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Arturo Bados
Doctor en Psicología y profesor titular de Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológico de la Universidad de
Barcelona. Ha publicado varios libros, capítulos de libros y artículos en revistas científicas, la mayoría sobre
trastornos de ansiedad. Es psicólogo especialista en Psicología Clínica y codirector de la Unidad de Terapia de
Conducta, un servicio de asistencia psicológica de la Facultad de Psicología de la Universidad de Barcelona, donde
trabaja en tareas de investigación, labor clínica y formación de terapeutas.
Facultat de Psicologia
Departament de Personalitat, Avaluació
i Tractament Psicològics
FOBIA SOCIAL
Arturo Bados
25 de enero de 2009
ÍNDICE
NATURALEZA ............................................................................................................................... 2
Situaciones temidas ...................................................................................................................... 3
Sistema somático y autónomo...................................................................................................... 5
Sistema cognitivo ......................................................................................................................... 6
Sistema conductual....................................................................................................................... 8
EDAD DE COMIENZO Y CURSO ................................................................................................ 9
FRECUENCIA............................................................................................................................... 10
PROBLEMAS ASOCIADOS ........................................................................................................ 11
GÉNESIS Y MANTENIMIENTO................................................................................................. 13
Génesis de la fobia social ........................................................................................................... 14
Mantenimiento de la fobia social ............................................................................................... 18
EVALUACIÓN.............................................................................................................................. 22
Entrevista.................................................................................................................................... 22
Cuestionarios y autoinformes..................................................................................................... 24
Cuestionarios generales relacionados con la fobia social ............................................................. 24
Cuestionarios centrados en situaciones sociales determinadas ..................................................... 29
Autoinformes referidos al miedo y actuación justo antes o durante una situación social temida . 31
Cuestionarios de discapacidad ...................................................................................................... 32
Escalas de calificación clínica.................................................................................................... 33
Autorregistro .............................................................................................................................. 33
Observación................................................................................................................................ 34
Observación en situaciones naturales............................................................................................ 35
Observación en situaciones artificiales ......................................................................................... 35
Observación en situaciones simuladas .......................................................................................... 35
Medidas que pueden obtenerse mediante observación ................................................................. 37
Registros psicofisiológicos......................................................................................................... 39
Significación clínico-social ........................................................................................................ 39
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TRATAMIENTO PSICOLÓGICO................................................................................................ 41
Eficacia del tratamiento psicológico .......................................................................................... 42
Tamaño del efecto, significación clínica y mantenimiento de los resultados ............................... 52
Variables predictoras..................................................................................................................... 54
Utilidad clínica del tratamiento psicológico............................................................................... 56
Aspectos generales de la intervención........................................................................................ 60
Exposición en vivo ..................................................................................................................... 63
Exposición simulada .................................................................................................................. 73
Reestructuración cognitiva (terapia cognitivo-conductual) ....................................................... 77
Entrenamiento en habilidades sociales....................................................................................... 88
Programa de mantenimiento....................................................................................................... 89
El empleo de grupos ................................................................................................................... 91
Tratamiento en adolescentes y niños.......................................................................................... 94
TRATAMIENTO MÉDICO .......................................................................................................... 99
Comparación del tratamiento cognitivo-conductual con el farmacológico................................. 101
Combinación del tratamiento cognitivo-conductual y farmacológico ........................................ 102
TABLAS ...................................................................................................................................... 104
REFERENCIAS ........................................................................................................................... 117
NATURALEZA
La fobia social, o trastorno de ansiedad social, se caracteriza por un miedo intenso, persis-
tente y excesivo en respuesta a una o más situaciones sociales o actuaciones delante de otros
en las cuales la persona se ve expuesta a gente desconocida o al posible escrutinio por parte de los
demás. La persona teme ser observada, actuar de un modo que sea humillante o embarazoso o
mostrar síntomas de ansiedad con resultados similares de humillación o embarazo. Las situaciones
sociales o actuaciones en público temidas se evitan o se soportan con una ansiedad o malestar
intensos. La fobia interfiere marcadamente en la vida de la persona o produce un malestar clíni-
camente significativo. Si no fuera así, sólo podríamos hablar de ansiedad social o timidez: males-
tar e inhibición más o menos generalizada en presencia de otras personas, pero con un grado mu-
cho menor de evitación e interferencia que en la fobia social y con un curso menos crónico.
La exposición a las situaciones temidas provoca ansiedad o ataques de pánico. (No se diag-
nostica fobia social cuando el único temor social se refiere a la posibilidad de ser observado en
pleno ataque de pánico, a no ser que este temor esté circunscrito a situaciones únicamente socia-
les.) En los niños la ansiedad puede manifestarse como lloros, berrinches, abrazos, quedarse para-
lizados o retirarse de situaciones sociales con gente desconocida. Las personas reconocen que su
miedo es excesivo o irracional (p.ej., no es irracional el miedo a ser preguntado en clase cuando
uno no sabe la lección), aunque este reconocimiento puede no darse en los niños. Es común la
ansiedad anticipatoria incluso días y semanas antes de afrontar la situación social o actuación en
público temidas.
Los criterios diagnósticos para la fobia social según el DSM-IV de la American Psychiatric
Association (1994) aparecen en la tabla 1. Por otra parte, según la décima versión de la Clasifica-
ción Internacional de Enfermedades (CIE-10) de la Organización Mundial de la Salud (1992), en
la fobia social existe un miedo a ser enjuiciado por otras personas en el seno de un grupo compa-
rativamente pequeño (a diferencia de las multitudes). Puede existir una preocupación a ruborizar-
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se, a temblar o a tener náuseas o necesidad imperiosa de micción y a veces la persona está con-
vencida de que su problema principal es alguno de estos síntomas de la ansiedad. Además, para
establecer un diagnóstico definitivo de fobia social se requieren los siguientes criterios: a) Los
síntomas psicológicos, conductuales o vegetativos son manifestaciones primarias de la ansiedad y
no secundarias a otros síntomas como por ejemplo ideas delirantes u obsesivas. b) Esta ansiedad
se limita a o predomina en situaciones sociales concretas y determinadas. Puede temerse una sola
situación social o casi todas ellas fuera del círculo familiar. c) La situación fóbica es evitada
cuando ello es posible.
En la fobia social, aparte de las situaciones temidas, pueden distinguirse varios niveles o sis-
temas de respuesta: sistema somático y autónomo, sistema cognitivo y sistema conductual. Tanto
las situaciones temidas como los distintos sistemas de respuesta serán expuestos a continuación,
pero conviene tener en cuenta que existe una amplia variabilidad individual entre los fóbicos so-
ciales respecto a qué situaciones temen, qué reacciones presentan, qué creencias mantienen, el
grado en que evitan, etc.
SITUACIONES TEMIDAS
Las situaciones típicas temidas pueden clasificarse de la siguiente manera, aunque conviene
tener en cuenta que el temor a una o más de las situaciones de un grupo no implica necesariamen-
te que se teman las restantes del mismo grupo (Bados, 2001a):
Entre las situaciones temidas por más pacientes se encuentran, en primer lugar, hablar en pú-
blico y actuar delante de otros; luego, participar en encuentros o charlas informales, iniciar y man-
tener conversaciones con gente nueva, ir a fiestas, situaciones que implican asertividad, hablar
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con figuras de autoridad y ser entrevistado. Y entre las temidas por menos pacientes, comer, beber
y escribir en público (Turner, Beidel y Townsley, 1992). Hope y Heimberg (1993) hablan de una
jerarquía de áreas temidas, de modo que si una es temida, es muy probable que también lo sean
las anteriores; las cuatro áreas son: charla/interacción formal, charla/interacción informal, aserción
y observación de la conducta (p.ej., escribir en público).
Se habla de fobia social generalizada cuando los miedos hacen referencia a la mayoría de las
situaciones sociales. Los fóbicos sociales generalizados constituyen el 60-70% de los fóbicos so-
ciales tratados, aunque es posible que representen un porcentaje mucho más bajo de la población
general de fóbicos sociales (p.ej., alrededor del 30% en los estudios de Stein et al., 1999, y Witt-
chen, Stein y Kessler, 1999). En el estudio comunitario de Grant et al. (2005) con 43.093 ameri-
canos, aproximadamente el 93% de los fóbicos sociales localizados temieron 3 o más de 14 situa-
ciones sociales, el 76%, 5 o más y el 43%, 8 o más (fóbicos sociales generalizados).
En comparación a aquellos con fobia social circunscrita, los pacientes con fobia social
generalizada suelen presentar más ansiedad y evitación social, más miedo a la evaluación negati-
va, más déficits de habilidades sociales y un mayor deterioro de sus relaciones sociales, familiares
y laborales. Además se caracterizan por una edad de comienzo más temprana y por un nivel edu-
cativo más bajo, es menos probable que estén casados y tengan un empleo, presentan mayores
síntomas de ansiedad y depresión y más comorbilidad con otros trastornos, puntúan más alto en
neuroticismo y más bajo en extroversión y autoestima, abusan más del alcohol, tienen una historia
parental más frecuente de trastornos mentales y una historia personal más frecuente de timidez
infantil, informan haberse criado con mayor aislamiento social y menor apoyo emocional por par-
te de sus padres, es más probable que hayan buscado tratamiento para su problema, parecen tener
peor pronóstico (aunque los datos son inconsistentes) y es más probable que recaigan (Beidel y
Turner, 1998; Hook y Valentiner, 2002; Lincoln et al., 2005; Wittchen, Stein y Kessler, 1999).
Más allá de la clasificación dicotómica entre fobia social circunscrita y generalizada, Stein, Tor-
grud y Walker (2000) hallaron que el deterioro en la vida personal, social, académica y laboral
aumenta conforme se incrementa el número de miedos sociales.
Por otra parte, los fóbicos a hablar en público presentan una menor ansiedad subjetiva,
pero una mayor respuesta cardíaca ante su situación temida que los fóbicos sociales generali-
zados ante una situación de interacción social. Además, en comparación a los pacientes con fobia
social generalizada, aquellos con fobia social circunscrita presentan menor ansiedad subjetiva,
pero mayor ritmo cardíaco antes y durante situaciones de hablar en público; de hecho, los fóbicos
sociales generalizados no se diferencian de los sujetos control en activación fisiológica; esto pue-
de ser porque experimentan vergüenza y azoramiento, emociones que están asociadas a una re-
ducción de la activación autonómica (Hook y Valentiner, 2002; Hofmann et al., 1995). Las dife-
rencias fisiológicas entre ambos tipo de fobia social podrían indicar que la fobia social circuns-
crita puede ser una reacción emocional condicionada, mientras que la fobia social generalizada
sería el resultado de una larga historia de inadecuación social. O bien, y relacionado con lo que se
acaba de decir, la primera sería una auténtica fobia y la segunda, una variante de un trastorno de
personalidad (el de evitación).
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Las diferencias fisiológicas comentadas, junto con otras que serán mencionadas a continua-
ción, ha llevado a algunos autores a sugerir que ambos tipos de fobia social son cualitativamen-
te diferentes y que la fobia social circunscrita debería considerarse dentro de las fobias específi-
cas (Hook y Valentiner, 2002; Kimbrel, 2008). Otras diferencias congruentes con una distinción
cualitativa entre ambos tipos son que, en comparación a la fobia social circunscrita, en la genera-
lizada: a) las situaciones temidas implican interacción y no sólo ejecución, b) la atención está más
centrada en señales internas que externas, c) aparecen evaluaciones negativas por parte de uno
mismo y no sólo se temen las de los demás, d) hay una menor frecuencia de eventos sociales
traumáticos, e) la edad de inicio es más temprana (<10 vs. 15-16 años), y f) los factores genéticos
y de agregación familiar son más importantes.
Heimberg (1995, citado en Caballo, Andrés y Bas, 1997) ha distinguido tres tipos de fobia
social: circunscrita (una o dos situaciones temidas), no generalizada (varias situaciones temidas) y
generalizada (la persona teme la mayoría de las situaciones sociales). De todos modos, mejor que
dividir la fobia social en dos o tres subtipos sería considerar un continuo en función del número de
situaciones sociales temidas y del grado en que se temen.
Asimismo se ha propuesto que la ansiedad ante los exámenes sea considerada una forma de
fobia social circunscrita si cumple los otros criterios diagnósticos establecidos para esta. También
se ha dicho que el trastorno de mutismo selectivo es probablemente una forma grave de trastorno
de ansiedad social en la infancia. El mutismo selectivo consiste en que, de modo persistente, un
niño no hable en situaciones sociales en la que se espera que hable, a pesar de hablar en otras si-
tuaciones. Las causas no radican en la falta de conocimiento o fluidez del lenguaje requerido ni en
la presencia de otros trastornos como los de comunicación (p.ej., tartamudeo), trastorno generali-
zado del desarrollo o trastorno psicótico. Casi todos los niños con mutismo selectivo cumplen
también los criterios diagnósticos de fobia social y cerca de las tres cuartas partes de los mismos
tienen un familiar de primer grado con historia de fobia social. Otros autores (Olivares, Rosa y
García-López, 2002) han señalado que hay diferencias evolutivas y cognitivas claras entre el mu-
tismo selectivo y la fobia social, por lo que sería mejor considerar al primero como un factor de
vulnerabilidad para la segunda.
Las reacciones corporales más comunes son: taquicardia/palpitaciones, temblor (voz, manos),
sudoración, sonrojamiento, tensión muscular, malestar gastrointestinal (p.ej., sensación de vacío
en el estómago, diarrea), boca seca, escalofríos, sensación de opresión en la cabeza o cefalea, difi-
cultad para tragar, náuseas y urgencia urinaria. Otras respuestas mucho menos frecuentes son falta
de respiración, dificultades para respirar y dolor en el pecho. La boca seca, las contracciones
nerviosas y, especialmente, el rubor son reacciones mucho más frecuentes en la fobia social que
en otras fobias. Los fóbicos sociales asignan a los síntomas somáticos una mayor frecuencia e
intensidad que la que observan otras personas en ellos. Hay fóbicos sociales que no presentan
reactividad autónoma a pesar de mostrar reactividad cognitiva.
En comparación a los fóbicos sociales que no presentan ataques de pánico en las situaciones
sociales, aquellos que sí los presentan se caracterizan por un mayor miedo y evitación de las si-
tuaciones sociales, más ansiedad somática, un mayor malestar e interferencia producidos por su
fobia y niveles más altos de susceptibilidad a la ansiedad y desesperanza.
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SISTEMA COGNITIVO
Aparecen dificultades para pensar tales como imposibilidad de recordar cosas importantes,
confusión, dificultad para concentrarse y dificultad para encontrar las palabras. Por otra parte,
existe una tendencia a centrar la atención en sí mismo, concretamente en los síntomas somáticos
y autónomos de ansiedad (especialmente los visibles), en las cogniciones y emociones negativas y
en los propios errores. También puede haber una atención selectiva hacia las reacciones negativas
de los otros. Además, pueden presentarse varios temores básicos, variables según los casos y
ligados muchas veces a normas excesivamente elevadas de comportamiento:
- Temor a sentir mucha ansiedad y pasarlo fatal. Temor a tener un ataque de pánico.
- Temor a no saber comportarse de un modo adecuado o competente (p.ej., miedo a decir
cosas sin sentido o embarazosas, miedo a cometer errores sociales).
- Temor a manifestar síntomas de ansiedad (rubor, sudoración, temblor de manos, voz
temblorosa, bloqueo, vómito, ataque de pánico) que puedan ser vistos por los demás y/o
interferir con la actuación.
- Temor a la crítica y a la evaluación negativa. La persona teme ser vista como ansiosa,
incompetente, rara, inferior, poco interesante, aburrida, poco atractiva o estúpida.
- Temor al rechazo, a ser dejado de lado por los demás como consecuencia de su evalua-
ción negativa.
- Temor a que la evaluación negativa de los otros indique que uno deba tener una visión
negativa de sí mismo.
- Temor a ser observado y a ser el centro de atención. Y esto no sólo por el miedo a la eva-
luación negativa, ya que también hay un miedo a la evaluación positiva (Weeks, Heim-
berg y Rodebaugh, 2008). Esto concuerda con una perspectiva evolutiva según la cual el
propósito de la ansiedad social es evitar desafiar a los miembros dominantes al tiempo
que se permanece dentro de la seguridad del grupo. Un incremento en evaluación positiva
podría llevar a conflictos con otros (competición por la atención social) o a un miedo a no
poder mantener las ganancias logradas.
- Algunos fóbicos sociales temen que sus síntomas de ansiedad hagan sentir mal a los otros
(“le estoy haciendo sentir incómodo”, “les estoy estropeando la fiesta”) o afecten negati-
vamente a la actuación de estos. Rector, Kocovski y Ryder (2006) analizan este tipo de
miedo y ofrecen sugerencias para su evaluación y tratamiento. De todos modos, es plau-
sible pensar que el miedo a hacer sentir mal a los otros dependa del miedo a la evaluación
negativa.
Se ha dicho que el temor a no poder alcanzar las elevadas metas autoimpuestas (miedo a la
autoevaluación negativa) puede ser tan importante como el miedo a la evaluación negativa por
parte de los demás. Esto es cierto en algunos casos, mientras que en otros tanto la ansiedad social
como la fobia social parecen estar más asociadas con el perfeccionismo socialmente prescrito
(normas basadas en la expectativas que se cree tienen los demás y que no tienen por qué coincidir
con las propias) que con el perfeccionismo personal (fijación de normas personales excesiva-
mente elevadas y tendencia a autocriticarse cuando no se alcanzan).
Los temores básicos antes comentados son más fácilmente reconocidos por adultos y adoles-
centes que por los niños pequeños. Los temores más sobresalientes pueden variar según el tipo de
fobia social (y desde luego, según la persona). Por ejemplo, los fóbicos a hablar en público pare-
cen estar más preocupados por no saber desenvolverse de modo competente, mientras que el te-
mor por manifestar ciertos síntomas (temblor, atragantamiento, dificultad para tragar) delante de
otros predomina en los fóbicos a escribir o comer delante de otros (Starcevic et al., 1994). Por otra
parte, los diversos temores mencionados se ponen de manifiesto en una serie de pensamientos
negativos frecuentes que impiden concentrarse en la interacción. Ejemplos típicos pueden ser los
siguientes:
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Voy a hacer el ridículo; quedaré bloqueado y no sabré que decir; me pondré rojo y
los demás pensarán que soy tonto; meteré la pata y se darán cuenta de lo incompetente
que soy; seguro que no les interesa lo que voy a decir; van a pensar que soy un tipo raro;
se darán cuenta de lo nervioso que estoy; no soy capaz de coordinar mis pensamientos;
yo no valgo para esto; lo he hecho fatal, soy un desastre; ¡menuda opinión habrán sacado
de mí!; creerán que soy tonto, se estarán riendo de mí; soy aburrido; ¡qué tonto soy!
Los pensamientos negativos reflejan también una serie de errores y sesgos cognitivos típicos
de los fóbicos sociales (Bados, 2001a):
- Valoración no realista de lo que se espera de uno, lo que puede favorecer las metas
perfeccionistas.
- Sobrestimación del grado en que los otros le observan a uno y se dan cuenta de los sín-
tomas externos de ansiedad.
- Subestimación de las propias capacidades y sobrestimación de la probabilidad de come-
ter errores importantes y fracasar.
- Expectativas no realistas sobre las respuestas de los otros a las manifestaciones de an-
siedad.
- Sobrestimación de la probabilidad e intensidad de la crítica y rechazo.
- Creencia de que uno está actuando mal porque se siente mal y, en general, que los de-
más le perciben a uno tal como uno se percibe y se siente.
- Atención selectiva a los mensajes o reacciones negativos de los demás hacia uno y falta
de atención a las reacciones positivas.
- Interpretaciones sesgadas y negativas de comportamientos de los demás, especialmente
bajo condiciones de ambigüedad; así, percibir crítica y desaprobación donde no las hay o
exagerar su grado de intensidad u ocurrencia.
- Evaluación excesivamente negativa de la propia actuación social (pero no de la de los
otros), exageración de los errores y de la ansiedad y minimización de los logros propios.
- Sobrevaloración de la importancia de la crítica o evaluación negativa por parte de los
demás (p.ej., creer que implica rechazo o que es debida a características negativas de uno
mismo).
- Exageración de la importancia de los errores cometidos. Un error puede llegar a repre-
sentar un daño a la persona como un todo.
- Atribución del fracaso a defectos personales y fallos propios sin considerar otros facto-
res (p.ej., de la situación o de los otros). Atribución de los éxitos a factores externos.
- Asumir que las supuestas opiniones negativas de los otros sobre uno mismo son ciertas
e indican las características personales que uno posee, lo que lleva a una valoración nega-
tiva de sí mismo. Un fóbico social puede creer que si los demás piensan que es raro, debe
de serlo.
- Mayor recuerdo de la información negativa relacionada con sí mismo y con las reaccio-
nes de otros y, quizá, menor recuerdo de la información externa neutral y positiva prove-
nientes ambas de las experiencias sociales previas. Esto parece ser debido a la atención
centrada en sí mismo durante la interacción y a la revisión detallada y sesgada que hace
el fóbico de esta interacción cuando ha acabado. Ahora bien, una vez codificada esta in-
formación sesgada, no parece que antes de una situación social se dé además un recuerdo
selectivo de la información social negativa procedente de situaciones previas. El sesgo
básico está en la codificación de la información, no en su recuperación (Mellings y Al-
den, 2000).
Los errores cognitivos, los temores básicos y el comportamiento de los fóbicos sociales refle-
jan una serie de supuestos cognitivos como los siguientes: “uno debe siempre complacer a los
otros”, “si no hago las cosas perfectamente, nadie querrá contar conmigo”, “si la gente me cono-
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ciera realmente, no les gustaría nada”, “si no le gusto a alguien, es que algo malo pasa conmigo”,
“si me quedo en blanco al hablar, la gente pensará que soy un incompetente”, “no debe defraudar-
se a la otra gente”, “debo caerle bien a todo el mundo”, “debo comportarme siempre adecuada-
mente”, “no se puede decir no (o mostrar desacuerdo) y seguir siendo aceptado”, “crítica significa
rechazo personal”, “soy aburrido”, “todo el mundo tiene más seguridad en sí mismo que yo”, “la
gente siempre se aprovecha de tus debilidades”, “la gente es básicamente crítica y competitiva”,
“no hay que lastimar los sentimientos de la gente y por tanto no hay que criticar a los otros o que-
jarse”, “no se es nada si no se es querido”, “las opiniones de uno no son tan valiosas como las de
los otros”, “diferir de los otros implica ser ofensivo”, “si me pongo rojo, los demás pensarán que
soy raro (lo que significa que lo soy)”, “si se tienen defectos, no se es aceptado”, “si me quedo
solo, seré desgraciado”.
Ha sido común distinguir al menos tres categorías en estos supuestos cognitivos: a) Nor-
mas excesivamente elevadas para uno mismo; p.ej., “lo que diga debe ser siempre interesante”. b)
Creencias condicionales sobre la evaluación por parte de los demás; p.ej., “si doy una opinión
equivocada, se reirán de mí”. c) Creencias incondicionales sobre uno mismo; p.ej., “soy raro”,
“soy poco atractivo”, “soy incompetente”.
SISTEMA CONDUCTUAL
La evitación de las situaciones temidas es frecuente. Sin embargo, muchas veces no se evita
estar en las situaciones sociales, sino participar en las mismas, ser el centro de atención o de
crítica o manifestar síntomas temidos. Esto se consigue mediante conductas de búsqueda de
seguridad o conductas defensivas, las cuales persiguen prevenir o minimizar las supuestas ame-
nazas y reducir la ansiedad (Bados, 2001a):
- En el miedo al rubor: Dejarse barba, darse mucho maquillaje, broncearse, llevar jerseys
de cuello alto, pañuelos de cuello o grandes gafas oscuras, sentarse en sitios poco ilumi-
nados y, al notarse rojo o anticiparlo, echarse el pelo largo por delante, agacharse para
coger algo del bolso, toser para taparse la cara o decir que se tiene que ir al lavabo. En el
miedo a temblar: Mantener las manos en los bolsillos o detrás, no coger cosas delante de
los otros o agarrarlas fuertemente o con las dos manos, beberse una copa rápidamente,
firmar los documentos lo menos visiblemente posible o en casa.
- En el miedo a sudar: Llevar ropa ligera (para no sudar) o absorbente, ponerse al lado de
ventanas abiertas, no probar comidas o bebidas calientes cuando se está con otros, tomar
bebidas frías, mantener los brazos pegados al cuerpo, moverse poco, emplear dosis extra
de desodorante, mantener un pañuelo en las manos o darse talco. En el miedo a desma-
yarse: Tensar los músculos fuertemente y apoyarse contra la pared al sentirse mareado.
Si no se puede evitar una situación o escapar de ella, aparecen reacciones como silencios
largos, tartamudeo, incoherencias, volumen bajo (incluso susurro), voz monótona, muecas facia-
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les, gestos de inquietud, retorcimiento de manos, postura rígida o cerrada, encogimiento postural,
expresión facial pobre, sonrisa o risa inapropiada y contenido poco interesante.
En general, no se han hallado diferencias en situaciones simuladas entre los fóbicos sociales y
personas sin ansiedad social en conductas moleculares (mirada, gestos, voz); sin embargo, los
primeros tienden a ser calificados por jueces como menos habilidosos (Edelmann, 1992). Esto
puede ser debido a un déficit de integración de las distintas conductas (déficit en el estilo general
de comportamiento) o bien a una inhibición de las habilidades sociales existentes a causa de la
ansiedad en las situaciones temidas. También es posible que los fóbicos sociales presenten una
peor actuación en ciertas situaciones sociales solamente, tales como aquellas en las que las reglas
sociales están menos claramente definidas (una fiesta, p.ej.).
das dejan de presentar miedos sociales y el 85-90% dejan de cumplir los criterios del DSM-IV; en
las muestras clínicas estos porcentajes son 33% y 50% respectivamente (Vriends et al., 2007).
Esto sugiere que los fóbicos sociales que buscan tratamiento son un subgrupo más grave de la
población con fobia social. Los predictores de la recuperación no han sido consistentes o han
sido investigados sólo una vez; de todos modos, la ausencia de depresión y un menor estrés pare-
cen facilitar la recuperación.
La fobia social representa el 20-35% de los trastornos fóbicos vistos en la clínica. La ma-
yoría de los pacientes no buscan ayuda y los que lo hacen tardan varios años en decidirse.
FRECUENCIA
Los datos de prevalencia varían ampliamente según una serie de factores: consideración de
los criterios del DSM o de la CIE-10, versión del DSM empleada, instrumentos de evaluación
utilizados, número de situaciones sociales que incluyen, cómo se define el criterio de interferencia
significativa en la vida o malestar acusado por tener la fobia, tener en cuenta estos dos últimos
aspectos o sólo el primero de ellos y país donde se ha realizado el estudio.
Con criterios del DSM-IV y teniendo en cuenta diversos estudios epidemiológicos, los datos
de la prevalencia anual de la fobia social en población adulta son: amplitud: 1,2-6,7%, media:
2,8%, mediana: 2,1%. Y los de prevalencia global (tener el trastorno en algún momento de la
vida): amplitud: 1,9-7,2%, media: 4,2%, mediana: 3,7% (Grant et al., 2005). En un estudio austra-
liano mediante entrevista a 10.641 personas se halló una prevalencia mensual y anual de 1,4% y
2,3% respectivamente (Lampe et al., 2003). En el mayor estudio realizado hasta la fecha, con
43.093 americanos, la prevalencia anual fue 2,8% y la global, 5,0% (Grant et al., 2005). Estos
datos contrastan con los del National Comorbidity Survey Replication, llevado a cabo con 9.282
estadounidenses adultos: la prevalencia anual fue 6,8% y la global, 12,1%. El 29,9% de los casos
fueron graves, el 38,8% moderados y el 31,3%, leves. Se estima que hasta los 75 años un 12,6%
habrá desarrollado el trastorno (Kessler, Berglund et al., 2005; Kessler, Chiu et al., 2005).
Prevalencias más bajas han sido halladas en un estudio realizado en seis países europeos
(entre ellos España) con 21.425 adultos, mediante entrevista y con criterios del DSM-IV (ESE-
MeD/MHEDEA 2000 Investigators, 2004). La prevalencia anual de la fobia social fue 1,2%
(0,9% en varones y 1,4% en mujeres) y la global, 2,4% (1,9% en varones y 2,9% en mujeres).
Fehm et al. (2005) han revisado varios estudios epidemiológicos europeos que han seguido crite-
rios DSM-III-R o DSM-IV y han concluido que la prevalencia anual mediana es del 2% y la glo-
bal del 6,65%. Con criterios CIE-10, Wacker et al. (1992, citado en Jiménez et al., 1999) halla-
ron una prevalencia global del 9,6%. Todos estos datos pueden compararse con el 40-50% de la
población general que se considera a sí misma tímida (Monjas, 2000).
En población adolescente y juvenil (14-24 años) y siguiendo criterios del DSM-IV, Witt-
chen, Stein y Kessler (1999) hallaron una prevalencia global del 7,3% (9,5% en mujeres y 4,9%
en varones); la prevalencia anual fue sólo un poco más baja. Essau, Conradt y Petermann (1999),
siguiendo los criterios del DSM-IV, hallaron sólo una prevalencia global entre adolescentes ale-
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manes del 1,6% (0,5% a los 12-13 años y 2% a los 14-15 y 16-17 años). Olivares (2005) informa
en adolescentes españoles de 14 a 18 años de una prevalencia global del 8,2% (el 3% presentaban
la fobia social en su grado más elevado).
La fobia social se distribuye igualmente entre ambos sexos en muestras clínicas, pero en la
población general, varios estudios han hallado una mayor frecuencia de mujeres entre los fó-
bicos sociales (del 58% al 72%, mujeres; en general, 3 mujeres por cada 2 hombres) (Caballo,
Andrés y Bas, 1997; Grant et al., 2005). Algo similar ocurre con los niños y adolescentes, donde
cerca del 70% de los fóbicos sociales en la población general son de sexo femenino (Sandín,
1997).
A diferencia de otros trastornos fóbicos donde más mujeres que hombres buscan tratamiento,
en la fobia social los porcentajes están igualados. Una posible explicación es que en la sociedad
occidental la timidez es incompatible con el rol sexual tradicional del varón, pero no con el de la
mujer. Se espera que el varón inicie las relaciones y se desenvuelva con seguridad, tenga mayores
aspiraciones en su trabajo y sea más asertivo, por lo que la vida de un hombre con fobia social se
verá más perturbada que la de una mujer. Esto puede facilitar la búsqueda de tratamiento.
Respecto a las diferencias entre varones y mujeres con fobia social, Turk et al. (1998) no
hallaron diferencias en el subtipo de fobia social, tratamiento previo del trastorno o comorbilidad
con otros trastornos de ansiedad, trastornos afectivos o trastorno de personalidad por evitación.
Sin embargo, las mujeres puntuaron o tendieron a puntuar más alto en diversas medidas de fobia
social. No hubo diferencias, en general, en el tipo de situaciones temidas, pero sí en el grado de
miedo suscitado por las mismas. Las mujeres informaron más miedo en 9 de 23 situaciones:
hablar a una figura de autoridad, actuar o dar una charla en público, trabajar mientras se es obser-
vado, entrar en una habitación en la que ya hay gente sentada, ser el centro de atención, hablar en
una reunión, expresar desacuerdo o desaprobación a gente que no se conoce muy bien, presentar
un informe ante un grupo y dar una fiesta; muchas de estas situaciones se encuentran en el mundo
laboral. Los hombres informaron más miedo respecto a orinar en servicios públicos y devolver
artículos a una tienda.
La fobia social no es sólo más frecuente en el sexo femenino, sino también en las personas
de menor nivel socioeconómico. Por otra parte, hay datos, no siempre concordantes, de que la
fobia social es más frecuente en menores de 60 años, en los que viven en zonas rurales y en los
que no están casados. En Estados Unidos, la fobia social es menos frecuente en hispanos, asiáti-
cos y negros que en blancos (Grant et al., 2005). Otro factor que apunta a la importancia de los
factores sociales y culturales es que en un estudio (Vega et al., 1998) la prevalencia global de la
fobia social entre adultos mexicanos que habían emigrado a Estados Unidos fue la mitad de la de
los mexicanos nacidos en dicho país.
PROBLEMAS ASOCIADOS
A la hora de establecer un diagnóstico, la fobia social debe ser distinguida de otros trastornos
(agorafobia, trastorno de ansiedad generalizada, trastorno de ansiedad por separación, trastorno
dismórfico corporal, trastorno de personalidad esquizoide), aunque conviene tener en cuenta que
puede coexistir con ellos y una persona presentar varios diagnósticos, ya sea en un momento dado
(comorbilidad concurrente) o en distintos momentos de su vida (comorbilidad longitudinal o vi-
tal). El tema de los trastornos comórbidos será tratado a continuación, mientras que las cuestiones
de diagnóstico diferencial pueden consultarse en Bados (2001a).
Un 70-80% de los fóbicos sociales identificados en muestras comunitarias (sea la fobia social
Fobia Social - 12
su diagnóstico principal o no) han presentado en el último año trastornos asociados; la comor-
bilidad es también muy alta en muestras clínicas. Los trastornos más frecuentes encontrados en el
estudio comunitario de Grant et al. (2005) fueron trastornos de personalidad (61%; especialmente,
obsesivo-compulsiva, evitativa y paranoide), trastornos de ansiedad (49%; especialmente, fobias
específicas, trastorno de pánico y trastorno de ansiedad generalizada), trastornos afectivos (38%;
especialmente, depresión mayor y trastorno bipolar I), dependencia de nicotina (27%), abu-
so/dependencia del alcohol (13%) y abuso/dependencia de otras drogas (5,5%). Excepto para el
abuso del alcohol, todos estos trastornos fueron más frecuentes que en personas sin fobia social.
La agorafobia, distimia, trastorno por estrés postraumático, trastorno obsesivo-compulsivo y mie-
do a los exámenes también aparecen como trastornos asociados (American Psychiatric Associa-
tion, 1994; Caballo, 1995; Hope, Holt y Heimberg, 1993). Más de la mitad de los niños y ado-
lescentes fóbicos sociales presentan una historia de algún otro trastorno de ansiedad, especialmen-
te, trastorno de ansiedad generalizada, trastorno de ansiedad por separación y fobias específicas.
Muchos niños y adolescentes con fobia social presentan también ansiedad ante los exámenes y
viceversa (Sandín, 1997).
En general, la fobia social suele preceder a la aparición de la mayoría de los problemas aso-
ciados (American Psychiatric Association, 1994; Katzelnick et al., 2001), incluidos los trastornos
depresivos; de hecho, es un factor de riesgo para estos. En cuanto al trastorno de la personali-
dad por evitación –caracterizado por un patrón generalizado de inhibición social, sentimientos de
incompetencia e hipersusceptibilidad a la evaluación negativa–, los diferentes estudios realizados
indican que no parece diferir cualitativamente de la fobia social generalizada, sino que parece ser
una forma más grave de este último trastorno. En este sentido, mientras hay muchos fóbicos so-
ciales generalizados sin trastorno de personalidad por evitación, lo contrario ha sido raro y, de
hecho, uno puede preguntarse cómo puede cumplir una persona los criterios de dicho trastorno de
personalidad sin cumplir al mismo tiempo los de fobia social. Si esta ausencia de diferencia cuali-
tativa se confirma, la clasificación que hace el DSM-IV debería ser revisada. De hecho, en un
estudio realizado con un gran número de pacientes, Ralevski et al. (2005) concluyen que la fobia
social y el trastorno de personalidad por evitación pueden ser conceptualizaciones alternativas del
mismo trastorno. Una discusión de este tema puede verse en Caballo (1995) y Sandín (1997).
