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BIBLIOTECA DEL '.

HOMBRE CONTEMPORANEO

l ... O. G. Jung: Conflictos del alma 25 - G. Viaud: La inteligencia,


infantil 26 - D. Lagache: El psicoanálisis
2 - K. Horney: La. personalidad 27 - M. Mégret: La guerra psici
neurótica de nuestro tiempo lógica
3 - W. Hollitsc:her: . Introducción
al psicoanálisis 28 - H. Baruk : La:;¡ terapéutic~
psiquiátricas
4 - F. Künkel y R. E. Dickerson:
La. formación del carácter 29 - P. Chauchard: La medicin
paícosométíca
5 - J. Rumney y J. Maíer : Socio-
logía. La ciencia de la sociedad 30 - P. Pichot : Los tests mentat,
6 - A. Adler: G·uiando al níño 31 - J. Maisonneuve: Psicología
7 - E. Fromm: El miedo a. la. social
libertad 32 - J. Cl. Eilloux : Psicología d
8 - A. N. Whitehead: Los fines los anímales
de la educación 33 - G. Palmada: La psícotécmc
9 - C. G. Jung: Psicolog:Ia y edu- 34 - R. Binois: La. psicología a,pl
cacíén c~.t}.a
10 - E. Fromm: El arte de amar 35 -J. Chazal: La infancia del:!.J
11- V, Klein: El carácter femenino Cl.HU1"~a
12 - A. B'reud: Introdtwción al 36 - M:. Abeloos: El crecimiento
psicoanálisis para educadores
87 - P. Chauchard : La quimica d1
18 - B. Malinowski: Estudios de cerebro
palcología primitiva
38 - .J. Delay : La psi~of!siologl
14 - B. Russell i AnáUsis del hums.na ·
espíritu
15 - G. Highet: El arte de enseñar 39 - P. Chauchard : J'..1,a, muerte
16 - L. Klages: Los fundamentos 40 - P. H. Maucorps: Paicologl
de · la caracterología mtlítar
17 - E. Jones y otros: Sociedad., 41- P. Ohauchard : Fiaiologfa de l
cultura y psicoanálisis de hoy conciencia
18 - M. Klein y otros: Psicologia 42 - E. Baumgardt : J.:,<i,s sensacícnt
infantil. y psicoanálisis de hoy en el anrmal
19 - F. Alexander, A. A. Br íll y 43 - F. G:régoire: El más allá.
otros: Neurosis, se:irnalidad y
psicoanálisis de hoy 44 - P. Chauchard : El, cerebro
humano
2 O - F. Dun bar y otros : Medicina
psicosomá.tica y psicoanálisis 45 - H. Piéron : La sensacíén
de hov 46 - J. Cl. PIlloux : J:l1 tono ment,
21 - P. Schilder y otros: Psiqu!a. 47 -A. B1;1l: La atención y sus ei
tría. y psicoanálisis de hoy fei:medades
22 - W. McDougall: Introducción a 48 - G. Falmade : J1[il.t.odos en ped,
la psicología gogla
2S - G. Palmade: La caracterología. 49 - Y. Oasteltan : La metapsíquíc
24 - M. Reuchlin: Historia de Ja 50 - R. Buaud eau : Los nuevos m1
psicolog1a. todos de educación :física.
(Sigue en la iíltima página)
VOLUMEN
91
CARLOS ALBERTO SEGUIN

AMOR Y PSICOTERAPIA
El Eros psicoterapéutico

EDITORIAL pAmos
Buenos Airei
Impreso en la República Argentina

Queda hecho e1 depósito que previene la Ley N~ ll.72:3

141-. edición 1 1963

©
Copyrioht de todas laa ediciones en castellano by

EDITORIAL P A IDOS
Sociedad en Comandita
Cabildo 24M
1 N DI C 'E

Presentación 7

Et PSJOOTERAPEUTA COM'Ü SEH HtJlVl:ANO • . . • . . . . . . . • • • . • • 9


L La psicoterapia ayer y hoy . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
II. La psicoterapia como relación interpersonal .... e • 11
lU. Algunos puntos de vista actuales . . . . . . . . . . . . . . . . 15
El psicoanálisis y la "contratransferencia" ......•. 15
Moreno y el "tele" .... , . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21
Las ideas de Lain Entralgo , ,, ,.• 22
Los "modelos básicos" de la relación médico-enfermo 24
La posición "objetiva" . . . . . , ,... 21

Actm·CA DE LAS m::LACl'ON.ES AFfCTlVAS HUMANAi ••••••••. ' 31


L El punto de vista existencial , ,.. 32
n. Los conceptos de Binswanger
m. Martín Buber y la relación Yo-Tú . . . . . . . . . . . . . . 34
IY El amor-por-el-Ser de Maslow .................. 36
V. El mnor según Fromm ... ...................... 38
\H.... La chra de Scheler 39
La relación afectiva interhumana . . . . . . . . . . . . . . . . 40
El contagio afectivo . 40
La unificación afectiva . 42
El sentir-con-el otro . 44
El "vivir-del-otro" ........ ....................•. 44
La simpatía 45
El amor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . 49
VIL Las formas de la relación con el "otro" según Lain
Entralgo , .. , ,............. ..... 52
El otro como objeto y como persona ...•........ ,. 52
La relación con el hombre-objeto . . . . . . . . . . . • ..... 54,
El hombre-persona . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . ..... 55
El hombre como prójimo . . . . . . . . . . . . . . • . . . . ..... 55
6

DE LA RELACIÓN' MÉnIOO·PACIE:NT'E E'l'f GENERAL 57


l. Las formas del encuentro médico . '57
JI. El hombre-en-la-muerte •.......................•. 58
El hombre muerto y el cadáver •................... 59
III. El hombre-en-la-vida ....................•....... 65
El hombre-casi-muerto .•........................ 65
El hombre enfermo . 69
El hombre inválido . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . • . . 72
El enfermo grave •............................... '9 73
El enfermo leve . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 74
El hombre como "sujeto" . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75
El hombre "sano" ... ~ . . . . . . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . 76
IV. El psiquiatra y su enfermo . . . . .. .. . .. . . . .. . . . . . . 77
AMlOR y PSICOTERAPIA • • • • • . • • • . • • • • • . • • • • • • • • • • • • • • • • 80
I. Las bases de la relación médico-enfermo , 80
II. Formas del amor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83
l. El amor del amante . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 84
2. La amistad , . . . . . . . . . . . . . . . . . B5
3. El amor paternal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 90
4. El Eros pedagógico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 92
5. Á gape . . . . . . • . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . 97
1

EL EROS PSICOTERAPÉUTICO • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • 100


PUESENTACION

La obra que hoy pongo en manos de los lectores tiene


una historia y una justificación. Desde hace años, en el Serví-
cio de Psiquiatría del Hospital Obrero de Lima, preparamos
jóvenes psiquiatras en la práctica de la psicoterapia, y espe-
cialmente en la. aplicación de una técnica que, sin ser original,
ha nacido de la adecuación de los hallazgos de las escuelas
más avanzadas a nuestra realidad y, por supuesto, a nuestras
convicciones acerca del papel del médico en su relación con
el enfermo.
En diversas oportunidades hemos publicado algunas de
las observaciones hechas y varias contribuciones teóricas y
prácticas y espero, en un cercano futuro, ofrecer una obra que
presente en forma sistemática nuestra experiencia. El pre-
sente trabajo es un producto más de esa actividad, empeñosa
y cordialmente proseguida.
En el V Congreso Internacional de Psicoterapia, realizado
en Viena, en 1961, en conferencia leída en sesión plenaria,
presenté, por primera vez, las ideas básicas. La amable acogida
y el entusiasta estímulo recibidos me impulsaron a emprender
un estudio detallado del asnnto y una exposición más extensa.
Este volumen es el resultado.
Creo que el tema no está agotado, ni mucho menos, y
tengo la esperanza de que sugiera nuevas investigaciones y
mayores aportes en un campo tan apasionante y tan fructífero.
C.A. S.
Lima, noviembre de 1962,
El. PSICOTERAPEUTA. COY'v!O SEH }lIUMANO

I La psicoterapia ayer y huy

El auge de la psicoterapia en la actualidad tiene, como


todos los fenómenos colectivos, un significado trascendente.
No es sin razón, y sin una razón anclada en las bases mismas
de la, organización social, que la psicoterapia ha, llegado a
ocupar un tan importante lugar en la teoría y la práctica
médicas.
Sabemos, por supuesto, que todo individuo que pretendió
aliviar el sufrimiento de un semejante practicó, en una forma
u otra, lo que hoy llamamos psicoterapia, pero es en nuestros
días cuando la palabra se repite constantemente y cuando el
tipo de tratamiento que designa se ha impuesto a la conside-
ración, no solamente de los médicos, sino del público en general.
Creo que ello, lejos de constituir un fenómeno aislado, e'"
el reflejo, en la realidad terapéutica, de las corrientes culturales
que informan nuestro momento histórico occidental. Luego
del deslumbramiento positivista, con su esperanza fallida
como camino para. resolver en una forma "científica" todos
los problemas humanos) se produjo una reacción y una vuelta
hacia lo que se había, un poco apresuradamente, despreciado:
las fuerzas inmateriales y los aspectos no objetivables de la
realidad. El hombre readquiere consciencia de su humanidad
y busca en ella la solución que la "ciencia" deshumanizada
no había podido ofrecerle.
La psicoterapia nace entonces como disciplina médica;
recoge los aportes de los iluminados y los empíricos que usaron
los más variados procedimientos con las más diversas y ab-
surdas pretensiones, y se dedica a investigar los alcances y
posibilidades de esa actividad, tan de acuerdo con las tenden-
cias culturales del momento.
Si bien existen, en esta misma etapa, precursores innegables
(recordemos solamente a Charcot y a Janet, a Berheim y a
Dubois), es con el genio de Sigmund Freud con el que nace la.
moderna psicoterapia, no solamente, por supuesto, por el
psicoanálisis, que constituye, aún hoy, el método con .mayor
base sistemática y, probablemente, el más practicado en sus
·CARliOS ALBERTO SEGUfN

distintas variantes, sino porque sus puntos de vista han


influido en todas las escuelas, desde las de antigua tradición
hasta 'las aparecidas en los últimos años.
Pero, a pesar de la innumerable cantidad de estudios e
investigaciones realizados (y quizás por ello mismo) aún nos
falta una teoría convincente que nos permita, si no una com-
prensión exhaustiva, un acercamiento iluminado a la profunda
realidad del proceso psicoterapéutico en sí mismo y en todas
sus variantes. 1
Esa deficiencia teórica se refleja, por supuesto, en la ausen-
cia de una definición precisa. Las muchas planteadas pueden,
sin embargo, estudiarse fructíferamente. Nos muestran la
evolución de los conceptos y nos permiten acercarnos a las
bases mismas de la acción efectiva.
Todas las definiciones primeras tienen una característica
notable: se refieren a la psicoterapia como un método curaiiuo
y, asimilándola más o menos al resto de los procedimientos
médicos, expresan la idea de la acción del doctor sobre el pa­
ciente. "Influir", "manejar", "actuar sobre", "cambiar",
cuando no "dirigir" o "guiar" son las palabras clave. El psico-
terapeuta, desde su posición superior, modifica, en una forma
u otra, las ideas, los sentimientos o la conducta de su enfermo.
Por otra parte, su acción se dirige hacia "la enfermedad" que
hay que "curar" o "aliviar". Vemos en todo ello la influencia,
poderosa aún, de la asimilación a los otros conceptos y proce-
dimientos de la Medicina en general 2 para la cual la enfer-
medad era casi una entidad con vida propia, conservando así
las ideas un poco mágicas que habían imperado durante
siglos 3• Se trataba, pues, de curar la dolencia que "se había
apoderado" del hombre y, por lo tanto, el doctor era un poco

1 Un intento de fundamentación teórica fue motivo de


una publicación anterior: C. A. Seguin: Bases de la Peicote­
rapia, Buenos Aires, El Ateneo, 1954.
~ Testigo de ello es la siguiente definición de "psicoterapia"
que hallamos en la Enciclopedia Británica: "El tratamiento
de la enfermedad por medios psicológicos".
3 Una reseña crítica de este punto de vista puede hallarse
en C. A. Seguin: Introducción a la M edicina Peicoeomaiica,
Lima, Scheuch, 1947, y en C. A. Seguin: "The Concept of
Disease", Psychosorrwtfr~ Mr:didne, Vol. VIII, N°, ·t rn4tl.
AMOR Y PSICOTE.RAPIA 11

el exorcista o taumaturgo que obraba merced a sus poderes


especia les, a los que el enfermo debía someterse incondi-
cionalmente.
Bien pronto, sin embargo, las cosas cambiaron. El acento
se puso, ya no sobre la acción modificadora del médico corno
aplicador de técnicas deetinadas a "manejar" al paciente
o a curar su "dolencia", sino sobre la interrelación personal.
Los teóricos comenzaron a ver en la psicoterapia una forma
especial ele relación humana y en su acción un efecto, no de
la. técnica sobre la enfermedad, sino de un hombre sobre
otro hombre en circunstancias especiales de comercio inter-
personal. Las definiciones, pues, se refirieron más y más a
esa interrelación y a sus características. Actualmente los
estudíosos estan generalmente de acuerdo en dos nociones im-
portantísimas: l. Que la psicoterapia actúa en virtud de la
dinámica de la relación interpersonal en tedas sus sutiles
características; 2. Que est:i dirigida, fundamentalmente, a
modificar, mediante esa interrelación y sus efectos sobre la
personalidad, moldes inadecuados de reacción emocional y
sus consecuencias en la conducta.
Ello nos lleva a plantear una posible definición:
La psicotertvpia es una forma de relación
interpersonal en la que, a traoée de experiencias
emocionales correctivas, se moclijican rasgos
indeseables de la personalidad.

H La psicoterapia como relación Irrteepersona l

Lo fundamental, pues, en el proceso psicoterapéutico, de


acuerdo con lo dicho anteriormente, es la relación entre el
médico y su paciente y, por. lo tanto, todo intento de estudiar
las características o la forma de actuar de tal proceso debe
dirigirse. a la comprensión de aquélla y sus peculiaridades.
Ese estudio nos podría mostrar que las creencias acerca
de ella· están directamente unidas a la concepción general
que en cada época se tuvo de la medicina. Recordemos, así,
cómo, en el primitivo arte de curar, ejercido por magos y sa-
cerdotes, la relación se creía basada en hechos sobrenaturales.
El curador se valía de poderes a él conferidos por potencias
12 CARLOS ALBERTO SEGUIN

'extrahumanas y, por lo tanto, el enfermo debía someterse


a esas potencias que desconocía y respetaba y que actuaban
a través del 11111,go. Había, pues, un hombre que se. hallaba
en una posición superior y otro que, iuferiorizado por su
ignorancia y por su enfermedad, era casi una cosa en sus
manos. Pero, y esto es lo importante para comprender el
proceso, era una cosa con sentimientos y hacia ellos se dirigía.
Ja. acción. No creo que pueda negarse el efecto real de las
maniobras curativas de los primitivos y -en la actualidad-e-
no creo que pueda dudarse de que ese efecto .se hallaba basado
en la influencia sugestiva, del curador.
Sin embargo, ese convencimiento ha seguido un camino
complicado y tortuoso. Recordemos, entre otras cosas, que
Mesmer creía que su acción era producida por el "magnetismo
animal", fuerza que, desde los astros y a través de él, actuaba
modificando todas las funciones y realizando casi milagros.
A pesar de la influencia fuertemente sugestiva de Mesmer
y los poderosos factores de la época, hubo quienes fueron
capaces de ver mejor. En 1'18 :!: la Comisión P~eal nombrada
1

para informar sobre las supuestas acciones del magnetismo


animal y formada por Franklin, Le Roy, Bailly, Lavoisier y
de Bory, de la Academia de Ciencias, y Sallin, Borie, DiAr-
cet y Guillotin, de la Facultad de Medicina de París, concluía ·

"Los comisionados, habiendo reconocido que el


fluido magnético no puede ser captado por ninguno de
nuestros sentidos; que no ha tenido ninguna acción
ni sobre ellos mismos, ni sobre los enfermos que les
han sido sometidos; habiéndose asegurado que las
presiones y los tocamientos producen cambios rara-
mente favorables en la economía animal y conmociones
siempre inoportunas en la imaginación; habiendo, en
fin, demostrado, por experiencias decisivas, que la
imaginación sin magnetismo produce convulsiones y
que el magnetismo sin la imaginación no produce nada,
han concluido unánimemente sobre la· cuestión de la.
existencia y la utilidad del magnetismo, que nada
prueba la existencia del fluido magnético animal;
que ese fluido, sin existencia, es, por consecuencia, sin
utilidad; que los violentos efectos que ne observan on
.AMOR Y PSICOTERAPIA 13

el tratamiento público pertenecen a los tocamientos,


a la imaginación puesta en acción y a esa imitación
maquinal que nos lleva, a pesar nuestro, a repetir lo
que conmueve nuestros sentidos".

