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Tres treguas en navidad.

EL ASEDIO DE HAARLEM 1572-1573 (GUERREROS Y BATALLAS, 79)


CARLOS CARNICER

Qué onda Guerreros! Sean bienvenidos a Zona de guerra, yo soy El Maestre y aquí,
les contaré a ustedes y a mis amigos invitados, una historia sobre los héroes, las
batallas, las estrategias y las decisiones que han manchado con sangre la historia
de la humanidad.

Y hoy es nuestro segundo especial.

La Historia de la Humanidad está surcada por momentos extraordinariamente


cruentos, entre los que es difícil discernir cuál de ellos se lleva la medalla a la
máxima fiereza. Sin embargo, así como la crueldad y la barbarie pueden ser
consideradas “naturaleza humana” al mismo tiempo la amabilidad, la empatía y el
deseo de paz son parte de la dualidad indiscutible de las personas. A veces, el ser
humano tiene salidas inesperadas a situaciones desesperadas. Pequeños resortes
que aplican la chispa adecuada en el corazón y lo vuelven más amable, solidario o
generoso. O simplemente menos desalmado de lo que suele ser. Así que hoy, les
contaré la historia de tres treguas en navidad.

El asedio de Haarlem tuvo lugar entre diciembre de 1572 y julio de 1573 en el marco
de la guerra de los Ochenta Años. Fue llevado a cabo por Don Fadrique, hijo del
tercer duque de Alba, gobernador de los Países Bajos y comandante del ejército
español.
Tras establecerse el asedio, ya el día 18 de diciembre se ha situado la primera
batería de cañones y, precipitadamente, el día 20 se da el primer asalto al revellín
que fracasa y que obliga a don Fadrique a establecer un asedio en toda regla.
Sin embargo, según Héctor J. Castro, el ejército español y el orangista firmaron una
tregua de dos días que se cumplió a rajatabla, para el 24 y el 25 de diciembre.
Incluso sitiados y sitiadores montaron un improvisado mercado en el que
intercambiaron toda clase de cosas, remojándolo todo con cerveza y vino; para
luego, volver con la misma naturalidad a intercambiarse cañonazos, mandobles y
estocadas en las brechas de las murallas.
La batalla de Stalingrado ha alcanzado una de las mayores cuotas de espanto por
su implacable dureza, por el prolongado martirio que sufrieron sus protagonistas y
por el aterrador añadido de las gélidas temperaturas. Entre junio de 1942 y febrero
de 1943 alemanes y soviéticos mantuvieron una pavorosa confrontación sobre la
que se ha escrito mucho y que ha inspirado incontables historias, películas,
canciones etc. Durante los ocho meses que duró la carnicería murieron cerca de
dos millones de personas entre civiles y soldados.

Ya en los estertores de la operación, en diciembre de 1942, los soldados del Ejército


Soviético acusaron la ausencia de munición y el hambre, como consecuencia del
devastador asedio de las tropas nazis. El invierno fue especialmente duro en aquel
año, y sus efectos causaron estragos en unas filas minadas por el desánimo y las
precarias condiciones. El paisaje se presentaba dantesco ante los ojos, con cuerpos
colgados de los árboles, con animales sacrificados y devorados por soldados
hambrientos y enloquecidos.

En la Nochebuena, el alto mando soviético, consciente de que debía buscar algún


medio de inyectar ánimo a sus soldados, ordenó que un escogido algunos de los
músicos, actores y bailarines más brillantes de la URSS les procurara alivio y alegría
con espectáculos y conciertos en el centro de la ciudad sitiada. Se dispusieron
además unos enormes altavoces al aire libre con el fin de que el consuelo llegara a
todos los rincones de la desolada Stalingrado.

Entre los artistas se encontraba un joven violinista, Mijaíl Goldstein —hermano del
también y aún más famoso violinista Boris Goldstein—, que quedó impactado por el
panorama de destrucción que se le ofrecía, y desde su conmoción tocó con entrega
total para sus camaradas. El violinista apeló a su sensibilidad con canciones
populares rusas, pero a continuación se deslizó hacia un repertorio íntimo y
profundo con el Oratorio de Navidad de Johann Sebastian Bach. A pesar del desafío
que entrañaba interpretar música alemana en las trincheras soviéticas, nadie
protestó. Sólo se instaló el silencio de la devota escucha, agradecida por la mansa
belleza musical floreciendo en medio del horror. Los altavoces llevaron las notas
hasta las trincheras enemigas, como quien manda un emisario en son de paz. De
repente, la hostilidad nazi cesó y cesaron los disparos letales y el fragor insoportable
de la artillería.