Algunos pacientes con fobia social experimentan ira intensa hacia los demás al percibir eva-
luación negativa o cuando los otros esperan que realicen actividades que son ansiógenas para
ellos. En ocasiones, la ira se expresa, pero el fóbico social sabe que la expresión de la ira puede
aumentar el riesgo de evaluación negativa (real o percibida); así pues, la ira genera ansiedad, lo
que puede conducir a la supresión de la ira. Además, estos pacientes caracterizados por ira y hos-
tilidad pueden mostrar dificultades para confiar en los otros. Erwin et al. (2003) emplearon el In-
ventario de Estado-Rasgo de Ira de Spielberger y hallaron que, en comparación a personas sin
trastornos del Eje I del DSM-IV, los fóbicos sociales experimentaron más estado actual de ira y
disposición para experimentar ira, tanto en general, como en las dos subescalas de esta última:
temperamento de ira (propensión a experimentar y expresar ira sin una provocación específica) y
reacción de ira (disposición para experimentar y expresar ira cuando se es criticado o tratado in-
justamente por otros). Con respecto a la expresión de la ira, fue más probable que los fóbicos so-
ciales suprimieran o refrenaran los sentimientos de ira (ira interna). No hubo diferencias en ira
externa (frecuencia con que una persona expresa ira hacia otras personas u objetos del entorno) y
control de ira (frecuencia con que una persona intenta controlar la expresión de su ira).
En otro estudio (Bodinger et al., 2002) se vio que en comparación a personas sin psicopatolo-
gía actual o pasada, los fóbicos sociales presentaron más disfunciones sexuales. En concreto, los
hombres con fobia social informaron de más dificultad para conseguir erecciones durante las rela-
ciones sexuales, orgasmos menos frecuentes y menor satisfacción sexual. También presentaron
con mayor frecuencia pérdida de deseo durante el sexo y eyaculación retardada. Las mujeres con
fobia social informaron de un menor deseo y activación sexual, menos relaciones sexuales y me-
nor satisfacción sexual. También presentaron con mayor frecuencia dolor y pérdida de deseo du-
rante el sexo. Los fóbicos sociales varones tuvieron su primera relación sexual más tarde que los
varones control y un mayor porcentaje utilizó el sexo de pago (42% contra 8%). Las mujeres con
fobia social habían tenido menos compañeros sexuales que las mujeres control.
En cuanto a los niños con fobia social, Beidel et al. (1997, citado en Beidel y Turner, 1998)
encontraron que de 25, el 20% presentaban fobia específica; el 16%, trastorno de ansiedad genera-
lizada; el 8%, depresión; el 16%, trastorno de déficit de atención con hiperactividad; y el 16%
problemas de aprendizaje.
GÉNESIS Y MANTENIMIENTO
Pocos son los datos sólidos existentes acerca de los factores implicados en el origen y mante-
nimiento de la fobia social. Muchos de los datos existentes se basan en estudios realizados con
personas ansiosas sociales más que con fóbicos sociales. Además, en general son retrospectivos y
no permiten extraer conclusiones firmes. Asimismo, todavía falta una gran cantidad de aspectos
por investigar. Lo expuesto a continuación esta basado principalmente en los modelos propuestos
por Clark y Wells (1995), Hofmann (2007), Hudson y Rapee (2000), Neal y Edelmann (2003),
Olivares y Caballo (2003), Rapee y Heimberg (1997), Rapee y Spence (2004) y Wells (1997);
también se consideran los datos revisados por Bados (2001a), Bruch y Cheek (1995), Caballo
(1995), Caballo, Andrés y Bas (1997), Echeburúa (1993b, cap. 3; 1995), Heimberg et al. (1995,
caps. 4-8), Olivares, Rosa y García-López (2004), Otto (1999), Sandín (1997, cap. 9). Finalmente,
Kimbrel (2008) presenta un modelo centrado en la fobia social generalizada que integra una gran
diversidad de factores (genéticos, temperamentales, experiencias sociales, experiencias estresan-
tes, sesgos cognitivos) en el marco de la teoría de sensibilidad al reforzamiento de Gray.
Fobia Social - 14
Existe una serie de factores cuya interacción pueden explicar el surgimiento de la fobia social.
Para empezar, al igual que parecemos estar preparados evolutivamente para temer a ciertos anima-
les (aquellos que pudieron ser peligrosos para nuestros antepasados) y no a otros, también parece
existir una preparación evolutiva para temer las expresiones faciales de ira, crítica y rechazo,
preparación que facilitaría el orden social dentro del grupo al establecer jerarquías de dominancia.
Se ha comprobado que es mucho más fácil condicionar miedo –o, al menos, hacerlo más resisten-
te a la extinción– a las expresiones faciales citadas que a caras felices o neutrales. Este efecto de
condicionamiento se obtiene sólo cuando las caras miran directamente a la persona, lo que indica
la importancia del contacto ocular. Además, una vez condicionadas las respuestas de miedo, estas
son producidas incluso por presentaciones de las expresiones faciales a nivel subliminal; esto in-
dica que no es necesaria una detección consciente de dichas expresiones, sino que las respuestas
de miedo se activan a un nivel simplemente preatencional.
La teoría de la preparación biológica de las fobias tiene una serie de problemas y limita-
ciones. Por ejemplo, si no se especifica claramente cuál es la base biológica de la preparación,
este concepto resulta circular, ya que se infiere de aquello que pretende explicar (selectividad de
las situaciones temidas). Una alternativa es considerar que la selectividad de las situaciones fóbi-
cas puede explicarse, al menos en parte, mediante factores ontogenéticos tales como variables
socio-culturales (connotaciones negativas que tienen ciertos estímulos), experiencias pasadas de
las personas con las situaciones fóbicas y expectativas y creencias sobre covariaciones entre acon-
tecimientos.
Ya sea que ciertas expresiones faciales se teman más fácilmente por preparación biológica,
por prepotencia evolutiva y/o por otros factores, lo cierto es que existe una susceptibilidad en la
especie humana a la crítica y a la desaprobación social y que la mayoría experimentamos ansiedad
social en algún momento, especialmente en la adolescencia. Sin embargo, esta ansiedad social no
es igual de frecuente, intensa y duradera en todos (de hecho, en algunos parece no darse), de mo-
do que para que se desarrolle fobia social, se necesita además, la interacción de ciertos factores
biológicos y psicológicos. Dentro de los primeros, se han propuesto los siguientes:
Los niños con mayor inhibición conductual –sobre un 15-20% de la población in-
fantil– se caracterizan por mayor reserva y timidez ante los desconocidos, mayor miedo
o evitación de situaciones desconocidas, mayor ritmo cardíaco en reposo y mayor dilata-
ción pupilar, tensión muscular y aceleración del ritmo cardíaco en situaciones novedosas
y en condiciones de estrés leve (incluida la respuesta de rubor cuando este estrés es de ti-
po social). Esta mayor activación fisiológica facilitaría el condicionamiento del miedo y,
de hecho, se ha comprobado, incluso en estudios prospectivos, que la inhibición conduc-
tual ante lo desconocido en la infancia es un factor de riesgo para el desarrollo de trastor-
nos de ansiedad en la adolescencia y adultez, especialmente, la fobia social generalizada.
De todos modos, conviene señalar que sólo alrededor de un tercio de los niños con in-
hibición conductual ante lo desconocido siguen presentando signos de ansiedad social
grave en la adolescencia, lo que indica el importante papel jugado por los factores am-
bientales (Kagan y Snidman, 1999).
Los trastornos de ansiedad son más frecuentes en gemelos monocigóticos que dici-
góticos y, en concreto, se ha tendido a hallar una mayor concordancia en fobia social en-
tre los primeros (13-24%) que entre los segundos (10-15%). Por otra parte, la fobia social
es más frecuente entre los familiares de primer grado de los fóbicos sociales generali-
zados (16-24%) que entre los familiares de primer grado de los sujetos normales (3-6%)
(Hettema, Neale y Kendler, 2001); en cambio, no hay diferencias entre estos últimos y
los familiares de los fóbicos sociales circunscritos. La fobia social generalizada y el tras-
torno de personalidad por evitación, pero no la fobia social circunscrita son también más
frecuentes entre los familiares de primer grado de los fóbicos sociales generalizados que
entre los familiares de primer grado de los sujetos normales. Asimismo, en comparación
a grupos control, es más probable que los familiares de los fóbicos sociales presenten fo-
bia social que no otros trastornos como fobia simple, agorafobia o trastorno de ansiedad
generalizada.
Por otra parte, la timidez y la ansiedad social parecen contar con un componente
hereditario, pero no está claro si hay una transmisión genética directa de la fobia social
en particular. Los datos de Kendler, Karkowski y Prescott (1999) con 854 pares de geme-
las indican una heredabilidad total del 50% para la fobia social; el otro 50% vendría ex-
plicado por factores ambientales específicos para cada individuo; los factores ambientales
familiares (compartidos) tendrían poco peso. De todos modos, los grandes porcentajes de
gemelos monocigóticos no concordantes (76-87%) y de familiares de primer grado no
afectados (76-84%) encontrados en estudios con fóbicos sociales muestran la fuerte in-
fluencia de los factores no genéticos. Algunos autores creen que existe simplemente una
transmisión genética de una vulnerabilidad a los trastornos de ansiedad en general. Rapee
y Heimberg (1997) han hipotetizado que puede existir una tendencia general, genética-
mente mediada, a interpretar las situaciones como amenazantes, mientras que factores
ambientales serían los responsables de canalizar este estilo de procesamiento hacia de-
terminadas categorías de situaciones (sociales en este caso).
Los efectos de las experiencias negativas dependen de factores tales como su fre-
cuencia, intensidad, ocurrencia en periodos de estrés y tipo y magnitud de la experiencia
previa (directa o vicaria) con las situaciones potencialmente fóbicas. Una crítica feroz por
parte de un miembro del auditorio no tendrá el mismo efecto en la persona que habla por
primera vez en público que en la que ha hablado ya muchas veces. Otro factor que in-
fluye es el siguiente: si una persona ha tenido una leve experiencia traumática en una si-
tuación social y ha adquirido un cierto miedo, la exposición posterior a un trauma más in-
tenso, aunque no esté relacionado con la misma situación social, puede aumentar el mie-
do al primer tipo de situación. Finalmente, haber padecido altos niveles de estrés hace
que la persona sea más vulnerable a los efectos de futuras experiencias estresantes, in-
cluidas las experiencias sociales negativas.
cia pública de sí mismas vienen mediados por las bajas valoraciones que hace la persona
sobre su apariencia física y su aceptación social para otros. En estos casos, una elevada
conciencia pública de sí mismo está asociada con aspectos como querer causar una im-
presión excelente debido a una gran necesidad de aprobación, infravaloración de los pro-
pios recursos y capacidades, discrepancia percibida entre los logros y lo deseado (con el
temor subsecuente a la evaluación negativa) y tendencia a atribuirse más responsabilidad
por los fallos que por los éxitos.
A continuación, y siguiendo a Bados (2001a), se presenta un modelo general con los distintos
factores que pueden estar implicados en el mantenimiento de la fobia social y que aparece esque-
máticamente representado en la figura 1. De todos modos, conviene tener en cuenta que existen
variaciones individuales en cuanto al tipo y fuerza de los factores implicados; así, los déficits de
habilidades sociales y las metas perfeccionistas pueden estar ausentes o ser más o menos impor-
tantes según los casos.
Para empezar, se piensa que la anticipación más o menos próxima de las situaciones socia-
les temidas (las cuales implican interacción, ser observado o simplemente la posibilidad de que
una de estas dos cosas ocurra) activa una serie de supuestos o creencias previamente establecidas
a través de la interacción de predisposiciones innatas y experiencias previas. En concreto, los fó-
bicos sociales: a) Creen que los otros son inherentemente críticos, es decir, que les evaluarán
negativamente (p.ej., por sus manifestaciones de ansiedad, errores y deficiencias), lo cual se tra-
ducirá en consecuencias negativas como el rechazo. b) Conceden una enorme importancia a cau-
sar una impresión favorable, a ser valorados positivamente por los demás y especialmente a
evitar la desaprobación de los otros. Sin embargo, dado que los fóbicos sociales temen también
la evaluación positiva (Weeks, Heimberg y Rodebaugh, 2008), es posible que a lo que den gran
importancia sea a no llamar la atención. c) Tienen una gran desconfianza en su habilidad para
conseguir lo mucho que creen que esperan los otros en la situación y, si es el caso, las propias
metas excesivamente elevadas; además, dudan de su capacidad de controlar su ansiedad en las
situaciones sociales. d) Pueden creer que las reacciones de los demás percibidas como negativas o
la evaluación negativa indican que se poseen características personales negativas.
El grado de peligro percibido y ansiedad provocado por las distintas situaciones depende,
según los casos, de una serie de dimensiones de las mismas tales como formalidad, estructura (el
que las reglas sociales definidas sean más o menos claras), duración, ocurrencia anticipada o más
o menos improvisada, características de los otros (medida en que se les conoce, nivel socioeco-
nómico, atractivo físico, sexo, edad, educación, nivel de autoridad, estado civil, nivel de experien-
cia en la materia de que se trate), reacciones de los otros, número de personas presentes y probabi-
lidad de contacto futuro. Otras dimensiones importantes a la hora de hablar en público son dispo-
nibilidad o no de notas, estar sentado o de pie, posibilidad de ser preguntado, presencia o no de
Fobia Social - 19
- Aparecer como menos cordial y amable (p.ej., si no se mira a los ojos o se habla poco)
y, por tanto, favorecer respuestas similares por parte de los demás.
- Atraer la atención hacia la propia ansiedad. Es más fácil que los demás se den cuenta
del nerviosismo de uno cuando no mira o que se fijen más en uno cuando se tapa la cara
que cuando se pone rojo.
- Interferir con la actuación. Por ejemplo, a una persona que ensaya mentalmente lo que
dirá a continuación o compruebe lo que acaba de decir le resulta mucho más difícil seguir
la conversación con el otro, lo que, a su vez, le lleva a parecer más distante y menos
amable. Esto puede reducir la probabilidad de que el otro quiera tener contactos futuros.
- Exacerbar los síntomas temidos. Así, un paciente que intenta controlar el temblor ten-
sando los músculos del brazo y agarrando fuertemente los objetos es probable que agrave
el temblor, minimice la libertad de movimientos y fortalezca sus creencias negativas.
Asimismo, a un cliente con miedo a sudar que pega sus brazos contra el cuerpo, le suda-
rán más los sobacos.
- Aumentar la atención selectiva hacia sí mismo y reforzar la imagen negativa que los
fóbicos sociales tienen de sí mismos.
Por otra parte, la evitación de las situaciones hace que sea más difícil afrontarlas la siguien-
te vez, reduce la confianza en uno mismo, fortalece la evitación como estrategia habitual, impide
realizar actividades deseadas y dificulta la resolución del problema.
Si las situaciones temidas no se evitan (p.ej., la motivación inicial para entrar en ellas es
más fuerte que la amenaza percibida) o no se pueden evitar, las expectativas negativas generan
ansiedad (síntomas corporales, afectivos y cognitivos), conductas defensivas y una atención
selectiva hacia los síntomas somáticos y autónomos de ansiedad (especialmente los visibles),
cogniciones y emociones negativas, comportamiento propio erróneo y reacciones negativas de los
otros o interpretadas como negativas; es probable que estas sean atendidas en un primer momento
y evitadas después, o bien evitadas o reducidas ya desde el comienzo no mirando a los otros o
mirándoles mucho menos (Chen et al., 2002). Al mismo tiempo, se dejan de percibir o se minus-
valoran los logros propios y las reacciones positivas o neutrales de los demás. De este modo, la
atención se centra básicamente en uno mismo (especialmente en los síntomas somáticos y au-
tónomos) y en ciertas reacciones de los otros más que en la tarea que se tiene entre manos (dar la
charla, p.ej.), en la interacción o en el compañero y sus reacciones positivas, lo cual dificulta la
actuación social adecuada. Sin embargo, en algunos casos el fuerte deseo de dar una imagen posi-
Fobia Social - 20
tiva puede llevar a los fóbicos sociales a compensar la interferencia intentando, por ejemplo, con-
centrarse en la tarea, emplear autoinstrucciones de calma y de revalorización y/o ver algo más
objetivamente la probabilidad y gravedad de las consecuencias temidas.
Todo el proceso anterior implica una serie de interpretaciones negativas y errores cogniti-
vos. Así, por ejemplo, los errores propios (incluso los pequeños), los síntomas de ansiedad y el
comportarse diferentemente son vistos como signos de ineptitud y fracaso y como prueba de que
se va a producir o se está ya produciendo una mayor o menor evaluación negativa y rechazo por
parte de los demás. De este modo, independientemente de lo adecuada que sea la actuación social,
el fóbico social hace interpretaciones en términos de fracaso en respuesta a señales sutiles y no
atiende a lo que está sucediendo realmente en la situación. Esto puede explicar en parte por qué se
mantiene la ansiedad social a pesar de una actuación social adecuada.
Uno puede preguntarse por qué se mantiene este estilo de procesamiento disfuncional.
Dos posibles razones avanzadas por Clark y Wells (1995) son: a) En la mayoría de las situaciones
sociales hay pocas señales que proporcionen información no ambigua sobre cómo nos ven los
demás. Dado que los fóbicos sociales tienen una mayor necesidad de saber lo que los otros pien-
san de ellos, esto intensificará en ellos un fenómeno que también se da en mucho menor grado en
las personas normales: basar en la percepción de sí mismo el cómo uno cree que le perciben los
otros. b) Muchas de las acciones que pueden hacerse para obtener más información de cómo nos
ven los demás (mayor contacto ocular, preguntar por las reacciones a lo que uno ha dicho o hecho,
dar más información personal) son muy ansiógenas para los fóbicos sociales ya que consideran
que aumentan el riesgo de evaluación negativa. Una posible tercera razón, es que cuando los fóbi-
cos sociales reciben retroalimentación positiva por parte de los demás, tienden a descartarla por
juzgar que les están engañando o siendo demasiado benevolentes.
Fobia Social - 21
Clark y Wells (1995) han señalado que tras una interacción social, la ansiedad se reduce rápi-
damente puesto que ya no hay peligro. Pero muchas veces, debido a la propia naturaleza de las
situaciones sociales, los fóbicos no reciben signos claros de aprobación social; de este modo, no
es raro que revisen la interacción en detalle (procesamiento post-acontecimiento) y presten
particular atención a aquello que procesaron más detalladamente durante la situación: sus sínto-
mas de ansiedad y autopercepciones negativas. En consecuencia, terminan viendo la interacción
como mucho más negativa de lo que realmente fue. Esto, por una parte, ocasiona una sensación
de vergüenza que persiste tras la reducción de la ansiedad; y, por otra, se añade a la lista de fraca-
sos previos, los cuales serán recordados previamente a los eventos sociales subsecuentes, además
de contribuir al mantenimiento de las expectativas negativas. De este modo, previamente a un
evento social tiene lugar un procesamiento anticipatorio en el que los pensamientos se ven do-
minados por el recuerdo de fracasos pasados y por predicciones negativas.
Las consecuencias negativas más frecuentes de la fobia social son peor rendimiento laboral
y académico si el trabajo o los estudios exigen la implicación en situaciones sociales o actuacio-
nes en público, menor probabilidad de graduarse en la universidad y de desempeñar ciertos traba-
jos o puestos laborales, menos contactos sociales, menos amigos, menores probabilidades de esta-
blecer relaciones íntimas y de casarse o permanecer casado (40-50% de solteros, separados o di-
vorciados), menores ingresos y nivel socioeconómico, y abuso/dependencia de sustancias (alco-
hol, ansiolíticos, tabaco). También pueden aparecer conflictos con la pareja respecto a la partici-
pación en actividades sociales y limitación de los contactos sociales de los hijos y preocupación
por ello. Las consecuencias negativas del trastorno son mayores cuando la fobia social es de tipo
generalizado; y son mayores aún si hay asociado un trastorno de personalidad evitativa u otra
Fobia Social - 22
No son raros los estallidos repentinos de cólera, especialmente con las personas más íntimas;
estos estallidos son fruto de la tensión y resentimiento acumulados y de la evaluación negativa
percibida, y hacen que la persona se sienta después ansiosa y culpable. El fóbico social generali-
zado tiende a ser ignorado por los demás, aunque, en ocasiones, algunas personas se aprovechan
de ellos y otras refuerzan sus conductas de sumisión o evitación. Finalmente, los fóbicos sociales
presentan, como grupo, baja autoestima, sentimientos de inferioridad, humor deprimido, ideación
suicida y, si hay comorbilidad, intentos de suicidio y suicidio. De todos modos, otros fóbicos
sociales no tienen una mala opinión de sí mismos, sino que creen que los otros les juzgan nega-
tivamente. Las consecuencias negativas, las cuales son más frecuentes y/o intensas en la fobia
social generalizada en comparación a la circunscrita y también si hay comorbilidad con otros tras-
tornos, pueden conducir a buscar ayuda para reducir o eliminar el problema.
De acuerdo con Wittchen y Beloch (1996, citado en Bobes, 1998), el 47,7% de 65 fóbicos
sociales sin comorbilidad presentaron un deterioro grave o significativo en su calidad de vida,
según el SF-36, en comparación con el 4,5% de los sujetos control. Además, la productividad
laboral durante la semana anterior, según el Reilly Work Productivity and Impairment Question-
naire, fue más baja en el grupo de fobia social: mayor desempleo, horas perdidas de trabajo debi-
do a la ansiedad social y deterioro en el rendimiento laboral. Safren et al. (1997) también hallaron
una menor calidad de vida en los fóbicos sociales en comparación a un grupo normativo. Además,
esta calidad de vida fue menor aún en aquellos con trastorno de personalidad evitativa.
EVALUACIÓN
Las finalidades básicas de la evaluación son: a) Especificar los problemas del paciente y sus
determinantes y repercusiones de cara a formular una hipótesis explicativa y diseñar un programa
de tratamiento adecuado. Hay que examinar no sólo la fobia social, sino también otros posibles
problemas asociados tales como depresión, otros trastornos de ansiedad y abuso/dependencia de
sustancias. b) Valorar los resultados que se van consiguiendo durante la intervención y tras la
misma, de modo que, de ser preciso, puedan introducirse los cambios necesarios. Si se desea, la
información obtenida puede ser empleada también para establecer un diagnóstico formal.
ENTREVISTA
La entrevista es uno de los procedimientos fundamentales a utilizar con los clientes que soli-
Fobia Social - 23
citan ayuda clínica. Sin embargo, conviene tener en cuenta que la situación de entrevista puede
ser muy ansiógena para un fóbico social, el cual puede no acudir o tomar alcohol o tranquili-
zantes para animarse. Durante la entrevista puede darse evitación del contacto visual, rubor, difi-
cultad para expresar ciertas opiniones, etc. Por todo ello, es importante enfatizar más de lo habi-
tual el logro de una buena relación terapéutica, logro que debe predominar sobre la obtención de
información. Aspectos que pueden ayudar son no tener prisa a la hora de hacer preguntas o pedir
respuestas, intervenir si se nota que la persona se siente mal durante un silencio, reducir la proxi-
midad física, adaptar el empleo de otras conductas no verbales (mirada, gestos...) al paciente, y, si
este se siente muy incómodo, cambiar de preguntas abiertas a cerradas o cambiar las preguntas
directas por frases que reflejen (“debe usted pasarlo muy mal cuando...”) o soliciten información
de forma no interrogativa (“me gustaría saber más sobre esto”). Todo esto es más importante al
principio de la terapia, pero no conviene que esta sea “completamente segura”, ya que se impide
así la observación y exploración de los miedos del paciente.
En la entrevista debe obtenerse información sobre los apartados que se mencionan a conti-
nuación. Ejemplos de preguntas para los seis primeros pueden consultarse en Bados (2001a).
Una adaptación de la entrevista anterior para niños y adolescentes es la Entrevista para los
Trastornos de Ansiedad en Niños (ADIS-C) de Silverman et al. (1996, citado en Sandín, 1997).
La Evaluación Psiquiátrica para Niños y Adolescentes de Angold et al. (1995, citado en San-
dín, 1997) permite evaluar todos los trastornos psicopatológicos. Otras entrevistas estructuradas
para niños, que al igual que las dos anteriores incluyen versiones para padres, son comentadas por
Sandín (1997). Caso de emplear algún tipo de entrevista estructurada, se recomienda hacerlo una
vez concluida la entrevista clínica inicial.
CUESTIONARIOS Y AUTOINFORMES
Escala de Miedo a la Evaluación Negativa (Fear of Negative Evaluation Scale, FNE; Wat-
son y Friend, 1969). Consta de 30 ítems, con formato de respuesta verdadero/falso y pretende
medir el componente cognitivo de la ansiedad social. Presenta las siguientes limitaciones: ítems
repetitivos e imprecisos, respuestas dicotómicas, no discriminación entre distintos trastornos de
ansiedad (salvo fóbicos específicos) y evaluación no sólo de aspectos cognitivos, sino también de
ansiedad. Sin embargo, es sensible al cambio terapéutico y parece predecir la mejora a largo pla-
zo. Aunque hay debate respecto a lo aconsejable de su uso, algunos recomiendan su empleo, ya
que el miedo a la evaluación negativa es una característica de la fobia social y una disminución en
su puntuación parece estar asociada con una mejora clínicamente significativa. Sin embargo, por
sus ventajas psicométricas, se recomienda emplear la versión abreviada que se describe a conti-
nuación (Rodebaugh et al., 2004, Weeks et al., 2005). El FNE puede consultarse en Botella, Ba-
ños y Perpiñá (2003), Caballo (2005), Comeche, Díaz y Vallejo (1995) y Echeburúa (1995).
Escala de Malestar y Evitación Social (Social Avoidance and Distress Scale, SAD; Watson
y Friend, 1969) Consta de 28 ítems, con formato de respuesta verdadero/falso. Catorce ítems eva-
lúan el malestar subjetivo en situaciones sociales y otros 14 la evitación o deseo de evitación de
las situaciones sociales. Pueden calcularse tres puntuaciones: total, ansiedad social y evitación
social. Entre sus limitaciones pueden mencionarse ítems repetitivos e imprecisos, respuestas dico-
tómicas y posibilidad de que mida sólo malestar general. Sin embargo, es sensible al cambio tera-
péutico. Esta escala no parece discriminar entre distintos grupos diagnósticos, incluidos los fóbi-
cos sociales (Turner et al., 1987, citado en Taylor y Arnow, 1988). Esta escala ha sido validada en
castellano por Bobes, Badía et al. (1999). Puede consultarse en este artículo y en Bobes, González
et al. (1999), Bobes et al. (2002), Botella, Baños y Perpiñá (2003), Caballo (2005), Comeche,
Díaz y Vallejo (1995) y Echeburúa (1995).
Inventario de Ansiedad y Fobia Social (Social Phobia and Anxiety Inventory, SPAI; Turner,
Beidel, Dancu y Stanley, 1989). Es el cuestionario de fobia social mejor estudiado y tiene exce-
lentes propiedades psicométricas, por lo que resulta muy recomendable. Consta de dos subescalas:
fobia social (32 ítems) y agorafobia (13 ítems). De estos 45 ítems, 21 tienen múltiples subítems,
por lo que el cuestionario tiene realmente 109 ítems. Los ítems valoran en una escala 1-7 la fre-
cuencia con la que la persona se siente ansiosa en diversas situaciones sociales o, en un par de
ellas, escapa o las evita, de modo que en muchas situaciones se distingue si la interacción es con
extraños, figuras de autoridad, personas del sexo opuesto o gente en general. Además, unos pocos
ítems hacen referencia a cogniciones, sensaciones y reacciones conductuales en situaciones socia-
les o al anticipar las mismas. De este modo, este cuestionario es mucho más específico que los
anteriores, especialmente en las situaciones, emplea un formato de respuesta más amplio y es útil
de cara a la planificación del tratamiento. En contrapartida, es largo y algo engorroso de corregir.
Pueden obtenerse tres puntuaciones: fobia social, agorafobia y diferencia entre ambas.
Esta última puntuación permite discriminar mejor entre fobia social y agorafobia cuando se sos-
pecha de la presencia de esta última, pero la primera puntuación parece suficiente para el resto de
los casos. Una puntuación de diferencia de 60 indica posible fobia social, mientras que una de 80
discrimina a los fóbicos sociales de aquellos con otros trastornos de ansiedad. En la subescala de
fobia social se han identificado cinco factores en adultos anglosajones (interacción individual,
síntomas somáticos y cognitivos, interacción grupal, evitación y foco de atención) y cuatro en
adolescentes españoles (interacciones sociales, síntomas cognitivos y somáticos, foco de atención,
evitación/escape). El inventario puede consultarse en Botella, Baños y Perpiñá (2003) y en Eche-
burúa (1995), y en inglés en Heimberg y Becker (2002, cap. 6). Olivares et al. (1999) presentan
datos normativos para adolescentes españoles.
agorafobia (7 ítems); sólo uno de los ítems (el de pensamientos desagradables) presenta subítems.
Los ítems valoran en una escala 1-7 la frecuencia con la que la persona se siente ansiosa en diver-
sas situaciones sociales; además, un ítem hace referencia a los pensamientos tenidos en una situa-
ción social. Pueden obtenerse tres puntuaciones: fobia social, agorafobia y diferencia entre ambas.
Esta última puntuación permite discriminar mejor entre fobia social y agorafobia cuando se sos-
pecha de la presencia de esta última.
García López et al. (2008) han desarrollado también una forma breve del SPAI para ado-
lescentes, el cual tiene 16 ítems y puede ser especialmente útil como medida de cribado.
Inventario de Ansiedad y Fobia Social para Niños (Social Phobia and Anxiety Inventory
for Children, SPAIC; Beidel, Turner y Morris, 1995; Beidel, Turner y Fink, 1996). Pensado para
niños de 8 a 14 años, sus 26 ítems miden síntomas somáticos, conductuales y cognitivos de la
ansiedad y fobia social en diversas situaciones sociales; la escala de respuesta es una escala de
frecuencia que va de 0 a 2. Dieciocho de los ítems requieren respuestas múltiples; por ejemplo,
algunos presentan subítems que permiten evaluar la ansiedad según ciertas características de la
persona con la que se interactúa (iguales conocidos, iguales desconocidos, adulto). Se han identi-
ficado cinco factores: asertividad, conversación general, síntomas físicos y cognitivos, evitación y
actuación o desempeño en público. Una puntuación de 18 a más se considera problemática. Al
igual que el anterior, este es un instrumento que proporciona información clínica útil de cara al
tratamiento. Además, permite diferenciar entre fóbicos sociales y niños con trastornos de externa-
lización (disocial, de oposición, de déficit de atención). En comparación con la Escala de Ansie-
dad Social para Niños - Revisada, el otro cuestionario infantil mejor investigado, el Inventario de
Ansiedad y Fobia Social para Niños evalúa la fobia social y no sólo la ansiedad social, es más
específico y más útil de cara a planificar el tratamiento; en contrapartida, requiere más tiempo.
Existe también un Inventario de Ansiedad y Fobia Social para Adolescentes (Clark et al., 1994).
Escala de Fobia Social (Social Phobia Scale, SPS; Mattick y Clarke, 1998). Sus 20 ítems,
valorados en una escala de intensidad de 0 a 4, intentan evaluar el miedo a ser observado por
otros, en particular al llevar a cabo ciertas actividades: hablar, escribir, firmar, comer, beber o
trabajar en público, usar los lavabos públicos, entrar en una situación donde ya hay gente sentada
y viajar en transportes públicos. Está pensada para ser aplicada conjuntamente con la SIAS (véase
más abajo). Aunque correlaciona altamente con esta, hay pacientes que puntúan alto en una de las
dos escalas, pero no en la otra. Una puntuación de 24 o más indica una ansiedad social grave. Esta
escala y la siguiente pueden consultarse en Bados (2001a) y Caballo (2005) y en inglés en Anto-
ny, Orsillo y Roemer (2001).
Escala de Ansiedad ante la Interacción Social (Social Interaction Anxiety Scale, SIAS;
Mattick y Clarke, 1998). Sus 19 ítems, valorados en una escala de intensidad de 0 a 4, intentan
evaluar la ansiedad experimentada al interactuar con otras personas, lo cual supone ajustar el pro-
pio comportamiento al de los demás. Una puntuación de 34 o más indica una ansiedad social gra-
ve. Un análisis factorial de esta escala (con la versión inicial de 20 ítems que incluía el ítem nú-
mero 5 “me resulta fácil hacer amigos de mi edad”) y la anterior ha puesto de manifiesto dos fac-
tores, uno por escala (Olivares, García López e Hidalgo, 2001), o tres factores (Safren, Turk y
Heimberg, 1998): ansiedad ante la interacción (17 ítems de la presente escala), ser observado por
otros (11 ítems de la escala anterior) y miedo a que los otros noten los síntomas de ansiedad (5
ítems de la anterior escala). Siete ítems cargaron en más de un factor. Es posible que estos tres
factores representen diferentes aspectos de un factor de orden superior: ansiedad social. Por otra
parte, Rodebaugh et al. (2007) han puesto de manifiesto que los ítems inversos de la escala son
problemáticos (parecen más relacionados con extraversión que con ansiedad social) y aconsejan
emplear sólo los ítems directos. La SIAS, aplicada junto con la SPS, no facilita tanta información
como el Inventario de Ansiedad y Fobia Social, pero proporciona puntuaciones separadas de dis-
tintos aspectos de la ansiedad social (miedo al escrutinio, ansiedad ante la interacción). Por ello, el
Fobia Social - 27
uso de ambas escalas de Mattick y Clarke es una buena alternativa al Inventario de Ansiedad y
Fobia Social, pero su empleo conjunto con este último es redundante.
Inventario de Fobia Social (Social Phobia Inventory, SPIN; Connor et al., 2000). Consta de
17 ítems valorados en una escala de intensidad de 0 a 4. Seis de los ítems evalúan miedo a diver-
sas situaciones sociales, siete evalúan evitación de situaciones sociales y cuatro, malestar fisioló-
gico. Puede calcularse una puntuación total y subpuntuaciones de miedo, evitación y malestar
fisiológico, aunque un análisis factorial exploratorio ha identificado 5 factores: miedo y evitación
de hablar con desconocidos y de reuniones sociales, miedo y evitación de la crítica, perturbación
por los síntomas psicofisiológicos, miedo y evitación de las figuras de autoridad, y evitación de
ser el centro de atención y de hablar en público. Una puntuación total de 19 o más es útil para
identificar casos clínicos. El instrumento puede consultarse en Bobes, González et al. (1999) y
Bobes et al. (2002).
A partir del SPIN se ha desarrollado el Mini-SPIN, que consta de los tres ítems (6, 9 y
15) que han mostrado alta sensibilidad y especificidad para el diagnóstico. Una puntuación mayor
o igual a 6 en estos tres ítems detecta trastorno de ansiedad social con una eficiencia del 90%.
Inventario de Fobia Social (Social Phobia Inventory, SoPhI; Moore and Gee, 2003). Preten-
de evaluar a través de 21 ítems la ansiedad social siguiendo los criterios del DSM-IV. En los 10
primeros la persona valora en una escala de frecuencia de 1 a 5 su nivel de respuesta (ansiedad,
evitación, miedo al azoramiento o humillación, interferencia) cuando se encuentra en una situa-
ción social o espera actuar delante de otros. En los últimos 11 ítems valora la frecuencia con que
se siente ansiosa en distintas situaciones sociales. La escala es unifactorial. El instrumento puede
consultarse en la fuente original.
