuevas dimensiones con el roman-
ticismo y prolongandose durante el xIx;%4 pero con Ja «genera-
93. Es interesante constatar que todas las referencias a Ia egeneracién del 98,
explicitas 0 implicitas, sefialan esta distancia con el puiblico. Guillermo Dfaz-Plaja, en
su detallado estudio sobre la génesis del propio concepto de «generacién del 98»
(1951), citaba el importante libro de Andrés Gonzalez Blanco Historia de la novela en
Espatia desde el romanticismo hasta nuestros dias, publicado en 1909, como uno de
Jos primeros que tomaban nota de la existencia de una nueva generacién, a la que lla-
maba generacién del desastre, y caracterizaba, ademés de por sun anhelo de estudi
y penetraciGn, nada parecido al decadentismos, por st retraimiento del gran publi.
2o(p. 93),
94. Evidentemente, mi consideracién del «intelectual» es distinta a la de José Luis
Abellé, tal como la expresé en un reciente artfculo (1998, p. 11); sla figura del intelec-
tual —si bien no el nombre— ha existido a lo largo de toda la historia occidental,
aunque se la haya conocido con denominaciones muy diversas; en un libro reciente
dedicado al tema se contabilizan las siguientes: sofistas, cinicos, estoicos, herejes, mis-
ticos, gnésticos, cismaticos, milenaristas, goliardos, protestantes, melancélicos, utépi-
os, iluminados, anarquistas, socialistas... En un sentido més preciso, cabe decir que la
figura del intelectual como conciencia libre e independiente se remonta al Renaci-
180cién del 98» da un notable salto adelante, llegando a adquirir
un estatus que podemos denominar «semivanguardista».
Precisamente dentro de esa caracterizacién de las vanguar-
dias que viene apareciendo a lo largo de todo este trabajo, es pre-
ciso hacer constar que nunca en la historia como en el siglo xx
ciertos artistas y escritores Ilegaron a separarse tanto del resto
de la sociedad, constituyendo un grupo aparte no s6lo por su
consciencia, sino también porque sus obras prescindieron del
«gusto popular» desplaz4ndose del «relatow hacia el «metarrela-
to»,95 segregandose asi del sentir cotidiano. La sustancia de ra-
dicalidad de las vanguardias las marginar4 absolutamente del
gusto del gran piiblico, como bien constaté Ortega. El «intelec-
tual» noventayochista tendia a situarse en esa Ifnea, pero adop-
taba una especie de «postura intermedia» que evitaba la total
separacién y, al contrario, le hacfa concebir un ideario jerarqui-
co por el que a «los intelectuales» les correspondia «dirigir» a
miento, cuando aparece el “humanista”, que puede vivir del apoyo de uno o varios
mecenas, adquiriendo el cardcter "Hlotante” tipico del intelectual en Occidente>. El
intelectual para Abelldn es, pues, todo hombre que ejerce puiblicamente su pensamien-
to, incluyendo en el concepio tanto a los «tribunos de la plebe» coma a los que se
separan del pueblo, condicién, esta tiltima, que es una componente sustancial en Ia
caracterizacién que hago, lo que excluye a los «tribunos de la plebe» a la manera de
Blasco Ibafiez. Creo que era asf también para los del 98 y, sobre todo, para Ortega y
Gasset.
95. Ortega y Gasset tomarfa buena cuenta de ello en (1925, p. 354): «Se dir que
todo estilo recién legado sufre una etapa de lazareto y se recordaré la batalla de
Hemani y los demas combates acaecidos en el advenimiento del romanticismo. Sin
embargo, la impopularidad del arte nuevo es de muy distinta fisonomia, Conviene
distinguir entre lo que no es popular y lo que es impopular. El estilo que innova tarda
algdn tiempo en conquistar la popularidad; no es popular, pero tampoco impopular.