En un receso del concierto, una voz se elevó desde el bando alemán y pidió en un
ruso como el mío: «Por favor, toquen algo más de Bach. Nosotros haremos un alto
el fuego».
Durante cerca de dos horas, los soldados de ambos bandos cantaron villancicos de
sus respectivas tierras, se olvidaron en esa fugaz tregua de quiénes eran y para
quién luchaban. Únicamente se oyó la música del violín de Goldstein, que acometió
sin oposición alguna por parte del mando soviético diversas piezas de Bach.

La Tregua de Navidad (en alemán, Weihnachtsfrieden; en francés, Trêve de Noël;


en inglés, Christmas Truce) fue una serie de ceses al fuego no oficiales que se
extendieron a lo largo del Frente Occidental en la Primera Guerra Mundial en la
Navidad de 1914.
La primera guerra mundial fue conocida como la guerra de trincheras, una trinchera
es vilmente un hoyo en la tierra, extendido a través de los campos de batalla para
evitar que te vuelen la cabeza, pero como en todo, el diablo está en los detalles.

Además de estar atento que no te maten, hay cosas en las que normalmente no
pensamos, como el miedo a que los sesos de tus compañeros vuelen hacia ti
después de un cañonazo o una granada, el olor de las letrinas, la cantidad de ratas
que invadían el suelo sangriento y lleno de lodo sobre el que tenías que recostarte,
la cantidad de cigarrillos que se fumaban para sobrellevar las situaciones más
desesperantes, las iniciales de compañeros caídos talladas en la madera. Las
caminatas interminables, la espera constante de ser llamado a tu muerte en una
carga directa, las ampollas en las manos después de cavar todo el día, el frío de las
mañanas de invierno, el famoso pie de trinchera. Y como ecosistema general, toda
guerra es Sufrimiento, crueldad, y muerte.

Dentro de este marco terrorífico, La proximidad de las líneas de trinchera facilitó que
los soldados se saludasen o maldijesen a gritos entre sí. Las treguas entre las
unidades británicas y alemanas comenzaron a principios de noviembre de 1914 a
lo largo de cientos de kilómetros en la frontera entre Bélgica y Francia. Los hombres
intercambiaban noticias o saludos con cada vez más frecuencia. Varios soldados
británicos registraron casos de alemanes preguntando sobre noticias de las ligas de
fútbol, mientras que otras conversaciones podrían ser tan banales como
discusiones sobre el clima o tan lastimeras como mensajes para un amor.

Un fenómeno inusual que creció en intensidad fue la música; en los sectores


pacíficos no era raro que las unidades cantaran por las noches, a veces
deliberadamente con miras a entretener o burlarse suavemente de sus oponentes.
De hecho, los altos mandos que habían prometido que la guerra terminaría para
diciembre, enviaron de parte de la princesa María un regalo de navidad. Los 355mil
soldados británicos que peleaban en el frente recibieron ropa de invierno, cigarrillos,
tarjetas, cartas y regalos, y lo mismo sucede con los alemanes.

Esto se transformó en una actividad más festiva a principios de diciembre, hasta


que la tarde del 24 de diciembre de 1914 las tropas alemanas comenzaron a cantar,
decorar sus trincheras con luces y árboles de navidad, y gritaban por una tregua a
los británicos. Estos no respondieron al inicio, obviamente parecía una táctica
alemana para que bajen la guardia. El primero en reconocer lo que cantaban los
alemanes fue Franz Hunter, era Stille Nicht “Noche de Paz”. En sus propias
palabras: “Nuestros chicos dijeron: Vamos a cantar con ellos” y así lo hicieron. Por
un momento, la noche se preñó de felicidad.

Los altos mandos veían como una amenaza este tipo de desplantes, confraternizar
con el enemigo está a un paso de la traición. es un delito que se paga con un consejo
de guerra y la ejecución.
A pesar de los edictos de amos bandos de “anticonfraternización”, en la mañana del
25 de diciembre, sucedió algo milagroso. Se cuentan relatos en los que nada más
que con abrigos y banderas blancas llegaban soldados alemanes mascullando
palabras en inglés: “We no shoot and no work today (no disparamos ni trabajamos
hoy)”

Leslie Walkington narra de primera mano: “Comenzamos a levantar la cabeza por


encima de la trinchera, bajándola rápidamente por si disparaban, pero no lo hicieron.
Vimos a un soldado alemán en pie, agitando los brazos, y no le disparamos.
Nuestros muchachos dijeron si él puede hacerlo, nosotros también, entonces el
sargento mayor ordenó: agáchense, pero nosotros le contestamos cállese sargento,
es navidad”.

