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El jefe de operaciones

Tras el volante, las horas pasan calmas, enseñando lecciones de


paciencia entre bocinazos y sintonización insoportable de radios
que dicen una y otra vez, que quizás no entendemos como
creemos la situación económica del país. Nos restriegan en la cara
las cifras de la compañía de aceros del pacifico, a todas luces
preocupantes pero con un tono de tecnócratas mal ubicados,
conversación con olor a dibam de psicoanalista, en todo caso, la
inseguridad nos hace leer el diario por si las dudas, en la mañana,
darle una oportunidad a ese mundo nuevo, con rutinas pulcras y
manos a la obra.
El jefe de operaciones piensa en plural mientras maneja camino a
las bodegas, a su lado se encuentra el conductor asistente, con
cara de pocos amigos. Alterna su mirada entre la ventana y la
pantalla del celular. La rutina es sencilla, tomar la guía de
despacho, recoger los productos de la bodega “sin repetir o
equivocarse” dijo la jefa de ventas en el día de inducción. Luego
ir a las tiendas, descargar los productos. Volver a la oficina con la
guía firmada y guardarla en el archivador de guías de despacho
que siempre se pierde.
El problema, señorita, es que no tenemos un espacio fijo para
trabajar, nos movemos de aquí a allá, de acá para allá y nos
exigen la mayor precisión, pulcritud máxima porque nuestro
trabajo no requiere pensar. “Existen tres tipos de trabajo” explicó
el director en la entrevista inicial, los de gestión, los de
coordinación y los de ejecución ¿adivine usted cual es el nuestro?
Exactamente, tenemos que coordinar que todo resulte. Pero
resulta que cada tanto, ocurren descordinaciones. Nos explicaron
que los vendedores ejecutan, por lo tanto, nunca van a entender
los procesos de la empresa, nunca van a ser capaces de optimizar.
En cambio, los coordinadores vemos todo, somos las matronas de
la venta, nuestro trabajo es escoltar el producto desde su etapa
embrionaria, hasta que es dado en adopción a un cliente que no
sabe lo que está comprando.
El conductor asistente levanta las cajas con brío en gesto de
empatía, pero se cansa. Hace un par de días lloró camino a su
casa, sentado al final de la micro, escuchando los Staple Singers
por recomendación del editor web. Pasó que escuchaba y
escuchaba ese góspel de sonrisas radiantes, pero con
incomodidad. Se frustró, sintió que no pertenecía y le dio rabia,
contra su infancia entre canciones de maná y radio corazón
escuchadas por su nana.
Las celebraciones de empresa siempre son momentos duros para
el conductor asistente. A veces, al llegar, piensa que no fue
invitado, se encuentra vagando por el departamento del editor
web, contemplando la vasta colección de vinilos y libros
anagrama, piensa en preguntar, pero cae en cuenta de que no
quiere sonar ignorante, que incluso para preguntar, hace falta
saber, al menos saber formular la pregunta. El jefe de
operaciones, por otro lado, no facilita la inserción. Se desentiende
y conversa, escucha con mueca de hombre curtido y enterado,
conversaciones sobre el funcionamiento de instituciones
culturales, sobre un paper indigenistas y sobre la drogadicción de
los músicos jóvenes. Embargado por tanta formalidad, el
conductor asistente da demasiado las gracias, alaba en exceso la
comida y la decoración, intenta con demasiada dureza entablar
conversación con la dueña de casa. El conductor asistente no supo
qué hacer ni que decir y el editor web finalmente, le reprende por
insistir en tanto lugar común, lo insta con sinceridad a dejarlo
fluir, con cara de benevolencia. El jefe de operaciones escucha y
empatiza en la vergüenza, ambos se van juntos de la fiesta, sin
haber compartido palabra durante la velada.
Otro día, el conductor asistente se quedó solo en la tienda con la
vendedora más bonita. Ella, por amabilidad, le preguntó sobre su
tiempo libre. No alcanzó a ser un desastre, pero casi.
El jefe de operaciones tiene problemas con el jefe de tiendas. El
jefe de operaciones se ha formado un carácter, ha tomado respeto
por su trabajo y de la misma manera a empezado a exigirlo. El
jefe de tiendas, además le cae genuinamente mal, todos coinciden
en que es un tipo desagradable y por lo mismo le hacen el quite.
El jefe de operaciones, sin embargo, ya a estas alturas necesita
hacerse de un nombre en la empresa. El problema que tiene, es
que mientras mejor hace su trabajo, menos se nota que lo está
haciendo. Le exaspera la falta de reconocimiento, pero más le
exaspera la idea de que su título sea solo una manera
condescendiente de dejarlo tranquilo. Le aterra, en el fondo, la
idea de ser un conductor asistente.
El conductor asistente en segundo plano intenta mantener en
orden el flujo de productos. Mover acá, ordenar allá, la guía en la
carpeta y despedirse del vendedor, apaciguar el malestar del jefe
de operaciones que de nuevo está enojado porque nadie ordena
nada y todos quieren que les hagan el trabajo, no son capaces de
cargar una puta caja y quieren que uno llegue con la sonrisa de
oreja a oreja. Hace tres semanas que el conductor asistente no
piensa en cómo está él, que no se cuestiona si almorzar o no el
menú del restorán del frente. Pero sobre todo, si quiere o no
escuchar de nuevo lo que tiene que decirle el jefe de operaciones.

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