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Introducción
Por ello, quisiera escribir esto que se me ha pedido más con el corazón que con
la cabeza. Pero justamente la experiencia que tengo y el aprecio por la vocación laical,
me hacen ser consciente de que está infravalorada en la Iglesia y que ello significa un
gran empobrecimiento de la misma Iglesia y de su misión en el mundo. No se puede
olvidar que los laicos son amplia mayoría en la Iglesia y no sólo en el aspecto
cuantitativo. Desgraciadamente hasta ahora cumplen un papel mayormente subalterno y
pasivo cuando no debería ser así.
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todas las cosas y a todas las cosas en Dios para en todo poder amar y servir. En el plano
humano, según San Pablo: “Todos ustedes, al ser bautizados en Cristo se revistieron de
Cristo. Ya no hay diferencia entre quien es judío y quien es griego; entre quien es
esclavo y quien libre; no se hace diferencia entre hombre y mujer, ya que todos somos
uno en Cristo”. (Gal. 3,28). Lo cual deberíamos recordar continuamente en la Iglesia.
Los cristianos comunes deben jugar, pues, un papel primordial tanto dentro
como fuera de la Iglesia y estas dos tareas se complementan pues en cuanto tenga
vigencia real y efectiva su presencia en la sociedad y, si tienen esa misma presencia en
la Iglesia, harán que se abran las puertas y ventanas de la Iglesia, como quería Juan
XXIII con el Vaticano II, entre en ella el aire fresco que tanta falta le hace, y cumpla su
misión de evangelizar el mundo en lugar de estar mirándose a ella misma y entrampada
en problemas internos que no tienen mayor trascendía. La Congregación General 31 de
los Jesuitas, por ejemplo, declaraba que los laicos “serán siempre para nosotros los
intérpretes naturales del mundo moderno” (dec. 28, 540).
Hombres y mujeres de fe
De forma más personal desearía que ustedes sean hombres y mujeres de fe. En
primer lugar me refiero a la fe en un sentido amplio, a esa fe que necesitamos todos para
vivir; esa fe humana que es la manera que tiene una persona de verse a sí misma en
relación a los demás a la luz de un trasfondo compartido de sentido y finalidad en la
vida y que constituye nuestra manera concreta de elegir y comprometernos con
determinados valores que ejercen una fuerza integradora en nuestras vidas. Es la
respuesta personal a las preguntas: ¿por qué vivo?, ¿para qué vivo?, ¿quién soy y quién
quiero, puedo y debo ser? Gracias a esa fe una persona puede decirse a sí misma y a los
demás que su vida tiene sentido y merece la pena ser vivida.
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«hay que ser práctico y realista»; «no hay esperanza»: «nada hay nuevo bajo el sol»;
«hay que aceptar la realidad»... Estas son las formas de expresarse de la gente que no
cree realmente en el poder de Dios, la gente que no espera realmente lo que Dios ha
prometido.1
Integridad y credibilidad
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Albert Nolan, ¿Quién es este hombre?, Sal Terrae, Santander, 1981, p. 56.
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Se presenta pues un gran reto a la Iglesia y, por tanto a todos los cristianos(as),
respecto a cómo hacer creíble y válido en la actualidad nuestro mensaje, de tal manera
que sea una respuesta real desde el Evangelio a aquello que está buscando nuestro
pueblo y que constituye una llamada y exigencia de Dios a la Iglesia. Nos hace falta dar
testimonio de una Iglesia cercana, en sintonía con el mundo, con la gente y sus
problemas. Es necesario aceptar, que la falta de fe en nosotros mismos como país, se
debe a que, sobre todo en el nivel público, hemos perdido confianza los unos en los
otros, lo cual ha generado un estado de inseguridad y falta de credibilidad. Frente a ello
creo que lo mejor que podemos hacer a nivel ético es ser dignos de confianza, de tal
manera que la gente se pueda fiar de nosotros. Pero esto lo tenemos que hacer siendo
nosotros mismo creíbles, dignos de confianza en nuestra profesión y trabajo y haciendo
que nuestras instituciones, comenzando por las más cercanas, familia, universidades,
colegios profesionales, etc., sean creíbles.
Esta identificación con Jesucristo puede ser plena pues Jesús dentro del judaísmo
no tuvo ningún cargo o título eclesiástico, fue un seglar y su sacerdocio, que es único
consistió, según la carta a los Hebreos, no en hacer ofrendas o sacrificios sino en
entregarse él mismo como ofrenda y sacrificio una vez para siempre. Pues bien,
estamos llamados todos los cristianos y cristianas a participar de este sacerdocio único.
Así, la Lumen Gentium del Vaticano II dice: “Con el nombre de laicos se designan aquí
todos los fieles cristianos a excepción de los miembros del orden sagrado y los del
estado religioso sancionado por la Iglesia; es decir, los fieles que, en cuanto
incorporados a Cristo por el Bautismo, integrados al Pueblo de Dios y hechos
partícipes a su modo del oficio sacerdotal, profético y real de Cristo, ejercen en la
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Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la parte que a ellos les
corresponde” (LG 31). De hecho, a nosotros a quienes se nos llama sacerdotes, sólo
somos ministros, es decir servidores del pueblo de Dios, como lo atestigua todo el
Nuevo Testamento, el cual sólo se refiere al sacerdocio de Jesucristo y al de todo
cristiano y cristiana como pueblo de Dios.