Los sabios de la Comisión supieron, pues, ver claramente


lo que hoy es obvio. Si bien hablan de "imaginación" e "irni-
tación", se refieren, indudablemente, a una forma de relación
in terhumana de característicaa muy especiales que se encuen-
tra en la mayor parte de las acciones psiooterapéuticas.
Sin embargo, las palabras del informe nos indican clara-
mente que entonces (y ello continuó por mucho tiempo),
se creyó que lo más importante en la relación del paciente con
el médico era. la. acción intelectual o racional. Ejemplo bri-
llante de ello, y no el único, es la técnica "persuasiva" de
Dubois, Este autor, reaccionando enérgicamente contra la
acción "irracional" de la sugestión, propugnó un método
'psicoterap~utico basado en la "razón" y cuyo procedimiento
era el de "convencer" al paciente de la falsedad de sus ideas
y de sus acciones y, de esa manera, guiarlo hacia el abandono
de esas ideas y esas acciones, que debería reemplazar por
otras, más de acuerdo con la lógica.
Como toda teoría y todo método, éste estaba enraizado
en los conceptos culturales de la época. Dubois, en psicote-
rapia, era el representante del racionalismo imperante, y su
repudio a la, sugestión, a causa de ser "irracional", reflejaba
el repudio general hacia todo lo que no estuviera de acuerdo
con la Diosa Razón, a fo, que el hombre debía rendir incon-
dicional homenaje.
Esa adoración continuó por largo tiempo, y en esto como
en muchas otras cesas, es Freud quien inicia un verdadero
cambio. Con él empieza la consideración seria de lae fuerzas
irracionales y su elevación como básicas en la conducta hu-
mana; es con él, precisamente, que la afectividad toma una.
posición central en cualquier consideración psicológica.
Este vuelco no se produce, 8Ín embargo, fácil ni rápidamente.
Al comienzo el psicoanálisis ofrece explicaciones más o menos
racionalistas: la psicoterapia tendría como propósito hacer
conscientes hechos y fenómenos reprimidos, y esa "consoien-
cíacién" permitiría que esos hechos y fenómenos se pudieran
14 1CARLOS ALBERTO SEGUI'.N

contemplar y manejar a la luz de la razón. Bien pronto otro


aspecto ~e puso de relieve: las vivencias afectivas del paciente
y su importancia en el tratamiento. La "conscienciacíón" y
el manejo "racional" de los "complejos", el descubrimiento
de recuerdos reprimidos, pasaron a un segundo plano y el
acento recayó sobre la relación interpersonal misma y sus
efectos terapéuticos.
Si bien hoy la mayoría de los psicoanalistas acepta la im-
portaneia de la relación interpersonal en la psicoterapia, una
batalla se desarrolla aún entre aquellos que creen que esa
relación es lo decisivo y los que sostienen que la conscien-
ciación y la interpretación son los factores básicos e indis-
pensables.
De todas maneras, puede decirse que no hay psícotera-
peuta actual que no acepte que es la relación emocional
entre paciente y médico uno de los factores más importantes,
aunque algunos acentúen esa importancia menos que otros.
Quiero, desde ahora, dejar sentada mi opinión: creo que la
relación emocional entre enfermo y médico se halla como base
fundamental en cada procedimiento psicoterapéutico; creo
que sin ella no es posible ninguna acción efectiva y que, en
todo intento de comprensión teórica de la psicoterapia, debe-
mos, ante todo, dirigir nuestra atención a sus características .
su significado y su evolución.
Pero, si ello es verdad, y como tal ha sido y es tomado en
cuenta, es importantísimo acercarse a las características de
esa relación emocional en todos sus aspectos.
Lo que el paciente experimenta, su actitud afectiva frente
a la figura del médico, el significado de sus reacciones al pro-
ceso mismo, han sido estudiados ampliamente, en especial
por los psicoanalistas; no así el otro lado del cuadro, el del
psicoterapeuta, lamentablemente descuidado hasta. ahora.
Se ha partido de la base, falsa, de que el médico debe, y puede,
ser "objetivo" y de que el ideal es que se mantenga libre de
toda participación personal. ·
Que ello es imposible salta a la vista y llama la atención
que no. haya sido más enérgicamente señalado desde el prin-
cipio. No puede desarrollarse ninguna relacion interpersonal
sui participadón, sin mutualidad. Si el enfermo se encuentra,
quiéralo o no, envuelto en una serie de procesos afectivos
AMOR Y PSICOTE.RAPIA 15

durante la psicoterapia, el médico, quiéralo o no, créalo o no,


lo está también. Es más: debe estarlo, ya que, si se diera el caso
-que no se da en la realidad- de una posible prescindencia,
absoluta de "compromiso", de una actitud "profesional",
"objetiva" y "desligada", se trataría, no de una relación
humana, en el sentido noble y amplio del término, sino,
como veremos más adelante, <le un individuo -el médico-
que convierte a otro -el enfermo- en objeto, en cosa, y lo
trata como a tal.
El facultativo es, por el contrario, un lado del proceso
mutuo o dual, una parte de la díada psicoterapéutica y, por
lo tanto, se halla tan envuelto en ella como el paciente, aun-
que, por supuesto, de una manera d.if erente,
¿De qué manera? ¿Qué es lo que siente o experimenta el
médico en su comercio psícoterapéntico? ¿Cómo se relaciona
con BUS enfermos? ¿,Cómo responde a su llamado y cuál es su
posición en el proceso?
Son ésas las preguntas cuya respuesta trataremos de buscar
en estas páginas, creyendo así contribuir al entendimiento de
un problema fundamental y a la edificación de una compren-
sión mejor del fenómeno terapéutico mismo.

HI Algunos puntos de vista actuales

Cada escuela, por supuesto, y cada psicólogo, encara el


problema de acuerdo con sus postulados teóricos y presenta
un intento de comprensión y explicación. Es necesario e
ilustrativo revisar algunos.

El peicoomáliei« y la controironsferencia

Como hemos visto, bien pronto, en los círculos psicoana-


líticos, se comprendió la trascendencia de los fenómenos afec-
tivos en la psicoterapia. Es conocida la versión freudiana de
que una de esas reacciones emocionales es la que ocasionó la
defección de Breuer al comienzo de la exploración psicológica
de los pacientes histéricos. Dice Freud que, durante el trata-
miento de una. enferma, ella experimentó por Breuer lo que
16 CARLOS ALBERTO SEGUIN

luego se l lalharíu "amor de transferencia" y sugiere que este


episodio, que el médico no supo manejar, influyó sobre él
de tal manera que se decidió a abandonar ese camino <le
estudio. 4
Freud, espíritu más abierto, más audaz y penetrante, fue
capaz, no solamente de ver claro el significado de esa reacción
afectiva de sus pacientes, sino de aprovecharla eficazmente
en la teoría y en la práctica.
Pero si la consideración de la "transferencia" se convirtió
en uno de los temas principales y básioos del psicoanálisis
(testigo la abundantísima literatura publicada i>), el otro
aspecto de la relación emocional, la reacción del médico, ha
sido estudiada comparativamente muy poco y ello casi de
manera exclusiva bajo el rubro de "contratransíerencia" 6•
Es Freud también el primero que de ello se ocupa. En una

S. Freud: "Historia del Movimiento Psicoanalítico",


Obras Completas, Madrid, Biblioteca Nueva, 1948, Vol. II,
página 891:
"Breuer disponía, para el restablecimiento de los enfermos,
de un intensísimo rapport sugestivo, en e! que podemos ver
precisamente el prototipo de aquello que nosotros denomina-
mos 'transferencia'. Pues bien, tengo poderosas razones para
sospechar que, después de la supresión de todos los síntomas,
hubo de descubrir Breuer, por nuevos indicios, la motivación
sexual de dicha transferencia, escapándole, en cambio, la
natura.lesa general de tal fenómeno y viéndose así impulsado
a cortar el tratamiento",
1 Una visión de conjunto puede obtenerse con la lectura
de los Anales del Congreso Internacional de Psicoterapia rea-
lizado en Zurich, en 1954, que tuvo, precisamente, ese tema.
(Acta Psuchotherapeutica, Vol. 2, N°. 3/4, 1954; Vol. 3, N°. 1
y el Suplemento al Vol. 3, 1955.)
3 Hemos tratado el asunto en C.A. Seguin, O. Valdivia,
S. Zapata, L. Lau y C. Crisanto: "Contratransferencia y
Psicoterapia Breve", Rev. de Psiquiatría y Psicotooia M édica
de Europa y América Latina. Barcelona, Tomo III, N ~ 2.
Una revisión completa puede hallarse en Wolstein H.:
Countertransference, Grunne & Stratton, 1959. Este autor
tiene también una. interesante obra sobre transferencia.
AMOR Y PSIGOTEHAPIA 17
conferencia pronunciada en el Segundo Congreso Psicoana-
lítico privado, realizado en Nuremberg, en 1910, dijo 7:

"Se nos ha hecho visible la 'transferencia recíproca'


que surge en el médico bajo el influjo del enfermo
sobre su sentir inconsciente, y nos hallamos inclinados
a exigir, como norma general, el reconocimiento de esa
'transferencia recíproca' por el médico y su ven-
cimiento".

Como se ve, el maestro es el que establece la tónica que las


investigaciones posteriores habían de seguir y lo hace usando
términos cuya traducción me parece mucho más ajustada a la
realidad: "transferencia recíproca" está más cerca de lo que
ocurre (y es más propio) que "eontratransferencía". A conti-
nuación revisaremos, una vez más, algunas de las definiciones
que de este aspeto de la relación médico-paciente sé han
dado.
Annie Reich, en un "Panel sobre los problemas de la trans-
ferencia y la contratransferencia" 8, definió este último fenó-
meno como: "Todas las expresiones del uso del análisis por
el analista con propósitos de actin g-out". En el mismo panel,
Gitelson llamó oontra.transferencia': "Las reacciones defen-
sivas de emergencia a las proyecciones del paciente o defensas
contra lo que el analista descubre de él mismo en el paciente".
Por su parte, Mabel Cohen manifestó: "Cuando, en la relación
analista-paciente, se produce angustia en el analista con el
efecto de que la comunicación entre ambos es interferida por
alguna alteración en la conducta, verbal o no, del analista,
la contratransferencia está presente". Clara Thompson 9 de-
fine la contratransferencia como "la transferencia de afectos
irracionales de la personalidad del analista en su relación con
sus pacientes".
Como se puede sospechar al leer estas definiciones, y muchas

7 Obras Completas, Vol. II, Madrid, Biblioteca Nueva,


1948.
a Panel on Problems of Transf'erence and Countertrans-
ference, Bull. of the Am. Psych. Ass., 1950.
9 C. Thompson: "Countertra.nsference", Samiksa, 1952~
18 CARLOS ALBERTO SEGUIN

otras que pueden hallarse en la literatura, se quiere englobar


cm la palabra oontratransferencia una serie de hechos variados
y dispares.
Así, Annie Reich, en el panel ya citado, menciona varias de
esas posibles ocurrencias: reacción ante la conducta del pa-
ciente; reacciones de acuerdo con el carácter del analista
(gusto 0 disgusto hacia el paciente); reacciones al material que
el paciente trae y que puede tocar un punto sensible del
analista; la sensación del terapeuta de querer jugar al mago,
de mostrarse omnipotente ante su enfermo, y los resultados
producidos por una sublimación inadecuada o incompleta
que se manifiesta durante el proceso analítico.
La misma autora, en otro trabajo 10 diferencia dos clases
de reacciones: la primera se refiere al caso en el que una situa-
ción específica moviliza impulsos inconscientes del analista
dirigidos hacia el paciente o defensas contra esos impulsos.
Llama a ésta "transferencia aguda" en la que, en realidad,
el paciente no es un. objeto, sino un instrumento, frente al otro
caso en el que Ja situación analítica es usada para expresar
las dificultades permanentes del analista. Cree que, en esta
ocasión, se trata de una "transferencia crónica", la única que
llamaría contratransferencia, y en la que el paciente es un
objeto del analista,
Gitelson 11 hace también una diferencia entre las actitudes
que considera beneficiosas, y que no estaría de acuerdo en
llamar contratransferencia, curiosidad, simpatía, deseos de
ayudar, etc., y las reacciones al paciente como un todo que,
según él, representan residuos transferencialee neuróticos del
médico. Cohen, por su parte 12, considera que las diferentes
maneras de reaccionar del analista ante el paciente, agrupadas
bajo el nombre de contratransferencia, son producidas bajo
el in flujo de la angustia y pueden, según ella, ser divididas
en varios grupos: 1 ~ las respuestas a atributos reales o supues ...

rn A. Reich: "On Countertransíerence", l nternationol


Journal of Psychoanalysis, 1951.
11 M. Gitelson: "The Emotional Position of the Analyst

in the Psychoanalytic Situation", Lniern; J. o.f Psuch., 1952.


12 M. Cohen: "Ccuntertransíerence and Anxiety". Psy­
chiatry, 1952.
AMOR Y PSICOTERAPIA 19
tos del paciente; 2°. actitudes estimuladas por necesidades
inconscientes del paciente o por explosiones súbitas de afectos
de éste; 3 °. actitudes producidas por responder al paciente
como si él fuera una persona importante en la vida del analista
y 4 °. actitudes que enfrentan al paciente, no como a un objeto
real, sino como una fuente de· gratificación de alguna nece-
sidad inconsciente del analista. Para ella la situación analí-
tica puede dar origen a estas manifestaciones oontratransfe-
renciales en tres casos:
1 °. Cuando factores situacionales (algunos aspectos de la
vida misma del analista o de la realidad) influyen en el
momento terapéutico; 2°, cuando ciertos problemas neuró-
ticos no resueltos en el carácter del analista son los que
actúan; y 3 °, cuando se produce una comunicación de la
angustia del paciente al analista.
Wiegert 13 establece que la contratransferencia está gran-
demente determinada por las angustias excesivas ocultas
del paciente que tienden a despertar defensas típicas, como
respuesta, en el psicoterapeuta. Dice Wiegert que esas angus-
tias se refieren principalmente a la angustia de soledad, la
angustia de impotencia y la de pérdida de identidad. En el
primer caso, el paciente, para combatir su angustia de soledad,
usa el mecanismo de la negación de la distancia, por ejemplo
en la histeria, y, entonces, produce en el analista angustia
por la sensación, ya sea de ser absorbido o tragado por el
paciente en ese afán de acercamiento, o de ser llevado a
sentirse indispensable frente a él. Cuando es la angustia de
la impotencia la que ocurre en el enfermo, éste la compensa
con la ilusión de tener poder o dominio, lo que se encontraría
principalmente en las neurosis obsesivas. En estos casos el
médico siente angustia ante la hostilidad y la violencia y
reacciona contratransferencialmente. Por último, ante la
pérdida de Ja identidad, el paciente se defiende con retirada,
aislamiento, alejamiento, y produce en el médico tentativas
contratransferencialesde indulgencia e identificación.

ra E. T. Vt eigert: "Transference and Countertrnnaíerence


in Relation to Anxiety", Acta P.".yr~h., Psuchoeom, et Or­
thopetl., 1954.
20 ,CARúOS ALBE:RTO SEGUIN

Como· vemos, la gama de reacciones del analista frente a


su enfermo es considerada enorme y puede complicarse aún
más si tenemos, por ejemplo, en cuenta la observación de
Tauler 14, quien, al hablar del entrenamiento de los psico-
analistas, considera como contratransferencia, no solamente
actitudes irracionales y no constructivas del analista, sino
también las del supervisor de este analista, ambos hacia el
paciente, y, además, las reacciones del supervisor y el ana-
lista entre ellos.
Es fácil ver en todo ésto, aparte de la vaguedad de los
conceptos, la tendencia a considerar la llamada contratrans-
ferencia como una reacción indeseable, un producto de ele-
mentos residuales neuróticos en el psicoterapeuta y la mayor
parte de los autores (hay algunas excepciones) manifiestan
su preocupación por encontrar el modo de evitarla, ya que la
consideran un trastorno y un obstáculo para el proceso
terapéutico.
Parece que creen aún que el psicoanalista "ideal" debe
ser una "pantalla en blanco" en la que se reflejaran los senti-
mientos del analizado. Que ello es, obviamente, imposible
se comprende fácilmente si pensamos que siempre se ·esta-
blece una relación interhumana en la que, como en todas,
hay participación.
Desde los primeros estudios hasta los conceptos actuales
se ha caminado un largo trecho y, poco a poco, a mi manera
de ver erróneamente, se ha ido extendiendo la acepción de
contratransferencia para englobar, no solamente lo que la
palabra sugiere: los sentimientos que el psicoterapeuta trans-
fiere al enfermo como consecuenciade los que éste le ha trans-
ferido, sino todos los que el médico puede sentir por el paciente,
sean los que fueren. De esta manera la idea se ha hecho con-
fusa y, en la actualidad, es difícil saber a qué se refiere un
autor cuando habla sobre "contratransferencia". En el tra-
bajo antes citado hemos expresado nuestra opinión al res-
pecto al decir que el médico experimenta ante su enfermo
toda una serie de reacciones que deben tomarse muy en cuenta

14 E. S. Tauler: "Observations on Countertransference


Phenomena: the Supervisor-Therapist Relationship", Sa­
miksa, 1952.
AMOR Y PSICOTERAPIA 21
y estudiarse cuidadosamente sin confundirlas, consciente o
inconscientemente, en el vago 'calificativo de contratransfe-
rencia que, al hacerse demasiado amplio, no significaya nada.
La naturaleza de la relación médico-paciente vista desde
el punto de vista psicoanalítico puede quizás comprenderse
mejor si, volviendo a Freud, consideramos cuáles son las
formas posibles que podría presentar.
Según el maestro, todo amor es amor sexual, pero esa pri-
mitiva orientación puede ser bloqueada, y entonces el amor
se convierte en "afecto". En las palabras freudianas, se trata
de un "amor-inhibido-en-su-fin". Todos los sentimientos
positivos que unen un ser humano a otro pueden, pues, ser
considerados en esa categoría. Dice Freud:

"El amor genital lleva a la formación de nuevas


familias; el amor-inhibido-en-su-metalleva a amistades,
que son culturalmente valiosas porque no tienen las
limitaciones del amor genital, por ejemplo, su exclu-
sivismo" 15•

¿Es amistad lo que el terapeuta siente por su enfermo?


Eso parece desprenderse de lo citado, pero debemos,por ahora,
dejar abierto el interrogante para intentar una respuesta
luego de las consideraciones que siguen.

M areno y el "tele"

El plantea.miento de J. Moreno debe ser también tomado en


cuenta. Para él, lo que une. a dos seres humanos es "tele".

