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26 / MIJAIL BAKUNIN
4. LO Ú NICO Y LA PLURALIDAD
Luigi Fabbri
EL AMOR LIBRE / 27
derada un objeto, una propiedad que se podía poner en comú n
como la tierra o el ganado.
Luego, el interé s por esta clase de problemas ha continuado
tambié n por esa atracció n natural que ejerce sobre todos un
asunto que está unido a una de las fuentes má s vivas de la
alegría de vivir. Y casi había la tendencia de hacer má s compli-
cada la cuestió n, para tener mayor ocasió n de discutirla.
Y sin embargo, repito, la cuestió n es sumamente simple.
Para los anarquistas es má s simple aú n, en cuanto el concepto
de libertad, que es la base de su doctrina, corta, como suele
decirse, la cabeza al toro.
La anarquía dice: ningú n patró n, ningú n gobierno, ningu-
na autoridad coercitiva, ninguna explotació n. Y por consiguien-
te, en relació n con el amor, la anarquía no puede decir sino una
sola cosa: abolició n del matrimonio oficial, de las leyes que lo
regulan, de la esclavitud econó mica que lo impone, de la pre-
potencia del macho sobre la hembra, que es el origen o la con-
secuencia de ese matrimonio. Cuando ya no existan el salario y
la explotació n, cuando ya no existan (como dice el poeta)
il sindaco e il curato
che torcono il capestro a i nostri amori,
entonces el amor será libre, verdaderamente libre en el sentido
anarquista, es decir en el sentido que cada uno se regulará como
mejor pueda o crea. ¿Pluralidad de amores? ¿Amor ú nico? Será
lo que será ...
Quien tenga el deseo de una sola mujer toda para é l y sienta
no poder amar má s que a una mujer sola, buscará una que
tenga esta misma necesidad y este mismo deseo. Aquellos a
quienes guste má s volar de flor en flor hará n su gusto, siempre
que encuentren flores bastantes y deseosas de dejarse libar por
bocas diversas. Y tan absurda es la pretensió n del que quiere
que el perfecto anarquista ame una sola mujer, como la del que
creería una incoherencia el no plegarse a lo que en tiempo de
aberració n filosó fica amaba llamarse el beso amorfista.
El amor es un sentimiento complejo y una necesidad muy
individual, muy diversa en sus mil manifestaciones para que
los anarquistas puedan adoptar al respecto una sola y exclusi-
va teoría y regla de conducta. La anarquía no puede decir acer-
ca del amor, al hombre y a la mujer má s que una cosa: ¡haced
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lo que querá is! Cuando esté is contentos vosotros y no haya
coerció n de una parte o de la otra, los demá s no tienen nada
que ver en vuestros asuntos.
Pero decir que la cuestió n es simple no significa que de ella
no deriven problemas prá cticos merecedores de ser examina-
dos. Yo tuve, por ejemplo, hace algunos añ os, una discusió n
con una culta señ orita que, aunque profesando ideas libertarias
y aun estando de acuerdo con los anarquistas en torno del con-
cepto del amor libre, veía en la prá ctica una fuerte contradic-
ció n entre aquel concepto de libertad absoluta y las necesida-
des imperiosas de la vida moderna. Concluía, con un senti-
miento de pesimismo desconsolador, y sin embargo injustifica-
do, que la mujer anarquista en el ambiente social está expuesta
a menudo a un duro trance: o renunciar a las alegrías del amor
o sujetarse al matrimonio, menoscabando su dignidad y su
personalidad anarquista. Segú n ella, la unió n libre, practicada
en el seno de la sociedad actual, tiene para la mujer, en relació n
con el hombre, 99 probabilidades sobre 100 de resolverse pron-
to o tarde en una condició n econó mica y moral de vida má s
desgraciada. “En el actual estado de cosas –decía ella– el ma-
trimonio legal es todavía una garantía para la mujer, que, aun
separada del marido, encuentra apoyo en la sociedad, pronta,
en cambio, a maltratar a la amante abandonada y hacerle difí-
cil la existencia a ella y a su prole.”
En parte, convengamos, mi contradictora tenía razó n. El
amor libre, es decir la ausencia de todo contrato legal entre
un hombre y una mujer unidos sexualmente, no se tendrá sino
en un ambiente má s evolucionado que el actual; es decir, cuan-
do el prejuicio moral de algunos no pueda ya oprimir feroz-
mente la libertad y los sentimientos ajenos, negando a é stos,
cuando no sean obsecuentes con aqué llos, hasta el derecho al
pan cotidiano.
Pero se trata de una verdad relativa y no de una verdad
absoluta. Tambié n hoy hay ambientes en los que, por razones
diversas, el amor libre, como quiera que sea practicado, no
levanta má s que dé biles protestas y no es en absoluto un obs-
tá culo para la existencia material de la mujer y de sus hijos. Se
sustraen muy bien a la prepotencia del prejuicio matrimonial
los que son econó micamente independientes, cuando el hom-
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