Está en la página 1de 173

OCHO

ABUELOS
INMIGRANTES
OCHO ABUELOS INMIGRANTES
¿Azar o destino?
De donde venimos

Mi novela familiar
HUGO BIANCHI
Índice

7
8
RECONOCIMIENTOS

Sin un orden de prelación debo agradecer a mi amigo Pepe, el doc-


tor José Antonio Basso que le dedicara muchas horas a leer y releer los
borradores y me orientara en su corrección; a la licenciada Diana Paris
que me dedicó una monografía para orientarme en mis apreciaciones y
convicciones sobre el tema desarrollado; a Yeyé, mi esposa, por acompa-
ñarme y ayudarme a reunir la información y los documentos familiares
para recopilar el capítulo correspondiente a su familia; a mi hija María
Luz, por leer pacientemente los borradores cada vez que se los enviara y
apuntarme observaciones; a mi hija Silvia por realizar la corrección li-
teraria; a Héctor e Hilda, mis tíos, que me contaron tantos “secretos de
familia”; a Ana María Bataglia, mi sobrina, que atesora la memoria de
las familias Papaleo-Russo; a mi amigo Tito Horacio Petrera, que con
su paciencia infinita leyó y observó los manuscritos y me orientó en la
búsqueda de editor; a Florencia Rocha, que me aportó la información
que faltaba de la rama Bianchi; a mi nieto Agustín, que diagramó los
cuadros de los árboles genealógicos y a todos aquellos que me ayudaron
a compilar información de la enciclopedia familiar, que yo simplemente
recopilé. Infinitas gracias.

9
10
NOTA INICIAL ACLARATORIA

Para las navidades del año 2020, mi hijo Christian me regaló un li-
bro: Gardel, de Felipe Pigna. Lo menciono porque para esa fecha hacía
ya más de un año que había finalizado mis memorias, que entonces solo
releía periódicamente tratando de corregir algunos términos o agregar
anécdotas que no había incluido. Fue enorme la sorpresa al encontrarme
que este libro repite el formato del mío, relacionando hechos y fechas del
relato con hechos históricos y utilizando versos y títulos de tangos, igual
que lo hago yo en mi libro.
Casualidades, ya que mis borradores solo han circulado entre mi fa-
milia o algún amigo, sin saber si los publicaría algún día. Pero es bueno
aclararlo, porque no quiero que se piense que he tratado de imitar a este
historiador. Por supuesto que él lo hace mejor que yo y también que te-
nemos miradas opuestas sobre distintos hechos de la historia argentina.

Buenos Aires, 14 de enero de 2021.

11
12
DESIDERATUM

Subscribo palabras de mi hija María Luz: “A mis padres, abuelos y an-


cestros que se fueron encontrando para que yo, hoy, aquí, respire vida en nom-
bre de ellos, los libero de las culpas del pasado y de los deseos que no cumplieron.
Consciente de que todo lo que hicieron fue lo mejor que pudieron hacer para
resolver cada una de las situaciones que enfrentaron, con los recursos que tuvie-
ron y desde el nivel de conciencia que tenían en ese momento, los honro con mi
vida, haciendo de ella lo mejor que pueda para hacerla feliz, digna y próspera.
Los amo, y reconozco a todos y cada uno de ellos”.

Este trabajo investiga la formación de las familias que precedieron


a mis hijos. La información recogida se presenta reunida por cada una
de las familias de los ocho grupos familiares que nutren la sangre de mis
cuatro hijos; en un orden aleatorio.
Podría comenzar por cualquiera de los ocho grupos indistintamente:

Russo-Pepe y Giordano-De Prisco; por mi madre.


Firmenich-Hahnemberg y Bianchi-Umpiérrez; por mi padre.
Cebollero-Belloc y Ghersi-Garulla; por la madre de Yeyé.
Montserrat-Mensa y López-Bueno; por el padre de Yeyé.

No te olvidés del pago


si te vas pa’ la ciudad
cuanti más lejos te vayas
más te tenés que acordar
“Pa’l que se va”. Chamarrita. A. Zitarrosa

13
14
NO NOS OLVIDEMOS DE DÓNDE VENIMOS

Porque, como dice George Santayana: “Aquellos que no pueden recordar


su pasado están condenados a repetirlo”.
Recordar que para haber nacido necesitamos tener dos padres, cua-
tro abuelos, ocho bisabuelos, dieciséis tatarabuelos, treinta y dos choznos,
sesenta y cuatro pentabuelos, ciento veintiocho hexabuelos, doscientos
cincuenta y seis heptabuelos, quinientos doce octabuelos, mil veinticuatro
nonabuelos, dos mil cuarenta y ocho decabuelos. Solo de las once últimas
generaciones, cerca de 300 años antes de nacer, fueron necesarios 4094
ancestros para estar hoy aquí. ¡Cuántas luchas, cuántas guerras, cuánta
hambre, cuántas dificultades, cuántos desencuentros tuvieron todos estos
antepasados! ¡Y cuánta fuerza y trabajo, amor, alegrías y estímulos, cuánto
instinto de supervivencia tuvo cada uno de ellos dentro de sí para que hoy
esté yo aquí, vivo! Solo existimos gracias a todo lo que cada uno de ellos
pasó.

Gratitud a todos los antepasados.


Sin ellos no tendríamos la felicidad
de conocer lo que es la vida.

15
16
UN DÍA CUALQUIERA
En esta pequeña novela familiar

Como si nada ocurriera,


como si fuera esta tarde,
una tarde de un día cualquiera.
“Una tarde cualquiera”. Tango. Taboada/Puccio

31 de julio de 1937; son las seis y media de la mañana de un día


muy frío y Santina, la partera que siempre veremos trajinando por el ba-
rrio, acaba de finalizar su trabajo en Villarroel 1328, del barrio de Villa
Crespo, en Buenos Aires. Ernesto Otto, con sus frescos 29 años (12 de
febrero de 1908), está muy nervioso mateando en la cocina con Raffaele,
su suegro, que el 25 de marzo había cumplido 67 años. Están esperando
el nacimiento del segundo/a hijo/a de Ernesto y María, el décimo nieto
de Raffaele. Entra Santina y anuncia que ha nacido un varón. Ernesto
confirma su presentimiento, ya había decidido que se llamaría Ernesto,
como él, y Hugo como su padre. Corren hacia el dormitorio donde se
encuentran su esposa María, parturienta de 25 años; la madre de ella,
Maddalena, de 64 años; y Normita, la primogénita, de apenas 15 meses.
Un nacimiento normal, como cualquier otro; un día cualquiera, como
cualquier otro. La particularidad de este nacimiento que relato, es que el
recién nacido soy YO, que aquí comienzo el relato de mi octogenaria vida.
Claro que, para contar mi vida, debo antes referirme a mis antepasados,
quienes hicieron posible que yo esté aquí y ahora; por lo tanto, comenza-
remos con el relato de sus vidas.

17
El trabajo genealógico es fundamental para entender
el peso de la historia sobre los destinos individuales.
V. de Gaulejac

Solo cantamos afinado cuando nos posamos


sobre las ramas de nuestro árbol genealógico.
Max Jacob

Dios mueve al jugador, y este, la pieza.


¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza
de polvo y tiempo y sueño y agonía?
“Ajedrez”. Jorge Luis Borges

18
INTRODUCCIÓN

A menudo nos atraviesa la idea de conocer de dónde venimos, quié-


nes fueron nuestros ancestros, cómo se encontraron, cómo decidieron ra-
dicarse en este país, qué herencia cultural nos dejaron, cómo fueron sus
vidas, cómo nos influenciaron, qué parte de sus personalidades arrastra-
mos y muchas más cosas que cada uno se preguntará acerca de la vida de
sus antepasados. Es el peso de la historia familiar que todos recibimos en
el momento de la concepción y que en general no tenemos la posibilidad
de llegar a conocer. Muchas veces nos gustaría tener un libro de la fami-
lia, una enciclopedia donde poder buscar para descubrir los “secretos de
familia” que nos obsesionan. Estas memorias tratan de responder algunas
de las preguntas que con frecuencia nos hacemos.
Intentamos indagar en el pasado recurriendo a la memoria de los
familiares, a los archivos y documentos disponibles, a las fotografías que
en algún momento congelaron las imágenes de nuestros antepasados, a la
historia escrita que nos pinta un paisaje, que nos relata un hecho histó-
rico, que nos contextualiza el momento descripto, algún indicio que nos
ayude a presumir cómo fue su hábitat, cómo se conocieron para unirse
estas parejas que nos precedieron, cómo vivieron sus familias, qué cosas
nos ocultaron.
Nos pareció pertinente incorporar al principio, un texto que Oscar
Conde tituló: ¿Qué sintió mi bisabuelo?, donde imagina cómo debieron
sentirse al llegar aquí esos inmigrantes, entre los que se encontraron nues-
tros ancestros.

19
Hablamos de historias verídicas. ¡Como si pudiera haber historias verídicas!
Acontecimientos que ocurren en un sentido y nosotros los contamos en
sentido contrario.
Serge Doubrovsky

Hay una inversión entre la historia tal como se la cuenta en un relato y la


historia en tanto sucesión de acontecimientos y situaciones.
Vincent De Goulejac

Como sostienen estas autoridades, cada uno trasmite la historia tal


como supone que es la verdad que alcanzó a conocer. Esta pequeña “no-
vela familiar” va a relatar cómo suponemos que fueron encontrándose
hombres y mujeres provenientes de distintas partes de Europa hasta crear
una familia de orgullosos argentinos que hoy habita este querido suelo.
La intención, relatada en primera persona, es legar a mi descendencia
la investigación realizada sobre mis ancestros y los de mi querida esposa,
Yeyé, facilitando la engorrosa tarea que cada uno debería emprender si
quisiera “darse cuenta” de dónde venimos.

DESCENDIERON DE LOS BARCOS

¡Ay! si te viera Garay


si te ve...
lo bonita que estás,
de orgulloso nomás,
él te funda otra vez.
“Si te viera Garay”. Habanera. E. Blázquez

La gran mayoría de los argentinos descendemos de extranjeros, de allí


la popular expresión argentina que dice: “descendimos de los barcos”. Cuan-
do Pedro de Mendoza (2 de febrero de 1536) y, luego, Juan De Garay (11
de junio de 1580) fundaron y refundaron el Puerto de Nuestra Señora

20
del Buen Ayre, el territorio que hoy abarca la República Argentina estaba
poblado por pocos aborígenes agrupados en pequeñas tribus.
En la región central: tobas, pilagás, mocovíes, matacos, chulupíes,
chorotis y chiriguanos.
En la región noreste: guaraníes y cainguas.
En la región noroeste: aimaraes y quechuas.
En la región central sur: tehuelches, araucanos, quenaken, yamanes
y onas.
Esta población aborigen luego fue diezmada por los conquistadores
y las sucesivas guerras que promovió la población blanca para conquistar
sus tierras, de modo que quedaron muy pocos sobrevivientes cuyos des-
cendientes se mixturaron con los nuevos pobladores, de manera que en
la actualidad son escasas las poblaciones originarias que tienen sus raíces
ancestrales en esta tierra.
Una aclaración necesaria sobre la población negra: según algunos
historiadores, la clase dirigente del país independizado, a principios del
siglo XVIII, anhelaba la construcción de un país con población blanca
siguiendo el modelo de los países europeos dominantes de la época. Dice
Tulio Halperín Donghi, en De la revolución de independencia a la confe-
deración rosista, que a mediados del siglo XIX hubo quienes propusieron
escindir la provincia de Buenos Aires del resto del país para crear un país
a semejanza de Francia.
Hubo varios hechos durante el siglo XIX que ayudaron a erradicar a
la población negra establecida principalmente en Buenos Aires. Histó-
ricamente, el puerto de Buenos Aires sirvió de entrada para los esclavos
africanos (quienes también “descendieron de los barcos”) con destino a las
minas del Potosí y muchos quedaron en las casas de las gentes adineradas
de entonces. La Asamblea del año 1813, también conocida como Asam-
blea General Constituyente y Soberana del Año 1813, dictó la libertad
de vientres de las esclavas, pero no liberó a quienes ya eran esclavos sino
solamente a los hijos que nacerían después, de manera que la esclavitud
continuó por varios años. Finalizada la batalla de Caseros el 3 de febrero
de 1852, Urquiza llevó prisioneros a Entre Ríos a más de 1500 negros que
luego vendió como esclavos al Uruguay. Por otra parte, las epidemias de

21
fiebre amarilla de los años 1852, 1858, 1870 y 1871 atacaron severamente
a la población negra de Buenos Aires.
El general Roca en su campaña de extinción de la población abori-
gen, durante la Conquista del desierto a partir del año 1878 y el General
Mitre durante la guerra de la triple alianza contra Paraguay, ubicaron a
los negros en la vanguardia de las compañías, siendo ellos las primeras
bajas en los enfrentamientos con los indígenas, o con el ejército enemigo.
La suma de estos hechos produjo que la población negra, junto con la
originaria, mermara notablemente en el país.

¿Qué sintió mi bisabuelo?


Retrocediendo un poco en nuestra historia, es relevante imaginar cómo
habrá sido el momento en que nuestros antepasados dejaron su terruño para
instalarse en este país. Para ello, recurrimos al trabajo de Oscar Conde, que
indaga sobre lo que todos nos preguntamos:
Siempre me he preguntado qué sintió mi bisabuelo, cuando en... llegó desde…
Es probable que su primera impresión fuese la de ensanchamiento de su
libertad, de agrandamiento de sus proyectos, de multiplicación de sus posibi-
lidades. La ilimitación de la Pampa se trocaba en ilimitación del alma, y de
allí a la petulancia sólo hay un paso. No obstante, no puede olvidarse que al
llegar de una tierra regada por el sudor y la sangre de innúmeras generaciones
de campesinos, ese desierto casi sin hombres y sin historia debía provocar una
ominosa sensación de desolación, de vacío, de ausencia de raíces.
Ese temple vital es, a mi juicio, el que traduce el primer tango. Luego,
a partir de Contursi, la cosa cambia y la letra de tango se llena de pena, de
abandono, de derrotas y de nostalgias. Lo que sucede es que, en ese momento, la
Argentina estaba comenzando a dejar de ser un mundo colonial.
Estamos en los años en que empieza a sentirse el peso de la emigración
que a fines del siglo XIX y principios del XX llegó al Río de la Plata. Se trata
de una emigración individual o de grupos pequeños; rara vez venían grupos
organizados; este aislamiento contribuyó a acrecentar el sentimiento de inde-
fensión en el emigrante, incluso cuando al llegar a América buscase asentarse
cerca de sus paisanos y se constituyesen agrupaciones mutuales entre los hijos

22
de la misma región. Además, llegaban a una tierra que no podía calificarse de
res nullius; aunque en buena parte aún desierta, jurídicamente estaba ocupada
y –lo que es fundamental– sus ocupantes no estaban en relación de subordina-
ción frente al recién llegado, sino que por el contrario eran los que imponían las
reglas del juego. La emigración se había trocado pues en una del segundo tipo,
donde se enfrentan dos culturas de igual nivel.
Ahora bien, en las condiciones en que se produjo esta emigración, el indivi-
duo quedaba desquiciado. Había perdido el hueco que su sociedad original ha-
bía creado para cobijarlo, había perdido contacto con su cultura y se encontra-
ba como un náufrago en una geografía y una civilización nuevas. Ese nuevo
mundo, en tanto desconocido, era sentido como profundamente hostil. Todo era
nuevo y desorientador, nada o casi nada de lo que el emigrante había aprendido
en su tierra natal le servía para afrontar los desafíos de esta ignota circunstan-
cia. En otros términos, ese hombre había perdido su instalación vital.
Piénsese en la inquietud que aun hoy, en épocas de turismo masivo, uno
siente al encontrarse en un país cuyo idioma desconoce. Hasta el simple hecho
de entrar en un restaurante se convierte en una aventura preñada de sorpre-
sas. Puede imaginarse entonces cuán honda debía ser la desazón del italiano o
del polaco, que no venía como visitante en tren de vacaciones, sino que había
abandonado todo su pasado y llegaba a esta tierra con una mano atrás y otra
adelante, para tratar de construirse una nueva vida. Por suerte en aquella
sazón no estaba aún de moda el trauma y el estrés, y el tipo se la bancaba piola.
Agréguese a esto que esa oleada migratoria fue fundamentalmente mascu-
lina. El varón llegaba sin mujeres y solo las hacía venir mucho después, cuando
ya se había arraigado (nótese aquí la fundamental diferencia con las emigra-
ciones griegas y bárbaras). Esto ya ha sido señalado muchas veces, pero con
referencia a otra cuestión. Lo que ahora se pretende subrayar es que esa ausencia
de mujeres debilitaba aún más el entorno tradicional del emigrante, porque en
todas las culturas la mujer es la principal preservadora de la tradición. Tradi-
ción, no se olvide, es “lo que tira de nosotros, lo que ejerce fuerza”. La mujer es la
guardiana del hogar, es la encargada de asegurar la continuidad familiar; por
eso Vesta era una divinidad femenina y en su templo, las vírgenes consagradas
custodiaban las reliquias sacrosantas que aseguraban la perdurabilidad de la
urbe romana.

23
Esa ausencia femenina acentúa el desquiciamiento cultural del emigrante.
Cuando en la migración participan mujeres, aunque el varón esté todo el día
trabajando en un mundo nuevo y desconocido, al volver a la noche a su hogar
–aun cuando fuese el sórdido conventillo– se reencuentra con los gestos, los aro-
mas, los sonidos de la patria lejana. Sin mujeres, está obligado a vivir las 24
horas en una circunstancia que le es profundamente ajena, exigente de un duro
y pertinaz esfuerzo de adaptación.
La sociedad, amén de muchas otras cosas, es un marco de referencia que
permite a cada uno de nosotros movernos con cierta soltura y seguridad frente
al otro. “El otro” es todo aquel con quien nos topamos en el mundo y que no soy
yo. Pero hay diferentes gradaciones en “el otro”. El amigo, el pariente, tiene
conmigo una relación interindividual; en rigor de verdad respecto de ellos se
trata de “nosotros”. El radicalmente otro es el desconocido, aquel con quien solo
compartimos el hecho de pertenecer a una misma comunidad, pero sin tener
mutuo conocimiento personal y directo. “El otro” auténtico es, para decirlo sim-
plemente, el hombre cualquiera con que nos tropezamos en la calle. Justamente
la sociedad nos fija “las pautas de comportamiento que nos permiten prever la
conducta de los individuos que no conocemos y que, por lo tanto, no son para
nosotros tales determinados individuos”.
Cuando nos movemos en una sociedad diferente a la nuestra, el encuentro
con “el otro” es embarazoso y azorante, porque al no conocer los códigos implícitos y
los usos habituales, no sabemos a priori cuál va a ser su reacción frente a nuestras
palabras y a nuestros gestos. Tememos ser maleducados, ridículos u ofensivos.
Desde siempre “el otro”, básicamente el extranjero, ha sido peligroso (véan-
se las dos significaciones de hostis en latín), o bien cómico (Marcos Figueira, el
galán portugués de El amor de la estanciera) o bien estúpido (el arquero escita
de Las Tesmóforas de Aristófanes).
José Barcia describe muy vívidamente el hábitat del emigrante, esa “esce-
nografía del infortunio” que fue el conventillo, sede de la miseria, tanto en su
aspecto material como ético. Como esto tiene que ver muy de cerca con la letra de
los tangos1, conviene que nos detengamos para mirarlo más de cerca.

1
Precisamente voy a tratar de incorporar algunos versos de tangos vinculados con lo
que voy tratando de expresar (los poetas siempre lo expresan mejor).

24
En primer término, cabe mencionar la cuestión económica. Las emigracio-
nes han sido principalmente motivadas por razones económicas. Raros son los
casos como el de los puritanos de Nueva Inglaterra o los hugonotes de Prusia.
El emigrante, por lo general, abandona su tierra porque quiere mejorar su si-
tuación y lo que hoy llamamos “nivel de vida”. Por solo citar un egregio ejemplo
literario, recordemos al Celoso Extremeño.
En el caso de los que llegaron al Río de la Plata, esta condición es muy
notoria. Pero a menudo el emigrante corre tras un espejismo, olvidando que la
miseria ha sido el estado normal de la humanidad a lo largo de la inmensa ma-
yoría de su historia. Así, cuando llega a América se topa con la triste realidad de
que las onzas de oro no crecen en los árboles; que todo requiere un duro esfuerzo,
agravado muchas veces por el desconocimiento del idioma.
Esto instala en la sociedad una anormal obsesión por los temas económicos,
que ya Ortega y Gasset advirtió en su primer viaje, en el año 1916, y sobre la
que volvió a ocuparse en 1929. Esto produce dos consecuencias. Por un lado, el
emigrante “ha reducido su personalidad a la exclusiva mira de hacer fortuna”,
lo que tal vez podría ponernos sobre la pista de los orígenes de los infortunios
de la educación en la Argentina. Por el otro lado, cuando fracasa, al no poseer el
refugio de su ámbito social propio, siente ese fracaso con mucha más brutalidad
que si le hubiese acontecido en su tierra natal.
Barcia subraya y con razón que, mientras esas ingentes masas de extran-
jeros se debatían en una pobreza a menudo más negra de aquella de la que
habían huido, la Argentina gozaba de un fenomenal auge económico, con una
de las más altas tasas de crecimiento, cimentada en su condición de “granero del
mundo”. Esto no es ninguna novedad ni es extraño, porque una de las pocas
constantes históricas es que el progreso económico se paga –en el corto plazo– con
la miseria social, con la proletarización de la sociedad.
Y también hay una miseria ética, muy directamente originada por el desarrai-
go. Las normas de conducta tradicionales a las que el individuo estaba sometido
en su sociedad natal, al trasplantarse quedaban si no anuladas, por lo menos muy
debilitadas. El trato con gentes de raíces culturales diferentes les hacía ver, aunque
no fuese en forma consciente, la relatividad de la moral, que dejaba de ser una regla
inconmovible y universal. El emigrante descubría por su cuenta aquello de Pascal,
según el cual lo que era verdad de este lado de los Pirineos, no lo era del otro.

25
Justamente Ortega y Gasset observaba que los emigrantes llegan a la Ar-
gentina “sin otro contenido que un feroz apetito individual, anormalmente
exentos de toda interior disciplina. Gente desencajada de su sociedad nativa,
donde hubiesen vivido sin darse cuenta, moralizados por un tipo de vida colec-
tiva estabilizada e integral”. Este juicio durísimo no se limita a la Argentina,
sino que todos los pueblos de la América hispana arrastran en el seno profundo
de sus almas colectivas un fondo de inmoralidad.
Oscar Conde

Fundamentos para la diagramación del libro


Los sentidos aparecen con la vida y nos escoltan desde el momento de
la gestación. Los sentidos son los encargados de ir fijando en la memoria
nuestro paso por la vida; nos hacen ver, escuchar, olfatear, saborear y tener
sensibilidad táctil. Navegando en el seno materno sentimos el amor de la
madre, el calor que su cuerpo nos trasmite, el alimento que nos nutre y
nos permite crecer. En el momento del parto sentimos que estamos per-
diendo todo eso y lloramos, gritamos la pérdida, hasta que la madre nos
abraza y nos acerca al calor de su cuerpo que nos trasmite su temperatura
y nos hace succionar su seno para alimentarnos con eso que llamaremos
leche materna.
La fotografía pretende congelar momentos, intervalos, un soplo, un
abrir y cerrar de ojos, un instante en nuestras vidas. Se trate de un pai-
saje, un cuadro, una escena o un ser cuya imagen queremos conservar no
solo en la retina (la visión) sino que es mucho más que eso nos ayuda a
evocar sonidos (audición), perfumes (olfato), sabores (gusto) o contacto
humano (tacto). Todo eso es la fantasía que guardamos en la imagen de
una fotografía tomada con los cinco sentidos que pretende inmortalizar
un momento.
La vida se compone de esos momentos y la película de nuestras vidas
es una sucesión de fotografías que ilustran esos momentos. Esta intro-
ducción es para aclarar las razones que me impulsaron a intercalar viejas
fotografías en esta pequeña novela familiar que me acompaña. Cada una
tiene su porqué y es probable que solo yo pueda entender las razones

26
inconscientes de su presencia en estas memorias. Mi intención es que
pueda ayudar al lector a compenetrarse de los momentos relatados y
acompañarme en la evocación.

27
28
BÚSQUEDA DE LOS ORÍGENES
ANCESTRALES

¿DE DÓNDE VENIMOS?

Genealogía: serie de progenitores y ascendientes de cada individuo.


Proviene del griego: geneá (generación) y logía (tratado). La curiosidad
por conocer los antepasados tiene un origen muy remoto: los griegos re-
unieron el linaje de sus dioses en la Teogonía; los hebreos dejaron la ma-
yoría de las ascendencias bíblicas en el Antiguo Testamento y tanto San
Mateo como San Lucas han mencionado la estirpe de Jesucristo en sus
respectivos Evangelios. A su vez, los mayas y los aztecas les daban gran
importancia a los “mapas” –verdaderos árboles genealógicos de las tribus–
que trazaban sus sacerdotes. También los tótems son marcas genealógi-
cas: indican la pertenencia a determinado clan.
Otra forma de conocer los antepasados es a través de la heráldica, es
decir, el análisis de los escudos de armas. Ya en la Antigüedad, pueblos
como lo sumerios, asirios, caldeos y egipcios poseían emblemas para dife-
renciarse entre sí. Avanzando en el tiempo, en la época de las Cruzadas, los
caballeros cristianos decoraron sus escudos con signos de diferentes colores
para distinguirse de sus enemigos. Así nacieron los escudos de armas.
Del ámbito militar pasaron al resto de la sociedad. En el siglo XII
lo adoptan las mujeres y un siglo después se generalizó su uso entre los
Papas (El primero en utilizarlo fue el papa Inocencio IV).

29
Cuando promovemos un estudio de investigación bibliográfica, sobre
hechos históricos destacados de nuestros ancestros, estamos demostran-
do cultura y madurez social. Estamos aspirando a una reconstrucción de
la vida de nuestros antepasados. Indagar en el pasado, equivale a traer so-
bre sí, la responsabilidad de esa investigación y de sus resultados. Estamos
determinando las tradiciones.
El apellido es el elemento fundamental para las investigaciones ge-
nealógicas al iniciar el examen de la estirpe. El apellido, en un tiempo
usado por los romanos, cayó en desuso a fines del Imperio Romano de
Occidente. En la época romana las gens o “gentes” eran grupos de familias
que reconocían un encadenamiento común y llevaban el mismo apellido.
Cada romano nacido libre llevaba dos nombres, además de su sobrenom-
bre; el primero era propio de la persona, el “prenombre” y el segundo
indicaba el gens, lo que hoy es el apellido.
Por razones de pronunciación o lengua se producen deformaciones o
modificaciones de apellidos que tienen el mismo origen. Muchos apelli-
dos actuales derivan de lugares geográficos, otros de feudos y de antepa-
sados ilustres, otros por la tarea, personalidad, profesión, etc. En Europa
se afirma el uso del apellido en el siglo XI.
La distinción entre las casas era el escudo que las identificaba, pri-
vativo de las familias nobles. El uso de los escudos o insignias se afirma
durante las cruzadas, que es cuando comienza a tener carácter heredita-
rio. Otro símbolo usado fue la cruz en sus distintas formas, durante las
cruzadas. El color también indicaba la procedencia del guerrero: ejemplo
el azul para italianos o el blanco para franceses. El arte del blasón se fue
ampliando y reglamentando por siglos.
Resulta muy dificultoso establecer los orígenes de los apellidos por
las constantes modificaciones de escritura y fonética, por lo cual se deben
investigar bibliotecas, registros, parroquias, iglesias, colecciones privadas y
públicas, para respaldar el prestigio de la investigación realizada y conocer
la estirpe. Esto pondrá de manifiesto las experiencias vividas por la estir-
pe que no ha perdido la fe en sus ancestros de los cuales obtiene renova-
das fuerzas para las generaciones futuras y por lógica respaldar el apellido.

30
Sobre los apellidos (por Diana Paris)
En español la terminación “ez” significa “hijo de”, y los prefijos esco-
ceses Mac o Mc como en el hebreo Ben, también lo indican así: Mc Do-
nald es hijo de Donald, Ben Hur es hijo de Hur. También lo expresan
las terminaciones “sen”, “son” y “sohn” en alemán; “ini” en los italianos;
“sen” y “son” en idiomas escandinavos; y “vich” o “vic” en los eslavos:
Petersen es hijo de Peter, Mendelssohn de Mendel, Tomasini de Tomás,
Ivanicevich de Iván. Así, Firmenich (o con la pronunciación de tono
más croata, Fírmenij) indica descendiente de… La mayor parte de
los apellidos alemanes se generaron a partir de apodos. Se clasifican en
cuatro grupos, con base en el origen del apodo: nombres de pila, desig-
naciones de oficios, atributos físicos y referencias geográficas (incluso las
referencias al nombre de alguna construcción, como en el caso de “fábri-
ca”; “establecimiento comercial”). Además, muchos apellidos describen
alguna característica específica en el dialecto correspondiente a la zona
en la que se originaron. Las designaciones de oficios son la forma más
común de formación de apellidos, como por ejemplo: Schmidt (herre-
ro), Müller (molinero), Fischer (pescador), Schneider (sastre), Maurer
(masón, albañil), Bauer (granjero), Metzger o Fleischer (carnicero),
Töpfer o Toepfer (alfarero) o Weber (tejedor de redes), Schweizer (or-
deñador, suizo).
Nombres de características físicas fueron adoptados como apellidos
en casos como Kraus (pelo enrulado), Groß (grande), Schwarzkopf
(cabeza negra), Klein (pequeño). Otros apellidos italianos que desig-
nan colores fueron los adoptados por la colectividad judía en tierras
del Dante para “italianizarse”, manteniendo el reconocimiento de sus
pares con-religiosos:
(Verdi=Verdes, Bruno=Moreno, Giallo=Amarillo, Marrone=Ma-
rrón, Rosso=Rojo, Rossi=Rojos, Rossa=Rosa)

Hacia el siglo XVI aparecen los primeros registros de estado civil.


Todo nacimiento está consignado por una doble designación, nombre de
familia.