El ejemplo de la irrupcién roméntica que suele aducirse fue, como fenémeno sociolé-
gico, perfectamente inverso del que ahora ofrece el arte. El romanticismo conquist6
muy pronto al “pueblo”, para el cual el viejo arte clisico no habia sido nunca cosa
entrafiable. El enemigo con quien el romanticismo tuvo que pelear fue precisamente
tuna minorfa selecta gue se habia quedado anquilosada en las formas arcaicas del
“antiguo régimen” poético. Las obras romédnticas son las primeras —desde la inven-
ci6n de la imprenta— que han gozado de grandes tiradas. El romanticismo ha sido por
excelencia el estilo popular, Primogénito de la democracia, fue tratado con el mayor
mimo por la masa. / En cambio el arte nuevo tiene a la masa en contra suya, y la
tendré siempre. Es impopular por esencia: més atin: es antipopular. Una obra cual-
quiera por él engendrada produce en el piiblico automaticamente un curioso efecto
socioldgico. Lo divide en dos porciones, una, minima, formada por reducido ntimero
de personas que le son favorables; otra, mayoritaria, innumerable, que Ie es hosti..
Acttia, pues, la obra de arte como un poder social que crea dos grupos antagénicos,
que separa y selecciona en el montén informe de la muchedumbre dos castas diferen-
tes de hombres,
181las masas e ir progresivamente «educdndolas». También serfa
Ortega quien con mayor claridad llegase a sintetizar esta posi-
cién, que se encuentra diluida, aquf y allé —aunque no «en
germen»: plenamente desarrollada— en los escritos de Unamu-
no, Maeztu, Azorin, Baroja o Valle (La deshumanizacién..., 0.c.,
pp. 355-356):
Durante siglo y medio el «pueblo», la masa, ha pretendido ser
toda la sociedad. La miisica de Strawinsky o el drama de Piran-
dello tienen la eficacia sociolégica de obligarle a reconocerse
como lo que es, como «sélo pueblos, mero ingrediente, entre
otros, de Ja estructura social, inerte materia del proceso histéri-
co, factor secundario del cosmos espiritual. Por otra parte, el arte
joven contribuye también a que los «mejores» se conozcan y re-
conozcan entre el gris de la muchedumbre y aprendan su mi-
sién, que consiste en ser pocos y tener que combatir contra los
muchos.
Se acerca el tiempo en que la sociedad, desde la politica al
arte, volverd a organizarse, segtin es debido, en dos drdenes o
rangos: el de los hombres egregios y el de los hombres vulgares,
‘Todo el malestar de Europa vendra a desembocar y curarse en
esa nueva y salvadora escisi6n. La unidad indiferenciada, casti-
ca, informe, sin arquitectura anat6mica, sin disciplina regente en
que se ha vivido por espacio de ciento cincuenta afios, no puede
continuar. Bajo toda la vida contempordnea late una injusticia
profunda e irritante: el falso supuesto de Ja igualdad real entre
Jos hombres, Cada paso que damos entre ellos nos muestra tan
evidentemente lo contrario que cada paso es un tropezén doloro-
so. [...] Decfa el evangelista: Nolite fieri sicut equus et mulus qui-
bus non est intellectus. No sedis como el caballo y el mulo, que
carecen de entendimiento. La masa cocea y no entiende, Intente-
mos nosotros hacer lo inverso.
Vemos pues, en la magnifica sintesis de Ortega, cémo los
intelectuales se despegan del resto de la sociedad para consti-
tuirse en clase separada con aspiraciones regentes; Inman Fox
insistia en su estudio (0.c., p. 35) sobre este extremo:
182
Asf vemos que no sélo debemos a los jvenes de 1898 la penetra-
cién en la lengua castellana del término «intelectual», sino tam-
bién que fue la primera generacién espafiola que tenia una con-
ciencia clara de su papel rector en la vanguardia politica y social.Los «intelectuales», que utilizan la raz6n, de los que Ortega
dir que hacen oficio de inteligencia, y los «cordiales» (de cor,
cordis: coraz6n), que ponen en su vida la pasién por delante. A
menudo encontramos en Unamuno rechazos de la cotidiani-
dad,” aunque otras veces la reivindicaba, pero en estos ‘iltimos
casos cafa de Ileno en la categoria de «objeto de laboratorio».