Escala de Creencias y Pensamientos Sociales (Social Thoughts and Beliefs Scale, STABS;
Turner et al., 2003). A través de sus 21 ítems trata de evaluar la presencia de diversas cogniciones
patológicas en personas con fobia social. La persona debe valorar de 1 a 5 en qué medida cada
pensamiento o creencia es característico de ella cuando se encuentra en una situación social o la
anticipa (para la puntuación total se suman todas las respuestas y se resta 21). Se han encontrado
dos factores altamente correlacionados: comparación social (creencias de que los demás son más
competentes) e incompetencia social (creencias de que uno actuará torpemente o aparecerá ansio-
so delante de los demás. Se echa a faltar en el cuestionario más ítems referidos a la anticipación
de consecuencias temidas. El instrumento puede consultarse en la fuente original.
nal.
Índice de Cambio de la Ansiedad Social Sesión por Sesión (Social Anxiety Session Change
Index, SASCI; Hayes et al., 2008). Es un autoinforme de 4 ítems que se administra antes de cada
sesión y en el que el paciente evalúa, en comparación al inicio del tratamiento, cómo se encuentra
en cuatro aspectos: ansiedad social, evitación social, preocupación por decir/hacer cosas embara-
zosas o humillantes o por ser evaluado negativamente e interferencia de la ansiedad social en la
vida laboral/académica y social. Cada ítem es valorado en una escala de siete puntos (1 = mucho
menos que al comienzo del tratamiento, 4 = igual, 7 = mucho más). Es una medida breve, fácil de
administrar y corregir, que permite evaluar los cambios producidos de sesión a sesión (y, por tan-
to, adoptar las medidas oportunas en caso necesario) y que correlaciona de forma moderada o alta
con otras medidas de ansiedad. El SASCI informa sobre el progreso logrado, pero no sobre el
estado final de funcionamiento.
Escala de Ansiedad Social para Niños - Revisada (Social Anxiety Scale for Chil-
dren-Revised, SASC-R; La Greca y Stone, 1993). Está pensada para niños a partir de 8 años.
Consta de 18 ítems y cuatro de relleno, valorados de 1 a 5 según la frecuencia con que son aplica-
bles para cada persona. Se han identificado tres factores relacionados con la ansiedad social en el
niño: a) miedo a la evaluación negativa (8 ítems), b) evitación/malestar social referidos a situacio-
nes nuevas o a iguales desconocidos (6 ítems), y c) evitación/malestar social en general (4 ítems).
Una versión en castellano, con los 18 ítems principales valorados de 1 a 3, puede consultarse en
Sandín (1997, pág. 193).
Escala de Ansiedad Social para Adolescentes (Social Anxiety Scale for Adolescents, SAS-A;
La Greca y Lopez, 1998). Es una adaptación para adolescentes de la Escala de Ansiedad Social
para Niños - Revisada en la que el término “otros chicos” ha sido sustituido por “compañeros”,
“otros” o “gente”; y el término “jugar con” por “hacer cosas con”. Consta de 18 ítems y cuatro de
relleno, valorados de 1 a 5 según el grado en que el adolescente los considera verdaderos en su
caso. Se han identificado tres factores relacionados con la ansiedad social en el adolescente: a)
miedo a la evaluación negativa (8 ítems), b) evitación/malestar social referidos a situaciones nue-
vas o a iguales desconocidos (6 ítems), y c) evitación/malestar social en general (4 ítems). Los
ítems pueden consultarse en castellano en Olivares et al. (2005).
Por lo que respecta a las medidas individualizadas, pueden comentarse las siguientes:
Cuestionario del Estado de la Ansiedad Social (CEAS; Bados, 2001a). Está inspirado en la
Escala de Calificación de la Fobia Social de Wells (1997), pero a diferencia de esta, se concibe
Fobia Social - 29
Escala de Asertividad (Rathus Assertiveness Scale, RAS; Rathus, 1973). Evalúa asertividad a
través de 30 ítems que se puntúan de -3 (muy poco característico en mí) a +3 (muy característico
en mí) sin incluir el cero. No hay ítems referidos a sentimientos positivos como el amor, el afecto
y la aprobación. Puede consultarse en Bados (2000), Comeche, Díaz y Vallejo (1995) y en Eche-
burúa (1995).
Escala de Conducta Asertiva Infantil (Children’s Assertive Behavior Scale, CABS; Michel-
son y Wood, 1982). Pensada para niños a partir de 9 años, sus ítems pueden ser escritos asimismo
en tercera persona para que pueda ser contestada también por padres o maestros. Consta de 27
ítems sobre temas como hacer y recibir cumplidos, iniciar conversaciones, recibir críticas, expre-
sar empatía, hacer quejas, pedir favores, decir “no”, pedir explicaciones, etc. Cada ítem tiene cin-
co breves afirmaciones que corresponden a respuesta muy pasiva (-2), pasiva (-1), asertiva (0),
agresiva (+1) y muy agresiva (+2), aunque no se sigue este orden de presentación. Pueden calcu-
larse tres puntuaciones: pasiva, agresiva y no asertiva, la cual es la suma en términos absolutos de
las otras dos. A partir de esta puntuación no asertiva, se calcula el porcentaje de respuestas aserti-
vas (véase Michelson et al., 1983/1987). El instrumento puede consultarse en Michelson et al.
(1983/1987) y, en inglés, en la fuente original. [El instrumento presentado en Ballester y Gil
(2002) mezcla ítems de la versión para niños con ítems de la versión para padres o maestros.]
ciente, aunque su redacción gramatical hace pensar más en una medida de tipo rasgo que de tipo
estado. El instrumento original puede consultarse en Comeche, Díaz y Vallejo (1995) y una ver-
sión con escala de respuesta de 1 (completamente de acuerdo) a 6 (completamente en desacuerdo)
y haciendo referencia al miedo a hablar en público en general, en Bados (1995, 2001b).
Méndez, Inglés e Hidalgo (1999) aplicaron esta última versión a 799 estudiantes de 16 a
18 años y estudiaron sus propiedades psicométricas. Como resultado han propuesto una versión
abreviada con seis ítems positivos y seis negativos. Este PRCS-12 correlaciona muy alto con el
PRCS (0,87) y presenta dos factores débilmente correlacionados (-0,29): seguridad/disfrute al
hablar en público y miedo a hablar en público. Méndez, Inglés e Hidalgo (2004) han estudiado las
propiedades psicométricas del PRCS-12, han confirmado su estructura bifactorial y presentan
datos normativos por sexo y edad para 788 adolescentes de 12 a 17 años.
Inventario de Rasgo de Miedo a Hablar en Público (Trait Speech Anxiety Inventory, TSAI;
Lamb, 1972). Consta de 28 ítems valorados en una dimensión de frecuencia con una escala de 1 a
4 y mide el miedo a hablar en público que una persona siente en general. Puede consultarse en
Bados (1991).
Inventario de Estado de Miedo a Hablar en Público (State Speech Anxiety Inventory, SSAI;
Lamb, 1972). Consta de 23 ítems calificados de 1 a 4 en una dimensión de intensidad y mide el
miedo experimentado al dar una charla en particular. Puede consultarse en Bados (1991).
rar de 1 a 5 la frecuencia con que se ha tenido cada pensamiento mencionado antes y durante una
interacción con una persona del sexo opuesto. De sus dos subescalas, la de pensamientos negati-
vos predice más fiablemente la ansiedad y conducta social. En ocasiones el SISST se ha utilizado
no como una medida de estado, en referencia a una situación social que se acaba de experimentar,
sino como una medida de rasgo en la que la persona valora la frecuencia con la que tiene cada
pensamiento en interacciones heterosociales típicas o tras imaginar que participa en una situación
heterosocial imaginada que ha acabado de leer. El cuestionario puede consultarse en Caballo
(1993, 2005) y en Comeche, Díaz y Vallejo (1995). Botella, Baños y Perpiñá (2003) presentan: a)
una traducción referida a gente en general en vez de a una persona del sexo opuesto y b) una mo-
dificación del cuestionario para ser contestado tras dar una charla.
Cuestionarios de discapacidad
Cuestionario de Interferencia. Pueden emplearse diversas escalas (0-5, 0-8, 0-10, etc.) en
las que la persona valora la interferencia producida por sus problemas en su vida en general y/o la
Fobia Social - 33
interferencia en áreas más específicas tales como trabajo/estudios, amistades, relación de pareja,
vida familiar, manejo de la casa, tiempo libre pasado con otros, tiempo libre pasado solo, econo-
mía y salud. Ejemplos de estas escalas pueden verse en Bados (2000) y Echeburúa (1995). Eche-
burúa, Corral y Fernández-Montalvo (2000) presentan datos normativos para su Escala de Inadap-
tación, en la cual la persona valora de 0 a 5 la medida en que sus problemas actuales afectan a su
vida en general como a áreas más concretas (trabajo/estudios, vida social, tiempo libre, relación
de pareja y vida familiar). El punto de corte que maximiza la sensibilidad y especificidad es 12
para la escala en su conjunto y 2 (correspondiente a la respuesta “poco”) para los ítems individua-
les.
Hay que tener en cuenta que estos cuestionarios podrían estar midiendo no sólo la discapaci-
dad producida por el trastorno de interés, sino también por otros trastornos presentados por los
clientes.
Escala de Ansiedad Social de Liebowitz (Liebowitz Social Anxiety Scale, LSAS; Liebowitz,
1987, citado en Bobes et al., 1998a). Concebida como una escala heteroaplicada, puede emplearse
también como autoinforme. Consta de 24 ítems que miden tanto la ansiedad (0-3) como la evita-
ción (0-3) asociadas a diversas situaciones sociales durante la última semana; la correlación entre
ansiedad y evitación es muy alta. Trece ítems corresponden a ansiedad de rendimiento (ejecución
de conductas delante de los demás) y 11 a ansiedad social (ansiedad en situaciones de interacción
social); como cada ítem recibe una calificación para miedo y otra para evitación, aparecen cuatro
subescalas. Pueden obtenerse así cuatro puntuaciones; también pueden calcularse puntuaciones
globales de miedo y evitación y una puntuación global general (30 o más indica una ansiedad
social grave). Sin embargo, se ha encontrado una solución factorial distinta a las de las subescalas
propuestas y que incluye interacción social, hablar en público, ser observado y comer/beber en
público (Oakman et al., 2003; Safren et al., 1999). En una muestra española también se han en-
contrado cuatro factores que no han reproducido el modelo teórico general.
La Escala de Ansiedad Social no contiene ítems que evalúen síntomas cognitivos y fisio-
lógicos asociados con la fobia social. Esta escala ha sido validada en castellano por Bobes, Badía
et al. (1999). Puede consultarse en este artículo y en Bobes et al. (1998a), Bobes, González et al.
(1999), Bobes et al. (2002) y Echeburúa (1995). En inglés, en Antony, Orsillo y Roemer (2001) y
Heimberg et al. (1995, cap. 9). Las instrucciones para la escala de autoinforme, así como datos
normativos para ambas versiones, pueden consultarse en Fresco et al. (2001). Hope, Heimberg y
Turk (2006) presentan la escala de autoinforme y la forma de corrección. Zubeidat, Salinas y Sie-
rra (2008) presentan la escala en castellano con datos normativos para adolescentes. Existe tam-
bién la Escala de Ansiedad Social de Liebowitz para Niños y Adolescentes (Masia-Warner et al.,
2003).
AUTORREGISTRO
Es útil que los autorregistros incluyan, además del día y la hora, aspectos como los siguien-
tes: a) situación, b) ansiedad (0-100), c) pensamientos tenidos, d) conducta realizada, e) respuestas
de los demás, y f) satisfacción con la propia actuación (0-100) y lo que gustaría haber hecho. El
autorregistro puede limitarse sólo a cierto tipo de situaciones. Asimismo, puede ser simplificado
Fobia Social - 34
en función del nivel de comprensión y motivación del cliente. Así, según los casos, pueden em-
plearse sólo las dos o tres primeras columnas. En el contexto del tratamiento, Caballo (1993) pre-
senta un modelo en el que el paciente sólo debe apuntar cada día el número de veces que ha lleva-
do a cabo las conductas que se quieren potenciar (p.ej., iniciar y mantener conversaciones, hacer
cumplidos, expresar su opinión, etc.). Para el diseño de autorregistros en niños de 8 a 12 años,
puede verse Beidel, Neal y Lederer (1991).
Otro modelo de autorregistro es el de Clark (1989), el cual incluye seis columnas además
de la fecha: a) situación que lleva a la emoción desagradable (qué se estaba haciendo o que se
estaba pensando en general); b) emoción/es experimentada/s e intensidad de la/s misma/s (0-100);
c) pensamientos específicos que preceden a la emoción [una alternativa es preguntar también por
los pensamientos que intensifican la emoción] y grado de creencia (0-100) en los mismos; y –
durante el tratamiento– d) pensamientos alternativos y grado de creencia en los mismos; e) creen-
cia en los pensamientos negativos originales y tipo y grado de la/s emoción/es subsecuente/s; y f)
acciones emprendidas o a emprender. El autorregistro propuesto por Wells (1997) es similar. Las
tres primeras columnas son iguales, en la cuarta se apuntan los pensamientos alternativos y se
valora la creencia en los pensamientos automáticos originales (en vez de en los pensamientos al-
ternativos) y en la quinta columna se anota el tipo y grado de la emoción subsecuente y las accio-
nes emprendidas o a emprender.
En Echeburúa (1995, págs. 78-81) pueden verse varios modelos de autorregistro: Registro
de situaciones evitadas, registro de tareas de exposición, registro de cogniciones y registro de ta-
reas de exposición y de cogniciones. Por lo que respecta al autorregistro para el miedo a hablar
en público, se le puede pedir al cliente que intente realizar en su medio natural algunas interven-
ciones en público y que anote, por ejemplo, la siguiente información: fecha, descripción de la
situación y tipo y duración de la intervención, nivel de ansiedad antes y durante, pensamientos
tenidos, calificación de la actuación, reacciones de los demás, y lo que hubiera podido mejorar.
Para que un paciente complete adecuadamente los autorregistros, necesita ser entrenado al
respecto. Mediante las debidas instrucciones (verbales y escritas), modelado y retroalimentación,
el cliente debe demostrar que sabe completar bien el autorregistro a partir de un par de ejemplos
simulados o recordados antes de que se le pida que lo emplee en su medio natural. Creer que sólo
con instrucciones los pacientes realizarán bien los autorregistros es una suposición normalmente
desacertada. Un problema frecuente con los autorregistros es que muchos clientes olvidan com-
pletarlos. Medidas para minimizar esto son: a) justificar adecuadamente la necesidad del auto-
rregistro; b) adaptar la complejidad del autorregistro a la comprensión y motivación del paciente;
c) revisar los autorregistros al principio de cada sesión y graficar los datos en diversos momentos
de la terapia para que el paciente observe su progreso; d) hacer preguntas retrospectivas específi-
cas, de modo que el cliente vea que sin un autorregistro adecuado no las puede contestar debido a
fallos de memoria; e) proporcionar pequeñas recompensas por completar el autorregistro en el
caso de los niños; f) permitir que los niños completen los registros no cada día, sino de forma
intermitente.
OBSERVACIÓN
La manera más práctica de llevarla a cabo es pedir a familiares, amigos y/o conocidos del
cliente que observen a este en una o más situaciones previamente especificadas y que registren o
califiquen una serie de aspectos prefijados más o menos específicos (mirada, volumen de voz,
entonación, expresión de opiniones propias, autorrevelaciones, actitud de escucha, ansiedad mani-
festada, actuación global, etc.). Si la situación lo permite y el terapeuta tiene tiempo, puede acom-
pañar al cliente a alguna de estas situaciones y observar a distancia.
Este tipo de observación también puede llevarse a cabo con más facilidad relativa con pacien-
tes internados, con niños en la escuela y con familias en el hogar. El terapeuta también puede ob-
servar cómo el cliente interactúa con él, con personal administrativo de la clínica, con otras perso-
nas que estén esperando y, una vez comenzado el tratamiento, con el resto del grupo, si la inter-
vención es grupal.
En el caso del miedo a hablar en público, un cliente puede dar o intentar dar sin notas una
charla de unos 5 o, mejor, 10 minutos, sobre un tema previamente asignado y preparado
con tiempo suficiente, ante un grupo de al menos 2-3 personas en la consulta y responder a
un par de preguntas formuladas por estas. Esta charla puede ser grabada en vídeo para que luego
pueda analizarse la actuación del cliente; si la grabación no pudiera realizarse, podrían emplearse
las valoraciones de las personas presentes durante la charla. Variantes de este procedimiento son
dejar sólo 3-5 minutos para preparar un tema asignado, dar al cliente la opción de elegir uno de
tres temas propuestos o dejarle elegir y preparar el tema con antelación; esto último es útil cuando
se quieren reducir los elementos ansiógenos de la situación y medir habilidad. Conviene decir al
paciente que intente hablar durante todo el tiempo que se le ha pedido, aunque puede poner fin a
la charla en cualquier momento caso de experimentar un malestar excesivo.
Beidel et al. (1989) han propuesto y estudiado otra forma de evaluación que consiste en dar
una charla cuasi-improvisada ante tres personas. Se le dan cinco posibles temas al cliente
(p.ej., energía nuclear, castigo corporal en la escuela), se le dice que puede hablar de hasta 3 de
ellos durante una charla de 10 minutos y se le dejan 3 minutos de preparación. Se le dice además
que es necesario que hable al menos durante 3 minutos, pero que es preferible que hable los 10
minutos; sin embargo, también se le comunica que puede poner fin a la charla en cualquier mo-
mento, una vez pasados los 3 minutos, caso de experimentar un malestar significativo.
Aunque existen varios tests conductuales con situaciones predeterminadas (véase Caballo,
Fobia Social - 36
1993), parece aconsejable individualizar las situaciones a simular. También es útil dejar un
tiempo para que el cliente se prepare en la imaginación para cada situación, de modo que sea
más fácil que se meta en el papel y sus respuestas sean más válidas. En la observación bajo condi-
ciones de simulación se hace un muestreo de una serie de situaciones problemáticas para el cliente
que se representan en vivo con la ayuda de colaboradores y con el mayor realismo posible.
a) Supongo que estoy medio loco por esperar que lo hagas, pero tengo muchas cosas
que hacer para preparar el vuelo y no quiero perder el tiempo pidiéndoles el favor a
otras personas. Venga, ¿me harás este favor sólo por esta vez? b) Mira, ¿para qué
sirven los amigos si no se ayudan cuando están en apuros? Yo te haría el favor si tú
me lo pidieras. ¿Qué dices, lo harás? c) Estaba seguro de que lo harías. Será horrible
si tengo que llamar a mis padres para decirles que no voy. ¿No puedes dedicar sólo
una hora para ayudarme? d) (Con tono sarcástico) Mira, no quiero ponerme por en-
cima de tu precioso tiempo. Sólo dime una cosa, ¿lo harás o tendré que llamar a mis
padres?
En la observación bajo condiciones de simulación pueden darse al cliente uno o más de tres
tipos diferentes de instrucciones:
- Pedirle que responda tal como querría hacerlo. Esto proporciona información sobre las
metas del cliente y puede permitir decidir si hay o no déficit de habilidades, aunque no
necesariamente. Por ejemplo, un adolescente que ha reaccionado con sumisión ante la
persona que hace de profesor bajo el primer tipo de instrucciones, reacciona con agresi-
vidad al responder como querría hacerlo. En este caso, no está claro si posee o no las co-
rrespondientes conductas asertivas.
- Pedirle que responda tan apropiadamente como él cree que lo haría una persona com-
petente o del modo que él considera más adecuado, teniendo en cuenta el objetivo a con-
seguir, el cual se especifica. Esto permite saber realmente lo que el cliente es capaz de
hacer, independientemente de que lo haga o no en la vida real. Es la forma de evaluar
habilidades y no sólo ejecución, suponiendo que la simulación ha suscitado sólo una an-
siedad mínima.
Problemas con este último enfoque, además de su mayor coste son: a) el impacto social viene
determinado no por la frecuencia o duración de una conducta, sino por la integración de una serie
Fobia Social - 38
Caminar de un lado a otro, balancearse, arrastrar los pies, temblor de rodillas, movimien-
tos extraños de brazo y mano (balanceo, rascarse, jugueteo), brazos rígidos, manos refre-
nadas (en los bolsillos, detrás de la espalda, cruzadas), temblor de manos, ausencia de
contacto visual, músculos faciales tensos (tensión, tics, muecas), cara sin expresión, cara
pálida, sonrojamiento, humedecerse los labios, tragar saliva, aclararse la garganta, respi-
rar fuertemente, sudoración, temblor de voz y bloqueos de la charla o tartamudeos.
Por otra parte, existen versiones de la Lista de Verificación Conductual para la Ansiedad de Ejecución
en las que los jueces califican de 0 a 9 o de 0 a 10 en intervalos sucesivos de un minuto o al final de la
interacción diversas manifestaciones de ansiedad y hacen también una estimación global de ansiedad
(Granell de Aldaz, comunicación personal; Mulac y Sherman, 1974).
Fydrich et al. (1998) han desarrollado la Escala de Calificación de la Actuación Social (So-
cial Performance Rating Scale), una escala de cinco ítems (mirada, calidad vocal, duración de la
intervención, malestar y flujo de la conversación), cada uno con cinco puntos de anclaje muy bien
detallados y especificados. La puntuación que se calcula es la suma de las cinco calificaciones. La
escala está pensada para ser aplicada a conversaciones en vivo o grabadas en vídeo entre dos per-
sonas, ya sea en una situación real artificial o en una situación simulada (iniciar y mantener una
conversación con una persona del sexo opuesto en una cena). Es necesario entrenar a los califica-
dores y no se sabe si la escala sería tan fiable si fuera aplicada por calificadores menos entrena-
dos. Las propiedades psicométricas de la escala son buenas, aunque faltan datos sobre su fiabili-
dad test-retest y su validez concurrente con calificaciones de actuación social hechas por los com-
pañeros de los pacientes en su medio natural.
La evaluación de la adecuación de las respuestas depende muchas veces de los juicios del
propio terapeuta (y de sus colaboradores) y del cliente. Sin embargo, lo ideal sería extraer estos
Fobia Social - 39
juicios de la población a la que pertenece el cliente y del medio en que se mueve. De lo contrario,
conductas que pueden ser muy útiles en los contextos en que el terapeuta se mueve, pueden
ser ineficaces o incluso perjudiciales en el ambiente del cliente. Por ello, conviene, como mí-
nimo, tener en cuenta al respecto las opiniones de las personas allegadas del medio del cliente.
REGISTROS PSICOFISIOLÓGICOS
Finalmente, y aunque no se emplean en la práctica clínica, puede ser útil en el marco de una
investigación la obtención de registros psicofisiológicos antes y/o durante la exposición a las si-
tuaciones temidas (p.ej., intervención en público). El ritmo cardíaco, el nivel de conductividad
de la piel y la sudoración digital han sido las medidas más empleadas, aunque el nivel de tensión
muscular, la tasa y profundidad respiratoria y las fluctuaciones espontáneas de la conductividad
de la piel pueden ser también medidas interesantes en función del patrón fisiológico de respuesta
de cada persona. Una medida que se puede tomar discretamente en el medio natural antes y duran-
te la situación temida es el electrocardiograma registrado en cinta mediante un pequeño aparato
que la persona lleva discretamente consigo. Otra medida fácil de tomar en el medio natural antes
de la situación temida es el índice de sudoración digital, el cual se obtiene mediante una pequeña
banda colocada alrededor del dedo índice. Un problema con las medidas psicofisiológicas es que
tienen poca capacidad predictiva. Hoy por hoy, no merece la pena emplearlas como práctica habi-
tual.
SIGNIFICACIÓN CLÍNICO-SOCIAL
Turner, Beidel y Wolff (1994) han presentado un índice de mejora de la fobia social que
permite decidir en qué medida un paciente ha mejorado. Para ello, tienen en cuenta cinco medi-
das que cubren varias áreas básicas: ansiedad social general, gravedad global del trastorno, in-
tensidad del miedo social primario, ejecución en una tarea conductual y ansiedad en esta tarea, la
cual implica una situación de evaluación social. La 1ª, 3ª y 5ª de estas áreas se evalúan mediante
autoinforme, la 2ª mediante calificación por parte de un clínico y la 4ª mediante observación. Las
cinco medidas y los criterios de mejora son los siguientes:
Si uno de estos criterios no puede ser alcanzado debido a efectos de techo o suelo, entonces
debe obtenerse la puntuación más alta o más baja para considerar satisfecho el criterio. Dando un
punto por criterio alcanzado, se consideran tres categorías de mejora: nula o mínima (0-1 punto),
moderada (2-3 puntos) y significativa (4-5 puntos). Este índice de mejora ha sido más sensible a
los efectos del tratamiento que la calificación de 1 a 7 por parte de un evaluador independiente de
la mejora de la fobia social en la Clinical Global Impression Scale. Por otra parte, el porcentaje o
Fobia Social - 40
magnitud absoluta de cambio en cada criterio de mejora fue fijado arbitrariamente. Aunque esto
supuso para cada medida un cambio mayor que el conseguido por término medio por un grupo de
placebo farmacológico, una alternativa hubiera sido establecer que se produjera un cambio esta-
dísticamente fiable (p.ej., mediante el índice de cambio estadísticamente fiable de Jacobson y
Truax, 1991).
Turner et al. (1993) han propuesto también un índice de recuperación o estado final de fun-
cionamiento basado en las cinco medidas anteriores. Si se aplica un tratamiento, este índice es
útil para decidir en qué medida un cliente alcanza un estado final de funcionamiento bajo, mode-
rado o alto. El punto de corte en cada medida se calculó teniendo en cuenta el funcionamiento de
un grupo de personas sin trastornos psiquiátricos. En concreto, una desviación típica a partir de
la media de este grupo en la dirección de la disfuncionalidad sirvió como punto de corte en cada
medida; es decir, un paciente que alcanzó o superó este punto de corte en la dirección de la fun-
cionalidad en una medida recibió un punto. Los puntos de corte son respectivamente los siguien-
tes para cada una de las cinco medidas descritas más arriba: a) < 59, b) < 2, c) < 2, d) > 5,7 y e) <
5. Dando un punto por criterio alcanzado, se establecieron las siguientes categorías de estado
final de funcionamiento: elevado (4-5 puntos), medio (2-3 puntos) y bajo (0-1 puntos) (o bien,
puede hablarse de pacientes totalmente, moderadamente y poco recuperados).
a) No se exige además que la persona haya hecho un cambio significativo en las medidas
consideradas. Algunos pacientes satisfacen los puntos de corte sin haber mejorado signi-
ficativamente porque ya estaban próximos a los mismos en el postratamiento o incluso ya
los satisfacían en alguna/s de las medidas. Por tanto, debería pedirse una mejora signifi-
cativa en la medida de interés y sobrepasar además el punto de corte. De lo contrario, se
sobrestima el porcentaje de pacientes recuperados. Himadi, Boice y Barlow (1986) han
expresado que los criterios de estado final de funcionamiento deben aplicarse sólo a los
pacientes que responden o mejoran con el tratamiento para que así la consecución de un
estado final de funcionamiento elevado quede ligada a los cambios durante el tratamiento
y no a fluctuaciones aleatorias y mínimas en pacientes que estuvieran ya en el pretrata-
miento cerca de dicho estado final de funcionamiento.
b) La muestra normativa utilizada para fijar los puntos de corte fue muy pequeña (n = 21).
c) Los puntos de corte se calcularon a partir de una desviación típica de la media de un gru-
po de personas sin trastornos psiquiátricos. Este criterio es adecuado cuando las distribu-
ciones de la población funcional y de la disfuncional no se solapan, pero cuando lo
hacen, lo cual es bastante frecuente, un criterio más adecuado es el siguiente:
Naturalmente, otros índices son posibles, pero los propuestos por Turner y colaboradores
tienen las ventajas de utilizar medidas con buenas propiedades psicométricas, cubrir diversos as-
pectos de la fobia social, emplear varias fuentes de información, basarse en datos normativos y
haber sido estudiados empíricamente. Por otra parte, también hay varios problemas con las medi-
das propuestas: a) Se centran en la reducción de síntomas y no se incluye ninguna relativa al dete-
Fobia Social - 41
rioro o interferencia producido por el trastorno en diferentes áreas de la vida, o, más ampliamente,
a la calidad de vida percibida o satisfacción con diversas áreas de la vida. Todavía no se ha de-
mostrado que cumplir los criterios de significación clínica vaya acompañado por cambios en el
medio natural de los pacientes. b) No se recaba la opinión de ninguna persona allegada. c) Existen
dudas sobre cuán adecuado resulta emplear el criterio de duración de la charla (véase Turner et
al., 1994). d) Aunque es un tema discutido, quizá sería más conveniente utilizar la puntuación
directa de fobia social del SPAI en vez de la puntuación diferencial entre fobia social y agorafo-
bia.
Por otra parte, aunque dar una charla es algo temido por todos los fóbicos sociales, para mu-
chos puede no tener mucha trascendencia. Probablemente, sería mejor utilizar una jerarquía de 5 a
15 actividades temidas e individualizadas para cada paciente y pedir a este y a una persona alle-
gada que valoraran el grado de ansiedad y/o evitación de las mismas. Además, podría pedirse al
paciente que llevara o intentara llevar a cabo estas actividades y que valorara el grado de ansiedad
experimentada.
Finalmente, uno puede preguntarse si puede considerarse recuperado a un paciente que cum-
ple los criterios propuestos, pero sigue tomando medicación o recibiendo cualquier tipo de trata-
miento para su problema.
TRATAMIENTO PSICOLÓGICO
A continuación se expondrá el tratamiento de la fobia social como trastorno diferenciado de
ansiedad. Sin embargo, existen modelos transdiagnósticos de la ansiedad que postulan una pa-
tología nuclear que subyace a todos los trastornos de ansiedad considerados por el DSM-IV y la
CIE-10. Dentro de esta patología nuclear habría un factor específico de hiperactivación fisiológica
y, compartido con la depresión, un factor general de afectividad negativa, esto es, una tendencia
estable y heredable a experimentar una amplia gama de sentimientos negativos tales como pre-
ocupación, ansiedad, miedo, alteración, enfado, tristeza y culpabilidad 1 . Esta patología comparti-
da, una comorbilidad entre trastornos de ansiedad mayor de la que sería esperable y la reducción
de estos trastornos comórbidos al tratar sólo el trastorno principal hacen pensar que hay más simi-
litudes que diferencias entre los distintos trastornos de ansiedad. Todo esto, junto con el hecho de
que los programas cognitivo-conductuales para los distintos trastornos de ansiedad comparten
muchos contenidos, ha llevado a algunos autores a desarrollar diversos protocolos dirigidos cada
uno de ellos a tratar múltiples trastornos de ansiedad (principalmente, fobias, pánico y ansiedad
generalizada; con menor frecuencia, trastorno obsesivo-compulsivo y trastorno por estrés pos-
traumático); de este modo, pueden tratarse en grupo a pacientes con diversos trastornos de ansie-
dad.
1
Mientras que una alta hiperactivación fisiológica caracterizaría a los trastornos de ansiedad, una baja afectivi-
dad positiva (o entusiasmo por la vida) sería típica de los trastornos depresivos.
Fobia Social - 42
Varios son los objetivos que pueden perseguirse a la hora de tratar la fobia social (Bados,
2001a): a) aprender a establecer metas realistas en las interacciones sociales; b) corregir las ex-
pectativas, interpretaciones y valoraciones negativas y, en general, los errores cognitivos que con-
tribuyen a incrementar o mantener la ansiedad; y modificar los supuestos en los que se basan estas
cogniciones negativas; c) aprender a concentrarse en la tarea o interacción social en vez de en las
sensaciones internas y pensamientos negativos; d) reducir significativamente las conductas de
evitación y las conductas defensivas al tiempo que se potencian las interacciones sociales perti-
nentes; e) reducir significativamente la activación autonómica y somática o aceptar la misma
cuando no se puede cambiar; f) reducir significativamente la ansiedad social tanto en las situacio-
nes sociales temidas como al anticipar estas; g) aprender a comportarse habilidosamente en aque-
llas situaciones en las que la persona presenta déficits al respecto; h) reducir significativamente la
interferencia producida por el trastorno. La idea no es curar totalmente al paciente, sino dotarle de
unos recursos básicos que le permitan, tras haber conseguido un progreso notable en la terapia,
seguir trabajando por su cuenta para incrementar y ampliar los cambios conseguidos.
A la hora de conseguir los objetivos anteriores se han empleado diversas intervenciones psi-
cológicas cuya eficacia ha sido revisada por Barlow, Raffa y Cohen (2002), Beidel y Turner
(1998), Botella, Baños y Perpiñá (2003), Echeburúa (1993b), Heimberg y Juster (1995), Hope,
Holt y Heimberg (1993), Ponniah y Hollon (2008), Rodebaugh, Holaway y Heimberg (2004),
Salaberría y Echeburúa (2003) y Turk, Heimberg y Hope (2001). Se cuenta además con los me-
taanálisis de Fedoroff y Taylor (2001), Feske y Chambless (1995), Gould et al. (1997), Méndez,
Sánchez y Moreno (2001) y Taylor (1996).
Entre los tratamientos empleados se encuentran la exposición (en vivo y/o imaginal), el en-
trenamiento en habilidades sociales, la reestructuración cognitiva, el entrenamiento autoinstruc-
cional y la relajación aplicada. Las técnicas más investigadas y más eficaces son la exposición
(especialmente en vivo, pero también imaginal) –que puede incluir exposición simulada o ensayos
de conducta en la sesión e incluye autoexposición en vivo (AEV) en el entorno natural–, la rees-
tructuración cognitiva combinada con exposición y la terapia cognitiva de Clark y Wells.
mediante realidad virtual. Con estudiantes con MHP esta exposición mediante realidad virtual se
ha mostrado más eficaz que el no tratamiento (véase Krijn et al., 2004). Además, los resultados de
Légeron et al. (2003; véase también Klinger et al., 2005) con fóbicos sociales generalizados sugie-
ren que la exposición virtual combinada con reestructuración cognitiva y AEV es tan eficaz como
la exposición simulada combinada con reestructuración cognitiva y AEV.