31
Históricamente, los nombres tradicionales están ligados a personajes
célebres, santos o inspirados en la poesía o en la naturaleza.
Nuestro nombre nos es dado dentro de un proyecto inconsciente;
nace con nosotros y le damos un sentido; vive y muere con nosotros.
El apego a esta identidad es de una gran importancia y la elección del
nombre del niño no es producto del azar. ¿Por qué este nombre y no otro?
Cada uno de los padres es capaz o intentará conscientemente explicar
que la primera razón de esta selección es que le agrada el nombre. Y la
explicación es conveniente, pero sobre el plano inconsciente la selección
del nombre responde a muchos más criterios. Un nombre representa, ante
todo, una emoción, un resentimiento parental que se transmite al niño.
¿No se puede ver aquí un camino hecho por tropiezos, pero un deseo
de hacer emerger a la conciencia los problemas antiguos, transgenera-
cionales, que uno creía olvidados pero que pueden despertar las heridas?
Entender lo que nuestro nombre revela permite responder a la pre-
gunta “¿Quién soy?”. Revivir los recuerdos familiares a través de nuestro
nombre será más fácil. Siguiendo a Ivan Boszormenyi-Nagy y Geraldine
M. Spark, “Ninguna personalidad auténticamente independiente puede sus-
tentarse sin una ‘capacidad’ de enfrentar el libro mayor de responsabilidades
recíprocas”.

EL ÁRBOL GENEALÓGICO

El árbol genealógico es la representación gráfica de las relaciones que


se establecen entre los diferentes miembros de la familia. Cualquier su-
ceso que ocurra a alguno de sus integrantes influenciará al resto. Ningún
miembro queda aislado de esta información, aunque no la conozca. La
forma de atravesar los conflictos no resueltos se transmite de generación
en generación. Esta transmisión es inconsciente. El árbol no se mira de
arriba hacia abajo, pensando “¿qué me puede pasar?”, sino de abajo hacia
arriba, pensando “¿qué me pasa?”, y de ahí se parte a buscar la lógica del
árbol.

32
El árbol está vivo dentro de mí. Yo soy el árbol. Yo soy toda mi familia.
El inconsciente familiar existe. Desde el mismo momento en que alguien
toma conciencia de algo, hace que todos los suyos también la tomen. Ese
alguien es la luz. Si uno hace su trabajo, todo el árbol se purifica.

Genograma: es un diagrama visual del árbol genealógico en el que se


incluyen más datos que la mera genealogía: relaciones familiares, concepto
socio-económico de grupo.
Hacer visibles estas relaciones a través de lo que llama “átomo social”. Lo
co-consciente - Lo co-inconsciente.
(De la familia al individuo. La diferencia del sí mismo en el sistema fami-
liar. Murray Bowen. Paidós, 1991).
Genosociograma: explora vínculos transgeneracionales, secretos de fa-
milia, síndrome de aniversario, transmisión de traumatismos, etc. Integra
psicoanálisis, psicodrama, enfoque sistémico. Es un gráfico que registra
información sobre los miembros de una familia y sus relaciones, por lo
menos sobre tres generaciones.
Muestra la información familiar en una forma que permite contem-
plar, en un vistazo rápido, patrones familiares complejos y, además, es
una fuente rica de hipótesis acerca de cómo un problema clínico puede
estar conectado con el contexto familiar, y la evolución del problema y del
contexto, con el tiempo.
Muestra:
• La estructura de una familia.
• Las relaciones entre los miembros de una familia.
El genosociograma es un intento de sistematizar y tornar visible la
urdimbre complicada que constituyen las relaciones familiares. Cuando
hablamos de familia, no se incluye exclusivamente al grupo familiar con-
viviente, sino también a la familia extensa.
(Anne Ancelin Schützenberger. ¡Ay, mis ancestros! Taurus. Capítulo 8
“¿Cómo establecer un genosociograma?”).

Psicogenealogía: psicoanálisis transgeneracional. Enfermedades, do-


lencias o trastornos que se repiten en ciertos integrantes como modo de

33
cumplir mandatos ancestrales y sostener una “lealtad invisible” que inca-
pacita en el presente. (Ejercicios prácticos de psicogenealogía. Anne Ancelin
Schützenberguer. Aguilar).

Epigenética: corriente de la biología que estudia la influencia del me-


dio y las condiciones exteriores sobre los genes. Los traumas, las creencias
y las emociones vividas por nuestros ancestros se heredan. (La biología de
la creencia. Bruce Lipton. Madrid. Palmira. La esfera de los libros, 2007)
“Los genes no determinan nuestro destino como una firma indeleble,
inamovible. No hay destino prefijado y trágico. Pensarlo así es patológi-
co”. (Mandatos familiares. Diana Paris. Buenos Aires. Del nuevo extremo,
2016)

LA ABUELA MATERNA
¿Por qué es importante?

Porque es clave a la hora del traspaso de información genética y de


programas. Resulta que cuando ella estaba embarazada de tu mamá, el
feto ya tenía los ovocitos formados. Y de esos ovocitos van a salir los 2
millones de óvulos que tendrá tu mamá durante su vida. Uno de esos óvu-
los lleva tu nombre, así que este óvulo lleva la información de la abuela.
¿Qué información? Todo lo que la abuela vivió, sintió y cómo lo vivió. Si
era el momento adecuado para tener hijos, si era deseado el embarazo,
si se sentía protegida por su marido, etc. Qué necesidades biológicas no
tenía cubiertas la abuela. Todo esto y mucho más es información que
queda improntada en cada célula del feto. Por lo tanto, llevas información
de la abuela cuando estaba embarazada de tu mamá. La genética a veces
se salta una generación. El óvulo del que sales lleva la información de la
abuela materna.
¿Y por qué de la abuela y no del abuelo? Porque la abuela pone el
óvulo y el abuelo el espermatozoide. Y el óvulo, además de la información

34
genética, contiene la información mitocondrial, que está en la membrana
celular. Mientras que, en el abuelo, la información mitocondrial está en
la cola del espermatozoide y en el momento de la fecundación, la colita
se queda afuera. La información biológica, a niveles de programas que se
heredan está guardada en la mitocondria.

Las mitocondrias Son orgánulos celulares eucariotas encargados de


suministrar la mayor parte de la energía necesaria para la actividad
celular (respiración celular).
Actúan como centrales energéticas de la célula y sintetizan ATP a
expensas de los carburantes metabólicos (glucosa,  ácidos grasos
y aminoácidos). La mitocondria presenta una membrana exterior per-
meable a iones, metaboitos y muchos polipéptidos. Eso se debe a que
contiene proteínas que forman poros llamados porinas o VDAC (ca-
nal aniónico dependiente de voltaje), que permiten el paso de mo-
léculas  de hasta 10  kDa  de masa y un diámetro aproximado de
2  nm. La fertilidad femenina se ve afectada por el envejecimiento,
teniendo el pico de la capacidad de reproducción a los 25 años aproxi-
madamente, el cual declina con la edad, disminuyendo considerable-
mente a partir de los 37 años. Numerosos estudios sugieren que una
disminución de la calidad del ovocito es el causante de la disminución
de la capacidad reproductiva relacionada con la edad, y aunque los me-
canismos subyacentes aún se desconocen, algunos científicos hipotetizan
con que alteraciones en la mitocondria podrían ser los factores clave que
medien la capacidad reproductiva.

35
36
LA BÚSQUEDA DE DÓNDE VENIMOS

Intentamos la engorrosa tarea de darnos cuenta o saber de dónde ve-


nimos, investigando la formación de las familias que nos precedieron.
Buscamos información de cada uno de los ocho grupos familiares que
nutren la sangre de nuestros hijos, como ya mencionamos.

Russo-Pepe y Giordano-De Prisco;


Firmenich-Hahnemberg y Bianchi-Umpiérrez;
Cebollero-Belloc y Ghersi-Garulla;
Montserrat-Mensa y López-Bueno.

Veamos cómo convergieron en Buenos Aires.

37
38
MI FAMILIA MATERNA
RUSSO-PEPE / GIORDANO-DE PRISCO

PAGANI

Pagani

En el sur de Italia, unos 50 kilómetros al sur de Nápoles, luego de


atravesar el monte Vesubio, de 1281 metros de altura, cuyo volcán es fa-
moso por su erupción del 24 agosto del año 79 d.C. en la que fueron se-
pultados varios núcleos urbanos, entre ellos las ciudades de Herculano
y *Pompeya de la Antigua Roma, se encuentra un pueblo llamado *Paga-
ni.
*Pompeya: convertida en un destino turístico popular de Italia (parte
del Parque Nacional del Vesubio y declarada Patrimonio de la Humani-
dad por la Unesco), sus ruinas reciben 2.500.000 visitantes cada año. Una

39
40
ciudad beneficiada por sus aguas termales: Termas Estabianas, Termas del
Foro, Termas Centrales, Termas Suburbanas, que explican la razón por la
que en tiempos romanos era una zona donde abundaban las villas vaca-
cionales. Contaba con numerosos servicios y un anfiteatro. Se calcula que
el año de la erupción la población era de unas 15.000 personas.
Sus discutidos orígenes hablan sobre los restos más antiguos halla-
dos en la ciudad que datan del siglo IX a.C. La mayoría de los expertos
está de acuerdo en que la ciudad debía de existir ya en el siglo VII a.C.
Los etruscos se establecieron en la región en esa época y durante más de
150 años rivalizaron con los griegos por el control de la zona. Pompeya
participó en la guerra que las ciudades de la Campania iniciaron contra
Roma, pero fue asediada por Lucio Cornelio Sila y se vio obligada a acep-
tar la rendición en el año 80 a.C. Se transformó en un importante punto
de paso de mercancías que llegaban por vía marítima y que eran enviadas
hacia Roma o hacia el sur de Italia siguiendo la cercana vía Apia. Tras
la conquista de la ciudad por parte de las tropas romanas, se convirtió
en  municipium. En la práctica, sus habitantes asumieron la ciudadanía
romana en lo referido a las obligaciones (fiscales, militares, etc.) pero no
en cuanto a los derechos de los ciudadanos.

Vinieron los Sarracenos


y nos molieron a palos,
que Dios ayuda a los malos
cuando son más que los buenos.
Romanza medieval

* Pagani: una historia que se remonta al siglo IX d.C. cuando, para


alejar las incursiones de los Sarracenos, los normandos construyeron en
esta área el castillo de Cortimpian (Curtes in planum), del que se convir-
tió en propietaria la familia Pagano, que en el siglo XV tomó posesión
de toda Nocera. Pagani y Barbazzano se convirtieron en el municipio de
Nocera de Pagani (de los Pagano) hasta que en 1806 se unieron y nació el
municipio en la provincia de Salerno, región de Campania.
¡Cuánta pobreza! Un puñado de labradores hastiados de huir de la

41
miseria y de sus provocadores vecinos decidieron radicarse en los alrede-
dores de este castillo, solicitando la protección de Pagano en este rincón
de la Bella Italia que realmente no hacía honor al calificativo del país. Una
zona árida donde con mucho esfuerzo cultivaban los alimentos necesarios
para la subsistencia. Se especializaron en la producción de cítricos y con
gran ahínco se dedicaron a la pequeña agricultura, haciendo crecer la pro-
ducción en esa desértica tierra casi milagrosamente.
Veinte siglos practicando esta rutinaria vida explican que la población
creciera tan lentamente en este pobre y pequeño pueblito de 12 km², que
a fines del siglo XIX contaba con menos de 15.000 habitantes, igual que
Pompeya cuando fue sepultada por la erupción del Vesubio. Quienes se
animaban, huían apresuradamente de este pueblo en búsca de una vida
menos ruda. 15.000 personas; hombres, mujeres y niños dedicados a la
agricultura y las manualidades y artesanías seculares que aprendían de sus
ancestros. Condenados a una pobre y tediosa vida, sin futuro, sin posibi-
lidades de pensar en emular a sus connacionales que vivían un poco más
al norte del país.

HEROÍNA IGNORADA

En un hospital de Buenos Aires; el 12 de febrero de 1958, después


de tres días de dolorosa agonía, fallecía a los 85 años mi abuela Ma-
ddalena, llagada por tremendas quemaduras que le habían abrasado
el cuerpo en un accidente doméstico en su casa de la calle Villarroel
1328 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, cuando repetía una
rutina que había realizado durante más de 20 años: encender el carbón
para cocinar su almuerzo. Ese día el viento le levantó el delantal con
que sostenía el brasero para llevarlo a la cocina; la tela del delantal
comenzó a arder y el fuego llegó a la piel provocando las mortales que-
maduras. Una noticia que no figuró en la sección policial de ningún
periódico porteño.

42
Mi abuela materna

Padres, abuelos, bisabuelos y tantas generaciones anteriores que se


pierden en la bruma de los tiempos, ancestros centenarios que precedie-
ron a Maddalena en este pueblo. Radicados en este pequeño trozo de
Italia, sin conocer otra cosa más que la extenuante y sacrificada vida de
este pobre pueblo, comunicándose en su propio dialecto, sobreviviendo a
la pobreza y la ignorancia; Roma y el norte de Italia para ellos era desco-
nocido, una entelequia. Como adheridos a ese “cacho de tierra”, no tenían
siquiera la libertad de pensar que se podía vivir de otra forma. La jornada
comenzaba antes de la salida del sol y finalizaba bien entrada la noche.
Duro trabajo para poder arrancar algún
fruto de esa estéril tierra.
Angelandrea Giordano y María De
Prisco, igual que sus ancestros oriundos
de este pueblito, tuvieron muchos hijos:
Inmaculada, Josefa, Domingo, Alfonso
y Carmelo, eran los hijos sobrevivientes
cuando nació Maddalena Giordano, la
heroína de esta historia que llegó para
completar la media docena de herma-
nos por partes iguales de varones y mu-
jeres. Era muy común en este pueblo
que no sobrevivieran muchos bebés por
falta de atención médica, servicios sani-

43
tarios, mala alimentación e ignorancia. Angelandrea y María perdieron
durante su fecunda vida ocho pequeños niños que no alcanzaron el año
de vida. Arrastraban tantas generaciones en ese mismo lugar, que bien
podría haberse llamado Macondo2, viviendo de igual forma; una familia
pobre que, como el resto de los habitantes del lugar, sobrevivía realizando
tareas artesanales, haciendo trabajar en ellas a todos sus hijos. Era la úni-
ca, monótona y sacrificada forma de vida que conocían y su ignorancia no
les permitía imaginar otra que no fuera la de trabajar el núcleo familiar
completo, en forma colectiva, todo el tiempo posible para obtener el ali-
mento necesario para subsistir.
Y sucedió un 8 de septiembre de 1872 que Maddalena llegó para
sumar una nueva carga a esta familia. Angelandrea y María no deseaban
tener más hijos, pero tampoco sabían evitarlo. Una hija no deseada que
nació en ese hogar pobre e ignorante, donde cada hijo era recibido para
colaborar en el mantenimiento del grupo familiar, un colectivo en el cual
cada uno debía hacer su aporte. Desde muy pequeña, Maddalena debió
hacer su tarea artesanal en una mesa a la cual, por su corta estatura, solo
podía llegar si se calzaba unos zuecos altos de madera que le hacían doler
mucho los pies. Tan solo tenía cuatro o cinco años y era inútil que se que-
jara, pues ese era el lugar que le habían asignado para colaborar en la em-
presa familiar. Una vida harto difícil que la marcó para siempre; su cara
trasuntaba el dolor y la pena de una sacrificada vida sin esperanza. Nació
como conminada a continuar el monótono ciclo que sus antepasados ha-
bían señalado desde tantas generaciones anteriores. Giraba y se repetía en
forma permanente, un círculo que arrastraba a toda la descendencia. No
la enviaron a la escuela porque debía trabajar para ayudar a la familia, y
así creció, sufrida y analfabeta.
Ni siquiera dispuso del tiempo para aprender a hacerse querer, por-
que su sacrificada vida fue una rutina de trabajo sin otra recompensa que
la del deber cumplido. Solo trabajo duro durante todo el día para tratar
de descansar seis o siete horas en una dura cucheta en la habitación con

2
Macondo es la ciudad donde Gabriel García Márquez ubica la narración de su
novela Cien años de soledad.

44
piso de tierra compartida con sus padres y hermanos, y continuar al día
siguiente en el campo con lluvia o sol y, cuando el tiempo no lo permitía,
nuevamente a la misma mesa a la que no alcanzaba con sus 4 años. La co-
mida que hacían sus hermanas no abundaba y tampoco era muy variada,
ni gustosa, ni nutritiva, pero era la única que había en ese hogar.

Maddalena, “la nona”, nació en Pagani, Provincia de Salerno, Italia, el


8 de septiembre de 1872 año bisiesto comenzado en lunes.
El 1 de enero de ese año se ha producido en la Argentina “la masacre
de Tandil”. Un grupo de gauchos argentinos han asesinado a 36 cam-
pesinos inmigrantes. También ese día, la asociación socialista Primera
Internacional mueve su sede de Londres a Nueva York y el 20 de febrero,
también en Nueva York, se inaugura el Museo Metropolitano de Arte.
En Alemania, el filósofo Friedrich Nietzsche publica El nacimiento de
la tragedia desde el espíritu de la música y en Francia, Edgar Degas
pinta La clase de danza en la ópera y Claude Monet: Impresión, sol
naciente. En la Argentina se publica El gaucho Martín Fierro, de José
Hernández.
La xenofobia, la lucha del comunismo, la tragedia en Nietzsche, los impre-
sionistas y la pintura de la sufrida vida del gaucho por José Hernández,
son hechos destacables del año en que nace Maddalena y que ella ignorará.

Provista con estas primarias herramientas, Maddalena tuvo que salir a


enfrentar la vida, pero a pesar de todos los inconvenientes y de las barre-
ras que encontraría en su camino, la personalidad que iba moldeando se
nutriría con la irreprimible voluntad para fraguar su destino. Estaba cons-
truyendo una personalidad decidida, resuelta, fuerte, trabajadora, habili-
dosa; su baja estatura no sería un impedimento para imponer su voluntad.
El agrio carácter que la dura vida le imprimía ocultaba su belleza, pero sus
encantos no eran menores y, aunque no tenía muchas oportunidades para
demostrarlo, sabía cómo hacerse notar cuando las circunstancias lo admi-
tían. Nunca se permitiría pasar inadvertida. Soñaba encontrar a un joven
que la enamorara, aunque ya veremos cómo las ancestrales costumbres del
lugar iban a imponerle otro rumbo.

45
Si dividimos esta historia de vida en cuartos, ya que Maddalena vivirá
85 años, el primer cuarto lo transcurrió trabajando muy duramente, sin
poder disfrutar del descanso ni la diversión propia de la edad; negado el
derecho de disfrutar la juventud, soñaba que alcanzaría su libertad el día
que se casara. “Casada me liberaré del yugo impuesto por la familia; casada
tendré mis hijos a quienes podré brindarles una vida mejor que la mía; casada
no tendré que continuar con las duras tareas impuestas en mi casa. Y quizás
hasta un día podré salir de este pueblo donde hay que pagar un precio tan alto
solamente por el derecho a una vida miserable”.
¡Cuántos sueños acumulaba Maddalena durante su sufrida vida! ¿Po-
dría finalmente alcanzar, aunque fuera alguno de ellos?
Ya cumplidos los 18 años, era una hermosa mujer con todos sus atri-
butos. Su atención y sus ilusiones estaban cifradas en un futuro compar-
tido con un agraciado vecino del lugar, Carmelo (como su hermano), con
quien cruzaba miradas los domingos en la iglesia del pueblo que llevaba
el nombre del santo patrono de la ciudad: San Alfonso María de Ligorio.
Un tanto tímido, el joven no sabía más que brindarle sus sonrisas los do-
mingos después de la misa a la que Maddalena concurría rigurosamente
vigilada por su madre y sus hermanas mayores, Inmaculada y Josefa. Car-
melo ni se animaba a acercarse a este grupo femenino; la áspera presencia
de estas tres mujeres lo amedrentaba y durante la semana no era posible
encontrarse: Maddalena solo salía eventualmente de su casa para cumplir
con algún mandado y Carmelo debía trabajar duramente durante todo el
día como el resto de los mortales del lugar. Las pocas reuniones que se
realizaban con motivo de algún festejo estaban vedadas para Maddalena.
Pero ambos sentían una gran atracción e imaginaban incesantemente
un encuentro donde pudieran conversar y conocerse mejor. Y el momento
llegó un día en que Maddalena salía de su casa para cumplir con el man-
dado encomendado y se encontró con Carmelo, que estaba aguardándola.
Había averiguado la hora aproximada en que acostumbraba salir y a qué
lugares solía dirigirse y ese día faltó a su trabajo para esperarla paciente-
mente hasta encontrarla. A partir de ese mágico momento coordinaron la
forma de verse a escondidas de la familia y un par de veces a la semana se
encontraban unos pocos minutos para disfrutar el placer de estar juntos

46
e intercambiar algunas anécdotas, y comenzaron a pensar cómo sería un
futuro compartido.
En tanto, Angelandrea y María acunaban otro proyecto para esta hija.
La tradición indicaba que era responsabilidad de los padres asegurar el
futuro a sus hijas eligiendo responsablemente, según su propio criterio,
quién sería el hombre ideal para acompañarla el resto de su vida. Obvia-
mente, el discernimiento de la población de este mísero pueblito sobre el
mundo y su gente finalizaba en sus mal delineadas fronteras.
Inmaculada y Josefa ya habían sido casadas repitiendo la trágica
tradición del pueblo de traer hijos al mundo que fallecerían pocos meses
después. Ahora, la preocupación del matrimonio era casar a Maddalena,
y así fue que entre los jóvenes vecinos de edad cercana a la de su hija,
eligieron a Raffaele Russo pensando que combinaba a la medida de los
deseos y los antecedentes familiares que esta familia anhelaba para su
hija.
Felice Russo y Giustina Pepe eran los padres de Francisco, Antonio,
Rosa y Alfonso, los hermanos de Raffaele que también vivieron toda su
sufrida vida en este pequeño pueblo. Siempre contaba Felipe que un leja-
no antepasado pelirrojo les había legado el apellido Russo. También ellos
sufrieron la pérdida de cinco bebés menores de un año. Vecinos de tanto
tiempo de Angelandrea y María, se habían reunido un día para arreglar
el matrimonio de Raffaele con la hermosa jovencita que en ese momento
ofrecía lo mejor de sus encantos. Había aprendido a cocinar, lavar, coser,
bordar, planchar, limpiar y arreglar la casa. No había aprendido a co-
quetear ni a bailar porque no le estaba permitido. Ambos matrimonios
estaban muy conformes con el casamiento por ellos programado. An-
gelandrea y María perderían la ayuda que les proporcionaba el trabajo
que realizaba Maddalena, pero pensaban que era la dote a entregar para
asegurar el futuro de su hija. Por su parte, Felice y Giustina aportarían un
hombre que debería, con su trabajo, mantener a su nueva familia y a la
vez se quitarían la preocupación de no saber en qué correrías andaría su
hijo en ese peligroso pueblo donde ya causaba temor la Camorra, esa or-
ganización mafiosa. Estas negociaciones se realizaban sin que estuvieran
enterados los interesados ni tuvieran participación alguna.

47
Poco importaron los sueños ni los
proyectos de estos jóvenes, las razones
de esta decisión nunca fueron informa-
das. No había motivo para que el despe-
chado Carmelo ni la sufriente Madda-
lena pudieran entender lo que sucedía,
por qué Angelandrea y María tomaban
esta trascendente determinación sin si-
quiera informarles lo que estaban deci-
diendo. Y un 5 de marzo de 1894, ya
cumplidos los 21 años, Angelandrea y
María consideraron que era hora de ca-
sar a Maddalena con Raffaele, debiendo
esta dar prueba de su virginidad al pue-
blo, colgando de la ventana de la habitación la sábana con manchas de
sangre, como mandaba la tradición.

Para esa época, en Buenos Aires, Juan B. Justo fundaba el diario La


Vanguardia el 7 de abril de 1894 y en París se creaba el Comité Olím-
pico Internacional el 23 de junio de 1894.

Estos hechos trascendentes pasarán ignorados por ambos, que co-


mienzan una vida en común con tantas falencias como las ya conocidas
en sus respectivos hogares. Van a tener once hijos, de los cuales siete fa-
llecerán con pocos meses de vida.

A MÍ NADIE ME PISA EL PONCHO

Decidido, valiente, audaz, curtido en enfrentamientos contra la Ca-


morra, no lo iba a matonear cualquiera. “Soy toro en mi rodeo y torazo
en rodeo ajeno”; Raffaele le daba sentido a la famosa sentencia criolla,
pero no imaginaba que a un marido abandónico podría domarlo una

48
paisana con tantas agallas y obligarlo a configurar una historia dis-
tinta a la que imaginó.

Mi abuelo materno

Raffaele Russo era dos años y medio mayor que Maddalena, pero vi-
vidos con toda la libertad de la que gozaban los hijos varones. Nacido un
25 de marzo de 1870, llegó con la primavera de Pagani. Para la fecha en
que lo casaron era un experimentado joven de 23 años por cumplir los 24;
elegante y buen mozo, gustaba a las chicas y ya contaba en su experiencia
haberse enfrentado solo, con su peligroso cortaplumas, con integrantes de
la Camorra, que por aquellos años se había instalado en todo Nápoles. No
tenía oficio conocido, pero se podía mantener con el dinero obtenido oca-
sionalmente en los trabajos que le ofrecían, pero ahora iba a ser distinto.
Toda su historia familiar remitía a Pagani, ese pobre pueblito perdido
en la nada.
Padres: Felice Russo (1840) y Giustina Pepe. Abuelos: Giuseppe
Russo (1801-1849) y Teresa Possariello (1807).
Bisabuelos: Felice Russo (1774-1844) y Agnesse Adesso (1778).
Tatarabuelos: Gaetano Russo (1745) y Caterina Marcigliano (1748).

49
Todos transcurrieron sus pobres vidas inevitablemente en la monoto-
nía de ese lugar, como la familia de Aureliano Buendía en la citada novela
de García Márquez.
Esta decisión de sus padres truncó los sueños y los proyectos de Ma-
ddalena, que tejía una historia distinta junto con Carmelo.
A partir de ese momento, Maddalena, impedida de oponerse a sus
padres, imaginó que, a pesar de no haber tenido una participación activa
en la elección de su marido, lograba la tan deseada emancipación e iba a
encarar una nueva vida con más libertad, donde podría tomar sus propias
decisiones, derecho que le había sido negado hasta entonces, ignorando
que comenzaba una nueva etapa de su eterno sufrimiento para continuar
poniendo a prueba su temple y sus agallas. Pasaba de la esclavitud de hija
a la esclavitud de esposa: cocinar, limpiar, lavar, coser, bordar, planchar,
administrar el hogar y traer hijos al mundo. El 8 de septiembre de 1894
festejaba sus 22 años y el primer embarazo.
¡Al fin Maddalena tendría algo suyo! Algo totalmente suyo que no le
podrían quitar. Pero el destino le tenía preparada otra jugada y el pequeño
solo alcanzó los tres meses de vida. Estaba escrito que por cada hijo que
sobreviviera, Maddalena debería pagar con la vida de otros dos.
A Raffaele, este casamiento también le cambiaría la vida. Debería
mantener a la bella Maddalena y todos los días tendría que salir a trabajar
para lograr las liras para comprar la comida y demás gastos de la casa.
Mucho habían cambiado sus vidas. Como todos los habitantes del lugar,
Maddalena y Raffaele fueron muy prolíficos. Tuvieron once hijos, siete de
los cuales fallecieron antes del año. Recién un 3 de agosto de 1900, des-
pués de haber fallecido los primeros tres vástagos, nacería la primera hija,
Fiurina, que sobreviviría los infortunios de esta familia y un año y medio
después, el 15 de abril de 1902 llegaría a alegrar el hogar una segunda
niña, Emilia.
En tanto Carmelo, que no lograba superar una situación tan inespe-
rada, destrozados sus sueños, decidió abandonar el pueblo como tantos
paisanos y embarcó sus penurias rumbo a la Argentina en busca de una
nueva vida para olvidar sus pesares. En el país elegido por el desencanto
y la desilusión que le produjo cancelar sus proyectos lo aguardaría una

50
merecida recompensa para sus penurias y, finalmente, tendría una vida
próspera y feliz.
Pero, siempre existe un pero, no todas son rosas en la familia Gior-
dano. Las hermanas y los hermanos de Maddalena se habían casado y,
como era la tradición, permanecían como adheridos a ese suelo en Pagani.
Inmaculada, la hermana que la vigilaba durante la misa dominical, estaba
casada con un sastre y tenía un pequeño hijo que a menudo regresaba
a la casa llorando porque otro chico más grande le pegaba. Hastiada y
en medio de la brutalidad de ese pueblo, un día, furiosa, le dijo a su hijo
metafóricamente: “No vengas más llorando, si te pega, agarrá una tijera y
sacale un ojo”. El chico, que no entendía de metáforas, cumplió el man-
dato al pie de la letra y la familia entera tuvo que emigrar a los Estados
Unidos, escapando a la furia de la familia del otro niño, ahora tuerto.
Esta desgracia le permitió a Inmaculada y familia evadirse de Pagani y a
Maddalena quitarse de encima la mirada vigilante de su hermana mayor.
En tanto Raffaele trabajaba en lo que podía para subsistir y mantener
a su esposa y sus dos hijas. La oferta de trabajo no abundaba y sus pai-
sanos, al igual que él, pensaban en buscar en otros lares nuevos destinos.
También buscaban seguridad, temiendo los ataques indiscriminados a
distintas poblaciones que se producían en esa época. Enterado de la nece-
sidad de mano de obra en una Argentina que crecía a pasos agigantados,
un día, acorralado por la pobre-
za, trabajando para alimentar a
su esposa y dos hijas, cansado
de luchar contra el infortunio,
habiendo sepultado a siete be-
bés que fallecían con pocos me-
ses de vida, tomó la aventurera
decisión de embarcarse rumbo
a la Argentina.
La nave Principessa Mafalda.3

3
La nave Principessa Mafalda, de la empresa Navigazione Generale Italiana, era un
vapor de lujo, con un desplazamiento de 9200 toneladas, 147 metros de eslora (longitud),

51
En el año 1905, tentado por los comentarios que escuchaba en la
calle, Raffaele, con 35 años, decide emprender la aventura de viajar a la
Argentina, que por entonces reclutaba mano de obra en Europa para le-
vantar las cosechas. Viaja con la intención de trabajar, levantar la cosecha
y a los pocos meses regresar a su pueblo con algunas liras para alimentar a
su prole. Arribó a la Argentina en el año 1905, cuando se fundaba el Club
Atlético Independiente y en Inglaterra el Chelsea Football Club.
Total, que estuvo ausente de su pueblo más de un año. Sucedió que
los llevaron al campo con una caravana de carretas y de regreso perdieron
el rumbo y estuvieron vagando más de un mes en la pampa salvaje hasta
hallar el camino.
Finalmente, logró juntar esos tan anhelados dineros y regresar a su
pueblo, luego de haber permanecido más de un año lejos. Llegaba con
los pesos prometidos y hubo un tiempo de desahogo económico, pero
el dinero se acaba el trabajo sigue escaseando y Raffaele quería intentar
repetir su experiencia, pero esta vez no logró inscribirse en los listados que
se confeccionaban para obtener el viaje de ida y vuelta gratuito, pues ya se
habían cubierto los cupos.
A Raffaele nada lo detenía cuando ponía en marcha un proyecto.
Dado que no vislumbraba cambios en la situación económica en Pagani, y
pensando que en su primer viaje había logrado fácilmente juntar algunas
liras, a mediados del año 1907 decidió repetir la experiencia y embarcarse
nuevamente rumbo a Buenos Aires, pero esta vez ya que no conseguía
el pasaje lo haría como polizón, ignorando que el 21 de enero de 1908
nacería Rosa, una nueva hija.
Escondido en la bodega, era la segunda oportunidad que llegaba a
Buenos Aires con su “verdulera” (así llamaban a su pequeño y viejo acor-

16,80 m de manga (ancho) y podría navegar a 18 nudos. Tenía 158 cabinas de primera
clase, 835 segunda y tercera, con 715 dormitorios para los inmigrantes. Su viaje inaugural
al Plata fue motivo de encendidos comentarios: era el primer paquebote de gran lujo que
uniría estas costas con el Mediterráneo y ostentaba el privilegio de ser uno de los buques
más veloces de su tiempo. A partir de ese momento, fue la nave predilecta de las familias
pudientes argentinas, uruguayas y brasileñas que viajaban al viejo continente y un cons-
tante introductor de inmigrantes en sus travesías.

