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Al día siguiente Eduardo recibe la carta de Rosaura que fue escrita por su padre,

mientras la leía derramaba algunas lágrimas, el al ver la firma al final de la carta pensó
que el padre la había obligado a firmar, en ese momento Eduardo se puso a pensar si
acaso él podría ser el causante de todas las desgracias de Rosaura.
La mañana del 6 de enero los hombres y mujeres que entraban y salían ansiosos por
la puerta de trancas de don Pedro de Mendoza, preparando viandas y bebidas para la
boda, era una esplendida mañana para anunciar la gran noticia que don Pedro
Mendoza salió con seis caballeros a anunciar el casamiento. Al llegar a la plaza con
Rosaura todos quedaron asombrados pues su rostro ya no expresaba timidez como
antes ahora reflejaba enojo.
Un joven se acerco a ella diciéndole que venia de parte de Eduardo entonces los dos
se dirigieron al convento. Media hora después estaban en la puerta de la iglesia, de
pie y colocados en hilera, don Pedro, don Anselmo, Rosaura, una matrona obesa que
hacía de madrina y una muchacha que contenía trece doblones, un anillo y una gruesa
cadena de oro.
De frente estaba el cura que sostenía un libro en su mano y con una voz gruesa dijo:
—Señora doña Rosaura de Mendoza, ¿recibe usted por su legítimo esposo al señor
don Anselmo de Aguirre y Zúñiga que está aquí presente?
En ese mismo instante Rosaura acepto a pesar de que varias voces le decían que no
lo hiciera, alguna de la gente se iba yendo para no presenciar el final de la ceremonia,
pero en ese momento Rosaura bajó el vestíbulo y se encaminó resueltamente a la
casa de donde había salido para ir al templo.
Exaltado su padre dice:
—Rosaura ¿a dónde vas?
—Entiendo, señor, que ya no le cumple a usted tomarme cuenta de lo que yo haga.
—¿Cómo es eso?
—Yo tenía que obedecer a usted hasta el acto de casarme porque la Ley me obliga a
ello: me casé, quedé emancipada, soy mujer libre: ahora que don Anselmo se vaya por
su camino, pues yo me voy por el mío
Llegó Rosaura en su alazán hasta el vestíbulo del convento precedida de cuatro
hombres de a caballo y seguida de la multitud. En eso al entrar el cura le reclamo lo
que había hecho, pero Rosaura dios dos tiros y dijo:
—Señor cura, aquí hay dos balas que irán veloces hasta el tuétano del atrevido que
me insulte. Una palabra más y volarán los sesos de mis verdugos: quise perdonarlos a
nombre de mi madre; pero ya veo que se empeñan en que descargue sobre ellos mi
venganza: ¿lo queréis? Pues enviadme a la cárcel.
El cura y el teniente retrocedieron asustados y Rosaura partió sin que nadie se
atreviese a detenerla. El pueblo tomó a su cargo el asunto dividiéndose en bandos
encarnizados: unos veían en Rosaura una heroína y aplaudían con entusiasmo la
lucidez. Otros se limitaban a disculparla diciendo que su vida se había dividido en dos
secciones; una de educación, y otra de prueba bajo la acción de un padre que no tenía
ni remota idea de lo que pasa en el alma de una joven.

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