"Tele ha sido definida -dice 16- como una expe-


riencia interpersonal que se origina de contactos de
persona a persona y de persona a objeto desde el naci-

15 S. Freud: "Civilization and its Discontents", Londres,


The Hogard Press, 1930.
16 J. L; Moreno: Who shall survive?, Nueva York, Beacon
House, 1953. lEdición castellana: Los fundamentos de la
eociomeiria, Buenos Aires, Paidós, 1962.]
22 CARLOS ALBERTO SEGUIN

miento y que va desarrollando gradualmente un


sentido para las relaciones interpersonales".
Y 17: "Se llama relación­tele a un complejo de senti-
mientos que a trae a una persona hacia otra y que es
despertado por los atributos reales -individuales o
colectivos- de esa otra persona".
Vemos aquí, en medio de la poca precisión del concepto,
varias distinciones importantes. Ante todo, se trata de expe-
riencias interpersonales en las que participan plenamente los
seres envueltos, sin establecer diferencias entre ellos, lo que
ya coloca este planteamiento en un plano distinto del psico-
analítico.
Esa diferencia se acentúa si vemos que ese "complejo de
sentimientos" es "despertado por los atributos reales" de
la, otra persona, lo que nos ale] a también de la noción psico- ·
analítica en la que se pone énfasis en la irrealidad de la. rela-
ción, basada en la transferencia.
N atemos, por último, que se trata de atributos "indivi-
duales o colectivos" y ello tiene fundamental importancia,
como veremos más adelante, cuando entremos a un estudio
más detallado de todas las posibilidades de relación ínter-
humana positiva.
Hay algo en la definición de Moreno, sin embargo, que
debe detenernos: la referencia, en el mismo nivel, a los "con-
tactos de persona a persona y persona a objeto". Creo que
esto descalifica grandemente el concepto. No puede, de nin-,
guna manera, compararse la relación de hombre a hombre
con la relación de hombre a objeto sin perder lo esencial de
su significado. Ello ha sido muy enérgicamente puesto de
manifiesto por los existencialistas, como luego veremos.
Las ideas de La­in Entralgo

En un libro interesantísimo 18 Lain Entralgo expone al-


gunas ideas que mucho tienen que ver con el tópico. Si bien

11 .J. L. Moreno: Psuchodrama, Nueva York, Vol. I.


Beacon House, 1946. [Edición castellana: Peicodrama, Buenos
Aires, Horrné, 1961.] ·
is Lain Entralgo, P,: Medicina, e Historia, Madrid, EE.1.,
eorial, 1941.
AMOR Y PSICOTE.RAPIA 23

su preocupación principal es el estudio de la relación del médico


con el enfermo en el contexto general de su posición ante la
historia, se refiere, por supuesto, a la psicoterapia y su signi-
ficado humano. Dice:

"La psicoterapia está fundada en la intuición amo-


rosa que el médico hace del destino a la vez propio
y comunal del enfermo y está enderezada a otorgarle
consuelo, consejo y conducción por obra de la coexis­
tencia' '.

Para. mejor comprender este párrafo tenemos que referirnos


a. consideraciones anteriores del autor sobre el sentimiento
que une al médico con el enfermo en general: el "amor
creyente" 1fl.
Trataré de sintetizar sus conceptos: existen varias clases
de amor. Ante todo, el amor distante, por virtud del cual
"admiramos objetivamente, 'distanciándolo', el objeto de
nuestro movimiento amoroso". Es la manera de "amar"
un cuadro, un paisaj e, una melodía. Frente 9, éste se halla
el amor instante, que no puede sentirse sino por una persona,
jamás por una cosa. Se trata de "un penetrar activo dentro
de ella, no admirando el valor realizado ya, sino coejecutando
con ella actos valiosos, estando activamente dentro de ella,
in­stándolo", Para Lain, sin embargo, "no se trata todavía
del amor en el sentido habitual de la. palabra -la amistad,
el amor filial, el sexual, etc+- sino meramente de algo que
hace posible luego la edificación de todos los amores posibles
o de todos los odios". Para que el verdadero amor aparezca
se necesita que al amor instante se una la creencia. "La creen-
cia - dice el autor- unida al 'amor instante', da todos los
tipos posibles de lo que habitualmente se conoce con el nom-
bre de amor personal".
Lo llama "amor de revelación o amor creyente". Este amor
"consiste en una suerte de secreta evidencia, por cuya virtud
se nos revela intuitivamente la realidad de un destino comu-

19
Como veremos rnt~s adelante, Lain ha completado y
modificado en algo sus ideas,
24 CARuOS ALBERTO SEGUIN

nal (ein Geschick en el sentido de Heidegger) que codeter-


mina nuestro singular y. auténtico destino. El amor creyente
supone el descubrimiento de un destino, de un co-destino
y su aceptación".
Podemos ahora comprender a lo que se refiere al hablar,
en psicoterapia, de coexistencia. Se trata del "amor creyente"
que el médico debe sentir por su enfermo y que le permitirá
coexistir con él por un tiempo en un "destino comunal" y,
así, ayudarlo.
Estas ideas nos recuerdan las de von Weizsacker, induda-
blemente. Éste nos habla de una Weggenossenschaft, un com-
pañerismo de camino (ha sido traducido, mal a mi manera
de ver, como "camaradería itinerante") que es muy similar
al destino comunal transitorio de Lain.
Pero nuestro autor se refiere a renglón seguido a "con-
suelo, consejo y conducción" y, al explayarse acerca de esas
palabras, dice algunas cosas que nos alejan inmediatamente
de su punto de vista. Para él, el consuelo y el consejo deben
conducir al enfermo hacia Dios o un "semidiós" y la "conduc-
ción" implica la "obediencia del enfermo" al médico, quien
"infiere las nuevas posibilidades en que debe transcurrir el
destino del enfermo, le esclarece sobre ellas mediante el
consejo y le compele a Eleguirl[j.s merced a su autoridad".
Todo ello señala una psicoterapia enérgicamente directiva
a la cual me he manifestado claramente opuesto.

Los "modelos básicos" de la relación médico­enfermo


Estos conceptos de Lain Entralgo nos llevan a considerar
otros con ellos emparentados, aunque distintos en cuanto
al punto de vista y a la amplitud del enfoque. Se trata de
los expuestos por Thomas Szasz y Marc Hollender 2º, que
trataré de presentar brevemente:

2º Estas ideas fueron expuestas en "A Contribution to


the Philosophy of Medicine", Am. Med. Ass. Archives of
Infernal Medicine. Vol. 97, mayo de 1956, y elaboradas en
un artículo posterior: "The Doctor Patient Relationship
and its Historical Context", The A.m. J. oj Psych., Vol. 115,
N°. 6. El cuadro está tomado de este último artículo.
AMOR Y PSICOTEHAPIA

Para estos autores existen tres "modelos básicos" de rela-


eión médico-paciente: actividad­pasividad, guía­cooperación
y participación mutua.
En la primera el médico "hace algo por el enfermo", quien
se mantiene completamente pasivo, como en los casos en los
que se halla inconsciente (anestesiado o en coma, por ejemplo).
"El tratamiento - dicen los autores - tiene lugar sin tener
en cuenta la contribución del paciente y sin consideración
del resultado. He aquí un parecido entre el enfermo y un niño
indefenso, por un lado, y entre el médico y un padre, por el
otro".
El modelo siguiente se refiere a las veces en que el enfermo,
consciente pero necesitado, se dirige al médico en busca de
ayuda y se somete a él. "Guía-cooperación -se nos explica-
presupone que el médico dirá al paciente lo que debe hacer y
que éste cumplirá las órdenes. Ambos, paciente y médico,
son 'activos' y contribuyen a la relación y la principal dife-
rencia entre ellos se refiere a la situación y al poder". Este
modelo es similar a la relación de un padre y su hijo adoles-
cente.
En la "participación mutua" 21 "ha desaparecido la supe-
rioridad indiscutible e indiscutida del médico para ser sus-
tituida por un entendimiento en el cual, según los autores,
los participantes tienen aproximadamente igual poder, son
mutuamente dependientes (se necesitan el uno al otro) y
entran en una actividad que es, de alguna manera, satisfac-
toria para ambos''.
Reproduzco el cuadro que sintetiza las ideas expuestas:

21 No creo que la elección de las palabras haya sido


feliz, puesto que "participación" lleva ya consigo la idea de
mutualidad. En castellano, "participar" es "tener parte en
una cosa; tocarle o corresponderle a uno algo de ella" (Aca-
demia) y, en inglés, "participation" es "the act of sharing
something with others; division into shares; companionship"
(Webster).
26 CARLOS ALBERTO SEGUIN

1
0)
p..
o
o
<:)
AMOR Y PSICOTERAPIA 27

En relación con el tema que nos ocupa, indudablemente


que es el último modelo el único que podemos tomar en cuenta.
Sin embargo, como veremos con más detención luego, fa
"participación", la relación de adulto a adulto, puede tomar
diferentes formas y es dentro de ellas donde debemos hacer
una cuidadosa distinción que nos permita comprender la parte
que en esa participación corresponde al médico, parte que
debe, forzosamente, tener características especiales que no
pueden, ni deben, desconocerse.

La posición "ob}etiva"

No puedo terminar esta revisión sin referirme a. otro en~


foque del asunto que ha sido descuidado hasta ahora. Nuestro
interés se ha centrado en los autores que trataron de compren-
der lo que ocurría entre el médico y el paciente valiéndose
de los métodos "subjetivos;' de la psicología. Existen, por
supuesto, muchos otros que, magníficamente intencionados,
han intentado objetivar el estudio, basándolo en datos con-
cretos y en su manejo matemático.
Así, Fiedler 22 pidió a un conjunto de psicoterapeutas su
opinión acerca de lo que consideraban una "relación ideal"
entre ellos y sus pacientes. Las respuestas, característicamente,
no se refieren a posiciones básicas, sino a situaciones más o
menos definidas. He aquí algunas de las condiciones supuestas
de esa "relación ideal":
-El psicoterapeuta es capaz de participar completamente
en los sentimientos del paciente.
-Es capaz de comprenderlos.
~El psicoterapeuta no se aparta de la dirección que sigue
el pensamiento del paciente.
-El tono de la voz del psicoterapeuta trasmite su capa-
cidad para compartir los sentimientos de su paciente.
-El psicoterapeuta considera al paciente como un cola-
borador en la solución de un problema común.

22 Fiedler, F.: "Quantitative Studies on the Therapisb's


Role 'I'owards their Patients". Psychotherapy, Theory and
Iiesearch, Nueva York, O. Hobart Mowrer Ronald Press Co.,
1953,
28 CARLOS ALBERTO SEGUIN

-El psicoterapeuta trata al paciente como a un igual.


Espero que la superficialidad de estos puntos de vista
pueda ser muy pronto apreciada, cuando entremos en un aná-
lisis serio de hechos y posibilidades.
Leary desarrolla un elaborado sistema y hace un estudio
detenido de variables y porcentajes 23• Coleman, Greenblatt
y Solomon se esfuerzan en ser más objetivos aún y miden el
funcionamiento cardíaco del enfermo y del terapeuta durante
la entrevista 24, medidas que repiten Kanter y DiMascio,
añadiendo la de la temperatura de la piel 25• Desgraciada-
mente, estos' estudios no han conducido a ningún resultado
apreciable, lo mismo que muchos otros, que sería largo enu-
merar. Quiero, sí, detenerme en un plausible intento reciente-
mente publicado por Snyder 26, que puede servirnos de modelo.
El autor ha estudiado el proceso psicoterapéutico en veinte
estudiantes graduados de psicología, con una edad media
de 27.4 años, sometidos a tratamiento por él mismo.
Después de cada entrevista, .tanto los pacientes como el
psicólogo, llenaban una serie de cuestionarios registrando las
actitudes del sujeto ante el tratamiento y ante el terapeuta,
así como las de éste en relación con su cliente y su apreciación
de cómo reaccionaba ante él. Todo ello era acompañado del
registro periódico de tests psicológicos tanto del terapeuta
como de los sujetos.
Estos datos fueron procesados de tal manera que se obtu-
vieron trece coeficientes más catorce subcoeficientes por
cada enfermo y luego analizados por medio de la técnica Q,
de la técnica de las elecciones P, de correlaciones tetracóricas,
correlaciones de ordenación de Spearman, coeficiente phi
y análisis factorial.
23 Leary, T.: Interpersonal Diagnosis of Personality,
New York, Ronald Press, 1957.
24 Coleman, R., Greenblatt, M. y Solomon, H.: "Physio-
logical Evidence of Rapport during Psychotherapeutic In-
terviews", D1'.s. of the Ner. Sistem, Vol. XVII, 1956.
25 En Gottschalk, L.: Comparative Peucholinquistic Ana­
lysis of Two Psychotherapeutic Intervieios, N ew York, Intern.
Univ, Press, 1961.
213 Snyder, W.: The Psychotherapy Iielationehip, New York,
The Macmillan Co., 1961.
AMOR Y PSICOTERAPIA 29

No voy, por supuesto, a entrar en un estudio de lo obtenido,


sino a concretarme a lo que el trabajo ofrece en relación con
nuestro tema: lo que el terapeuta siente por su enfermo.
Muy pobre es, en verdad. Apenas hallamos algo en los
capítulos finales y ello distorsionado por la terminología.
El autor habla de contratransferencia para referirse a todos
los sentimientos del terapeuta, y luego de un análisis mate-
mático de los datos "objetivos" de diez entrevistas en cada
caso, concluye:

"En el caso de la contratransferencia, el terapeuta


sintió ambas formas, positiva y negativa, hacia los
veinte clientes. Las expresiones más comunes de la
forma positiva fueron el ofrecer seguridad general y
asegurar al cliente un afecto fuertemente positivo. Las
formas más comunes de contratrans'ferencia negativa
fueron una intermitente sensación de frustración y
molestia con el enfermo y el no estar de acuerdo con él
de una manera abierta o encubierta. Hubo más
expresiones de contratransferencia positiva hacia los
mejores clientes y más formas negativas hacia los
peores. Los aspectos más profundamente sentidos de
la contratransferencia fueron los sentimientos pa-
ternales o imágenes hipnagógicas y sueños que el
terapeuta tuvo acerca de catorce de sus cuentes.
Otras formas de expresión de contra transferencia
positiva fueron el discutir con el cliente el carácter
de los sentimientos paternales o amistosos del psico-
terapeuta hacia él, palmearle el hombro, lamentar que
el tratamiento estuviera por terminar o experimentar
piedad por un cliente con problemas. Otras formas de
contratransferencia negativa, fueron el tener fantasías
hostiles con el cliente, admitir sentimientos negativos
hacia él, desear que el tratamiento terminara pronto y
tener dificultades con el cliente fuera del tratamiento.
Todas estas últimas expresiones de contratransferencia
positiva o negativa no ocurrieron frecuentemente en
los casos de nuestra investigación.
La contratransferencia pudo cambiar de valencia
en cualquier caso particular y el terapeuta pudo tam-
30 :CARLOS ALBERTO SEGUIN

_ bién experimentar simultáneamente formas negativas


y positivas hacia un mismo cliente".

He reproducido in extenso las conclusiones del interesante


libro de Snyder porque creo que ilustran claramente las
dificultades delmétodo. El autor no nos habla, en realidad,
de lo que siente (o trata de no hacerlo ya que no puede evitar,
aquí y allá, el referirse a ello) sino de las manifestaciones
exteriores (lo único, por supuesto, medible de los sentimien-
tos). Nos hallamos, entonces, frente a una serie de cosas
aisladas que, por más esfuerzos matemáticos que se hagan,
no dejan de ser un conjunto de hechos sin sentido, sentido
que solamente puede serles adjudicado por el propio sujeto
si es capaz de una captación subjetiva de lo que en él está
ocurriendo. Si ello no se hace, o si se evita con el propósito
de mantenerse "objetivo", se llega, como en el caso que regis-
tramos, a un árido coleccionar coeficientes -que, si bien
pueden ser titiles en un sentido, son completamente inoperan-
tes para nuestro propósito- o a afirmaciones como las que
encontramos más de una vez en el libro de Snyder: "La
relación pcicoterapéuiica debe consistir, según nuestra defim:­
cion, en alguna forma de relación matemática entre actitudes de
transjerencia y contratranejerencia",

La revisión realizada no nos ha ofrecido, en realidad, resul-


tados muy satisfactorios. Hallamos que todos los autores,
cada uno desde un distinto punto de vista, concluyen que
alguna forma de relación afectiva existe entre terapeuta y
paciente, pero no han sido capaces de decirnos, sino de una
manera muy vaga, de qué clase de relación se trata y, sobre
todo, qué es lo que el psicoterapeuta experimenta en su co-
mercio con el paciente y cómo esa vivencia puede calificarse.
Creo que, si queremos avanzar en el camino, debemos
volver nuestra atención hacia otras posibilidades y que ellas
nos serán ofrecidas por el estudio de las diferentes formas en
las que un ser humano se relaciona o puede relacionarse, con
otro. Es ese estudio el que intentaré a continuación.
ACERCA DE l.AS RELACIONES
AF'ECTIVAS RUMANA§

IJa gama de los sentimientos interpersonales se extiende


en un amplio espectro que va desde el odio hasta el amor. Sus
variedades son infinitas e inconmensurables y todos los inten-
tos explicativos han fracasado, como fracasan ante cualquier
hecho esencialmente humano y, sobre todo, ante fenómenos
afectivos. Parece que cualquier aproximamiento analizador
tuviera como primer resultado la destrucción del fenómeno
mismo a analizar y, por lo tanto, lo que queda ante el estu-
dioso es apenas un conjunto de elementos dispares que, des-
membrados e inarmónicos, se hallan muy lejos de la síntesis
feliz que les permitió ser.
No intentaré, pues, ningún análisis. Prefiero un acercamiento
directo, libre de tendencias disyuntivas, y creo que ese acer-
camiento puede sernos ofrecido por 1:), fenomenología.
Luego del auge de las investigaciones "científicas" que
pretendían aplicar al estudio del espíritu y la conducta hu-
manos los métodos de la ciencia positiva, una franca reacción
se ha hecho presente, reacción que ha alcanzado importancia
fundamental en los países europeos. Se vuelve a las nociones
fundamentales de aquellos filósofos y psicólogos que, consi-
derando el mundo anímico como completamente diferente
del mundo físico, sostienen que los sistemas que se usan con
éxito magnífico para el análisis de éste no pueden ser aplicados
al primero, cuyo estudio debe emprenderse con otra meto-
dología.
No entraré hoy en una consideración detenida. de estos
puntos de vista] que he tratado en otro lugar 27, pero creo
necesario decir que, en mi opinión, si bien los procedimientos
científicos positivos pueden aportar datos interesantes para
el conocimiento de los fenómenos psicológicos humanos,
ellos no excluyen, de ninguna manera, la necesidad de aplicar

21 Carlos Alberto Seguin: Existencialismo y Peiquicüria,


Buenos Aires, Editorial Paidós, 1960.
32 iCARLÓS ALBERT 0 SEGlJI.'N
1

otras modalidades de estudio que han probado su capacidad


para ofrecernos importantes resultados.
Muchos estudios de la interrelación humana han sido em-
prendidos por diferentes autores, en diferentes tiempos. De
entre ellos voy a referirme a los que más útiles pueden semos
para nuestro propósito actual.