52
deón) para levantar la cosecha, ahora como polizón de un carguero y
descubierto en la bodega del barco por el capitán cuando ya estaban en
alta mar. En esa oportunidad, cuando el capitán le ordenó subir a cubierta
por la escalerilla, su respuesta fue que subiría detrás de él; no iba a dejarse
sorprender por la espalda; no olvidaba su experiencia con los camorristas.
Llegado a destino, ya era un experto conocedor de la ciudad y las luces
lo encandilaron tanto que no experimentó deseos de retornar pronto a su
mísero pueblo. Esta vez, decidió quedarse un tiempo en la Argentina, sa-
bía que habría grandes fiestas para conmemorar el Centenario, que siem-
pre recordará. El país estaba entre los diez más importantes del mundo.
¡La Argentina era una fiesta! Había trabajo para todos, también para
Raffaele, que trabajando se las podía arreglar para sobrevivir. Después de
realizar la cosecha y girar unos pesos a su familia, pensó que no estaría
mal quedarse un tiempito en Buenos Aires y, alentado por algunos paisa-
nos que estaban haciendo su misma vida, se instaló en un conventillo de
los que florecían en ese tiempo. Comenzó a frecuentar lugares de distrac-
ción y conoció a una mujer, al parecer de buena posición económica, con
quien trabó una amistad mal vista por un compadrito que la pretendía y
que una noche en estado de ebriedad terminó yendo a provocarlo.
Raffaele no era peleador, pero no iba a soportar que viniera cualquier
compadrito a insultarlo y tratarlo de “tano de mierda”, simplemente por-
que estaba celoso de su relación con aquella mujer. En Pagani, Raffaele
había aprendido a defenderse solo, con su cortaplumas, como ya vimos,
enfrentándose a miembros de la Camorra. No compadreaba, pero no se
dejaba atropellar. Esta vez, trenzados en mortal abrazo, clavó su cortaplu-
mas en el cuello del compadrito tantas veces hasta que este cayó desplo-
mado al piso. Ya no podría compadrear jamás.
La mujer motivo de la gresca, además de buena posición económica,
tenía buenas relaciones políticas como para sacarlo de la cárcel cuando
fue detenido por el crimen que había cometido trenzado en riña con el
compadrito.
Maddalena se enteraba de las andanzas de su marido por la comidilla
de los paisanos/as que estaban en comunicación epistolar con sus fami-
liares y amigos de Pagani que ya se habían establecido en Buenos Aires.

53
Esta vez supo que su marido no tenía planes para un retorno inmediato y
entonces, desesperada, decidió viajar sola desde su pueblo natal, llevando
en sus brazos a la menor de sus hijas, que el padre aún no conocía, y de-
jando en el pueblo a sus otras dos hijas, una bajo la responsabilidad de su
abuela materna, quien la colocó pupila en una escuela de monjas, y la otra
al cuidado de un hermano de Raffaele y su esposa, que la sometió a muy
malos tratos, aprovechándola como si fuera su empleada doméstica para
que trabajara en los quehaceres de su casa y en tareas del campo durante
10 años, hasta que logró reunirse con su padres en Buenos Aires.
Comenzaba 1910 cuando Maddalena llegó a la Argentina en busca
de su marido. Era el Año del Centenario. Desde España vino a homena-
jear al país la Infanta Isabel, porque la Argentina ya estaba entre los diez
países más importantes del mundo. Raffaele disfrutaba su renovada vida
cuando de repente se vio enfrentado con Maddalena, que había viajado
más de un mes para encontrarlo y reclamarle duramente por el sustento
de sus tres hijas. El marido la había abandonado y ella decidió viajar a
Buenos Aires, buscarlo y obligarlo a mantener a su familia. Una vida muy
dura le forjó su fuerte carácter; tuvo que trabajar desde muy pequeña y
aprender a enfrentar sola las dificultades. Su temple le permitió sobrevivir
y mantener una familia.
Maddalena poseía un temple, una audacia y una desesperación sin
límites. Al encontrarse sola y con tres hijas para criar decidió la aventura.
Contando solo con su fortaleza, la esposa despechada, analfabeta, sin
manejar una palabra de español, desconociendo dónde quedaba la Argen-
tina (en su vida había visto un mapa), abandonada por su marido, en el
segundo cuarto de su vida decidió el viaje a Buenos Aires, a los 38 años. La
única referencia que había logrado a través de otros paisanos era el nombre
y la dirección de un matrimonio paisano radicado en Buenos Aires que
traía escritos en un papel celosamente guardado en su único corpiño.
Maddalena decidió quemar sus naves tal como Hernán Cortés lo
había hecho 500 años antes. No tendría retorno. Vendió todas sus per-
tenencias, dejando vacía la casa que alquilaba, y encargó dos de sus hijas
al cuidado de familiares. Embaló sus ropas y las pocas pertenencias que
le quedaban en un baúl que adquirió usado; con los pocos ahorros y el

54
dinero obtenido por la liquidación de su hogar, compró un pasaje en ter-
cera clase en el primer vapor que saldría para la Argentina y partió a la
aventura con su pequeña hija en brazos y sin tener la certeza de hallar a
su marido al otro lado del mar.
Estuvo casi un mes de accidentada navegación en la tercera clase de
un vapor balanceándose en el océano, después de haber recorrido en ca-
rreta 50 kilómetros de una precaria ruta desde un mísero pueblito hasta
el puerto de Nápoles; rodeada y asediada por decenas de compatriotas in-
migrantes que iban solos en su viaje bautismal rumbo a la promesa de un
país desconocido, que habían dejado en el puerto de partida a la familia
que concurría a despedirlos, soñando que pronto también ellos viajarían
rumbo a la “tierra prometida”; para finalmente llegar a un puerto que
debería ser el de Buenos Aires.
Tras la cuarentena en el Hotel de Inmigrantes para el control de
identidad y la obtención de certificados de salud para ella y su pequeña,
balbuceando en su dialecto y enarbolando el papelito que traía prendido
en el corpiño, salió a emprender la búsqueda de la casa de Ventura y Sal-
vador Calabresse, los paisanos referenciados que vivían en esa ciudad en
el barrio de Villa Crespo. Tenía la esperanza de que le dieran un transito-
rio albergue y alguna pista que la ayudara a rastrear a Raffaele, según las
referencias suministradas por algunos paisanos.
Después de dos horas trajinando en el desparejo empedrado que
paulatinamente iba cubriendo las calles de la ciudad con el granito que
llegaba como lastre en los barcos que concurrían al puerto para llevarse
a Europa los frutos del país, junto con otros inmigrantes recién llegados
que descendían con sus bártulos a medida que hallaban sus destinos, la
carreta se detuvo frente a una modesta casa en la calle Humboldt 831,
entre Vera y Velazco. Maddalena bajó a preguntar en su dialecto por la
señora Ventura, que ya estaba prevenida de su llegada. Esta vez la fortuna
estuvo de su lado: la recepción fue muy cálida, el abrazo brindado por los
paisanos era la primera muestra de afecto que recibía Maddalena después
de mucho tiempo. Aguardando la llegada de su sufrida paisana, Ventura
y Salvador habían acomodado una cama en una pequeña habitación para
recibir a las recién llegadas.

55
Pero Maddalena no viajaba como turista ni estaba dispuesta a abusar
de la generosidad de estos nuevos amigos; la acuciaba la impaciencia por
cumplir con su cometido. No tardó muchos días en encontrar a su marido
y lo intimó a hacerse cargo de su familia. Lo encaró, y reprochándole que
tenía una esposa y tres hijas y que era su obligación mantenerlas, no le
dejó alternativa. Vivieron juntos otros 45 años, hasta que Raffaele falleció
el 12 de junio del año 1955.
La convivencia no fue sencilla
y discutían a diario, pero a Mad-
dalena nada la intimidaba, estaba
dispuesta a enfrentar con todo su
tesón y valentía cualquier incon-
veniente que pudiera surgir.
Sin importarle los riesgos, los
costos, el sacrificio ni el futuro in-
cierto, Maddalena había cumpli-
do su objetivo tal como lo había
imaginado. Carreta, vapor, desem-
barco, carro y camino a pie; previa
liquidación de sus pertenencias,
el desmantelamiento de su casa,
hacer uso de todos sus ahorros y
colocar a buen resguardo a sus dos
hijas que no podía llevar consigo.
En un país extraño, con otra lengua y sin recursos, buscó denodadamente
a su marido hasta que lo halló y lo conminó a mantener a su familia, tal
como se había comprometido ante Dios y ante la ley; como la obligación
legal ordenaba.
Cuando lo encontró, lo llevó a compartir la pequeña habitación que
le ofrecían estos nuevos amigos y obligó a Raffaele a ordenar su vida y
buscar una ocupación estable que le permitiera sostener a la familia.
A partir de esta imposición, Raffaele tuvo que esmerarse en encontrar
un trabajo para afrontar las obligaciones que había estado esquivando y
consiguió un puesto de flores en la entrada del cementerio de la Chacarita

56
que conservó durante 35 años. El 12 de junio de 1955, sus compañeros de
35 años de trabajo continuo saludaron su ataúd cubriéndolo de flores al
paso hacia su destino final en ese cementerio.
Sucedió que el reencuentro de Maddalena y Raffaele sirvió para com-
probar que, después de diez embarazos, aún no habían dado por clausura-
da la producción de hijos, y el 27 de noviembre de 1911, un año después
de su arribo a la nueva patria, Maddalena, que había cumplido 39 años y
se hallaba en el límite de su fertilidad, dio a luz a María, con la que cerra-
rían la fructífera producción.
Una nueva vida había comenzado para la sufrida Maddalena. Final-
mente, su valentía, su decisión, su tesón, su arrojo, su coraje para enfrentar
la vida, puestos a prueba en esta complicada y difícil etapa de su existen-
cia, le permitirían vivir casi medio siglo en un nuevo destino, con menos
estrecheces que sus primeros 38 años en su desamparado Pagani. No sig-
nifica esto que fuera a transitar un sendero de rosas; además de la pequeña
que trajo con ella de Italia, debería ahora lidiar con un inesperado nuevo
vástago, pero ella jamás se amedrentaría. Ni tampoco dejaría de preocu-
parse por las dos hijas que habían quedado en Italia.
Corría el año 1915. Maddalena tenía 43 años y hacía cinco que esta-
ba radicada en la patria adoptiva. Hacía sus compras en el barrio que ya
conocía muy bien y estaba rodeada por muchos connacionales inmigran-
tes como ella. Aquí ya había ordenado su vida y ni siquiera pensaba en
volver a su país, su único desvelo era juntar el dinero para traer a las hijas
que con tanto dolor había tenido que dejar en Italia. Un día que salió de
compras, mirando vidrieras por la calle Triunvirato de repente oyó que
alguien le hablaba en su dialecto, llamándola por su nombre. Intrigada,
giró la cabeza para encontrarse con un rostro familiar que no alcanzaba
a individualizar y que en su propio dialecto le decía: ¡Qué pequeño es el
mundo! Quedó como paralizada y tardó algunos minutos en reconocer al
hombre que se dirigía a ella tratándola con tanta familiaridad, hasta que
casi gritando dijo: “¡Carmelo!”.
Sí, era Carmelo, aquel muchacho con quien, en su más tierna juven-
tud, habían imaginado un futuro juntos, y que su familia había desechado
sin siquiera darle la oportunidad de darse a conocer.

57
Más de dos décadas sin tener noticias el uno del otro y vienen a en-
contrarse en un país extraño al otro lado del océano. Tomaron un café y
conversaron largamente, se contaron las aventuras vividas durante esos 20
años, sus casamientos, sus hijos, sus alegrías y desventuras. Carmelo era
entonces un próspero comerciante, tenía tres hijos argentinos, y hablaba
y se comportaba como un porteño. Maddalena le demostró alegría por
haberlo encontrado y lo felicitó por su éxito. Se despidieron con un dejo
de tristeza, Maddalena con los ojos humedecidos. Ya era tarde.
Como Maddalena nunca aprendió a leer y escribir, ideó un comple-
jo sistema de nudos realizados en una soga para controlar la actividad
de prestar dinero cobrando intereses, lo cual le permitió reunir la suma
necesaria para pagar el pasaje del vapor que trajo a su segunda hija a la
Argentina. Al cabo de 10 años de duro trabajo ahorrando todo lo posible,
logró reunirse con ella, que ya contaba con 18 años.
Sería un tremendo error pensar que aquí finalizarían las vitales in-
tranquilidades de Maddalena; por el contrario, tal como había aprendido
de sus mayores, debería dedicarse a procurar asegurarles un porvenir a sus
cuatro hijas, ocupándose de casarlas adecuadamente.
Su desasosiego no le había permitido percatarse de que estas niñas
estaban creciendo aceleradamente. Tenían 20, 18, 12 y 8 años respectiva-
mente. Así que decidió que se casarían por orden de parición.
Al año siguiente, la mayor, que había quedado anclada en Pagani, le
facilitó la solución casándose con Alfonso Damiani, con quien después
tuvo cuatro hijos. Parece que Alfonso era exageradamente celoso y no la
dejaba salir de su casa sola, la acompañaba hasta para tender la ropa lava-
da (más tarde fue preso por un homicidio y falleció en prisión). Sobre sus
hijos Vicente, Teresa, María e Inmaculada, luego veremos cómo vivieron
entre Italia y la Argentina.
Emilia por su parte, recién llegada a Buenos Aires, tuvo que conseguir
un trabajo y lo halló en la Fábrica Argentina de Alpargatas. Al poco tiem-
po, conoció a Bruno Papaleo, que trabajaba en la misma empresa en tareas
de mantenimiento. Aceptado por sus padres Emilia y Bruno, se casaron en
el año 1924, cuando ella tenía 22 años y él 38. Poco tiempo después, Bruno
consiguió un trabajo como cuidador en el cementerio de Chacarita.

58
Bruno les presentó a un hermano menor que trabajaba con él, Fran-
cisco, que al año siguiente se casó con Rosa, la niña que Maddalena había
traído en brazos en su azaroso viaje y que ahora tenía 18 años. Tarea
cumplida.
Cuando su hija y Bruno anunciaron que nacería su primera nieta
argentina, su hija mayor tenía ya dos hijos paganeses, Vicenzo y María.
Para estos tiempos, el matrimonio Russo-Giordano se había asenta-
do económicamente y vivían una vida más desahogada en la calle Jorge
Newbery, cerca del cementerio de la Chacarita donde vendía flores Ra-
ffaele. Habían pasado ya todas las zozobras y solo quedaba la preocupa-
ción por la hija menor, nacida en la Argentina y que festejaba por enton-
ces sus 15 años. Y Maddalena llegaba a los 50.
El episodio es menor, pero suficiente para mostrar una vez más la de-
cisión de Maddalena. Su hija menor trabó relación con un pretendiente,
cuando tenía solamente 17 años. Recibió la autorización familiar para
que la visite en su casa y el noviazgo comenzó a extenderse. Ernesto, el
novio, era un vecino del barrio de Villa Crespo requerido por las chicas.
Llegando a los 7 años de noviazgo, Maddalena decidió que ya era más
que suficiente, e intimó al novio a formalizar el casamiento.
Alquiló entonces un departamento en la calle Villarroel 1241, donde
la encargada era Doña Fanny y el 11 de abril de 1935 los novios se ca-
saron; ella 24 años (27 de noviembre de 1911) y él 27 (12 de febrero de
1908). Fin de las dilaciones; Maddalena tomaba sus decisiones.
Vivieron en ese departamento con los recién casados hasta 1937, y
cuando se mudaron a una casa con más espacio en la cuadra siguiente,
en Villarroel 1328, ya estaba por nacer el segundo nieto de este último
matrimonio que convivía con ellos.
Tuvo que esperar todavía otros 14 años para volver a reunirse con su
hija mayor y sus cuatro nietos italianos, pero finalmente lo logró.
Vicente (Enzo) llegó a la Argentina en 1949; María y Teresa, después
de que Enzo reuniera el dinero para los pasajes, un año después de su
arribo a Buenos Aires, e Inmaculada (Titina) con sus frescos 15 años, llegó
con su mamá meses después. Ahora, ya eran tres trabajando para comprar
los pasajes para la mamá y la hermana menor. Toda la familia nuevamente

59
reunida en la calle Villarroel 1328, donde se habían mudado en 1937.
Con el tiempo, el nono vio su sueño cumplido; era el año 1951.
Para la hija mayor fue muy impactante su llegada a Buenos Aires en
el año 1951 y encontrarse con su madre (de 79 años ya) después de tanto
tiempo. Muy emocionada corrió para abrazarla y Maddalena la recibió
con su inveterada frialdad: “Mamá, al fin después de tanto tiempo”, dijo
emocionada la hija; “.... y, el tiempo pasa ...” fue la lacónica respuesta, que
siempre repitieron sus descendientes como una ácida crítica.
Tantos años de ausencias, de negaciones, de angustias, de sufrimien-
tos, de desarraigo, le habían curtido algo mucho más profundo que su
piel: su palabra, sus sentimientos y su corazón. Maddalena veía colmados
sus sueños, pero no lo podía expresar. Creo que nunca supimos considerar
en su real magnitud la sacrificada vida que con tanto valor le tocó transi-
tar a la nona. Vivió 85 años, hasta el 12 de febrero de 1958.

El nono Raffaele siempre fue viejo, hablaba ese cocoliche que imitaban
en los sainetes de la época y a mí me avergonzaba.
Muchos años después, estando en Italia, me enteraré de que había
aprendido su dialecto sin darme cuenta y que estaba ligado a él por
siempre.
No muy alto, un poquito panzón y medio patizambo, acostumbraba
bañarse al comienzo de la primavera, porque no teníamos agua calien-
te, mientras la nona lo hacía todos los días del año, calentando agua
en la hornalla de la cocina a carbón. Se hacía afeitar en la peluquería

60
todos los sábados y yo corría a besarlo, porque el resto de la semana me
pinchaba su barba y les escapaba a sus besos. No se cepillaba los dientes
porque decía que así formaba un cemento que los sostenía; tenía la
dentadura completa (…y oscura). Trabajaba un puesto de flores en la
entrada principal del cementerio de la Chacarita y nosotros vivíamos
cerca. Viajaba en tranvía desde su casa (Villarroel 1328) hasta Fede-
rico Lacroze. El asma le quitó el último suspiro. Llevaré grabada en
la retina la imagen del nono en su lecho de muerte, cubierto con una
carpa de oxígeno y haciendo esfuerzos por comunicarse y decirle con
señas a sus cuatro hijas que debían permanecer siempre unidas, como
él había logrado.

UNA VIDA DE SUFRIMIENTO

Muy sufrida, recatada, pocas palabras, obediente y trabajadora, de-


dicada a su hogar, cumplía rigurosamente el mandato materno. Como
si hubiera nacido en Pagani, hablaba el dialecto de sus padres igual que
ellos. Madre de cuatro hijos, se privó del esparcimiento dedicando su
vida a velar por ellos. Llevaba el dolor grabado en sus bellas facciones,
nunca pudo superar la preocupación y el sufrimiento por la enferme-
dad de su hija mayor. El 31 de diciembre de 1996, estando internada
soportando el intenso dolor que le causaba la artritis reumatoidea le oí
decir: “No quiero vivir más”. Al día siguiente María Russo, mi mamá,

61
había dejado de sufrir. Nos dejaba su intenso amor y su querido re-
cuerdo.

Mi madre
El 27 de noviembre de 1911, a las 11.30, en la calle Humboldt 831
de la Capital Federal (Acta 2046, Sec. 17-Folio 12, L.C. 133.268) nace
María Russo, mi madre, hija de Raffaele y Maddalena, cuyas historias
acabamos de reseñar.

Para entonces, hacía más de un año que Maddalena estaba en Buenos


Aires y con Raffaele habían acordado continuar viviendo juntos, pero sin
olvidar los anteriores episodios de sus vidas. Aunque un nuevo retoño
llegaba para alegrar sus vidas y ayudarlos a sobrellevar las pasadas ingra-
titudes, Maddalena no olvidaba.
Seguían viviendo en la pieza que les facilitó Ventura cuando Mad-
dalena había llegado tiempo atrás, con toda su desesperación y angustia,
en busca de su marido abandónico. No fue para María el mejor mo-
mento para nacer, llegaba para ayudar a suturar la relación de sus padres
dañada por el comportamiento de Raffaele. Cuando en Buenos Aires
nació María, el 27 de noviembre de 1911, Maddalena había cumplido
39 años.

62
Al año siguiente comenzaba el establecimiento de la República de Chi-
na y la anexión de Nuevo México por parte de EE.UU. como el estado
47. El 15 de abril se hunde el Titanic.
En la Argentina se otorga el permiso para la construcción de la línea
B del subte y el 25 de junio se produce “El grito de Alcorta”, que inicia
una rebelión agraria.
Pedro Armendáriz, Werner von Braun, Loretta Young, Milton Fried-
man, Jorge Amado, Gene Kelly, Michelangelo Antonioni, Fernando
Belaunde Terry, Juan Pablo I, Alfredo Stroessner y Hugo del Carril
son algunas conocidas personalidades que van a nacer en el año 1912,
meses después del nacimiento de María.

Maddalena había quedado embarazada en marzo de 1911, poco des-


pués de un viaje no deseado, con una hija de 2 años que comenzaba a
caminar y habiendo dejado dos hijas de 8 y 10 años respectivamente al
cuidado de familiares y monjas en su pueblo natal. Estaba viviendo des-
arraigada en una ciudad desconocida, donde se hablaba un idioma que
ignoraba, sin familia, sin amigos, solo algunos pocos paisanos que se fre-
cuentaban en el barrio; provenía de una situación económica incómoda y
además afrontaba la obligación de criar un nuevo hijo que llegaría, arras-
trando la angustia de haber perdido otros siete hijos.
Conociendo la situación que tuvo que enfrentar, no parecería que se
sintiera protegida por su marido, ni que considerara que fuese el momen-
to adecuado para concebir otro hijo. En estas circunstancias nace María.
Todavía no había comenzado a caminar cuando sus padres logran al-
quilar una casa en Jorge Newbery y Corrientes, cerca del puesto de flores
que comenzaba a redituarle a Raffaele el trabajo de los últimos tiempos.
Gracias a que Raffaele había conseguido ese trabajo, María tuvo una
infancia feliz y sin privaciones. Se habían mudado a una casa con amplio
terreno y árboles frutales donde pasó su infancia jugando entre los árbo-
les; gustaba de cantar tangos todo el tiempo y Raffaele a menudo llegaba
a su casa con una canasta en el brazo, cargada de frutas, fiambres y sfo-
gliatelle napoletane (hojaldre con crema pastelera) que les gustaba mucho.
Había comenzado a cambiar la vida de Maddalena, ahora podía hacer

63
vestir a sus hijas por una modista y ella misma vestía elegantemente. Ha-
bía llegado el tiempo en que Raffaele ganaba bastante bien vendiendo
flores en la puerta del cementerio de Chacarita.
Rosa y María cursaban su educación primaria, pero María no quiso
estudiar más que hasta tercer grado y Maddalena, su analfabeta madre,
consideró que era suficiente saber leer y escribir, que no perdiera más
tiempo en la escolaridad.
En cambio, Rosita era muy estudiosa y quería ser maestra, pero no la
enviaron a estudiar luego de finalizada la educación primaria. María gus-
taba más de las tareas manuales y aprendió a bordar muy bien. Su madre
no le daba importancia a la escolaridad; consideraba más importante que
la ayudara en los quehaceres domésticos y aprendiera a hacer nudos en los
flecos de las toallas de la fábrica Grippa, que tercerizaba esa tarea y que
Maddalena realizaba robándole tiempo al descanso.
Muchas veces las chicas debían hacer nudos a las toallas antes de ir a
la escuela. Maddalena era muy estricta y a pesar de ser analfabeta, había
aprendido a prestar dinero cobrando intereses y controlándolo con los
nudos en una soga que solo ella entendía. Tenía que ahorrar para traer a
sus hijas que había dejado en Italia.
María no tenía muchas amigas, jugaba y se entretenía con Rosita, su
hermana 4 años mayor. Como un regalo de cumpleaños, cuando estaba
por cumplir los 9 años, llegó de Italia su hermana Emilia, que Maddale-
na no había podido traer consigo cuando viajara en busca de su marido.
Todo este tiempo había estado ahorrando para pagar el pasaje Nápo-
les-Buenos Aires. ¡Qué alegría para María encontrarse con una hermana
que no había podido conocer! Emilia ya tenía 18 años y ella 8, pero qué
importaba, nada más poderoso que la sangre que las unía, ahora eran
tres las hermanas que vivían juntas en la misma casa. No por mucho
tiempo, porque Emilia se casará con Bruno 5 años más tarde y Rosa al
año siguiente se casará con Francisco, el hermano de Bruno, en una boda
arreglada por su padre Raffaele.

64
Tu trágico final
Los abuelos se hablaban solo para discutir e insultarse. Dormían en
cama de dos plazas con dos colchones; Raffaele en la cabecera y Madda-
lena a los pies. Una vida harto difícil le había formado un carácter huraño,
duro y amargo a la nona; nunca la vi reírse o disfrutar la vida. Su rutina
era cocinar y almorzar con Raffaele sin hablarse, dormir siesta; todas las
tardes, calentar agua y bañarse, cambiarse de ropa y perfumarse, para lue-
go tomar una copita de anís 8 Hermanos y salir a sentarse en la puerta, a
veces acompañada por alguna paisana viendo pasar la vida.
¡Qué angustia! Nona, yo te reivindico, comprendo tu amargura, tu
desengaño, tu forma triste de ver la vida. En esta ruleta de la vida sacaste
85 años de sufrimiento y un final atroz que no merecías después de haber
tenido las agallas para enfrentar tanto sufrimiento con tanto valor. La
vida no ha sido justa. A través de estos recuerdos relatados, al fin puedo
reconciliarme con la nona y con la vida que le tocó vivir. Recién puedo
entender por qué tuve que añorar la falta de demostración de amor de mi
abuela con sus nietos.
¡Cuánto habré esperado un abrazo cariñoso que la nona no había
aprendido a brindar! Parecería tarde para hacerlo, pero desde el lugar en
el que estoy te envío el más tierno y grande de los abrazos, nona, y te veo
sonreír. Sé que nos querías y no sabías expresarlo.

65
66
MI FAMILIA PATERNA
FIRMENICH-HAHNEMBERG/
BIANCHI-UMPIERREZ

KÖLN (COLONIA)

Colonia

Una ciudad del oeste de Alemania, la cuarta ciudad más grande del
país –después de Berlín, Hamburgo y Múnich– y la más poblada de la
macro-región metropolitana del Rin-Ruhr y del Estado federado de Re-
nania del Norte-Westfalia. Fundada en el año 38 a.C. como Oppidum
Ubiorum (Ciudad de los ubios), fue posteriormente declarada colonia ro-
mana con el nombre de Colonia Claudia Ara Agrippinensium en alusión a
la emperatriz Agripina, esposa del emperador Claudio y madre de Nerón.
Su monumento más emblemático es la catedral. Su importancia como
centro neurálgico de las comunicaciones está dada por la gran cantidad
de viajeros en tren que salen cada día de la Estación Central –Haupt-
bahnhof– y la estación Köln Eifeltor, que es uno de los mayores patios
de carga ferroviarios para el transporte de mercancías. La infraestructura
ferrovial se complementa con cuatro puertos interiores para los trenes.

67
68
69
El transporte aéreo también tiene su importancia en la ciudad, debido al
aeropuerto de Colonia-Bonn.
Esta región era ocupada por la tribu germánica de los Eburones, que
fue aniquilada en una guerra de represalia emprendida por Julio César.
En 38 a.C., la tribu germánica conocida como Ubii, que estaba estableci-
da en la orilla derecha del Rin, fue reasentada por el general romano Mar-
co Vipsanio Agripa en las tierras cercanas a Colonia, que habían quedado
desocupadas, y así los llevó dentro del territorio conquistado por los ro-
manos. El asentamiento puede ser datado por hallazgos arqueológicos en
la primera mitad del siglo I.
Los catos (en latín, chatti) fueron un antiguo pueblo germánico que
se estableció en la región central y septentrional de Hesse y en la región
meridional de Baja Sajonia, a lo largo del curso superior del río Weser y
en los valles y montañas en las regiones cercanas a los ríos Eder, Fulda y
Werra. De acuerdo con Tácito (Historiae IV), entre ellos estaban los báta-
vos, hasta que una lucha interna los hizo separarse y ocupar nuevas tierras
en las bocas del Rin. Los catos resistieron exitosamente su incorporación
al Imperio romano, uniéndose a la coalición de tribus creada por el jefe de
los queruscos, Arminio, que aniquilaron las legiones de Varo en el año 9,
en la batalla del bosque de Teutoburgo. Luego, en el año 15, Germánico
se vengó asolando sus tierras y respondió a la beligerante defensa con la
construcción de fortificaciones a lo largo de la frontera sur de sus terri-
torios en Hesse central. Los ubios permanecieron leales a Roma; fueron
decisivos a la hora de aplastar la rebelión de los bátavos en el año 70 y es-
tuvieron entre los foederati que apoyaron a las tropas romanas en Panonia
durante las guerras marcomanas en 166-67.

