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UN GATO

Hoy he llorado toda la tarde, oí la llamada al Rosario cuando el llanto me sacudía.


La anciana vecina que sin ninguna obligación ni recompensa atiende a mis necesidades,
silenciosa, me trajo una taza de té caliente. Yo seguí llorando.

Es la alta noche, y siguen las lágrimas en mis ojos e intenso dolor en mi alma.

Lloro, porque he perdido un fiel compañero, quizá el único que en esta vida me ha
comprendido.

La historia empezó meses ha, en una tarde como esta. También entonces, las
campanas de la capilla cercana llamaban al rosario cuando un gato, maravillosamente, salto
de la azotea vecina a mi ventana, y de ahí, tímidamente, maullando, interrogante, se acerco
a mi cama.

Le ofrecí migajones de mi pan; pero desconfiado salto a la ventana y allí estuvo por
largas horas, a veces observándome. Al fin se fue.

Al día siguiente volvió con más confianza, y comió los migajones en mi mano y
luego se fue.

Volvió un día y otro, hasta que, por fin, salto a mi cama, restregó su cabeza contra
mi mano, camino hasta olfatear mi cara y buscando acomodo, con la cabeza sobre mi
hombro, durmió por largas horas mientras yo acariciaba su largo pelo blanco.

Por la noche se iba a ratos, para regresar en la madrugada. Me saludaba maullando,


me besaba las manos, me olfateaba en el rostro, recorría toda la cama, y al fin buscaba
acomodo poniendo la cabeza sobre mi hombro.

Nuestra mutua confianza fue grande. El buscaba mis manos. Yo buscaba su pelo
blanco. Y le hablaba, y él me entendía, y le hacía bromas y él se regocijaba.

Al verme contento saltaba de la cama al suelo, corría por toda la habitación, saltaba
a la ventana, y de ella al suelo, mordía las deshilacha duras de los cobertores de mi cama, y
volvía a salir para buscar mis manos.

No le puse nombre; era simplemente mi amigo, un amigo sincero que no iba por
comida, puesto que muy poco podía darle.

Cuando las dolencias atormentaban mi cuerpo, el comprendía; y entonces no jugaba,


simplemente se enroscaba en los pies de mi cama, dormitando, observándome.
Es inconcebible hasta qué grado el hombre puede querer a un animal, y hasta donde
un animal puede amar a un hombre.

Al principio, la anciana que me atiende se enfado y lo hizo huir; pero luego ella se
acostumbro a verlo cerca de mí, acabando por llevarle un poco de leche que la rara vez
tomo.

En la época de lluvias sus visitas nunca fallaron. Llegaba mojado; pero llegaba, con
su maullar alegre que me alegraba. Dejaba que le alisara el pelo, que se lo secara, y luego
buscaba mi hombro para poner su cabeza que yo, por horas y horas, por días y meses
acaricie.

Soy un ser sin fortuna y seré un cadáver sin deudos; pero antes, al menos tenía un
compañero con quien monologar.

Digo tenia porque hace tres noches recibí el aviso de la tragedia. Soñé que mi
amigo se moría y que yo lo veía tapado con una toalla, solo con la cabeza descubierta.

Llore intensamente en sueños, no queriendo creer en tanta desgracia. Desperté


sobresaltado y así seguí el resto de la madrugada, hasta que mi amigo llego con su maullido
alegre.

Se disiparon de momento mis temores, aunque ya había penetrado en mi ser la duda,


creció ayer porque no vino mi fiel compañero, llegando a su límite máximo hoy que
tampoco ha venido.

Por la tarde oí en el pasillo, fuera de mi puerta, los pasos de la anciana. A lo lejos


las campanas llamaban al rosario; aquí cerca, las ratas que hace tiempo habían huido.

Se abrió la puerta; y sin palabras, la anciana puso en mi cama a mi querido amigo el


gato, envuelto en una toalla, y aunque no lo he querido creer, se que está muerto. Tengo
horas de estarle acariciando la cabeza, mientras que siento pánico en el alma al saber que
vendrá por el mañana. El, al menos, ha tenido un doliente.

Me pregunto si el alma de los animales obedece también a un destino, pues, ~ como


es que vino a aliviar mis horas amargas, y como es que me anticipe a su fin repentino?

He palpado todo su cuerpo; no tiene heridas, no hay huellas de sangre. Se ha


quedado con los ojos entreabiertos como cuando me espiaba. Tiene la boca lo mismo que
cuando ronroneaba; pero ya no se mueve, ya no trata de quitarme la pluma de la mano, ya
no ve que las líneas no son hilo, ya no mancha ni desparpaja mis papeles, porque ahora está
muerto mi gato.

Ha huido de la vida como yo querido hacer tantas veces!


Por qué, Dios mío, un hombre vive indiferente frente a la muerte de sus semejantes,
mientras que, como ahora me sucede, se le desgarra el alma por la muerte de un gato?

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