1 El punto de vista existencial

Quizás uno de los conceptos fundamentales de la psicología


basada en el existencialismo es el de la relación interhumana
como un fenómeno único 28•
El hombre es, esencialmente, un ser-en-el-mundo. Vive
creando su mundo y siendo creado por él, pero ese mundo
(aparte del Eigenwelt, el de su propio conocimiento, que
dejaremos ahora) se distingue netamente en dos aspectos:
el Umwelt o "mundo-alrededor" y el Mitwelt o "mundo-con".
El primero es el de los objetos o las cosas. Rodea al hombre,
está allí y el ser humano debe vivir en él, pero no hacer de él
su. vida. El Umwelt es el mundo que el hombre tiene de común
con los animales: es el mundo en el que ha sido arrojado, en
el que se encuentra y en el que debe vivir, pero en el que no
debe hundirse ni con el que jamás debe permitir confusión.
Él Mitwelt, por el contrario, es un mundo esencialmente
humano: el de su relación con los otros hombres, relación
libre y creadora, más allá de la causalidad o de las "leyes
científicas". Si el hombre convierte, o permite que sea con-
vertido, el Mitwelt en Umwelt, es decir, si cosifica a los
seres humanos y no mantiene la diferencia esencial que debe
existir entre ambos en cuanto a su propia relación con ellos,
está perdido porque ha renunciado a una de sus fundamenta-
les características humanas.
Quiere decir, pues, que el hombre vive, no entre sus seme-
jantes, sino con sus semejantes. ¿Cuáles son las características
de esa relación?
He aquí un interrogante que todos los pensadores existen-

28 He estudiado estos puntos con mayor detención en:


Existencialismo y Psiquiatría. 27 (Estas cifras remiten a las
notas de este volumen.)
AMOR· Y PSICOTEHAPIA 33
a
cialistas se han planteado sin, mi parecer, haber hallado
respuesta.
El problema se presenta de la siguiente manera: el hombre
debe mantener su autenticidad y su libertad, pero, al hacerlo,
luchar contra su propia característica de ser-en-el-mundo.
Si se deja llevar, si, en algún momento, relaja la vigilancia
dolorosa y aguda ele su libertad, está expuesto a caer en la
masa, en la existencia "inauténtica", en el "se"· anónimo y
acéfalo. ¿Hay, para él, alguna forma de relacionarse con sus
semejantes y, al mismo tiempo, preservar su patrimonio su-
blime de autenticidad?
Si bien Jaspers nos habla de una "comunicación existencial"
y el mismo Heidegger se refiere a un posible "auténtico-ser-
con", la mayoría es extremadamente pesimista al respecto.
Se trataría de un "encuentro existencial" en el que ambos
participantes fueran capaces de unirse sin perder nada de
su autenticidad ni de su libertad. Si eso es posible, es, a mi
manera de ver, un hecho excepcional, una especie de reve-
lación capaz de cambiar la vida de una manera definitiva.
Ocurre solamente cuando la relación interhumana tiene una
cualidad especial y nosotros, seres humanos comunes, no somos
capaces de experimentar ese "encuentro" sino quizás en
alguna única oportunidad, que muchos no hallaremos nunca
en la vida.

II Los conceptos de Binswanger

Binswanger, el estudioso de la psicopatología existencial,


ha planteado las cosas de una manera algo distinta. Apar-
tándose de las originales ideas de Heidegger, acepta varios
modos de existencia: el modo singular, el plural, el anónimo
y el dual 29• ·
En el modo singular el hombre vive en relación esencial
consigo mismo y esa relación se refiere a la serie de formas
conocidas, desde el autismo hasta el narcisismo. El modo
plural es el del comercio en el nivel "social" de la vida. Es el

29 L. Binswanger: Grundf orrnenurul Erkennis menechlicheii


Duseine, Zurich, Max Niehaus, 1942.
·CARLOS ALBERTO SEGUIN

mundo del "uno y el otro", de la lucha y la competencia. El


· modo anónimo se presenta cuando el yo se confunde en la
anon imidad, como el soldado en el ejército o el hombre en
la masa.
Es el modo dual el que nos interesa. En é1 se realiza la ver-
dadera relación humana. Se trata de la posibilidad, casi mila-
grosa, de formar un nosotros sin destruir el Y o y el Tú. Existen
diversas formas del modo dual, como existen distintas formas
de amor o de parejas amorosas: madre e hijo, amigo y amigo,
amante y amante, etc., y cada una de ellas tiene características
especiales. Volveremos sobre ello.

IH Martin Buber y la relaciérr Yo - Tú

El modo dual de la relación interhumana estudiado por


Binswanger, nos acerca a las concepciones de Martín Buber.
Si bien no se trata aquí de estudios psicológicos ni psicotera-
péuticos sino, más bien, de especulaciones que lindan con lo
poético y lo místico, las ideas del filósofo judío no pueden ser
ignoradas cuando se trata de penetrar en la esencia del acer-
camiento humano íntimo.
En un hermoso libro se Buber nos dice que "para el hombre,
el mundo tiene dos aspectos, según su actitud ante él". Esa
actitud es la que señalan las "palabras primordiales" que no
son, en realidad, sino "pares de vocablos". Una es Yo-Ello
y la otra Y o-Tú.

"No hay un Y o en sí -dice el filósofo- sino una


parte Yo de fa palabra primordial Yo-Tú y la parte
Y o de la palabra primordial Y o-Ello",
Y luego:
"El mundo pertenece, en cuanto a experiencia," a Ja
palabra primordial -Yo-Ello. La palabra primordial
Yo-Tú establece el mundo de la relación".

Esta, para Buber, es la verdadera relación humana, la que


se distingue de la que podemos mantener con el mundo de las

30 M. Buber: !ch und Du, Leipzig, Inserverlag, 1923.


AMOR Y PSICOTERAPIA 35

cosas. "Cuando, ante un hombre que es Tú para mí, le digo la


palabra primordial Yo-Tú, él ya no es una cosa entre las cosas,
ni un compuesto de cosas".
La relación Yo-Tú es inmediata. "Entre el Yo y el Tú no
se interpone ningún sistema de ideas, ningún esquema y
ninguna previa imagen".
Y esa relación es básicamente amorosa. Pero hay diferentes
clases de amor. Quiero reproducir extensamente los siguientes
párrafos, que me parecen indispensables para comprender
la idea:
"Los sentimientos de Jesús hacia el poseso son
distintos de los que sentía por su bienamado discípulo,
pero el amor es uno. Se 'tiene' sentimientos, pero el
amor es un hecho que 'se produce'. IJOS sentimientos
moran en el hombre, pero el hombre mora en su amor.
No es esto una metáfora; es una realidad. El amor
es un sentimiento que se une al Yo de tal manera
que el Tú es su 'contenido' u objeto. El amor está
entre el Y o y el Tú. Aquel que no sepa esto, y no lo
sepa con todo su ser, no sabe del amor, aunque adju-
dique al amor los sentimientos que experimenta, que
goza, que siente y que expresa. El amor es una acción
cósmica. Para quien mora en el amor y contempla
en el amor, los hombres están libres de todo lo que los
hace partes de la universal confusión. Malos y buenos,
sabios e ignorantes, bel1os y feos, todos, uno luego
de otro, se vuelven reales ante sus ojos, se vuelven
otros tantos Tú, es decir, seres liberados, únicos; los
ve uno a uno, frente a frente. De vez en cuando, de
una manera maravillosa, surge una presencia exclusiva
y entonces puedo ayudar, curar, educar, elevar, liberar 31".

¿Es la relación Yo-Tú la que encontramos en psicoterapia?


¿Son éstos los sentimientos que unen al médico y su paciente?
Ciertamente que algunas de las características mencionadas
nos acercan a ello y, ciertamente, estamos otra vez ante una
palabra que ya hemos hallado en repetidas oportunidades:
amor.

ª1 Subrayado por el autor (C. A. S.).


36 .tCARLOS ALBERTO SEGUIN

IV El amor - por - el .. Ser de Maslow

Abraham Maslow, en una serie de trabajos, nos presenta


algunas ideas originales que tienen directa relación con el
tópico de nuestro interés y a las que quiero referirme.
Maslow distingue dos clases de amor: el "amor de nece-
sidad" y el que no nace de necesidad alguna perentoria.
El primero, al que llama amor-D (D-love), es producido por
la urgencia de remediar un déficit. "Es, dice 32, un hueco que
debe ser llenado, un vacío en el que el amor es vertido". El
ser humano necesita de este amor como necesita del alimento.
"El hambre de amor, confirma, es una enfermedad defici-
citaría, como el hambre de sal o la avitaminosis". Esta clase
de amor es, pues, egoísta y egocéntrico y no puede compararse
con la otra forma, el amor-S (B-love) o amor al Ser, que no
se origina en la necesidad de recibir, sino, más bien, en la,
superior y no egoísta, capacidad de dar.
Maslow enumera algunas características del amor-S y
creo que vale la pena reproducir in extenso los párrafos corres-
pondientes:

"l. El amor-S es bienvenido a la consciencia y com-


pletamente disfrutado. Puesto que no es posesivo y
proviene de la admiración más que de la necesidad,
no produce trastornos y es siempre dispensador de
placer.
2. No puede ser nunca saciado; puede ser disfru-
tado inacabablemente. Generalmente crece en lugar
de desaparecer. Es intrínsecamente placentero. Es
fin más que medio.
3. La experiencia del amor-S es descrita a menudo
como siendo igual y teniendo los mismos efectos que
la experiencia estética o la experiencia mística.
4. Los efectos terapéuticos y psicagógicos del
experimentar el amor-S son muy profundos y extensos.
Son parecidos a los efectos caracterológicos del amor
relativamente puro de una madre sana por su hijo o el

32 A. Maslow: Toward a Psychology of Beinq, New York,


D. van N ostrand Co., 1962.
AMOR Y PSICOTERAPIA 37

amor perfecto de su Dios que han descrito algunos


místicos.
5. El amor-S es, sin sombra de duda, una experien-
cia subjetiva más rica, 'más alta', más valiosa que el
amor-D (que todos los amantes-S han experimentado
previamente). Esta preferencia ha sido también comu-
nicada por mis sujetos más viejos) muchos de los cuales
experimentan ambas formas de amor simultánea-
mente en combinaciones variadas.
6. El amor-D puede ser satisfecho. El concepto de
'satisfacción' (gratification) difícilmente puede ser
aplicado al amor que se siente por lo admirable o
amable de otra persona.
7. En el amor-S hay un mínimo de angustia-hos-
tilidad. Para todos los propósitos humanos prácticos,
pueden estos sentimientos ser considerados ausentes.
Puede haber, por supuesto, angustia-por-el-otro. En
el amor-D debe siempre contarse con algún grado de
angustia-hostilidad.
8. Los amantes-S son más independientes el uno
del otro, más autónomos, menos celosos y temerosos,
menos necesitados, más individuales, más desintere-
sados, pero también, simultáneamente, más listos para
.ayudar al otro hacia la autoactualización 33, más orgu-
llosos de sus triunfos, más altruistas, generosos y
alentadores.
9. La más verdadera, la más penetrante percep-
ción del otro es hecha posible por el amor-S, que es
tanto una reacción cognitiva, como una reacción
emocional-conativa, como he insistido ya. Es esto

33 "Autoactualización -dice Maslow (op, cit., pági-


na 184)- se define de varias maneras, pero es perceptible
un núcleo sólido de concordancia. Todas las definiciones
aceptan o implican: (a) aceptación y expresión del núcleo ínti-
mo del ser (self), por ejemplo, actualización de esas capaci-
dades y potencialidades latentes, 'completo funcionamiento',
disponibilidad de la esencia humana y personal; (b) todas
implican la presencia mínima de enfermedad, neurosis, psico-
sis o pérdida o disminución de las capacidades personales
y humanas".
38 •CARLOS ALBERTO SEGUlN

tan impresionante, y tan a menudo demostrado por


la experiencia posterior de los demás, que, lejos de
aceptar el lugar común de que el amor es ciego, estoy
más y más inclinado a pensar que lo opuesto es la verdad,
que el no amar es lo que nos hace ciegos. ·
10. Finalmente, puedo decir que el amor-S, en un
sentido profundo pero demostrable, crea al amado. Le
da una imagen de sí mismo, le da autoaceptacíón, un
sentimiento de ser merecedor de amor y respeto, todo
lo cual le permite crecer. Es una pregunta justificada
la de si el desarrollo completo , de un ser humano
es posible sin él'1•

He citado tan largamente estas ideas porque creo que son


interesantísimas para nuestro propósito. Como hemos visto,
algunos de los párrafos parecen haber sido escritos descri-
biendo la experiencia psicoterapéutica. Debemos repetirnos
la pregunta: ¿Es amor-S lo que el psicoterapeuta siente por
su paciente? Y debemos remitir nuevamente la respuesta
a capítulos posteriores.

V El amor según Frorrrm

Erich Fromm, en un libro en el que sistematiza alrededor


del tema ideas expuestas a lo largo de toda su obra 34, exrone
conceptos interesantes, de los que voy solamente a referirme
a los que tienen que ver con nuestro estudio.

"El amor -dice- no es esencialmente una relación


con una persona específica; es una actitud, una orienta­
ción del carácter que determina el tipo de relación de
una persona con el mundo como totalidad, no con
un 'objeto' amoroso. Si una persona ama sólo a otra
y es indiferente al resto de sus, semejantes, su amor
no es amor, sino una relación simbiótica, o un_ . . ego-
tismo ampliado".

34 E. Fromm: El arle de amar, Buenos Aires, Paidos, 1962.


AMOR Y PSICOTERAPIA 39

Sin embargo, "decir que el amor es una orientación


que se refiere a todos y no a, uno no implica la idea de
que no hay diferencias entre los distintos tipos de amor,
que dependen de la clase de objeto que se ama".

Fromm distingue, pues, diferentes "tipos de amor": el


amor fraternal, el amor materno, el amor erótico, el amor a .sí
mismo y el amor et D1:03. De ellos nos interesa, naturalmente,
el primero, del que dice el autor que es "la, clase más funda-
mental de amor, básica en todos los tipos de amor".
Es el amor que sentimos por todos los hombres y se basa
en una "relación central", es decir, aquella que, más allá de
las diferencias superficiales, se dirige al núcleo de la esencia
humana en el que "percibe nuestra identidad, el hecho de
nuestra hermandad". Es, por lo tanto, "amor entre iguales"
y en el que, el hecho de "ayudar" al otro, no significa "que uno
sea desvalido y otro poderoso". "La desvalidez -dice
Fromm-e- es una condición transitoria; la capacidad de pa-
rarse y caminar sobre los propios pies es común y perma-
nente".
Vemos cómo este amor fraternal de Fr omm tiene muchos
caracteres que son comunes con el sentimiento que el psico-
terapeuta puede sentir al ayudar a su paciente. ¿Puede
identificarse con él? Ya lo veremos.

VI La obra ü,e Sch:ele1·

Si bien los puntos de vista revisados nos ofrecen conceptos


interesantes y sugerencias fructíferas, quizás necesitemos
detenernos más en el estudio de todas las distintas posibili-
dades de relación interhumana, para poder luego distinguir
entre ellas la o las que se refieran a lo que el psicoterapeuta
siente por su enfermo.
Para ello, renunciando a la tarea, destinada al fracaso
por imposible, de revisar lo mucho que al respecto se ha es-
crito, me referiré a, dos obras que considero fundamentales
y que, en realidad, resumen magistralmente lo conocido:
una es ya clásica, la de ScheleÍ·; otra acaba de aparecer, la
de Lain Entralgo.
40 1CARLOS ALBERTO SEGUIN

En 19H5 Max Scheler publicó Zttr Phiinomenoloqie und


'I'heorie der Syrnpatldegefühle urul von Liebe urul Hass
(Sobre la fenomenología y teoría de los sentimientos de sim-
patía y sobre el amor y el odio), ensayo en el que exponía sus
ideas que, desde entonces, han tenido poderosa influencia
en el pensamiento occidental. En 192a, con el nombre de
lVessen und Formen. der Sumpathie, aparece un libro que
reúne esos puntos de vista y los presenta en forma definitiva.
Todo intento de acercarse a la realidad de la relación entre
hombre y hombre debe partir de ellos. Es lo que haré a conti-
nuación, dejando, sin embargo, constancia de que, si en las
páginas que siguen hay una referencia directa a las ideas de
Scheler, no me ceñiré siempre a ellas, sino, más bien, usarélas
como trampolín para consideraciones que parezcan pertinen-
tes. 35

La relación aj ectiva interhumana

Existe una serie de movimientos afectivos que pueden unir


a dos seres humanos. Consideraré, para nuestros propósitos,
seis de ellos: a) el contagio de sentimientos; b) la unificación
afectiva; e) el "sentir-con-el-otro": d) el "vivir-del-otro"
e) la simpatía y f) el amor.