70
FAMILIA FIRMENICH

EPOPEYA DEL PATRIARCA

En el año 1877, cuando se lanzó a la aventura, Quirino Wilhelm


comenzaba a transitar la cuarta década de una vida signada por la
audacia, el talento, el valor, la inteligencia y visión para los negocios,
con buena experiencia de la vida, muchas ilusiones y gran espíritu de
aventura, había comenzado a escribir su historia casándose y empren-
diendo su propia conquista de América. Ya establecido en Buenos Aires
después de haber cruzado el océano en busca de su futuro, un día del año
1884, hamacando en su mecedora al más pequeño de sus hijos, de solo
3 años cerró los ojos para truncar su aventura.

Mi bisabuelo paterno
Érase una vez una gran familia que llevaba muchas décadas instalada
en Köln cuando nació Quirino Wilhelm Firmenich. Documentos com-
prueban que allá por 1700 ya había nacido Peter, que se casó el 5 de
noviembre de 1727 con Anna Maria Velbach de 26 años, nacida en Köln
el 23 de octubre de 1701. A menos de 6 años de casados, el 17 de junio de
1733 fallece Peter. Respetando la cuarentena, a los 41 días exactos, el 28
de julio de 1733, Anna María se casa nuevamente, esta vez con Paulus
Jungbluth. Tres años antes había nacido Anton, padre de Johan. Johan es
el padre de Valentin y Valentin el padre de Wilhelm.

¿Recapitulamos? Peter Firmenich (1700-1733) se casa con Anna


Maria Velbach; su hijo Anton (1730) se casa con Sibila Fuchs (1739);
el hijo Johan (1773-1846) se casa con Anna Margaretha Huberti-
na Roesberg (1779-1830); el hijo de estos: Valentin (1820) se casa
con Anna Maria Andermahr (1816) y Wilhelm (26 de diciembre de

71
1857), el hijo de ambos, se casa con Gertrud Hahnenberg (1839) y
dentro de 60 años ellos serán mis bisabuelos, puesto que tendrán
cuatro hijos, el menor de los cuales, Hugo Otto, será mi abuelo.

Finalizando el año 1837, en Köln, un 28 de diciembre,  Día de los


Santos Inocentes (la conmemoración de un episodio hagiográfico del
cristianismo: la matanza de los niños menores de dos años nacidos en
Belén –Judea–, ordenada por el rey Herodes I el Grande con el fin de
deshacerse del recién nacido Jesús de Nazaret), nace Quirino Wilhelm
(Köln, 26 de diciembre de 1837-Buenos Aires, 1884) el primer hijo de
Valentin Hubert y Anna Maria.

El 12 de junio de ese año, los ingenieros ingleses Charles Wheatsto-


ne  y  William Fother-gill Cooke  patentan el  telégrafo  eléctrico de
cinco agujas, y el 28 de septiembre Samuel Morse patenta su sistema
de telégrafo eléctrico. El 20 de noviembre se produce la detención del
arzobispo de Colonia en la querella de los matrimonios mixtos entre el
Estado y la Iglesia.
Se promulga en España la Constitución de 1837 y da comienzo en la
India del Norte una gran hambruna que causa 800.000 muertes. 
Isaac Pitman inventa un sistema de taquigrafía y en Argentina nace
Nicolás Avellaneda, abogado, periodista y presidente del país entre
1874 y 1880.
Tuvieron que transcurrir otros 20 años para que en la República Ar-
gentina, el 11 de diciembre de 1857, se fundara la Gran Logia de la
Argentina de Libres y Aceptados Masones.

Mencionamos este hecho especialmente porque Valentín Hubert era


un destacado miembro de esta logia secreta, muy activo en esta ciudad,
continuando una larga tradición familiar, su padre había sido Gran Maes-
tro de la logia en Köln, un hombre que tomó el compromiso de mejorarse
a sí mismo al dedicarse a su familia, su país y su fe a través de la creación
y respeto de un vínculo de fraternidad.

72
Ilustramos la documentación de la familia Firmenich tomada de los archi-
vos documentales de Köln que permitieron la construcción del árbol genealógico.

Quirino Wilhelm pasó su infancia en Köln como un chico muy reca-


tado y estudioso. Cuando le tocó elegir una carrera profesional ya estaba
orientado al área contable, así que siendo muy jovencito se graduó en
Ciencias Económicas.

APRESADA EN SU IDIOMA NATIVO

Hermosa y atrevida, siempre cuidó su figura. Locamente enamora-


da de su novio, decidió acompañarlo en la aventura de lanzarse a la

73
conquista de América. La vida muchas veces cobra la audacia y sola,
a los 45 años, con cuatro hijos pequeños, continuó la lucha y logró ver
crecer a sus nietos en estas lejanas tierras hablando exclusivamente su
idioma nativo.

Mi bisabuela paterna

Gertrud Hahnenberg, perteneciente a una tradicional familia de la


ciudad de Köln, había nacido en 1839 y era dos años menor que el jo-
ven Wilhelm. Siendo apenas unos adolescentes se conocieron a través
de amigos comunes, frecuentando los mismos lugares. Ambos eran muy
formales, él siempre con traje oscuro y corbata y ella con esos vestidos de
época que cubrían desde el cuello hasta los pies.

Cuando las damas se vestían de miriñaque


y se cubrían desde el cuello hasta los pies…
“Miriñaque”. Milonga. A. Mastra

La belleza de Gertrud encandiló al joven Quirino Wilhelm cuando


estaba comenzando una auspiciosa carrera en un importante banco local.
Su aplicación e inteligencia hizo que la empresa lo seleccionara para en-

74
viarlo a Buenos Aires a estudiar su radicación en esta ciudad y hacerse
cargo de la nueva filial que el banco instalaría. Pocas semanas en la ciudad
y regresa a Alemania decido a emprender su viaje definitivo para radicar-
se en el nuevo continente que atraía su atención y entusiasmo.
La propuesta recibida entusiasmó a Quirino Wilhelm, porque ade-
más le permitiría tomar distancia de la familia que lo asfixiaba. Lo mismo
pensaba Gertrud, que se sentía demasiado controlada por sus padres. Él
39 años, ella 37, de inmediato abordan el vapor que los traerá a la Ar-
gentina. Dejan atrás dos familias tradicionales, asentadas en Köln por
más de tres siglos, para lanzarse a una aventura en un exótico continente
que lograba entusiasmar a los jóvenes europeos. Así, en 1877, mientras
Alemania y Rusia firmaban el tratado de reaseguro4, la pareja parte de
Köln, el segundo puerto de interior más importante de Alemania con
gran expectativa por instalarse en Buenos Aires.
Además de sus petates, traían el dinero que habían ahorrado y que les
permitiría comprar unos campos en Santa Fe y dedicarse a administrar
el campo además de cuidar de sus cuatro hijos. Durante el primer año
de su estadía en la Argentina (1877) nació Egon, platero, fabricante de
bombillas (dos hijas), luego María Luisa (1878, soltera), Carlos (1879),
florista (seis hijos); y el menor, que fue el más prolífico, Hugo Otto (20 de
septiembre de 1880), que tuvo 13 hijos.
Recién cuando estuvieron establecidos en Buenos Aires, se supo la
verdadera razón que tenía la joven pareja para alejarse de la ciudad que
había albergado tantas generaciones de familiares. En su primer viaje a
Buenos Aires, Quirino Wilhelm, a través del banco, había trabado amis-

4
El “Tratado de reaseguro” fue un tratado secreto de neutralidad del Imperio alemán
con el ruso firmado el 18 de julio de 1887 en el que Alemania proponía la neutralidad en
un posible enfrentamiento entre Rusia y Austria-Hungría, en caso de que Viena iniciara
las hostilidades, a cambio de que Rusia fuera neutral en un posible enfrentamiento entre
Francia y Alemania. “Pese a sus complejidades, el Tratado de Reaseguro mantuvo la unión
indispensable entre San Petersburgo y Berlín y convenció a Rusia de que, aunque Alema-
nia defendería la integridad del Imperio austro-húngaro, no lo ayudaría en su expansión
a costa de Rusia. Alemania logró así, al menos, retrasar una alianza franco-rusa”. Henry
Kissinger, Diplomacia, 1994.

75
tad con un connacional mayor que él –Otto Bemberg– que ya estaba
administrando en Buenos Aires sus prósperas empresas y había sido él
quien le recomendó realizar la compra del campo que veía como gran
inversión y desarrollo futuro. Fue entonces que Quirino Wilhelm cambió
su proyecto de gerenciar un banco por el de gerenciar su propia empresa
agropecuaria, atraído por la expectante posición que había tomado este
señor, a quien admiraban muchísimo por su espíritu emprendedor y ha-
bilidad para los negocios. Luego pudo demostrarle su gratitud cuando
inscribió a su hijo menor con el nombre de Otto. Durante siete años,
la pareja, además de consolidar su negocio e
integrarse a una sociedad que tan bien los ha-
bía acogido, estaba constituyendo una familia
sumando un hijo por año, hasta completar
cuatro.
Algunos psicólogos aseguran que a los 30
años uno se siente inmortal y lo que menos
imagina es el final, ya que desde esta posición
se ve la vida como un continuo, una recta con
pendiente positiva que no permite ver el final
del trayecto. Esta perspectiva recién cambia
cuando se está alcanzando una edad conside-
Gertrud, Huguito y Ernestito. rada como la mitad de la expectativa de vida y

esa curva imaginada comienza con pendiente


negativa. Recién entonces se ve que la curva
comienza a descender y se toma conciencia
de la finitud de la vida. En ese período fina-
lizan los sueños de inmortalidad.
Pero, en cualquier momento puede suce-
der lo imprevisto, y un día, hamacando a su
hijo menor que aún no había cumplido cua-
tro años, en su mecedora esterillada, Quirino
Wilhelm exhaló un suspiro y se fue en paz
de este mundo. Con 44 años y cuatro hijos
Quirino Wilhelm Firmenich. pequeños, lejos de su familia, apenas relacio-

76
nada con unos pocos connacionales con quienes podía hablar en su idio-
ma, ya que nunca aprendió a hablar en español, Gertrud se vio intimada
a criar en soledad a sus hijos de 7, 6, 5 y 4 años; su temple de acero se lo
permitiría.

FAMILIA FIRMENICH– -BIANCHI

77
78
PROLÍFICO ORFEBRE

Quirino Wilhelm y Gertrud inscribieron a su cuarto hijo como Hugo


Otto en homenaje a su amistad con Otto Bemberg, el connacional que
los orientaba en los negocios al tiempo que estaba construyendo el em-
porio comercial que sería el conjunto de sus empresas. El recuerdo de la
muerte de su padre hamacándolo en sus brazos cuando aún no tenía
cuatro años lo perseguirá toda la vida, hasta que la muerte lo encuentre
a los 76 años en una sala de operaciones, el 24 de octubre de 1956.

Mi abuelo paterno
Llegó con la primavera. En Buenos Aires, cuatro horas antes de la
llegada de la primavera, un 20 de septiembre de 1880, a las 20, el día
en que la ciudad era declarada capital de la República Argentina, nacía
Hugo Otto, en tanto en Köln, la ciudad natal de sus ancestros, luego de
más de 600 años de construcción, el 15 de octubre de ese mismo año se
inaugurará la Catedral.

Nota histórica
También un 20 de septiembre, pero del año 1984 –un siglo más
tarde–, la CONADEP entregó su informe Nunca más –con da-
tos de los crímenes de lesa humanidad de la dictadura de Vide-
la-Massera-Agosti; cerca de 7.000 desaparecidos– al presidente
Raúl Alfonsín. Respecto a los desaparecidos durante esta negra pági-
na de nuestra historia reciente, un participante de esta guerra civil, el
ex-montonero Luis Labraña, declaró que calculaban cerca de 7000 la
cantidad de desaparecidos y que, para llamar la atención en Europa,
donde efectuaban las denuncias, decidieron declarar que eran 30.000.
Luego, los herederos de los terroristas repitieron esa cifra que muchos
tomaron como verídica. Usufructuaron esta fantasía muchos terroris-
tas que cobraron suculentas indemnizaciones del Estado Argentino.

79
Y nos detenemos aquí observando la difícil vida que debió enfrentar
Hugo Otto. Dura niñez la que le tocó vivir, sin padre y educado bajo la
férrea disciplina materna y la de su padrastro, que le forjaron una rígida
personalidad: huraña, solitaria, hosca, autoritaria y exigente. Obligado a
practicar una educación bilingüe (en la casa debían hablar alemán y en la
escuela y en la calle, español), una gran demanda que lo marcó para siem-
pre; nunca se lo oyó hablar en alemán con sus esposas ni sus hijos. Fina-
lizada la educación escolar, trató de construirse una vida independiente.
Aprendió a tocar el clarinete y participó de formaciones orquestales de
la época. Trabó una gran amistad con Juan Maglio “Pacho”, un conocido
músico de los albores del tango, a quien acompañó en su orquesta y eli-
gió como padrino de uno de sus hijos. Aprendió el oficio de cincelado a
mano y se constituyó en un referente de la profesión. La música lo llevó
a transitar la noche porteña y conocer los secretos de la gran ciudad. “El
Alemán”, como se lo conocía, compartía las dos actividades, lo que le per-
mitía una vida desordenada. Se instaló como cincelador en un pequeño
taller, dedicándose a elaborar los productos que iban a ser utilizados en
el campo; hebillas, rastras, cuchillos, espuelas, etc., y por las noches com-
partía escenarios con Juan Maglio
“Pacho” en las casas de baile y en los
lugares non-sanctos donde podía dar
rienda suelta a sus impulsos juveni-
les.
Tratando de ordenar su vida,
se casa en 1904, a los 24 años, con
Cristina Bianchi, uruguaya de 19
años con quien tiene seis hijos. El
primero, José Luis, fallece antes del
año. Una década después, en 1915,
Cristina fallece por un paro cardía-
co. Para entonces, Hugo hospedaba
en su casa a la hermana menor de
Cristina, su joven cuñada Aída, que
Cristina y Hugo. había quedado huérfana.

80
Después de un año de convivencia, nacerá un niño de ambos que fa-
llece al poco tiempo de nacer, asfixiado entre la pareja mientras dormían.
Vendrán luego otros seis hijos que nacen con intervalos de dos años cada
uno. Entre esos intervalos se producen algunos abortos, según relatara mi
tío Héctor, y el 4 de agosto del año 1943, al regreso de la misa de once
en la Parroquia de La Candelaria, Aída fallece en la misma forma que su
hermana Cristina y Hugo, a los 63 años, queda viudo por segunda vez.
Cristina y Aída, ambas uruguayas, eran hijas de Luigi Bianchi, ita-
liano de la región de Liguria, y Juana Umpiérrez Alaniz, uruguaya, hija
de vasco-franceses, ambos también distanciados de sus familiares. Una
familia emigrada, implantada en la Argentina y mutilada por fallecimien-
tos prematuros produjo que Hugo Otto tuviese que enfrentar en soledad
una dura vida con los recursos que él mismo debía procurarse. Encerrado
en su propio laberinto, huraño, parco y solitario, con once hijos, una her-
mana y una sobrina para mantener; afrontó una vida difícil que no había
imaginado en sus tiempos juveniles de clarinetista junto a Juan Maglio
“Pacho”.
No pudo evadirse de la crisis mundial que comenzó en Wall Street
el martes 29 de octubre de 1929 y se extendió durante toda la década del
treinta: tuvo que declarase en quiebra y, para continuar con su actividad,
estableció su taller a nombre de dos de sus hijos que trabajaban con él:
Armando y Ricardo. Un 24 de octubre de 1956, a los 76 años, finalizó sus
días en el Sanatorio Finochietto por una mala praxis en una operación sin
importancia de una hernia inguinal. Vivió a su manera y se fue en silen-
cio, dejando tras de sí una numerosa familia y muchos secretos.

81
BIANCHI–UMPIÉRREZ ALANIZ

LIGURIA

Liguria

Calice al Cornoviglio es una localidad y comuna italiana de la provin-


cia de La Spezia, región de Liguria, del noroeste de Italia; su capital es
Génova. Cuenta con una población de 1200 habitantes en una superficie
de 34 km². Está ubicada a unos 70 kilómetros al sureste de Génova y a
unos 11 kilómetros al norte de La Spezia. Su territorio está atravesado
por los Alpes y la cordillera de los Apeninos. La Spezia es la ciudad capi-
tal de la provincia de La Spezia y está ubicada en la cabecera del Golfo de
La Spezia en la parte sur de la región de Liguria en Italia. Es la segunda
ciudad más grande de la región de Liguria después de Génova.
Precisamente en la región de Liguria, cerquita de Génova, existe un
pueblito llamado Oneglia, donde se rinde homenaje al doctor Manuel
Belgrano, creador de la bandera argentina. Lo recordamos porque de allí
provenían sus padres y cada año, para el 20 de junio, aniversario de su de-
ceso, se adornan las casas con banderas argentinas en homenaje al prócer.
Sus padres fueron agricultores de esa zona.

82
Francesco Bianchi

Francesco Bianchi
260 años
BIANCHI - UMPIERREZ

Alaniz

83
BIANCHI - UMPIERREZ
260 años

Alaniz
Vicenta

Alaniz

84
BIANCHI - UMPIERREZ
Vicenta 260 años

85
Ubicada aproximadamente a mitad de camino entre Génova y Pisa,
en el mar de Liguria, Oneglia es uno de los principales puertos militares
y comerciales italianos y una importante base naval italiana. Un popular
balneario. También es un importante nudo ferroviario y se destaca por sus
museos y por sus conexiones ferroviarias y marítimas con las Cinque Te-
rre, territorio así denominado porque abarca cinco pueblos: Monterosso
al Mare, Vernazza, Corniglia, Manarola y Riomaggiore. La costa, los cin-
co pueblos y las colinas circundantes forman parte del Parque Nacional
Cinque Terre, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Es un popular destino turístico con terrazas en el paisaje accidentado y
escarpado hasta los acantilados que dominan el mar de Liguria. Caminos,
trenes y barcos conectan los pueblos, ya que los coches solo pueden llegar
a ellos con gran dificultad a través de caminos de montaña estrechos y
precarios. En esta zona se encuentra un pequeño pueblito llamado Val-
donica, de donde es originario Luigi Bianchi.

VALDONICA

DE VALDONICA A MONTEVIDEO

Luigi Bianchi (9 de febrero de 1859-25 de junio de 1909) era muy


joven cuando dejó su ciudad natal para emprender la aventura que

86
significaba radicarse en el nuevo continente, que luego comprobó que
era tan distinto de la vieja Europa. Sin una profesión que le asegurase
un trabajo estable, pero con toda la valentía que le proporcionaba su
juventud y su espíritu de aventura, no imaginó como sería su vida
después de conocer a una descendiente de vasco-franceses.

Bisabuelo paterno
Los Bianchi, una tradicional familia italiana que debía su apellido al
color de su piel en contraste con los otros nativos del lugar, vivieron por
muchos años muy cerca del mar, aprovechando su ubicación para ofrecer
servicios a los turistas, que nunca habían faltado, pero el último cuarto del
siglo XIX no fue tan próspero y Luigi (1859-1909), que venía sufriendo la
decadencia de una familia que había perdido dos hijos pequeños, un día
tomó la decisión de partir para América en busca de nuevos horizontes.
Además, quería zafar del destino de sacerdote que le buscaban sus pa-
dres, y una soleada tarde de abril del año 1876 se encontraron sus padres,
Giuseppe Bianchi (1819) y Luigia Venturini (1823); sus abuelos Fran-
cesco Bianchi (1794) y Bartolomea Galli (1798) [ya habían fallecido los
bisabuelos: Agostino Bianchi (1761) y Elisabetta Bertoni (1785)] junto
a otros familiares en el puerto de Génova despidiendo al joven rubio de
17 años, que partía a la aventura junto con un par de jóvenes amigos, que,
cómo tantos italianos de esa época, huían de la pobreza rumbo a Buenos
Aires, por entonces la Meca de América del Sur; pero en la última escala
del viaje los entusiasmó la idea de desembarcar en Montevideo, donde in-
tentarían hacerse un porvenir. De inmediato los tres amigos se abocaron
a buscar trabajo, y Luigi, después de probar como jornalero en varias acti-
vidades, recaló como dependiente en un almacén. Aprendía rápidamente
el idioma español y la experiencia con su familia de atender al público le
facilitó enormemente el nuevo trabajo en el negocio de la calle 14 de julio.
Una mañana ingresó una bella jovencita quinceañera, a quien su madre
le había encomendado realizar unas compras. Hablaba con cierto acento
francés y Luigi se las ingenió para completar el pedido rápidamente y

87
dedicarle sus piropos. Desde ese día, Juana Umpiérrez Alaniz, dos o tres
veces a la semana iría a comprar al almacén y siempre la atendería el muy
diligente Luigi; hasta que un día, venciendo su timidez, la invitó a cami-
nar unas cuadras por la ciudad y al poco tiempo estaban de novios. Luigi
conoció a la familia de Juana, que se había radicado en Montevideo un
tiempo antes que él, proveniente del país vasco-francés.

PAÍS VASCO-FRANCÉS

Situada íntegramente en  Francia, su superficie se extiende por la


parte occidental del departamento de los Pirineos Atlánticos, en la re-
gión de Nueva Aquitania. Los restos humanos más antiguos que se co-
nocen en el territorio son de hace aproximadamente 150.000 años. Los
pueblos de Aquitania fueron vencidos en el año  56  a.  C.  por el hijo
de Marco Licinio Craso, teniente de Cayo Julio César. La región alcanzó
un alto grado de romanización. La evangelización del territorio fue tardía
y precaria. A partir del siglo IX y, en parte, gracias a la peregrinación a
Santiago de Compostela, se implantó una organización eclesiástica esta-
ble y duradera. Los caminos más importantes que se dirigían a Santiago

88
pasaban por la zona, y esto tuvo mucha influencia en el desarrollo de los
caminos y las villas del territorio.

JOVEN Y ENCANTADORA

Sus padres se radicaron en Montevideo huyendo de la pobreza de su


aldea natal y allí nacieron sus hijas Juana (1861) y Catalina (1874).
Traían del país vasco toda la alegría y la juventud de sus años ju-
veniles. Viajaban con la ilusión de forjar en América una vida más
placentera que la vivida hasta entonces en Europa. El destino quiso
que Juana hallara a un inmigrante italiano, con quien concretar sus
sueños y criar en armonía a sus doce hijos.

Juana Umpiérrez Alaniz, uruguaya, sus padres d fueron Nicolas Um-


piérrez y Vicenta Catalina Alaniz habían nacido en la zona denominada
País Vasco-Francés (en francés: Pays Basque Francais o Pays Basque Nord;
en gascón Bascoat), que es la parte septentrional de Euskal Herria. Vivía en
Montevideo con sus padres, que huían de la pobreza en busca de un más
grato destino donde radicar sus ambiciones. Corría el año 1882 cuando
Luigi y Juana, dos jóvenes que por casualidad habían cruzado sus destinos
en un almacén de Montevideo, al poco tiempo de conocerse decidieron
casarse. Años más tarde, con muchos hijos pequeños, pensaron que po-
drían tener un mejor futuro en la Argentina y se trasladaron a Buenos

89
Aires, donde Luigi consiguió un mejor empleo que le permitió criar y
educar a sus hijos.
Al igual que tantos matrimonios de la
época, fueron muy prolíficos y tuvieron 12
hijos: Luisa (15 de septiembre de 1880) ca-
sada con Lema; José (20 de mayo de 1882);
María (1889), que se casa con Juan García y
permanece en Uruguay; Agustina; Rosalía,
casada con Humberto Desalvo; Margarita,
cuyo esposo Miguel Atía fallece joven en
una operación; Emilio, casado con Celina;
Luis, con Laura Moretti; Juan (21 de no-
viembre de 1921), casado con Lucía Ganzi-
nelli; José, casado con Encarnación; Cristi-
na (1886) y Aída (1900), futuras esposas de
Hugo Otto Firmenich.
Cristina nació el 24 de julio de 1886,
coincidiendo con el lanzamiento de la Co-
ca-Cola, que ese año John Stith Pemberton
creó en los Estados Unidos; también con el
teatro Folies Bergère, que se abrió en Francia
el 30 de noviembre de 1886. Falleció cuando
contaba solo 29 años. Hugo se casaría luego
con su hermana Aída, que por entonces te-
nía apenas las floridas 15 primaveras. Para
esa fecha, Juana y Luis habían fallecido y
Agustina Bianchi e hijas. Aída había recalado buscando albergue en
casa de su hermana Cristina. Hugo Otto siempre se caracterizó por dar
protección a sus familiares, hospedándolos en su casa.

90
JOVENCITA CHARRÚA

Descendiente de inmigrantes europeos en Montevideo que tuvieron


once hijos: él, Luigi Bianchi, italiano, ella hija de vasco-franceses, Jua-
na Umpiérrez Alaniz. La hermosa y entusiasta Cristina fue el tercer
fruto de esta unión y cuando la familia decidió emigrar a Buenos Ai-
res, a los 19 años, Cristina se casó con Hugo Otto, “el alemán”. Luego
con solo 29 años se fue de este mundo, dejando cinco pequeños hijos.

Mi abuela, Cristina Bianchi, nació en Montevideo, el 23 de julio de


1886 (Registro Civil Sección 15, Certificado 277), exactos 51 años antes
que yo, y falleció en Buenos Aires una semana antes de cumplir 29, el 16
de julio de 1915. Se casó con mi abuelo Hugo Otto a los 19 años, y tuvo
seis hijos:
Juan Luis (10 de marzo de 1906), que
falleció antes del año; Hugo Guillermo (1 de
septiembre de 1907); Ernesto Otto (12 de fe-
brero de 1908); Armando Alberto (20 de di-
ciembre de 1910); Sara Cristina (26 de febre-
ro de 1912); y Ricardo Manuel (7 de febrero
de 1915). Falleció cuando mi papá tenía solo
7 años. Vivió intensamente sus juveniles 29
años, teniendo un hijo cada dos años. Deseaba
vehementemente tener una hija mujer, para lo
cual debió esperar 7 largos años y el destino
Huguito y Ernestito
le impuso que solo pudiera disfrutarla apenas
3 años. Durante 3 años (1909-1912) vistió a un hijo varón con ropas fe-
meninas. Tenía una gran inclinación musical y en sus ratos libres tocaba
hermosas melodías en su mandolina. Muy pronto después de su muerte,
Hugo convivió con la hermana Aída (Montevideo, 13 de septiembre de
1900–Buenos Aires, 5 de agosto de 1943) 20 años menor que él, con
quien tuvo otros siete hijos. El primero falleció asfixiado entre sus padres
a los dos días de nacer, no tuvieron siquiera tiempo para inscribirlo en el

91
registro civil. Luego llegaron: Amalia Aída (20 de mayo de 1917); Víctor
Enrique (12 de abril de 1919); Héctor Alfredo (20 de noviembre de 1921);
Osvaldo Luis (11 de mayo de 1923); Norberto César (16 de octubre de
1925) y Hilda Juana Nelly (30 de agosto de 1932). Esta segunda pareja de
mi abuelo trajo enfrentamientos entre los hermanos, como si fueran dos
bandos distintos: el de Cristina y el de Aída. De todas maneras, hasta que
falleció, mi tía Aída cumplió el rol de mi abuela paterna, pero solamente
la pude disfrutar mis primeros 6 años, pues falleció de un paro cardíaco
un domingo cuando regresábamos de misa en la iglesia de la Candela-
ria. Podría decir que casi nunca gocé del cariño de una abuela; la abuela
materna era muy huraña como para brindar caricias. Siempre añoré la
ternura de una abuela cariñosa.

PORTEÑO Y BAILARÍN

Ernesto Otto Firmenich, un vecino del barrio de Villa Crespo con to-
dos los atributos: elegante, atildado, buen mozo y buen bailarín, edu-
cado, tercer año comercial y seis años de duro aprendizaje de violín; la
milonga pudo más. Después de trabajar duramente hasta los 60 años
(cuando se jubiló) y de haber criado cuatro hijos, un 21 de enero del
año 1974 estaba durmiendo en su casa de la calle Sara 1097 en Villa
Progreso, San Martín y continuó su sueño eterno. Tenía 66 años.

Porteño y bailarín,
me hiciste, tango, como soy
romántico y dulzón...
Me inspira tu violín,
me arrastra el alma tu compás
me arrulla el bandoneón...
“Porteño y bailarín”. Tango. H. Marcó/C. Di Sarli

92
Mi padre
El “Pibe” Ernesto (Chascarrillo, en alusión al apodo de Ernesto Pon-
zio –1885-1934–renombrado violinista tanguero, director de orques-
ta y compositor de la guardia vieja).

Pa’ bailarlo bien debute


caminalo muy despacio,
lo aprendí de Virulazo
y si quieren ver mis pasos,
no les cobro la lección.
“Villa Urquiza”. Tango. E. Cadícamo

Ernesto Otto Firmenich (12 de febrero de 1908, Rawson 7725, Buenos


Aires, Acta 159, Sec. 7, L.E. 55.680-21 de enero de 1974, Sara 1097, San
Martín, Buenos Aires) estará condenado a vivir el resto de sus días recor-
dando que un 16 de julio fueron a retirarlo de la escuela cuando estaba
conversando con su maestra de segundo grado. Pronto lo enteraron de
que su mamá Cristina Bianchi, que estaba preparando para la semana
siguiente el festejo de su cumpleaños número 29, se había ido de este
mundo en un último suspiro, dejando a cinco hijos sin madre, cuando él
solo contaba 7 años y tenía tres hermanos menores que él.

5
Nació en la calle Rawson, mismo nombre de la calle de mi casa ideal de Olivos, 70
años después y que papá no pudo conocer.

