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El pequeño Michael Jordan sufría en cada una de sus derrotas, pero le apasionaba
el desafío. Era como si cada punzada de frustración lo fortaleciera. Aceptaba lo
que tenia delante y lo respetaba para luego enfrentarlo hasta superarlo.
- Mamá realmente quiero ser más alto – le decía Michael a su madre Dolaine
día tras día.
Una mañana Michael llegó a los pasillos de la High School y observó que se
realizarían unas pruebas para el equipo de básquet.
Comenzaron las pruebas unos días después. Se notaba a distancia que ese
muchacho sabía manejar el balón, pero su tiro era apenas bueno. Su esfuerzo fue
supremo pero su desventaja seguía siendo su estatura.
Dos semanas después se harían públicos los resultados con una hoja pegada a la
pared del gimnasio. El joven Michael fue envuelto en un manojo de nervios junto
a su mejor amigo para leer la decisión final.
Mientras su amigo Leroy gritaba de felicidad al verse en la lista, Michael miraba la
lista una y otra vez, pero no encontró allí su nombre.
El joven Michael se mantuvo en el limbo durante las clases de ese día. Cuando
escuchó la campana de salida se esfumó. Al llegar a su casa se encerró en su
habitación y lloró como nunca.
Cuando su madre llegó del trabajo supo en los ojos de su hijo que algo malo había
sucedido.