Heimberg et al. (1990; Heimberg y Becker, 2002; Hope y Heimberg, 1993; Turk, Heimberg
y Hope, 2001) han desarrollado una terapia cognitivo-conductual (TCC) que ha sido mejor que
la lista de espera en varios estudios. Además, ha sido superior a un placebo psicológico igualmen-
te creíble (terapia educativa de apoyo: explicaciones/demostraciones/discusiones sobre temas per-
tinentes a la fobia social, discusión en grupo de las actividades de la semana anterior y de preocu-
paciones sobre acontecimientos ansiógenos venideros) en un estudio, a dos grupos placebo (far-
macológico y psicológico) en otro trabajo y a una intervención de reducción del estrés basada en
la conciencia plena. Además, aunque en un estudio fue menos eficaz que la fenelcina en algunas
medidas en el postratamiento, resultó más eficaz en el seguimiento (los pacientes ya no recibían
tratamiento). El programa de Heimberg se aplica individualmente (16 sesiones de 1 hora) o en
grupo (12 sesiones de 2,5 horas) y consta de los siguientes componentes:
Otro tipo de terapia cognitiva es la basada en el modelo de Clark y Wells (1995) y que
puede ser encontrada en forma abreviada en Wells (1997). Puede abarcar hasta 16 sesiones de
unos 75-90 minutos (más 3 de apoyo) e incluye los siguientes componentes:
a) Desarrollo con el paciente de una versión individualizada del modelo de Clark y Wells
empleando los pensamientos, imágenes, síntomas de ansiedad, conductas defensivas y es-
trategias atencionales del paciente.
b) Demostración experimental de los efectos adversos de la atención centrada en sí
mismo y de las conductas defensivas. El paciente representa una situación social difícil
primero mientras centra la atención en sí mismo y realiza sus conductas defensivas, y
luego mientras centra la atención externamente e intenta eliminar sus conductas defensi-
vas. Luego, se discuten los efectos de ambas actuaciones.
c) Entrenamiento para focalizar la atención en la situación social en vez de en uno mis-
mo. Se alienta y se entrena al paciente para que se centre en la situación social externa,
reduzca la atención centrada en sí mismo y obtenga información más precisa de cómo re-
accionan los demás. Tras el entrenamiento, el paciente practica en cambiar a un foco ex-
terno de atención y abandonar sus conductas defensivas en situaciones sociales proble-
máticas. De este modo, puede comprobar si lo que teme es o no cierto.
d) Uso de retroalimentación mediante vídeo para corregir la imagen distorsionada que los
pacientes tienen de sí mismos. El paciente ve el vídeo del apartado b y vídeos de otras
ocasiones en que afronta actividades sociales temidas. Este visionado se hace tras una
preparación cognitiva que facilita la discrepancia entre su autoimagen negativa y distor-
sionada y su actuación social objetiva. En concreto, antes de ver el vídeo, se pide al clien-
te que: 1) prediga el tipo e intensidad de los síntomas y conductas que mostrará, 2) ima-
gine claramente cómo cree que aparecerá, y 3) se mire a sí mismo como miraría a un ex-
traño, fijándose sólo en lo que ve y oye en la cinta, e ignorando explícitamente lo que
siente.
e) Modificación de la autoimagen negativa sustituyéndola por otra menos negativa (p.ej.,
una proveniente de una situación social en la que la persona se sintió relajada) o más pre-
cisa (la derivada del visionado de una interacción propia grabada en vídeo).
f) Identificación y modificación del procesamiento problemático anticipatorio. La iden-
tificación se consigue mediante preguntas y autorregistro. La modificación implica anali-
zar las pruebas a favor y en contra de una idea, buscar interpretaciones alternativas y ex-
plorar la utilidad del procesamiento anticipatorio.
g) Experimentos conductuales en los que el paciente especifica las consecuencias temidas
en diversas situaciones sociales y las somete a prueba afrontando dichas situaciones den-
tro y fuera de la sesión. Para maximizar la disconfirmación, se alienta al paciente a cen-
trar su atención en la situación social y a eliminar las conductas defensivas. Además, se le
pide que actúe en contra de sus reglas excesivamente rígidas y que observe las conse-
cuencias. A diferencia del programa de Heimberg, no se emplea una justificación de
habituación para la exposición implicada en los experimentos.
h) Identificación y modificación del procesamiento problemático post-acontecimiento.
Se emplean las mismas técnicas que en la identificación y modificación del procesamien-
to anticipatorio. Una diferencia entre Clark y Wells al abordar el procesamiento anticipa-
torio y post-acontecimiento es que el segundo no desafía el contenido de los pensamien-
tos negativos y las creencias generales sobre uno mismo, sino que examina las ventajas y
desventajas de ambos y resalta las últimas.
i) Identificación y modificación de los supuestos y creencias disfuncionales mediante
cuestionamiento verbal y experimentos conductuales.
los grupos con autoexposición tuvieron menos tiempo de terapia y fueron llevados por terapeutas
poco experimentados; en el seguimiento a los 12 meses se compararon los dos primeros grupos y
la terapia cognitiva siguió siendo superior (Clark et al., 2003). En otro estudio, la terapia cognitiva
de Clark y Wells ha sido superior a la lista de espera y a la exposición más relajación aplicada
(la exposición no incluyó exposiciones simuladas ni asistencia por parte del terapeuta u otras per-
sonas ni un foco externo de atención; además, se introdujo antes del dominio de las técnicas de
relajación); la diferencia entre tratamientos persistió en el seguimiento al año (Clark et al., 2006).
La terapia cognitiva de Clark y Wells ha sido también más eficaz a corto y medio plazo (1 año)
que la TCC grupal aplicada intensivamente durante 3 semanas y que al tratamiento psiquiá-
trico usual (medicación, principalmente antidepresivos serotonérgicos) (Mörtberg et al., 2007).
La TCC intensiva fue tan o algo más eficaz que el tratamiento psiquiátrico usual aplicado durante
12 meses.
Stangier (2007) halló que la terapia cognitiva de Clark y Wells y la psicoterapia interperso-
nal fueron superiores a la lista de espera y que el primer tratamiento fue superior al segundo en el
post y al año en escalas de calificación. En otro estudio, la terapia cognitiva de Clark y Wells y la
psicoterapia interpersonal fueron igualmente eficaces en el post y al año cuando fueron aplicadas
en formato residencial y combinando sesiones individuales y, sobre todo, grupales (88% del tiem-
po); la duración de las sesiones fue un poco menos de la mitad de lo que es habitual en la terapia
cognitiva (Borge et al., 2008). Estos cambios y el tipo de pacientes atendidos pueden explicar que
la eficacia de la versión de la terapia cognitiva de Clark y Wells en este estudio fuera menor que
la de dicha terapia cuando ha sido aplicada individualmente en otros estudios.
Mismo, la cual, al igual que la terapia cognitiva de Clark y Wells, también incluye la elimina-
ción de conductas defensivas, el uso del vídeo con preparación cognitiva (y también del audio,
espejos y retroalimentación del grupo) para modificar la autoimagen y la percepción de la propia
actuación, el cambio de atención y otras estrategias cognitivas (reestructuración del sesgo respecto
a los costes sociales, experimentos respecto a las consecuencias de los contratiempos sociales,
discusión del procesamiento post-acontecimiento). Sin embargo, también implica fijación de
metas realistas y discusión de la mejor estrategia para alcanzarlas, exposición en vivo y técnicas
para aumentar el control emocional percibido (exposición repetida y prolongada a la ansiedad en
situaciones sociales al tiempo que se alienta al paciente a aceptar los síntomas; uso del vídeo y de
la retroalimentación del grupo para comprobar que una cosa es lo que se siente y otra lo que los
demás perciben). En concreto, la terapia se aplica en 12 sesiones de 2,5 horas. Las 6 primeras son
en grupo; el resto comienzan en grupo, pero siguen con exposición en vivo individual y terminan
con la discusión en grupo de las experiencias. La exposición dura 10-20 minutos y puede implicar
contratiempos sociales; en algunas exposiciones, el terapeuta acompaña al paciente. En un estudio
piloto con 8 pacientes, la terapia social de reevaluación de sí mismo se mostró eficaz y consiguió
un tamaño del efecto comparable al de la terapia cognitiva de Clark y Wells.
Se ha dicho que el entrenamiento en habilidades sociales puede ser más eficaz que otros tra-
tamientos en el caso de fóbicos sociales con déficits de habilidades y que, por tanto, conviene
emplearlo –ya sea sólo o, más frecuentemente, en combinación con otros procedimientos– cuándo
hay un déficit de este tipo de habilidades; por ejemplo, en muchos casos de fobia a hablar en pú-
blico y de fobia social generalizada grave (incluido el trastorno de personalidad evitativa) y tam-
bién frecuentemente en población infantil. Turner et al. (1994) han presentado la terapia para la
efectividad social, un tratamiento multicomponente que incluye secuencialmente a) educación
sobre el trastorno, b) entrenamiento en habilidades sociales (percepción/discriminación/interpre-
tación, contacto interpersonal, hablar en público) y c) exposición en vivo o imaginal, según las
necesidades del paciente, y autoexposición en el medio natural. Los resultados fueron muy positi-
vos, aunque no hubo una condición control de comparación. Con niños y adolescentes, la terapia
para la efectividad social se ha mostrado muy eficaz, tal como se describirá en el apartado corres-
pondiente.
plían criterios para la fobia social. En un estudio con fóbicos sociales japoneses la adición de en-
trenamiento autógeno a la terapia cognitiva aumentó la eficacia de esta y redujo el número de se-
siones necesarias.
Koszycki et al. (2007) compararon la reducción del estrés basada en la conciencia plena
(ser consciente momento a momento de los estados mentales y experiencias sin juzgarlos ni con-
trolarlos) con la TCC de Heimberg. Ambos grupos mejoraron por igual en estado de ánimo, dis-
capacidad y calidad de vida, pero el último fue superior en medidas de ansiedad social y en los
porcentajes de pacientes mejorados y recuperados. Sin embargo, el conductor del primer grupo no
fue un profesional de la salud mental. Sería interesante estudiar la eficacia de combinar el trata-
miento de conciencia plena con otros tratamientos eficaces (exposición, TCC).
Merom et al. (2008) han mostrado que la eficacia de la TCC en una medida de ansiedad, de-
presión y estrés se ve aumentada cuando se combina con la práctica de ejercicio (meta final de 5
sesiones de 30 minutos de paseo vigoroso a la semana). El mecanismo por el que actuaría el ejer-
cicio podría ser un aumento en autoestima o autoeficacia, pero se requieren más estudios.
Akillas y Efran (1995) investigaron dos tipos de intenciones paradójicas aplicadas en tres
sesiones con universitarios que cumplían criterios de fobia social: a) Prescripción del síntoma
(p.ej., a una persona preocupada por sus silencios se le pedía no hablar en los eventos sociales a
menos que tuviera algo importante que decir). b) Prescripción del síntoma más reformulación; se
añadía una explicación lógica para la prescripción: las conductas problemáticas eran conceptuali-
zadas como elecciones legítimas que debían ser practicadas y exploradas. El primer grupo no se
diferenció de la lista de espera, mientras que el segundo fue superior a los otros dos en medidas de
ansiedad social, ansiedad general y depresión en el postratamiento y en el seguimiento al mes.
Los programas más actuales tienden a combinar varios procedimientos. Así, la exposición en
vivo (EV) suele ser complementada con la focalización de la atención en la tarea o interacción
social (esto es, la atención se centra en el otro cuando habla y en el propio mensaje cuando se está
hablando en vez de en las sensaciones internas y pensamientos negativos, que llevan a centrarse
en uno mismo), el empleo de estrategias de afrontamiento –tales como la respiración controlada
y la relajación aplicada (esta puede ser útil con pacientes que presenten fuertes reacciones auto-
2
La terapia de aceptación y compromiso no intenta modificar el contenido de las cogniciones o controlar las
sensaciones, sino que persigue la aceptación de las mismas de cara conseguir las metas que uno valora en su
vida. Además, incluye técnicas que promueven la conciencia plena de las experiencias internas sin intentar ana-
lizarlas o modificarlas.
Fobia Social - 48
nómicas en las situaciones sociales)– y el (auto)reforzamiento positivo. Este último parece bási-
co, dada la tendencia de los fóbicos sociales a la autoevaluación negativa, pero es especialmente
importante con niños, en cuyo caso los reforzadores pueden ser de actividad y materiales además
de sociales.
De todos modos, Taylor (1996) halló una tendencia en el postratamiento a que el tratamiento
combinado tuviera un mayor tamaño del efecto y fue el único que se diferenció estadísticamente
del placebo. Igualmente, en el metaanálisis de Fedoroff y Taylor (2001), el tratamiento combi-
nado, pero no la exposición, fue más eficaz que el placebo psicológico y farmacológico y que
la relajación aplicada.
A pesar de este estado de cosas, Hope, Holt y Heimberg (1993) recomiendan emplear expo-
sición (en vivo y simulada) y añadir técnicas cognitivas, ya que esto puede favorecer la genera-
lización a otras situaciones, es difícil que reduzca la eficacia de la exposición en la medida que se
dedique a esta el tiempo adecuado, y el tratamiento combinado ha sido el más rigurosamente in-
vestigado y superior a la lista de espera y a grupos placebo. Además, el programa combinado ci-
tado puede ser aceptable para un mayor número de pacientes que un tratamiento consistente
sólo en exposición y permite reducir el tiempo dedicado a esta última sin que se produzca una
merma en los resultados. Si la técnica cognitiva a añadir debe ser la reestructuración cognitiva u
otra más simple, como el entrenamiento autoinstruccional, es algo que está por dilucidar.
Como Heimberg y Juster (1995) señalan, caso de que llegue a comprobarse que la adición de
técnicas cognitivas es útil, esto no indica necesariamente que sea debido a su naturaleza cognitiva.
Podría ser que otras técnicas de afrontamiento no cognitivas fueran igualmente eficaces o que
algún aspecto no cognitivo de las técnicas cognitivas fuera el elemento esencial. Además, la utili-
dad de las técnicas cognitivas puede depender de características de los pacientes: lo cognitivos
Fobia Social - 49
que son, su grado de aceptación de las técnicas cognitivas, su grado de control sobre sus procesos
cognitivos en las situaciones fóbicas, etc. Finalmente, diferentes pacientes pueden beneficiarse de
diferentes técnicas cognitivas.
Herbert et al. (2004) estudiaron si había diferencias entre aplicar la TCC más entrena-
miento en habilidades sociales a lo largo de 12 sesiones repartidas en 12 ó 18 semanas. Esto
último supuso hacer las últimas seis sesiones cada dos semanas, lo cual se aproxima a lo que pue-
de ocurrir en la práctica clínica, aunque se empezaron a espaciar sesiones demasiado pronto. El
tratamiento espaciado fue abandonado por un porcentaje mucho mayor de pacientes (42% contra
7%), especialmente durante la fase de espaciamiento de las sesiones.
No haber hallado, en general, diferencias entre los distintos tratamientos puede expli-
carse tentativamente de diversas maneras: a) Aunque no haya diferencias globales, sí que las
habría en aspectos más específicos; por ejemplo, la exposición reduciría más la conducta de evita-
ción y la reestructuración, las distorsiones cognitivas, aunque esto no está claro. b) Cada trata-
miento actuaría directamente sobre aspectos diferentes de la fobia social, pero debido a las interre-
laciones entre dichos aspectos, terminaría produciéndose un cambio en todos ellos. c) Todos los
tratamientos mencionados favorecerían la autoexposición, la cual permitiría reducir la ansiedad y
confirmar que las consecuencias temidas no ocurren. d) Los distintos tratamientos son igualmente
eficaces debido a factores comunes no específicos tales como la relación terapéutica, reconceptua-
lización de los problemas del paciente en términos plausibles y convincentes, ofrecimiento de
procedimientos terapéuticos en los que creen terapeuta y paciente, las expectativas de mejora, etc.
Unos pocos estudios han investigado si es útil o no adaptar el tratamiento al perfil de res-
Fobia Social - 50
puesta de cada fóbico social (p.ej., reestructuración cognitiva para aquellos con reactividad cogni-
tiva y relajación aplicada para aquellos con reactividad somática). Los resultados parecen ser sólo
parcialmente favorables a la mayor eficacia de dicha adaptación. Trower et al. (1978) encontra-
ron que los fóbicos sociales mejoraron igualmente con entrenamiento en habilidades que con de-
sensibilización sistemática, mientras que los pacientes con inadecuación social (falta de habilida-
des sociales) mejoraron más con el entrenamiento en habilidades. Öst, Jerrelmam y Johansson
(1981) hallaron que este último tratamiento fue más eficaz que la relajación aplicada en fóbicos
sociales caracterizados por un predominio de conducta social inadecuada, mientras que ocurrió lo
contrario en los pacientes en que predominó la activación cardiovascular; sin embargo, no hubo
diferencias en la mayoría de las medidas. Jerrelman et al. (1986) no encontraron que la relajación
aplicada fuera más eficaz que el entrenamiento autoinstruccional en pacientes reactores fisiológi-
cos (predominio de la activación cardiovascular); en cambio, en los reactores cognitivos este últi-
mo tratamiento fue más eficaz que el primero. Nelson et al. (1987) hallaron que aquellos trata-
mientos adaptados a las clases de respuestas problemáticas (ansiedad social, habilidades sociales,
cogniciones irracionales) de los pacientes con dificultades heterosociales dieron lugar a mejores
resultados que los tratamientos no adaptados. Sin embargo, Mersch et al. (1989, 1991) observaron
que el entrenamiento en habilidades y la terapia racional emotiva fueron igualmente eficaces tanto
con fóbicos sociales poco habilidosos, pero relativamente racionales, como con pacientes menos
racionales, pero relativamente habilidosos.
- Hay que considerar como meta del tratamiento no la eliminación del temblor, sudor o
rubor, sino la del miedo a los mismos. Dichos fenómenos son presentados como sus-
ceptibilidades individuales con las que hay que aprender a convivir en vez de intentar
evitarlas. Si esto se logra, se supone que, al reducirse el miedo, disminuirán en intensi-
dad, frecuencia y/o duración; al contrario, cuanto más se intentan controlar, más se agra-
van. De todos modos, los clientes suelen esperar inicialmente que su temblor, rubor o su-
dor desaparecerán y sólo tras varias semanas comienzan a aceptarlos y a estar menos per-
turbados por ellos.
- Debe tenerse en cuenta no sólo la evitación directa de situaciones para prevenir que los
demás observen el rubor, sudor o temblor, sino también la evitación sutil, mucho más di-
fícil de descubrir. Las conductas defensivas para el miedo a sonrojarse, sudar o temblar
fueron ya enumeradas al hablar de las reacciones conductuales en la fobia social.
- Algún autor ha propuesto que los fóbicos sociales podrían emplear la estrategia de dar
explicaciones aceptables de sus síntomas con el fin de reducir sus miedos; así, las per-
sonas con miedo a temblar podrían decir que están nerviosos para no ser tomados por
Fobia Social - 51
neuróticos o alcohólicos. Sin embargo, esto puede ser una conducta defensiva que, aun-
que puede permitirse inicialmente en el tratamiento, no permite comprobar si lo que se
teme es cierto. Una alternativa probablemente más eficaz es que el fóbico reconozca de-
lante de los otros que está sudando, sonrojándose o temblando y que no dé ninguna
justificación al respecto.
Varias son las fuentes en las que se describen con detalle diversos programas de trata-
miento eficaces para la fobia social. Una descripción completa del tratamiento de Heimberg
paso a paso puede verse en Heimberg y Becker (2002) y en Hope, Heimberg y Turk (2006). Una
presentación resumida del tratamiento grupal puede verse en la tabla 3. La intervención incluye
exposición simulada y en vivo, reestructuración cognitiva y prevención de recaídas a lo largo de
12 sesiones de 2,5 horas de duración y periodicidad semanal, dos terapeutas de sexo distinto y
aplicación en grupo de 4-7 pacientes. Sin embargo, no se sabe si estos parámetros son los ópti-
mos. Por ejemplo, quizá no sean necesarios dos terapeutas ni que sean de distinto sexo y es muy
probable que los resultados fueran mejores con más sesiones, especialmente en el caso de la fobia
social generalizada (Echeburúa, 1993b). De hecho, con 12 sesiones de tratamiento en grupo no
pueden trabajarse más de 2-3 situaciones por paciente; este debe seguir trabajando por su cuenta
tras el tratamiento y aplicando las habilidades aprendidas. En algunas investigaciones del grupo
de Heimberg los grupos han recibido 6-7 sesiones adicionales de tratamiento, una por mes.
Otros tratamientos para la fobia social son la terapia para la efectividad social, comentada
antes (Beidel y Turner, 1998: Turner et al., 1994), y el de Rapee y Sanderson (1998), el cual
combina reestructuración cognitiva, entrenamiento en atención, EV, entrenamiento en habilidades
sociales y prevención de recaída. Bados (2001a) describe cómo llevar a cabo tanto un tratamiento
de exposición (simulada y en vivo) como una terapia cognitivo-conductual que integra la exposi-
ción con reestructuración cognitiva y, en caso necesario, con entrenamiento en habilidades socia-
les y/o entrenamiento en respiración controlada; también se lleva a cabo una programa de mante-
nimiento de los resultados. Botella, Baños y Perpiñá (2003) presentan un programa detallado que
incluye reestructuración cognitiva, exposición (con retirada de conductas defensivas, uso de vídeo
y cambio de foco atencional) y prevención de recaída, así como componentes adicionales (entre-
namiento en autoestima y en habilidades sociales). Andrews et al. (2003) presentan tanto unas
guías para el terapeuta como un manual para el paciente a la hora de aplicar la TCC. La tabla 4
presenta un resumen de un programa de intervención para las dificultades para hablar en públi-
co (miedo y déficit de habilidades) propuesto por Bados (2001b).
En cuanto a material para el paciente, pueden mencionarse los libros de autoayuda de Pas-
tor y Sevillá (2000) y de Hope et al. (2000). En plan más breve, están las guías para el cliente de
Bados (2001a) y Andrews et al. (2003). Botella, Baños y Perpiñá (2003) presentan también varios
apéndices interesantes con información sobre “miedo, ansiedad y fobias”, “la fobia social”, “el
sistema de defensa y el sistema de seguridad: modo agónico versus modo hedónico de funciona-
Fobia Social - 52
Pueden consultarse estudios de casos de fobia social generalizada en Bados (2001a; rees-
tructuración cognitiva, ensayos conductuales con entrenamiento en habilidades cuando fue nece-
sario, AEV y entrenamiento en respiración controlada), Baños, Botella y Quero (2000; EV, rees-
tructuración, focalización de la atención), Brown y Barlow (1997, cap. 3; exposición, reestructu-
ración cognitiva, entrenamiento en habilidades sociales), Emmelkamp, Bouman y Scholing (1992,
cap. 7; entrenamiento en habilidades, terapia racional-emotiva y EV), García, Olivares y Rosa
(2003, adolescente), Hope y Heimberg (1993; tratamiento de Heimberg antes descrito), Olivares y
García (2002; terapia para la efectividad social en adolescentes), Olivares, Piqueras y Gar-
cía-López (2005; reestructuración cognitiva, exposición, entrenamiento en habilidades sociales),
Pastor y Sevillá (2006; reestructuración cognitiva, exposición entrenamiento en habilidades), Pe-
dro, Quiles y Méndez (2002; reestructuración cognitiva, exposición imaginal y en vivo), Salabe-
rría y Echeburúa (1995a; exposición simulada y AEV), Scholing, Emmelkamp y van Oppen
(1996; EV y reestructuración cognitiva), Turk, Heimberg y Hope (2001; programa de Heimberg a
lo largo de 52 semanas) y Turner, Beidel y Townsley (1992; inundación imaginal e inundación en
vivo).
En cuanto a casos de fobias sociales específicas, Bados (1995, 2001b) presenta uno de fobia
a hablar en público, en el que se aplicó entrenamiento en habilidades, reestructuración cognitiva y
EV. Otro caso de miedo a hablar en público puede consultarse en Labrador (1990). Alario (1993,
cap. 5) presenta un caso de fobia social específica (miedo a dirigir una orquesta y a impartir cla-
ses, ciertos déficits asertivos), tratada mediante exposición imaginal y en vivo y entrenamiento
asertivo.
El 13-17% de los pacientes rechazan iniciar el tratamiento por una diversidad de razones:
negarse a la asignación aleatoria, dificultades horarias, tratamiento no aceptable. El primero de
estos motivos no se da en la práctica clínica habitual, por lo que es de suponer que el porcentaje
de rechazos debe ser menor. El 16-19% de los pacientes abandonan la intervención una vez ini-
ciada, aunque el porcentaje es mayor en la práctica clínica habitual (30-35% en los trastornos de
ansiedad). No hay diferencias entre tratamientos en cuanto al porcentaje de rechazos y abandonos,
excepto en que parecen ser menos de la mitad en la terapia cognitiva individual de Clark y Wells:
6,5% de rechazos y 6,2% de abandonos.
Según los metaanálisis realizados, los tamaños del efecto con las intervenciones más eficaces
(exposición y TCC) en comparación a la lista de espera/placebo han sido los siguientes en di-
versas medidas de autoinforme: ansiedad/evitación social (EXP: 0,89, 1,06, TCC: 0,38, 0,80),
cogniciones disfuncionales (EXP: 0,53, 0,60, TCC: 0,47, 0,79), depresión/ansiedad (EXP: 0,48,
TCC: 0,51) (Feske y Chambless, 1995; Gould et al., 1997). Así pues, la magnitud de los resulta-
dos es alta en las medidas de ansiedad social y moderada en el resto. Considerando a la exposi-
ción y TCC conjuntamente, Hofmann y Smits (2008) dan un tamaño medio del efecto de 0,62 en
comparación al placebo psicológico o farmacológico.
3
El modo agónico se pone de manifiesto al interactuar con personas que tienen una mayor jerarquía social o en
situaciones de competición. Permite reconocer y anticipar situaciones que implican amenaza (p.ej., expresiones
de enfado o dominancia) y reaccionar con cautela y sumisión para evitar las reacciones negativas. El modo
hedónico entra en juego en situaciones de cooperación y se caracteriza por confiar en los otros y buscar su cola-
boración, ayuda y protección. Dependiendo de las circunstancias, uno u otro modo son más adecuados y todos
funcionamos con ambos, aunque solemos funcionar en el modo hedónico la mayor parte de las veces. Los fóbi-
cos sociales tienen dificultades para funcionar dentro de este modo y tienden a utilizar el modo agónico.
Fobia Social - 53
Los tamaños del efecto pre-post son algo más elevados: ansiedad/evitación social (EXP:
0,82, 0,99, 1,08, TCC: 0,84, 0,90, 1,06), cogniciones disfuncionales (EXP: 0,72, TCC: 1,02), de-
presión/ansiedad (EXP: 0,56, TCC: 0,58) (Fedoroff y Taylor, 2001; Feske y Chambless, 1995;
Taylor, 1996). Norton y Price (2007) dan un tamaño medio del efecto de 1,53 para la exposición y
1,16 para la TCC considerando las medidas principales del trastorno. Los tamaños del efecto ob-
servados tienden a ser algo más altos cuando los pacientes son solicitados, los tratamientos se
aplican en universidades, los terapeutas han sido específicamente entrenados y se emplean manua-
les de tratamiento (Lincoln y Rief, 2004).
La terapia cognitiva individual de Clark y Wells parece dar lugar a mayores tamaños del
efecto que los observados en otras formas de terapias cognitivo-conductuales o conductuales. En
medidas de ansiedad social el tamaño del efecto respecto a un grupo control ha sido de 1,31 y
2,63 (Clark et al., 2003, 2006), mientras que los tamaños del efecto pre-post han sido de 1,17,
1,81, 2,14 y 2,39 (Clark et al., 2003; Clark et al., 2006; Mörtberg et al., 2007; Stangier et al.,
2003). Habrá que esperar a ver si estos datos son replicados por equipos independientes y a que se
realicen comparaciones directas con la TCC. Por otra parte, en un estudio piloto, la terapia social
de reevaluación de sí mismo ha conseguido un tamaño del efecto pre-post (1,8) similar al de la
terapia cognitiva de Clark y superior al de la TCC grupal de Heimberg aplicada en el mismo cen-
tro (Hofmann y Scepkowski, 2006). Asimismo, una versión actualizada de la TCC de Heimberg,
aplicada de forma individual, ha conseguido un tamaño controlado del efecto (1,19) mayor que la
terapia grupal original, aunque algo menor que el de la terapia de Clark (Rodebaugh, Holaway y
Heimberg, 2004).
De acuerdo con los criterios de cada autor, el 61-64% de los clientes tratados con las inter-
venciones más eficaces mejoran bastante o mucho. Las diferencias respecto al placebo psicoló-
gico/farmacológico (40%) son significativas (Bados, Garcia-Grau y Fusté, 2003). Se consiguen
cambios significativos en medidas de ansiedad social, evitación de situaciones sociales, cognicio-
nes disfuncionales, depresión y calidad de vida. De todos modos, las mejoras se generalizan sólo
de forma limitada a aquellas áreas no abordadas durante el tratamiento. Un estudio ha encontrado
también mejoras pequeñas tras la TCC en la inclinación a experimentar y expresar ira cuando se
es criticado o tratado injustamente por otros y en la ira interna (Erwin et al., 2003).
De acuerdo con los criterios de cada autor, el porcentaje de clientes tratados que pueden con-
siderarse moderadamente o muy recuperados (es decir, que alcanzan valores normativos o cri-
terios arbitrarios de recuperación en una variable importante o en al menos el 50% de dos o más
variables) es del 41% con TCC, del 63% con exposición y del 64% con la terapia cognitiva
individual de Clark y Wells (sólo 2 estudios); la diferencia es estadísticamente significativa en-
tre los dos primeros tratamientos, aunque en los estudios que los han comparado directamente no se
han hallado diferencias. El porcentaje de pacientes muy recuperados (cumplen criterios en al
menos el 75% de tres o más variables) es bajo y alcanza sólo el 22% para la TCC y el 29% para
la exposición considerando los pacientes tratados.
Los resultados de algunos estudios ofrecen datos sugerentes sobre ciertas variables que pue-
den influir en el porcentaje de pacientes mejorados y/o recuperados. Los trabajos de Brown,
Heimberg y Juster (1995), Hope, Herbert y White (1995) y Turner et al. (1996) indican que: a) el
porcentaje de pacientes con fobia social generalizada que mejora no varía en función de si tienen
o no un trastorno de personalidad evitativa o de si tienen o no un trastorno comórbido; b) los datos
que permitirían valorar si el porcentaje de pacientes mejorados con fobia social circunscrita o no
generalizada es superior al de las personas que presentan fobia social generalizada son inconsis-
tentes; c) el porcentaje de pacientes recuperados con fobia social circunscrita o no generalizada es
mayor que el porcentaje de pacientes recuperados que presentan fobia social generalizada; y d) el
porcentaje de pacientes recuperados tiende a ser significativamente menor en los que presentan
trastornos comórbidos, pero no hay diferencias en función de si tienen o no trastorno de persona-
Fobia Social - 54
lidad evitativa.
Rapee (1993) halló que la variable experiencia de los terapeutas incidió en los resultados.
Los terapeutas con sólo 1 año de experiencia lograron en el postratamiento un porcentaje de pa-
cientes mejorados significativamente más bajo (15%) que el terapeuta con muchos años de expe-
riencia (47%). Esta diferencia se mantuvo en el seguimiento a los 3 meses (14% frente a 54%),
pero desapareció en el seguimiento a los 6 meses (25% frente a 36%). En el estudio de Heimberg
et al. (1990, 1993), hubo significativamente más pacientes mejorados en el postratamiento entre
aquellos que tenían pareja (78,6%) que entre los que no tenían (46,2%); en el seguimiento no
hubo diferencias.
En un estudio interesante con fóbicos sociales generalizados sin comorbilidad con depresión
mayor, agorafobia o trastorno obsesivo-compulsivo, Fava et al. (2001) establecieron que la pro-
babilidad de permanecer en remisión tras un tratamiento de AEV supervisada por terapeutas
muy experimentados fue 98% después de 2 años, 85% tras 5 años y 85% tras 10 años.
Variables predictoras
Por lo que se refiere a los predictores de no iniciar el tratamiento o de abandono del mis-
mo, no se ha encontrado ningún predictor consistente (Lincoln et al., 2005). Erwin et al. (2003)
encontraron que los fóbicos sociales que abandonaron el tratamiento presentaron puntuaciones
más altas en rasgo de ira. Estos pacientes pueden tener dificultades para confiar en otras personas
y en el terapeuta, lo que interferirá en la relación terapéutica, expectativas de mejora y cumpli-
miento del tratamiento. En el estudio de Fogler et al. (2007), una menor crítica percibida por parte
de otros estuvo asociada a una mayor probabilidad de abandono.
No hay predictores claros de éxito terapéutico, aunque un firme candidato es la reducción del
miedo a la evaluación negativa; las recaídas parecen más probables cuando este tipo de cogni-
ciones no cambian. El déficit de habilidades sociales, las bajas expectativas de mejora, la grave-
dad del deterioro producido por el trastorno, el abuso/dependencia del alcohol y no cumplir con
las tareas entre sesiones pueden estar asociados con peores resultados del tratamiento conductual
o cognitivo-conductual (a corto y/o medio plazo) o abandono del mismo; sin embargo, los resul-
tados no son consistentes ni entre estudios ni entre medidas. Por otra parte, si un fóbico social no
mejora después de unas pocas semanas (8) de tratamiento, es poco probable que se beneficie de la
continuación del tratamiento que está recibiendo (Echeburúa, 1993b, 1995; Rodebaugh, Holaway
y Heimberg, 2004; Hope, Holy y Heimberg, 1993; Scholing y Emmelkamp, 1999; Turner, Beidel
y Townsley, 1992).
Fobia Social - 55
Los pacientes con o sin trastorno comórbido de ansiedad generalizada responden igual a la
TCC. Lo mismo puede decirse cuando hay depresión mayor comórbida, aunque si no se intervie-
ne sobre la misma, la fobia social puede agravarse más tarde (Hermesh y Marom, 2008). Fogler et
al. (2007) no hallaron que la hostilidad por parte de cónyuges o padres o los comentarios críticos
no hostiles (aquellos centrados en conductas concretas y que no implican descalificaciones globa-
les) predijeran los resultados del tratamiento.
Los pacientes con fobia social generalizada, mejoran lo mismo que aquellos con fobia
social circunscrita, pero un menor porcentaje de los mismos alcanzan un elevado estado
final de funcionamiento (Turner et al., 1996). Es decir, el nivel de cambio puede ser similar, pero
no así el estado final conseguido cuando ya se presenta un mayor deterioro en el pretratamiento.
Es posible que el resultado de los fóbicos sociales generalizados pueda ser mejorado incorporando
a la intervención un entrenamiento en habilidades sociales. Por otra parte, los fóbicos sociales con
otros trastornos del Eje I (ansiedad, depresión), con trastorno de personalidad por evitación o
con varios trastornos de personalidad mejoran igual que los fóbicos sociales puros a corto y me-
dio plazo (6-15 meses), pero presentan una mayor sintomatología en el pretratamiento, pos-
tratamiento y seguimiento (Erwin et al., 2002; Ruipérez, García-Palacios y Botella, 2002; van
Velzen, Emmelkamp y Scholing, 1997).
Hasta el momento sólo dos estudios del mismo grupo de investigación han comparado direc-
tamente tratamientos de distinta duración (8 contra 16 sesiones); los resultados fueron mejores
con el tratamiento más largo, ya fuera exposición o TCC (Scholing y Emmelkamp, 1993a,
1993b, citados en Feske y Chambless, 1995). En el metaanálisis de Feske y Chambless (1995) un
mayor número de sesiones de exposición, pero no de TCC, llevó a mayores mejoras en ansiedad
social en el postratamiento, aunque no en el seguimiento. Por otra parte, existen datos contradicto-
rios sobre que el grado de cumplimiento de las actividades entre sesiones, tal como es valorado
por los terapeutas, prediga mejores resultados (Edelmann y Chambless, 1995; Leung y Heimberg,
1996; Woody y Adessky, 2002). Quizá sería interesante investigar qué actividades en concreto, si
es que alguna, son las que están asociadas a mejores resultados.
la terapia cognitiva de Clark y Wells fue más eficaz, tanto en el pretratamiento como en el segui-
miento, cuando se aplicó individualmente. Según el metaanálisis de Méndez, Sánchez y Moreno
(2001), el tratamiento individual es menos eficaz en el seguimiento, mientras que en el metaanáli-
sis de Fedoroff y Taylor (2001) no hubo diferencias entre ambos tipos de aplicación. Por otra par-
te, en el estudio de Woody y Adessky (2002), el grado de cohesión del grupo no predijo los resul-
tados de la TCC, mientras que en el de Taube-Schiff et al. (2007), el grado de cohesión aumentó
de mitad al final del tratamiento y correlacionó con la mejora obtenida. Sofi y cols. (2007) aplica-
ron la TCC de Heimberg en grupos de 6 a 22 participantes y hallaron que los grupos más peque-
ños obtuvieron mejores resultados, aunque dieron lugar a más abandonos.
Discutida hasta aquí la cuestión de la eficacia de los tratamientos psicológicos con relación a
condiciones control, queda por ver la de la utilidad clínica de los mismos. La utilidad clínica
implica tres aspectos a) Generalizabilidad de los resultados a los contextos clínicos reales, lo que
incluye las características de los pacientes y terapeutas, y la forma de trabajar en dichos contextos.
b) Viabilidad de la intervención: aceptabilidad de la misma por parte de los clientes (coste, dolor,
duración, efectos secundarios, etc.), probabilidad de cumplimiento, facilidad de diseminación
entre los profesionales. c) Eficiencia: relación costes/beneficios tanto para el cliente como para la
sociedad.