93
Su hermano Hugo Guillermo, dos años mayor, desde muy pequeño
se mostró descarriado, a pesar de la dura disciplina que regía en su hogar,
conducido con mano férrea por don Hugo Otto, de manera que Ernesto
Otto, el segundo hijo varón, fue designado por el clan a portar en alto
los blasones de la familia. Por ello había ingresado al Colegio Comercial
Carlos Pellegrini y estudiaba violín con una profesora del barrio de Flo-
resta, “la gorda Mina”, que impartía desde su casa una severa enseñanza.
Transcurría su infancia combinando el estudio con las travesuras infanti-
les en el barrio que lo vio nacer, Villa Crespo, cuna de su pasión futbolera
bohemia que siempre lo mantendrá fiel a sus colores: Atlanta, el club de
sus amores. Pegado al alambrado gozará los partidos de fútbol como local,
domingo por medio, mientras que con sus amigos aprenderá los primeros
pasos del tango, que más tarde lo tendrá como elegante protagonista el
salón San Bernardo, inaugurado en el año 1912, refugio milonguero de
la calle Triunvirato, ahora denominada Corrientes, número 5563, entre
Acevedo y Gurruchaga, un salón de 800 m2 donde Esteban Celedonio
Flores compusiera el tango “Mano a mano”. Serio, educado, atildado, ele-
gante, buen conversador, buen bailarín y osado con las chicas: un ganador.

Ya no somos de los tiempos que se fueron


los muchachos parlanchines y andariegos,
que entonando los versos de Carriego
a más de una muchacha logramos conmover.
“¡Quién tuviera 18 años!”. Tango. G. D. Barbieri

Se comentaba en la familia que Ernesto era muy requerido por las


chicas del lugar, mencionando a una artista entonces muy conocida, lla-
mada Bertha Moss. Ernesto nació un 12 de febrero del año bisiesto 1908,
el día que comenzó la carrera de automóviles alrededor del mundo, de
Nueva York a París, y también se lanzó al mercado el Ford T. El presi-
dente argentino era José Figueroa Alcorta, que casi muere cuando unos
anarquistas arrojaron una bomba al paso de su carruaje. El 25 de mayo
de ese año se inauguró el Teatro Colón con la puesta en escena de Aída.
Pocos meses después del nacimiento de Ernesto, van a nacer: Salvador

94
Allende, Lyndon B. Johnson y Arturo Frondizi, futuros presidentes de
Chile, Estados Unidos y Argentina respectivamente.
En enero de ese año nacieron también Simone de Beauvoir y Ata-
hualpa Yupanqui. Un mes después del nacimiento de Ernesto se produce
un hecho catastrófico en la fábrica textil Sirtwoot Cotton de Nueva York.

El Día Internacional de la Mujer


La historia más extendida sobre la conmemoración del 8 de marzo hace
referencia a los hechos que sucedieron en esa fecha del año 1908. El 5 de
marzo de 1908 comenzó en Nueva York una huelga de mujeres obreras
del sector textil que exigían la igualdad salarial, que se disminuyera la
jornada a diez horas y que se permitiera un tiempo para la lactancia. Un
evento ocurrió en la fábrica Sirtwoot Cotton de Nueva York, donde un
centenar de trabajadoras murieron calcinadas en un incendio provocado
por las bombas incendiarías que les lanzaron ante la negativa de aban-
donar el encierro en el que protestaban por los bajos salarios y las míseras
condiciones de trabajo que padecían.

Ernesto nace en pleno apogeo de los gobiernos conservadores que


elevaron a la Argentina al peldaño más alto que alcanzó en su historia,
cuando era considerada granero del mundo y uno de los diez países más
ricos a principios del siglo XX. Incluso en 1895 y 1896 fue el país con el
más alto ingreso per cápita del mundo (pero, claramente concentrado en
unas pocas manos; se hablaba de las 500 poderosas familias). Política-
mente era una seudo-democracia, donde se utilizaba el fraude electoral
para imponer a los candidatos previamente acordados entre las fraccio-
nes dirigentes de lo que posteriormente fuera denominado por Perón
como la “oligarquía vacuna”. Para entenderlo mejor, debemos recurrir a la
historia. La Argentina pasó de ser un pequeño y olvidado país en el sur
del continente americano; colonia española primero e incipiente repúbli-
ca debilitada en luchas intestinas luego; con una economía pastoril, que
solo exportaba cueros salados, tasajo y el sebo del ganado montaraz de
las pampas, a ubicarse en el concierto de los países más importantes del

95
mundo a partir de la segunda mitad del siglo XIX, cuando se pacifica y se
consolida la nación.
En 1855 el cónsul del rey de Prusia en Buenos Aires, Francisco Hal-
bach (1801-1870) fue el primero en alambrar todo el perímetro de una
estancia argentina, Los Remedios, ubicada donde actualmente se levan-
ta el Aeropuerto Internacional de Ezeiza. Los terratenientes argentinos
que se habían apoderado de enormes extensiones de tierra luego de la
independencia y el exterminio de los indios, para extender la frontera,
convertidos en los barones pampeanos, lo imitaron haciendo honor a una
de las fogosas invocaciones de Sarmiento: “¡Cerquen, no sean bárbaros!”.
Cercaron los campos y así pudieron sembrar sin que el ganado los inva-
diera. Inmediatamente, la fértil pampa húmeda se convirtió en una muy
importante productora de girasol, trigo y maíz que serían exportados a
Europa.
La máquina de vapor, inventada en 1769, constituyó la tecnología
para transportar por mar durante dos semanas, desde los puertos argen-
tinos de Rosario y Buenos Aires hasta el puerto británico de Smithfield,
la carne refrigerada que se procesaba en los frigoríficos británicos de la
Argentina (Swift, Armour, The River Plate, Las Palmas, Anglo, Morris).
El trayecto por tierras argentinas se realizaba en ferrocarriles también
británicos.
Los terratenientes locales, con poca imaginación y escaso esfuerzo,
compartieron la estrategia británica para abastecerse de alimentos en for-
ma económica, y en poco tiempo se convirtieron en millonarios, creando
una nueva aristocracia vernácula. “Rico como un argentino”, se decía por
entonces en Europa. Estos señores feudales cometieron abusos y tuvieron
que recurrir al fraude electoral para mantenerse en el poder. No atinaron
a distribuir entre la población la riqueza generada. Tampoco permitieron
comprar tierras en la Argentina a los extranjeros, que se regresaron a sus
países. Instituciones y políticas extractivas, aprendidas de los colonizado-
res españoles, la riqueza concentrada en pocas familias y el acceso a los
círculos de poder vedado.
Esta política de autoritaria concentración económica que facilita la
estrategia británica, provoca reacciones del pueblo, que comienza a en-

96
columnarse detrás de un partido político que los representa. Pronuncia-
mientos, frustradas revoluciones, y llegamos así al año 1914, en que se
promulga la Ley Sáenz Peña, que reglamenta el voto masculino, universal
y obligatorio que le permitiría a Hipólito Irigoyen asumir la presidencia
en el año 1916, cuando Ernesto Otto cumplía 8 años. La Unión Cívica
Radical gobierna durante 14 años, hasta que se produce el golpe militar
fascista de 1930 y asume el general José Evaristo Uriburu (apodado “Von
Pepe” por su estadía en Alemania y su simpatía por los germanos), que le
devuelve el poder a la clase dominante. Ernesto tiene entonces 22 años y
los ha vivido en plena libertad. Y aunque no ha tenido militancia políti-
ca, se considera radical como su familia y buena parte de la clase media.
Los años treinta lo marcarán para siempre. Lo afectarán la dictadura im-
puesta por el gobierno de facto y los posteriores fraudulentos gobiernos
conservadores; tanto que verá con entusiasmo la llegada del peronismo
al poder. Para él significará un cambio importante, ya que hasta entonces
se sentía condenado a un destino de sacrificios y futuro incierto y con el
naciente populismo piensa que puede aspirar a mantener una vida menos
sacrificada.

Quien más... quien menos...


pa´ mal comer,
somos la mueca
de lo que soñamos ser.
“Quien más... Quien menos...”. Tango. E. Santos Discépolo

Ernesto recuerda su niñez, pero nunca lo comenta, sus sellados la-


bios guardan sus secretos, nunca se le oye hablar de su uruguaya madre
Cristina Bianchi, ni de su niñez sin mamá desde los 7 años. Las anéc-
dotas de su juventud las recuerdan algunos de sus diez hermanos/as que
lo respetan mucho y nunca comentan su vida en ante su presencia. En
verdad, es una familia hermética, nadie comenta ningún recuerdo sobre
sus propias vidas, es como si vivieran un presente continuo, sin pasado. El
día que alguien quiera hacer una reconstrucción de estas vidas, encontrará
más vacíos que hechos relatados. Esto se presta para la creatividad de sus

97
hermanos Sara Cristina y Héctor Alfredo, que contarán muchas historias
familiares, en las que nunca se puede discernir entre verídicas y fanta-
seadas, ya que ambos fantasean bastante y son muy creativos, graciosos y
dicharacheros.

HALLAMOS LOS ORÍGENES ANCESTRALES


DE ERNESTO HUGO

(No nos olvidemos de dónde venimos)


Dos bisabuelos/as alemanes (Köln) –Firmenich/Hahnemberg–; un
bisabuelo italiano de Liguria –Bianchi–; uruguaya otra (hija de vas-
co-franceses; Umpiérrez/Allaniz) y cuatro bisabuelos/as, italianos de Ná-
poles –Russo/Pepe/Giordano/De Prisco–; son mis ocho bisabuelos/as.
A partir de esta síntesis genealógica comenzamos a reconstruir nuestra
historia y las características de la descendencia.
Fusión: 62.5% italiano, 25.0% alemán y 12.5% vasco-francés.
Los padres (Ernesto y María) y un abuelo (Hugo) porteños; una
abuela (Cristina) uruguaya y dos abuelos/as (Raffaele y Maddalena) ita-
lianos.
Cuatro hermanos porteños: (Norma, yo, Arnaldo y Cristina), al igual
que nuestras parejas (Yeyé, Ada y Alberto) y sus hijos. A todos ellos va
dirigida esta “pequeña novela familiar”.
Por parte de Yeyé, como luego veremos, son dos hermanas y padres
porteños, de manera que no estará en discusión la “porteñidad” de nues-
tros cuatro hijos y diez nietos, cuyos otros progenitores, que aún no han
sido, mencionados también son porteños.

Mis abuelos Hugo y Cristina tuvieron seis hijos: Juan Luis, Hugo Guiller-
mo, Ernesto Otto, Sara Cristina, Ricardo Manuel y Armando Alberto. Cris-
tina falleció a los 29 años.
Luego, Hugo Otto y Aída (la hermana menor de Cristina) tuvieron otros

98
siete hijos. El primero falleció en un accidente sin darles tiempo siquiera para
inscribirlo. Luego nacieron: Amalia Aída, Víctor Enrique, Héctor Alfredo, Os-
valdo Luis, Norberto César e Hilda Juana Nelly. Aída falleció a los 43 años.
Los bisabuelos fallecieron jóvenes. Quirino Wilhelm a los 47 años, Luigi
Bianchi a los 50 años y Juana Umpiérrez fallecieron muy jóvenes. Una histo-
ria con demasiados huérfanos.
¿Cuál es la herencia recibida de estos ancestros? ¿Cómo influyeron en
la formación de nuestras porteñas personalidades estos ancestros alema-
nes, italianos, vasco-franceses y uruguayos?
Cristina falleció cuando Ernesto Otto tenía solo 7 años y su hermana Aída,
falleció cuando yo contaba con 6 años.
Antes de cumplir 4 años, Hugo Otto tuvo que sobrellevar la muerte de su
padre.
Soy Ernesto Hugo (31 de julio de 1937), el segundo hijo de Ernesto Otto,
fallecido a los 66 años (el 21 de enero de 1974), que es a su vez el tercer hijo de
Hugo Otto. Llevo los nombres de mi padre y de mi abuelo. Ernesto, para que
completara lo que él no había concluido y Hugo, para que continuara el linaje
sublimado por la tía Sara.

Señores
yo estoy cantando
lo que se cifra en el nombre.
“Jacinto Chiclana”. Milonga. J. L. Borges/A. Piazzolla

99
100
MI FAMILIA NÚCLEO

Arnaldo, papá, yo; Cristina, mamá, Norma. 23 de febrero de 1963.

Padre: Ernesto Otto Firmenich.


12 de febrero de 1908-21 de enero de 1974.
Madre: María Russo.
27 de noviembre de 1911-1 de enero de 1997.
Casados el 11 de abril de 1935 en Buenos Aires (Acta 366, sec. 15,
tomo II).
Hijos: Norma Haydée Firmenich, 4 de mayo de 1936.
Ernesto Hugo Firmenich, 31 de julio de 1937.
Arnaldo Rafael Firmenich, 28 de noviembre de 1938.
María Cristina Firmenich, 21 de marzo de 1947.

101
102
FIRMENICH – RUSSO

INTIMACIÓN A LA BODA

El noviazgo entre María y Ernesto se estaba extendiendo demasiado para


los estrictos tiempos de Maddalena. Seis largos años calentando sillas para
ella eran interminables. Un buen día, ya que el novio no lo hacía, ella tomó
la decisión y alquiló el departamento de Villarroel 1241 y lo intimó a fijar
fecha para la boda.

¡Saraca, muchachos!... ¡Dequera un casorio!


¡Uy Dió, qué de minas!... ¡Tá todo alfombrao!
y aquellos pebetes, gorriones del barrio
acuden gritando: “¡Padrino pelao!”
“Padrino pelao”. Tango. J. A. Cantuarias/E.Delfino

Mis padres
Ernesto y María se casan en Buenos
Aires el 11 de abril de 1935, pero esta
historia había comenzado más de seis
años antes, cuando por casualidad cru-
zaron sus destinos. María tenía entonces
18 años y vivía con sus padres en una
casa que alquilaban en Corrientes y Jorge
Newbery, cerca de la entrada del cemen-
terio de la Chacarita, donde vendía flores
su padre, Raffaele. Por otra parte, don
Hugo Otto, el padre de Ernesto Otto se
mudaba con frecuencia y en uno de esos
traslados alquiló una casa cercana a la
que alquilaban Raffaele y Maddalena.

103
Por esos tiempos había adquirido buena fama el vermouth Cinzano
con 14 platitos que se servía en el bar de la esquina de Jorge Newbery y
Corrientes. No hacía mucho tiempo que don Hugo Otto se había ins-
talado con su numerosa familia en las inmediaciones de esa esquina y
su segundo hijo, Ernesto Otto, acostumbraba frecuentar ese bar y pasar
muchas tardes con sus amigos, antes del baile o el póker, ocupando una
de las mesas en la vereda y, entre maníes, quesitos y palitos decía piropos
a las chicas que paseaban por ahí.
Frente a ese bar vivían Raffaele y Maddalena, que ya habían casado
a dos de sus hijas, Emilia y Rosa, y ya hacía cinco años que solo vivía
con ellos en esa casa María, la hija menor. María era parte de ese florido
ramillete de hermosas adolescentes que paseaban por las tardes por la
calle Corrientes para que las piropearan, y Ernesto fijó sus ojos en esa
jovencita. Pasó muy poco tiempo desde la tarde en que decidió encararla
para entablar conversación hasta el día que pidió hablar con Raffaele con
el objetivo de solicitar la venia para visitarla en su casa. El control que
hacían los padres era muy estricto. María contaba que Ernesto le rega-
laba novelas y que las debía leer en voz alta frente a su madre analfabeta
para enterarla del contenido. Llevaban más de seis años de novios cuan-
do Maddalena decidió que ya era tiempo de casarse e intimó al novio a
concretar la boda; alquiló un departamento en la calle Villarroel 1241. La
encargada del edificio, doña Fany, era la madre del futuro compositor de
boleros Ben Molar.
Ernesto fijó la fecha para el 11 de abril de 1935. A pesar que la fe-
cha había sido impuesta, todo se desarrolló en forma normal y con gran
alegría. Papá pudo comprar un juego de dormitorio: cama matrimonial,
dos mesitas de luz, toilette y ropero. Una araña con tres lamparitas y dos
veladores. Pequeña vajilla de cocina. Mamá aportó “la bianquería”. Lo
mínimo necesario para vivir felices. Lo irían pagando en cuotas sin sobre-
saltos. Todo era placer y alegría en el hogar de María y Ernesto cuando el
primer día del mes de septiembre de ese año, María le comunica a Ernes-
to que está embarazada. Van a tener el/la primero/a hijo/a. Son tiempos
en que todavía es imposible determinar el sexo del bebé antes del parto.
Nadie se anima a imaginar que alguna vez será posible conocerlo por

104
anticipado. Los complejos instrumentos para auscultar el cuerpo solo se
conocerán dentro de cincuenta años. Se ejecutan distintos entretenimien-
tos como balancear un hilo con un anillo sobre la panza de la embarazada
para adivinar el sexo del futuro bebé, examinar la forma de la barriga,
realizar la prueba del aceite o tener en cuenta los cambios de humor.
En la casa de los Russo hay mucha ignorancia; se habla poco y se
obedece, igual que en la casa de los Firmenich. En el tiempo en que su
hermana Rosita adquirió una eruptiva, su madre mandó a María, que
estaba embarazada, para que ayudara a su hermana en los quehaceres
del hogar con sus tres hijos. María contará cuando sea anciana que por
entonces ignoraba todo, ni siquiera sabía por dónde iba a salir su futuro
bebé. Estaba vedado hablar sobre la sexualidad, ni se mencionaba en el
hogar el nombre de los órganos sexuales; la religión censuraba todo. Ma-
ría se contagió el sarampión y, como consecuencia, su hija Norma Haydée
nace a los ocho meses de embarazo con parálisis espástica, enfermedad
que arrastrará toda su vida.
Día por medio, María cargará con Normita en brazos, saldrá tempra-
no de su casa en la calle Villarroel 1328 del barrio Villa Crespo y subirá
a un tranvía rumbo al Hospital de Niños, ubicado en Gallo 1330 del ba-
rrio de Palermo. El Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez es un hospital
pediátrico creado en la ciudad de Buenos Aires el 30 de abril de 1875
por el impulso y tesón del doctor Ricardo Gutiérrez, quien lo dirigió
desde agosto de ese año hasta su muerte en 1896. María supone que le
están practicando algún tipo de rehabilitación. Ignora que son solamente
algunos ejercicios muy superficiales de respiración con el espirómetro, un
aparato que mide la capacidad respiratoria de los pulmones y unos suaves
masajes para movilizar algún músculo de las piernas que no responden
adecuadamente a las órdenes que les debiera trasmitir el dañado cerebro.
La realidad es que Normita nació con un daño cerebral irreversible, por-
que las células cerebrales no se reponen. María atribuía la enfermedad
al alumbramiento anticipado. Siempre repitió que sus problemas tenían
origen en el parto precoz.
María ignoraba o pretendía ignorar qué es la parálisis espástica, nom-
bre de la enfermedad que estaba escrito en un recetario médico que guar-

105
daba secretamente entre las sábanas en su ropero, como si fuera vergon-
zoso mostrarlo. Jamás se le escuchó pronunciar esas palabras. Un día yo
lo encontré entre esas plegadas sábanas, guardadas para usar únicamente
cuando viene el doctor, revolviendo cosas que no debía tocar, como hacen
todos los chicos curiosos. Al leer el recetario, quedé petrificado. Ignoraba
qué era la enfermedad, pero la palabra “parálisis” me impactó fuertemen-
te. Jamás me animé a comentar mi descubrimiento con nadie, menos con
mamá. Era su secreto y yo no podía revelarlo.

Dos hechos históricos de este año 1936. Este año el doctor Carlos Saa-
vedra Lamas, bisnieto de Cornelio Saavedra y descendiente del con-
quistador Domingo Martínez de Irala, con un remoto origen mestizo
guaraní, obtiene el Premio Nobel de la Paz, fundamentalmente por
haber inspirado el Pacto antibélico.
Paradójicamente, por otra parte, el 17 de julio de este mismo año va
a estallar la Guerra Civil Española, que nos toca muy de cerca por la
gran comunidad hispana aquí radicada, que se verá ampliada por los
españoles que llegarán buscando refugio en nuestro país por esta con-
tienda que se extenderá por tres años y marcará la historia posterior de
España con un saldo de entre 500.000 y 1.000.000 de víctimas.

Normita no dejaba de llorar día y noche. María no conocía la razón


del llanto permanente y se angustiaba mucho, tanto que un día, desespe-
rada, la arrojó al patio; sus nervios ya no podían soportar el llanto, a pesar
del amor y los extremos cuidados que le brindaba. Finalmente lo averi-
guaron: Normita había nacido tan pequeñita y tan débil –pesaba apenas
750 gramos– que no tenía fuerzas para succionar la teta; entendieron que
lloraba de hambre y finalmente lograron alimentarla con un hisopo em-
bebido en leche materna. Normita siempre estuvo al borde de la muerte y
en una de esas ocasiones en que su vida peligraba fue bautizada de emer-
gencia y acudieron a designar como madrina a quien estaba más próxima,
Virginia, una vecina de la cuadra (la madre de la Ñata, prima de la Pi-
rucha; ambas nacidas en esta calle Villarroel, pocos meses antes que yo).
Nunca sabré por qué razón apenas se saludan desde lejos y no se

106
trataban como comadres. María nunca lo comentó. Guardaba muchas
palabras, nunca las decía todas. Parece que fue muy reprimida por sus
padres. Ya anciana, contará contaba que cuando era una adolescente de
14 años, en oportunidad del casamiento de su hermana Emilia, de 23
años, con Bruno Papaleo, de 40, su padre, Raffaele, agasajó a los novios
invitando a sus paisanos amigos con un almuerzo, del que a ella le prohi-
bieron participar porque era zurda y eso a ellos leslos avergonzaba. María
debió comer sola en la cocina y lo recordaba con mucha tristeza, pero sin
rencor; la ignorancia es muy cruel y ella reconocía y perdonaba la de sus
padres. María nunca guardaba rencor, y era muy sufrida. A mí siempre
me va a parecer que nació ya mayor, que siempre fue mamá, que siempre
tuvo que sufrir. Tenía una tristeza profunda que trasmitía en su bonda-
dosa mirada. Llevaba en sus ojos estampado el dolor bíblico de la Virgen
María, haciendo honor a su nombre. “¡Fijate qué expresión triste tiene en los
ojos!”, dirá muchos años después un perspicaz retratista del paseo Cami-
nito del barrio de la Boca, con esa envidiable intuición de los artistas, el
día que yo le pedí que le pintara un retrato. Cargaba con un sufrimiento
permanente por la enfermedad de Normita y, por qué no, por su vida de
pobreza. “¿Quién se hará cargo de Normita el día que yo no esté?”, repetía
a menudo, como una obsesión. Investigando historias familiares, algún
día sabré más sobre mamá y papá a través de mi hermana Cristina, que
convivió con ellos hasta que partieron.

Yo soy del treinta, yo soy del treinta


cuando a Yrigoyen lo embalurdaron.
Yo soy del treinta, yo soy del treinta
cuando a Carlitos se lo llevaron.
“Yo soy del treinta”. Tango. H. Méndez/A. Troilo

Lo poco que me va a contar de su vida previa al parto, es que yo había


visto todas las películas de Carlos Gardel desde la privilegiada y cómoda
posición fetal, en su vientre, durante todo el embarazo.
Habían pasado solo dos años desde el accidente de Medellín y la
posterior llegada de los restos de Carlitos y sus compañeros al país, y en

107
Buenos Aires se veían todas sus películas continuamente. Natalio Botana
había generado gran expectativa entre la población, anunciando periódi-
camente en su diario Crítica, con grandes titulares, que estaba próximo el
arribo de los restos del cantor y sus compañeros (si hasta se comentó que
gestionó su retraso). Cuando llegaron, el 6 de enero de 1936, después de
más de seis meses de larga espera, un nutridísimo cortejo los acompañó
por la calle Corrientes, desde el Luna Park hasta el Cementerio de la
Chacarita. Homenaje similar al que se le había realizado el 4 de julio de
1933 a Hipólito Irigoyen. María contaba que una vez lo vio al ex-presi-
dente Irigoyen bajando de su vehículo para visitar a su amiga, “la señori-
ta”, que vivía en su misma cuadra.
¡Linda calle Corrientes...!
Sos de todos y de nadie,
vas cruzando Buenos Aires
con tu ritmo diferente.
¡Segura, tranquilizante,
coqueta, vivaz, risueña,
como una piba porteña
que no ha cumplido los veinte!

Sos hija del Luna Park


con Avenida Madero,
te canto porque te quiero
banderín de mi ciudad.
Si tu punto terminal
es el mío... Chacarita...
donde un coro de floristas
nos cantan el funeral.
“Calle Corrientes”. Poesía. H. Gagliardi

Varias veces me va a contar mamá la anécdota de cuando el cortejo


fúnebre pasó por este barrio de Villa Crespo y los muchos judíos aquí ra-
dicados se cubrían la cabeza en señal de respeto, provocando airadas pro-
testas por parte de quienes no eran judíos. Para estos, la señal de respeto

108
era quitarse el sombrero. Poco después de ese hito gardeliano comenzó
mi gestación, y más adelante María me va a decir que por ello yo estaré
siempre cantando tangos (como un karma, diría un descuidado hindú).

Peregrino y soñador,
cantar quiero mi fantasía
y la loca poesía que hay en mi corazón.
“Alma de bohemio”. Tango J. Caruso/R. Firpo

A partir del nacimiento de Norma Haydée aumentaron las penurias


de María, nunca sabrá bien la causa de la enfermedad o no querrá saberla.
Parece que Ernesto, su marido, entendió mejor el problema y un firme
reproche a Maddalena a quien imputaba como responsable de la enfer-
medad de Normita, terminó en una áspera discusión que interrumpió el
diálogo entre ellos para siempre. “Si se muerde la lengua, se envenena”, le
habría dicho Ernesto; la lengua de Maddalena era muy filosa.
Tal será el distanciamiento entre Ernesto y Maddalena, que cuando
todo el grupo familiar se reunía en la cocina a tomar el mate que ella ce-
baba, al llegar la ronda al turno de Ernesto, Maddalena le pedía a algún
otro que se lo alcanzara.

Ernestito, Arnaldito, Normita, Cristina, Arnaldito, Normita, Ernestito.

109
Ernesto y Maddalena, su suegra, viviendo en la misma casa no volvie-
ron a dirigirse la palabra nunca más. Ambos muy rencorosos. Igual que
la madre de Yeyé, Magdalena Cebollero y Josefa López, su suegra, que
viviendo en la misma casa también dejaron de hablarse para toda la vida.
Historias paralelas.
La vida de María fue muy dura, siempre cargando con la preocupa-
ción por la salud de Norma. Tenía pocas amigas que cada tanto se visi-
taban. Elvira era una de ellas. No hablaba mucho con las vecinas, a veces
visitaba a sus hermanas Rosa y Emilia, y muy poco a la familia de papá,
todo trabajo en el hogar, criar a tres hijos con apenas un año de diferencia
entre ellos y sin la comodidad que después trajeron los nuevos aparatos
electrodomésticos. Cocina a carbón, heladera de hielo, plancha a carbón,
jabón en pan y tabla para lavar la ropa, eran las comodidades de los años
que vivimos en Villarroel.
Cuando nos mudamos a Lourdes, a veces hablaba con la vecina, doña
Felisa de Favaloro, y con doña Sara, la otra vecina lindera, polaca, que
hablaba un defectuoso español. Un día le contó a mamá que su nieto le
contestaba mal y entonces le preguntó: “Doña María, ¿qué es este beluda,
que mi nieto siempre me dice ‘Abuela no seas beluda’?”.
A partir de esta mudanza, mamá pudo frecuentar más a sus hermanas
Rosa y Emilia, que vivían a seis cuadras de nuestra casa. Largas tardes
charlando y tomando mate.
Después de casado, yo no la visitaba con la frecuencia deseada. No es
que estuviera alejado de mis padres, pero tenía demasiadas ocupaciones y
no me procuraba el espacio necesario para ir a darles un beso de hijo agra-
decido. A partir del fallecimiento de papá, Cristina, que ya vivía con ellos
desde que había enviudado, se hizo cargo de mamá hasta el final. Después
de la muerte de papá, vendió la casa de la calle Sara y se mudó con Norma
a un departamento en Covifam, en el edificio al que se habían mudado
mi hermana Cristina y Alberto, su esposo y cuando ellos vendieron el
departamento, mamá también vendió el suyo y se mudó a San Martin
al lado de la casa de Cristina. Siempre tuvo miedo de quedarse sola y mi
hermana Cristina y Alberto le garantizaban compañía y seguridad.
Nunca olvidaré la noche del 31 de diciembre. Estaba internada en el

110
hospital y me murmuró con el resto de aliento que aún tenía: “No quiero
vivir más”. A la mañana siguiente, cuando fui a verla, ya había partido.

Para saber de dónde venimos, hemos explorado los orígenes de Ernesto


Hugo. A los 26 años me casé con Yeyé, por tanto, nuestros hijos y nietos
también querrán saber sobre sus antepasados. Los exploraremos.

MONTSERRAT-MENSA /
CEBOLLERO-GHERSI
FAMILIA PATERNA DE YEYÉ

FAMILIA MONTSERRAT

BARCELONA

Barcelona

Barcelona  es capital de la comunidad autónoma de  Cataluña, de


la provincia homónima y de la comarca del Barcelonés. La segunda ciu-

111
MONTSERRAT - LOPEZ
(BARCELONA) (MADRID)

112
dad más poblada de España después de Madrid y segunda área metro-
politana española en actividad económica. Se ubica a la orilla del  mar
Mediterráneo, a unos 120 km al sur de la cadena montañosa de los Pi-
rineos y de la frontera con Francia, en un pequeño llano litoral limitado
por el mar al este, la sierra de Collserola al oeste, el río Llobregat al sur
y el río Besós al norte. Por haber sido capital del condado de Barcelona,
se suele aludir a ella como Ciudad Condal. La historia de Barcelona se
extiende a lo largo de 4000 años, desde finales del Neolítico. Pueblos íbe-
ros, romanos, judíos, visigodos, musulmanes y cristianos constituyen sus
antepasados. Los primeros pobladores destacados no aparecen hasta los
siglos VII a. C. fueron los layetanos. Según la leyenda, la ciudad fue fun-
dada en el año 230 a. C. por Amílcar Barca, padre de Aníbal y el nombre
de Barcelona deriva del linaje cartaginés Barca. En el siglo VIII fue con-
quistada por Al-Hurr, pero retornada al territorio cristiano por Ludovico
Pío del Imperio carolingio en 801, incorporándola a la Marca Hispánica.
En 985 las tropas de  Almanzor  destruyeron prácticamente toda la
ciudad. Borrell II inició la reconstrucción dando paso al floreciente pe-
ríodo condal. La recuperación económica iniciada a finales del siglo
XVIII y la industrialización en el siglo XIX propiciaron que Barcelona
volviera a convertirse en un importante centro político, económico y cul-
tural. Fue también sede de dos Exposiciones Universales en 1888 y 1929.
En la actualidad, Barcelona es reconocida como una ciudad global por
su importancia cultural, financiera, comercial y turística. Tiene uno de
los puertos más importantes del Mediterráneo y es también un impor-
tante punto de comunicaciones entre España y Francia, debido a las co-
nexiones por autopista y alta velocidad ferroviaria. El Aeropuerto Josep
Tarradellas Barcelona-El Prat, situado a 15 km del centro de la ciudad, es
utilizado por más de 52 millones de pasajeros anualmente.