El contagio afectivo

Me hallo triste por una razón cualquiera o estoy cansado


y, por ello, "desganado", "sin ánimo", pero me encuentro
con un amigo alegre, "ocurrente", "chistoso", y al cabo de
poco t.empo, mi humor ha variado y se ha puesto a tono con
el de mi compañero. Me he "contagiado" de su alegría y
jocundia.
Estudiemos las características de este fenómeno. Ante todo,
se trata de una reacción involuntaria, espontánea e incons-

35 Las referencias de este capítulo tienen por base la


traducción española de José Gaos: Esencia y Formas de la
Simpatía, Buenos Aires, Losada, 1957, 3a. ed.
AMOR Y PSICOTERAPIA 41
ciente. Involuntaria porque mi cambio no ha sido producido,
de ninguna :manera, por mi voluntad. Es verdad que, luego
de varias experiencias parecidas, puedo buscar deliberada-
mente a mi amigo para repetir lo ocurrido; pero, en este caso,
estoy usando voluntariamente un fenómeno que transcurre
más allá de mi voluntad.
Es, por otra parte, espontáneo; se produce sin intención de
mi parte y, muchas veces, quizás en contra de mi intención,
y es inconsciente en el sentido de que desconozco lo que está
pasando. Naturalmente que luego puedo reflexionar y com-
prender lo ocurrido, pero ello es solamente como un proceso
intelectual a posteriori, no como una característica del hecho
mismo.
En otras palabras: experimento una emoción sin ser cons-
ciente de que se ha originado en otra persona y, cuestión im-
portante, la experimento como mía propia. Quiere ésto decir
que no hay la consciencia de que su origen se halla en otro
ser del que me he "contagiado".
Prueba clara de esto último es que ese contagio puede ser
producido, no solamente por un ser humano, sino por un am-
biente: buscamos un club o una fiesta "para alegrarnos" o
evitamos un lugar sórdido porque "nos deprime".
La característica principal de este fenómeno reside, a mi
ver, en su impersonalidad. Lo que actúa sobre nosotros no
es una persona, sino un sentimiento. La persona es apenas
un vehículo sin importancia fundamental y el sentimiento
es casi un estado afectivo "aislado". No necesitamos conocer,
al ser contagiados, nada acerca de los motivos de nuestro
interlocutor y podem. s ignorarlo completamente como ser
humano. Se trata de la .accióu de afectos "deshumanizados"
que actúan como tales lVI uchas veces experimentamos el
cambio de nuestro humor y no sabemos siquiera por qué
ha sido producido.
Si elo es así, fácilmente podemos comprender que el con-
tagio afectivo no tiene nada que ver con los sentimientos que
el psicoterapeuta puede tener hacia su paciente. Ante todo
porque, en el contagio, no se trata de una verdadera relación
interhumana en la que hubiera participación, como cuando
enfrentamos los sentimientos de un semejante y podemos
sentir compasión, es decir, con­padecer con él, lo que significa
CARLOS ALBERTO SEGUIN

que somos conscientes del sufrimiento ajeno (si de sufrimiento


se trata) y que ca-sufrimos a su lado. Nada de eso ocurre en
el contagio, ya que no somos conscientes, o no necesitamos
serlo, del estado ·afectivo de nuestro compañero y, por lo
tanto, no podemos co-sufrir o co-gozar. Los sentimientos
contagiados los experimentamos directamente como nuestros
y eso excluye toda posibilidad de intercambio emocional y
de verdadera relación humana.
Es más: el contagio afectivo parece ser, no solamente dis-
tinto, sino opuesto al ce-sentimiento, tanto, que no podemos
participar de una emoción si estamos contagiados de ella, y,
por otra parte, si, ·en algún momento, fuéramos capaces de
hacerlo, el contagio disminuiría o desaparecería.
Nada más lejos, por lo tanto, de la relación psicotera-
péutica que el contagio de sentimientos.

La unificacián. af'ectiua

Este fenómeno puede considerarse, en realidad, una exage-


ración del anterior, pero ofrece ciertas características propias
que lo delimitan. Lo hallamos en diversas oportunidades
de las que vamos a reseñar algunas.
Quizás la más típica es la que se encuentra en los niños
durante el "juego". Singularizo esta palabra porque dicho
juego no es, realmente, tal. El juego del adulto se caracteriza
porque el hombre que juega es capaz de mantenerse siempre
en una doble esfera: como ser adaptado a su realidad y como
"jugador". En esta última posición puede, acaso, proyec-
tarse hacia los personajes del juego y, de esa manera, "entrar"
afectivamente en el proceso, pero se mantiene siempre como
individuo separado de ellos y en contacto con su realidad.
El niño, por el contrario, "se toma en serio"_Jo que ocurre;
no "juega" sino que es de tal manera arrebatado por el drama
que él mismo ha iniciado, que se identifica con sus personajes
y vive la vida de ellos en toda su plenitud.
Cosa similar ocurre en el teatro. El adulto, aun en los mo-
mentos más "emocionantes", no pierde, salvo excepciones,
su individualidad, mientras que el niño es capaz de "entrar"
en el juego escénico y vivir con los personajes con los que se
A.:MOR Y PSICOTERAPIA 43

halla identificado. Se trata, pues, de una completa unificación


afectiva.
Casos similares se encuentran en los primitivos y en los
místicos que se aúnan también completamente con los dioses
o los personajes míticos.
No insistiré sobre este tema, pero sí quiero· hacer notar su
parentesco con algunos fenómenos interesantes: Uno de ellos
es la hipnosis. Si bien en la mayoría de los casos se trata de
una fuerte influencia sugestiva, en otros puede llegarse a la
total unificación, de tal manera que el hipnotizado pierde su
individualidad y, al identificarse con el hipnotizador, es
uno con él.
Cercanos a los fenómenos de la hipnosis se hallan los de la
psicología de las masas -en las que existe también una im-
portante identificación afectiva que explica muchas de las
características en ellas señaladas- y la psicopatología de
casos de histeria colectiva, tan bien descritos en el pasado,
así como el fenómeno, muy cercano, de la "posesión".
Hechos afines encontramos en otras dos instancias en las
que la individualidad desaparece: el éxtasis sexual, durante
el coito, y la relación madre-hijo que, en algunos casos, toma
los caracteres claros de unificación afectiva tal como la
hemos descrito.
Si tratamos de descubrir las características calificadoras
de todos estos fenómenos, encontramos, fundamentalmente,
las que hemos hallado también en el contagio afectivo: son
ellos inconscientes y automáticos y pertenecen, a, mi parecer,
además, al grupo de los fenómenos reqresinos. En el primitivo,
en el niño, no se trata, por supuesto, de tal regresión, sino de una
manifestación "normal" de estructuras psicológicas caracte-
rísticas; pero, en los demás casos, es posible hallar una expli-
cación en ese fenómeno de vuelta hacia atrás, de recurrencia
a mecanismos y posibilidades perdidas en el curso de la
evolución psicológica humana.
De todas maneras, no me " interesa, en este momento,
intentar ninguna explicación, sino ver si este caso de inter-
relación tiene importancia frente a los sentimientos del paico-
. terapeuta.
La respuesta, aún más enfáticamentelque en el anterior,
es negativa. El psicoterapeuta no puede, ni debe, en ningún
44 CARLOS ALBERTO
1
SEGUIN

momento, unificarse afectivamente con su paciente ni, por


supuesto, identificarse con él. Una reacción de tal clase lo
inutilizaría como terapeuta y traicionaría la esencia misma
de su actividad.

El sentir­con­el­otro

He aquí un fenómeno similar, pero, sin embargo, distinto.


En este caso dos personas experimenian. una misma y única
emoción. No se trata de que uno de ellos la viva y el otro,
sabiendo de esa vivencia, la sienta también; no se trata de
que exista com-pasión. Por el contrario, sin ser conscientes
de la emoción del otro, la experimentan juntos porque se
trata de un sentimiento vivido por dos personas. El sentimiento
no es ajeno y, por lo tanto, no existe en el otro como una cosa
- diferente; el sentimiento es nuestro y solamente un tercero
puede objetivarlo como vuestro dolor o vuestra alegría. N atu-
talmente que esto se produce solamente cuando un aconte-
cimiento conmueve igualmente a ambos seres, que lo viven-
cian como si fueran uno solo.
Se trata, pues, de un acercamiento afectivo límite, quizás
aún mayor que la identificación y reservado a pocas ocasiones
en la vida. No puede equipararse, de ninguna manera, a la
relación médico-paciente en psicoterapia, ni lo que se experi-
menta tiene comparación con lo que el terapeuta vive en
contacto con sus enfermos.

El "vivir­del­otro"

Un distinto tipo de comportamiento afectivo es el que lla-


maré "vivir-del-otro". Se trata, en este caso, de aquellos
individuos que, atados a los demás por razones varias que
trataré de precisar más adelante, no viven su propia vida. Su
existencia psicológica, y sobre todo afectiva, depende de lo
que los demás piensen o sientan respecto a ellos. Es la imagen
que se tenga de su persona la que determina In realidad psico-
lógica de ella y su talante varía según la manera cómo creen
que se los juzga. Así, su humor es alegre cuando se han sen-
AMOR Y PSICOTERAP1A 45

tidó bien ante los otros y esa euforia se desvanece si "han


estado mal". Su vida afectiva toda se desarrolla, pues, de
acuerdo con lo que "los demás" quieren o esperan de ellos.
Se trata de los "espectaculares", los histéricos, los parásitos
afectivos, que no tienen vida emocional propia y que son,
en realidad, imágenes especulares de lo que los otros desean,
esperan o imponen.
No creo necesario hacer hincapié en que este modo de liga-
zón afectiva no es, ni puede ser, relacionado con el del médico
frente a su paciente en psicoterapia.

La simpatía

Entramos, con el estudio de la simpatía, en un campo


completamente diferente y vale la pena que establezcamos
claramente esa distinción, que es fundamental.
Los sentimientos a que nos hemos referido hasta ahora
tienen todos como características comunes y definidoras:
l. No hay consciencia clara de lo que está pasando; 2. Falta
la intencionalidad.
La primera es constante. Ni en el contagio ni en la unifi-
cación afectivas, en el sentir-con-el-otro o el vivir-del-otro
se tiene clara consciencia de que: a) hay alguien que experi-
menta una emoción o un sentimiento y b) yo participo, en
una forma u otra, de ese sentimiento ajeno. Cada uno de
esos movimientos afectivos aparece sin comprensión de lo
que está ocurriendo y esa comprensión, por otra parte, no
es necesaria.
En el contagio afectivo el cambio del humor, la aparición
de un afecto positivo o negativo, se produce sin que se sea
necesariamente consciente de que un afecto similar existe
en otro y de que el afecto propio ha sido tomado, en alguna
forma, de aquél. En la unificación hay, como hemos visto,
una identificación y dicha identificación hace, por supuesto,
imposible toda consciencia del otro, que ya no existe, en reali-
dad, puesto que con él somos uno. ·
En el sentir-con-los-otros se trata de algo similar. No hay
claridad de co-sontir, puesto que el sentimiento no es com-
partido, sino que es uno, experimentado con iguales caracte-
46 ¡CARLOS ALBERTO SEGUlN

rísticas por los dos seres que lo viven sin consciencia de defí-
renciación.
En lo que he llamado vivir-de-los-otros no se presenta tam-
poco ni clara comprensión de lo que ocurre ni, por supuesto,
d~l papel del "otro" en la determinación de las propias vi-
vencia~ afectivas.
Puede irse mas allá y analizar un aspecto que creo impor-
tante: las características del "otro" en cada uno de estos
fenómenos.
En el contagio, como ya anticipara, ese otro, como indi-
viduo, no tiene relevancia, no juega papel personal de ninguna
clase. Lo que produce la experiencia emocional es el aj ecto
y no la persona. Ya hemos visto que esa persona no es siquiera
necesaria en algunos casos. En la unificación afectiva el otro
debe existir, pero no como individuo, no como ser con carac-
terísticas personales propias. El alguien con el que nos iden-
tificamos es tal, no por él mismo, sino por un conjunto de
circunstancias que, en ese momento, lo han hecho centro
hacia el cual converge nuestra corriente afectiva. El primitivo,
el niño, el histérico, el hipnotizado, el hombre de la masa,
el poseso, no experimentan la unificación con él, es decir, con
un ser individual e incambiable, sino más bien con lo que
ese ser representa en el momento.
En el sentir-con-los-otros, el otro, prácticamente, no existe
en relación con la vivencia afectiva; la experimenta con noso-
tros pero su categoría de otro ha desaparecido, y, por lo tanto,
su individualidad no cuenta.
Cuando se trata del vivir-de-los-otros,ese mismo fenómeno
es fácilmente observable. No es una persona, perfectamente
definida. como tal, la que tiene importancia, sino "los otros",
en toda la vaguedad indiferenciada de "la opinión".
Todo esto en cuanto a lo que se refiere a la noción de que
"hay alguien que experimenta una emoción o un sentimiento".
La segunda parte es de similar importancia: "Y o participo,
en una forma u otra, en ese sentimiento ajeno".
Visto lo anterior comprenderemos fácilmente que tal vi-
vencia no existe tampoco en ninguna ·de las instancias estu-
diadas, ya que su aparición necesita: a) consciencia de mi yo
como diferente y autónomo y b) consciencia de ese yo parti-
cipando, co-sintiendo con otro yo.
AMOR Y PSICOTERAPIA 47

No creo necesario insistir en las características de las


cuatro formas de experiencia afectiva estudiadas, ya que es
obvio que en ninguna de ellas se cumplen esas condiciones.
El segundo de los hechos señalados, la falta de intencio­
nalidad, puede decirse que representa un aspecto de lo ante-
riormente estudiado. No existen, en ningún momento, ni en
el contagio, ni en la unificación, ni en el sentir-con-los-otros,
ni en vivir-de-los-otros, las características del proceso inten-
cional, que, por otra parte, es imposible en la poca claridad
consciente que, como hemos visto, los califica. La intencio-
nalidad requiere conscienciación de metas y propósitos y direc-
ción hacia ellos, cosas imposibles en los casos descritos, preci-
samente por sus propias características fenomenológicas.
Con la simpatía, como dijera, entramos, pues, en un campo
totalmente diferente, diferente porque en él encontramos lo
opuesto a lo que acabamos de revisar.
En la simpatía 38 propiamente dicha se distinguen ciertas
características que estudiaremos a continuación.

36
Quizás sea necesario detenernos un momento en un
detalle que puede ser importante. Hay una diferencia no-
table entre el significado de la palabra simpatui en las lenguas
alemana e inglesa y el que se adjudica, si no académicamente
en el lenguaje consuetudinario, en los países de habla espa-
ñola, y especialmente en los latinoamericanos.
Sabemos bien que simpatía tiene su origen en el latín
simpathia y éste en el griego sympátheia, de pathoe, derivado
de la raíz path, padecer, sufrir y sun, que cambia la n final
en m delante de p y que, como se sabe, significa con. Es, pues,
el sufrir-con; el sintonizar, en alguna forma, los propios senti-
mientos con los del prójimo.
Esta clara acepción ha sido cambiada, sin embargo, en
algunos países latinoamericanos. En ellos, "tener simpatía",
"simpatizar", es casi sinónimo de apreciar, aprobar una per-
sona, gustar de ella. "Me es simpático", "me cae simpático"
se dice en el sentido de "me gusta", "siento inclinación hacia
él". Creo necesario aclarar que todo lo que sigue se refiere,
por supuesto, al significado primigenio y auténtico de la pa-
labra, ya que esta aclaración evitará mal entendidos, sobre
todo en lo que tendré que decir respecto a la posibilidad de
amar sin simpatizar, cosa incomprensible si se piensa en la
acepción coloquial a la que me he referido.
48 •CARLOS ALBERTO SEGUIN

Ante todo debemos considerar la precisa toma de cons-


ciencia del existir del otro y su concomitante condición: la
consciencia del yo propio. En la simpatía ambos fenómenos
se dan claramente y son importantísimos. Cuando simpati-
zamos con alguien, participamos de sus sentimientos, pero
esa participación tiene caracteres bien definidos. Ya el hecho
mismo de "participar" señala la existencia de otro ser distinto
-que nos ofrece la posibilidad de ese con-partir- y la clara
existencia de mi yo, que participa. Pero hay algo más. No se
trata de que el estado afectivo del otro pase o emigre hacia
nosotros, ni aún de que cree o produzca en nosotros un afecto
igual; no se trata de que experimentemos como nuestro el
afecto "inductor". No; hay una consciencia clara de un senti-
miento ajeno que ce-sentimos como tal y no como nuestro,
lo que quiere decir que tal afecto no se ha "trasladado" a
nosotros, ni nos ha "infectado" o, de alguna manera, producido
en nuestro yo un afecto similar, sino que, manteniendo clara
la consciencia de que es un padecer ajeno, padecemos con
él. Para ello no debemos sentir un afecto parecido, alegrarnos
con su alegría o entristecernos con su tristeza, sino co-gozar
o co-sufrir.
Todo esto significa, ante todo, una consciencia precisa del
valor del prójimo, de su valor individual e intransferible y de
nuestra relación con él; significa también la posibilidad de
salir de nosotros mismos, de trascender nuestro yo hacia el
yo del prójimo con el que simpatizamos.
Otra característica importante de la simpatía es que se
trata de 'Una reacción, lo que quiere decir que no es espontánea.
No actuamos, sino que reaccionamos ante estímulos precisos
y determinados por nuestra organización psicológica y las
circunstancias ambientales.
Resumiendo lo hasta ahora expuesto,'podomos decir que
en la simpatía la persona que sufre o goza se halla muy pre-
sente ante nosotros; somos conscientes de su individualidad;
su sufrimiento (si de e1lo se· trata) y nuestro co-sufrimiento
son dos fenómenos diferentes y hay real coro-pasión. Dice
Scheler ; 35

"Es, en efecto, un sentir el sentimiento ajeno, no


un mero saber de él o simplemente un juicio que dice
AMOR Y PSICOTERAPIA 49
que el prójimo tiene tal sentimiento; pero no es vivir
el sentimiento real como un estado propio; al vivir lo
mismo que otro aprehendemos afectivamente además
la cualidad del sentimiento ajeno sin que éste trans-
migre a nosotros o engendre en nosotros un sentí-
miento real idéntico".

Ahora bien, - la simpatía, así comprendida, es la que más


cerca se halla de lo que creemos que el psiooterapeuta siente
hacia su enfermo, pero debemos preguntarnos: ¿qué relación
existe entre la simpatía y el amor? Es lo que trataré de ana-
lizar a continuación.