Yendo a los Iimites, como le era propio, en En el museo del
Prado (1919), meditaba sobre un personaje de Velazquez con el
que tipificaba al «tonto del pueblo»; ese texto puede servir como
ejemplo perfecto del tipo de reclamo que Unamuno hacia al
pensamiento cotidiano: objeto de investigacién para el intelec-
tual, del cual recibe, al mismo tiempo, su arrogante desprecio.
Cotejando el bobo de Coria retratado por Velézquez* con el
retrato de Carlos II de Carrefio,® alababa al tonto precisamente
porque extremaba lo mas caracteristico del pensamiento popu-
Jar, diluyendo la existencia en un todo unitario, en una balsa en
la que se yuxtaponfan los distintos elementos de la vida sin so-
Jucién de continuidad, comparando esa actitud con la de Calde-
r6n de la Barca para, a renglén seguido, sefialar que ese tipo de
inteligencia, propia del pueblo, «es incompatible con el Trono»,
con el poder.!" E] comentario sobre «el bobo de Coria» era una
97, Pueden ser ejemplificados por el siguiente (19146): «Me invitan a ir al teatro a
verla representacién de tipos vulgares y cotidianos, de aquellos con quienes rozamos a
‘diario, y para persuadirme me dicen que estén fielmente tomados del natural y muy
bien cbservados. ¥ contesto: «Yo no voy al teatro a very oi lo que a diario puedo ver y
ofr en la calle, en Ia plaza o en el café, y los que en la vida no me interesan, menos me
Snteresan en el tablado, Si me dijeran que habfan resucitado y andaban por el mundo
Hamlet o el rey Lear o lady Macbeth o Segismundo o Sancho 0 Don Lucas del Cigarral
o siquiera Don Juan Tenorio, irfa.a verlos y conocerlos; gpero Perico el de los palotes 0
‘Ambrosio el de la carabina? De ninguna manera>.
'98, Unamuno se referfa sin duda al retrato del bufén D. Juan de Calabazas que se
halla en el Museo del Prado —él.lz., 106 x 83— (otro retrato velazquefio del mismo
bufén hay en el Cleveland Museum of Art, 6l/iz., 175 x 107 cm). Julién Gallego (1990,
1-322) explica la confusién del nombre: «El remoguete de Bobo de Coria se debe aun
ecror que aparece escrito, por vez primera, en el inventario de 1764 del Palacio Nuevo
Ge Madrid. Su nombre oficial era D. Juan de Calabazas, aunque es dudoso que levara
ese apellido realmente, como los suyos Morra 0 Acedo».
‘99, Juan Carrefio de Miranda, Carlos IT, 1673, éleo sobre lienzo, 75 x 60 cm, Ma-
rid, museo del Prado. Carrefio retraté numerosas veces a Carlos Il. En el Prado hay
dios réplicas del monarca en pie (6l/lz., 201 x 141 cm); el prototipo parece ser el del
museo de Asturias, de 1671; el del museo de Berlin es de 1673.