113
MADRID

Madrid

Madrid es la capital del Estado y de la Comunidad de Madrid. En su


término municipal, el más poblado de España, viven más de tres millones
de personas. El área metropolitana asociada tiene una población superior
a los seis millones de habitantes, la segunda de la Unión Europea tras la
de París. Es un influyente centro cultural y cuenta con museos de referen-
cia internacional, entre los que destacan el Museo del Prado, con la mayor
pinacoteca del mundo, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía,
el Thyssen-Bornemisza y Caixa Forum Madrid.
Las excavaciones arqueológicas revelan restos que se atribuyen al Ma-
drid romano, así como de restos que se remontan a los carpetanos o al pe-
ríodo prerromano. No sería hasta el siglo XI cuando Madrid fue incorpo-
rada a la Corona de Castilla, tras su conquista por Alfonso VI de León en
1083. Fue designada como sede de la Corte por el rey Felipe II en 1561,
convirtiéndose en la primera capital permanente de la monarquía espa-
ñola y ha mantenido la capitalidad del país desde entonces. La ciudad
actual se asienta en territorio que en el momento previo a la dominación
romana ocupaba el grupo carpetano. La primera constancia histórica de
la existencia de un asentamiento estable data de la época musulmana. En
la segunda mitad del siglo IX. Con la caída del reino taifa de Toledo a
manos de Alfonso VI de León, la ciudad fue tomada por las fuerzas cris-
tianas en 1085 sin resistencia, probablemente mediante capitulación. La

114
ciudad y su alfoz quedaron integrados en el reino de Castilla como terri-
torios de realengo. Los cristianos sustituyen a los musulmanes en la ocu-
pación de la parte central de la ciudad, quedando los barrios periféricos
o arrabales, que en el período anterior fueron habitados por la aljama de
la Villa. También existió una judería, que primeramente estuvo situada
en torno al actual Teatro Real, y más tarde donde la actual catedral de la
Almudena. La victoria cristiana de Las Navas de Tolosa aleja definitiva-
mente la influencia musulmana del centro de la península. La ciudad va
prosperando y recibe el título de villa en 1123. Siguiendo el esquema re-
poblador habitual en Castilla, Madrid se constituye en concejo, cabeza de
una comunidad de villa y tierra, la comunidad de villa y tierra de Madrid.
En 1202, Alfonso VIII le otorgó su primer fuero municipal, que regulaba
el funcionamiento del concejo, cuyas competencias fueron ampliadas en
1222 por Fernando III el Santo.

TEMEROSA ABUELITA CHIQUITA

Siguiendo la ruta señalada por su esposo, dejó a su familia y su ciudad


natal para radicarse en la Argentina. Vivió confortablemente con su

115
esposo y su hijo hasta que la prematura defunción de su pareja la hizo
sentir temerosa y desamparada. Continuó viviendo muchos años bajo
la protección de su único hijo.

Abuela paterna de Yeyé


Marcelina Josefa López Bueno nació en
Madrid el 26 de abril de 1885, única hija
de Paulino López e Inés Bueno, madrileños
de larga tradición afincados en esta capital
por más de un siglo. Paulino era propieta-
rio de un tradicional comercio heredado de
sus padres, que le permitía disfrutar de una
holgada vida. Envió a su hija Marcelina a
estudiar en un tradicional colegio de mon-
jas hasta finalizar los estudios secundarios.
Precisamente para festejar la culminación de
los estudios y aprovechando los feriados del
tradicional carnaval decidieron realizar un viaje a Barcelona, el padre, la
madre y la hija, a quien tanto celaban. No sabían la sorpresa que les de-
pararía el paseo.

APLICADO Y PUNTILLOSO CONTADOR

Desde pequeño Jaime mostró la inclinación profesional en la que se


habría de destacar a partir de la adolescencia. Luego de casarse, emigró
en busca de un mejor y más promisorio horizonte, y de inmediato logró
sus objetivos con su conocida tenacidad y aplicación.
Lamentablemente, su vida se tronchó joven en un accidente en la vía
pública.

116
Abuelo paterno de Yeyé

Jaime Montserrat Mensa (31 de enero de 1881) acostumbraba a pasar


los fines de semana del verano en las playas y pasear con sus amigos por
el paseo de Las Ramblas que termina junto al puerto antiguo, donde la
estatua de Cristóbal Colón señala hacia el mar. A veces recorrían el Mu-
seo Marítimo, dedicado sobre todo a la historia naval en el Mediterráneo,
donde se exhibe la reproducción a escala real de una antigua galera de
combate. El museo está ubicado en los astilleros de la Edad Media, donde
se construían los barcos que navegaban por todo el Mediterráneo. En el
puerto antiguo existen otros atractivos: un centro de ocio con comercios y
restaurantes y un acuario de la fauna marina mediterránea.
Ese sábado de carnaval se encontraban Jaime y sus amigos realizando
el rutinario paseo, cuando se cruzaron con la familia López recorriendo
el mismo lugar. Eran los años en que Jaime cursaba sus estudios para
contador y gustaba de disfrutar el tiempo libre con sus amigos, que a esa
edad siempre estaban dispuestos a una nueva conquista. No se animó a
piropear a esa doncella que pasaba a su lado franqueada por papá y mamá,
pero ambos se cruzaron interesadas miradas. ¡Amor a primera vista! Con-
venció a sus amigos para que discretamente siguieran los pasos de esta
familia y se ubicaron en una mesa cercana a la elegida por ellos para beber
un refresco. Marcelina también estaba interesada en conocer más a este
joven y hablaba con un tono más elevado que de costumbre tratando que

117
este la escuchara desde la mesa contigua y así lo
enteró de donde irían a bailar esa noche. Jaime
se esmeró para presentarse lo más pulcro y ele-
gante posible y Marcelina hizo lo propio, derro-
chando el perfume francés recién regalado por
sus padres. Total, que bailaron toda esa noche y
las tres subsiguientes y al despedirse quedaron
en encontrarse en Madrid el domingo siguiente.
No pasó mucho tiempo hasta que Jaime se pre-
sentara a Paulino e Inés para solicitar la mano
de su única hija. Con gran dolor por los celos,
debieron aceptar.
Cada dos semanas Jaime viajaba a Madrid
para ver a Marcelina y al cabo de un año fijaron
la fecha de boda. Habían decidido casarse cuan-
do Jaime se recibiera de contador e inmedia-
tamente emprenderían el viaje a la Argentina,
donde Jaime ya tenía asegurado un puesto en la
empresa Bunge y Born, que en forma perma-
nente realizaba evaluaciones entre los estudian-
tes españoles. A la niña no le resultó sencillo
despedirse de sus padres, pero habían madurado
la decisión y ella se sentía muy segura y protegida por el marido. Desde el
año 1909 residieron en Buenos Aires, donde el 1 de septiembre de 1911
nacería su único hijo: Santiago Ángel.

EL PROTECTOR DE LA FAMILIA

Severo, disciplinado, formal, serio, austero, muy hermético, rasgo acentuado en


su paso por el Servicio de Información del Ejército (SIE); sin ocultar su for-
mación militar, de la cual estaba orgulloso, al fallecer su padre debió hacerse
cargo de su temerosa madre. La heredada vocación protectora lo hizo ayudar a

118
emplearse a sus familiares políticos. Muy activo y colaborador con familiares y
amigos, no disimulaba gustar de los halagos que pudiera recibir por sus acciones.

Padre de Yeyé

“Santiaguito” (había otro Santiago en la familia) decidió ponerse al


hombro a toda la familia política, además de su propia madre ( Josefa, “la
abuela chiquita”), su esposa y sus dos hijas, que se recibieron de maestras.
También era presidente de la cooperadora del colegio donde ambas estu-
diaron. Se encargó de orientar a sus cuñados, Carlos y Rodolfo Cebolle-
ro, para que se incorporaran a las Fuerzas Armadas y luego les gestionó
buenos destinos. A Santiago y Ana Cebollero, sus otros dos cuñados, los
hizo emplear en el Arsenal Esteban de Luca, donde él prestaba servicios,
uno como pintor y la otra como empleada de oficina. A Yeyé le consiguió
suplencias en la escuela donde presidía la cooperadora, Dora no quiso
ejercer la docencia y a mí logró incorporarme cómo vendedor de pinturas
Bull Dog, donde permanecí dos años y posteriormente como promotor
del semanario Economic Survey, donde luego pasé a la redacción de mer-
cados agropecuarios. Demasiada carga de familia.
Nunca tuve oportunidad de escuchar nada sobre los ascendientes de
sus padres. Su madre vivió con él hasta la muerte y de su padre solo escu-

119
ché algún comentario, para contar cuando cayó de un tranvía llevando un
tablero con luces que había inventado, o que habían vivido en Misiones,
cuando lo designaron contador de un obrador de Bunge y Born. Solo la
referencia para contar algún pasaje de su niñez en esa provincia a orillas
del río Iguazú.
Como si la historia de su familia comenzara con él. Pareció siempre un
tema vedado, pues nunca escuché a sus hijas hablar al respecto y en cambio,
sí contar con mucho detalle pasajes de la vida de la familia de su madre.
Acerca de la familia Montserrat no poseemos más información. El
padre de Yeyé solo les habló a sus hijas acerca de sus padres, quizás no
tendría mayor información más allá de ellos. Señalamos que en catalán
Jaime es sinónimo de Santiago y se repite por las tres generaciones que
conocemos. Contaba Santiago que de niño fue a vivir a Misiones, vi-
vían cerca del río donde pescaba y remaba, pero nunca aprendió a nadar.
Trasladados a Buenos Aires, Santiago logró un empleo estatal hasta la
crisis del año 30, cuando desempleado se incorporó al ejército. Se retiró
muy joven como suboficial mayor, computando dobles los años de golpes
militares, y continuó trabajando en el gobierno como encargado de per-
sonal en el Ministerio de Asuntos Políticos con el ministro Subisa, que
según parece fue quien vendió los terrenos donde se construyó la central
atómica de Atucha. Por alguna razón, quizás de polleras, este señor que
acostumbraba utilizar una pechera a prueba de balas, fue asesinado de un
certero balazo en la cabeza.
Durante el bombardeo a la casa de gobierno del año 1955, Santiago
resultó con fractura de columna; había quedado bajo una viga de cemen-
to y permaneció enyesado, internado en el Hospital Militar durante tres
meses. Contaba que, al quitarle el yeso, lo primero que hizo fue una fle-
xión para comprobar su estado físico. Luego de su recuperación, ingresó
a la actividad privada como jefe de personal en la fábrica de pinturas Bull
Dog, donde su segundo, abusando de su confianza, cometió un desfalco.
Santiago lo buscó durante un tiempo, cargando una pistola 9 mm. Por
suerte no lo halló.
Uno de los dos sueldos que cobraba, lo empleaba para pagar el al-
quiler del chalet que ocupaban en la calle Paraná, a media cuadra de la

120
estación Villa Adelina del ferrocarril Belgrano. Era la casa más impor-
tante de la cuadra, no sé si se justificaba ese desembolso, pero lo habían
elegido, la familia era feliz y lo disfrutaban. Siempre se autovaloró como
una opinión autorizada y su familia así lo consideraba, experimentaba la
necesidad de ser admirado y el que yo no lo admirara me generaba un
permanente conflicto con Yeyé.

FAMILIA MATERNA DE YEYÉ


CEBOLLERO – GHERSI

GÉNOVA

Génova

Génova (en italiano: Genova; en ligur: Zena) es una ciudad italiana,


capital de la ciudad metropolitana homónima y de la región de Liguria.
Es la sexta ciudad más poblada del país y la tercera del norte de Italia.
El área urbana cuenta con 850.000 habitantes y el  área metropolitana
genovesa, con 1.500.000. Desde sus orígenes, la vida de la ciudad estu-
vo unida a su puerto y a las actividades marineras, que fueron el punto

121
122
de referencia constante de toda su historia política y cultural durante la
famosa República de Génova. En el siglo pasado, Génova creció, absor-
biendo a 25 municipios del litoral y los valles; actualmente está dividida
en 25 circunscripciones y 71 unidades urbanas. Conserva algunas villas de
los siglos XVI y XVII. En la ciudad se encuentra el segundo acuario más
grande de la Unión Europea. En 209  a.C. la ciudad fue destruida por
los cartagineses y reconstruida luego por los romanos. En el siglo III fue
convertida en sede episcopal. Después de la caída del Imperio romano fue
ocupada por los bizantinos y, más tarde, por los lombardos. En el año 935
la ciudad fue tomada y saqueada por una flota sarracena. Durante la Edad
Media fue una de las Repúblicas Marítimas que se formaron en el Medi-
terráneo. Aliada con Pisa, Génova logró expulsar de Córcega y Cerdeña a
los  sarracenos; luego ambas ciudades se disputaron el control de estas
islas.

BISABUELOS DE YEYÉ

Los jóvenes Santiago Ghersi y Magdalena Garulla eran vecinos de la


ciudad de Génova, donde residían con sus padres, procedentes del in-
terior de la provincia. Una vida difícil marcada por un intenso trabajo
en el campo predecía que algún día abandonarían esa ciudad en la que
no se encontraban cómodos y vislumbraban que sería muy difícil lograr
un destino próspero. Las familias de sus padres habían viajado desde el
interior en busca de nuevos horizontes, pero la suerte les era esquiva y no
lograban afirmarse económicamente. Se habían criado muy cerca uno del
otro, pues eran vecinos en el campo y también en el nuevo destino de la
ciudad. Se querían y compartían los mismos gustos desde muy pequeños.
Muchas cavilaciones hasta que un día tomaron la decisión de casarse y
emigrar a la América que prometía un futuro más promisorio. En poco
tiempo pudieron establecerse en Buenos Aires y aquí comenzaron a forjar
una numerosa familia. Tuvieron que nacer primero dos varones antes de
lograr la anhelada nena, a la que bautizaron Amelia Emilia.

123
ARAGÓN

Aragón

Aragón, comunidad autónoma del norte de España, resultante del rei-


no histórico  del mismo nombre, comprende el tramo central del valle
del  Ebro, los  Pirineos centrales  y el  sistema Ibérico. En su  estatuto de
autonomía está definida como nacionalidad histórica. El Reino de Ara-
gón, junto con el Principado de Cataluña, el Reino de Valencia, el Rei-
no de Mallorca y otros territorios de Francia, Italia y Grecia constitu-
yeron durante siglos la histórica  Corona de Aragón. En 1982 se creó
la actual comunidad autónoma, compuesta por las provincias de Hues-
ca, Teruel y Zaragoza. En la actualidad, es una ciudad con gran carácter
comercial, conocida por su ornamentada arquitectura mudéjar, como la
que se puede admirar en la basílica de Nuestra Señora del Pilar de Za-
ragoza, que data de 1686. Su capital es la ciudad de Zaragoza, en la que
se concentran algo más de la mitad de los habitantes de Aragón. En la
Antigüedad, las contribuciones mediterráneas supusieron una actividad
comercial que constituyó un poderoso estímulo para la metalurgia del
hierro, fomentando la modernización del utillaje y del armamento in-
dígena, sustituyendo el antiguo bronce por el hierro. Hay presencia de
productos fenicios, griegos y etruscos. La mayor parte de la población se
dedicó a actividades agrícolas y ganaderas.

124
Bisabuelo de Yeyé
Miguel Cebollero, descendiente de un muy antiguo y excelente gran
productor de cebollas en España que dio origen al apellido, había naci-
do en Aragón; viajero impenitente, apenas logró la emancipación de sus
padres se largó a recorrer en forma permanente toda España. No hubo
provincia que dejara de conocer hasta que recaló en Valencia, atrapado
por una hermosa señorita que sería su esposa y la futura compañera de
sus continuos viajes.

VALENCIA

Valencia

Valencia,  capital de la provincia homónima y de la Comunidad Va-


lenciana. Por su población, es la tercera ciudad y área metropolitana más
poblada de España, por detrás de Madrid y Barcelona. Valencia fue fun-
dada por los romanos como colonia en el año 138 a.C. Varios siglos des-
pués, en el año 711, los  musulmanes  ocuparon la ciudad aportando su
lengua, religión y costumbres, como la implantación de sistemas de riego
y la introducción de nuevos cultivos. En 1238, el rey cristiano Jaime I de
Aragón reconquistó la ciudad, repartió las tierras entre los nobles que lo
ayudaron a conquistarla y creó una nueva ley para la ciudad, los Fueros
de Valencia, que se hicieron extensivos al resto del reino de Valencia. En
el siglo XVIII, Felipe V derogó los fueros como castigo al Reino de Va-

125
lencia por alinearse con los austracistas en la guerra de sucesión española.
En 1982 se instituyó a Valencia como la capital de la actual Comunidad
Valenciana, tal y como recoge el Estatuto de Autonomía. La ciudad está
situada a orillas del río Turia, en la costa levantina de la península ibérica,
justo en el centro del golfo de Valencia.

MIGUEL CEBOLLERO-VALENTINA BELLOC

Distinguida y bella dama, Valentina se casó con un compatriota de


otra provincia y se mimetizó con el espíritu viajero del marido. Des-
pués de varios años de andanzas y viajes de turismo, y otros por traba-
jos, aceptó la última aventura de su esposo: radicarse en la Argentina.

Bisabuela de Yeyé
Valentina Belloc oriunda de Valencia, ciudad portuaria ubicada en la
costa sureste de España, hoy famosa por la Ciudad de las Artes y las
Ciencias, con estructuras futurísticas, como el planetario, el oceanario y
un museo interactivo, fue la hermosa y elegante niña que atrapó al viajero
permanente que era Miguel Cebollero.

126
LOURDES

Lourdes

Lourdes (en occitano, Lorda) situada
L en las llanuras de Bigorre, al su-
reste del departamento de Altos Pirineos, en la región de Occitania, a una
altitud de 400 metros. Está bañada por el río Gave de Pau que procede
de Gavarnie. Desde el siglo XIX es un importante centro religioso católi-
co de peregrinación, ya que allí tuvieron lugar las apariciones de la Virgen
María a la niña Bernadette Soubirous.
Durante la Edad Media fue una población fortificada, cuya situación
geográfica hizo que fuese una importante plaza fuerte del  condado de
Bigorre. Después de la Revolución francesa de 1789, el condado de Bigo-
rre fue incorporado al nuevo departamento de Altos Pirineos; Lourdes se
hace cabeza de distrito de cantón en 1790. Se cuenta que cuando Carlo-
magno regresó de su incursión en tierras hispanas (después de la derrota
de Roncesvalles), puso sitio a la plaza de Lourdes, que estaba ocupada por
los musulmanes al mando de Mirat. La leyenda narra que durante el sitio
se vio volar por encima de la fortaleza un águila gigante que llevaba en
su pico una trucha enorme que dejó caer a los sitiados. Mirat recogió la
trucha y se la envió como regalo a Carlomagno, asegurándole que tenían
víveres suficientes para resistir el asedio. Carlomagno le creyó y envió a
su obispo Turpin a entrevistarse con el jefe de la fortaleza. El resultado
fue que el musulmán se convirtió al cristianismo y tiempo después fue
bautizado.

127
FELIZ COMERCIANTE

Hijo de españoles, nació en el sur Francia, donde vivió la familia por


poco tiempo. Desde pequeño estuvo radicado con sus padres en Buenos
Aires, donde conoció a quien sería su esposa por el resto de su vida. Con
la ayuda de sus padres estableció un almacén, pero no lo administró
con eficiencia, razón por la que hubo de venderlo. El momento de su
jubilación lo encontró trabajando como corredor de una bodega.

Abuelo materno de Yeyé


Mucho nos equivocaríamos pensando que el casamiento frenaría el
espíritu viajero y aventurero de Miguel. Muy por el contrario, el mucha-
cho logró despertar en la joven Valentina el mismo espíritu de aventura
que lo motivaba a viajar desde su adolescencia, y apenas se casaron co-
menzaron a revisitar las ciudades que Miguel ya conocía, hasta que reca-
laron en Lourdes, Francia, donde nació José su primer hijo. En la misma
ciudad tuvieron otros dos hijos que fallecieron al mes de vida, y entonces
decidieron su viaje trasatlántico, recalando en Buenos Aires con su pe-
queño hijo. Aquí el joven José Cebollero Belloc encontraría su destino.

128
RESIGNADA Y SUFRIENTE

Procedente de una familia de clase media, participó muy activamente


para consolidar un hogar de familia numerosa. Soportó estoicamente la
muerte de tres pequeños hijos en solo un año, pero no se amilanó y con-
tinuó luchando para lograr lo mejor con sus otros seis hijos, Compensó
con creces la apatía de su marido y llevó adelante su numerosa familia.

Abuela materna de Yeyé


Amelia Emilia Ghersi Garulla, hija de Santiago Ghersi (1842-1895)
y de Magdalena Garulla (1848); nieta de Agostino Garulla, fallecido en
Italia el 14 de noviembre de 1890, y de Ana Rossi, también italiana, des-
pués de una feliz infancia en la Argentina con sus padres y hermanos,
contrae matrimonio con el francés José Cebollero, con quien tendrán
nueve hijos.

129
UNA ABNEGADA MADRE

Después de años de sacrificio, pudo gozar de la comodidad que anhela-


ba, administrando en forma eficiente la economía familiar. Con amor
se dedicó al cuidado de la casa y la educación de sus dos hijas. Vivió
hasta casi cumplir 100 años, querida por sus hijas y nietos. Aplicó su
fuerte carácter para defender a su familia y ayudarlos en la medida de
sus posibilidades. La muerte de tres pequeños hermanos en un año le
dejó una indeleble marca imposible de borrar.
Magdalena Amelia Cebollero (el nombre de una hermana fallecida.
Yacente-Horizontal es cuando muere un niño y al próximo que nace le

130
ponen el mismo nombre. El que nace no tiene identidad. Los padres,
inconscientemente, todo lo que le dan se lo están dando al hijo fallecido;
también se llama “hijo de sustitución”).

Madre de Yeyé
Hija de José Cebollero Belloc (Francia, 4 de febrero de 1874-Buenos
Aires, 15 de abril de 1955), que vendió un negocio de almacén y luego
fue muy criticado por trabajar como vendedor de una bodega, con poco
esfuerzo, y Amelia Emilia Ghersi Garulla (Buenos Aires, 29 de junio de
1882-15 de octubre de 1957), descendiente de genoveses, con mejor posi-
ción socioeconómica que la familia de su marido; casados el 1 de diciem-
bre de 1900. Sus abuelos paternos fueron: Miguel Cebollero (Aragón)
y Valentina Belloc (Valencia). Los abuelos maternos: Santiago Ghersi
(Génova) y Magdalena Garulla (Génova).

“No sé exactamente cuál fue el incidente que hizo que se dejaran de


hablar”, dice Luz. Dora me contó que desde que era chica veía a las dos
cocinar en Villa Adelina, una al lado de la otra, sin hablarse. Resulta
que cuando los abuelos se casaron, ella protestó que no quería vivir
sola y entonces se la llevaron con ellos, pero Josefa no los dejaba solos.
Me contó la abuela que a la noche venía y decía que quería dormir con
ellos en la misma cama. El abuelo se enojaba y la abuela, para que no
pelearan, le decía que no hiciera más lío y que se quedara; pero a mí me
dijo: “¿A vos te parece? Una pareja joven tenía que hacer sus cosas y
esta mujer no nos dejaba solos”.

MONTSERRAT–CEBOLLERO

Magdalena siempre añoró una posición socioeconómica superior a


la que podía lograr, y entonces debía aparentar tener más de lo que en la
realidad tenía. Idealizaba a algunos familiares a quienes mencionaba con
frecuencia. Sus primas y tíos Oneto, propietarios de una fábrica de som-

131
132
breros, u otro tío (Lértora, que visitamos con Yeyé para participarles la
boda) que fue intendente de San Martín; eran “gente bien”, decía Magda-
lena. Una prima de buena posición, que vivía al lado del Círculo Italiano
en Caballito, fue asesinada por su jardinero por supuestos desencuentros
amorosos. Cuando su hermana Ana mencionaba que de soltera cosía para
terceros, ella lo negaba.

Magdalena contaba que Santiago Montserrat vivía cerca de su casa


y acostumbraba pasar vestido con su uniforme militar frente a su casa,

133
lo cual provocaba su admiración. Era el único militar en ese barrio, así
que, estudiando los horarios, podía ubicarse tras las rejas del jardín o en
la puerta de casa para ser vista por él en su trayecto. Era una chica muy
bonita y no pasó inadvertida por el joven Santiago, que muy pronto en-
contró una excusa para conversar y trabar una amistad que llevaría a un
noviazgo.
Magdalena se empecinó en realizar una fiesta de casamiento para
Yeyé, utilizando el dinero que había cobrado de herencia por la venta
de la casa de sus padres. Cuando se casó Dora, un año después, no hubo
fiesta de casamiento. Dora no quiso, y además Magdalena ya había gas-
tado el dinero recibido de la herencia, en el vestido y la fiesta de nuestro
casamiento. Yo nunca tuve una relación cercana con mi suegra, su perso-
nalidad no lo permitía. Ambos suegros generaban una distancia conmigo,
igual que la “abuela chiquita”.
Imagino que las dos familias nunca se integraron. Ni la mía ni la de
Yeyé mostraron interés en un mayor acercamiento familiar.

MARÍA ANGÉLICA MONTSERRAT

Siempre comentaba Yeyé que cuando ella nació, en el Hospital Mili-


tar, su padre estaba jugando al póker en casa de sus amigos. Fue muy bue-
na alumna, demasiado autoexigente, se recibió de maestra y ejerció como
tal hasta el nacimiento de Max. Heredó de sus padres una gran exigencia
y poca flexibilidad. Jorge Mayo, uno de mis compañeros de estudios, nos
invitó un día a su casa a cenar y al presentarnos a su esposa, Marta Mayo,

134
Yeyé le enrostró: “¿Marta Mayo? Vos me pusiste un 9”, en relación con
una calificación suya como estudiante del magisterio, con diez de prome-
dio. Yo no sabía dónde esconderme, pero ella estaba convencida de sus
razones y lo justo de su reclamo. Lo mismo repitió con María Luz, que
era abanderada en la escuela, una vez que obtuvo un 9 y le dijo: “¿Por qué
no te puso 10?”. No permitía equivocarse, y estas rigideces heredadas la
hacían muy exigente en su vida diaria.

Dora Beatriz Montserrat (18 de noviembre de 1944-11 de julio


de 1995) se recibió de maestra, pero nunca ejerció. Se casó el 5 de
marzo de 1964, a los 19 años, con Miguel Ángel Fulgenzi Rosell
( Junín, 21 de junio de 1937–Buenos Aires, 29 de julio de 1977)
No tuvieron descendientes. Miguel era hijo de Alejandro Fulgenzi
Zonti (a su vez hijo de Fortunato Fulgenzi y Anunciada Zonti) y
de Francisca Rosell Andreani, cuyos padres fueron Juan Rosell y
Rosaria Andreani.

Dora se casó un año después que Yeyé. Fue la forma de independi-


zarse de un hogar que no la comprendía. Tenía un pensamiento liberal,
mucho más moderno que sus estructurados padres: muy creativa y rebel-

135
de, enemiga del orden establecido. Miguel estudiaba Ciencias Económi-
cas en la UBA y trabajaba como vendedor de máquinas Burrough. Muy
buena persona, con ansias de progreso económico. Comenzó a vender las
rifas del Club La Pampa de Chivilcoy, hasta convertirse en socio de su
distribuidor exclusivo, Tossiani. Ganó mucho dinero y me prestó cuando
yo necesité para cambiar de casa. Era propietario de oficinas y departa-
mentos en Mar del Plata, producto del negocio de las rifas. Muchas veces
nos prestó algún departamento de Mar del Plata para veranear. Constru-
yeron su casa en el barrio Santa Rita, de San Isidro, y Dora se enamoró
del arquitecto que construyó la piscina. Al poco tiempo del idilio, este
hombre le comunicó que iba a casarse con su novia, traición que Dora
no pudo elaborar. Miguel, quizás a causa de sus desencuentros amorosos,
decidió suicidarse de un tiro en la cabeza. Su madre, Francisca, lo encon-
tró agonizante en su departamento. Dora comenzó a beber y tuvo varios
episodios graves de delirium tremens con internaciones psiquiátricas. Un
desastre. Estableció una muy mala relación con Carlos Nazar hasta poco
antes de su muerte. Carlos no era una buena persona, le pegaba y tenía
una forma de vida muy distinta a la familia de Dora. Contrabando, sa-
ca-presos, clasificador de mercadería robada a los camiones en la Pana-
mericana, junto con un hijo de Melchor Posse, intendente de San Isidro.
Dora falleció en una operación de cáncer de garganta, a consecuencia
de una mala praxis. Yeyé estaba sola acompañándola en el sanatorio don-
de fue operada. Fue un duro golpe para Yeyé, que en ese momento yo no
comprendí. Su padre ya había fallecido y ella tomaba la responsabilidad
de velar por su madre, su tía Ana y su hermana, mientras que yo pensaba,
equivocadamente, que era bastante responsabilidad cuidar y hacer crecer
a nuestros cuatro hijos. Mi tío Rómulo Pedro Sagreras me había incul-
cado que la familia eran los cónyuges y los hijos, y yo había adoptado ese
criterio. Tarde aprendí que cuando alguien se casa recibe a toda la familia
del cónyuge.

136
FALTA ARBOL DIBUJADO

137
138
APÉNDICE

Para completar la historia de las ocho familias que se encontraron


para que yo pueda hoy relatar a mis hijos/as y nietos/as su trayectoria,
tenemos que incluir a sus descendientes directos, o sea, encontrarnos
con mis tíos/as y primos/as que me acompañaron en esta trascendental
aventura que es la vida. No sería un recuerdo cabal de las familias que
nos precedieron si no los incluyéramos, de manera que los recordaremos
volcando en las páginas siguientes la versión personal de mis recuerdos,
que será siempre una visión subjetiva desde mi punto de vista. Algunas de
las intimidades fueron presenciadas o escuchadas personalmente y otras
contadas por algunos de los personajes incluidos en el relato. A todos
los recuerdo con mucho cariño y los iré presentando agrupados en las
distintas unidades familiares, primero la rama materna y luego la paterna.