Varios estudios muestran que la TCC aplicada en la práctica clínica habitual (pública o
privada), ya sea de forma individual o grupal, da lugar a resultados similares a los obtenidos
en investigaciones controladas (Gaston et al., 2006; Leveni, Piacentini y Campana, 2002; Lin-
coln et al., 2003; McEvoy, 2007). En cambio, el tamaño del efecto de la TCC intensiva (2 blo-
ques de 3-5 días separados por una semana) en un contexto clínico real puede ser algo menor que
el de las investigaciones controladas (Hunt y Andrews, 1998; Mörtberg, Berglund y Sundin,
2005; Mörtberg et al., 2006), aunque dicha TCC intensiva ha sido más eficaz que la lista de espera
y puede requerir más tiempo para que se vean sus efectos; de hecho, los tamaños del efecto son
mayores en el seguimiento. Por otra parte, Gaston et al. (2006) compararon directamente el mis-
mo programa de TCC aplicado por terapeutas experimentados durante 10 sesiones en una unidad
universitaria de investigación y en la práctica privada. Ambos grupos mejoraron significativamen-
te y mantuvieron los resultados a los 3 meses, sin que se encontraran diferencias entre ellos.
Un estudio muy ambicioso sobre la utilidad clínica de la TCC para la fobia social es el de
Lincoln et al. (2003). La TCC consistió en exposición y autoexposición prolongadas e intensi-
vas combinadas con reestructuración cognitiva. El tratamiento incluyó 6-8 horas diarias con el
terapeuta durante 1 semana y una fase de autoaplicación supervisada mediante contactos telefóni-
cos o personales. Un 10% de los pacientes no aceptaron el tratamiento y 8% lo abandonaron, aun-
que en un estudio posterior con 287 pacientes, estos porcentajes fueron 16% y 15% respectiva-
mente (Lincoln et al., 2005). Los resultados conseguidos por 57 terapeutas en 4 centros distintos
con 217 fóbicos sociales –que en elevada proporción habían recibido ya tratamientos previos,
tomaban medicación y presentaban trastornos comórbidos– fueron muy positivos. El 56% de los
pacientes mejoraron de forma muy significativa y la mayoría redujo de forma notable la interfe-
rencia del trastorno en sus vidas; un 2% de los pacientes empeoraron Los tamaños del efecto fue-
ron similares a los obtenidos en diversos metaanálisis de estudios controlados. La experiencia de
los terapeutas (categorizada según el número de pacientes tratados) no correlacionó con los resul-
tados. La restricción de la muestra a aquellos pacientes que cumplían los criterios de selección
típicos de los estudios controlados no dio lugar a mayores tamaños del efecto. Similarmente,
McEvoy (2007) halló que la eficacia de la TCC en un centro de salud mental no se vio afectada
por variables como: puntuar 18 o más en el BDI, tener 50 o más años, presentar trastorno comór-
bido de ansiedad o depresión, tener problemas con el alcohol o ser estudiante.
Fobia Social - 57
Halperin et al. (2000) aplicaron TCC en grupo para tratar la ansiedad social en pacientes es-
quizofrénicos. Mientras que el grupo de lista de espera no mejoró, el grupo tratado lo hizo en
ansiedad y evitación social, estado de ánimo y calidad de vida. Kingsep, Nathan y Castle (2003)
también hallaron en pacientes con esquizofrenia que la TCC fue mejor que la lista de espera en las
medidas anteriores, miedo a la evaluación negativa y psicopatología general; las mejoras se man-
tuvieron en el seguimiento a los dos meses.
Con vistas a reducir la duración y abaratar los costes de la TCC, Scholing y Emmelkamp
(1993a, 1993b, citados en Feske y Chambless, 1995) compararon 8 y 16 sesiones de terapia y
hallaron mejores resultados con el tratamiento más largo, ya fuera TCC o exposición. Esto
coincide con los resultados del metaanálisis de Sánchez, Rosa y Olivares (2004); y también en
parte con el metaanálisis de Feske y Chambless (1995), según el cual, un mayor número de sesio-
nes de exposición, pero no de TCC, llevó a mayores mejoras en ansiedad social en el postrata-
miento, aunque no en el seguimiento. Wells y Papageorgiou (2001) han presentado una terapia
cognitiva breve (4-8 sesiones) con resultados satisfactorios por parte de 6 fóbicos sociales, pero
no hubo comparación con un tratamiento más largo. Herbert, Rheingold y Goldstein (2002) halla-
ron que una TCC grupal a lo largo de 6 semanas produjo mejoras significativas que se acentuaron
durante las 6 semanas siguientes; los resultados se mantuvieron a los 3 meses. Los tamaños del
efecto en el seguimiento a las 6 semanas fueron comparables a los obtenidos en otros estudios
previos en los que se aplicó la TCC grupal durante 12 semanas.
Gruber et al. (2001) compararon en fóbicos sociales solicitados 12 sesiones del programa de
TCC grupal de Heimberg con una versión abreviada de este programa que incluyó 8 sesiones y el
empleo de un ordenador de bolsillo que ayudaba a aplicar la reestructuración cognitiva durante
la exposición en vivo. Ambos tratamientos fueron superiores a la lista de espera, especialmente el
primero, y no hubo diferencias entre ellos ni en el postratamiento ni a los 6 meses. Una limitación
importante de este estudio es que el porcentaje de fóbicos sociales generalizados fue mucho ma-
yor en el grupo de lista de espera.
como justificar el tratamiento, ayudar a identificar los antecedentes del miedo, ayudar a elaborar
objetivos y dar retroalimentación sobre el progreso. El terapeuta, en sesiones muy breves que tota-
lizan 1,5-2 horas, supervisa cómo le ha ido al cliente durante la AEV. Este tipo de programas
puede ser tan eficaz como la AEV guiada totalmente por el terapeuta (6-7 horas) y más que la
autorrelajación, aunque el número de abandonos puede ser mayor (Kenwright, Liness y Marks,
2001; Marks et al., 2004). Estos estudios se han realizado mezclando distintos tipos de fobias;
además, haría falta investigar qué pasaría si la intervención fuera más larga.
Walter et al. (1999, citado en Cox et al., 2002) compararon tres formas de administrar la TCC
(relajación, reestructuración cognitiva, EV y AEV): dirigida por un terapeuta profesional, diri-
gida por un terapeuta no profesional (un miembro de una asociación de trastornos de ansiedad)
y biblioterapia con un contacto mínimo con el terapeuta. Los tres tratamientos fueron más
eficaces que un grupo de lista de espera y no difirieron entre sí, salvo en depresión en que el gru-
po con terapeuta no profesional fue superior al de biblioterapia.
Los resultados de Rapee et al. (2007) contrastan con los anteriores. Estos autores compararon
cuatro condiciones en fóbicos sociales graves. El grupo con biblioterapia pura de tipo cogniti-
vo-conductual sólo difirió del de lista de espera en el porcentaje de pacientes libres del diagnósti-
co de fobia social en el postratamiento (20% frente a 6%), aunque este porcentaje se redujo a la
mitad a los 3 meses. Así, pues la eficacia de la biblioterapia pura (sin asistencia por parte de un
terapeuta) fue muy limitada con este tipo de pacientes. En contraste, la biblioterapia más 10
horas de contacto grupal con un terapeuta fue claramente superior a la lista de espera y no difirió
de la TCC grupal (reestructuración, exposición, entrenamiento en atención) que implicó 20 horas
con un terapeuta. Además, estos dos tratamientos fueron mejores que la biblioterapia pura tanto
en el post como en el seguimiento a los 3 meses. De este modo, el uso supervisado de bibliote-
rapia parece eficaz y permite reducir el tiempo de dedicación por parte de un profesional.
Los programas de autoayuda que se basan en manuales y/u otro material de apoyo (cintas
de vídeo y magnetofónicas, programas de ordenador, internet) y un contacto mínimo con el tera-
peuta –ya sea directo o no presencial (unas 2-4 horas mediante teléfono o correo postal o electró-
nico)– se han mostrado moderadamente más eficaces que los grupos control y sus resultados
se mantienen a medio plazo; son especialmente útiles si el trastorno no es muy grave, no hay una
depresión grave y los clientes están muy motivados y no pueden acceder a un tratamiento presen-
cial con un terapeuta por razones geográficas, económicas o personales. Sin embargo, su eficacia
puede ser menor que la de las intervenciones presenciales (Hirai y Clum, 2006). Por otra parte,
con los programas de autoayuda puede aumentar el número de los que no aceptan o abando-
nan el tratamiento, aunque esto no ha sido confirmado en el metaanálisis de Hirai y Clum (2006)
por lo que a los abandonos se refiere. Para reducir los abandonos, ha sido útil suplementar el pro-
grama basado en internet y correos electrónicos con breves contactos telefónicos semanales con el
terapeuta en los que este da retroalimentación y responde preguntas sobre el tratamiento (Carl-
bring et al., 2007). Finalmente, los programas de autoayuda puros funcionan peor que aque-
llos con un contacto mínimo con el terapeuta (Hirai y Clum, 2006; Titov et al., 2008).
Finalmente, Gould et al. (1997, citado en Eng, Roth y Heimberg, 2001) calcularon la relación
coste/beneficio de los tratamientos de la fobia social y concluyeron que la TCC, especialmente el
programa grupal de Heimberg, resulta más barata que la terapia farmacológica. El estudio de Ro-
berge et al. (2004) también sugiere que la TCC tiene una mejor relación coste/beneficio en com-
paración a la terapia farmacológica. Sin embargo, la terapia cognitiva de Clark resulta costosa, ya
que, para ser muy eficaz, requiere ser aplicada individualmente y con sesiones de 75-90 minutos.
Por otra parte, el tratamiento debe ser individualizado: el peso de cada componente y la
adición de otras posibles técnicas, como el entrenamiento en habilidades sociales y el entrena-
miento en respiración o relajación, dependerá de los problemas específicos y características de los
pacientes; de todos modos, la exposición parece un ingrediente esencial.
Para acabar el tema del tratamiento de la fobia social en adultos, se comentarán algunos as-
Fobia Social - 60
pectos sobre el entrenamiento en habilidades sociales –el cual es necesario con ciertos pacien-
tes, al menos los más graves–, el programa de mantenimiento de los logros y los aspectos a
tener en cuenta cuando el tratamiento se aplica en grupo. Finalmente, se comentarán algunos
programas existentes para el tratamiento de la fobia social en adolescentes y niños.
Al igual que con cualquier otro trastorno, es fundamental: a) establecer una buena relación
terapéutica, la cual puede verse interferida por los miedos sociales del paciente, b) acordar, a
partir de los datos obtenidos en la evaluación y de las experiencias del cliente, una conceptuali-
zación del problema en la que se destaquen los elementos del mismo y los factores que contribu-
yen a su mantenimiento (puede ofrecerse también una breve explicación sobre el posible origen
del trastorno), c) acordar con el cliente los objetivos específicos a conseguir, y d) justificar y des-
cribir en general el tratamiento a seguir y su eficacia. Se aconseja que, a no ser que las caracte-
rísticas del cliente aconsejen lo contrario, la conceptualización del problema no se presente de un
modo directivo, sino que se llegue a la misma en colaboración con el paciente y apoyándose en
las experiencias de este. También es aconsejable que el modelo explicativo se vaya dibujando en
una pizarra u hoja de papel para que terapeuta y paciente puedan verlo y discutirlo juntos. Una
vez acordado el modelo explicativo, conviene darle al cliente una copia por escrito para que pueda
consultarla cuando desee o se le pida.
El impacto negativo de las conductas defensivas puede ser difícil de captar por parte de
algunos clientes. En estos casos, para demostrar los efectos de estas conductas sobre los síntomas
físicos, actuación y conciencia de sí mismo, se pide al cliente que participe en la consulta en una
interacción social, artificial o simulada, bajo dos condiciones opuestas (llevando o no a cabo sus
conductas de seguridad) y luego se discuten los efectos en ambas condiciones. (Conviene tener en
cuenta que al retirar las conductas defensivas, puede producirse un cierto incremento temporal de
la ansiedad subjetiva, aunque mejora la actuación y la impresión que se da. Puede verse un ejem-
plo en Bates y Clark, 1998.) Por otra parte, aunque el papel negativo de la autoconciencia suele
ser visto mucho más fácilmente, también se pueden llevar a cabo interacciones sociales bajo dos
condiciones contrarias: atención centrada en sí mismo contra atención centrada en la tarea o inter-
acción social.
reducirán al disminuir esta como resultado de terminar con las conductas defensivas y de evita-
ción y con la atención hacia sí mismo. El tratamiento que se deriva es exposición –con el empleo
de vídeo para combatir la impresión errónea que los fóbicos sociales tienen de sí mismos– y, caso
de ser necesario, entrenamiento en habilidades sociales más o menos amplio. Un modelo aún más
conductual no consideraría la atención centrada en sí mismo, sino que haría hincapié en la ansie-
dad y en las conductas defensivas y de evitación y tendría como objetivos la habituación de la
ansiedad, la reducción o eliminación de las conductas citadas y el entrenamiento de las habilida-
des sociales necesarias.
Los objetivos terapéuticos a conseguir no tienen por qué incluir todas las situaciones temi-
das por el cliente, ya que esto alargaría mucho la terapia. Una alternativa es seleccionar con el
paciente unas cuantas situaciones importantes para trabajarlas directamente en el tratamiento y
dejar el resto para que el cliente las maneje por su cuenta a partir de lo aprendido. Sin embargo,
un posible riesgo de esta forma de actuar es que aumente la probabilidad de recaída en función del
número de situaciones que se sigan evitando.
Los miedos sociales del paciente pueden activarse también ante el terapeuta. Este puede
ser visto como una fuente de evaluación negativa, con la consiguiente repercusión en el compor-
tamiento del paciente durante la sesión: evitación del contacto visual, rubor, menor concentración
en lo que se explica, dificultad para expresar ciertas opiniones, problemas para compartir y anali-
zar cogniciones negativas, perturbación de la relación terapéutica, etc. Para que la ansiedad social
vaya disminuyendo poco a poco, el terapeuta debe mostrarse comprensivo (“imagino qué es difí-
cil decir ciertas cosas a un extraño”) y no juzgador, pasar por alto inicialmente las cuestiones que
el cliente no desee abordar y reservar el posible empleo de la confrontación para más adelante.
Además, si es preciso favorecer la concentración del cliente, pueden emplearse medios como los
siguientes: repetir más de una vez las ideas importantes, emplear la pizarra, hacer resúmenes fre-
cuentes, dar por escrito la información importante, pedir al paciente que resuma y/o escriba los
puntos importantes en la sesión (como mínimo las actividades entre sesiones) y pedirle también
que escuche en casa grabaciones de las sesiones (Bados, 2001a).
Hay que vigilar para que los pacientes no mantengan metas del tratamiento poco realis-
tas. Algunos piensan que aprenderán a sentirse siempre sin malestar al interactuar con otra gente,
pero no hay tratamiento, por prolongado que sea, que pueda conseguir esto; además, un cierto
grado de ansiedad social es normal e incluso deseable en muchas situaciones. Otros creen que
aprenderán reglas claras de cómo comportarse en las situaciones sociales, pero aunque el trata-
miento ofrece cierta ayuda al respecto, es imposible tener en cuenta toda la diversidad de situacio-
nes sociales; además, y más importante, muchas situaciones sociales son impredecibles y existen
opiniones diversas sobre qué comportamientos son más adecuados. Finalmente, los clientes con
miedo a sus síntomas somáticos (rubor, sudor, temblor) en situaciones sociales suelen desear la
desaparición de estos síntomas, pero estos son susceptibilidades individuales con las que hay que
aprender a convivir; si esto se consigue, se supone que, al reducirse el miedo, disminuirán en in-
Fobia Social - 62
Los fóbicos sociales tienden a menospreciar los logros conseguidos, más aún si son lentos
o pequeños. Menospreciar el progreso es más fácil cuando las tareas que se propone el cliente son
cosas que resultan fáciles para la mayoría de la gente. A continuación se presentan varios ejem-
plos de cómo la gente degrada sus éxitos y, entre paréntesis, de las respuestas que ayudan a en-
focar las cosas de forma positiva. La derivación de estas respuestas puede hacerse a través de la
reestructuración cognitiva, del entrenamiento autoinstruccional o de la provisión de información
por parte del terapeuta o del grupo (los fóbicos sociales tienden a infravalorar su actuación, pero
no la de los demás).
a) “Cualquiera podría hacer esto”. (“No, si se sintieran tan ansiosos como yo”.)
b) “Debería haberlo hecho mejor”. (“Con tiempo lo conseguiré; ahora haré lo que pueda”.)
c) “Nadie creerá que eso era importante”. (“A lo mejor no, pero yo sé lo importante que
es”.).
d) “He conseguido hacer X, pero no estoy satisfecho porque me he sentido muy ansioso”.
(“Lo importante ahora es lograr X, luego ya irá disminuyendo la ansiedad con la prácti-
ca”.).
e) “Hoy ha sido un día horrible”. (“Tan sólo ha sido un día malo, ni más ni menos. Todo el
mundo los tiene, Mañana será un día mejor”.)
Conviene avisar al paciente (y prepararlo para ello) de que la superación de la fobia social
puede no producir efectos positivos inmediatos con las personas conocidas, debido a las acti-
tudes previas de los demás hacia él. Por otra parte, la exposición y los experimentos conductuales
en la reestructuración cognitiva no pueden llegar a demostrar que los juicios negativos de los otros
no existan realmente, ya que la gente puede callarlos o ser más suave por educación o considera-
ción. La única manera de trabajar esto es aprender a tolerar la evaluación negativa y a com-
prender que esta es compatible con la aceptación por parte de la mayoría de los otros. En
otras palabras, lo importante no es tanto convencerse de que la evaluación negativa es menos
probable de lo que se cree, sino aceptar que no es tan catastrófica como se piensa: los demás
pueden evaluar negativamente ciertos comportamientos de uno en algún momento, pero no por
eso le rechazan (aunque una minoría puede hacerlo) (Bados, 2001a).
En principio, y hasta que no haya más datos al respecto, no se recomienda introducir medica-
ción junto con el tratamiento psicológico, ya que no constituye un remedio a medio/largo plazo y
puede favorecer la dependencia. De todos modos, medicaciones como los betabloqueantes y ben-
zodiacepinas pueden ser útiles como medidas temporales cuando un paciente llega al tratamiento
en un momento de crisis (p.ej., tiene que dar en breve una importante charla en público). Si un
cliente ya está tomando medicación de forma regular, lo más recomendable es llegar a un
compromiso que implique estabilizar la dosis y, una vez que el cliente haya aprendido a manejar
la ansiedad y las situaciones temidas y tenga más confianza en sí mismo, plantearle el abandono
gradual de la medicación bajo supervisión médica. Conviene estar vigilantes durante este periodo
para prevenir una posible recaída. Asimismo, es importante hablar con el paciente para que no
emplee nunca la medicación antes de una exposición, sesión de grupo o experimento conduc-
tual, ya que esto favorece la dependencia respecto a la misma y no aumenta la confianza en sí
mismo y en los recursos que va aprendiendo. Por otra parte, hay que tener en cuenta que el abuso
de alcohol dificulta o impide la solución de la fobia social.
Hay que avisar a los clientes de que el progreso no será lineal. Aunque se irá avanzando, es
normal que haya altibajos y contratiempos. Lo que se logró ayer, puede parecer imposible hoy y
se puede perder parte de lo que se había ganado. Sin embargo, esto es inevitable y lo importante
es seguir practicando.
Fobia Social - 63
Otros aspectos que conviene tener en cuenta en el tratamiento son los posibles beneficios de
la conducta de evitación, aunque esto es poco frecuente, y la existencia de una familia o pareja
que no apoyan al paciente o que incluso pueden reforzar sus conductas de evitación.
EXPOSICIÓN EN VIVO
La EV por sí sola es una técnica necesaria, pero generalmente insuficiente. Por ejemplo,
puede no reducir la ansiedad si los pacientes se caracterizan por errores cognitivos graves y evalú-
an incorrectamente las situaciones sociales y su desempeño en ellas. Además, puede no reducir
suficientemente el miedo a la evaluación negativa, reducción que parece ser un predictor de la
mejora clínica. Los efectos principales de la exposición se dan en la conducta de evitación, ansie-
dad subjetiva y activación fisiológica.
Los programas de exposición implican como recurso esencial del tratamiento la AEV, la
cual es básica de cara a la generalización del cambio. Además, suelen incluir la práctica simulada
de situaciones problemáticas (exposición simulada o ensayo de conducta). Conviene no emplear
AEV sola, al menos inicialmente, ya que suele ser menos eficaz que cuando se combina con
exposición simulada o en vivo asistida por el terapeuta o por otras personas allegadas (Bados,
2001a).
En general, se aconseja que, como mínimo al inicio del tratamiento y también en las situacio-
nes que el cliente encuentre más difíciles, la AEV sea precedida por la exposición simulada,
por la EV asistida por el terapeuta o por otras personas debidamente preparadas, o por la expo-
sición imaginal. Esta última puede ser especialmente útil para pacientes muy evitadores o extre-
madamente ansiosos y para aquellas situaciones temidas que son poco frecuentes en la vida real o
difíciles de simular con realismo en la consulta; también, como se explicará más tarde, puede ser
provechosa para abordar las peores consecuencias temidas.
- En la segunda sesión se acuerda el orden del día y se revisan las actividades entre sesio-
nes. Estas son una parte fundamental del tratamiento y se cree que contribuyen a corto
y/o medio plazo a una mayor eficacia del mismo (Leung y Heimberg, 1996). Después, se
elaboran los primeros pasos de la jerarquía o jerarquías de exposición, se selecciona al-
guna actividad para la exposición simulada, se acuerda una o más metas no perfeccionis-
tas y se lleva a cabo la exposición; conviene poner especial énfasis en focalizar la aten-
ción en la tarea y en prevenir más o menos gradualmente las conductas defensivas. Lue-
go, se revisa la exposición simulada y se repite en caso necesario. Finalmente, se acuer-
dan las actividades que el cliente practicará en su medio natural y anotará en un autorre-
gistro (véase más abajo).
Es importante discutir con el paciente las guías básicas a la hora de llevar a cabo la
exposición y proporcionárselas por escrito. Por otra parte, en aquellos casos en que vaya
a trabajarse la asertividad, se discute, justo antes de introducir este tema, los derechos bá-
sicos que toda persona tiene y las características del comportamiento sumiso, asertivo y
agresivo; también se presentan varias situaciones por escrito con respuestas de estos tres
tipos para que los pacientes aprendan a discriminar entre las mismas (véanse Caballo,
1993, págs. 226-228 y 360-365; Lange y Jakubowski, 1976, págs. 41-52; Roca, 2003).
- En las siguientes sesiones se acuerda el orden del día, se revisa cómo han ido las activi-
dades de AEV, se refuerzan los esfuerzos y progresos y se buscan soluciones para las po-
sibles dificultades habidas. Se llevan a cabo nuevos ensayos de exposición simulada con
situaciones anteriores que no han podido ser manejadas y/o con nuevas situaciones de la
jerarquía.
Salvo que el cliente manifieste claros aspectos negativos, conviene introducir a partir
de la tercera sesión la grabación en vídeo de alguna o algunas de las exposiciones simu-
ladas para que su visionado ayude al cliente a modificar la imagen distorsionada que tie-
ne de sí mismo. Si es necesario, se introduce el entrenamiento en habilidades sociales
para la situación que se precise o bien, si el problema es más general, se integra con la
Fobia Social - 65
Las pautas para programar la EV a las situaciones sociales temidas son similares en mu-
chos casos a los de otros tipos de fobias y han sido ya explicadas en los temas de “Fobias especí-
ficas” y “Agorafobia y pánico”. A pesar de esto, existen ciertas particularidades de la EV en el
tratamiento de la fobia social que conviene tener en cuenta y que serán también comentadas a
continuación. Es preciso destacar que aunque la exposición parece una técnica de fácil aplicación,
requiere una gran experiencia, flexibilidad y capacidad de motivación por parte del terapeuta a la
hora de elaborar tareas de exposición y persuadir a los clientes para que las afronten; por poner
sólo un ejemplo, hay que ser empático y firme, pero no autoritario. Las guías a tener en cuenta
para la EV se exponen a continuación (Bados, 2001a).
- Justificación de la técnica. Tras explicar en qué se basa la técnica y por qué es eficaz, se
presenta la exposición como un programa sistemático y estructurado que requiere un esfuerzo
continuado y que implica tolerar cierta cantidad de ansiedad y malestar. (Para un ejemplo de cómo
hacer esto, véase Scholing, Emmelkamp y van Oppen, 1996, pág. 149). Debe avisarse al cliente
que la exposición será gradual, que la velocidad de avance se decidirá en función de sus circuns-
tancias y progresos, que no se verá obligado a hacer cosas que no desee y que las situaciones que
ahora le parecen más difíciles no lo serán tanto una vez que vaya dominando otras situaciones
menos difíciles. Asimismo, si se va a enseñar alguna estrategia de afrontamiento, conviene señalar
al paciente que esto le permitirá manejar más fácilmente las situaciones a las que se exponga.
números de teléfono equivocados delante de otra gente, derramar el café, dar de menos al pagar,
decir incorrectamente el autor de una obra, emplear mal el tiempo pasado de un verbo irregular,
dar información incorrecta sobre cuestiones no esenciales, etc. El paciente debe aprender que es-
tos errores sociales son normales y que sus consecuencias son, según los casos, inexistentes, leves
o de corta duración. La exposición a cometer “errores” es esencial, ya que la reducción durade-
ra de la ansiedad social requiere un cambio en la tendencia a sobrestimar las consecuencias desas-
trosas de una mala actuación y no sólo el cambio en la tendencia a sobrestimar la probabilidad de
dicha actuación (Hofman y Scepkowski, 2006; Smits, Rosenfield, McDonald y Telch, 2006).
Una vez identificadas las situaciones generales o temas problemáticos, se puede construir
una sola jerarquía multitemática (incluye diversos tipos de situaciones sociales temidas) o, más
frecuentemente, diversas jerarquías, una para cada tipo o categoría de situación temida (p.ej.,
iniciar y mantener conversaciones, mantener la propia opinión, manejar las críticas). Cada una de
estas jerarquías se trabaja separadamente, algunas de ellas en paralelo y otras, que corresponden a
temas más difíciles, más tarde. Al trabajar pasos de distintas jerarquías a la vez, si su nivel de
ansiedad es similar, se acelera el progreso.
El primer paso para construir una jerarquía es que cliente y terapeuta identifiquen las
posibles situaciones que la integrarán, aunque hay que favorecer la máxima iniciativa por parte
del cliente. Deben incluirse todas aquellas situaciones temidas/evitadas o, si son muchas, una
muestra representativa de las mismas y lo preferible, por razones motivacionales, es que sean
pertinentes y significativas para el cliente; es decir, situaciones reales que debe afrontar en su
vida o que es probable que encuentre o tema encontrar. De todos modos, puede haber situaciones
que el cliente rechace porque dice que no las va a querer hacer en su vida diaria, pero que pueden
ser muy útiles para provocar las sensaciones y pensamientos temidos y aprender a manejarlos.
Las situaciones a incluir en la jerarquía deben ser descritas con la suficiente especifici-
dad para poder ordenarlas y, por tanto, para tener control sobre el nivel de ansiedad que gene-
ran al cliente. En este sentido, “presentar un informe oral durante 15 minutos ante los jefes y
compañeros del departamento” es más específico que “presentar un informe”. Así pues, es fun-
damental tener en cuenta los factores que influyen en el miedo/evitación del cliente; por ejem-
plo, formalidad de la situación, estructura (el que las reglas sociales definidas sean más o menos
claras), lugar, duración, ocurrencia anticipada o más o menos improvisada, características de los
otros (medida en que se les conoce, nivel socioeconómico, atractivo físico, sexo, edad, educación,
nivel de autoridad, estado civil, nivel de experiencia en la materia de que se trate), reacciones de
los otros, número de personas presentes, probabilidad de contacto futuro y contar o no con la
compañía del terapeuta u otra persona.
El número de situaciones o pasos a incluir en una jerarquía es muy variable, aunque suele
oscilar entre 10 y 20. La jerarquía o jerarquías de exposición pueden elaborarse ya enteras desde
el principio o por partes conforme avanza la intervención. Esto último puede ser preferible por
varias razones: a) es probable que una jerarquía completa inicial tenga que ser modificada más
adelante, b) puede ser muy difícil para un cliente elaborar el extremo amenazante de la jerarquía,
y c) el hecho de que el terapeuta mencione al principio los pasos finales de la jerarquía puede
conducir al cliente a rechazar la intervención o a pensar en las cosas terribles que vendrán en vez
de concentrarse en el tratamiento.
En la tabla 5 pueden verse ejemplos de posibles pasos más o menos generales para los
temas de ser observado, aserción en las compras y hablar en público. Heimberg y Becker (2002,
págs. 213-226) presentan posibles contenidos para trabajar dentro de la sesión los siguientes te-
mas: iniciar conversaciones con una persona con la que se tiene un interés romántico, concertar
una cita, otras conversaciones, hablar en público, escribir delante de otros, comer o beber delante
de otros, trabajar mientras se es observado, interacción con figuras de autoridad, entrevistas labo-
Fobia Social - 67
rales, unirse a conversaciones en curso (para ello, se forman varias parejas en el grupo a las que el
paciente se acerca), dar y recibir cumplidos, cometer errores delante de otros, revelar información
personal, expresar opiniones y defenderlas, abandonar una situación social y ser observado, y
miedo a estar en un grupo. También presentan (págs. 278-281) ejemplos de posibles actividades
entre sesiones para algunos de estos temas. A la hora de cometer errores delante de otros, es acon-
sejable crear situaciones en que es probable que ocurran; puede utilizarse la tarea Stroop o juegos
de habilidad (p.ej., Tangram) o de conocimientos (p.ej., el Trivial).
Por otra parte, a pesar de recomendar a los pacientes que permanezcan y se impliquen en
las situaciones de exposición, se les puede decir que en caso de experimentar una ansiedad exce-
siva en un momento dado, pueden emplear estrategias de afrontamiento (distracción, respira-
ción controlada, autoinstrucciones) o escapar temporalmente de la situación. Esto último debe
ser breve, ya que de prolongarse, reduce la eficacia de la exposición.
- Velocidad de la exposición (criterio para dar por superado un paso). Existen varias op-
ciones para decidir cuándo se puede proceder con el siguiente paso de la jerarquía: a) Desde la
perspectiva de habituación de la ansiedad, el cliente repite cada paso de la jerarquía (el mismo día
o lo antes posible), hasta lograr que en dos exposiciones consecutivas la ansiedad sea nula o
leve (p.ej., 2 o menos en la escala 0-8) o hasta conseguir reducir la ansiedad rápidamente. b)
Desde la perspectiva del aprendizaje correctivo, se repite un paso de la jerarquía hasta que el pa-
ciente aprende verdaderamente que las consecuencias que teme no ocurren nunca o lo hacen
raramente y su nivel de ansiedad es leve (2 o menos sobre 10) (Barlow y Craske, 2007; Craske,
Anthony y Barlow, 2006). c) Desde la perspectiva de la autoeficacia, el cliente repite un paso
hasta que siente suficiente confianza para afrontar el siguiente paso. Lo importante aquí no es
la habituación de la ansiedad, sino la adquisición de un sentido de control.
Es frecuente que los clientes se contenten con haber manejado bien un tipo de situa-
Fobia Social - 68
ción una sola vez y piensen que no hay necesidad de repetirla. Sin embargo, es normal que esta
actitud enmascare el miedo de los clientes a cómo puedan ir las cosas la próxima vez, por lo que
conviene que sigan afrontando la situación. Si realmente no tienen miedo, no pasará nada por re-
petir la exposición, pero lo habitual es que se requieran exposiciones repetidas a la misma situa-
ción para que la ansiedad disminuya y aumente la confianza en uno mismo. Afrontar con éxito la
situación una sola vez comporta un riesgo elevado de que el paciente atribuya el resultado a la
suerte en vez de a su propia habilidad.
Botella, Baños y Perpiñá (2003) presentan un ejercicio interesante para ayudar a foca-
lizar la atención. Se entrega a los pacientes una cinta de vídeo de 5 minutos en la que aparece un
auditorio de 7-8 personas; una reacciona de forma negativa (bosteza, se mueve inquieta, mira el
reloj, hace gestos de aburrimiento), dos de forma positiva (asientes, sonríen) y el resto, de modo
neutral. Se pide a los pacientes que preparen una charla de 5 minutos y que cada día la den ante el
auditorio grabado, imaginando que es real y prestando atención a los aspectos positivos de la si-
tuación (p.ej., personas que miran con interés) y de sí mismo (p.ej., “me estoy expresando con
claridad”), lo cual les facilitará la tarea de dar la charla. Tras la primera semana, se discute cómo
ha ido y se sigue con el entrenamiento formal al tiempo que se dan instrucciones para aplicar lo
aprendido a las actividades de EV y a las situaciones sociales con las que se encuentran.
Estas conductas defensivas deben ser eliminadas más o menos gradualmente. Los estu-
Fobia Social - 70
dios de Kim (2005), Morgan y Raffle (1999) y Wells et al. (1995) indican que puede aumentarse
la eficacia de la exposición si se dan instrucciones a los pacientes para reducir y abandonar las
conductas de seguridad, las cuales, aunque empleadas para prevenir o minimizar las supuestas
consecuencias negativas y reducir la ansiedad, impiden comprobar si las consecuencias temidas
(humillación, rechazo) ocurren o no y ayudan a mantener la ansiedad. El trabajo de Kim (2005)
indica que al retirar las conductas defensivas es más eficaz emplear una justificación cognitiva
(la retirada de dichas conductas permitirá comprobar si las consecuencias temidas ocurren o no)
que una justificación en términos de extinción (la retirada de dichas conductas permite reducir la
ansiedad).
Las conductas defensivas pueden facilitar el afrontamiento en las primeras fases del
tratamiento y cuando surgen obstáculos más tarde y son especialmente útiles en personas que pre-
sentan un nivel de ansiedad muy elevado; sin embargo, debe pedirse al cliente que las vaya aban-
donando para no interferir con el éxito de la intervención. El uso sensato de estas conductas (em-
pleo temporal de las mismas) aumenta la sensación de control, hace que el tratamiento sea más
tolerable (reduce los rechazos y abandonos), ayuda a superar obstáculos durante el mismo, facilita
las actividades entre sesiones y no impide las experiencias disconfirmatorias (Rachman, Radoms-
ky y Shafran, 2008). Ahora bien, si las conductas defensivas no terminan por abandonarse,
los resultados son peores y aumenta la probabilidad de recaída. Por tanto, es muy importante eva-
luar su posible ocurrencia; para ello se puede: a) ir preguntando al cliente para comprobar si las
utiliza o no, b) introducir un apartado al respecto en el autorregistro, y c) preguntar a personas
que le conozcan. Esto último es importante cuando se sospecha que el cliente puede ser poco
consciente de algunas estrategias defensivas o tener vergüenza de informar de las mismas.
- Nivel de ansiedad durante la exposición. Debe decirse al paciente que es normal que ex-
perimente ansiedad durante la exposición y que además esto es útil ya que le permitirá aprender
a tolerarla: la idea es aceptar los síntomas de ansiedad, no luchar contra ellos. Sin embargo, la
ansiedad no debe alcanzar un nivel tal que interfiera con el procesamiento emocional de las seña-
les de miedo o con las actividades a realizar, lo cual puede ocurrir especialmente si la persona se
concentra en sus pensamientos atemorizantes o intenta eliminar la ansiedad a toda costa. Si la
ansiedad comienza a ser excesiva, el cliente puede emplear las estrategias de afrontamiento para
manejarla, pero no para intentar eliminarla.