100. «Pasad ala sala de Velazquez, el padre espiritual de Carrefio, y deteneos ante
el setrato del bobo de Coria. Este es el tonto del pueblo, el tradicional ¢ inevitable
tonto del pueblo: un hombre feliz. Su idiotez popular irradia alegria de vivir, descuido
y contento, Este enorme fildsofo que es el Bobo de Coria nada dice ni comprendealusién indirecta a esa contradiccién entre los pensamientos
«vulgar e «intelectual»; las cualificaciones que definen el pen-
samiento cotidiano le servian a Unamuno para distinguir el del
tonto: «Su idiotez popular irradia alegria de vivir, descuido y
contento»; «como no comprende nada, se rfe de todo». El escri-
tor vasco destacaba el tipo de sabiduria del tonto como deses-
tructuradora de la imagen de lo real aceptada por la racionali-
dad, explicaba su concepcién del mundo como una suma de
agregados en la que las ideas y las cosas, los suefios y las de-
mis experiencias, no se articulan ni establecen jerarquia («por-
que para él todo era uno»). Es sin duda una caricatura, una
exageracién de las tendencias del pensamiento cotidiano; pero
se trataba exactamente de ellas: una visién que tiende a sinte-
tizar, a escapar del permanenite andlisis, que huye de Ja divi-
sién de lo real en partes y partes de partes. La «filosoffa ingenua
e inmediata, intuitiva» la situaba Unamuno en oposicién a la
«filosofia reflexiva o mediata, especulativa». Precisamente por-
que esa filosofia suya «no pasa de ser ingenua e inmediata»...
«es bobo».101
José Martinez Ruiz encarna como nadie el prototipo de inte-
lectual. Sin embargo, su inirinseca vacilacién lo levé no sélo.a
tratar muy a menudo de la vida cotidiana —que entra también
aqui, como en Unamuno, en la categorfa de «objeto de labora-
nada; pero justamente por eso de no comprender nada se rie de todo. Si su filosofia
ingenuia o inmediata, intuitiva, pudiese transformarse en filosofia reflexiva o mediata,
especulativa, nos diria con santa Teresa: “|Sélo Dios basta!”. Entendiendo por Dios,
jelaro estat, la vida plena y entera. Pero la filosofia del Bobo de Coria no pasa de ser
ingenua e inmediata. Y por eso es bobo. Para él filosofar es estar riéndose. Ante él
recuerdo la profunda sentencia de Zuloaga ante el Botero de Segovia: “Qué filésofo!
iNo dice nada”. / Pero levad la idiotez desde el arroyo de la calle al Trono, hacedla, de
popular que era, regia. Y desaparece la alegria al estallar la tragedia. (...] Al Bobo de
Coria se le ocurria pensar que la vida es suefio, porque para él todo era uno, y el que
dice que la vida es suefio distingue entre una y otro. Para el Bobo de Coria todo era
uno yo mismo, y todo lo real, ideal, y todo lo ideal, real. Era, no me cabe duda de ello,
un prehegeliano inconsciente, ingenuo, inmediato.»
101. No deja de ser curioso cémo en el prélogo de 1902 a Amor y pedagogia, en el
que hacfa que su supuesto autor pareciera criticar al autor de la novela, es decir,
organizaba una especie de broma consigo mismo, con un tono que antecedfa al que
usaria en el prélogo de Nizbla, deca socarronamente de si mismo (pp. 48-49): «Ant6ja-
senos que por debajo de todas las bufonadas y chocarrerfas, no siempre del mejor
gusto, se delata el culto que, mal que le pese, rinde a la ciencia y a la pedagogfa el
autor de esta obra. Si de tal modo se revuelve contra el intelectualismo es porque lo
padece como pocos espafioles puedan padecerlo, Llegamos a sospechar que, empefia-
do en corregirse, se burla de sf mismo»,
185torio»— sino incluso a reivindicar el valor de esta cotidianidad
y hasta quejarse de la propia condici6n de intelectual.'°? Existe
en Azorin una tensién dentro mismo de su escritura, por un