139
TÍAS Y PRIMOS MATERNOS

FLORINDA RUSSO-ALFONSO DAMIANI

Florinda
Hijos: Vicente, María, Teresa, Inmaculada.
Florinda (io vado cul anno, decía tía Fiurina)
Comenzaba el siglo XX; un día después del fa-
llido atentado en París contra el Shah de Persia
y unos días antes del fallecimiento de Friedrich
Nietzsche; el 3 de agosto de 1900 nace Florinda,
la mayor de las hijas sobrevivientes de Magda-
lena, quien entonces tenía 28 años. Italia tenía
una población de 32 millones de habitantes.
Desde el día en que su madre se embarcó
con destino a la Argentina, estuvo pupila en

140
un colegio de monjas, donde recibió su educación. Se casó con Alfonso
Damiani (quien fue preso por un homicidio y falleció en prisión) y tuvo
cuatro hijos paganeses. Se cuenta que Alfonso era exageradamente celoso
y no la dejaba salir de su casa sola, la acompañaba hasta para colgar la
ropa lavada.

Vicente (Enzo), que después de aguantarse pupilo en el colegio La-


sallano Bartolo Longo de Pompeya, donde recibían chicos con proble-
mas familiares como el suyo; durante la
Segunda Guerra Mundial lo enviaron al
frente como telegrafista y fue prisionero
de guerra en medio de las nieves rusas,
hasta que logró escaparse; María, callada y
simple, una hormiguita trabajadora; Tere-
sa, que llegó a la Argentina junto con Ma-
ría cuando Enzo reunió el dinero para los
pasajes, pocos meses después de su arribo
a Buenos Aires; María Inmaculada, “Titi-
na” (13 de octubre de 1935), con el nom-
bre de la tía materna emigrada a EE.UU. Florinda y Alfonso Damiani.
que vino poco después con su mamá y sus
hermosos quince años, trayendo un juego
de naipes con el que entretuvo a muchos
pasajeros durante todo el trayecto, rumbo
al destino anhelado. Para este momento,
ya eran tres trabajando para comprar los
pasajes de la mamá y la hermana menor.
Toda la familia nuevamente reunida en
la calle Villarroel 1328. En poco tiempo
el nono vio su sueño cumplido; era el año
1951.
Estamos en 1952 y Teresa, muy bonita
y simpática, rápidamente aprendió a ha-
blar en español. A veces traducía literal-

141
mente los dichos de su pueblo, como la vez que mi mamá iba a acostarse
engripada y ella la despidió con el deseo de “que se levantara como un caba-
llo”. Comenzó a trabajar y se puso de novia con Oscar Ale, “Cacho” (24 de
noviembre de 1932), a quien apodaban Carlos Thompson por su parecido
con un galán del cine argentino de esa época. Cacho vivía en la vereda de
enfrente de casa y era hermano de mi amigo Roque; además tenían dos
hermanas hermosas a quienes apodábamos “las Divito”, porque vestían
a la moda como los dibujos que hacía Divito en la revista Rico tipo. Los
chicos salíamos a la puerta para mirarlas por las tardes cuando salían de
paseo.
(Las veo saliendo de su casa ubicada al lado del ferrocarril y cruzar las vías
hacia el andén, para ir a tomar el subte en Dorrego).
Otros dos varones uno de los cuales era un muy buen cantor de tan-
gos llegó a cantar en la radio.
Tía Florinda nunca soñó que podría volver a juntarse con sus padres;
había encarado la vida en ese pueblito y allí soportó las miserias de la
guerra (y de su marido). “María, a mi me piace la avenida del libertadore”, le
decía a mi mamá, una vez afincada en Buenos Aires. Fue muy impactante
su llegada y el encuentro con su madre después de tantos años.

Enzo y Delcia con primos y primas.

Los hijos de Florinda se van casando y dejan espacio libre en la casa


de Villarroel. Primero, el 14 de febrero de 1955, el casamiento de Enzo
con Delcia Hernández, oriunda de Corrientes, su primera novia conocida
en la Argentina, una compañera de trabajo que venía endosada con un

142
“primo” de aspecto poco confiable –de quien todos sospechábamos algo y
mirábamos de reojo con cierto temor–, que quiso despedirse de su prima
la noche de bodas y estuvo más de lo prudencial en la habitación de la
terraza, donde se cambiaba la novia. Rumores y cuchicheos, pero nadie se
animó a otra cosa. Al poco tiempo, Delcia contó que había sido víctima
en un tiroteo cuando iba a tomar sus tareas en la fábrica y había recibido
un tiro en la pierna que la dejó coja. El relato es versión oficial, aunque
dudáramos. De este matrimonio nació una hija hermosa, Marisa, una so-
brina a quien yo no conocí. Me enteré del final de Enzo luego de que se
despidiera de esta vida. Una vida muy sacrificada para un excelente mu-
chacho, trabajador y voluntarioso como no conocí otro en la familia. El
nono mandó construir una habitación para cuando Enzo llegara de Italia.
Encontró trabajo inmediatamente en una fábrica textil a dos cuadras de
la casa. Primero se fabricó algunas herramientas con las que luego traba-
jaría en el banco de carpintero que fabricó con esas mismas herramientas.
Haría, por ejemplo, un bastidor forrado con tela para pintar un cuadro,
al que también le pondría el marco construido por él mismo después de
pintar el paisaje. Un ejemplo de trabajo y dedicación.
María se casó con José (parece bíblico), se mudó a San Justo, nos
enteramos que tuvo dos hijos: Marcelo y Vilma, y no volvimos a tener
noticias suyas.

Teresa, Martha, yo, Alberto, Cristina, Cacho, Ana María (31 de agosto de 2019).

143
Teresa se casó con Oscar Ale, “Cacho” (1 de octubre de 1957) y se que-
dó a vivir en Villarroel 1328. Tuvieron dos hijas –Liliana y Silvana– y la
desgracia hizo que una de ellas fuese asesinada de un balazo por su pareja,
que seguidamente se suicidó en un bar cercano a la casa; un militar con
quien convivía y tenían un hijo. Aunque ninguna familia merece tamaña
desgracia, esta menos que ninguna lo merecía.

Titina se casó con Carlos García, también vecino del barrio, diseñador
de moda. Tuvieron un hijo, Edgardo, que se radicó en Inglaterra y una
hija –Patricia– tan hermosa como la madre.

La vida en la ciudad nos distancia, cada uno vive sus problemas y


dejamos de vernos con nuestros afectos.

EMILIA RUSSO-BRUNO PAPALEO

Emilia
Hijos: María Elena, Emilio Bruno, Ro-
berto Bruno. Emilia (15 de abril de 1902-31
de mayo de 1974) dos años menor que Flo-
rinda, había quedado en Pagani al cuidado
de un hermano de su padre y su esposa,
quienes aprovechaban para que los ayudase
en las tareas hogareñas y en las tareas del
campo. No fue tratada con cariño por sus
tíos, hasta que los abuelos pudieron reunir
lo suficiente para traerla a su casa. Ya tenía
dieciocho años y viajó con otros paisanos.
Se observa fácilmente la distinta educación
a la que tuvieron acceso las dos hermanas
que quedaron en Italia y se me ocurre hacer

144
una comparación con mi propio caso y mis hermanos, como veremos
más adelante.
Apenas llegada a Buenos Aires, su madre, Maddalena, la conmina a
buscar trabajo, porque dice no contar con los medios suficientes para ocu-
parse de los gastos que ella ocasionaría. Emilia, recién llegada de su sufri-
da permanencia con su tía, en Pagani, comienza a trabajar en la Fábrica
Argentina de Alpargatas. Allí conoce a Bruno Papaleo, que trabajaba en
la misma fábrica en el área de mantenimiento.
Por su parte, Bruno había emigrado de Calabria con sus dos herma-
nos, Francisco y Rafael. Inicialmente, los tres obtuvieron trabajo en tareas
de campo en Los Toldos. Después de recoger varias cosechas manual-
mente, con los elementos con que se contaba en esa época, Francisco y
Bruno partieron para Buenos Aires y Rafael volvió a Calabria a buscar a
la novia que había quedado allí. Se casaron y se radicaron en Los Toldos,
donde construyeron su vida, sus afectos, su campo, su familia.
Emilia se casó con Bruno Papaleo (17 de septiembre de 1886-27 de
octubre de 1973), que luego consiguió trabajar como cuidador en el ce-
menterio de la Chacarita. De este matrimonio nacieron María Elena,
Emilio Bruno y Roberto Bruno, mis primos. Emilio es cinco años mayor
que Roberto, y este apenas seis meses mayor que yo, de manera que cuan-
do nos mudamos a Lourdes, a seis cuadras de su casa, Roberto y yo pudi-
mos compartir buena parte de nuestra adolescencia.

Chuli y Osvaldo. Los nonos.

145
María Elena, “Chuli” (17 de diciembre de 1926-3 de agosto de 2016),
a su vez se casó con Oscar Osvaldo Bataglia (20 de septiembre de 1926-
17 de noviembre de 2013), muy bueno, trabajador y habilidoso. Tuvieron
una hija, Ana María (5 de enero de 1953), que se casó con Nicolás Pablo
Suárez (24 de enero de 1952). Adoptaron a Alejandro Damián Suárez (12
de junio de 1979). Después de vivir unos años con los padres de Chuli,
Chuli y Osvaldo se mudaron a dos cuadras de la casa de mis viejos, luego
de que mi papá les insistiera mucho para que hicieran la operación, y allí
están todavía. Constituyeron un cerrado núcleo familiar que llamaba la
atención por lo afectuoso. Siempre unidos hasta que el tiempo no pudo
esperar más y se llevó primero a Osvaldo y luego a Chuli. Los extrañare-
mos siempre. (Las fechas exactas que transcribimos fueron provistas por Ana
María, quien atesora la información de esta familia).
Emilio Bruno (17 de septiembre de 1932) segundo hijo, de profesión
matricero. Cinco años de diferencia son muchos en la adolescencia. No
compartimos tantos momentos como con su hermano Roberto, de mi
edad. Emilio se casó con Lidia Gam-
baraberri “Lily” (25 de septiembre de
1935); con contratiempos generados por
los bombardeos a Plaza de Mayo que se
produjeron durante ese lapso. Tuvieron
tres hijos y seis nietos y bisnietos. Clau-
dio Raúl (21 de octubre de 1956), casa-
do con Mirta Caccialdora; Silvia Beatriz
(1 de junio de 1959), casada y separada
de Guillermo Horacio Petty. Melina Fer-
nanda (3 de junio de 1976), casada con
Pablo Petroni (31 de diciembre de 1977).
Qué susto nos dimos cuando, estan-
do de visita Emilio con Lily y Claudio
bebé, Emilio me pidió mi pistola re-
glamentaria de policía conscripto y la
Roberto y Ernesto desarmó creyendo que no tenía carga en
(28 de octubre de 1954). la recámara, y tenía…

146
Luego de muchos años de casados, Emilio y Lily compraron un de-
partamento frente a la estación de Santos Lugares y, una vez finalizado,
Lily decidió quedarse a vivir sola en él y visitarlo a Emilio en su casa. Este
lo lamentó, solo en su casa y con problemas de salud y vida rutinaria.

East is east and west is west 


and the wrong one I have chose 
Let’s go where they keep on wearin’ 
those frills and flowers and buttons and bows…
“Buttons and bows”. J.Livingston/R.Evans

Roberto Bruno (12 de febrero de 1937), el más cercano de mis primos,


trabajó desde muy chico en la zapatería Avolio de la Avenida La Plata,
en Santos Lugares, y fuimos bastante compinches, compartiendo horas
ociosas y algunas salidas. Sin mucha convicción, intentamos inútilmente
aprender a patinar, zapateo americano, cantar en inglés o gimnasia en
aparatos. Recuerdo lánguidas tardes haciendo flexiones en una barra, en
el fondo de la iglesia de Lourdes y también en el Racing Club de Villa del
Parque, o la vez que los Reyes Magos me trajeron la pelota de futbol nú-
mero 5 con tiento, que terminó sus pocos días de vida entre las dos ruedas
traseras del colectivo 143 en la puerta de la casa de Roberto en la Avenida
La Plata, y nunca más pude volver a tener una pelota de cuero. Tiempos
pobres, cuando fabricábamos pesas con un caño encontrado y dos latas de
aceite de cinco litros rellenas con cemento y piedras. Mis patines habían
sido de algún hermano de papá y mi bicicleta verde (La Federico a pedal)
había sido de mi primo Choli. ¡Éramos tan pobres…! La letra en inglés
y la fonética de “Botones y moños” me la facilitó algún compañero del
nacional y era lo único que podíamos cantar en ese idioma.
Roberto ensayó trabajar el puesto de flores que había dejado vacante
el nono, pero la experiencia no resultó y retornó a su anterior ocupa-
ción en la zapatería Avolio, donde podía tocar las piernas de las chicas.
Antes, ese puesto de flores había querido tomarlo yo, pero mi papá se
opuso fuertemente, porque decía que adoptaría el vicio de jugador. Con
Roberto frecuentábamos los bailes de Defensores de Santos Lugares y

147
la Institución Sarmiento, donde conoció a quien sería su esposa, Alicia
Beatriz Inza (2 de marzo de 1940). Una vez casados, la esposa no cultivó
una relación cercana con sus familiares y amigos. Suele pasar, uno solo ve
la paja en el ojo ajeno. En medio de la fiesta de casamiento, para hacer
una broma los primos lo raptamos y lo llevamos en auto un rato hasta la
confitería en la que pasábamos largas tardes en la Avenida La Plata. A su
esposa le dio un ataque incomprensible que nos alejó por muchos años.
Decía que lo habíamos secuestrado. “Todavía no sé qué me llevo”, dijo él,
como si estuviera comprando un objeto, y a la familia de la novia no le
cayó muy bien la broma. Cuando regresábamos, después de haber bebido
una gaseosa y una vez concluida la inocentada, a un tío de Alicia que se
acercaba amenazadoramente con alguna copa de más, lo madrugó una
certera trompada en la cara lanzada por mi amigo Teguee, quien entonces
era novio de mi prima Alicia Rosa Papaleo. Nos fuimos de la fiesta apre-
suradamente. Nunca nos reunimos para aclarar esa situación.
Alicia, la esposa de Roberto, no podía embarazarse y recurrió a un
médico que la trató y finalmente lo logró; así nació José Luis (9 de octubre
de 1966). A las coincidencias en la vida muchas veces no les encontramos
explicación. Años después, no podía dar crédito a la noticia cuando supe
que el médico que la ayudó a tener el hijo que tanto deseaban, y a quien le
guardaban un agradecimiento eterno, casi endiosado, era mi tío Rómulo,
el doctor Sagreras, esposo de mi tía y madrina Amalia, hermana de mi
papá. Ellos ignoraron el parentesco durante el tratamiento. De Rómulo
hablaremos a su turno.
Después de muchos años de trabajo, finalmente Roberto pudo insta-
lar su propia zapatería en la calle Alvear de Villa Ballester, con tan mala
suerte que una noche le robaron la mejor mercadería y no pudo continuar
con el negocio, que no estaba asegurado.

148
ROSA RUSSO-FRANCISCO PAPALEO

Rosa
Hijos: Florinda María, Andrés Rafael, Francisco Héctor, Alicia Rosa. Ro-
sita (21 de enero de 1908-12 de febrero de 1962) llegó a la Argentina con
su madre a los 2 años. Era mucho más tímida, no había tenido la expe-
riencia de Emilia que hasta los 18 años había vivido en casa de una familia
ajena ayudando en los quehaceres domésticos y endureciendo su carácter.
Rosita se puso de novia con Fran-
cisco Papaleo, hermano menor de Bru-
no. Fue una boda acordada a raíz de
que Francisco le compró a mi abuelo
Rafael unos terrenos en Villa Bosch.
Francisco trabajaba con su her-
mano en la administración y cobranza
de las sepulturas cuidadas. Se casaron
y aunque ella continuaba sin tutear-
lo, tuvieron cuatro hijos. Buena pro-
ducción la de Francisco, que además
arrastraba fama donjuanesca. Falleció
de un paro cardíaco. La familia de la
tía Rosita se había mudado de la casa
de la calle Andonaegui, en Parque
Chas. Recuerdo una casa amplia, con un patio grande, un gallinero en el
fondo, como correspondía en esa época, y un negocio de librería y merce-
ría que atendía Rosita. Tenían cuatro hijos: Florinda María (Tití), Andrés
Rafael, Francisco Héctor (Choli) y Alicia Rosa, pocos años menor que yo.
Cuando Alicia creció e ingresó al colegio secundario, Roberto y yo
comenzamos a frecuentarla más, porque algunas amigas ya tenían 15
años o más y mis amigos y yo, alrededor de 18.
Estuvo bastante tiempo de novia con mi amigo Teguee, que aún la
añora.

149
Tití (27 de noviembre de 1927-30 de diciembre de 2017) se casó el 28
de octubre de 1954 con Julián Fabio Quintero, “Toto” (apodado “Sionca”
porque decía pertenecer a la “Sioncatólica Argentina”) y tuvieron dos hijos
varones: Mario Héctor y Daniel Eduardo. Uno de ellos se fue a vivir a Brasil.

¡Ha visto señora que poca vergüenza,


vestirse de blanco después que pecó!
“Padrino pelao”. Tango. J. A. Cantuarias / E. Delfino)

Andrés, que estudió en una escuela de artes y oficios, se casó con Bea-
triz Rosa Elía (“Betty”), que vivía a tres cuadras de mi casa, frente a la casa
de mi amigo Teguee y tuvieron a Graciela Beatriz pocos meses después
de la boda. Fue la comidilla de la familia. Oí a mamá y tía Rosita criti-
car cómo los padres dejaban a la chica sola en su casa, estando de novia.
Otros tiempos, otras costumbres que hoy no se critican. Luego llegaron:
Juan Carlos, con síndrome de Down, quien falleció de pocos meses, Nor-
berto y Mariela (17 de diciembre de 1968).
Choli se casó con Elena Bordón; tuvieron dos hijos: Marta Cristina,
casada con Héctor Antonio Palacios, y Gustavo, quien parece que fue poco

Choli y Elena con primas. Choli y Elena con tías.

150
comprendido por sus familiares en su inclinación sexual. Finalizó inter-
nado en Open Door por adicción y Choli falleció de cáncer.

Alicia Rosa (20 de mayo de 1941) se casó y separó de Carlos Freedman.


Tuvieron dos hijos: Pablo y Hernán, a quienes no conocí. Alicia sufrió
una operación de un pecho. En su fiesta de casamiento, posterior a la de
Roberto, acordamos no hacerle otra broma a Carlos similar a la del primo
Roberto; no queríamos repetir la angustiosa experiencia.

Recuerdo sus años de estudiante compartiendo algunos “asaltos” es-


tudiantiles con sus compañeras/os; Alicia no finalizó de cursar el secun-
dario.
Al resto de los primos, todos muy trabajadores y muy queridos, siem-
pre los recuerdo con mucho cariño. Muchos ya se fueron y hoy quedamos
pocos para convocar recuerdos.
Emilia y Rosa construyeron sus casas en Santos Lugares, Avenida La
Plata y Sara, separadas por una medianera, con una puerta en el fondo
que las comunicaba.
Años más tarde, papá construyó la suya en Sara 1097, a seis cuadras
de distancia de ellas.
No era casualidad que las hermanas vivieran cerca, como quería su
padre. Pero la cercanía física no asegura la armonía y la convivencia. Nun-
ca oí discutir a las tres hermanas, ni hablar una a espaldas de la otra, pero
más de una vez oí cuestionar cómo podía ser que trabajando juntos, un
hermano había hecho tres casas y el otro cuatro casas más la compra a
mi abuelo de dos lotes de terreno en Villa Bosch. La familia sospechaba

151
porque Francisco, que sabía leer y escribir (Bruno era analfabeto) reali-
zaba las cobranzas del trabajo de ambos hermanos en el cementerio de
Chacarita y distribuía los ingresos. Finalmente pudieron comprobarlo,
fallecido Francisco, cuando lo sucedió su hijo Andrés en el trabajo y la tía
Emilia comenzó a recibir mayor cantidad de dinero por el mismo trabajo.
Me consta que las dos familias trabajaron mucho y ahorraron todo
lo que podían. Emilia con su espíritu de sacrificio iba caminando desde
su casa, en Kmkm. 7, hasta la feria de Avenida América y General Paz.
Aprovechaba las frutas y las verduras que dejaban los puesteros al cierre y
rehacía el camino cargando sus dos bolsas de mercadería un kilómetro y
medio. Ahorrando de esta forma, y ayudando en la construcción de esas
tres casas, dos alquiladas le aseguraban una merecida vejez sin sobresaltos.
La última fue la cómoda casa de Avenida La Plata, donde se quedaron a
vivir después de casados Chuli y Osvaldo primero, Emilio y Lily después
y finalmente, Roberto y Alicia. Esa es la casa que yo frecuentaba para bus-
car a Roberto. Muchas veces en invierno jugábamos al truco en la cocina,
con mi primo Roberto y su padre, el tío Bruno, a quien yo quería mucho,
y también Romano Sorrentino, un vecino italiano de nuestra edad. Ro-
mano era ebanista y tocaba batería. “Por el río Paraná viene navegando un
‘pioco’, con un hachazo en el ‘oco’ y una flor en el ‘ocal’”, cantaba tío Bruno,
mientras degustábamos las exquisitas aceitunas negras que preparaba tía
Emilia. Siempre los recuerdo con mucho cariño. La tía Emilia era muy
dulce, hablaba con mucha ternura.

VICENTE RUSSO - ANA DELLA ROCA

Vicente llegó de sorpresa a la casa de Villarroel 1328 en el año 1950


con su amigo Alfredo. Habían estudiado en Italia algo como tenedor de
libros, pero contaban que era imposible conseguir trabajo después de la
guerra. Pasaban el día en la plaza, iban a sus casas a almorzar y regresaban
a la pobre plaza, que yo conocí muchos años más tarde. Una pequeña pla-
za seca, frente a una iglesia. Se quedaron a vivir en casa, en un cuartito de

152
2.50 x 1.20 metros con techo de chapa, lindero a nuestra cocina. Alfredo,
el amigo de nuestro familiar, perteneciente a una familia de clase media,
no soportó el cambio y regresó a Italia antes de un mes.
Vicente Russo cuando estuvo ubicado y consiguió trabajo en Buenos
Aires, se casó por poder con la novia que había dejado en Italia, Anna
Della Roca, hija de Alfonso Della Roca. Tuvieron tres hijos varones: Loren-
zo Alfonso (el padre bromeaba y le decía Lorenzo Escurra Medrano, un
martillero conocido de la época, a quien Vicente veía como un personaje
importante), que a su vez tuvo dos hijos, Milba y Emiliano; los otros dos
hijos de Vicente y Ana se llaman Luis Pedro y Pedro Pablo Norberto, a
quienes no he vuelto a ver. Todos los hijos recibieron los nombres de sus
tíos abuelos. Habrá que continuar investigando si deseamos conocer más
sobre la familia del nono. A la familia de Vicente la recuerdo con pro-
fundo cariño. Compartimos muchos fines de semana en la casa de mis
padres que, aunque no era muy grande, rebosaba hospitalidad y calidez.
“Zía, mi piace venire quí perque me discanso”, le decía Ana a mi mamá. A
mamá no le gustaba nada, porque la que trabajaba era ella, pero lo hacía
con gusto. Lorenzito era pequeño cuando se asustó al verme durmiendo
con la cabeza tapada con la almohada y corrió a decirle a mi mamá que
yo ¡dormía sin cabeza!
Pagani, pueblito que parece emergido de una película del neorrealis-
mo italiano, al conocerlo no pude entender cómo se podía vivir allí, en la
Via Lamia 29, donde enviaba la correspondencia mi mamá a su hermana
mayor “Fiurina”, a quien no conocía. Contaban que la calle vecina era la
Via de San Francisco, donde “botábano le piyadure per la finestra”, como
para ilustrar la educación del pueblo (aunque esto fue muy común hasta el
siglo XIX, razón por la cual se adoptó la galantería de ceder el lado de la
pared a las damas. En español, al grito de “¡Agua va!”, arrojaban el líquido
por las ventanas). En 1980 estuve en la Via Lamia 29, golpeé la puerta de
calle. Como nadie respondía, la abrí y me encontré con un amplio espacio
de tierra y construcciones en dos plantas a su alrededor; nadie salió a ver
quién era el intruso que golpeaba las manos.

153
TÍOS Y PRIMOS PATERNOS

Dado que conviví mucho tiempo con ellos, sobre estos tíos me extenderé
con mayores detalles que con el resto de mis familiares. La descripción y los
atributos son de mi entera responsabilidad.

Hugo
Haragán...
Si encontrás al inventor
Del laburo, lo fajás...
“Haragán”. Tango. M. Romero/E. Delfino)

154
Hugo Guillermo Firmenich (1 de septiembre de 1906), el mayor de los
hermanos, fanático hincha de Boca, fumador empedernido, falleció de un
paro cardíaco antes de los 60 años. Por lo que yo escuché, su historia no
es lo más rescatable de la familia. Cuando aún no tenía 18 años le reclamó
la herencia a su padre, que lo sacó carpiendo. Nunca fue afecto al trabajo,
decían que era holgazán; no trabajó ni estudió. Para hacer política instaló
un comité radical, del cual le quedaron algunas relaciones. También le-
vantaba quiniela clandestina.

El día del casorio, dijo el tipo ´e la sotana:


“El coso debe siempre mantener a su fulana”
Y vos interpretás las cosas al revés...
que yo te mantenga, es lo que querés...
“Haragán”. Tango. M. Romero/E. Delfino)

Sabía que su tío Egón, el hermano mayor de su padre, se había casado


con una mujer que lo mantenía, por lo que, también como hermano ma-
yor, imitando ese comportamiento, decidió viajar a Comodoro Rivadavia
para procurar una mujer que trabajaría para mantener el hogar y no tener
que trabajar él.
Así convenció a Ernestina Como, “Blanca”, una simpática genovesa
que residía allí y la trajo a Buenos Aires para usufructuar sus ingresos.
Ubicó una cama en la trastienda del negocio de su padre y allí se que-
daron a vivir. La hacía trabajar y siempre le pegaba cuando regresaba.
Si traía poco dinero, porque no había trabajado lo suficiente, y si traía
bastante, por haber disfrutado demasiado. Esto es lo que escuché algu-
na vez en radio pasillo, porque yo siempre estuve muy atento a las con-
versaciones de los mayores (“Hay ropa tendida” o “Hay moros en la costa”6,
decían entonces para denotar que había alguien que no debía escuchar la
conversación). También mamá, que parecía muy reservada, algunas veces,
como en secreto, me contaba intimidades. Finalmente, luego de muchos

6
Viejísimo dicho de los tiempos en que los árabes (moros) dominaron España.

155
años de convivencia se casaron, recuerdo la escena mostrando la libreta de
casamiento en casa de abuelito. Hugo puso una inmobiliaria como panta-
lla de prestamista. Siempre llamó mi atención que tenía callosidad en los
codos, como consecuencia de estar siempre acodado en los apoyabrazos
del sillón, mientras que mi papá tenía durezas en los dedos, producto de
su trabajo en la pulidora. No le fue tan mal en la vida, ya que tenía su
casa propia en la avenida Olazábal y Constituyentes, auto, un tercio de
la casa quinta de Mariano Acosta, estaba abonado a la platea de Boca
Juniors y fue socio de sus hermanos Héctor y Osvaldo en la fabricación
de casas prefabricadas de madera “El nido de hornero”, donde yo trabajé
un tiempo.
“Chacarera, chacarera, chacarera de Ayacucho / se comieron los con-
fites me dejaron los cartuchos”, cantaba en Mariano Acosta, acompañado
por la guitarra a la que le arrancaba muy desafinados rasgueos. Alguna
vez, mientras roncaba la siesta, los hermanos le pintaron la cara con un
corcho quemado y nosotros festejamos la travesura mientras él se enojaba.
Blanca fue una buena esposa que lo acompañó hasta el final. Cuando
enviudó, se unió a un señor que trabajaba como pizzero y vivió feliz el
resto de sus días, recompensa por una vida tan dura, hasta que ambos mu-
rieron casi simultáneamente. Como repito en muchos párrafos, papá era
pobre y cuando nació mi hermano Arnaldo todos pensaban que no iba a
poder mantener a tres hijos. Fue cuando Hugo y Blanca les propusieron a
mis padres inscribirlo como hijo suyo. Inadmisible para mis padres.

Ernesto

Ernesto y Otto Ernestito

156
Ernesto Otto Firmenich (12 de febrero de 1908-21 de enero de 1974)
nació en el año de la inauguración del Teatro Colón con la representación
de la ópera Aída. Mi padre era el segundo y más respetado de los herma-
nos. Falleció de un paro cardíaco a los 66 años. Sufría de presión arterial
como toda su familia. Comía cabezas de ajo enteras para bajar la presión,
pero parece que era solo un mito que le producía una fuerte transpiración,
pero no una medicina que funcionara para bajar la presión arterial. Su
madre, la tía Aída y el hermano Hugo habían fallecido de igual forma.
Tuvo un ACV del que pudo recuperarse, hasta que un día dijo basta. En
otro párrafo comento cómo me informó mi suegro sobre el deceso. Cuan-
do llegué a su casa ya estaban mis tíos Héctor y Osvaldo, y este último
me detuvo para que no entrara al dormitorio donde mi padre yacía en su
cama. Obedecí, pero siempre me quedó la pena por no haber podido dar-
le un último adiós en su lecho, donde descansaba después de una vida tan
sacrificada. El 11 de abril de 1935, a los 27 años, se casó con María Russo.

