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CIUDAD AZUL

¡Puno! Tierra pujante, majestuosa y altiva,


bravía en las horas de lucha y combate.
Ninfa vestida con manto de ensueño,
que en las horas apacibles se baña de luz.

¡Puno! Tierra de leyenda y de heroísmo,


tierra grande y gloriosa en tu pasado,
tuyo es el porvenir que ya se vislumbra,
triunfal y luminoso en el horizonte.

Ciudad azul, deja que te cante mis estrofas,


de los versos que a mi musa inspiraste,
desde mis años tiernos, desde la edad feliz,
en que soñaba con los rubíes de tus amaneceres.

Cuántas veces las brisas de tu lago turquí,


al bañar mi faz prematuramente adusta,
han alejado de mi mente los tristes pensamientos
y han dejado en mi alma profundo bienestar.

Entre Fuentes históricas, teatro de hechos trascendentes,


se levantaron tus muros: a tu Norte yacen las ruinas de Katun Kolla,
y a tu lado Sur, el viento repercute las voces misteriosas,
de la Ciudad de la Laguna embrujada o Laikacota.

Legendaria tierra de Manco Cápac


y del esplendor fastuoso de los Salcedo,
joya guardada en el cofre de preciados metales,
plata y mercurio que ostentan Cancharani y Azoguini.

Allá en remotos tiempos José Salcedo,


recorría ávido de aventura y riqueza,
los argentados parajes de la alta Meseta
y surgió un romance tejido entre las rocas.

Una joven india enamorada y vehemente,


le dijo:- no te vayas, mi corazón morirá sin tu amor
¿Quieres riquezas? Las tendrás a raudales,
yo sé el secreto de lo que nadie mostró.

Yo sé el secreto, mañana, cuando pasteando esté el ganado


allá donde más tiempo me detenga, yace el metal,
desde siglo ha, jamás profanado por la mano,
del extranjero que ultrajó y despreció mi raza.

Y Salcedo allá quedó por toda su vida,


atado el corazón a las guedejas brunas,
de la indiecita flor de zancayo amanecido,
hija de la puna abrupta y bravía.

En el alma generosa del buen castellano,


no anidó el egoísmo, y llamó a sus compañeros,
otros tantos aventureros de la Iberia,
las montañas fueron pródigas a sus afanes.

Laikacota atraía con magnetismo irresistible,


vinieron los hombres de todos los ámbitos coloniales;
más no faltaron las nubes aciagas de la envidia,
y surgieron las rivalidades y los enconos.

Fueron clásicas las luchas de vizcaínos y andaluces,


odiáronle a Salcedo sus mismo protegidos,
El Virrey en persona quiso poner orden y vino
desde la Ciudad de los Reyes a la humilde ciudad.

Maravilloso recibimiento de Salcedo al Conde,


entrada pomposa y triunfal a la ciudad de mineros.
Nada empero, pudo convencer al Virrey,
que a muerte sentenció a aquél.

¡Orkapata! ¡Lugar de la tragedia! ¡De la horca injusta!…


María, la fiel compañera de Salcedo.
Se preguntaba: ¿Por qué la maldad humana
se cebó en las almas que daño no hicieron?

Si las riquezas que dieron mis prodigiosas montañas,


sólo fueron para fomentar vicios y codicia
sin límite y sin trabas; y reconocer no quisieron
el gran corazón que en el pecho Salcedo anidó.

¡Oh Manes de mis mayores! ¡qué vuelvan


a las montañas de donde extraídas fueron!
y así la indiecita, como de un extraño poder poseída,
ahogó las minas con las aguas de la Laguna embrujada.

Laikacota pagó con célebre y triste final,


el haberse formado al pie del arca del blanco metal,
convertida fue en campo raso y sembrada de sal
para que ni el nombre exista, al decir del Virrey.

¡Oh Laikacota tristemente célebre!


¡Oh ciudad de mineros convertida en nada!
¡Ni una piedra quedó de tu existencia!
¡Tú pasado florecimiento se envolvió de misterio!…
En reemplazo de Laikacota fue creada;
la que hoy se llama “San Carlos de Puno”,
que surge cada día más grande y gloriosa,
y espera alerta un mañana mejor.

Es la Ciudad Azul de mis encantos y mis sueños,


es el hada, es la ninfa, es la diosa pagana,
que se mira en su gran espejo de diamante;
fortalezas y severos centinelas la protegen.

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