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Un tren se deslizaba entre madreselvas y mandrágoras mientras salía el sol detrás de la niebla. Sólo quedaron un caracol y una libélula, que con audacia lamieron frambuesas y panecillos que caían del vagón cocina. De repente, se encendió un fuego infernal que hizo saltar al caracol, mientras la libélula sonreía diciendo "Aleluya, ahora tendremos asado".
Un tren se deslizaba entre madreselvas y mandrágoras mientras salía el sol detrás de la niebla. Sólo quedaron un caracol y una libélula, que con audacia lamieron frambuesas y panecillos que caían del vagón cocina. De repente, se encendió un fuego infernal que hizo saltar al caracol, mientras la libélula sonreía diciendo "Aleluya, ahora tendremos asado".
Un tren se deslizaba entre madreselvas y mandrágoras mientras salía el sol detrás de la niebla. Sólo quedaron un caracol y una libélula, que con audacia lamieron frambuesas y panecillos que caían del vagón cocina. De repente, se encendió un fuego infernal que hizo saltar al caracol, mientras la libélula sonreía diciendo "Aleluya, ahora tendremos asado".
Como en una fá bula amarilla de prosa espinada, la locomotora
fue resbalá ndose por entre madreselvas y mandrá goras, mientras la aurora despertaba con maravilla detrá s de la niebla y encima de las violetas. Todo se hizo silencio y só lo quedaron un diminuto caracol de ojitos color alhusema y una libélula habitada por mil ausencias. Con espléndida audacia, ambos se pusieron a lamer el bró coli y las frambuesas que, en medio de la pausa de espíritus y almas que transmutaban al má s allá , caían como resplandor desde el vagó n cocina. De pronto, el fuego. Con toda su potencia de transparencia infernal, hizo dar un respingo al caracol. “Aleluya”, sonrió la libélula. “Ahora tendremos asado”.