El amor

Hasta aquí nos hemos referido a los diferentes sentimientos


que unen a los seres humanos y hemos tratado de fijar clara-
mente sus similaridades y sus diferencias. Pasamos ahora
a considerar un fenómeno psicológico que, si bien pertenece
al grupo de los que establecen un lazo positivo entre los hom-
bree, no puede asimilarse a los demás. Se trata del amor.
Salta a la vista que el amor posee características similares
a las de la simpatía: es, como ella, una relación positiva en la
que es necesaria la clara y precisa existencia del prójimo como
individualidad distinta y ajena, pero, a diferencia de la sim-
patía, esencialmente reactiva, el amor es espontáneo y libre.
Esta libertad y espontaneidad de] amor es importante
porque no solamente lo diferencia de la simpatía, sino de
todos los sentimientos con carácter reactivo. Bien sabemos
cómo se confunde -y debe distinguirse- el amor con lo que
se ha llamado "infatuación", "deslumbramiento", "hechizo",
"fascinación". En estos casos se trata de una forma de envol-
vimiento emocional ciego e involuntario fundamentalmente
distinto. Rabindranath Tagore ha expresado· bellamente la
distancia entre estas dos clases de relación interhumana en
el siguiente fragmento: a;

37 En Scheler. op. eii., pág. 98.


50 CARLOS ALBERTO SEGUIN

"!Líbrame de los brazos de tu dulzura,


amor! No más de este vino de los besos.
Esta nube de pesado incienso sofoca mi corazón,
Abre las puertas, haz lugar a la luz de la mañana.
Estoy perdido en tí, preso en los brazos de tu ternura.
Líbrame de tu .hechizo y devuélveme el valor de
[ofrecerte mi corazón en libertad".

Y, si el amor es libre y espontáneo, presenta, además, otra


característica diferencial a tomar en cuenta: su dirección hacia
valores. El amor está en relación con los valores del objeto
amado de una manera única, ya que se orienta hacia los que
"están, pero no son". Esta afirmación, por supuesto, nece-
sita ser explicada. El amor, si bien dirigido a los valores del
objeto amado, lo está hacia los qué en él pueden estimularse
más que hada los que se manifiestan ya. Es, pues, así, un "moví-
miento"; una aspiración, una acción que conducen a la reali-
zación de valores más altos, que se hallan allí, pero que no se
muestran aún. Así, pues, si el amor está dirigido fundamental-
mente hacia valores, no debe confundirse con la simpatía,
dirigida hacia sentimientos. Podernos simpatizar con una
persona sin amarla y aun amar cuando la simpatía, tal como
la hemos definido, es imposible 38, como en el caso del "amor
a sí mismo" que existe aunque el "simpatizar consigo mismo"
no pueda ser.
Sin embargo, no hay real y duradera simpatía sin amor 39•
Esta afirmación es definitiva. Puede argüirse que sentimos
simpatía por alguien que se halla en desgracia, nos compa-
decemos de él o con él y esa compasión no necesita ser acom-

38 Véase lo dicho más arriba, nota as.


39 "Simpatizamos sólo en la medida y sólo con la profun-
didad en que y con que amamos". Scheler: Op. cit., pág. 181.
"El acto de simpatizar tiene que estar inmerso en un acto
de amor que lo abarque si ha de llegar a ser más que un mero
'comprender' y 'sentir lo mismo que otro' ". Op. cit., pá-
ginas 181-182.
"El acto del amor es, pues, lo que determina radicalmente
con su propio radio la esfera en que es posible la simpatía".
Op. cii., pág. 182.
AMOR Y PSICOTERAPIA SI
pañada necesariamente de amor: podemos simpatizar con su
aflicción sin amarlo. Ello es verdad; pero, en esos casos, la
simpatía se basa también en el amor. No en el amor a la per-
sona misma, sino en el amor a lo que esa persona representa:
clase social, familia, humanidad. La diferencia se pone de
manifiesto claramente en el hecho de que la compasión tiene
muy distinto significado cuando está dirigida a una persona
amada o cuando se orienta hacia quien no amamos sino como
parte de un todo impersonal. En el primer caso, la compasión
es recibida favorablemente y resuena en forma positiva; en
el segundo, despierta en el compadecido una serie de reacciones
de vergüenza, orgullo ofendido, resentimiento, etc., y el que
compadece siente, él mismo, que su compasión tiene algo de
espurio.
Es decir, pues, que la auténtica simpatía debe basarse en el
amor y que, separada de él, pierde lo esencial de su significado
ético y humano.
Este hecho es importantísimo para el tema de nuestro
estudio, ya que nos lleva a afirmar que es amor lo· que el psico­
terapeuta debe sentir hacia su pacíenie para que su simpatizar
con él, única forma de relación que el análisis anterior nos ha
mostrado posible, pueda manifestarse en toda la plenitud,
sinceridad, nobleza y persistencia necesarias,
Examinemos, pues, más de cerca, las características de
ese amor para ver si es, realmente, el tipo de acercamiento
interhumano que el psicoterapeuta experimenta.
Ante todo debemos considerar la relación con ese "movi-
miento hacia valores más altos" y descartar en él (ya insisti-
remos más adelante en el tema) toda actitud pedagógica. No
se trata de un "crear" valores o "mejorar" al objeto amado;
no se trata de buscar su "elevación" como condición del amor.
No se trata tampoco de amarlo por los valores que posee o
dejarlo de amar por sus defectos o por su dificultad para
realizar ese movimiento ascendente del que hablamos. No
puede pensarse en ninguna imposición, explícita ni implícita,
que se relacione con esa tendencia hacia el valor más alto;
no hay un "deber ser" que empuje o constriña ni un camino
señalado ni una meta obligatoria. Es por un milagro que el
valor.más alto brotará al contacto del amor y florecerá espon-
táneamente en el amado.
52 ·CARLOS ALBERTO SEGUIN

¿Tiene esto relación con la psicoterapia? ¿Es este tipo de


fenómeno psicológico el que une al terapeuta con su paciente?

VII Las formas de la relación con el "otro"


según Lain En tra lgo

En un anterior capítulo he comentado ciertos conceptos


de este pensador español referentes a la relación médico-
enfermo expuestos en una obra que tiene ya algunos años.
Quiero ahora revisar lo que nos dice acerca del tópico de la
experiencia interpersonal en todos sus aspectos en un estudio
de reciente aparición y que, aparte de ser completo y exhaus-
tivo, está lleno de brillantes y originales puntos de vista,
todo lo que hace su lectura indispensable para quien en este
asunto tenga interés 40•
Dice Lain que de tres maneras distintas podemos responder
al encuentro con los demás: tratándolos como objetos, personas
o P'tójimos.

E(otr(como .. objeto y como persona

Ocho son las características distintivas de las dos posibi-


lidades de enfrentar al hombre como objeto o como persona:
la abarcabilidad, el acabamiento, la potencia, la numerabilidad,
la cuantificación, la distancia, la p,robabilidad y la indiferencia.
El hombre-objeto es "un conjunto de caracteres o propie-
dades perfectamente abarcable. La persona, en cambio, es
inabarcable porque es 'surgente' ". El primero es "una rea-
lidad acabada, definida, sida" frente a la persona, "realidad
siempre inacabada, siempre creadora y originalmente pro-
yectada hacia el futuro".
- "Siendo abarcable y acabado, el otro-objeto tiene que ser
patente", mientras que "siendo inabarcable, inacabado y ca-'
paz de originalidad, el ser de la persona es constitutivamente
inaccesible".

40 P. Lain Entralgo: 'I'eorin y Realidad del Otro, Madrid,


Revista de Occidente, 1961.
AMOR Y PSICOTERAPIA 53
"En cuanto· a objeto, el otro es una realidad numerable y
aditiva". 41 "Una persona es una realidad única; numeran-
dola, reduciéndola a cómputo y estadística, se la desvirtúa".
"En cuanto persona, el otro es nombrable y no numerable;
en cuanto objeto, el otro es más numerable que nombrable".
Pero, "el otro-objeto no sólo es numerable; es también
cuantificable, susceptible de comparación cuantitativa",
mientras que, ''en su realidad personal, ningún hombre es
más o menos que otro".
"Un objeto tiene que ser algo exterior a mí, 'distante', y
el otro-objeto no es excepción a esta regla. El otro como per-
sona, en cambio, se me revela en mi interior".
"Mi certidumbre acerca de un objeto, y por tanto del otro
como objeto, es siempre probable; mi certidumbre acerca del
otro como persona ==mi vivencia de que 'hay el otro', de que
'hay otro yo'- es tan inmediata y firme como la que respecto
a mi existencia me proporciona mi propio cogito".
"Considerado como objeto, y por fuerte que sea mi vincula-
ción con él, el otro no pasa de serme indiferente: su desapari-
ción o su ausencia no me son 'irreparables' ''. "Una persona
no me es, no puede serme indiferente. Tan pronto como me
abro a ella, su existencia me llega al corazón; tan pronto como
la he tratado como tal persona, su pérdida -tenga en la
ruptura o en la muerte su causa- es para mí literalmente
irreparable". 42
El autor concluye: "Para quien, con su respuesta le obje-
tiva, el otro es siempre 'él' y nunca. 'tú'; para quien como per­
sona le trata, el otro es 'siempre 'tú' y nunca 'él' ".

41 "De aquí que sólo en cuanto a objetos puedan ser su-


mados los hombres, porque, como la aritmética enseña, sólo
las cantidades 'homogéneas' son sumables entre sí. La esta-
dística demográfica, la economía. de masas Y: en general, toda
vida política y administrativa fundada sobre números, supo-
nen una metódica conversión del otro en objeto".
42 Debe perdonárseme que, al exponer el pensamiento de

Lain, me haya permitido extraer a voluntad las citas de


diferentes partes de su libro y colocarlas juntas como si
pertenecieran al mismo contexto. Dejo constancia de ello Y~
creyendo no haber traicionado al autor, me disculpo porque
creo haber conseguido, así, síntesis
54 'CARLOS ALBERTO SEGUIN

La rela€'ión ton el hombre­objeto

Ahora bien, considerado como objeto, el hombre puede


tener dos clases de relaciones con nosotros: conflictivas o
dilectivas. En las primeras puede ser un obstáculo, un instru­
mento o "un nadie". ·
Fácil es ver el parentesco de estas ideas con las expuestas,
en todos los tonos, por los existonoialistas, algunos de los
cuales -Sartre es el ejemplo- reducen toda posible relación
humana a este tipo de acercamiento conflictivo, a esta "cosi-
ficación" del semejante, a quien se intenta reducir a un
objeto.
De las posibilidades nombradas nos interesa especialmente
aquella en la que se enfrenta al hombre como a un instrumento,
ya que, refiriéndola a la relación del médico con su enfermo,
se trataría de que "usara" a éste con un propósito cualquiera.
En un capítulo posterior me detendré en el tema.
En las formas "dilectivas" de esta clase de relación puede
el hombre ser "objeto de contemplación" u "objeto de educación".
Cuando el hombre es objeto de contemplación, debemos
retraernos, establecer una "distancia existencial", que nos
coloque aparte, que nos aísle, en cierta forma, y nos impida
toda ligazón, todo movimiento afectivo y toda posibilidad de
comunicación personal. Debemos, además, adoptar una acti-
tud "espectante". Para Lain, ella es "a un tiempo proyec-
ción y amor". La relaciona, como ya lo vimos antes, con el
amor distante y reconoce un parentesco entre esta forma de
amor y el Eros helénico. 43
Esta contemplación del hombre como objeto se da, y ello
es lo que noa interesa ahora, en algunas formas de acerca-
miento médico: en el examen del cuerpo como cuerpo, con
un fin diagnóstico científico-natural, y en ciertas formas
de estudio "psicológico".
Más cerca de nuestro tema central se halla la relación que
convierte al hombro en "objeto transformable". Se trata de la
educación o el tratamiento médico. Bien claro ve Lain l~

43 No puedo detenerme ahora a discutir el tema. Más


adelante tendré oportunidad para tratarlo in extenso.
AMOR Y PSICOTERAPIA 55
imposibilidad de educar o tratar sin un acercamiento verda-
deramente personal, pero parece pensar que hay una instan-
cia objetivadora en toda educación y en todo afrontamiento
médico-paciente, aunque ella sea mínima.

El hombre­persona

Cuando enfrentamos a un semejante, no como objeto, sino


como persona, nos colocamos en una actitud distinta, que
se caracteriza por la actividad convivencia! con él a través de
"tres momentos cardinales": el momento coejecuiioo, en el cual,
"viendo y oyendo el dolor de mi amigo -viendo en mí la
intención de sus expresiones-e yo 'ejecuto' o 'hago' eri mí
los momentos espirituales de su dolor", Al hacerlo, padezco
también en mí su pena, com-padezco +momenio compcsiuo­«
y, además, soy consciente de lo que está pasando +­momenio
cognoscitivo.
La rela_ción con el semejante como persona puede tener
también dos formas: conflictiva (el odio, la envidia, el resen-
timiento, la rivalidad) y dilectiva: el amor propiamente dicho
y la amistad que es, desde luego, una forma de amor. Éste es
el amor instante. "Quien coejecutivamente ama a otro, dice
Lain, le in-sta, en el sentido más propio de la palabra: trata
de estar-en él, en la raíz misma de su vida, en el seno de
su intimidad".

El hombre como prójimo


Pero, además de como a un objeto o a una persona, po-
demos tratar al semejante como a un prójimo. Si el contraste
entre las anteriores formas es claro y fácilmente compren-
sible, el autor pierde mucho de su característica precisión
cuando entra en el estudio de esta forma de relación humana.
Según él, para que exista, debe unirse a la coejecución, com-
pasión y conocimiento, a las que nos hemos referido, la "creen-
cia". Aun en la amistad más cercana, en el amor instante más
profundo, nos es imposible acercarnos completamente a un
semejante: hay siempre un misterio y una duda que nada,
sino el creer en él, puede salvar. "Como en el orden teológico,
dice Lain, la fe es el supuesto de l::i, caridad, en el orden antro-
56 . :CARLOS ALBERTO SEGUIN

po16gico y moral la creencia -el acto personal por el cual


atribuimos existencia real a lo no patente- constituye el
supuesto de la relación de projimidad". Esa creencia es la
que da origen al amor constante o de coefusión. Constante de
con­stare, "ser cierta y manifiesta una cosa", y coefusivo, ya
que "con mi creencia y mi donación, yo me efundo hacia
el otro, derramo en él mi realidad; con su donación y su creen-
cia, el. otro se efunde en mí. Nuestra convivencia hácese así
mutua y ontológicamente coejecutiva, como la corriente de
dos arroyos que se juntan. La peculiaridad esencial de la
relación interhumana en que la amistad y la projimidad se
funden es, pues, la coefusión".
El amor constante une a dos seres que, no solamente creen
el uno en el otro, sino que viven en la misma creencia, en una
espacialidad propia, hada un "com-proyecto" cuya meta es,
inmediatamente, "la posesión co-implicativa del bien, la ver-
dad y la belleza particulares hacia que se orienta el compro-
yeeto de la díada amorosa; bien, verdad y belleza ordenados
hacia el 'sumo bien' y la 'suma felicidad 'a que tácita o expre-
samente aspira siempre la actividad del hombre. De manera
mediata, la meta de la coesperanza interpersonal y amorosa
es la plena projimidad en el sumo bien: un estado de la exis-
tencia humana en que la relación con el otro, además de ser
en sí misma perfecta, sea a la vez parte integrante de una
perfecta convivencia con la humanidad entera y de la pose-
sión personal del bien supremo" y para la "donación efusiva
del propio ser a la persona del otro".
Idealmente, el amor constante debe ser: "l 0•
Mutuo y
profundo respeto a la radical y libre otredad de la persona
del otro, 2°. Mutua donación per'ectiva de las obras de la
propia libertad. 3°. Mutua asunción -perfectiva también-
de las obras de la libertad ajena. 4°. Abertura amorosa -y,
por lo tanto, operativa- a la projimidad de los demás hom-
bres, comprendidos los más lejanos".
¿Cuál o cuáles de estas formas de relación con los demás
debemos tomar en cuenta al estudiar la que une al psicotera-
peuta con su paciente? ¿Toma aquél a éste como un objeto,
una persona o un prójimo o, quizás, como las tres cosas?
Antes de responder a estas preguntas creo que debemos
detenernos {)U una cuestión previa,
DE LA RELACION MEDICO .. PACIENTE
EN GENEUAL

Si en toda relación humana hay que tomar en cuenta las


características señaladas por los autores arriba citados, en
la particular del médico con el enfermo esas características
toman formas especiales y configuran maneras específicas
que deben estudiarse cuidadosamente. La relación médico-
paciente, vista desde la vertiente del primero, es, pues, única
y su conocimiento me parece importantísimo para todo aquel
que se interese por acercarse a esta forma de comercio ínter-
humano.
No puedo detenerme ahora ~no es el lugar ni el momento-
en un estudio de lo que elfo ha sido a lo largo de la historia
y en las diferentes culturas. Piénsese solamente en la diferen-
cia de actitud y posición del médico en el antiguo Egipto,
en Grecia, en la China o en nuestro Perú prehispánico, para
citar algunos ejemplos 44•
Creo que una revisión tal abre perspectivas interesantí-
simas y nos ayuda a comprender en profundidad lo que la
medicina y el médico han sido y significado en el transcurrir
de la evolución social de los hombres. Ahora debo concretar-
me, sin embargo -y ello solamente como algo previo, suscep-
tible y necesitado de ampliación- 2, algunas considera-
ciones sobre la actitud del médico de nuestra cultura y
nuestros días.

I Las formas del encuentro médico

Quizás debamos establecer, ante todo, que es necesario,


y posible, diferenciar la posición del médico, como médico
ante sus semejantes. Necesario porque nos llevará a compren-

44 Completa y magníficamente comentada información


puede hallarse en P. Lain Entrnlgo : La Historio Clinica,
así como en La Curación por la Palabra en la Antigüedad Clá­
sica, del mismo autor. Madrid, Rev. de Occidente, 19.58. Para
datos peruanos, la obra de O, Valdivia: Historia de la Psi­
quiatría Peruana, en prensa.
58 ·éÁRLOS ALBERTO SEGUIN

derlo mejor en su actitud y sus posibilidades profesionales y


humanas, y posible como nos lo prueba la creencia, tan arrai-
gada, de atribuirle cierta insensibilidad ante el dolor ajeno
o, sobre todo a los psiquiatras, cierta proclividad a mirar
a los hombres desde el punto de vista de sus anormalidades.
La creencia es errónea, ciertamente, pero señala la convic-
ción de que el médico adquiere, por el hecho de serlo, una
actitud diferente.
Sería muy interesante averiguar cuándo, quien ha estudiado
medicina, actúa "como médico" y cuándo no en su vida dia-
ria. Naturalmente que ello tiene estrecha relación con carac-
terísticas individuales, pero podría dar origen a una fasci-
nante investigación que nos permitiera conocer toda la gama
de actitudes que van desde la verdadera deformación profe-
sional, que distorsiona el mundo bajo la lente de la obser-
vación unilateralmente especializada, hasta la visión amplia
y humanista para la cual los conocimientos médicos no son
sino un elemento más que enriquece y amplía el horizonte.
Hoy quiero, sin entrar en ese estudio casi cuantitativo,
tratar de comprender lo que caracteriza la posición del médico,
en cuanto médico, ante sus semejantes.
Creo que debemos distinguir dos formas en las que se le
aparecen: la del hombre-en-la-vida y la del hombre-en-la-
muerte.