lado clara y concisa, de facil comprensién, pero por otro lado
poseedora de la tranquilidad de la meditacion de fondo, inten-
tando evitar la redundancia, manifestando un gusto escogido y
exquisito, constantemente preocupado por el vocabulario y el
fraseo, lo que establecfa una distancia implicita entre su prosa y
Jos «gustos vulgares». Y, como si se lamentara del alejamiento
del vulgo, le invadia una extrema afici6n a hallar Ia belleza en la
misma cotidianidad. En uno de sus articulos, «Curso abreviado
de pequefia filosofian, de 1904, todo él penetrado de una pro-
funda ironfa en cada frase, en el mismo hilyanado ligero de los
diminutos acontecimientos narrados, hasta en el propio titulo y
el eslogan del «pequefio filésofo» («Yo soy un hombre que dice:
““Viva la bagatela!”»), con el que el articulo, simétricamente,
empezaba y terminaba; articulo en cuyo centro abandonaba el
tono de ligereza para abordar una de sus reivindicaciones pre-
dilectas, Ja necesidad de organizar regadios para salvar a Espa-
102. Asf, por ejemplo, en «Confesiones de un Autor» (1904, pp. 75-78): «"La vida
merece siempre ser vivida, y todo consiste en tener la sensibilidad correspondiente
w dice William James en su maravilloso libro Los ideales de la vida— muchos de
nosotros, pertenecientes a las clases que a si mismas se aman cultas, nos hemos
alejado demasiado de la Naturaleza. Nos hemos dedicado a buscar exclusivamente lo
aro, lo escogido, lo exquisito, y desdefiarlo ordinario. Estamos llenos de concepciones
abstractas y nos perdemos entre las frases y la palabrerfa; y asf es que mientras cultiva-
mos esas funciones més elevadas, la peculiar fuente de la alegria, que se halla en
nuestras funciones ms simples, muy a menudo se seca, de modo que quedamos
cciegos e insensibles en presencia de los bienes mds elementales y de las venturas més
generales de la vida.” {Por qué tratais vosotros, hombres superiores, con un desvio
benévolo, compasivo, a D. Pedro, aD. Juan, a D. Fernando, a D. Rafael, a todos los que
viven en estos pequetios pueblos? ¢Por qué escuchdis sonriendo, con una sonrisa inte-
Hor, mayestética, lo que os dicen dofia Isabel, dofia Juana, dofia Margarita, dofia
Asuncién y dofia Amalia? Todo tiene su valor estético y psicolégico; los conciertos
‘diminutos de las cosas son tan interesantes para el psicélogo y para el artista como las
grandes sintesis universales. Hay ya una nueva belleza, un nuevo arte en lo pequeto,
en los detalles insignificantes, en lo ordinario, en lo prosaico; los t6picos abstractos y
épicos que hasta ahora los poetas han llevado y trafdo ya no nos dicen nada; ya no se
puede hablar con enfiticas generalidades del campo, dela Naturaleza, del amor, de los
Hombres; necesitamos hechos microscdpicos que sean reveladores de Ja vida y que,
ensamblados arménicamente, con simplicidad, con claridad, nos muestren Ia fuerza
misteriosa del Universo, esta fuerza etema, profunda, que se halla lo mismo en Jas
populosas ciudades y en las Asambleas donde se deciden los destinos de los pueblos
que en las ciudades oscuras y en. Jas tertulias de un Casino modesto, donde D. Joaquin
‘nos cuenta su prosaico paseo de esta tardes.
186fia; en medio de ese delicioso escrito, introducia el siguiente
parrafo, verdadera metdfora de la dicotomfa «intelectual versus
vulgar» en Ja que al lector le resulta dificil darse cuenta de a
favor de quién se inclina la balanza:
L..]yo almuerzo prosaicamente; mi bistec es el mismo que acaso
devora mi vecino —que no es filésofo—, y el agradable rioja que
bebo es el mismo que puede beber cualquier hombre vulgar.
¢Para qué esforzarnos en sacar hondas filosofias de estas cosas
insignificantes, que no la tienen?!