- La colaboración del terapeuta y/u otras personas. El cliente debe practicar él solo cada
situación de la jerarquía (autoexposición), pero en aquellas que le resulten difíciles, puede buscar
inicialmente la compañía de alguien de su medio o de miembros del grupo de terapia o del tera-
peuta para que le proporcionen apoyo, aliento y retroalimentación. Se aconseja que el terapeuta o
un compañero o familiar debidamente preparado acompañe ocasionalmente y ayude al
cliente durante la EV cuando: a) no se atreva a comenzar la AEV, b) se quede bloqueado en un
momento dado del tratamiento o c) cumpla regularmente con la AEV, pero su ansiedad no se re-
duzca. También es aconsejable que el terapeuta o una persona allegada acompañe a los niños du-
rante las primeras sesiones de exposición. La observación del cliente durante la exposición permi-
te evaluar en directo los principales miedos del cliente, comprobar si utiliza conductas defensivas
y/o valorar cómo y cuando utiliza las estrategias de afrontamiento. Además, el terapeuta puede
modelar conductas de afrontamiento, dar información para eliminar conductas defensivas y servir
como conducta temporal de seguridad. Tanto por cuestiones de coste/beneficio como para evitar
la dependencia, es aconsejable que el terapeuta acompañe pocas veces al cliente y que este practi-
que por su cuenta hasta la próxima sesión. En caso necesario, la presencia del terapeuta puede
desvanecerse gradualmente mediante el empleo de llamadas telefónicas.
- La relación terapéutica. El terapeuta debe ser cordial y empático, y a la vez firme (pero
no autoritario) en la conducción del tratamiento acordado. Esto implica por una parte que no hay
que estar interesado sólo en los logros del cliente, sino también en sus sentimientos. Y por otra,
Fobia Social - 71
que no hay que ceder fácilmente ante las objeciones más o menos racionales del paciente para
llevar a cabo ciertas actividades [p.ej., “¿por qué voy a decirle a mi amigo que no le dejo más
dinero? (a pesar de que no me ha devuelto nada de lo que le he prestado otras veces y esto me
hace sentir mal con él); en realidad, no necesito el dinero”]. Estas objeciones suelen obedecer
frecuentemente al miedo; por ello, conviene señalar al paciente que una vez superado dicho mie-
do, podrá tomar decisiones más libremente y, probablemente, de modo más adecuado.
- Metas perseguidas en la exposición Hay que vigilar que las metas cumplan ciertas
condiciones: a) Deben ser formuladas en términos concretos y específicos. b) Deben ser
formuladas en términos de conductas observables en vez de estados afectivos. Es decir,
lo importante, al menos inicialmente, es que el cliente sea capaz de desempeñarse en las
situaciones a pesar de su ansiedad. c) Deben ser realistas, es decir no excesivamente ele-
vadas, dados los recursos actuales del cliente. d) La consecución de las mismas debe de-
pender del comportamiento del cliente y no del de las otras personas. Así, si el vecino
de arriba suele hacer mucho ruido hasta las dos de la mañana, la meta de la práctica po-
dría ser solicitar que deje de producir los ruidos a partir de las 12 de la noche; la meta no
sería conseguir necesariamente que nos haga caso. En la sesión siguiente se revisa en
qué medida se han conseguido las metas propuestas y el grado de satisfacción del cliente.
Es importante no preguntar simplemente por cómo ha ido, sino por si se han alcanzado o
no las metas acordadas, ya que es frecuente que un paciente persista en evaluar su com-
portamiento según metas más perfeccionistas y menos adecuadas (p.ej., actuar sin ansie-
dad).
a los demás. La primera de estas dos maneras puede ser más eficaz para mantener luego
la imagen alternativa (Hirsch et al., 2003).
- Reforzamiento. Antes de comenzar cada práctica, el cliente debe pensar en los benefi-
cios que le supondrá poder realizarla. Asimismo, debe fijarse en los avances que va con-
siguiendo, por pequeños que sean, y elogiarse por ellos; lo importante es recompensarse,
por ejemplo, por haber conseguido mantener una conversación 5 minutos en vez de criti-
carse por no haber hablado más tiempo o por haber sentido miedo. Formas de recompen-
sarse son felicitarse a sí mismo por el progreso, contar los logros a personas de confianza
y decidir hacerse pequeños regalos o concesiones cuando se consigan ciertos objetivos.
En el caso de los niños es útil emplear reforzadores de actividad y materiales además de
sociales. Conviene insistir en que, al menos inicialmente, una exposición exitosa es
aquella en que se afronta la situación temida a pesar del miedo, ya que las conductas
cambian antes que la emociones.
- Posibles reacciones negativas por parte de los demás. Puesto que el paciente puede
encontrarse en las situaciones reales con la indiferencia e incluso con reacciones negati-
vas por parte de los otros (incomprensión, insolencia, desprecio, culpabilización, beli-
gerancia, irritación, descortesía, rechazo), es importante prepararle previamente me-
diante la exposición simulada para que practique cómo responder ante dichas reacciones.
Por ejemplo, Davis, McKey y Eshelman (1982/1985, págs. 153-155) describen una serie
de respuestas manipuladoras que los otros pueden emplear para bloquear y atacar las
respuestas asertivas (reírse, culpar, atacar, retrasar el cumplimiento de algo, interrogar,
autocompadecerse, buscar sutilezas, amenazar, negar lo que se ha hecho) y las estrategias
que pueden utilizarse para oponerse a dicha manipulación (disco rayado, acuerdo aserti-
vo, pregunta asertiva, procesamiento del cambio, claudicación simulada, ignorar, que-
brantamiento del proceso, ironía asertiva y aplazamiento asertivo). Algunas de estas es-
trategias y otras del mismo tipo son también descritas en Caballo (1993, págs. 267-271).
Si el progreso se detiene en un paso, hay que intentar averiguar por qué. Una razón frecuen-
te es que el paso elegido sea demasiado difícil en el momento presente o que suponga un paso
demasiado grande desde el paso anterior. La solución está en buscar un paso más fácil o uno o
más pasos intermedios entre el último paso practicado y el paso siguiente. En Bados (2001a) pue-
den consultarse otras dificultades que pueden surgir durante el tratamiento de exposición y posi-
Fobia Social - 73
EXPOSICIÓN SIMULADA
Conviene tener en cuenta que es muy probable que tras 6-9 sesiones de tratamiento en grupo,
se haya producido habituación al mismo. Por ello, la colaboración de otras personas desconoci-
das para los pacientes (amigos, familiares, estudiantes de prácticum o postgrado e incluso perso-
nal administrativo) bajo el correspondiente compromiso de confidencialidad puede ser útil para
crear situaciones más realistas y favorecer la generalización. La existencia del grupo es también
insuficiente cuando se necesitan grandes auditorios (al hablar en público, p.ej.). Ya que no se
puede aumentar el tamaño del grupo, puede acudirse a otros medios de potenciar la ansiedad: gra-
bar en vídeo de modo que la cámara sea claramente visible, aumentar la formalidad de la situa-
ción, hablar sin mobiliario delante, no permitir el uso de notas, reducir o eliminar el tiempo de
preparación, tener que hablar de un tema embarazoso o controvertido, hacer que los miembros del
auditorio tomen notas en plan evaluador o se muestren críticos, etc. Estos medios dentro de la
sesión siempre pueden complementarse con AEV ante públicos numerosos.
Por cuestiones de tiempo, especialmente en el tratamiento en grupo, es posible que sólo pue-
Fobia Social - 74
dan trabajarse algunas de las situaciones de la jerarquía mediante exposición simulada. Te-
rapeuta y cliente seleccionan estas situaciones y el resto las practica el paciente mediante autoex-
posiciones, las cuales son revisadas en sesiones posteriores. Asimismo, cuando el tratamiento es
en grupo, es muy probable que un cliente sólo pueda llevar a cabo exposiciones simuladas en
sesiones alternas. Qué clientes practicarán en una sesión, en qué orden y qué tipo de situaciones
es algo que debe ser controlado por el terapeuta. Se recomienda no comenzar la primera exposi-
ción ni por el cliente con más ansiedad y déficits ni por el menos grave, sino por uno que presente
una ansiedad moderada, pero pueda desenvolverse bien en la situación.
La primera situación que se trabaja mediante la exposición simulada debe ser una que el
paciente pueda completar y en la que actúe con al menos un nivel moderado de competencia. Sin
embargo, es frecuente, si se dispone de poco tiempo y las características del cliente lo permiten,
comenzar por una situación calificada con 50 en la escala 0-100 de unidades subjetivas de ansie-
dad (USAs). Por otra parte, Heimberg y Becker (2002) aconsejan que, en general, es preferible
que la mayoría de las situaciones a trabajar (p.ej., concertar una cita) no hagan referencia a
personas concretas conocidas por el paciente (p.ej., Daniel o Claudia), sino a otra gente en roles
similares (p.ej., una persona con la que se puede concertar una cita). La razón es que el cliente
puede no aprender de la experiencia si piensa que el comportamiento o la apariencia del terapeuta
o miembro del grupo que representa a la persona conocida difieren de los que caracterizarían a
dicha persona en la situación real.
Las metas de cada exposición deben ser realistas y adecuadas a cada fase del tratamiento.
Así, un fóbico con ansiedad heterosexual no debería proponerse en sus primeras interacciones con
una persona del otro sexo no sentirse ansioso o no tartamudear nada en absoluto, sino, por ejem-
plo, ser capaz de hablar con el otro durante un tiempo determinado. Al final del ensayo se revisa
en qué medida se ha conseguido la/s meta/s junto con las oscilaciones del nivel de ansiedad a lo
largo de distintos momentos.
En la exposición simulada, los ensayos pueden ocurrir sin retroalimentación específica sobre
la actuación; el énfasis está entonces en la exposición prolongada o repetida a una situación. Sin
embargo, lo usual es que los ensayos se combinen con retroalimentación y reforzamiento, pri-
mero por parte del propio cliente y luego del interlocutor, de otros miembros del grupo (si es el
caso) y del terapeuta. La retroalimentación por parte de otras personas suele ser más realista que
la del paciente y no implica infravaloración. Algunos pacientes desestiman las opiniones más
positivas de los otros afirmando que lo dicen para animarles o para no hundirles; es útil en este
caso preguntarles si cuando ellos valoran la actuación de los otros miembros del grupo, dicen lo
que piensan o bien dicen cosas falsas simplemente por animar. Si la respuesta es lo primero, como
es habitual, entonces el cliente suele admitir que los demás también hacen lo mismo; si no lo ad-
mite, se le pide que aporte alguna prueba que justifique el comportamiento diferencial de los otros
en su caso y se discute
Según Hope (1993), a pesar del empleo de la retroalimentación, los ensayos difieren de los
Fobia Social - 75
- El énfasis está en incorporar los elementos temidos específicos de una situación, aun-
que no sean pertinentes a las conductas requeridas. Por ejemplo, cómo se dispone el au-
ditorio en una charla pública puede ser un estímulo temido importante, aunque las con-
ductas necesarias para hablar en público no dependan del mismo.
- En vez de muchos ensayos breves con retroalimentación específica sobre diversos aspec-
tos de la actuación, los ensayos de exposición son más largos para permitir la habitua-
ción.
a) Prediga el tipo e intensidad de los síntomas y conductas que mostrará en el vídeo; la in-
tensidad puede operacionalizarse a través de calificaciones tipo Likert o modos más grá-
ficos (muéstreme cuánto temblará, elija en esta carta de colores el rojo que corresponde a
su rubor).
b) Cierre los ojos e imagine claramente cómo cree que aparecerá (vídeo mental).
c) Se mire a sí mismo como miraría a un extraño (es decir, desde la perspectiva de un ob-
servador objetivo), fijándose sólo en lo que ve y oye en la cinta, e ignorando explícita-
mente lo que siente. Previamente se discute la distinción entre cómo se siente uno y cómo
aparece a los ojos de otros.
Posteriormente, cliente y terapeuta (y el resto del grupo si lo hay) revisan la cinta y el primero
puede comprobar generalmente lo distinta que es la imagen que tiene de sí mismo de la que real-
mente ofrece, lo cual contribuye a reducir su ansiedad. No es necesario pasar toda la grabación,
sino las partes que se consideren necesarias para que el cliente vea las diferencias entre sus per-
cepciones subjetivas y su comportamiento. Por otra parte, conviene tener en cuenta que la retroa-
limentación audiovisual no será adecuada al comienzo del tratamiento para aquellos clientes que
tengan una actuación muy deficiente. En estos casos, hay que posponer dicha retroalimentación
hasta que mejoren los aspectos problemáticos mediante la exposición repetida y/o el entrenamien-
to en habilidades.
Fobia Social - 76
En los ensayos conductuales deben tenerse en cuenta las posibles dificultades que pueden
surgir en la situación social considerada (p.ej., rechazo de una solicitud, reacciones de estar do-
lido o de culpabilización por parte de un amigo cuando se le niega una petición). De este modo, el
cliente se prepara para lo que puede ocurrir en la situación real, aumenta su confianza y reduce su
ansiedad anticipatoria.
Si la exposición simulada a lo terrible que puede suceder fuera imposible o muy ansiógena,
podría acudirse a la exposición imaginal para abordar los peores miedos. Pautas para conducir la
exposición imaginal prolongada y ejemplos de escenas pueden consultarse en Beidel y Turner
(1998). Como estos autores señalan, las escenas deben incluir los elementos situacionales (des-
cripción del contexto) y síntomas fisiológicos (p.ej., sudoración), cognitivos (p.ej., preocupación
por ser visto como incompetente) y conductuales (p.ej., expresarse de modo confuso) asociados
con el miedo, así como las consecuencias negativas temidas (p.ej., los demás se dan cuenta de la
incompetencia de uno). La exposición imaginal propuesta por Beidel y Turner se basa en un mo-
delo de habituación a la ansiedad a través de la exposición prolongada (90-120 minutos en las
sesiones iniciales) y no incluye ningún tipo de estrategia de afrontamiento durante la misma. Si
este procedimiento es más o menos eficaz que la exposición imaginal sin la inclusión explícita de
las consecuencias negativas temidas o que la exposición simulada más reestructuración cognitiva,
es algo que está por dilucidar. Un ejemplo de escena, propuesto por Turner, Beidel y Townsley
(1992).
“Entra en la sala del tribunal donde ya ha hablado muchas veces. Cuando mira a su alre-
dedor, ve al juez en el estrado y al jurado sentado a un lado. El resto de la sala está ocupada
por colegas de su empresa, su jefe, abogados respetables de otras empresas y abogados con
los que fue a la universidad. A medida que se acerca al centro de la sala para comenzar su ex-
posición, ve que toda la atención está centrada en usted. Intenta comenzar a hablar, pero las
palabras no salen de su boca. Lentamente, empieza a articular algunas palabras, pero está tan
nervioso que no está seguro de lo que está diciendo. Su mente se ha quedado en blanco y no
puede pensar en lo que decir a continuación. Mientras continúa hablando, sus piernas y ma-
nos están temblando muchísimo y los demás se están dando claramente cuenta. Su corazón la-
te más y más rápido y nota una opresión en su pecho. El nudo en su garganta y la dificultad
que experimenta para respirar le hace cada vez más y más difícil continuar hablando. Cuando
mira a su alrededor, puede ver claramente las miradas desaprobadoras. Toda esta gente se da
cuenta de lo nervioso que está y todos se están cuestionando la competencia que tiene. Están
pensando que usted parece un paleto inculto que nunca debería haber llegado a ser un aboga-
do. Su jefe ve lo mal que lo está haciendo y piensa que probablemente tendrá que sugerirle
que cambie de trabajo. A medida que continúa hablando, puede apreciarse claramente el su-
dor en sus manos y en su frente, y su voz, sus manos y sus piernas continúan temblando. Co-
mienza a sentirse mareado y con náuseas. Todo el mundo parece aburrido o sorprendido de
cómo estar haciéndolo tan mal, pero usted no tiene otra elección que continuar hablando.”
Fobia Social - 77
TERAPIA COGNITIVO-CONDUCTUAL
b) Una exposición a la situación considerada en el paso anterior que sirve para someter a
prueba las cogniciones del cliente y que, de hecho, se emplea frecuentemente con este fin
explícito (experimento conductual). Justo antes de esta exposición, la persona emplea
los pensamientos adaptativos previamente identificados que le permitan concentrarse en
la tarea, manejar la ansiedad y facilitar una autoimagen más positiva; estos pensamientos
pueden llevarse escritos en tarjetas. Si es necesaria una mayor preparación antes de la ex-
Fobia Social - 78
Algunos autores (Heimberg y Becker, 2002; Hope y Heimberg, 1993; Turk, Heim-
berg y Hope, 2001), piden a los pacientes que durante la exposición simulada hagan cali-
ficaciones periódicas de la ansiedad (cada minuto más o menos) y que con cada califica-
ción lean en voz alta de la pizarra el pensamiento adaptativo que han derivado de la
reestructuración. Las calificaciones periódicas de ansiedad no se piden cuando un cliente
informa sistemáticamente de niveles muy altos o subestima la ansiedad manifestada me-
diante comunicación no verbal. En estos casos, se pide al paciente que se concentre cada
minuto en el pensamiento adaptativo.
d) Una evaluación realista tras la situación de lo ocurrido durante la misma con el fin de
introducir los cambios oportunos en caso necesario. En la exposición simulada se revisa
en qué medida se ha alcanzado la/s meta/s, la ansiedad experimentada, el empleo del pen-
samiento alternativo y el posible surgimiento de nuevos pensamientos negativos interfe-
ridores, los cuales pasan a ser reestructurados. Si es preciso, se repite la exposición. En la
AEV esta evaluación la hace el cliente lo más pronto posible y luego se revisa en la si-
guiente sesión a partir del autorregistro completado en al menos algunas situaciones.
Una posible distribución por sesiones del tratamiento cognitivo-conductual puede verse en
la tabla 7. Aunque no indicado en la tabla, las sesiones (especialmente las primeras y las más
importantes) suele terminar pidiendo al cliente que resuma lo que ha aprendido y preguntándole si
hay cuestiones que no han quedado claras o han sido poco consideradas. El tratamiento incluye
conceptualización del problema, reestructuración cognitiva, exposición y, en caso necesario, en-
trenamiento en habilidades sociales y entrenamiento en respiración controlada; otro componente
importante es el programa de mantenimiento. Con aquellos pacientes que evitan un gran número
de situaciones sociales, el tratamiento puede comenzar con un énfasis en la EV.
Para poder aplicar la reestructuración cognitiva, es necesario en primer lugar identificar los
pensamientos automáticos y supuestos cognitivos del paciente. Bados (2001a, págs. 149-154)
presenta modos de lograr esto y describe cómo justificar el empleo de la reestructuración cogni-
tiva. Esta incluye un componente verbal y uno conductual.
Fobia Social - 79
Las preguntas terminarán por ir dirigidas a la discusión de los peores miedos: ser rechazado
por otros, ser visto como incompetente, etc. Esto es lo que se conoce como desdramatización
(descatastrofización): imaginar que lo peor que se teme es cierto, analizar cuán malo sería real-
mente y, según los casos, cuánto duraría, y ver qué se podría hacer. De hecho hay clínicos que tras
pedir al cliente que suponga que lo que piensa es cierto, le solicitan que identifique no simplemen-
te lo que pasaría entonces, sino lo peor que podría pasar según él. Conviene señalar varias cosas
respecto a la desdramatización (Bados, 2001a):
- No se trata de ver un evento negativo como poco importante o neutral (p.ej., es per-
turbador para la mayoría de la gente perder un amigo), sino de evaluar críticamente su
impacto real. Esto debe hacerse sin perder la actitud empática hacia el cliente.
- El paso de suponer que lo que se piensa podría ser cierto, no tiene por qué ser in-
troducido en la misma sesión que los anteriores. Los clientes que tengan dificultad pa-
ra cuestionar las pruebas de su pensamiento inicial necesitarán trabajar más en ello, tanto
en las sesiones como en casa, antes de pasar a cuestionar las derivaciones de dicho pen-
samiento.
- Como la desdramatización es una inundación cognitiva, hay que dedicarle el tiempo su-
ficiente para que el cliente pueda procesar la información y experimentar alguna reduc-
ción de ansiedad; en caso contrario, puede ser perjudicial. (Una alternativa a la desdrama-
tización verbal es la imaginación prolongada de las peores cosas temidas.)
Ejemplos de preguntas del primer bloque (examinar las pruebas) que pueden emplearse
con una persona que piensa que quedará en ridículo (la gente se mofará de él, al menos interna-
Fobia Social - 80
mente) si se bloquea o queda en blanco al hablar en público son: “¿Ha tenido experiencias en que
se haya bloqueado y haya quedado en ridículo? ¿Cómo sabe que ha hecho el ridículo? ¿Ha visto a
gente bloquearse y quedar en ridículo por esto? ¿Ha habido veces en que usted u otras personas se
hayan bloqueado y no hayan hecho el ridículo? Cuando alguien se bloquea, ¿usted u otras perso-
nas se mofan de él? Si no se mofan, ¿cómo reaccionan? ¿Basta un bloqueo para quedar en ridícu-
lo? Si no, ¿qué más hace falta? Podría abordarse también la siguiente cuestión: Para que la gente
reaccione, necesita darse cuenta del bloqueo, ¿se da cuenta la gente de todos los bloqueos? ¿Que
usted se dé cuenta quiere decir que los otros también se den?” (Bados, 2001a).
Entre las preguntas enumeradas hay un par de ellas correspondientes a la estrategia de pedir al
cliente que se ponga en el lugar de los otros (“cuando alguien se bloquea, ¿usted u otras perso-
nas se mofan de él?”; “si no se mofan, ¿cómo reaccionan?”). Esto es especialmente útil en la fobia
social, ya que los pacientes reconocen que no reaccionarían negativamente si a los demás les ocu-
rriera lo que a ellos les preocupa (p.ej., ponerse rojos, cometer una equivocación) o hacen lo que
ellos temen hacer (p.ej., expresar una opinión controvertida); esto les puede ayudar a ver que los
demás tampoco reaccionarán negativamente por lo general. Sin embargo, algunos clientes creen
que otros les evaluarán negativamente a pesar de que ellos no juzgarían negativamente a
otra persona por la misma acción. Conviene preguntar entonces al paciente si este comportamien-
to más crítico de los otros es hacia todas las personas en general o sólo hacia él. A partir de aquí,
en el primer caso se pueden analizar con el cliente las pruebas que justifiquen que los demás sean
menos considerados que él y pedirle que pregunte a los demás cómo ven las acciones de los otros
para que compruebe que estos puntos de vista no difieren tanto de los suyos. En el segundo caso,
se pueden analizar los datos de que los demás son más críticos con él que con las otras personas y
llevar a cabo alguna prueba para ver si las cosas son realmente así (Bados, 2001a).
Una buena pauta a seguir con las preguntas del primer bloque respecto a un pensamiento
negativo sería la siguiente: a) evaluar el grado de creencia en el pensamiento negativo; b) obtener
las pruebas favorables a este pensamiento y discutir si realmente son favorables; c) buscar las
pruebas contrarias al mismo; d) identificar interpretaciones alternativas; e) buscar la interpretación
más probable según las pruebas existentes a favor y en contra de las distintas alternativas; f) eva-
luar el grado de creencia en la interpretación alternativa seleccionada (si se desea, puede estable-
cerse también, en términos cuantitativos o cualitativos, la probabilidad de que las cosas sean como
el cliente pensaba); y g) evaluar de nuevo el grado de creencia en el pensamiento negativo. Si las
pruebas a favor de un pensamiento sugieren la validez de este, entonces habrá que pensar en me-
dios para cambiar la situación (o para aceptarla y manejar las emociones asociadas); así, por
ejemplo, si un fóbico social carece de ciertas habilidades sociales, habrá que enseñárselas.
Preguntas del tercer y cuarto bloques (examinar qué pasaría realmente y qué se podría
hacer) que pueden emplearse con una persona que piensa que un amigo no querrá verle más o se
enfadará muchísimo si no le presta cierta cantidad importante de dinero son: “Suponiendo que
esto fuera verdad y su amigo no se contentara con las explicaciones que usted le diera, ¿piensa
que esta es la reacción de un verdadero amigo? ¿Merecería la pena seguir contando con esa amis-
tad? ¿No es una amistad algo interesada? ¿Perder esa amistad significa que su vida está acabada?
¿No tiene otros amigos? Si no los tiene, ¿qué puede hacer para conseguirlos?”. Ejemplos concre-
Fobia Social - 81
tos de reestructuraciones pueden verse en las tablas 9 y 10 y en Bados (2001a), Pastor y Sevillá
(2000) y Wells (1997, págs. 69-70, 73-74).
Tras la reestructuración de un pensamiento, el cliente debe extraer una conclusión que impli-
que una forma alternativa (más adaptativa) de enfocar la situación. A continuación se presentan
ejemplos de pensamientos reestructurados por dos clientes junto con una síntesis de los mismos que
resume su significado y es más fácil de utilizar en las situaciones reales.
a) Pensamiento inicial: “La gente pensará que lo que voy a decir no es muy interesante”.
Reestructuración: “Bien, no sé por qué la gente va a pensar eso. En realidad, me he prepara-
do bien esta charla pensando en el público y en estas condiciones la mayor parte de la gente
reacciona de un modo favorable o neutral. Incluso si hay gente que responde negativamente,
puedo pensar si esa respuesta está justificada o no. Que alguien responda negativamente no
quiere decir necesariamente que yo haya hecho algo mal. Si su respuesta no está justificada,
¡qué se le va a hacer! Uno no puede contentar a todo el mundo ni todos tenemos las mismas
opiniones. Si está justificada, desde luego me sentiré molesto, pero me servirá para ver qué
aspectos me es conveniente cambiar para la próxima ocasión. Todos cometemos errores;
haberme equivocado en algo no me hace estúpido, al revés, es de sabios aprender de los pro-
pios errores”.
Síntesis: “Me he preparado bien, así que lo más probable es que la charla resulte interesante.
Y si me equivoco en algo, me sentiré molesto, pero me servirá para aprender”.
b) Pensamiento inicial: “El corazón se me va a poner a mil como siempre [pensamiento correc-
to en este caso] y no lo voy a poder soportar”.
Reestructuración: “Inquietándome por esto no va a impedir que suceda, incluso va a agravar-
lo. En vez de preocuparme, puedo pensar en cómo solucionar las cosas. Por ejemplo, puedo
dejar de pensar en ello, puedo aceptarlo y esperar que se vaya reduciendo como normalmente
sucede, y puedo concentrarme en pensamientos más adaptativos tales como ver de qué forma
voy a comenzar mi charla. Además, incluso si las primeras veces no consigo mucho, es
comprensible. Claro que me sentiré algo molesto, pero estas cosas no se logran en un día; se
requiere práctica repetida”.
Síntesis: “Pensar en esto no me es de ayuda, lo mejor es concentrarme en cómo voy a empe-
zar”.
No deben cuestionarse todos los pensamientos negativos de un cliente, sino sólo aquellos
que contribuyen significativamente al malestar emocional y/o conductas problemáticas del
paciente. Así, los pensamientos importantes no son los que tienen que ver con el escape/evitación
de las situaciones temidas (“tengo que salir de aquí”), sino los relativos a temas de peligro (“no
querrán saber nada de mí”). Un fóbico social puede pensar “no sabré expresarme bien”, “los de-
más se darán cuenta”, “se reirán de mí”. En este caso, se comenzaría abordando los pensamientos
automáticos iniciales para pasar posteriormente al pensamiento final de la cadena, que es el que
expresa la consecuencia más temida. Es fundamental no limitarse a las predicciones sobre la ocu-
rrencia de síntomas de ansiedad (p.ej., “me pondré rojo”); hay que incluir las consecuencias, sig-
nificados o implicaciones de experimentar estos síntomas.
En las terapias de tiempo limitado no pueden abordarse todos los pensamientos signifi-
cativos asociados a la situación en la reestructuración cognitiva previa a la exposición simulada.
Por ello, según Hope y Heimberg (1993) y Turk, Heimberg y Hope (2001), conviene seleccionar
sólo unos pocos (p.ej., 1-2 en una situación de grupo) que impliquen errores cognitivos, que estén
relacionados significativamente con la ansiedad experimentada en la situación y que puedan ser
cuestionados en el tiempo disponible. Por ejemplo, en el caso de un fóbico social que informa de
los pensamientos “no sabré que decir”, “la conversación acabará” y “pensará que soy tonto/a”, se
seleccionaría el primer pensamiento, el cual es el primer eslabón de la cadena que parecen formar
todos ellos y que, de ser cierto, no produciría una impresión favorable en los demás.
Fobia Social - 82
Algunos terapeutas (como en el programa de Heimberg) hacen que los clientes tengan que
identificar los errores cognitivos específicos (inferencia arbitraria, sobregeneralización, exagera-
ción, minimización, abstracción selectiva, razonamiento dicotómico, personalización, razona-
miento emocional) presentes en sus pensamientos automáticos antes de cuestionar estos. Otros
terapeutas pasan directamente al cuestionamiento de dichos pensamientos y omiten el paso citado.
No hay datos hasta el momento sobre la posible eficacia diferencial de estos dos abordajes.
En ocasiones la reestructuración puede ser más eficaz si en vez de proceder sólo verbalmen-
te entre terapeuta y cliente, este la dramatiza en un momento dado a través de una adaptación
del diálogo de las dos sillas. Por ejemplo, el cliente puede defender ciertas creencias y pensa-
mientos desadaptativos mientras se sienta en una silla y pasar a desafiarlos cuando cambia a la
otra silla. La ventaja de la reestructuración dramatizada es que hay una mayor movilización del
afecto.
Experimentos conductuales
mentos conductuales, con un ejemplo concreto, que puede darse a los pacientes. Bados (2001a,
págs. 169-170; 2008) presenta los pasos a la hora de diseñar y llevar a cabo un experimento con-
ductual.
Los experimentos deben permitir por una parte someter a prueba si en realidad uno actúa
tal como piensa o muestra los síntomas que cree. Por otra parte, de cara a abordar el miedo a la
evaluación negativa y sus consecuencias, los experimentos deben permitir evaluar las reacciones
y pensamientos de los otros. Existen varias maneras para evaluar lo que piensan los otros
(Bados, 2001a):
a) Predecir comportamientos específicos que los otros mostrarán caso de que piensen
algo y observar si ocurren; por ejemplo, si alguien piensa que una persona es aburrida,
tenderá a hablar menos con ella o la mirará menos que a otras cuando habla con ella.
b) Hacer ciertas preguntas a los otros para establecer si notaron ciertos síntomas y
comportamientos (“me parece que me temblaba mucho la voz al hablar, ¿cómo lo viste
tú?”) y, en caso afirmativo, qué pensaron al respecto. Esta segunda manera es más dire-
cta y amenazante y puede ser descartada más fácilmente por los pacientes. Además, estos
pueden no creer lo que los demás les dicen si piensan que intentan ser benevolentes,
compasivos o quedar bien.
c) Preguntar a los demás qué piensan sobre ciertos comportamientos en general (p.ej.,
que alguien se ponga rojo); esta encuesta puede ser llevada a cabo por el cliente y/o por
otras personas como amigos, pareja, terapeuta, etc. A diferencia de la anterior, esta es una
manera indirecta, ya que no pregunta sobre comportamientos del propio cliente.
Una vez establecidos los modos en que se evaluarán el propio comportamiento y las reaccio-
nes y pensamientos de los otros, la persona puede abordar situaciones antes evitadas, mostrar sig-
nos de ansiedad, cometer “fallos” (p.ej., pausas en la conversación, equivocaciones) o comportar-
se de forma “inaceptable” (p.ej., probarse varias prendas y no comprar ninguna, dar de menos al
pagar, dejar caer “accidentalmente” un objeto, mostrar claro desacuerdo con lo dicho por otros,
presentarse despeinado a una reunión de amigos). Conviene que el paciente complete un autorre-
gistro en el que consten: a) fecha y situación, b) predicción (consecuencias específicas anticipa-
das, gravedad o intensidad de las mismas, grado de creencia en la predicción), c) perspectiva al-
ternativa y grado de creencia en la misma, d) experimento (qué se hará y en qué se fijará uno), e)
resultados (consecuencias que han ocurrido realmente, gravedad o intensidad de las mismas, me-
dida en que se ha cumplido la predicción), y f) conclusión (qué se ha aprendido respecto a la pre-
dicción y la alternativa, grado de creencia en las mismas, ¿hay que hacer algo más?)
veces para invalidar creencias. En segundo lugar, desde una perspectiva más amplia, puede ar-
güirse que un tratamiento eficaz requiere no solamente la invalidación de creencias, sino también
aprender a romper la asociación entre las situaciones temidas y las reacciones de ansiedad y a
responder de modo diferente ante dichas situaciones (Bados, 2001a).
Si en algún caso, la imagen real que da el cliente fuera negativa, habría que analizar si se
debe a un déficit de habilidades o a que está centrado en sus sensaciones y pensamientos negati-
vos o presenta conductas defensivas; después se actúa en consecuencia. Una vez que el paciente
ha establecido una autoimagen más precisa, se le pide que la recuerde cuando la impresión distor-
sionada le asalte. También puede emplear autoinstrucciones del tipo: “es muchísimo más lo que
siento que lo que se ve”, “siento mucho calor en la cara, pero el rubor que los demás ven es míni-
mo”, “me siento supernervioso, pero no se nota en absoluto”, “a veces me bloqueo un poco, pero
los demás o no se dan cuenta o no le dan importancia”.
- Persona que subvalora su actuación en situaciones sociales. Tras haber anotado sus
predicciones específicas sobre lo que ocurrirá y su grado de creencia en ello, se le graba
durante la situación simulada y después se le pide que valore en escalas tipo Likert diver-
sos aspectos específicos y la globalidad de su actuación, el grado en que se han cumplido
sus expectativas y la medida en que sigue creyendo en sus predicciones. Luego, se le
hace ver la cinta y volver a hacer las valoraciones a partir de lo visto en el vídeo; las valo-
raciones de su actuación tienden a ser más elevadas. Otra forma complementaria o alter-
nativa (aunque probablemente menos eficaz) es obtener valoraciones de los mismos as-
pectos de la actuación por parte de otros que observan o participan y comparar estas valo-
raciones con las hechas por el cliente. En ambos casos, las valoraciones pueden ser cuali-
tativas además de cuantitativas.
- Persona que cree que la gran ansiedad que experimenta internamente al hablar en pú-
blico es notada por el auditorio. Se le graba en vídeo y se le pide que explique detallada-
mente la imagen que cree que ha dado, que califique los síntomas y grado de su ansiedad
visible, que vea la grabación y que compruebe cuáles son realmente los signos y grado de
su ansiedad manifestada. Otra posibilidad es que el cliente dé una charla, califique su ni-
vel de ansiedad y diversos síntomas en una escala 0-10, que pida a otras personas que
hayan escuchado la charla que empleen la misma escala para valorar el miedo y síntomas
que él ha manifestado y que compare los valores.
- Persona que cree que un bloqueo o un temblor de manos en público suscitará un gran
número de reacciones negativas (risas, comentarios críticos, ser señalado). Se le pide que
observe cómo responde la gente mientras el terapeuta u otra persona queda deliberada-
mente bloqueado o le tiemblan las manos. En una segunda fase, la manifestación de estos
síntomas sería llevada a cabo por la propia persona.
Fobia Social - 85
- Persona que cree que si no habla rápidamente y sin pausas, los demás notarán que du-
da, se mostrarán inquietos y pensarán mal de ella. Se le pide que la próxima vez, de modo
deliberado, hable más lentamente y/o introduzca una o más pausas; asimismo, debe ob-
servar cuidadosamente las respuestas de los otros (p.ej., expresión facial) y preguntarles
después sobre cómo habla de rápido y/o sobre las pausas realizadas. Estas, que tan largas
pueden parecer al cliente, no suelen ser advertidas por los demás o son interpretadas co-
mo fenómenos normales o muestras de que se está pensando (Clark y Wells, 1995).