Varios soldados de ambos bandos comenzaron a salir algo temerosos de sus


trincheras, caminando lentamente hacia el enemigo en tierra de nadie, dando pasos
desconfiados, hasta que se vio un primer saludo de manos. Los colores de los
uniformes fueron mezclándose poco a poco. El cuartel general británico está furioso
y ordena a sus oficiales en el frente tomar nombres. Pero muchos oficiales también
formaban parte del encuentro.

De cualquier forma, la tierra de nadie estaba cubierta de restos humanos. Era una
fosa común. La primera tarea conjunta de los ejércitos enemigos fue recuperar los
cuerpos y encontrar un lugar para enterrarlos para descansar en paz. Alemanes
ayudaban a cavar tumbas inglesas y francesas, y viceversa.

Entonces ocurrió que algún iluminado del bando alemán dio una patada a un balón,
como una invitación para zanjar las diferencias con goles. Vinieron las fotografías.
El intercambio de recuerdos. También se celebró una misa en latín. La dureza del
terreno no impidió que las gambetas se impusieran ni que las inhumanas trincheras
sirvieran por unas horas como un centro deportivo. El resultado del encuentro:
ganaron los alemanes 3 a 2.

La historia del partido ha sido reconstruida por pedazos a través de los testimonios
de supervivientes, cartas, algunas pocas fotografías y archivos de periódico. El Daily
Mirror publicó al día siguiente una foto de soldados ingleses posando con los
alemanes. Se sabe que en realidad no hubo un solo partido, sino varios, a lo largo
de un buen trecho del frente occidental.

En todo caso, fueron dos días anormales. Anormales en una guerra que se libró
desde unas trincheras donde las condiciones eran tan inhumanas que el promedio
de vida de los soldados era de seis meses.

Y como todo lo que empieza tiene que terminar, os oficiales de ambos bandos
ordenaron retomar la guerra cuando terminase aquel 25 de diciembre. El 26 de
diciembre, fecha conocida en Inglaterra como el Boxing Day, una festividad
británica, se reanudaron las hostilidades sobre las 11.30pm.

El cabo Henderson relata: “La mañana siguiente, el terreno donde habíamos sido
tan amigos estaba cubierto por sus muertos”. El milagro de navidad había acabado.
Las treguas no eran exclusivas del periodo navideño y reflejaban un estado de
ánimo de "vive y deja vivir", donde la infantería dejaba de comportarse abiertamente
agresiva y a menudo participaban en fraternización a pequeña escala, conversando
o intercambiando cigarrillos. En algunos sectores, hubo ceses al fuego ocasionales
para permitir a los soldados pasar entre líneas y recuperar a compañeros heridos o
muertos, en otros, hubo un acuerdo tácito de no disparar mientras los hombres
descansaban, hacían ejercicio o trabajaban a la vista del enemigo.

Esto, dentro de un marco cubierto de sangre, muerte y desesperanza muestra que


los estratos más bajos de la cadena de comando no son los que se odian, ellos
están ahí para cumplir su trabajo y defender la patria y sus ideales. Tal vez el éxito
de aquella tregua se debió a que en el bando rival no había uncuñado sabelotodo,
la tía antipática ultrareligiosa, el primo de 2 años que se la vive llorando o esa familia
política que quiere quedarse los terrenos de la abuela.

El enemigo no es más que otro ser humano, un hermano, alguien con una vida, una
historia, con personas que lo esperan y lo aman y cuya vida es igualmente valiosa
que la propia. Así que es un buen momento para sacar a la luz deseos de
fraternidad. La lección aquí es que aún en contra de las órdenes de muchos
superiores, los jóvenes hombres que participaron en esa carnicería, decidieron por
ese día, que no eran enemigos, eran humanos, eran sus iguales, en lugar de
soldados en una guerra. Silenciemos las armas de manera definitiva, que ese
duende tierno, hermoso y esquivo del “espíritu navideño”, se quede a vivir entre
nosotros.

Felices fiestas!

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