Armando
Armando Alberto Firmenich (20 de diciembre de 1910)
era rústico, rudimentario, a veces tartamudeaba, con forma-
ción de operario metalúrgico, de carácter agrio, se casó con
Zulema Sagreras después que dos de sus hermanos (Amalia
y Enrique) hicieran lo propio con otros dos hermanos Sa-
greras (Rómulo y Zarina). Tuvieron un hijo que falleció de
un falso-crup a los pocos meses de haber nacido. El segundo hijo también
falleció de muy pequeño.
En esa oportunidad Armando, desesperado, golpeaba la cabeza con-
tra la pared. Al verlo en ese estado, su hermano Enrique, que vivía en la
misma casa, levantó a su hijo Claudio de la cuna y lo puso en sus brazos.
“Tomá, es tu hijo”, le dijo, y logró apaciguarlo. Desde ese momento, Ar-
mando trató a su sobrino como si fuera hijo suyo, satisfaciendo todos sus
pedidos. Luego nació Jorge Oscar Firmenich, a quien no conocí y que fi-
gura en el libro Nunca más como uno de los desaparecidos en la represión
a la guerrilla de los ’70. Escuché que trataron de identificar a través del

157
ADN su supuesto cadáver, hallado a orillas del río, atado con alambres a
un elástico de cama junto a otro desconocido.
Se comentaba que Zulema engañaba a su marido. Armando la vigi-
laba con un detective que le tomaba fotografías, según me contó Héctor.
También me dijo Héctor que cuando era pequeño, Armando lo castigaba
sin motivo, pasaba y le pegaba un sopapo, hasta que el creció, se hizo fuer-
te y un día fue a enfrentarlo: “¡pégame ahora!”, lo increpó amenazante y
allí finalizó el castigo.

Sara
Por prohibido que sea
que en mis brazos te tenga,
en el mundo no hay fuerza
que pueda prohibir que te quiera
“Prohibido”. Tango. M. Sucher/C. Bahr

Sara Cristina Firmenich (26 de febrero de


1912), soltera, Profesora de bellas artes egresada
de la Escuela Superior de Bellas Artes Fernando
Fader, fue la novia del mismo hombre durante
toda su vida, a pesar de la paliza que le propi-
naron al hombre dos de sus hermanos, Hugo y
Ricardo, para disuadirlo porque estaba casado y
no dejaba a su mujer. Nunca lo conocimos, pero
Sara todos los días del año, con frío o calor, con
sol o lluvia, a las 17 horas salía cambiada, perfu-
mada y maquillada para encontrarse con él. Na-
die osaba preguntarle dónde iba; regresaba a las
20 para cenar con su padre y los hermanos que
estuvieren presente. El que no estaba a esa hora,
no comía en casa. En la distribución que hizo de
las tareas del hogar, se reservó para ella dirigir y
cocinar. Fue la más creativa de la familia. Pinta-

158
ba, dibujaba, cantaba, bailaba, cocinaba y daba órdenes. Como Sherezade,
inventaba cuentos para contármelos a mí. Un humor muy ácido que, creo,
traté de imitar, obviamente sin igualarlo. Sobresalía siempre en cualquier
reunión. Soberbia, elegante, bonita, una risa contagiosa, intentaba reír-
se del mundo, quizás tratando de ocultar penas profundas. Tenía solo 5
años cuando falleció su mamá y más tarde se enamoró para siempre de
un hombre comprometido con su hogar. Muy coqueta, cuenta Héctor
que cierta vez la esperaba en la puerta de su casa un pretendiente que su
familia alentaba. Al verlo, se entretuvo media hora conversando con una
vecina a la vista de todos antes de llegar (“Y era un buen candidato”, me
dijo Héctor muy convencido). Solo el tiempo la pudo doblegar. La vi
por última vez en la puerta de la iglesia La Candelaria, con motivo del
casamiento de mi primo Hugo Bianucchi con Irina Foretic. Hugo era su
sobrino, hijo de Hilda, que se había criado en su casa.

La encontré sola y perdida


como una muestra fatal.
La mala suerte
le jugó una carta brava,
se le dio vuelta la taba
la vejez la derrotó.
“Vieja Recova”. Tango. E. Cadícamo/R. Sciamarella

La encontré avejentada, despeinada, sin maquillaje, en chancletas y


mal vestida, abandonada; no era la tía Sara que yo conocía, comenzaba
a sufrir los estragos de una enfermedad muy cruel. Distante con todos
y también conmigo, me extrañó mucho su actitud, motivo quizás de mi
prolongada ausencia. Quedé dolorido. Me despedí en la puerta del cre-
matorio de Chacarita, cuando el garfio que enganchaba al ataúd parecía
llamarla. Siempre está su nombre en mis labios.

159
Ricardo
No tenías ni un amigo,
que el buey solo bien se lame,
según tu filosofía
de amarroto sin control
y amasabas los billetes
como quien hace un salame,
laburando de esclavacho
como un gil de sol a sol.
“Amarroto”. Tango. M. Bucino/J. Cao

Ricardo Manuel Firmenich (7 de febrero de


1915) quedó huérfano de madre con solo cinco
meses y lo crio la tía Aída. Soltero, lo describo igual
que a Armando, hizo el bachillerato nocturno. Su
hermano Héctor le decía con sorna “el bachiller”.
Dormía en el negocio, detrás de un biombo. Aga-
rrado, taciturno, de carácter hosco, no se le cono-
cían actividades recreativas, ni mujer alguna. No
tenía amigos, solo sabía trabajar, ahorrar dinero y pontificar, por ejemplo:
“Tenés que vivir cerca del trabajo”. Ricardo y Armando indemnizaron a
Héctor y Osvaldo, que con esos pocos pesos montaron la fabricación de
casas prefabricadas de madera y ellos dos se quedaron propietarios del ta-
ller que era de su padre. Mi padre fue el único de los hermanos que traba-
jaban allí que no recibió nada en ese reparto. Nunca lo escuché quejarse.
Los hijos de Aída. Varón: el primer embarazo de Aída, no sabemos su
nombre ni si fue inscripto, porque falleció asfixiado en la cama entre sus
padres a los pocos días de nacer.

Amalia
Amalia Aída Firmenich (20 de mayo de 1917). La historia de Amalia
sirve para ilustrar las de Enrique y Armando. Mi tío Víctor Enrique fue
compañero de estudios secundarios de Rómulo Pedro Sagreras (“el petiso”)

160
y, como se frecuentaban, ambas familias se conocieron. De resultas que Ró-
mulo se puso de novio con una hermana de Enrique, mi tía Amalia, y a su
vez Enrique con una hermana de Rómulo, mi tía Zarina, con quienes se ca-
saron. Armando, hermano mayor de Amalia y Enrique, pretendió a la otra
hermana de Rómulo, Zulema, y fue a solicitar su mano, a lo que el padre,
Julio Salvador Sagreras7, persona algo extraña, socarronamente comentó que
lamentaba no tener más hijas para poder ofrecerles a los Firmenich. Total,
que tres Firmenich se casaron con tres Sagreras y por un tiempo habitaron
la misma casa del patriarca en la calle Emilio Lamarca cerca de Avellaneda,
en Floresta. En rigor de verdad, el patriarca Sagreras se equivocaba, pues
no consideraba a su hija Clelia, que estaba recluida en un convento como
monja de clausura. Las visitas solo podían hablarle detrás de una reja y un
velo, sin poder verla. Nunca supe la causa de esa penitencia autoimpuesta.
La familia Sagreras era algo veleidosa. No escuchaba a mis tías po-
líticas hablar sobre las glorias obtenidas por su padre y por su abuelo,
pero llevaban internalizadas pautas que imagino les habían inculcado. Se
cuenta que el abuelo Gaspar había echado de su casa a su hijo Julio por-
que lo superaba tocando la guitarra.
Admiradores del imperialismo cultural francés, como correspondía
en la época, a veces entre hermanas, en casa de mi abuelo, las he visto

7
Julio Salvador Sagreras Ramirez (22 de noviembre de 1879-20 de julio de 1942),
fue un guitarrista, compositor y docente argentino algo excéntrico. Recuerdo haberlo visto
en la penumbra y para saludarlo sus hijos iban a besarle la mano. Fue profesor de guitarra
en la Academia de Bellas Artes de Buenos Aires. Publicó cerca de cien composiciones con
la editorial Francisco Nuñez, en Buenos Aires, y en el año 1905 fundó su propia escuela de
guitarra: ‘La Academia de Guitarra’. Escribió seis libros de aprendizaje de guitarra, desde
lo elemental hasta el nivel de concertista. Uno de los músicos más reconocidos en la época
en su país y el mundo. (Entre sus composiciones se encuentra “El colibrí”, obra que inte-
gra el repertorio de los principales guitarristas del mundo. Todos los guitarristas a quienes
consulto dicen haber utilizado su método de estudio. Me consta que sus hijos esperaban
ansiosos para ir a cobrar los derechos de autor hasta 50 años después de su muerte, plazo
que mi tía Amalia me comentaba que lo había logrado la gestión de Enrique Cadícamo.
Su padre fue Gaspar Sagreras (Palma de Mallorca, 21 de octubre de 1838-Buenos Aires,
14 de abril de 1901), guitarrista, profesor y compositor. Radicado en Buenos Aires desde
su juventud, dejó sus estudios de medicina para abocarse a su pasión, la guitarra, logrando
gran reputación en el mundo porteño del arte, autor de “Una lágrima” (Wikipedia).

161
jugar a hablarse en francés mientras mis tías paternas las ridiculizaban.
Zulema jugaba con su hijo y le decía: Amuchástegui o Massachusetts.
Una familia católica de clase media con otras aspiraciones y con ideas
políticas progresistas. “¡Entonces, vos sos oligarca!”, me espetó mi tía Za-
rina la única vez que me visitó en mi casa en busca de información para
utilizar en la defensa de su hijo Mario Eduardo, que traían prisionero
desde Brasil. También me contó mi tía Hilda que en una oportunidad
le dijo que estaba totalmente de acuerdo con las ideas políticas de su
hijo. Yo no entendía qué podía tener de oligarca y, en todo caso, no lo
entendía como despreciativo. “Mi hijo es como San Martín”, fue otro de
los comentarios que le oí decir ese día y que me parecieron risueños. Mi
tío, el ingeniero Víctor Enrique Firmenich, más sensato (alguno de sus
hermanos opinaba que era “muy creído”) me dijo en esa oportunidad con
resignación: “…y, es mi hijo...”.
Completaban la familia Sagreras, además de estos tres hermanos,
Julio Sagreras, “el chiquilín”, a quien alguna vez conocí en reuniones fa-
miliares, y la hermana Clelia, ya mencionada, que luego de haber sido
concertista de guitarra fue monja de clausura durante muchos años, hasta
que un buen día abandonó el convento.
Cuando tocó bautizarme en la iglesia de San José de Flores, mi tía
Aída, que había sido elegida por mis padres como mi madrina, estaba
enferma y delegó en su hija Amalia para que lo hiciera en nombre suyo.
Desobedeciendo a su madre, Amalia se presentó ella misma como ma-
drina. Posteriormente se casó con Rómulo, que había abandonado sus
estudios de medicina y trabajaba en el mercado de frutos o de papas, no sé
exactamente; una dependencia pública. Muchos años después retomó los
estudios, se recibió de médico e instaló su consultorio en la mencionada
casa paterna de Emilio Lamarca, que les adquirió a sus hermanos y donde
vivía con toda su familia. Cierta vez que se enteraron de que Rómulo le
pegaba a su esposa, mis tíos Hugo y Ricardo encabezaron la delegación
y con algunos golpes le hicieron comprender que no estaba bien hacer
eso. Tuvieron cinco hijos. María Estela (Estelita; en el registro civil no le
aceptaron el nombre Stella Maris), que nació con una malformación en el
corazón y pronóstico de muerte al llegar a la edad del desarrollo; falleció

162
cuando tenía 5 o 6 años. Horacio Julio, pocas letras, embanderado en el
Partido Obrero, César Pedro, aficionado a los juegos de apuestas, Aníbal
Efraín, médico forense que tempranamente falleció de cáncer, casado con
Silvina Alejandra Lubovitsky, y Alejandro Hugo Sagreras, soltero, profe-
sor de Educación Física, entrenador del equipo olímpico de gimnasia
en aparatos y coleccionista de mates. Horacio, César, Aníbal, Alejandro;
personajes de la historia de Roma y Grecia.

Enrique
Víctor Enrique Firmenich (12 de abril de 1919) Ingeniero civil. Traba-
jó como agrónomo y fue funcionario municipal, director de pavimentos
de la municipalidad de Buenos Aires. Profesor titular en la facultad de
Agronomía. Culto, escribía poesías y novelas, se casó con Zarina Elvira
Sagreras y tuvieron seis hijos. El primero, con síndrome de Down, fa-
lleció de pocos meses. Luego llegó Claudio Alejo, licenciado en Ciencias
Políticas, el único primo por parte paterna a quien frecuenté, casado con
Norma Delgado, con quien tienen tres hijos: María Luz Firmenich, igual
que mi hija Mario Eduardo, casado con María Martínez, sobrina del cor-
dobés Martínez de militancia radical, ex vicepresidente de Raúl Alfonsín.
Mario fundó junto a Abal Medina, Ramus y Norma Arrostito la organi-
zación guerrillera Montoneros.
Guillermo, que se recibió de maestro, se radicó en la provincia de Chu-
but, donde alcanzó el cargo de Secretario de Educación, luego Beatriz y
Augusto Gabriel, casado con Gabriela Silvia Lopardo Barchietto el 4 de
octubre de 1985; se recibió de licenciado en música en la UCA8.

8
Lo comenté infinidad de veces, lo escribí más de una vez y recién después de leer
el Capítulo 10, “Síndrome de aniversario y de lealtad familiar invisible”, del libro ¡Ay mis
ancestros! de Anne Ancelin Schutzenberger, alcanzo a comprender la importancia de esta
historia de tres de mis tíos (Amalia, Armando y Enrique Firmenich), hermanos de dis-
tinta madre, pero hijos del mismo padre, casados con tres hermanos (Rómulo, Zulema y
Zarina Sagreras) que sufrieron distintas desgracias familiares. Por razones diversas, pero
los tres matrimonios sufrieron la muerte del primogénito: Estela por una malformación
congénita, otro por un falso crup y otro nació con Síndrome de Down. Armando, que
falleció de cáncer, sufrió la muerte de otro hijo varón, y su infiel esposa sufrió la desapari-

163
Héctor
Vestido como un dandy, peinado a la gomina
y dueño de una mina, más linda que una flor,
bailás en la milonga con aires de importancia
luciendo tu elegancia y haciendo exhibición.
“Bailarín compadrito”. Tango. M. Bucino

Héctor Alfredo Firmenich (20 de noviembre de


1921). Atildado, buen mozo, conversador, muy
simpático, gracioso, buen humor, deportista, baila-
rín de la noche y mujeriego. La noche de su boda
abortaba la hermana de Pancho Scalise, amiga
íntima muy bonita, según me contó él mismo.
Pancho Scalise, su amigo, era niño cantor de los
boy-scout que cantaban el sorteo de la Lotería Na-
cional. Estos chicos fraguaron el sorteo y cantaron
como premio mayor el número que previamente
habían adquirido. Eran muy jóvenes e inexper-
tos y la noche anterior al sorteo se embriagaron
y escribieron en las paredes el número que sal-
dría al día siguiente. Fueron todos presos. Yo que
solo tenía cinco años, con Héctor que estaba en el
“no-secreto”, lo escuché por radio a Pancho cantar
el primer premio. Posteriormente, Pancho se casó
con la hermana de Ñata, esposa de Héctor. Cuenta
Héctor que lo ayudó para que comprase su casa y

ción del hijo menor durante la guerra antisubversiva. Amalia sufrió la muerte por cáncer
de un joven hijo, médico como su padre. Enrique fue padre del montonero que tomó las
armas sublevándose contra el gobierno constitucional. Los hermanos Amalia y Enrique
fallecieron a edad avanzada. Armando perdió a su madre cuando era muy pequeño, menor
de 2 años, y Enrique y Amalia fueron hijos de Aída cuando aún era soltera. No conocemos
la herencia recibida por los tres Sagreras, hijos de un excéntrico músico muy distante de
sus cinco hijos. La información del llamado 4 la hallamos en Wikipedia.

164
que Pancho “se olvidó” de devolverle el dinero. Héctor era vendedor en la
joyería de mi abuelo en la calle Rivadavia y Chivilcoy. Al casarse con Ora-
lia Rodríguez, “Ñata”, se desvinculó de la empresa familiar y se convirtió
en fabricante de casas prefabricadas de madera, junto con sus hermanos
Osvaldo y Hugo, como ya fue mencionado. Ñata era una chica criada en
el campo: vivía en Mariano Acosta en una quinta frente a la casaquinta
de mi abuelo y una de las razones esgrimidas por Héctor fue que la eligió
por la ingenuidad que no tenían sus amigas de la capital. Su padre le re-
prochaba diciendo que llevaba a la quinta “mujeres de la vida”. Tuvieron
una sola hija: Gloria Viviana, muy extraña en su comportamiento, tímida,
solitaria, desconfiada e introvertida. En sus encuentros hablaba muy rá-
pido, como evitando preguntas que probablemente no querría responder.
Ñata, su madre, sufría de glaucoma y de depresión mucho tiempo. Luego
de otros intentos de suicidio, se ahorcó en el barral de la cortina de su
bañera cuando su hija, que la cuidaba, salió a realizar compras. Impávida,
la hija no tocó el cadáver hasta que llegó la policía y el forense. En una
oportunidad me dijo que le intrigaba y quería saber el motivo del suicidio,
ignorando que el suicidio es una agresión. Pensamos que tenía motivos
por las frecuentes infidelidades de su esposo. Héctor me comentó que le
resultaba extraño que hubiera elegido para suicidarse justo el día de su
cumpleaños, sin sospechar que ese era el misterio, le respondí que era para
que sintiera culpa y no lo olvidara.
Me tocó ir con mi tío Osvaldo a reconocer el cadáver en la morgue
judicial donde oficiaba de Médico Forense mi primo Aníbal Sagreras,
quien luego fallecería muy joven de una enfermedad terminal. Los do-
mingos, Héctor me recogía en Chacarita. Primero almorzábamos con
Osvaldo en el restaurante Arturito de la calle Corrientes y Carlos Pe-
llegrini, luego íbamos a la cancha a ver a Racing y al regreso a tomar
submarino con medialunas en el bar Pin Pum de Constitución. Ya mayor
y viudo, se fue a vivir a Villa de Merlo en San Luis, donde tenía una casa.
Sufrió un ACV (como mi papá) y nunca se recuperó plenamente. Su hija
lo dejaba con pañales, encerrado en el dormitorio cuando salía para traba-
jar y Héctor caminaba alrededor de la cama como ejercicio físico. Gloria
me informó de su deceso, luego de una semana de haberse producido y

165
haberlo incinerado. Nunca la entendí, era mi tío preferido. Muchos de
estos recuerdos se los debo a él, algunos distorsionados claro, porque tenía
mucha imaginación.

Miramar 16 de febrero de1955. Osvaldo, yo, Héctor.

Osvaldo
Reverdecen los laureles de tus glorias
paladín del deporte popular
que no en vano te llaman Academia,
Academia del Fútbol Nacional.
Himno de Racing Club

Osvaldo Luis Firmenich nació en el año de la


hiperinflación alemana –u$s 1=47.500 marcos–, el
descubrimiento de la tumba de Tutankamón y el
asesinato de Pancho Villa, el 11 de mayo de 1923.
Tito Rodríguez, Jacobo Timerman, Lola Flores,
Fausto Papetti, Belisario Betancur, Franco Zeffi-
relli, Oscar Casco, Rainero III, Eduardo Falú, Ita-
Héctor y Osvaldo
lo Calvino, María Callas, María Rosa Gallo, don
Pelele, la gorda Matosas; ¡cuántos personajes fa-
mosos van a nacer ese año! También Norberto “Tucho” Méndez, a quien
aplaudiríamos juntos las gloriosas tardes del Racing Club. El Flaco, alto,

166
de 1,80 m., tocaba el piano en las reuniones familiares, siempre el mismo
repertorio. Le pedíamos que tocara “La loca de amor” e imitara a Rodolfo
Biaggi en el famoso vals “Lágrimas y sonrisas”. Lo festejábamos mucho
y luego todos cantábamos canciones varias. Era el cadete de la joyería
hasta que se independizó con el hermano en la construcción de las casas
prefabricadas. Fue quien me inició como hincha del Racing Club, porque
hasta entonces yo era hincha de Atlanta, como mi papá y mi hermano.
Vivíamos a solo tres cuadras del estadio y papá nos llevaba a ver los par-
tidos desde muy pequeños. Pero un domingo, cuando yo tenía 11 años,
Osvaldo me vino a buscar a mi casa y me llevó a ver al Racing Club, del
cual era hincha fanático y así deslumbrado, continuamos Héctor, Osvaldo
y yo, 6 o 7 años, hasta que preferí ir a bailar en vez de pasar todo el día
domingo en el fútbol. Osvaldo estaba casado con Nélida Elsa Derrudi
(11 de mayo de 1946), que practicaba la creencia espiritista de la Escuela
Científica Basilio (“la escuelita”), igual que su hermana. Nelly llevó a Os-
valdo a tocar el piano en “la escuelita”. La hermana de Nelly le subalquiló
una habitación a mi abuela en la calle Villarroel, donde finalizaron con
una discusión. Nélida no podía tener familia y adoptaron una hija: Adria-
na Nora, que a su vez adoptó dos hijos, uno de los cuales falleció. Osvaldo
no tuvo una vejez feliz. Luego de vender el aserradero enviudó y estuvo
cuidando coches en el centro. Falleció en el Hospital Sirio-Libanés de un
tumor en el cerebro. Lo quise mucho.

Norberto
Norberto César Firmenich (16 de octubre de 1925), ingeniero indus-
trial (UTN), gerente de producción de Balanzas Bianchetti, el menor y
más alto de los varones (el nene) se casó con María Rosa Luongo (bajita
y de nariz aguileña) y tuvieron un hijo: Mario Norberto. Buen humor,
siempre hacía bromas. Cantaba muy bien las canciones tirolesas, era un
barítono muy afinado. Siempre le pedíamos que cantase en las reuniones
familiares. María Rosa era maestra, su mamá era directora de una escuela
en la que hicieron la fiesta de casamiento. Tuvo un lavadero de ropa, El
tumbaíto, con poco éxito. Para esa época, era muy popular una canción

167
centroamericana llamada “Se acabó el jabón”: “Se acabó el jabón, que le
vamo’a hacer. / Yo tengo un tumbaíto pa´lavar la ropa, / con el tumbaíto
yo lavo la ropa…”. Ya mayores, se mudaron a Mar del Plata donde una
vez los visité. Norberto enfermó, tuvo un ACV, al igual que otros familia-
res y regresaron a la capital donde falleció poco tiempo después, a causa
de un cáncer.

Hilda
Hilda Juana Nelly Firmenich (30 de agos-
to de 1932). Mi tía Hilda, solo 5 años mayor
que yo, crecimos jugando juntos cuando fui re-
cluido en la casa de mi abuelo. Sara, su herma-
na mayor, ejercía un severo control sobre ella.
Abandonó el bachillerato y a los 19 años, igual
que mi abuela Cristina, se casó con Haroldo
Ítalo Bianucci (Harold), maestro mayor de obra.
Enterada Hilda sobre el rechazo de un compañero de Agua y Energía a
una oferta de trabajo en una estancia en la Provincia de Buenos Aires,
donde ganaría el triple de su sueldo, instó a Harold a aceptarlo y casarse
tres meses más tarde. Así lo hicieron y ella logró liberarse de la tiranía de
su hermana Sara. Vivieron un largo período en estancias en Sierra de la
Ventana. Luego tuvieron dos hijos: Cristian y Edgardo Hugo, casado con
Irina Foretic. Desde muy pequeños se dedicaron a la computación. Cris-
tian enviudó joven y Edgardo se separó de Irina. Harold falleció de un
paro cardíaco, sentado a la mesa con Hilda.

Delia
Delia Attía Bianchi (30 de noviembre de 1928), huérfana de padre,
su madre Margarita Bianchi, hermana de mi abuela, se casó nuevamente
y tuvo otros cinco hijos. A los 11 años, Delia fue recibida por el abuelo
Hugo como una hija más; su padrastro la maltrataba, hasta que su herma-
no Eusebio creció y lo amenazó si volvía a golpearla. También era super-
visada por Sara. Se casó con Nicolás Cora, español, sobrino de Fernando,

168
el almacenero del barrio. Tuvieron tres hijos, uno
médico, uno fallecido joven, y otro radicado en
el interior. A Nico le extirparon un tumor de la
cara, quedó desfigurado y no quiso ver más a na-
die hasta que falleció. Estando de novios, para
que pudieran salir de paseo, Sara obligaba a De-
lia y a Nico a salir acompañados por Hilda y por
mí, los chaperones. De manera que sus salidas
eran para pasear a los chicos: cine de aventuras,
paseos por el Rosedal, etc. ¡Pobre Nico! Lo hacía
con gran paciencia, estaba muy enamorado.
Ernestito en el Rosedal

A grandes rasgos, mi familia paterna.


No hay demasiado para agregar. Casi to-
dos trabajadores, excepto uno, un par de
ingenieros y el resto sin nada especial, ex-
cepto que todos fueron muy buenas perso-
nas. Luego del fallecimiento de mi abue-
lo Hugo, se dispersaron. No dudo que el
mejor de todos fue mi papá y mis mejores La pasión continúa. Max y Tiago
relaciones fueron con Héctor y Osvaldo, con quienes trabajé algunos años
además de compartir la emoción del fútbol y gritar juntos los goles.

En el Este y el Oeste,
En el Norte y en el Sur,
Brilla la Blanca y Celeste,
Academia Racing Club.

169
MONTSERRAT-CEBOLLERO

Como vimos, la familia Montserrat-Cebollero no ha sido muy pro-


lífica. Jaime Montserrat y Marcelina Josefa López fueron hijos únicos de
Santiago Montserrat y María Mensa y de Paulino López e Inés Bueno res-
pectivamente y tuvieron un solo hijo: Santiago Ángel Montserrat.
Merece un comentario la cultura trasmitida por Santiago a su familia
con el ejemplo.
“Santiaguito” decidió ponerse al hombro a toda la familia política,
además de su propia madre ( Josefa, la abuela chiquita) a su esposa y sus
dos hijas que se recibieron de maestras. Yeyé asimiló estas enseñanzas y se
ocupó obsesivamente de su madre y su tía Ana hasta el final. La doctora
que atendía a su madre siempre le decía que ella le prolongaba la vida.
Dijo que Magdalena logró vivir los últimos 10 años (falleció a los 99 y
medio) gracias al cuidado obsesivo de Yeyé. A Ana la sacó casi desahu-
ciada de un horrible sanatorio en San Justo, la llevó a casa de su madre
para cuidarla por lo que logró vivir varios años más. Por esta preocupación
postergó ocuparse de su salud.
Santiago y Magdalena tuvieron dos hijas: María Angélica y Dora Bea-
triz. De la primera, mi esposa, ya nos ocupamos en extenso.
Su hermana, Dora Beatriz Montserrat (18 de noviembre de 1944-11
de julio 1995) se recibió de maestra, pero nunca ejerció. Se casó el 5 de
marzo de 1964, a los 19 años, con Miguel Ángel Fulgenzi ( Junín, 21 de
junio de 1937-Buenos Aires, 29 de julio de 1977). No tuvieron hijos.

Miguel Ángel Fulgenzi. Dora y Miguel, 11 de marzo de 1964.

170
Miguel era hijo de Alejandro Fulgenzi Zonti (a su vez hijo de Fortunato
Fulgenzi y Anunciada Zonti) y de Francisca Rosell Andreani, cuyos padres
fueron Juan Rosell y Rosaria Andreani.
Dora se casó un año después que Yeyé. Fue la forma de independi-
zarse de un hogar asfixiante que no la comprendía. Tenía un pensamiento
liberal, mucho más moderno que sus estructurados padres: muy creativa y
rebelde, enemiga del orden establecido.
Magdalena Amelia Cebollero tuvo ocho hermanos, de los cuales tres
fallecieron de meningitis en el mismo año: Miguel Osvaldo (18 de mayo
de 1905-29 de mayo de 1911) Delia Magdalena (21 de enero de 1907-14
de agosto de 1911) Raúl Carlos (28 de enero de 1909-15 de diciembre
de 1911).
Santiago José (17 de julio de 1903-25 de octubre de 1987) casado con
Velia Magdalena Herminia De Angelis, una señora viuda, con hijos y no
tuvieron otros hijos propios. Trabajaba como pintor en el Arsenal Es-
teban de Luca, donde había ingresado a instancias de Santiaguito. Muy
buenazo y simple. Tenía una isla en el Tigre, donde disfrutaba sus ratos
libres. También pintaba cuadros como hobby.
Ana Valentina (28 de enero de 1915-13 de abril de 2013), casada con
Mario Adolfo Mendoza, no tuvieron hijos. Era la madrina de Yeyé. Tam-
bién tuvo meningitis, pero logró sobrevivir. Parecía que esta enfermedad
le había dejado algunas secuelas. Santiaguito logró incorporarla como
empleada del ejército en el Arsenal Esteban de Luca, donde él revistaba.
Se casó con Mario, que confeccionaba estuches para alhajas. Enviudó y
falleció a los 98 años en un geriátrico de San Martín, donde la habíamos
internado a instancias mías. Había perdido la memoria y no nos conocía.
Ricardo Armando Cebollero (29 de octubre de 1901) tuvo cuatro o cin-
co hijos. Casado con Alicia E. Orsi (su hijo, Horacio R. Cebollero se casa
con Haydée C. de Cebollero).
Carlos Alberto Cebollero (11 de septiembre de 1917), padrino de Yeyé,
suboficial del ejército, a instancias de su cuñado. Aterrizó en SIDE –Ser-
vicio de Inteligencia del Ejército– por gestión de Santiaguito. Se casó con
“Negra” y tuvieron una única hija, Mirta Susana Cebollero, con delicados
problemas de salud durante la infancia, que la hicieron muy consentida.

171
Cierta vez que Ana le dio un sacudón, Carlos le pegó una trompada a
Ana que le dejó un ojo negro.
Rodolfo Fernando Cebollero (1 de enero de 1921). Como otros fami-
liares, aspiraba a una posición social más elevada y no aceptaba descender
de alguien que cultivaba cebollas: decía que su apellido era “Caballero” y
había sido deformado. Suboficial de aeronáutica. Casado con “Bocha”,
bella, elegante, 10 años más joven que él y algo liberal, según las críticas
familiares; tuvieron cuatro hijas.
Presentados los orígenes de estas ocho familias, continuaremos con el
recuerdo de las ocho décadas por mí vividas en Recuerdos Cachuzos, libro
que está en preparación.

172
173

También podría gustarte