‘Vemos pues cémo Maeztu, Unamuno y Azorin establecfan
claramente esa divisién de los intelectuales y el resto de la pobla-
cién, lo que a partir de ellos y, sobre todo, tras la labor sintetiza-
dora de Ortega y Gasset, se convertirfa en moneda corriente. No
dej6 de sumarse Pfo Baroja a esa posicién y ya hemos visto
cémo, en sus miltiples criticas hacia Blasco Tbafiez, la «vulgari-
dad» de su prosa era el elemento central, quejandose de que el
valenciano tuviese «las opiniones de todo el mundo, los gustos
de todo el mundo».!%" Y, por lo demés, también es sencillo com-
probar cémo Valle-Inclan participaba plenamente de esos crite-
rios que hacfan del gran puiblico un motivo de desprecio.!Efec-
103. Sin duda hay que anotar que esta parece ser la peculiar interpretacién de
Azorin de la posicién manifestada por Taine en su Philosophie de Vart: «l'état des
‘moeurs, de esprit est le méme pour le public que pour les artistes».
104, Desde la tiltima vuelta del camino I. Memorias (edicién de José Carlos Mainer,
Barcelona, Circulo de Lectores, 1997, p. 800): «Blasco Ibdfiez, evidentemente, es un
‘buen novelista; sabe componer, escribe cl ero, para mi, es aburrido; es un conjun-
to de perfecciones vulgares y mostrencas, que a mf me ahoga. Tiene las opiniones de
todo el mundo, los gustos de todo el mundo. Yo, a la larga, no le puedo soportars.
105, Puede observarse su sarcasmo, por ejemplo, cuando personalizé en las costu-
eras ese gusto popular al que despreciaba, mencionado aqui con objeto de criticar al
pintor Cecilio Pla («Las hijas del Cid», 1908): «cada vez nos cuentan un cuento distin
to: ayer era todavia: —Hay que pegarse al natural, nada como el natural. —Hoy ha
cambiado Ia vieja monserga y nos cecean esta otra tendencia: —La pintura no es un.
remedo muerto de la realidad; la pintura, como todo arte, debe hacer sentir. —Y aqui
cabe preguntar: sentir a quién? Porque es cosa indudable que a todas las costureras
Jes hace derramar légrimas los cuadros de Cecilio Pla. Yo s¢ de muchos corazones que
se estremecen delicadamente ante esas vagas y poéticas exclamaciones: jLazo de
‘unin! ;Vendrét... {Entre rosas! {El canario de la guardillal... El gato de la abuelital... Y
tantas y tan delicadas frases, que en otro tiempo hubiesen merecido todas las alaban-
zas de la difunta mamé politica del Sr. Luca de Tena. Estas estampas de novela por
entregas, con Ja letra al pie, tienen tantos admiradores como la ciencia de cierto pobre
tontiloco que anda por el mundo tocando el parche para que los nifios se fijen en su
sabidurfa arlequinesca y le aclamen como polfgrafo>.
