La historia de los hombres, amasada con injusticias y violencias y, a la vez, con cariño y respeto, encontró entre los suyos al único capaz de rehacerla: “Esto dice el Señor: Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido a quien prefiero” (Is). Jesucristo, sin voces, promoverá el bien y la justicia desde dentro de la humanidad, como uno más, sin buscar privilegios ni excepciones: “Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así todo lo que Dios quiere” (Mt), le dice a Juan Bautista en el Jordán. El misterio de la vida humana engrandecido por el misterio de la vida divina porque Dios es vida. Es el misterio del Bautismo: Dios quiere salvarnos bajando hasta el fondo de la muerte para que el hombre, incluso el que cayó tan bajo que ya no ve el cielo, encuentre la mano generosa y tendida de Dios para volver a la luz en la que fue creado. Nuestra existencia es un deseo de vida que busca una plenitud, una salvación. Y esta salvación nos la brinda el bautismo. Todo el misterio de Cristo en el mundo se puede resumir en la palabra “bautismo”, que significa “inmersión”: el Hijo de Dios, que comparte desde la eternidad la plenitud de vida con el Padre y el Espíritu Santo se “sumergió” en nuestra debilidad de pecadores para hacernos partícipes de su misma plenitud de vida: se encarnó, nació y creció como nosotros y, ya adulto, dio a conocer su misión mesiánica en un acto público con un “bautismo de conversión” en el río Jordán a manos de Juan como voluntad del Padre, que lo reveló como el que venía a bautizar a la humanidad en el Espíritu Santo para darle la vida eterna, que resucita y sana al ser humano: somos bautizados en la muerte de Cristo para tener su misma vida de resucitado. Este es el misterio que nos envuelve: la fe y la vida eterna es el gran don del bautismo, que nos llena del amor de Dios y de sus dones. Añadamos, como María y José, nuestra adhesión libre y consciente para madurar como hijos de la Iglesia, la familia de Dios.
Parroquia de San Gregorio Ostiense y Ntra. Sra. de Barbaño