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LA POESÍA ESPAÑOLA A PARTIR DE 1936 HASTA 1975.

Durante el franquismo, la cultura está condicionada por la desaparición de las


élites intelectuales anteriores, la represión de los perdedores y la restricción de las
libertades básicas. La censura y la autocensura condicionan la creación literaria y la
vida cultural se desarrolla, por tanto, en una situación de anomalía o
excepcionalidad.

En la trayectoria poética de Miguel Hernández se cuentan tres hitos


fundamentales: El rayo que no cesa (1936), de temática amorosa. La voz poética
expresa una pasión amorosa violenta, que se asocia al rayo o al toro. Viento del
pueblo (1937), cuyo tema central es el sufrimiento de los desheredados; y Cancionero
y romancero de ausencias, en el que la paternidad y el amor aparecen como modo de
trascender la muerte.

En 1944 se publican dos poemarios fundamentales: Hijos de la ira, de Dámaso


Alonso, cuyos temas esenciales son la soledad y la falta de sentido de la existencia, y
Sombra del paraíso, de Vicente Aleixandre, en el que el yo poético recuerda un
paraíso perdido, que puede asociarse al tiempo anterior a la guerra.
La poesía de los años cuarenta se ha organizado tradicionalmente en dos
tendencias que Dámaso Alonso denominó poesía desarraigada y poesía arraigada.
Poesía desarraigada. Sus obras presentan una visión pesimista y angustiada de la
existencia, en la que un Dios arbitrario y cruel rige el mundo. Expresan, así, una
disconformidad con la realidad. Las principales obras de la poesía existencial son:

♣ Ángel fieramente humano (1950) y Redoble de conciencia (1951). Donde Blas


de Otero se interroga sobre el sentido de la existencia del ser humano.

♣ Tierra sin nosotros (1947) y Alegría (1947). José Hierro expresa en ellos que el
dolor es la condición necesaria para alcanzar la alegría.
Poesía arraigada. Estos autores presentan una vivencia armónica y
reconciliada del mundo. Se trata de la llamada Generación del 36, entre ellos, Luis
Rosales, Luis Felipe Vivanco, Dionisio Ridruejo, Leopoldo Panero y los poetas
garcilasistas. Se trata de una poesía intimista, caracterizada por la búsqueda de la
perfección formal y el regreso a estructuras métricas clásicas (soneto), cuyos temas
característicos son Dios, el amor y el paisaje. El poemario La casa encendida (1949)
de Luis Rosales, es fundamental de este periodo.
La poesía social. Se trata de una corriente dominante en los años cincuenta.
Se caracteriza por la concepción de la poesía como un instrumento de transformación
política y social. La denuncia de la injusticia y de la falta de libertad se convierte en
el eje de la composición. En el poemario Cantos iberos (1955), Gabriel Celaya
muestra una concepción instrumental de la poesía. Blas de Otero, con el libro Pido la
paz y la palabra (1955), explora temas que se relacionan con el nosotros. Su volumen
posterior, Ancia, confirma esta nueva dirección de su poesía. José Hierro organiza
sus poemas en dos grupos: reportajes y alucinaciones. La poesía comprometida se
cultiva en las distintas lenguas peninsulares, v.gr. Salvador Espriu, en catalán, con
La pell de brau.

La poesía del Medio Siglo. A finales de los cincuenta, irrumpe una nueva promoción
que propone una concepción de la poesía como instrumento de indagación en la
propia experiencia. Los rasgos específicos del grupo son: el autobiografismo, la
amplitud temática (el amor, la amistad, el tiempo o la evocación de la infancia); el
lenguaje intimista y el distanciamiento respecto a sus propias emociones. Antonio
Machado se convierte en su referente. Jaime Gil de Biedma desarrolló una
profunda conciencia social y política. Reunió su reducida producción poética en
Las personas del verbo. En la obra de Claudio Rodríguez encontramos temas que lo
alejan de sus compañeros de generación. En poemarios como Don de la ebriedad, el
yo expresa su deseo de fundirse en comunión con la naturaleza.

Los Novísimos. La publicación de Arde al mar de Pere Gimferrer (1966) y la


aparición de la antología Nueve novísimos poetas españoles (1970) certifican la
irrupción en la poesía española de este grupo. A los poetas incluidos en la antología de
Castellet, se añaden otros como Luis Antonio de Villena, Antonio Colinas o Luis
Alberto de Cuenca. Se caracterizaban por el culturalismo, el escapismo, la creación
de espacios de evasión, el esteticismo y el decadentismo, la reivindicación de la
belleza como refugio. Por último, el barroquismo y la influencia de las vanguardias,
buscan un lenguaje rico y elaborado, y recuperan estrategias del surrealismo.

La poesía en la democracia. Se reconocen dos tendencias:


Poesía de la experiencia. Destaca el poeta Luis García Montero, cuyo libro,
Habitaciones separadas, fue clave. En esta tendencia se inscriben autores que publican
sus primeras obras en la década de los ochenta. De entre todos estos destacaremos a
Felipe Benítez Reyes, Álvaro Salvador, Javier Egea y Miguel d’Ors. En la obra de
estos poetas se propugna una combinación de cotidianidad, intimidad y voluntad de
incardinarse en el presente. Pretenden recuperar el vínculo con el lector.
Poesía del silencio. Es heredera en gran medida de la poesía pura y del
existencialismo. José Ángel Valente fue el poeta que mejor la representó en poemarios
como Mandorla. Estos poetas (Antonio Gamoneda, Clara Janés, Jaime Siles, Ada
Salas…) renuncian a lo sentimental para plantear temas como la preocupación por la
muerte o el afán absoluto. Esta poesía se interroga sobre la capacidad o incapacidad
de la palabra para comunicar la esencia verdadera y última de las cosas. Perciben que
el lenguaje es insuficiente para expresar el dolor de la existencia.

Poesía reciente. Con el cambio de siglo, poetas de diverso signo, de la experiencia y


del silencio, evolucionan hacia una poesía meditativa que oscila entre la celebración
de la existencia (Ánima mía, de Carlos Marzal) y la melancolía por el paso del
tiempo (Escaparate de venenos, de Felipe Benítez), y en la que no faltan elementos
autobiográficos (Las veces, de Esperanza López Parada).

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