187tivamente, Ortega se encargé de sistematizar las ideas surgidas
de los escritores noventayochistas en el interior de un conjunto
de razonamientos relativamente estructurado, argumentandolas
con coherencia interna. Pero hizo también otra cosa: definir con
bastante claridad el gusto popular para oponerlo al de los «hom-
bres egregios». Ya no le result6 tan sencillo aclarar cuél era el de
estos tiltimos, aunque en sus escritos dejaba aparecer una oposi-
cién que podria dar la pista: practicamente vindicaba una espe-
cie de «goce racional», una relacién intelectual y no sensorial
ante los fenémenos estéticos. Asi, escribid en La deshumaniza-
cién del arte (0.c., pp. 356-357):
¢A.qué llama la mayoria de la gente goce estético? ¢Qué acontece
én su 4nimo cuando una obra de arte, por ejemplo, una produc-
cién teatral, le «gusta»? La respuesta no ofrece duda; a Ja gente le
gusta un drama cuando ha conseguido interesarse en los desti-
nos humanos que le son propuestos. Los amores, los odios, pe-
nas, alegrias de los personajes conmueven su coraz6n: tora par-
te en ellos como si fuesen casos reales de la vida. Y dice que es
«buena» la obra cuando ésta consigue producir la cantidad de
jlusién necesaria para que los personajes imaginarios valgan
como personas vivientes. En la lirica buscar amores y dolores
del hombre que palpita bajo el poeta. En pintura sélo le atraerén
Jos cuadros donde encuentre figuras de varones y hembras con
quienes, en algtin sentido, fuera interesante vivir. Un cuadro de
paisaje le pareceré (Oleza, 1998, p. 54). Sobre el periodismo de Blasco Ibafiex puede
191cultural en el empefio de aumentar la cultura media de los lecto-
res, familiarizando entre la gente valenciana nombres de escri-
tores cuyas novelas eran publicadas, a manera de folletin, en el
mismo diario.!!2 Blasco no podfa concebir la literatura como
algo destinado a una minoria selecta (Carta a Cejador, 0.c.):
Yo me enorgullezco de ser un escritor lo menos literato posible;
quiero decir lo menos profesional. Aborrezco a los que hablan a
todas horas de su profesi6n y se juntan siempre con colegas, y no
pueden vivir sin ellos, tal vez porque sustentan su vida mordién-
doles.
Tampoco era dado al discurso teérico, considerandolo fuera
de su Ambito profesional y, en particular, negandose a especula-
cién ninguna sobre su propia obra. Existen, sin duda, las nota-
bles excepciones de sus conferencias en Buenos Aires, los Estu-
dios literarios, 0 los discursos de respuesta a distinciones de en-
tidades diversas, como cuando lo hicieron doctor honoris causa
en la Universidad George Washington, o bien la propia carta a
Cejador, en la que, no obstante, declaraba:
Usted, que conoce mi obra, querido Cejador, habra notado que
nunca quise conversar con el piiblico, como hacen otros, por
medio de prélogos, manifiestos literarios y libros de estética,
para decir cual es mi pensamiento sobre la novela, cudles son
mis innovaciones, etc., etc. No, ilustre amigo; siempre tuve ho-
rror a esto, y si le escribo las presentes Ifneas al correr de la
pluma, es como si sostuviese una conversacién con usted.
Presumié siempre del gran ntimero de sus lectores, conci-
‘biendo la escritura estrictamente en funcién suya. Si considera-
mos la separacién que hacfa Unamuno entre «intelectuales» y
«cordiales», Blasco se colocaba decididamente en el segundo
grupo (Carta a Cejador, o.c.):
consultarse el interesante trabajo de Antonio Laguna eVicente Blasco Ibéiiez, periodis-
ta del pueblos (Laguna, 1997).
112. Es muy conocida la anécdota —que en sus memorias recordaba Pio Baroja—
de que a Zola —tras haber leido las mil y una noticias a su propésito en El pueblo,
haber conocido sus novelas, haber participado en la recogida de firmas para apoyar su
postura en el caffaire Dreyfus»— se lo conocia en los ambientes republicanos valencia-
nos como «don Emilio»,
192Yo, querido Cejador, no creo que las novelas se hacen con la
raz6n, con Ja inteligencia. La raz6n y la inteligencia intervienen
en la obra artistica como directores y ordenadores. Tal vez ni
siquiera dirigen ni ordenan, manteniéndose al margen del traba-
jo como simples consejeros. El constructor verdadero y tinico es
el instinto, el subconsciente, las fuerzas misteriosas e invisibles
que el vulgo rotula con el titulo de «inspiracién». Un artista ver-
dadero hace las mejores cosas porque si, porque no puede hacer-
Jas de otra manera.
Y al igual que escribia «con el coraz6n», situaba en el mis-
mo lugar el sentimiento del lector, reclamando precisamente
aquello con que Ortega lo diferenciarfa de «los hombres egre-
gios» (ibidem):
La critica ya se encargaré de desentrafiar sus intenciones, y sila
critica es ciega y torpe, el ptiblico, el gran pubblico, con su instinto
de muchedumbre, sabré sentir (aunque no lo vea) lo que existe
dentro de su obra.