11 El hombre - en - la - muerte

Quizás una de las características de la medicina es su


encuentro profesional con la muerte. Curiosamente, el estu..
<liante, antes, mucho antes, de acercarse al hombre-en-la-
enfermedad, es puesto ante el hombre-en-la-muerte.: El que
está destinado a ser ministro de vida debe comenzar con la
experiencia más cierta de la total negación de ella, con la más
patente demostración de la no-vida. Ya veremos la impor-
tancia que ello tiene, pero creo necesario hacer antes una
distinción que considero fundamental. El ser humano no tiene,
no puede tener, la misma actitud frente a todos los hom-
bres-en-la-muerte con los que se encuentra a lo largo de su
existencia, ya que cada uno do ellos significa algo distinto
AMOR Y PSICOTE:RAPIA 59

para él. En las páginas que siguen trataremos de estudiar


esas diferencias, que, si valen para todos, tienen especial
vigencia, por supuesto, para el médico.

El hombre muerto y el cadáver

He aquí que se encuentra ante mí un hombre-en-la-muerte.


Mi actitud será diferente según la cercanía afectiva que con él
tenga y según la posición existencial que en su presencia adopte.
Ello condiciona, ante todo, dos formas opuestas de reaccionar:
en la primera hacemos frente a lo que llamaré el hombre
muerto; en la segunda se trata del cadáver.
El hecho de que un ser humano haya muerto no lo despoja
de sus características esenciales de una manera brusca y total
aunque la lógica parezca así indicarlo. Ante el inconsciente,
que es el que, a la postre, dicta nuestras actitudes más autén-
ticas -más profundas y básicas que las racionales- el hombre
sin vida no es una cosa, es un hombre­muerto. Y, por supuesto,
aunque la muerte, desde el punto de vista de la fisiología y la
bioquímica, iguale a todos, nuestra afectividad mantiene una
distinción clara que hace que podamos separar diferentes
categorías de hombres muertos. No es lo mismo el cuerpo
yacente de una persona querida que el de un desconocido, y
si nos permitimos llevar el análisis un poco más allá, podre-
mos diferenciar aún varias instancias que llamaré, inadecuada
y balbuceantemente, yendo de lo personal a lo "objetivo":
cuerpo - de - una - persona - amada, cuerpo - de - un - descono-
cido, cuerpo-para-la-autopsia. En el primer caso se trata de
mi muerto, en el segundo de el muerto y en el tercero de un
muerto, y esos calificativos están mostrando una precisa
diferencia de cercanía afectiva. Por otra parte, mi muerto
no está totalmente muerto. Es algo más que un lugar común
el que expresa esa verdad. Mi muerto vive, a veces en la
imposibilidad de creer en su verdadera desaparición; siempre
en la vida que vivió y la vida que dejó vivida a mi alrededor.
El muerto es aquel cuya vida restante es para mí menor,
pero a quien lo qua sé de 5U vivir y su morir hace aún cer-
cano y presente. Un muerto está mucho más muerto, ya que,
para mí, no es más. que ese cuerpo ahí yacente.
60 CARLOS ALBERTO SEGUIN

No agota, sin embargo, este análisis, las posibilidades de


afronte del hombre-en-la-muerte. Debemos, aún, considerar
aquello para lo que, como contraste con los hombres-muertos
recién aludidos, reservo el nombre de cadáver.
La distinción es indispensable si pensamos que, en todos
los casos vistos, si bien el cuerpo no está ya vivo, no ha deja-
do, para nosotros, de ser un hombre, aunque un hombre-
muerto. Para ser un cadáver, es decir, una cosa, debe perder
aún algo.
Quizás nos ayude en este momento la revisión de las ideas
de Sartre al respecto 45• Para él, la diferencia entre el cadáver
y el cuerpo vivo está en que éste se presenta con significado,
se halla siempre "en situación", mientras que el primero se
.muestra como una cosa entre las otras:

". . . no se podría percibir -dice- el cuerpo del


semejante como un objeto aislado que tuviera con
los otros solamente relaciones de exterioridad. Esto
no es cierto más que para el cadáver. El cuerpo del
otro me es dado inmediatamente como centro de
referencia de una situación que se organiza sintéti-
camente alrededor de él y que es inseparable de esa
situación." Y "el otro me es dado originariamente
como cuerpo en eituncién",

El estar en situación es el hallarse en una relación signifi-


cativa con los demás y con las cosas, y así, "un cuerpo es
cuerpo en tanto que su masa de carne se define por la mesa
que mira, la silla que toma, la acera sobre la que marcha, etc."
y "no podría aparecer, en efecto, sin sostener, con la totalidad
de lo que es, relaciones significativas".
El cadáver no .tiene relaciones significativas y, por lo tanto,
ya no está en situación.
Pero Sartre no ha visto la distinción que establecemos entre

45 Jean Paul Sartre: L' Etre et le N éant, Essa.i d' onfologie


­phénoménolooique.París, Gallimard, 12a. ed. págs. 364-42'7.
Véase también: M. Merleau Ponty: Fenomenología de la
Percepción, México, Fondo de Cultura Económica, 1957;
págs, 79~219 y 38!-401.
AMOR Y PSICOTERAPIA 61

los distintos tipos de hombres muertos y engloba en el cali-


ficativo de cadáver todo cuerpo sin vida. Fácil es compren-
der el error. El cuerpo de mi hermano está en situación y lleno
aún de relaciones significativas aunque no actúe en ellas
materialmente; lo está menos el del desconocido y quizás
muy poco el cuerpo en el anfiteatro, pero ninguno de ellos,
de ninguna manera, puede compararse con las cosas.
La "situación" de un ser humano no se ha perdido por el
hecho de morir, y si bien ya no "actúa" materialmente,
sigue haciéndolo sobre nosotros en todo momento y en forma
poderosa y decisiva.
Mi hermano ha muerto y yace allí, en su habitación, ro-
deado de las cosas que le pertenecieron, y que están todavía
cálidas con su calor; de los seres humanos que compartieron
su vida y que a él se hallan aún enlazados decisivamente.
Su presencia es real y su acción innegable, Su cuerpo tiene
todo el poder de su personalidad o quizás aún alguno más,
añadido por la muerte misma.
He aquí que el paciente grave de un médico ha fallecido.
Yace ese ser humano al que atendió durante la última enfer-
medad, al que quizás operó en los postreros días, quien, acaso,
le causó muchas preocupaciones y no pocos desvelos y ante
el que se le presenta un conjunto de afectos muy variados,
desde la identificación angustiosa hasta la sensación de alivio,
quizás espurio, pasando por los sentimientos de culpa. ¿Puedo
dudar de que ese hombre muerto se halla, para su médico,
"en situación"?
El cuerpo de un desconocido está en la calle, sobre el pavi-
mento. Acabo de ver cómo un automóvil lo ha atropellado;
he presenciado su actitud grotesca de caída; oído su último
grito y, quizás, sido testigo de su agonía desesperada. Su
presencia pesa sobre mí y su cuerpo tiene un hondo signifi-
cado, y se halla, indudablemente, en situación.
Por último, el médico llega al anfiteatro y le señalan un
hombre muerto al que debe hacer una autopsia. Se acerca
a él y no puede escapar de los sentimientos que le invaden.
Ve a un viejo, enflaquecido, con la barba entrecana y el pelo
largo, cuyas manos, pálidas y sarmentosas, dicen mucho.
El médico es incapaz de reprimir su emoción. ¿Es que esa
cara, ese cabello o esas manos le recuerdan otras? ¿Es qua
62 CARLOS ALBERTO SEGUIN

algo ha removido antiguas vivencias? ¿Se trata solamente


de simpatía? Quizás no pueda precisarlo, acaso no quiera
hacerlo, pero el hecho es que, de ninguna manera, puede
considerar a ese homhre como una cosa, ni puede arrancarlo
de una posición, en alguna forma, significativa y actuante.
Muy de otro modo nos referimos al cadáver. Analizando
lo que él puede ser confieso que lo haré en una forma más
bien especulativa, ya que creo que, si existe la "vivencia
del cadáver", se trata de una situación límite que, como tal,
no se presenta pura. nunca.
Se trataría, no ya de un hombre-muerto, sino de una cosa,
de un conjunto de órganos, tejidos o células completamente
sin "significado" y absolutamente fuera de situación.
El cadáver es lo que, en teoría, se pretende que manejen
los estudiantes de medicina cuando hacen sus prácticas ana-
tómicas. Idealmente, un instrumento de aprendizaje, un uten-
silio más que facilitará la comprensión de estructuras y rela-
ciones materiales. Naturalmente que este "ideal" teórico no
se realiza. El estudiante de medicina no enfrenta cadáveres
(sobre todo en el comienzo de su práctica anatómica), sino
hombres muertos, y ello tiene significados y consecuencias
muy graves, de los que me ocuparé en su oportunidad.
Me parece que no se ha tomado suficientemente en consi..
deración este aspecto de la educación médica de nuestros
días y sus resultados sobre Ja formación de los estudiantes.
Los que con ellos estamos en contacto cercano y continuado,
los que, durante muchos años, los hemos seguido en su ini-
ciación como profesionales, podemos comprenderlos y sopesar
su enorme importancia en el futuro de la actuación del joven
doctor frente a la realidad humana.
Creo que se trata de una vivencia negativa, cargada de
consecuencias níhilízadoras y causante, en parte, de las ac•
titudes deshumanizadas, materialistas y apersonales que han
caracterizado al médico de muchas generaciones y que han
puesto un sello a la medicina de nuestro siglo.
Lewin, en un artículo interesantísimo, ha analizado ya un
aspecto de esta cuestión 46• Para él, tal encuentro convierte
46 Bertram D. Lewin: "Counter Transference in the Tech-
nique of Medica! Practico", Peijchosomatic Medicine, Vol. VIII
N°. 3J 1946.
AMOR Y PSICOTERAPIA 63

al cadáver en el primer "paciente" del futuro médico, un


paciente cómodo, que no se resiste, que se somete a toda clase
de experiencias y al que puede aplicarse cualquier "trata-
miento".
Todo esto tiene efectos graves: el "objetivar" el contacto
médico; el tratar, más tarde, que el paciente se someta incon-
dicionalmente, el no considerarlo como a un semejante y aun
el nihilismo terapéutico que lleva a la idea de que el papel
principal del médico es examinar, diagnosticar y ... compro-
bar luego, en la autopsia, la mayor o menor precisión del
diagnóstico.
Creo que, con ser bastante, hay aún mucho más. Esta clase
de trato con el hombre-en-la-muerte tiene consecuencias
muy serias para el equilibrio emocional del estudiante del
primer año de medicina. Se pretende, en realidad, que aprenda
a considerarlo como una cosa, como un instrumento de apren-
dizaje, al igual que las láminas o los órganos de yeso o metal
con los que complementa su estudio, y se cree que basta con
desearlo para que ello ocurra, pero, por supuesto, la realidad
está muy lejos de ser ésa. El estudiante se acerca al cadáver
con toda la carga emocional que tiene frente al hombre-en-
la-muerte. El temor, el respeto o, mejor, el temor respetuoso
que nuestra civilización, por encima de su barniz racional,
muestra ante él, no se debe, por supuesto, a su condición de
cosa, de conjunto de órganos o tejidos sin vida, sino, precisa-
mente, a su categoría de hombre-acabado-de-morir.
Hay, en el fondo del espíritu humano, un común denomina-
dor de angustia frente a él, angustia que se manifiesta en los
ritos, los tabús y las creencias de todos los pueblos, antiguos
y modernos 47• Mucho podría especularse acerca de la causa
de esa angustia. ¿Se trata de una identificación? ¿De un
sentimiento de culpa y el consiguiente temor al castigo?
¿De una proyección de afectos agresivos? 48

47 Amplia información, entre otras obras, puede hallarse


en el clásico y monumental trabajo de Frazer, una síntesis
del cual: completada con notas, puede leerse en la edición de
Theodor H. Gaster: The New Golden Bough, New York,
Criterion Books, 1959.
11s Solamente quiero decir ahora que, en una investigación
CARLOS ALBERTO SEGUIN

Es posible que en algunos estudiantes -no los mejores,


como seres humanos- se produzca, al cabo de un tiempo, la
cosificación del hombre muerto, su transformación en ca-
dáver. A ello ayuda, naturalmente, la parcelización que de
él se hace, el aislamiento de los órganos y, sobre todo, el
enfoque de los maestros que exigen el estudio de formas,
estructuras y relaciones materiales.
¿Puede extrañar el que, luego de esta adoctrinación for-
zada, de esta educación que obliga a cosificar al ser humano,
de esta selección al revés, que elimina a los alumnos que no
'ª'
llegan a conseguirlo, el médico, lo largo de su carrera y de
su vida, continúe haciéndolo? ¿Está justificada la protesta
por la mecanización del quehacer médico, por la mercantili-
zación del ejercicio profesional? ¿Puede pedirse al estudiante
así formado que, mañana, esté abierto ante la realidad hu-
mana de sus pacientes, los respete como semejantes y los
considere en su dignidad de hermanos? Si, cuando por primera
vez se acerca al hombre, se le enseña -muy a pesar suyo y
venciendo resistencias saludables- a considerarlo como cosa,
como objeto: si se le enfrenta con hombres muertos y se le
fuerza a hacerlos cadáveres, ¿hay derecho a reclamarle, luego,
otra actitud o diferente reacción? 49
Todo esto no es, naturalmente, un llamado a suprimir las
prácticas anatómicas, sino a encauz arlas convenientemente,
lo que quiere decir que el estudiante debe ser llevado frente

que venimos realizando con los estudiantes de] primer afio


de medicina, hallamos las reacciones más interesantes frente'
al traumatismo que significa la disección de hombres muertos.
Movilización ele pulsiones profundas, generalmente de tinte
agresivo, sudista y destructor, que producen angustia y los
consiguientes mecanismos de defensa psicológica: fantasías,
desplazamientos, negaciones, formaciones reactivas, etc.
M uchas veces esas defensas fracasan y presenciamos rup-
turas serias del equilibrio emocional de los alumnos, que
no han sido hasta ahora bien comprendidas.
411 Teniendo en cuenta estas consideraciones y otras per-
tinentes es que, en la Facultad de Medicina de la Universidad
Nacional Mayor de San Marcos de Lima, hemos establecido,
en el primer año de estudios, durante la enseñanza de Psico-
logia Médica, la práctica con hombres y niños sanos.
AMOR Y PSICOTE.RAPIA 65

al hombre-en-la-muerte sin hacerle perder de vista su cate-


goría de ser humano, sin cosificarlo, y manteniendo siempre
fresca la actitud de respeto que el semejante debe merecernos.
Creo que es pertinente recordar que, allá por el siglo XIV,
en la Escuela de Salerno, los estudiantes oían misa por el
alma de los hombres muertos que iban a disecar cada día.
No sé si esa práctica, u otra igualmente significativa, se sigue
aún en alguna parte.

UI El hombre en - la - vida

Dejemos ahora este, algunas veces macabro, tema y volva-


mos a los hombres-en-la-vida que se hallan en el existir pro-
fesional y humano del médico. Se nos plantea aquí la pre-
gunta a la que antes me he referido: ¿cuándo el médico en-
frenta al semejante "como médico" y cuándo como hombre?
Repito que debo renunciar ahora a cualquier posihle res-
puesta, cuya elaboración nos llevaría muy lejos, 50 y limi-
tarme a un estudio de lo que el prójimo es para él en cuanto
se ofrece a su actividad profesional.
Creo que podemos distinguir varias instancias que nomi-
naré, en afán de claridad: el hombre-casi-muerto, el hombre
enfermo, el "sujeto" y el hombre sano.