- Persona que cree que tiene que ser muy divertida u ocurrente en sus conversaciones
para ser aceptada por los demás. Se le pide que escuche las conversaciones de los otros
para ver con qué frecuencia son ocurrentes o vulgares.
- Persona que teme que sus manos puedan temblar en público y, para prevenirlo, agarra
fuertemente los objetos (p.ej., un vaso). Se pide al paciente que compruebe que este es
uno de los mejores modos de producir temblor incluso en gente sin miedo a que le tiem-
blen las manos.
- Persona que cree que la gente estará muy pendiente de él cuando entre en una clase o
restaurante. Se le pide que observe las reacciones de la gente cuando otros entran en estos
sitios, luego cuando él entra y finalmente cuando le sucede algún pequeño percance al en-
trar (que se le caiga un libro, p.ej.).
- Persona que piensa que si se pone roja, queda en ridículo y la gente se ríe internamente
de ella. Puede preguntar a amigos, conocidos y otras personas cómo reaccionan o reac-
cionarían internamente ante un cliente que se sonroja o se sonrojara en público; el tera-
peuta podría también preguntar paralelamente a otras personas.
- Persona que cree que al sudar en situaciones sociales la gente piensa que es rara; además
duda de que se pueda saber lo que piensa realmente la gente si se le pregunta. Se le pide
que especifique en qué comportamientos se traduce ese supuesto pensamiento de la gente
(p.ej., rehuir su conversación) y que observe si esos comportamientos se dan en personas
que le han visto sudar. También se le puede pedir que sude deliberadamente (poniéndose
más ropa, p.ej.) y que tome nota de las reacciones de los demás.
- Persona que piensa que en una situación social (una fiesta, p.ej.) es el centro de atención
y que todos la observan. Se le puede pedir que especifique por anticipado cuánta gente
cree que le observa sistemáticamente y luego que compruebe en la situación cuánta gente
le observa realmente y en qué grado (muchas de las posibles miradas serán ocasionales e
indicativas de poco interés). Posteriormente se le puede decir que intente intensificar en
la situación su sensación de ser observado y que luego compruebe si la gente le mira más,
lo cual naturalmente no ocurre; de este modo se refuerza la idea de que las impresiones
subjetivas no tienen por qué corresponder con la realidad (Clark y Wells, 1995).
Para que los experimentos sean verdaderamente útiles, es fundamental que la persona no
centre su atención en sí misma, sino en la tarea o interacción social (incluyendo los signos de
evaluación neutral o positiva por parte de los demás) y deje de poner en práctica sus conductas
defensivas. De este modo no sólo reducirá su ansiedad, sino que podrá obtener información que
le ayudará a juzgar más realistamente la situación social y a invalidar sus creencias negativas
(“todo el mundo se da cuenta de lo inepto que soy”, “los demás me ven tal como yo me siento”).
Wells et al. (1995) y Kim (2005) aconsejan emplear la reducción de las conductas defensivas co-
mo experimentos conductuales. En concreto, se trata de:
- ¿De qué modo es el supuesto no razonable? Se trata de ver aquí las pruebas a favor y en
contra del supuesto: ¿en qué medida se ajusta este a cómo parecen ser las cosas? Conviene
tener en cuenta que, al igual que ocurre con los pensamientos concretos, el cambio de los su-
Fobia Social - 87
- ¿De qué modo es el supuesto poco útil? ¿Le es de ayuda al cliente para conseguir lo que
quiere en la vida o le sirve de estorbo? Una estrategia valiosa es analizar las ventajas y des-
ventajas a corto y largo plazo de mantener la creencia. La exploración de las ventajas perci-
bidas por el cliente de mantener una determinada creencia (“he de hacer lo que la gente espe-
ra que haga”) o conducta refleja también sus percepciones respecto a las consecuencias nega-
tivas de abandonar dicha creencia o conducta. Debe intentarse que las desventajas superen a
las ventajas. También es posible ponderar cada ventaja y desventaja, asignándoles pesos dis-
tintos, de modo que al final puedan compararse los pesos totales de ambas. Si las desventajas
predominan, el cliente estará más dispuesto a cambiar. Las ventajas asociadas con mantener
creencias o conductas desadaptativas deben ser cuestionadas y deben explorarse medios al-
ternativos y menos problemáticos de lograr las ventajas, tal como se expone a continuación.
- ¿Cuál sería una alternativa más moderada que proporcionaría las ventajas del supues-
to disfuncional sin sus desventajas? Los supuestos disfuncionales suelen ser extremos y
admiten pocas matizaciones y excepciones. En vez de ver algo como blanco o negro, se trata
de tener en cuenta también los grises. Así, el supuesto “he de complacer a mis amigos, no
importa lo mal que me sienta” puede ser reformulado en términos más realistas y útiles: “está
bien complacer a los amigos, pero también he de mirar por mí mismo”. Los supuestos dis-
funcionales y sus alternativas pueden ser escritos en tarjetas, las cuales son leídas repeti-
damente por el paciente hasta que aprenda a comportarse de acuerdo con los supuestos
alternativos. Las tarjetas también pueden utilizarse para recordarse las conductas desea-
das y para escribir argumentos en contra de los supuestos disfuncionales.
- ¿De dónde proviene el supuesto? En algunos casos, la adopción de una perspectiva históri-
ca que ayude a comprender cómo se adquirieron los supuestos disfuncionales puede ayudar a
distanciarse de los mismos. Lo que fue importante en la niñez puede no serlo o serlo mucho
menos en la vida adulta. También pueden ser útiles los diálogos imaginarios o las representa-
ciones simuladas con los padres o personas allegadas.
Como con los pensamientos automáticos, el cuestionamiento verbal de los supuestos disfunciona-
les debe ser acompañado del cuestionamiento conductual y reforzado por los cambios correspon-
dientes en el comportamiento. Los experimentos conductuales pueden tener que ser más frecuentes y
abarcar un mayor número de situaciones que los experimentos relativos a pensamientos concretos.
Entre los diversos tipos de experimentos se encuentran obtener información sobre las normas de
otras personas y no dar por supuesto que las de uno son compartidas por todo el mundo, observar el
comportamiento de otros para inferir las normas que profesan, actuar contra los propios supuestos
(p.ej., cometer errores en el caso de una persona con normas perfeccionistas) y observar las conse-
cuencias, y comprobar las nuevas creencias a través de la acción.
Una técnica útil es pedir al cliente que lleve un registro diario de experiencias que contradigan
el supuesto y apoyen creencias más positivas. Por ejemplo, un cliente que piensa que es aburrido
podría apuntar durante varios días diferentes tipos de atención que recibe de los demás, incluyendo
miradas, sonrisas, saludos, cumplidos, conversaciones, etc. Este registro podría ir acompañado, caso
de considerarse necesario, de instrucciones para atender y corresponder a los demás, lo cual facilitaría
respuestas por parte de estos que contribuirían a desmontar el supuesto original.
Clark y Wells (1995) señalan las siguientes preguntas que pueden emplearse siguiendo el
método socrático para cuestionar el supuesto “si no le gusto a alguien, significa que soy in-
Fobia Social - 88
competente”: ¿Cómo sabe que no le gusta a alguien?; ¿existen razones por las que alguien pueda
no responderle positivamente aparte de su incompetencia (p.ej., su estado de ánimo, el que usted
le recuerde a otra persona, el que tenga la cabeza en otro sitio, etc.)?; ¿puede pensar en ejemplos
actuales o históricos en los que alguien no ha gustado a otros, pero no ha sido incompetente (p.ej.,
Jesús y los fariseos)?; si usted no le gusta a una persona y a otra sí, ¿quién tiene razón?; si usted
no le gusta a alguien, ¿le anula esto como persona? Esta reestructuración verbal debería comple-
tarse mediante experimentos conductuales dirigidos a poner a prueba el supuesto. Así, el cliente
podría preguntar a otras personas qué opinan respecto a que si alguien no le gusta a otra persona,
es un incompetente. Otros supuestos y estrategias para cuestionarlos son mencionados por Wells
(1997):
La primera forma parece aconsejable al menos para aquellos pacientes que presentan claros
déficits en habilidades sociales básicas en una amplia variedad de situaciones, incluso con el
terapeuta: no miran, hablan poco y de modo inaudible, no modulan la voz, tienen dificultades para
escuchar y para responder preguntas, etc. Aparte del aprendizaje de habilidades sociales, este mo-
dulo, incluido al principio del tratamiento, aumenta la confianza del paciente para empezar con la
EV y/o los experimentos conductuales, y hace más probable que las actividades entre sesiones
proporcionen resultados más alentadores, ya que los demás reaccionarán más positivamente. Sue-
len necesitarse 6-10 sesiones para adquirir las habilidades básicas, aunque más tiempo será nece-
sario para dominarlas en la vida real (Bados, 2001a).
La segunda forma es adecuada para aquellos pacientes que presentan déficits de habilida-
des sociales en situaciones sociales específicas (p.ej., iniciar y mantener conversaciones, hacer
una crítica, presentarse a una entrevista de selección, hacer una reclamación, hablar en público), lo
Fobia Social - 89
cual suele hacerse evidente durante el curso del tratamiento. Es importante en este caso que el
entrenamiento en las habilidades sociales requeridas sea integrado con el cuestionamiento de los
pensamientos desadaptativos y la práctica de la EV (Bados, 2001a).
Aparte de los principios de actuación en cada situación y contexto, hay que tener en cuenta
una serie de componentes verbales (peticiones, preguntas, comentarios, retroalimentación, auto-
rrevelaciones, charla informal, razones, saludos/despedidas, alabanza, ofrecimiento de ayuda,
justificaciones, disculpas, contenido asertivo, mensajes latentes y características de la forma de
hablar como claridad, especificidad/generalidad, corrección, coloquialidad/formalidad, variedad,
pertinencia, interés y énfasis verbal), componentes no verbales (mirada, expresión facial, gestos,
apariencia, postura, orientación, movimiento, proximidad, contacto físico) y componentes voca-
les (volumen, tono, entonación, pausas, fluidez, velocidad, pronunciación, duración y latencia de
la respuesta, énfasis vocal) (véanse Caballo, 1993; Kelly, 1982/1987).
Conviene tener en cuenta que un déficit de habilidades no puede inferirse simplemente a par-
tir de un déficit de ejecución, ya que este último puede ser también debido a la perturbación pro-
ducida por la ansiedad. La mejor manera de establecer la existencia de un posible déficit de
habilidades es pedir al cliente que haga una representación de papeles de las situaciones proble-
máticas bajo condiciones que minimicen la ansiedad y faciliten, mediante el empleo de las ins-
trucciones adecuadas, el comportamiento competente. También es útil observar lo habilidoso que
es el cliente en sus interacciones con el terapeuta, especialmente después de que se haya habitua-
do al mismo tras unas pocas sesiones.
PROGRAMA DE MANTENIMIENTO
Es conveniente, una vez terminado el entrenamiento formal, poner en marcha durante unos
pocos meses un programa de mantenimiento supervisado (por correo y teléfono) que aliente
la exposición continuada a las situaciones temidas para conseguir reducir aún más la ansiedad y/o
perfeccionar las habilidades correspondientes. El programa de mantenimiento se presenta en la
última sesión e incluye (Bados, 2001a):
d) Revisión con los clientes de las situaciones de alto riesgo para los contratiempos: expe-
riencias sociales propias o ajenas vividas como muy negativas (ataques de pánico, blo-
queos, ansiedad intensa, críticas fuertes), periodos de estrés (laboral, familiar, conyugal),
acontecimientos vitales negativos (p.ej., muerte de un ser querido, enfermedad grave, ce-
se de una relación), dejar de exponerse a las situaciones temidas o hacerlo con poca fre-
cuencia, volver a sentir dudas a la hora de entrar en las situaciones temidas, sentirse ali-
viado cuando se cancelan o posponen ciertas situaciones sociales. Estar avisado de estas
situaciones facilita afrontarlas caso de que surjan.
e) Elaboración de una lista individualizada de estrategias útiles para afrontar las situa-
ciones de alto riesgo y los posibles reveses o contratiempos: recordar que un contra-
tiempo no es una recaída, no dejar que el contratiempo se generalice a otras situaciones,
repasar las habilidades aprendidas (reestructuración, respiración), volver a la situación
problemática lo más pronto posible (o comenzar por una un poco más fácil si es preciso)
y aplicar las estrategias de afrontamiento para manejar la ansiedad, seguir practicando la
situación hasta lograr manejarla con poca ansiedad y sin conductas defensivas, continuar
con la exposición continuada a otras situaciones temidas, buscar apoyo de otros en caso
necesario, solicitar nuevo contacto con el terapeuta si lo anterior falla. En el caso de los
periodos de estrés y de los acontecimientos vitales negativos, habrá que identificar for-
mas de manejarlos. Por otra parte, si se sigue una perspectiva cognitivo-conductual, pue-
de hacerse un ensayo de contratiempo en el que el terapeuta expresa los pensamientos
negativos más importantes del cliente y este responde de forma más adecuada.
f) Acuerdo contractual, verbal o escrito, entre cliente y terapeuta que especifique las obli-
gaciones de cada uno.
g) Compromiso del cliente con una persona allegada respecto a la exposición continuada
a las situaciones temidas
Aparte de lo que se ha comentado hasta aquí sobre el tratamiento global de la fobia social,
Hughes (2002) apunta otras posibilidades de intervención que podrían ser útiles: a) considerar
en la terapia las experiencias recientes y remotas (p.ej., humillaciones en la infan-
cia/adolescencia) que han llevado a percibir ciertas situaciones como amenazantes; b) hacer que el
paciente lleve un registro de eventos sociales positivos o benignos en los que haya estado impli-
Fobia Social - 91
cado; c) desarrollar una autoimagen positiva haciendo que el cliente se centre en aspectos positi-
vos de sí mismo no relacionados con el área social.
EL EMPLEO DE GRUPOS
La terapia puede aplicarse en forma individual o en grupo. Muchos fóbicos sociales pueden
mostrar una resistencia inicial a que el tratamiento sea en grupo. Hay que reconocerles que aun-
que inicialmente lo pueden pasar algo mal (ya que es una situación social que puede ser temida),
este malestar desaparecerá pronto. Además, hay que recalcar las ventajas que les supondrá el tra-
tamiento en grupo y que no se verán obligados a hacer nada que no quieran. Otra cuestión impor-
tante que debe enfatizarse con los pacientes renuentes al tratamiento en grupo es la posibilidad de
sesiones individuales complementarias caso de ser necesarias. Si a pesar de todo, un cliente no
acepta ser tratado en grupo, debe ofrecérsele tratamiento individual. Las ventajas de que la inter-
vención se realice en grupo son (Bados, 2001a):
- Muchas interacciones sociales pueden simularse de modo más realista. Para otras, el
grupo proporciona un contexto social real (p.ej., contradecir o elogiar a alguien conoci-
do, decir no a una petición, conversar en una situación de reunión).
- El contexto de grupo permite, hasta cierto punto, poder poner a prueba los errores cog-
nitivos sobre las percepciones de los demás. Además, al ver cómo los otros miembros
se evalúan negativamente a sí mismos a pesar de una actuación adecuada, es más fácil
reconocer que la propia autoevaluación puede estar sesgada. Por otra parte, hay va-
rias personas para proporcionar datos que puedan rebatir los pensamientos negativos o
erróneos.
- Los clientes descubren o aprecian más claramente que sus problemas no son únicos, que
hay otras personas que también los experimentan.
- Las expectativas de mejora pueden aumentar, ya que en la terapia individual las espe-
ranzas inducidas pueden verse simplemente como parte del trabajo del terapeuta.
- Los clientes que tienen o han adquirido cierta competencia pueden actuar como modelos
en lugar del terapeuta. Estos modelos son más cercanos, tienen más cosas en común
con los otros clientes que las que tiene el terapeuta. Además, hay más posibilidades de
emplear modelos múltiples. Asimismo, el progreso de cada cliente puede servir de
modelo para los demás.
- La motivación de los clientes aumenta debido al compromiso público delante del gru-
po, a la presión del grupo para practicar, a la aprobación del grupo por los esfuerzos y
progresos y a la observación de los progresos de los otros.
- Los miembros del grupo pueden apoyarse o ayudarse mutuamente dentro y fuera de
las sesiones para alcanzar las metas del tratamiento. Por ejemplo, pueden recordarse las
tareas a realizar, pueden practicar por parejas o tríos para observarse y darse retroalimen-
tación mutuamente o un miembro con determinada habilidad puede ayudar a otro carente
de dicha habilidad durante la práctica.
- Una vez que el grupo alcanza un acuerdo por unanimidad (consenso) o mayoría sobre
las respuestas apropiadas en cada situación, la credibilidad de estas respuestas aumen-
ta o se reafirma, ya que varias personas concuerdan sobre su conveniencia.
- La comparación con otros miembros del grupo puede tener efectos adversos. Algún
cliente puede concluir que sus miedos son los peores o que es el menos habilidoso. Otro
puede estar celoso del progreso de los otros –hay que explicar que los problemas de los
clientes no pueden ser comparados– o puede desmotivarse al comparar los propios
avances con los de los demás.
- Puede llegar a crearse un grado de cohesión tal dentro del grupo que algunos pacientes
puedan solucionar sus necesidades afiliativas básicas con un mínimo esfuerzo y dentro
del mismo grupo, sin necesidad de poner en práctica muchos de los recursos aprendidos
o sin intentarlo en situaciones más demandantes o difíciles.
El tamaño del grupo puede ser de 4-6 personas, lo suficientemente amplio como para facilitar
el contacto con varias personas, pero no tanto como para dispersar la atención del terapeuta, difi-
cultar o trivializar las interacciones del grupo o favorecer la aparición de miembros aislados. Se-
gún Turk, Heimberg y Hope (2001), 6 clientes es el tamaño ideal, ya que permite que cada pa-
ciente reciba atención centralizada en sesiones alternas y si fallan una o dos personas, todavía se
dispone de un grupo adecuado para trabajar.
Es buena idea contar con un coterapeuta, que puede ser un paraprofesional, ya que el trabajo
para un solo terapeuta será difícil y cansado. Para grupos más grandes de 6 pacientes, los dos te-
rapeutas parecen necesarios. Si son de distinto sexo, se tienen las ventajas de contar con diferentes
perspectivas y de disponer en ciertos ensayos conductuales (p.ej., citas) de un colaborador de
cualquiera de los dos sexos; esto es especialmente útil cuando los pacientes son de un solo sexo o
están demasiado ansiosos para participar o sus reacciones resultan demasiado impredecibles (Ba-
dos, 2001a).
Las sesiones de grupo suelen durar 2-2,5 horas, con un pequeño descanso en medio, pero
pueden reducirse a 30-45 minutos con aquellas personas que presentan dificultades de concentra-
ción (p.ej., pacientes esquizofrénicos o deficientes mentales). Se recomienda que los clientes sean
similares en ciertas características importantes (nivel sociocultural, intervalo amplio de edad)
y que el grupo esté relativamente equilibrado en cuanto a variables como sexo y gravedad de la
fobia social. Si una persona difiriera marcadamente del resto, podría abandonar el tratamiento. De
todos modos, no hay datos claros al respecto. Por otra parte, Echeburúa (1995) ha recomendado
que los clientes se sienten en lugares diferentes en cada sesión, para facilitar así la interacción con
diferentes miembros del grupo, y que las revisiones de las actividades entre sesiones y los ejerci-
cios comiencen en cada sesión en un orden aleatorio con el fin de que los pacientes no puedan
predecir cuándo les tocará intervenir. Finalmente, es útil, aunque complicado, invitar a partici-
par en el grupo a personas ajenas al mismo o a miembros de otros grupos para crear situacio-
nes más realistas y favorecer la generalización (Bados, 2001a).
La primera actividad en un grupo es que los terapeutas se presenten ante el grupo y que
cada miembro del grupo se presente también ante el mismo. Cada cliente puede decir su nom-
bre y proporcionar información sobre dónde trabaja, a qué se dedica, con quién vive y cuáles son
sus aficiones. Aparte de las presentaciones iniciales, se requiere que el grupo conozca y se atenga
a ciertas normas para lograr un funcionamiento adecuado: asistencia a las sesiones, puntualidad,
participación en el grupo, respeto a las intervenciones y opiniones de los otros, confidencialidad
de lo tratado en el grupo y realización de las actividades entre sesiones. En sesiones posteriores
Fobia Social - 94
conviene dedicar un poco de tiempo al comienzo para hablar de temas informales, romper el hielo
y ayudar a la cohesión del grupo (Bados, 2001a).
En la segunda fase se trabajan las situaciones temidas por cada adolescente mediante exposi-
ción simulada y EV (esta también como actividad entre sesiones) y la aplicación durante dichas
exposiciones de las habilidades adquiridas previamente. Un esquema del desarrollo del tratamien-
to sesión por sesión puede verse en Albano, DiBartolo et al. (1995) y Sandín (1997); asimismo,
Albano y DiBartolo (2007) presentan una guía para el terapeuta. Los resultados del programa
fueron prometedores a corto y medio plazo (1 año). En un estudio controlado posterior (Hayward
et al., 2000), la intervención resultó además más eficaz que el no tratamiento a corto plazo, aun-
que los síntomas residuales fueron considerables. Las mejoras se mantuvieron en el seguimiento
al año, pero ya no hubo diferencias entre los grupos. Hubo una tendencia a que la intervención
redujera la probabilidad de recaída de depresión mayor entre aquellas adolescentes con historia de
dicho trastorno.
En un estudio posterior, Olivares, Rosa y Piqueras (2005) hallaron que el programa IAFS
Fobia Social - 95
(véase Olivares, 2005) fue superior a un grupo de lista de espera en el postratamiento y en el se-
guimiento a los 6 meses. Las mejoras se mantuvieron en el seguimiento a 1 año. En otros estu-
dios, el IAFS también ha sido superior a la lista de espera (Olivares, Rosa y Olivares, 2007; Rosa,
Olivares y Olivares, 2009; Vallés, Olivares y Rosa, 2007). El programa IAFS también ha sido
superior a un grupo de transmisión de información sobre la ansiedad y la fobia social (Olivares,
Rosa y Olivares, 2007; Rosa, Olivares y Olivares, 2009), a un grupo de técnicas de estudio con
interacción entre iguales (Rosa, Olivares y Olivares, 2007) y a un grupo placebo en dos estudios,
aunque no se comprobó que el placebo fuera igual de creíble que el tratamiento (Rosa, Olivares y
Olivares, 2009; Vallés, Olivares y Rosa, 2007). El programa IAFS ha conseguido un tamaño del
efecto de 2,1 en ansiedad/evitación social y 1,8 en cogniciones negativas en comparación a la lista
de espera. Además, el 59% en el postratamiento y el 70% al año ya no informan de situaciones
fóbicas en comparación al 0% en la lista de espera.
Por otra parte, Olivares, Rosa y Olivares (2006) no hallaron diferencias entre el programa
IAFS con seis sesiones de tutoría individualizada y el mismo programa sin dichas tutorías; esto
representa una ventaja desde el punto de vista coste/beneficio, aunque el estudio tuvo poca poten-
cia estadística y los tamaños del efecto favorecieron al grupo con tutorías. En un estudio posterior
Olivares, Rosa y Olivares (2008) compararon IAFS sin tutorías individualizadas, IAFS con 6 tuto-
rías e IAFS con 12 tutorías. Aunque los tres grupos mejoraron, el grupo con más tutorías fue el
mejor a medio plazo (6 y 12 meses); sin embargo, los costes del tratamiento son mucho más altos.
Finalmente, en un estudio piloto no controlado (García-López, Ruiz et al., 2006), el programa
IAFS ha funcionado bien en 12 jóvenes adultos con un trastorno de ansiedad social.
Baer y Garland (2005) desarrollaron una versión simplificada (en términos de tiempo y
esfuerzo) de la terapia de efectividad social de Beidel, Turner y Morris (2000) (véase más aba-
jo). Esta versión fue más eficaz que la lista de espera en un estudio piloto con adolescentes. Simi-
larmente, Masia-Warner et al. (2005) adaptaron la terapia de efectividad social al contexto
escolar y añadieron una sesión sobre pensamiento realista; comprobaron que su programa (Habi-
lidades para el Éxito Social y Académico) fue superior a la lista de espera en adolescentes. En un
estudio posterior (Masia-Warner et al., 2007), este tratamiento fue superior en el postratamiento y
en el seguimiento a los 6 meses a un grupo de apoyo que incluyó psicoeducación, relajación y
apoyo respecto a los síntomas y experiencias de ansiedad y respecto a las dificultades relaciona-
das con la ansiedad social y con cuestiones generales de la vida.
Por lo que respecta a los niños, Beidel y Turner (1998) presentan guías prácticas para el
tratamiento de niños con fobia social a partir de 8 años. Su programa incluye exposición gra-
duada en vivo e imaginal (para niños de 12 o más años en este último caso) y entrenamiento en
habilidades sociales; también ofrecen algunas pautas para llevar a cabo reestructuración cognitiva
(con adolescentes) y entrenamiento en relajación. Para niños de 8 a 12 años, Beidel, Turner y Mo-
rris (2000) han investigado la terapia de efectividad social, la cual incluye cuatro componentes,
de los cuales los tres últimos son conducidos en paralelo. Los componentes son: a) educación
sobre la fobia social dirigida a niños y padres; b) entrenamiento en habilidades sociales; c) sesio-
nes de generalización en las que los niños se reunían con un grupo de compañeros no ansiosos
para realizar actividades como bolos, fiestas, patinaje o videojuegos, las cuales siempre incluían
comida; y d) exposición individualizada en vivo. Los tres primeros componentes son aplicados en
grupos de 4-6 niños con sesiones de 150 minutos (60 para entrenamiento en habilidades sociales y
90 para generalización); la EV se aplica individualmente. El tratamiento dura 12 semanas con una
sesión grupal y otra individual por semana, lo cual, junto al componente de generalización, lo
hace especialmente costoso.
En un estudio con fóbicos sociales generalizados, Beidel, Turner y Morris (2000) compara-
ron la terapia de efectividad social descrita con un tratamiento inespecífico dirigido a enseñar
técnicas de estudio y de realización de exámenes, y que incluyó también leer y contestar pregun-
Fobia Social - 96
tas delante del grupo. El primer tratamiento resultó superior en una amplia variedad de medidas,
tanto de autoinforme como de otras personas, y mantuvo la mejora en el seguimiento a los 6 me-
ses. El 67% de los niños tratados dejaron de cumplir criterios diagnósticos de fobia social y el
53% se recuperaron (criterio laxo); estos dos porcentajes fueron del 5% en el otro grupo. Los re-
sultados no se vieron afectados por la presencia de comorbilidad. En un seguimiento a los 3 años
con la inmensa mayoría de los niños, en el que ninguno había recibido tratamiento adicional para
la fobia social, las mejoras conseguidas se mantuvieron claramente tanto a nivel estadístico como
clínico (Beidel et al., 2005). Por otra parte, la terapia de efectividad social ha sido superior a la
fluoxetina y al placebo farmacológico en niños y adolescentes (Beidel et al., 2007). Con la la
terapia de efectividad social, el 79% de los niños mejoran, el 65% dejan de cumplir el diagnóstico
de fobia social y el 55% se recuperan (aunque la recuperación ha sido definida de forma laxa).
Spence et al. (2000) encontraron que la TCC (entrenamiento en habilidades sociales, expo-
sición graduada, desafío cognitivo) aplicada en niños de 7-14 años con o sin la colaboración de
los padres fue superior a la lista de espera en medidas de ansiedad y actuación social y en ansie-
dad general. Las mejoras se mantuvieron en el seguimiento al año. Hubo una tendencia a que los
resultados fueran mejores cuando los padres participaron en el tratamiento. En un estudio poste-
rior, Spence et al. (2006, citado en Silverman, Pina y Viswesvaran, 2008) comprobaron que la
eficacia del tratamiento aplicado en grupo y con los padres fue similar cuando la mitad de las se-
siones con los niños (el 42% con fobia social) se hicieron a través de internet. Gallagher, Rabian y
McCloskey (2004) hallaron que una TCC grupal (identificación y modificación de pensamientos
negativos, exposición) aplicada lo largo de 3 sesiones de 3 horas a lo largo de 3 semanas en niños
de 8-11 años también fue mejor que la lista de espera. Los resultados fueron más importantes se-
gún padres y entrevistadores que según los propios niños.
Por otra parte, en un estudio realizado con niños con diversos trastornos de ansiedad, la bi-
blioterapia pura ha sido algo mejor que la lista de espera, pero mucho menos eficaz que la TCC
grupal con la participación de los padres (Rapee, Abbott y Lyneham, 2006, citado en Silverman,
Pina y Viswesvaran, 2008). La biblioterapia puede ser más eficaz cuando es apoyada por contac-
tos telefónicos o correos electrónicos con el terapeuta, ya sea que estos últimos sean iniciados por
el terapeuta o el cliente (Lyneham y Rapee, 2006, citado en Silverman, Pina y Viswesvaran,
2008). El primero de estos tratamientos fue el más eficaz y puede ser útil para personas que no
tienen fácil acceso a los servicios cara a cara.
En su metanálisis, Segool y Carlson (2008) han calculado el tamaño del efecto pre-post de
los tratamientos cognitivo-conductuales (excluyendo los estrictamente conductuales). El tamaño
del efecto fue 0,86 en ansiedad social, 0,75 en ansiedad general, 1,56 en deterioro o disfunción y
0,68 en competencia social. Estos tamaños del efecto fueron significativamente menores que los
conseguidos por los antidepresivos serotonérgicos, salvo en el último caso. Lamentablemente, no
day datos de seguimiento de los estudios farmacológicos. In-Albon y Schneider (2007) obtuvieron
un tamaño del efecto algo mayor (0,97) considerando tratamientos conductuales y cogniti-
vo-conductuales.
dos del programa Coping Cat se han mantenido en tres seguimientos de 1 año y en otros dos de 3
y 6 años de media, y no se han visto afectados por la presencia de comorbilidad. La implicación
de los niños en el tratamiento ha correlacionado positivamente con las mejoras conseguidas (Chu
y Kendall, 2004).
El número de sesiones oscila entre 16 y 20, duran 50-60 minutos y su periodicidad es sema-
nal. La intervención es individual, aunque según un estudio en el que los padres participaron en
varias sesiones, la intervención grupal (con sesiones de 90 minutos) fue tan eficaz como aquella y
también superior a la lista de espera. En otro estudio, sin la intervención de los padres, ambos
tipos de intervención fueron también igual de eficaces a nivel estadístico y clínico (Muris et al.,
2001).
Durante el segundo bloque de ocho sesiones el niño practica las nuevas habilidades por medio
de experiencias imaginales y en vivo (en la consulta, casa y escuela) de situaciones individuali-
zadas y graduadas en cuanto al estrés y ansiedad que provocan. Para ello, el terapeuta sirve de
modelo (usa la activación ansiosa como señal para aplicar las estrategias de afrontamiento), se
utilizan ensayos conductuales y se emplea el reforzamiento social; también se alienta a los niños a
que se refuercen por su afrontamiento exitoso. En la sesión 9 se trabaja con situaciones no estre-
santes y de baja ansiedad. En las sesiones 10-13 aumenta el nivel de ansiedad de las situaciones.
Y en las sesiones 14-15 se practica en situaciones muy estresantes. Además, en estas dos últimas
sesiones los niños comienzan a preparar un proyecto individualizado (canción, anuncio de TV,
espacio radiofónico, poema) que es grabado y que está dirigido a enseñar a otros niños cómo
afrontar la ansiedad perturbadora. La sesión 16 y última se dedica a discutir la experiencia de te-
rapia, revisar las habilidades y alentar al niño a practicar estas últimas en su vida diaria. El niño
graba su proyecto y recibe una copia para llevarse a casa. Existen datos que indican que este se-
gundo bloque, al menos cuando sigue al primero, es un componente activo a la hora de producir
cambios significativos.
una terapia individual o como co-clientes en una terapia familiar, aunque este último fue mejor
cuando ambos padres tuvieron un trastorno de ansiedad. Por otra parte, Barrett y colaboradores
han desarrollado el programa FRIENDS a partir del programa Coping Cat y han abordado tam-
bién la implicación de los padres. El estudio de Barrett et al. (1996) indica que esta implicación
mejora los resultados en niños menores de 11 años, aunque no con niños mayores, al emplear un
enfoque en que terapeuta, padres e hijos funcionan como un equipo a la hora de trabajar. No sólo
los niños pequeños se benefician más de la intervención cuando los padres son incluidos en el
tratamiento, sino también aquellos que tienen padres ansiosos (Cobham et al., 1998, citado en
Muris et al., 2001). La potenciación de los resultados de la TCC en el estudio de Barrett et al.,
(1996) se dio en el postratamiento y en los seguimientos a los 6 y 12 meses, aunque no a los 5-7
años (Barrett et al., 2001). El programa FRIEND resulta igual de eficaz aplicado individualmente
o en grupo (Liber, van Widenfelt, Utens et al., 2008)
El programa FRIENDS ha demostrado tener validez social, ya que sus usuarios muestran una
elevada satisfacción con el mismo y la mayoría lo recomendarían a otros. Curiosamente, los niños
valoraron más las estrategias cognitivas y los adolescentes la exposición gradual (Barret, Shortt y
Wescombe, 2001). Finalmente, el programa FRIENDS aplicado en la escuela con niños de 7 a 11
años ha resultado superior al no tratamiento; además el grupo que incluyó formación de padres
obtuvo mejores resultados (Bernstein et al., 2005).
El programa FRIENDS tiene tres componentes para los padres, cada uno de los cuales se
aplica durante cuatro sesiones; la primera parte de cada sesión se dedica al tratamiento indivi-
dual del trastorno de ansiedad del niño y la segunda al tratamiento en familia. En primer lugar y
con el fin de reducir el conflicto y aumentar la cooperación en la familia, los padres son entre-
nados para reforzar verbal y materialmente las aproximaciones a las situaciones temidas y
no prestar atención a la conducta ansiosa y quejas excesivas. En concreto, los padres respon-
den con empatía a la primera queja del niño, pero las repeticiones son seguidas por la incitación a
practicar una estrategia de afrontamiento previamente aprendida y por no hacer caso a las conduc-
tas de ansiedad y quejas. Estas estrategias de manejo de contingencias son ensayadas con ejem-
plos de las conductas temerosas del niño.
En segundo lugar, se enseña a los padres a tomar conciencia de sus propias respuestas de
ansiedad, a manejar sus alteraciones emocionales y a modelar respuestas de resolución de
problemas y de afrontamiento ante las situaciones temidas. En tercer y último lugar, se entrena
brevemente a los padres en habilidades de comunicación y resolución de problemas con el fin
de que sean más capaces de trabajar en equipo para resolver futuros problemas y mantener las
mejoras terapéuticas una vez acabado el tratamiento. Este tercer componente implica lo siguiente:
a) entrenar en habilidades para reducir la escalada del conflicto entre los padres sobre la educa-
ción del niño y para que los padres sean congruentes en el manejo de las respuestas ansiosas del
niño; b) alentar a los padres a reservar un tiempo para discusiones regulares sobre el día que ha
tenido cada uno y entrenar en habilidades de escucha para que estas discusiones sean más efica-
ces; c) entrenar en habilidades de solución de problemas y alentar a los padres a programar discu-
siones semanales de resolución de problemas para manejar las dificultades del niño y de la fami-
lia.