Misión y creatividad
Esta empatía con Dios y con Jesús es absolutamente necesaria para que los
cristianos y cristianas realicen su misión de ser sal de la tierra y luz del mundo, de ser
levadura en la masa de nuestra realidad; es la base para que puedan interpretar los
signos de los tiempos y discernir su quehacer de forma creativa, libre, sin repetir
esquemas y roles que ya no tienen significación y se convierten en estorbo más que en
ayuda. Para ello tienen que romper con los paradigmas establecidos, lo cual no es fácil
porque, en general, los tenemos interiorizados y requiere, sobre todo, creatividad para ir
moldeando nuevas formas de ser y actuar que se vayan imponiendo por su propio peso.
Por ello, a los cristianos(as) les deseo sobre todo afrontar el reto de redescubrir su
vocación y misión desligándose del papel, más bien pasivo que han tenido en la Iglesia,
para lograr el rol protagónico dentro y fuera de ella.
Todos sabemos que vivimos en una crisis epocal y pienso que los cristianos
debemos verla como un “kairos”, un tiempo oportuno que nos ofrece el Señor para
redescubrir el valor y significado de instituciones como son las de pareja, familia,
trabajo, profesión, ciudadanía y política. Tenemos que aceptar que así como la vida
religiosa requiere una renovación profunda, también las instituciones que he
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mencionado que, constituyen el mundo del cristiano común, no dan más de sí y
requieren ser realmente recreadas para que respondan a las necesidades y aspiraciones
que conllevan. Por eso desearía a cristianos y cristianas que no esperen la iniciativa de
la jerarquía de la Iglesia para saber lo que hay que hacer en este ámbito sino que ustedes
tomen la iniciativa pues es tarea suya y suyo el conocimiento en estas materias.
Es más, desearía trasmitirles aquello que expresa David Lonsdale: “Es voluntad
de Dios que ejerzamos nuestra libertad de forma responsable, eligiendo lo que
honestamente nos parece la mejor vía de acción en un marco de circunstancias
diferenciado y utilizando todas las ayudas eficaces con que contamos para ese objetivo.
En cierto sentido, nosotros forjamos, mediante la acción concreta en las circunstancias,
la voluntad de Dios en este ejercicio de libertad. No hay ningún programa en la mente
de Dios que nosotros hayamos de llevar a la práctica. El discernimiento de espíritus,
dentro de una relación viva con Dios, es uno de los dones que se nos han dado para
ayudarnos a ejercer la libertad en nuestras elecciones y llegar así a “encontrar la
voluntad de Dios” para nosotros.”2
Vocación y discernimiento
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David Lonsdale, S.J.. Ojos para ver y oídos para oír.
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De la vocación de filiación y fraternidad que se obtiene en Jesucristo, surgirá la
misión de anunciar la buena nueva del reinado de Dios que por tener su base en esta
filiación y fraternidad tendrá que ser un reinado de verdad y libertad, de vida, justicia y
paz. En coherencia con esto, Juan, en su primera carta se referirá a los cristianos como
aquellos que “hemos conocido (en Jesucristo) el amor que Dios nos tiene y hemos
creído en él” definiendo así lo que constituye, a mi parecer, la identidad del cristiano.
Comunidad y solidaridad
Finalmente les desearía ser hombre y mujeres de fe con y para los demás seres
humanos porque debemos comprender que estamos llamados por el Señor, como nos
señala Pablo cuando nos dice que formamos un solo cuerpo en Cristo, a sabernos
solidarios y a trabajar juntos. Si hay un tiempo en el que se necesita ser y sentirse
Iglesia, comunidad, ese es el nuestro. Tenemos que sentir que nos pertenecemos los
unos a los otros en la fe; que la fe no se puede vivir en solitario, que es siempre algo
compartido, que se recibe y se transmite. En ese sentido todo lo que signifique fomentar
el sentimiento de pertenencia común y comunitaria tendrá repercusiones muy
importantes a nivel eclesial y social. Se hace necesario promover vitalmente la toma de
conciencia y el compromiso por la solidaridad con y de todos los hombres y los pueblos
que es el nuevo nombre que tiene la justicia en nuestra realidad globalizada frente al
individualismo y espíritu de competitividad y violencia en que se vive hoy. De nuestra
fe en el evangelio, como nos lo hacen ver también las tres últimas conferencias
episcopales latinoamericanas, se desprende el compromiso con la justicia que lleva de
forma particular al compromiso con los pobres y marginados de nuestra sociedad.
Conclusión
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coherencia y radicalidad la vocación y misión que les corresponde en la Iglesia, nos
exigirán a nosotros los jesuitas y demás religiosos, realizar de la misma manera nuestra
vocación y misión, dejando de lado todo clericalismo y así podremos ser
corresponsables en un mismo cuerpo apostólico3 en la única misión del Reino de Dios
en nuestro país y nuestro mundo.
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De esto trata Jairo Rivas en otro artículo de esta misma revista.