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Por Isabel Ossa Guzmá n

Como en una fá bula amarilla de prosa espinada, la locomotora


fue resbalá ndose por entre madreselvas y mandrá goras,
mientras la aurora despertaba con maravilla detrá s de la niebla
y encima de las violetas. Todo se hizo silencio y só lo quedaron
un diminuto caracol de ojitos color alhusema y una libélula
habitada por mil ausencias. Con espléndida audacia, ambos se
pusieron a lamer el bró coli y las frambuesas que, en medio de la
pausa de espíritus y almas que transmutaban al má s allá , caían
como resplandor desde el vagó n cocina. De pronto, el fuego. Con
toda su potencia de transparencia infernal, hizo dar un respingo
al caracol. “Aleluya”, sonrió la libélula. “Ahora tendremos asado”.

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