Con una concepcién que podemos considerar plenamente
actual, su punto de vista respecto al goce del lector era el contra-
rio a esa especie de «actitud racional» ante la obra de arte con
que Ortega y Gasset diferenciaba a los intelectuales (ibidem):
La critica habla a la raz6n y la obra de arte habla al sentimiento,
a todo Jo que en nosotros forma el mundo de lo inconsciente, el
mundo de la sensibilidad, el mundo mds extenso y misterioso
que llevamos en nosotros, pues nadie conoce sus limites ni remo-
tamente, mientras que la razén es limitada.
Recordemos cémo en el discurso que pronuncié al recibir el
grado de doctor honoris causa de la Universidad George Wash-
ington (febrero de 1920) situaba precisamente la novela en el
interior de esa vida cotidiana, igualandola «con las més vulga-
res necesidades materiales». Le atribufa, ademés, el cometido
de chermosear la vida y ahuyentar el tedio»,''3 ¢ identificaba el
113. Coincidfa aqui Blasco Ibdfiez con Ja preciosa definicién que Stendhal dio de
Ia belleza, cuando la llamé Une promesse de bonheur, idea que retomé Rémy de Gour-
mont, para decir que «L’idée de beauté n‘est pas une idée pure; elle est intimement
unie a lidée de plaisir chamnel» (Culture des idées, p. 202),
193lugar del novelista con el del narrador oral, con la madre que
cuenta un cuento al nifio para que se duerma. En la carta a
Cejador describi6 con plena claridad, al hablar de si mismo, su
concepcién de la escritura como una emanacién de la vida ge-
neral del escritor, rechazando la profesionalizacién y situdndo-
se absolutamente en el polo opuesto al del «intelectual» noven-
tayochista y orteguiano:
‘Yo soy un hombre que vive y, ademas, cuando le queda tiempo
para ello, escribe, por una necesidad imperiosa de su cerebro,
Siendo asf, creo proseguir la tradicion espafiola, noble y varonil,
Los mejores genios literarios de nuestra raza fueron hombres,
hombres verdaderos, en el mas amplio sentido de la palabra;
fueron soldados, grandes viajeros, corrieron aventuras fuera de
Espafia, sufrieron cautividades y miserias... y, ademés, escribie-
ron, Cuando tuvieron que refiir a brazo partido con la vida,
abandonaron la pluma, considerando incompatible la produc-
cién literaria con las exigencias de la accién. Acuérdese que
nuestro don Miguel [Cervantes] estuvo una vez ocho afios sin
escribir. As{ se conoce la vida, creo yo, mejor que pasando la
existencia en los cafés, viéndolo todo a través de los libros 0 de
las conversaciones, encontrindose siempre los mismos interlo-
cutores, momificando el pensamiento con idénticas afirmacio-
nes, nutriéndose de los propios jugos, sin ver otros horizontes,
sin moverse de la orilla junto a la cual se desliza la corriente de la
humanidad activa.
La critica al tipo de «intelectual» es evidente: «nutriéndose
de los propios jugos, sin ver otros horizontes», colocandose «en
Ja orilla», margindndose del cauce por el que «se desliza la co-
rriente de la humanidad activa». Recordemos, para terminar,
cémo en La voluntad de vivir, dentro de ese esquema dialégico
tan cervantino que ocupa una parte sustancial del relato, hizo a
Enrique Valdivia responder con sorna a su discipulo Norefia
cuando éste reducia la voluptuosidad de Ja vida a leer e investi-
gar, reprochando la segregacién entre el intelectual y el hombre
vulgar:
—Juanito, no seas tonto: la vida es hermosa por s{ misma, y
tanto o mds que nosotros la aman los que no estudian ni jamés
inventarén nada.
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