TRATAMIENTO MÉDICO
Los fármacos investigados han sido los IMAOs (fenelcina), los IMAOs reversibles (moclo-
bemida, brofaromina), los inhibidores selectivos de la recaptación de la serotonina (paroxetina,
sertralina, fluvoxamina, escitalopram, fluoxetina), los inhibidores de la recaptación de la serotoni-
na y la norepinefrina (venlafaxina), las benzodiacepinas (alprazolam, clonacepam, bromacepam) y
los betabloqueantes (propanolol, atenolol) (Blanco, Antia y Liebowitz, 2002; Blanco et al., 2003;
Bobes et al., 1998b; Davidson, 2006; Fedoroff y Taylor, 2001; Hedges et al., 2007; Ipser, Kariuki
y Stein (2008), Rodebaugh, Holaway y Heimberg, 2004; Robinson y Hood, 2007; Roy-Byrne y
Cowley, 2002; Schneier, 2001; Scott y Heimberg, 2000; Turk, Heimberg y Hope, 2001).
La fenelcina (30-90 mg/día) ha resultado superior al placebo en cinco estudios y mejor que el
atenolol en otro trabajo; el porcentaje de fóbicos sociales notablemente mejorados oscila alrededor
del 65%. Sin embargo, las recaídas son frecuentes (35-50%) al descontinuar la medicación. En
dos investigaciones, especialmente en la de Heimberg et al. (1998), la fenelcina también se ha
mostrado más eficaz a corto plazo y de efectos más rápidos que el tratamiento de Heimberg, y
ambos superiores a dos grupos placebo (farmacológico y psicológico); sin embargo, en el segui-
miento realizado en uno de estos estudios, una proporción notable de pacientes empeoró al dejar
de tomar fenelcina mientras que los que habían recibido tratamiento psicológico mantuvieron sus
ganancias. En el metaanálisis de Fedoroff y Taylor (2001), los IMAOs fueron más eficaces a
corto plazo que el placebo farmacológico y psicológico y que la relajación aplicada, casi más que
la reestructuración cognitiva, la combinación de esta con exposición y el entrenamiento en habili-
dades sociales, y menos que las benzodiacepinas. Los IMAOs tienen las limitaciones de importan-
tes efectos secundarios (hipotensión ortostática, sedación, disfunción sexual, irritabilidad, hiperes-
timulación, ganancia de peso, insomnio) y tener que seguir una dieta restrictiva, pobre en tirami-
na, para evitar crisis de hipertensión arterial.
Las crisis hipertensivas que pueden producir los IMAOs son menos probables con los nuevos
inhibidores reversibles de la monoaminooxidasa (brofaromina, moclobemida), aunque han sur-
gido otras dificultades. La brofaromina ha resultado eficaz a corto plazo para la fobia social en
comparación al placebo, pero ha sido retirada del mercado por efectos secundarios graves. En
cuanto a la moclobemida, los resultados de distintas investigaciones han sido inconsistentes, aun-
que en general tienden a mostrar la falta de eficacia de dicho fármaco respecto al placebo. Ade-
más, en un estudio ha resultado inferior a la terapia cognitiva de Beck (Oosterbaan et al., 2001a).
En el metaanálisis de Fedoroff y Taylor (2001), los ISRS fueron más eficaces a corto plazo
que el placebo farmacológico y psicológico y que la relajación aplicada. Dada su relativa eficacia,
Fobia Social - 100
Se necesitan de 6 a 8 semanas para comenzar a apreciar las mejoras con los ISRS. Las recaí-
das al dejar de tomar paroxetina son muy frecuentes, al menos cuando se ha tomado durante 3
meses o menos. De aquí que se recomiende prolongar el tratamiento durante al menos 6-12 meses.
Los pacientes que han respondido a la paroxetina y la siguen tomado durante 6 meses más recaen
menos durante este periodo (14%) que los que son cambiados aleatoriamente a placebo (39%).
Sin embargo, no se ha estudiado cuántos pacientes recaen tras dejar la paroxetina después de
haberla tomado durante meses.
Las benzodiacepinas han sido muy poco investigadas. Dos estudios aportan datos favorables
al clonacepam (1-6 mg/día) en comparación al placebo en el caso de los adultos. En un estudio, el
clonacepam más aliento para autoexponerse a las situaciones temidas fue superior en algunas me-
didas al tratamiento de Heimberg. El bromacepam (20 mg/día) ha resultado superior al placebo en
un estudio. El alprazolam (2-10 mg/día) produjo mejoras en un estudio, pero casi no más que el
placebo, al menos cuando ambos fueron combinados con AEV. Con los niños, ni el clonacepam
(Graee et al., 1994, citado en Kendall et al., 1997) ni el alprazolam han resultado superiores al
placebo. En el metaanálisis de Fedoroff y Taylor (2001), las benzodiacepinas fueron más efica-
ces a corto plazo que las siguientes condiciones: placebo farmacológico y psicológico, reestructu-
ración cognitiva, combinación de esta con exposición, entrenamiento en habilidades sociales, rela-
jación aplicada e IMAOs. La superioridad de las benzodiacepinas sobre otros tratamientos no fue
observada por Gould et al. (1997). Existe una fuerte tendencia a la recaída al retirar las benzodia-
cepinas y además pueden aparecer efectos secundarios (sedación, somnolencia, disminución del
nivel de alerta, pérdida de memoria, debilidad muscular, depresión respiratoria), dependencia,
cuando se prescriben por largos periodos, y potenciación de los efectos del alcohol (este es fre-
cuentemente consumido por los fóbicos sociales).
Los betabloqueantes no han resultado más eficaces que el placebo. Se piensa, aunque no ha
sido bien investigado, que el propanolol (30-80 mg/día) y el atenolol (25-100 mg/día) pueden ser
Fobia Social - 101
útiles en las fobias sociales circunscritas (miedo a hablar en público, miedo escénico) adminis-
trados en dosis únicas 45-120 minutos antes de la exposición a situaciones temidas ocasionales
(una conferencia, p.ej.) o en dosis constantes cuando las situaciones son más frecuentes. Sin em-
bargo, su empleo continuado, como hacen algunos músicos, conlleva riesgos, ya que pueden
agravar trastornos existentes tales como asma, problemas cardíacos y depresión. Además, incluso
dosis altas ocasionales de betabloqueantes pueden empeorar la actuación cuando la actividad a
desarrollar exige una mayor respuesta del sistema cardiovascular, como ocurre en el caso de los
cantantes. Los betabloqueantes, al reducir la taquicardia, el temblor y la sudoración, pueden au-
mentar la confianza de la persona y facilitar la exposición a las situaciones temidas y la actuación
durante la misma. Sin embargo, al reducir poco los síntomas psíquicos de ansiedad, están indica-
dos sobretodo cuando la sintomatología es predominantemente somática.
estudio, el programa de Heimberg y la fenelcina fueron superiores a dos grupos placebo (farma-
cológico y psicológico); la fenelcina fue de efectos más rápidos y más eficaz en algunas medidas
en el postratamiento a pesar de que ambos tratamientos proporcionaron un porcentaje equivalente
de pacientes mejorados; el programa de Heimberg se caracterizó por un mejor mantenimiento de
los resultados una vez concluido el tratamiento. Por otra parte, la terapia cognitiva de Clark ha
sido más eficaz que la fluoxetina más AEV (Clark et al., 2003) y que el tratamiento psiquiátrico
usual (básicamente antidepresivos serotonérgicos) (Mörtberg et al., 2007) a corto y medio plazo.
En el metaanálisis llevado a cabo por Gould et al. (1997, citado en Otto, 1999), el tratamien-
to cognitivo-conductual y el farmacológico tuvieron una eficacia aproximadamente igual a corto
plazo. Los tratamientos psicológicos y farmacológicos más eficaces fueron respectivamente la EV
con o sin reestructuración cognitiva y los ISRS, aunque en este último caso las conclusiones estu-
vieron basadas sólo en dos estudios. El porcentaje de abandonos fue del 10% para el tratamiento
cognitivo-conductual y del 14% para el farmacológico.
Los resultados han sido algo diferentes en un metaanálisis más reciente Fedoroff y Taylor
(2001) que ha incluido un mayor número de estudios, publicados y no publicados, y que ha pon-
derado los tamaños medios del efecto por el tamaño de la muestra (esto favorece a los estudios
farmacológicos, los cuales suelen realizarse con mayor número de pacientes). Las benzodiacepi-
nas y casi los IMAOs fueron más eficaces a corto plazo que la reestructuración cognitiva, la com-
binación de esta con exposición, el entrenamiento en habilidades sociales y la relajación aplicada,
pero no más que la exposición (aunque esta no se diferenció de la lista de espera); como es habi-
tual, no se dispone de resultados a medio y largo plazo. Las benzodiacepinas fueron superiores a
los IMAOs y no se diferenciaron de los ISRS. El porcentaje de abandonos fue del 10-19% para el
tratamiento conductual (exposición, reestructuración cognitiva, combinación de ambas, entrena-
miento en habilidades sociales, relajación aplicada) y del 18-23% para el farmacológico (ISRS,
IMAOs, benzodiacepinas).
Por otra parte, en el metanálisis de Segool y Carlson (2008) centrado en niños y adolescentes,
el tamaño del efecto pre-post de los tratamientos cognitivo-conductuales (excluyendo los estric-
tamente conductuales) ha sido significativamente menor que el de los antidepresivos serotonérgi-
cos en ansiedad social (0,86 vs. 1,30), ansiedad general (0,75 vs. 1,29) y deterioro o disfunción
(1,56 vs. 2,29) e iguales en competencia social (0,68 vs. 0,68). Lamentablemente, no day datos de
seguimiento de los estudios farmacológicos.
Blomhoff et al. (2001) combinaron sertralina o placebo con AEV o atención médica gene-
ral (apoyo, tranquilización, aliento, información y posibilidad de expresar miedos y dudas). Los
tratamientos fueron aplicados en clínicas privadas por médicos generales entrenados para detec-
tar trastornos mentales y supervisar la AEV. En términos de número de diferencias con el placebo
(combinado con atención médica general), los tratamientos más eficaces fueron la sertralina más
AEV y la sertralina; y en bastante menor medida, la AEV. No hubo diferencias entre los tres gru-
pos de tratamiento, aunque se constató una tendencia a que la sertralina más AEV fuera mejor que
la AEV sola en porcentaje de clientes que respondieron al tratamiento. Este estudio tiene varias
limitaciones importantes: a) El fármaco fue aplicado durante 24 semanas, mientras que la AEV
Fobia Social - 103
sólo fue supervisada hasta la semana 12 (momento en que fue más eficaz que el placebo), excepto
un recordatorio en la sesión 16. b) Las calificaciones fueron hechas por evaluadores (los propios
médicos) que conocían si se había aplicado o no la AEV. c) Los pacientes fueron solicitados. d)
No está claro por qué se empleó como una de las medidas primarias la Escala de Fobia Social de
Mattick y Clarke (1998) y se excluyó su complementaria: la Escala de Ansiedad ante la Interac-
ción Social.
En un seguimiento a los 7 meses del estudio de Blomhoff et al. (2001), los grupos de AEV y
placebo siguieron mejorando, mientras que se produjo un deterioro en los dos grupos con
sertralina, de modo que estos fueron inferiores a la AEV y al placebo; alrededor de un 25% de
los pacientes recibieron tratamiento farmacológico o psicológico adicional durante el seguimiento
(Haug et al., 2003).
Clark et al. (2003) compararon terapia cognitiva individual basada en los modelos de Wells
(1997) y Clark, fluoxetina más AEV y placebo más AEV. La terapia cognitiva fue superior a las
otras dos condiciones en el postratamiento, aunque los grupos con autoexposición tuvieron menos
tiempo de terapia y fueron llevados por terapeutas poco experimentados. No hubo diferencias
entre los grupos con autoexposición, por lo que esta no se vio potenciada por la fluoxetina. Sin
embargo, este ISRS no parece tan eficaz como otros (paroxetina, sertralina, fluvoxamina). En el
seguimiento a los 12 meses se compararon las dos primeras condiciones y la terapia cognitiva
siguió siendo superior (Clark et al., 2003).
Davidson et al. (2004) hallaron que la TCC (con entrenamiento en habilidades sociales), la
fluoxetina, la TCC más fluoxetina y la TCC más placebo fueron superiores al placebo, pero sin
diferencias entre los tratamientos activos. Así pues, el tratamiento combinado no fue mejor que
los más simples. En esta línea, en el estudio no controlado de Rosser, Erskine y Crino (2004), el
hecho de estar tomando antidepresivos antes de la TCC no afectó ni positiva ni negativa-
mente a la eficacia tratamiento psicológico. Tanto el grupo que tomaba los fármacos como el que
no mejoraron por igual.
Con niños y adolescentes que presentaban fobia social, trastorno de ansiedad generalizada,
trastorno de ansiedad por separación o combinaciones de estos, Walkup et al. (2008) compararon
TCC (una adaptación del programa Coping Cat), sertralina, la combinación de ambas y placebo.
Los tres tratamientos fueron superiores al placebo, la TCC y la sertralina fueron igualmente efica-
ces y el tratamiento combinado fue el mejor de todos. Lamentablemente no hubo seguimiento.
Prasko (2006) halló que la combinación de TCC y moclobemida produjo efectos más rápi-
dos que el fármaco solo o que la TCC combinada con placebo, pero en el postratamiento, los dos
grupos con TCC tuvieron mejores resultados y el tratamiento combinado no fue más eficaz que la
TCC. En el seguimiento a los 24 meses, el porcentaje de recaídas fue significativamente más bajo
en los grupos con TCC.
cosas sugieren que su principal papel puede ser aumentar la velocidad o eficiencia de la exposi-
ción y facilitar la aceptación de esta.
Hoy en día, la TCC parece el tratamiento a elegir en primer lugar, ya que, aunque puede
ser menos eficaz que ciertas medicaciones a corto plazo, no presenta, a diferencia de los fármacos,
recaídas frecuentes (13-25% contra 30-60%) o efectos secundarios importantes; además, la rela-
ción coste/beneficio es favorable a la misma cuando se compara con la aplicación continua de
medicación. Sin embargo, los fármacos (especialmente los ISRS) son útiles como tratamiento de
segunda elección (p.ej., cuando un cliente no tolera o no responde al tratamiento psicológico).
Cuando un paciente presenta un miedo social grave en circunstancias muy concretas y ocasionales
(p.ej., persona que tiene dos o tres actuaciones problemáticas al año), podría irle bien un betablo-
queante. Además, es posible que, análogamente a lo que ocurre en los pacientes con trastorno de
pánico, la TCC sea útil para ayudar a descontinuar la medicación, especialmente las benzodiace-
pinas, en fóbicos sociales.
Finalmente, Beidel y Turner (1998) señalan que el empleo combinado de fármacos y tera-
pia conductual puede ser útil si el paciente está muy deprimido, presenta una ansiedad social
extremadamente alta que dificulta la exposición o necesita una ayuda temporal en un momento de
crisis. En estos casos queda por determinar si es mejor aplicar ambos tratamientos simultáneamen-
te o empezar por la medicación para reducir la activación emocional y facilitar así la aplicación
del tratamiento psicológico; luego, podría empezar a retirarse progresivamente la medicación
mientras continúa la terapia. Por otra parte, si un cliente está recibiendo tratamiento psicológico y
farmacológico simultáneamente por parte de dos terapeutas distintos, conviene que estos comen-
ten el caso entre sí para evitar dar al paciente mensajes contradictorios.
TABLAS
Fobia Social - 105
A. Miedo acusado y persistente a una o más situaciones sociales o actuaciones delante de otros
en las cuales la persona se ve expuesta a gente desconocida o al posible escrutinio por parte
de los demás. La persona teme que actuará de un modo (o mostrará síntomas de ansiedad) que
será/n humillante/s o embarazoso/s. Nota: En niños hay que cerciorarse de que tienen capaci-
dad de acuerdo a su edad para relacionarse socialmente con personas conocidas y de que la
ansiedad ocurre en situaciones con compañeros de su edad, no sólo en interacciones con adul-
tos.
C. La persona reconoce que el miedo es excesivo o irracional. Nota: En niños puede faltar este
reconocimiento.
D. Las situaciones sociales o actuaciones temidas son evitadas o se soportan con ansiedad o ma-
lestar intensos.
G. El miedo o evitación no son debidos a los efectos fisiológicos directos de una sustancia (p.ej.,
drogas, fármacos) o a una condición médica general y no pueden explicarse mejor por otro
trastorno mental (p.ej., trastorno de pánico con o sin agorafobia, trastorno de ansiedad por se-
paración, trastorno dismórfico corporal, trastorno generalizado del desarrollo o trastorno de
personalidad esquizoide).
H. Si una condición médica general u otro trastorno mental están presentes, el miedo descrito en
el criterio A no está relacionado con ellos (p.ej., el miedo no es debido a la tartamudez, a los
temblores de la enfermedad de Parkinson o a mostrar conductas anormales de alimentación en
la anorexia nerviosa o en la bulimia nerviosa).
Especificar si:
Generalizada: si los miedos incluyen la mayoría de las situaciones sociales (considerar tam-
bién el diagnóstico de trastorno de personalidad evitativa).
Nota. Tomado de American Psychiatric Association (1994, págs. 416-417). (*) Uso limitado.
Fobia Social - 106
Activación de supuestos
(visión de los demás como inherentemente críticos,
gran deseo de causar una impresión favorable, evitar la desa-
probación y/o no llamar la atención,
gran desconfianza en la propia habilidad para conseguirlo,
evaluación negativa significa características propias negativas)
- Humor deprimido
- Estrés
Ansiedad
Expectativas negativas (síntomas corporales,
(peligro social percibido) afectivos y cognitivos)
Conductas defensivas
o evitación
Figura 1. Modelo explicativo de la fobia social. (Adaptado de Bados, 2001a, pág. 46). (*) Uso
limitado.
Fobia Social - 107
2. Durante la semana pasada ¿con qué frecuencia ha evitado (o hubiera evitado) las siguientes situaciones debido
a su ansiedad social?
0 1 2 3 4 5 6 7 8
Nada La mitad de las veces Todas las veces
3. En las situaciones sociales difíciles de la semana pasada, ¿cuán pendiente ha estado de sí mismo (de aspectos no
necesarios para la actividad social realizada), de la propia actividad social (conductas requeridas en una situación
determinada, incluyendo la atención hacia los otros) y del entorno (aspectos del ambiente no necesarios para la
actividad social)? Exprese los tres datos en porcentajes teniendo en cuenta que los tres juntos deben sumar el 100%.
4. Emplee un número de la siguiente escala para indicar con qué frecuencia lleva a cabo cada una de las siguientes
conductas en las situaciones sociales con el fin de controlar su ansiedad o la posible evaluación negativa por parte
de los otros.
0 1 2 3 4 5 6 7 8
Nada La mitad de las veces Todas las veces
Hablar poco ____ Centrarse en la propia voz ____ Hablar bajo ____
No mirar al otro ____ Evitar los silencios ____ Taparse la cara ____
Distraerse ____ Mantener manos en bolsillos ____ Controlar lo que dice ____
Ensayar mentalmente ____ Intentar pasar desapercibido ____ Beber alcohol ____
5. Indique cuánto cree en cada uno de los siguientes pensamientos cuando está socialmente ansioso. Emplee una
escala de 0 (no creo en el pensamiento) a 100 (completamente convencido de que el pensamiento es verdad).
Sesión Contenido
a
0 1. Presentar el modelo cognitivo-conductual de la fobia social y justificar el trata-
miento de modo esquemático.
2. Entrenar en la escala USA (unidades subjetivas de ansiedad).
3. Desarrollar una jerarquía individualizada de miedo y evitación.
4. Establecer un contrato sobre las 2-3 situaciones que serán el foco primario del
tratamiento.
1 1. Completar cuestionarios.
2. Hacer presentaciones.
3. Explicar reglas básicas del grupo: confidencialidad, asistencia, participación.
4. Los clientes comparten sus miedos sociales y sus metas de tratamiento.
5. El terapeuta presenta el modelo cognitivo-conductual de la fobia social y describe
y justifica el tratamiento.
6. Entrenamiento inicial en reestructuración cognitiva: identificar pensamientos au-
tomáticos (PA), cuestionarlos con la ayuda de una lista de preguntas y generar al-
ternativas positivas. Se emplean dos ejercicios:
a) Ejercicio 1: el terapeuta cuenta una situación personal. b) Ejercicio 2: los pa-
cientes comparten sus PA referidos a venir al grupo de terapia. En ambos ejerci-
cios, el cuestionamiento de los PA es realizado sólo por los dos terapeutas.
7. Tareas entre sesiones: registro de 2-3 situaciones temidas y PA.
2 1. Completar cuestionarios.
2. Revisar tareas entre sesiones.
3. Continuar con la reestructuración cognitiva:
a) Introducir el concepto de error cognitivo. b) Ejercicio 3: Los clientes identifican
errores en los PA identificados en las tareas. c) Introducir preguntas tipo para dis-
cutir los PA y derivar respuestas racionales. d) Ejercicio 4: Empleo de una situa-
ción imaginada (ser llamado a la oficina del jefe) para identificar PA y errores pre-
sentes en los mismos, cuestionar estos y elaborar respuestas racionales. e) Cues-
tionar en grupo PA identificados en las tareas entre sesiones y desarrollar respues-
tas racionales.
4. Tareas entre sesiones: registrar PA, identificar errores, cuestionar los PA y desa-
rrollar respuestas racionales.
3-11 1. Completar cuestionarios.
2. Revisar tareas entre sesiones.
3. Completar tres exposiciones intra-sesión.
a) Seleccionar a un paciente y explicar brevemente la situación de exposición. b)
Obtener los PA. c) Seleccionar uno o dos PA. d) Identificar el/los error/es cogniti-
vo/s en el/los PA(s). e) Emplear las preguntas tipo para cuestionar los PA. f) Des-
arrollar una o dos respuestas racionales. g) Desarrollar los detalles de la situación
de exposición. h) Establecer una meta conductual no perfeccionista. i) Llevar a
cabo el ensayo. j) Analizar la exposición: revisar el logro de la meta, discutir el
empleo de la respuesta racional, identificar nuevos PA, reforzar al cliente.
4. Tareas entre sesiones: exposición en vivo con aplicación de la reestructuración.
12 La primera mitad es similar a las sesiones 3-11. En la segunda mitad se revisa el pro-
greso de los pacientes, se identifican respuestas racionales importantes que se seguirán
empleando y se identifican metas para seguir trabajando por cuenta propia. La sesión
termina con un breve refrigerio que permite a los pacientes despedirse y poner una nota
agradable al fin del grupo.
Nota. Elaborada a partir de Hope y Heimberg (1993) y Turk, Heimberg y Hope (2001).
a
Esta sesión corresponde a la entrevista de orientación para el tratamiento.
Fobia Social - 109
Tabla 4. Resumen de un tratamiento para las dificultades para hablar en público (DHP).
Sesión 1
- Presentaciones y acuerdo sobre normas de funcionamiento.
- Acuerdo sobre el orden del día y conceptualización compartida sobre las DHP.
- Acuerdo sobre los objetivos a lograr.
- Justificación y breve descripción de los componentes de la intervención.
- Entrenamiento en respiración controlada (si se juzga necesario) en posición sentada.
- Actividades entre sesiones: a) practicar la respiración controlada con y sin ayuda de cinta; y b) re-
memorar o imaginar situaciones de hablar en público e identificar pensamientos asociados.
Sesión 2
- Acuerdo sobre el orden del día y revisión de las actividades entre sesiones (esto es común al resto de
las sesiones).
- Entrenamiento en respiración controlada y en respiración profunda con retención del aire (de pie).
- Reestructuración cognitiva de pensamientos negativos identificados.
- Actividades entre sesiones: a) practicar la respiración controlada y la respiración profunda; b) leer
preguntas guía para cuestionar pensamientos y un ejemplo de un pensamiento reestructurado; y c)
reestructurar por escrito un par de los pensamientos previamente identificados.
Sesión 3
- Entrenamiento en respiración (R): aplicación tras la hiperventilación.
- Se prosigue con la reestructuración cognitiva (RC).
- Actividades entre sesiones: a) practicar la respiración controlada y la profunda; y b) reestructurar por
escrito el resto de pensamientos negativos significativos previamente identificados.
Sesión 4
- Revisar el dominio de la respiración controlada y profunda.
- Elaboración de pensamientos alternativos y puesta en común de los mismos.
- Comenzar a elaborar una jerarquía individualizada de exposición para las sesiones.
- Actividades entre sesiones: a) practicar la respiración controlada y la profunda, b) Completar la lista
de pensamientos alternativos y preparar tarjetas con los mismos. c) Preparar la intervención en pú-
blico correspondiente a la siguiente sesión.
Sesión 5
- Aplicar R y RC en situaciones de hablar en público en la sesión.
- Comenzar a construir una jerarquía individualizada de exposición en el medio natural.
- Actividades entre sesiones: a) aplicar R y RC en situaciones de hablar en público en el medio natu-
ral; y b) leer unas pautas relativas a la organización y aspectos de contenido de una charla.
Sesión 6
- Entrenamiento en organización y contenido de la charla. Aplicación de R y RC al hablar en público
en la sesión en situaciones cada vez más difíciles y eliminando conductas defensivas. Grabación en
vídeo.
- Actividades entre sesiones: a) hablar en público en el medio natural y aprovechar para realizar expe-
rimentos conductuales; y b) leer pautas relativas a otros componentes que vayan a ser entrenados y
que deben ser individualizados.
Sesiones 7 a 10
- Siguen la misma pauta de la sexta sesión. Se van practicando situaciones más difíciles y se entrenan
los aspectos conductuales necesarios (no verbales, vocales).
Sesión 11
- Justificación y descripción del programa de mantenimiento de los cambios logrados.
- Actividades entre sesiones: puesta en marcha del programa de mantenimiento.
Nota. Tomado de Bados (2001b, pág. 187). (*) Uso limitado.
Fobia Social - 110
Tabla 5. Posibles pasos más o menos generales para jerarquías correspondientes a diversos temas.
Ser observado
a) Sentarse en el autobús delante de una persona y mirarla de vez en cuando. b) Entrar de los úl-
timos en una conferencia o reunión por la puerta delantera. c) Entrar de los últimos en una confe-
rencia o reunión por la puerta delantera y dejar caer “accidentalmente” libretas y bolígrafos. d)
Hablar por teléfono delante de otra gente. e) Viajar en un medio de transporte con alguna prenda
de vestir llamativa. También puede ponerse en marcha un magnetófono sin los auriculares conec-
tados y mantenerlo así unos segundos hasta lograr meter la clavija. f) Ponerse de pie delante del
grupo de terapia cuando lo haya.
En la consulta: a) Dar sentado una charla de 3 minutos (sobre sí mismo u otro tema) ante el
grupo sentado en semicírculo. b) Dar sentado una charla de 5 minutos ante el grupo dispuesto en
hileras y con consulta ocasional de notas, en caso necesario. c) Dar de pie, al lado de una mesa,
una charla de 5 minutos ante el grupo dispuesto en hileras y con la ayuda de un esquema en caso
necesario. d) Dar de pie, sin mobiliario y sin notas, una charla de 5 minutos ante el grupo dispues-
to en hileras (puede empezar a introducirse aquí la cámara de vídeo). e) Dar una charla de 10 mi-
nutos y responder a un par de preguntas del auditorio. f) Dar una charla de 5 minutos mientras dos
miembros del auditorio se muestran desinteresados (bostezan, miran al reloj o al techo, parecen
adormilados, hablan con el de al lado. g) Dar una charla de 3 minutos preparada en 2-3 minutos
(cuasi-improvisación). h) Hablar de un tema durante 1-2 minutos sin tiempo de preparación pre-
vio (improvisación). i) Dar una charla de 10 minutos y responder a un par de comentarios críticos
del auditorio sobre lo que uno ha dicho.
En la vida real: a) Exponer ante un compañero del grupo u otra persona. b) Hacer una breve
intervención en un grupo pequeño. c) Formular una pregunta a un conferenciante o profesor. d)
Hacer un comentario de cierta extensión sobre algo expuesto en un grupo numeroso. e) Hacer un
brindis. f) Presentar a alguien en público. g) Hacer un comentario crítico sobre algo dicho en una
exposición en público. h) Dar una charla o exponer un trabajo, primero breve y luego más largo,
ante un grupo pequeño y luego ante un grupo numeroso. i) Solicitar críticas sobre lo que uno ha
expuesto y contestar a las mismas.
Nota. Tomado de Bados (2001a, págs. 131-132). (*) Uso limitado.
Fobia Social - 111
T: Cuando dice que puede actuar tontamente, ¿qué quiere decir exactamente?
P: La gente pensará que soy tonto.
T: ¿Qué hará que la gente piense esto?
P: Haré algo tonto y atraeré la atención sobre mí.
T: ¿Qué hará?
P: No acertaré con las palabras y no sabré qué decir.
T: ¿Así que su pensamiento negativo es que no acertará con las palabras y que la gente pensará
que es tonto?
P: Sí. No quiero que la gente piense eso.
T: ¿Tiene alguna prueba de que sucederá?
P: Me ha sucedido antes cuando he estado ansioso en las situaciones. No sé qué decir y mi men-
te se queda en blanco.
T: Es cierto que su mente se queda en blanco a veces, pero ¿qué le hace pensar que la gente
piensa que es tonto?
P: Bien, no lo sé seguro.
T: ¿Cómo reaccionaría la gente hacia usted si pensaran que es tonto?
P: Supongo que no me hablarían y que me ridiculizarían.
T: ¿Hay alguna prueba de que la gente le haga esto?
P: No. Alguna gente puede, pero la gente no hace generalmente esto.
T: Así que parece como si hubiera algunos datos contrarios, alguna prueba de que la gente no
piensa que usted es tonto.
P: Sí, supongo que sí cuando lo miras de este modo.
T: ¿Qué pruebas hay de que la gente no piensa que usted es tonto?
P: Tengo un par de buenos amigos y me llevo bien con la gente en el trabajo.
T: ¿Qué quiere decir con llevarse bien con la gente en el trabajo?
P: Algunas personas me piden consejo sobre cosas en las que están trabajando.
T: ¿Es esto una prueba de que piensan que es tonto?
P: No, justo lo contrario.
T: Parece que a veces tiene dificultades para saber qué decir cuando está ansioso, pero parece
que la gente no piensa que usted es tonto. Si la gente no piensa que usted es tonto, ¿qué otra
cosa puede pensar?
P: Bien, probablemente ni se darán cuenta de que estoy callado.
T: Incluso si se dan cuenta, ¿qué pueden pensar?
P: Pueden pensar que simplemente estoy callado o pensativo o algo.
T: Pensando en ello ahora, ¿en qué medida cree que la gente pensará que es tonto?
Nota. Tomado de Wells (1997, págs. 69-70). (*) Uso limitado.
Fobia Social - 115
Antes de la exposición simulada a la situación de concertar una cita con un hombre, Katy
informó, entre otros, del siguiente pensamiento: “Si él acepta la cita, no significa que quiera salir
(ese día) conmigo”.
T2: ¿Por qué diría alguien que sí, si no quisiera salir contigo?
K: No sé. Quizás siente pena por mí o algo así.
T2: Así que él puede sentir pena por ti y estar de acuerdo en salir. ¿Alguna otra razón por la que
él pueda decir que sí y no querer decir que sí?
K: No sé. No he pensado realmente nunca sobre esto.
T2: ¿Qué piensa el resto del grupo? ¿Algunas ideas de por qué un chico aceptaría una cita que no
desea?
P4: No en esta clase de situación. Es fácil para él escapar de ella. Incluso si no dice nada en el
momento de la petición, puede cancelar la cita más tarde. Creo que si realmente va, él quiere
ir.
T2: ¿Qué piensas sobre esto, Katy?
K: No sé. Quizás.
T2: No pareces convencida. ¿Qué datos puedes tener de que alguien pueda decir sí cuando no
quiere?
K: No sé. Pienso que puedo sólo saberlo.
T2: Ummm, ¿parece que pudiera haber aquí un error cognitivo? ¿Qué piensa el grupo?
P3: Parece lectura de la mente. Ella está conjeturando lo que él está pensando.
T2: ¿Piensas que es así, Katy?
K: Sí, realmente no tengo ninguna prueba.
T2: Así, si intentas leer su mente, ¿concluyes que él no quiere salir contigo?
K: Sí.
T2: ¿Qué conclusión sacas si sólo consideras lo que puedes ver y oír, lo que él dice y hace?
K: Bien, él está diciendo que sí y puede realmente salir conmigo.
T2: Así, cuando lees su mente, el no quiere salir contigo; pero si miras sus palabras y acciones, él
quiere. ¿Qué merece más confianza? Si estuvieras jugando y tuvieras que poner tu dinero en
una de estas dos cosas, ¿a cuál tendría más sentido apostar?
K: A que si él dice sí, él quiere salir conmigo.
T2: Así, ¿a qué conclusión tiene sentido apostar tu vida de citas?
K: A la misma. Él probablemente no diría sí, si no quisiera salir conmigo.
T2: Esta parece una respuesta racional excelente. ¿Quieres usarla? (en la exposición simulada
subsecuente).
Nota. Tomado de Hope y Heimberg (1993, pág. 128). (*) Uso limitado.
Fobia Social - 116
- Inicie y mantenga una conversación extensa; luego, hacia el final de la misma haga la peti-
ción. También puede concertar una cita sin necesidad de una conversación tan prolongada
con una persona con la que ya haya tenido varios contactos extensos anteriores.
- Emplee señales no verbales de "proximidad" (contacto ocular, expresión facial positiva,
orientación hacia el otro, voz suave y segura, cercanía física).
- Diga al otro que le gustaría volver a verle y/o proponga una actividad que pueda ser intere-
sante para el otro. Sea directo, no emplee rodeos ni excusas.
- Proponga un día, hora y lugar.
- Determine si el otro también desea quedar en otra ocasión; fíjese en sus respuestas verbales y
no verbales.
- Proponga un tiempo, sitio o actividad alternativa si el propuesto en primer lugar no es satis-
factorio o, mejor aún, pida a la otra persona que haga una propuesta alternativa.
- Si la otra persona ofrece un motivo para no aceptar o una excusa ("es que tengo un montón de
asuntos pendientes"), no ponga en duda la sinceridad de esta. Acéptela y repita la petición,
pero dejando la fecha abierta ("ya te llamaré").
- Cuando concierte una cita, piense que está haciendo simplemente eso, ni más ni menos. Si lo
que busca es encontrar cuanto antes una pareja sentimental adecuada, lo más probable es que
su ansiedad y sus prisas le aboquen al fracaso.
- Pregúntese si el otro está realmente transgrediendo sus derechos, verifique las posibles expli-
caciones y excusas que el otro puede ofrecer para su acción.
- Debido a la posibilidad de que el otro pueda tener posibles razones justificativas y para evitar
hacer una acusación injustificada, comience, cuando sea posible, defendiendo sus derechos de
forma implícita. Puede hacer esto de modo no verbal adoptando una postura asertiva (tono
corporal elevado, cabeza alta, contacto visual, entrecejo fruncido), moviéndose hacia adelante
y empujando suavemente si es preciso. También puede incluir una pregunta que se refiera in-
directamente a lo que está mal (“¿detrás de quién iba usted?”, “¿tiene usted mucha prisa?”).
- Si el otro se disculpa y cede, minimice la transgresión. Si el otro persiste, mantenga una acti-
tud asertiva y haga una petición explícita (“creo que yo estaba antes que usted”, “yo también
tengo prisa”). Emplee ya de entrada una petición explícita en todos aquellos casos en que hay
una clara transgresión de sus derechos (p.ej., cuando se recibe un material en vez de otro o se
recibe un aparato defectuoso).
- En caso de que lo anterior no funcione, plantee una exigencia explícita para restablecer la
situación. Si es necesario, plantee consecuencias negativas, pero vigile que sean realistas (ha-
blar con el encargado y, si es preciso, emprender una acción legal caso de recibir un aparato
defectuoso).
Fobia Social - 117
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