El hombre­casi­muerto

Me refiero a los casos en los que el médico debe atender


a seres humanos inconscientes, en los que la vida se mantiene
en un mínimum que nos hace pensar en el hilo capaz de rom­
perse en cualquier momento. Se trata, por ejemplo, de pa-
cientes en coma.
En los más graves, todas las manifestaciones vitales pa-
recen haber desaparecido, aun los reflejos nerviosos más im-

50 Esta cuestión está emparentada con otra que debo


dejar también en suspenso: ¿cuándo, el estudiante de medicina
o el profesional, comienza a sentirse médico, a "vivir" en
"médico" y a existir como tal?
66 ¡CARLOS ALBERTO SEGU!N

portantes. Apenas una respiración irregular o de ritmo anor-


mal y un débil funcionamiento cardíaco diferencian a ese
cuerpo yacente, sin conciencia, sin reacción, sin· movimiento,
de un hombre muerto.
¿Cuál es la actitud del médico ante él? Recordemos las
ideas de Szasz y Hollender sintetizadas anteriormente 20•
Esos autores tratan de equipararla a la que tiene un padre
frente a un niño pequeño.
Me parece una simplificación injustificada. Fácil es com-
prender la enorme diferencia. Los sentimientos de un padre
ante su hijo son, indudablemente, de protección, guía y con-
ducción hacia lo que él cree que es lo mejor en cada circuns-
tancia (y esa actividad, frente a la pasividad del sujeto, es
a la que los autores citados se refieren, quedándose, a mi
manera de ver, en la consideración superficial de la con-
ducta visible); pero, aparte de que el niño no es jamás pasivo,
y mucho menos con la pasividad del hombre-casi-muerto,
los sentimientos y las actitudes son completamente distintas.
Existen, claramente, dos reacciones extremas que todos
hemos presenciado una o muchas veces: la optimista o lu-
chadora y la pesimista e inerte.
La primera se caracteriza por la actividad constante y di-
rigida a agotar las posibilidades de ayuda. Es Ja que lleva
a la intervención quirúrgica de urgencia, aunque las proba-
bilidades de éxito sean nulas o poco menos, a las maniobras
heroicas, a pesar de que ellas signifiquen abrumar a la fami-
lia o al ambiente más allá de lo justificado por la lógica y
la experiencia.
La segunda ofrece caracteres opuestos. Se presenta en los
médicos que abandonan la lucha activa, no creen en la efi-
cacia de las maniobras "milagrosas" y se concretan a pres-
cribir y realizar lo indicado sin mayores esperanzas ni espe-
ciales entusiasmos.
En los casos extremos se trata, en los primeros, de profe-
sionales que sienten la necesidad de justificar su interven-
ción mostrándose activos; que, en el fondo, están ciertos de
su ineficacia y por ella se sienten culpables, pero se niegan
a reconocerla y pueden tranquilizarse solamente cuando
"hacen algo", aunque ese algo sea poco operante o, mirado
a la luz de la experiencia desapasionada, ineficaz. En los
67

segundos se encuentra temor al fracaso, derrotismo y un


cierto cinismo amargo y resentido.
En cuanto a sus sentimientos por el paciente mismo, ellos
cuentan poco en estos afrontes extremos. Los médicos "ac-
tivos" no piensan, en realidad, en él, como en un semejante
a quien deben ayudar, sino como "un caso que hay que salvar"
a toda costa, y los pasivos, como en un ser que, para el bien
de todos, sería mejor que adquiriera definitivamente la
categoría de hombre-muerto a la que casi pertenece.
Me he referido repetidamente a que se trata de extremos
y debo aclarar que, por supuesto, la mayoría de los médicos
no puede incluirse en eUos. Para el profesional en su papel,
el hombre-casi-muerto es un hombre-casi-vivo, un prójimo
que, por su propia invalidez, necesita ayuda cariñosa, ayuda
que, por lo mismo que es humana, debe extenderse compren-
sivamente a lo que es parte de esa casi vida -su ambiente-
en un afán de darle, no sólo, y no principalmente, en ayuda
técnica, sino en apoyo y estímulo.
Nos hallamos aquí, otra vez, con el contraste que estas
actitudes señalan entre el acercarse al paciente como a una
cosa o como a un ser humano. Si de lo primero se trata, el
médico tendrá ante sí un mecanismo seriamente descom-
puesto que debe arreglar cueste lo que cueste o que debe aban-
donar por inútil. Si de lo segundo, a un semejante "en situa-
ción", con un significado que no puede descuidarse y que
hay que tomar en cuenta y, por supuesto, no solamente de
una manera intelectual.
Párrafo aparte merece la actitud médica frente a otro caso
de hombre-casi-muerto: el enfermo anestesiado.
Se trata ahora de condiciones completamente distintas.
Ante todo, parece que, paradójicamente, el hombre aneste-
siado es "más cosa" que el hombre en coma al que me he
referido. Este está gravemente enfermo, al borde de la muerte,
y su situación significa sufrimiento para todos sus seres cer-
canos, significa catástrofe para su "circunstancia", significa
emergencia 51 seria y aguda para .el médico. Moviliza, por lo
61 Conocido es el tono que ha adquirido esta palabra en
el lenguaje médico cuotidiano. En la acepción académica de
"ocurrencia, accidente, suceso, evento", se da énfasis a lo
"accidental" como "indisposición o enfermedad repentina"
68 CAHLOS ALBERTO SEGUIN

tanto, una serie de sentimientos y produce una actitud fuerte-


mente teñida de afectividad .
. El enfermo anestesiado, por e1 contrario, se halla arttfi­
cialmente casi-muerto. Lo hemos llevado a· esa situación por
su propio bien y con propósitos curativos; su casi-muerte
es manejable y, en cualquier momento, por nuestra voluntad,
puede ser modificada para que se restablezca una vida plena,
con toda su resonancia existencial. Estamos, pues, más libres
para cosificarlo -ya que, en el fondo, ése es el propósito de
la maniobra- y hacerlo sin mayor sentimiento de culpa.
Es curioso que Magendie, oponiéndose a los primeros intentos
de anestesia quirúrgica, escribiera: 52

"Desde hace algunas semanas, ciertos cirujanos se


han puesto a experimentar en el hombre y -con un
propósito indudablemente plausible, el de realizar
operaciones sin dolor- intoxican a sus pacientes hasta
reducirlos al estado de cadáveres que uno puede re-
banar y cortar a voluntad sin producir dolor".

El estudio de la actitud ante el enfermo anestesiado nos


ilustraría muchísimo acerca de la personalidad del cirujano
y sobre la naturaleza de sus reacciones características, ya
que su actividad básica se realiza ante ese casi-muerto y sus
maniobras deben contar con esa casi-muerte artificial.
Hay, indudablemente, una clara cosificación del hombre
inconsciente, que no es más que un conjunto de órganos que
hay que "arreglar" y, a mayor capacidad de cosificación,
mayor eficiencia técnica y mejores resultados. Sin embargo,
cabe la pregunta de si, en reaiidad, el cirujano se comporta
ante su paciente como lo haría ante un objeto o siquiera como
se comportaría con el cadáver. No lo creo, y considero que,
si bien el hábito de manipular los órganos de ese casi-muerto
puede embotar en el operador la conciencia de la projimidad,
hay siempre un registro inconsciente de que se trata de un
ser humano, de un "hombre en situación" y colocado en rela-
ciones significativas, todo lo que no puede separarse, por
más que se pretenda, del cuerpo yacente en el quirófano.

52 Citado por Lewin. 46


A:M:OR Y PSICOTERAPIA 69

La vida late entre los dedos del cirujano y esa vida es una
vida humana, aunque, en ese momento, sea una humanidad
"en suspenso".
Así, pues, el operador no puede dejar de ser médico ante
ese hombre-casi-muerto y su actitud será siempre de acerca·
miento cálido y amoroso, no solamente a la realidad orgánica
que se ve obligado a manipular, sino a lo que hay detrás de
ella: la realidad del semejante cuya vida y salud de él dependen.
Naturalmente que, si ello es así, el verdadero médico que
hay en el cirujano se manifestará aún más claramente antes
y después del acto quirúrgico mismo, cuando, por uno de
esos milagros de que es capaz la criatura humana, puede
abandonar ese mínimo de cosificación que se vio obligado
a realizar y establece con el enfermo la relación de hombre
a hombre, cargada de calor y "projimidad" (Lain) que es lo
que lo califica y distingue como médico.

El hombre enfermo

El hombre enfermo se distingue del hombre casi-muerto


en que se halla consciente, y ese hecho, la conciencia de su
ser-hombre, determina la situación.
Ya no se trata de la posible y fácil cosificación a la que se
presta el paciente en coma o anestesiado, sino del encuentro
entre un ser humano y otro.
Desgraciadamente, el médico, preparado para usar cadá-
veres y para "manejar" hombres muertos o casi-muertos,
cuando ha sido mal acostumbrado a tratarlos como objetos,
no sabe vivenciar esa diferencia esencial e, inconscientemente,
trata de transferir al enfermo la misma actitud. Contribuye
a ello el hecho de la mayor o menor invalidez del enfermo,
quien se halla en el peligro de que los que lo rodean, influídoa
por su menester material, caigan en la trampa de considerarlo
también -implícita o directamente- inválido como per-
sona y lo traten en consecuencia, con todos los graves resul-
tados consiguientes.
Para quien cree en la determinación material y positiva
de las enfermedades y las considera como alteraciones del
equilibrio biológico, metabólico o físico-químico del orga-
70 CARLOS ALBERTO SEGUIN

nísmo, el problema aquí no existe. Se trata de aplicar, estric-


tamente, las medidas necesarias para corregir el defecto o
prevenir las consecuencias, y esas medidas, derivadas del
conocimiento. "científico" de los procesos en cuestión, son
claras, indiscutibles e imperiosas. Su papel es, pues, el de
prescribir (es decir "señalar, ordenar, determinar") un trata-
miento y ver que se cumpla. Para aquel, por el contrario,
que considera a la enfermedad, no como un evento biológico,
sino como un acontecimiento biográfico, la personalidad del
paciente entra en juego y debe ser tomada muy en cuenta.
Nos hallamos, pues, en toda su importancia, con el problema
fundamental de la medicina de nuestros días; con el dilema
que, simplificándolo, puede exponerse así: si el médico se
dirige al enfermo y lo encara con el armamentario que las
"ciencias naturales" han puesto en sus manos; si piensa en ·
su anatomía (un conjunto de células, tejidos y órganos) o
en su fisiología (un organismo que funciona mejor o peor),
está "cosificando" a ese hombre, está, inmediatamente, des-
pojándolo de su "humanidad", es decir, de su "hombreidad",
para transformarlo en un objeto material entre otros objetos
materiales. 63 Si, por otra parte, quiere considerarlo como un
semejante, en su más auténtica categoría de tal, debe diri-
girse a él, más allá de la contingencia anatómica o fisiológica,
hacia la base humana de su ser-en-el-mundo 54• El dilema se
nos presenta en toda su brutal realidad al pensar que, si el
médico se dirige a la hombreidad del paciente, debe des-

63
Dice Sartre (Op. cit., pág. 415): "El estudio de la
exterioridad que sostiene siempre a la facticidad, en cuanto
esa exterioridad no es jamás perceptible sino en el cadaver,
es la anatomía. La reconstrucción sintética del ser vivo a
partir de los cadáveres es la fisiología".
54 He expuesto el problema más detenidamente en Exis­
tencialismo y Psiquiatría. 7•
Acerca de la enfermedad y el ser, nada mejor que la obra
de Medard Boss Enfürung in die Psychosomatische M edizin.
Berna, Hans Huber, 1954. Hay una traducción francesa:
Introductión a la JJ,f édicine Psychosomatique. París, Presses
Universitaires de France, 1959. En nuestro idioma debe, de
todas maneras, leerse la obra de Rof Carballo, y especialmente
Urdimbre afectiva y Enf ermedad, Madrid, Labor, 1961.
AMOR Y PSICOTERAPIA 71

cuidar su "objetuidad" (que dijera Lain) y, al hacerlo, renun-


ciar a todos los medios que la "ciencia" le ofrece para ayu-
darlo. En otras palabras: o se dedica a salvar su cuerpo y,
para ello, lo trata como a un objeto, o se dirige a su Ser y,
descuidando el cuerpo-objeto, falta a una de sus obligaciones
como médico.
Al plantear esta disyuntiva parece, a primera vista, que
estoy haciéndome culpable de caer en la corriente y gastada
dicotomía psiquis-soma; pero, en realidad, el problema es más
radical. No se trata de "salvar el cuerpo y abandonar el
alma" o viceversa, sino de afrontar al ser humano, sea como
un objeto material, sea como Dasein (si quiere usarse la
terminología existencial), lo que nos coloca en un plano de
decisión ontológica básica.
Es éste un problema, al parecer, irresoluble. Tanto que,
aunque indirectamente, ha dado origen a posiciones polares
e iracterísticaa. Bien conocidas son las que se colocan a1 lado
de las ciencias físico-naturales y encaran la enfermedad hu-
mana como un desarreglo bioquímico, y las que, por el con..
trario, aseguran que ella no es sino una manifeatacién, y no
la más importante, de un defecto en la realización del Dasein,
de un malogrado hombre en el mundo 55•
Llevados a sus últimas consecuencias, ninguno de estos
puntos de vista puede ser aceptado por el médico, ya que,
si se deja envolver por la atracción simplificadora de la
explicación objetiva, pierde de vista lo esencial del hombre
como tal -aquello que no puede verse, pesarse, medirse ni
cuantificarse de ninguna manera- y si, por otra parte, es
seducido por los conceptos de quienes han hecho de la "fac-
ticidad" apenas un aspecto secundario del existente, está
condenado a no saber qué hacer con esa facticidad, que
matará a su enfermo.
Ahora bien; el problema toma diferentes aspectos según

65 Véase una brillante exposición en la obra citada de


Boss y en la de A. Jores: El Hombre y su. Enfermedad. Madrid,
Labor, 1961.
Las aporías, tanto del cientificismo como del existencia-
lismo, han sido expuestas sintéticamente en la obra ya ci-
tada en la nota27•
72 jCARLOS ALBERTO SEGUIN

sea el hombre enfermo que el médico tenga ante él. Así, no


es el mismo frente al inválido, el enfermo grave o el enfermo
leve.

El hombre inválido

Es un inválido aquel que no puede valerse por sí mismo.


Se trata, pues, no del que, en el sentido corriente -baldado
o tullido- no puede "ganarse la vida", sino del que se en-
cuentra, aunque sea momentáneamente, imposibilitado para
desempeñarse sin ayuda. Es el enfermo en quien el padeci-
miento ha anulado la capacidad y las posibilidades de acción
eficaz. Se distingue del hombre-casi-muerto en que no está
inconsciente y en que la vida -que no es solamente energía
material- bulle en su ser, a veces aún más que en el sano.
Nos ofrecen ejemplos las víctimas de ciertas enfermedades
neurológicas que paralizan el cuerpo, así como estados agudos
o crónicos de debilitamiento orgánico grave.
Frente a él nuestro problema se actualiza en toda su impor-
tancia. La incapacidad que presenta impulsa a ayudarlo
"manejándolo" y, al mismo tiempo, hace que el enfermo sea
más consciente de sus necesidades como ser humano y re-
sienta todo afán de regar, por parte del am .iente, la satis-
facción de esas necesidades.
Del lado del médico, diversas actitudes se observan. En
algunos, el afán "protector" cubre, a veces pobremente, una
profunda repulsión y aun hostilidad, sentimientos que nacen
como una defensa contra el temor que ellos mismos sienten
ante la invalidez. En otros puede aparecer la "compasión".
Si recordamos lo dicho acerca de ella, comprenderemos que
también puede ser destructiva y producir en el enfermo resen-
timiento y rechazo justificados frente a todo intento de pro-
tección exagerada, condescendencia paternalista o con-
miseración espuria.
Creo que aquí, nuevamente, hay una única actitud posihle
y aceptable: la de acercarse al paciente con amor. Si así se
hace, a pesar de los manejos corporales a que se le someta,
ellos no podrán nunca cosificarlo, porque detrás estará siempre
la auténtica relación interhumana, la que verdaderamente
une a los seres, más allá de su facticidad.
AMOR Y PSICOTERAPIA 73

El enf ermo (Jrctüé

El enfermo grave se nos presenta diferentemente. Puede


estar en perfecto dominio de sus facultades, no solamente
psicológicas sino materiales (pensemos en algunos cancerosos
o tuberculares y en los que sufren otras enfermedades que,
si bien sabemos que terminarán pronto e indefectiblemente
con su vida, no se manifiestan por medio de síntomas invali-
dantes actuales: un aneurisma aórtico o cerebral, un infarto
repetido del miocardio que ha logrado compensarse, etc.),
o puede hallarse postrado por la enfermedad, aunque no
inválido. Está, pues, en plena posesión de su categoría de
hombre; como tal reclama nuestra ayuda y esa ayuda debe
ser dirigida, . en este caso, a un hombre-ante-la-muerte. El
hecho coloca al médico en una situación peculiar y difícil.
Ante todo, en posición de autoridad indiscutible. Debe obede-
cérsele, so peligro de la vida del paciente, y eso lo carga de una
responsabilidad que no siempre está preparado para aceptar.
A ello se unen su propia reacción ante la muerte -que es el
producto de procesos principalmente inconscientes- y la
serie de fenómenos transferenciales -también inconscientes-
que harán de la figura del enfermo grave una imago, no sola-
mente conmovedora, sino emocionante (con-movedora, puesto
que estamos movidos a sentir con él, y e-mocionante, ya que
moviliza nuestros propios afectos transferencialmente).
El paciente grave no es, pues, para el médico, solamente
un problema terapéutico, sino -y como siempre- un pro-
blema humano. Si, ante el inválido, se presentaba, primaria
o activamente, la tendencia a hacerlo cosa, ante el enfermo
grave aparece aquella que apunta a convertirlo en centro· de
cristalización de temores y sentimientos de culpa incons-
cientes.
Todo ello lleva 9, que, favorecido por el ambiente, el médico
adopte una actitud autoritaria y de casi-Dios. Ella compensa
su inseguridad, cubre el temor profundo y permite el manejo
de la situación de tal manera que los propios conflictos son
ahogados por la sensación de omnipotencia. Lleva también,
por supuesto, al "manejo" del enfermo y, nuevamente, a su
cosificación.
74 CARLOS ALBERTO SEGUIN

EZ. enfermo leve

Se presenta al médico, en este caso, un aspecto diferente


del mismo problema. ¿Cuándo puede calificarse una enfer-
medad como leve? Existe, por supuesto, el criterio "objetivo"
y, si lo adoptamos, quizás la respuesta parezca sencilla, tan
sencilla que lleve al facultativo a irritarse con el paciente
cuando "no se da cuenta de su gravedad y desoye los conse-
jos" o cuando, en el extremo contrario, "se le ha dicho hasta
el cansancio que no tiene nada, pero sigue molestando con
una enfermedad que no existe".
Y es que tal criterio es, a todas luces, deficiente. La gra-
vedad de una dolencia no puede juzgarse solamente desde
el punto de vista de las alteraciones materiales que pueden
descubrirse. Es un transtorno del todo humano, está enraizado
en la personalidad, de la que no puede separarse, y como ya
lo dijera, es una parte de la biografía. La mayor o menor gra-
vedad que significa puede, pues, solamente justipreciarse si
se considera su relación con "el hombre y su circunstancia".
Así, la enfermedad leve se imbrica, en cada individuo, por
una parte ,con la enfermedad grave y, por otra, con la "salud".
Y henos aquí abocados a otro problema serio: ¿Cuándo
comienza la enfermedad? ¿Cuándo termina? No entraré en
consideraciones teóricas, que nos llevarían muy lejos y, posi-
blemente, no nos ofrecerían solución alguna, y me limitaré a
recordar que una enfermedad no comienza cuando el médico
es capaz de descubrir "signos objetivos" ni termina cuando
él considera que ha habido una recuperación del daño físico
o funcional. Es la vivencia del paciente tan importante como
los hallazgos de la exploración y es ella la que, en realidad,
va a determinar si el enfermo está "sano" o "enfermo".
Nos hallamos otra vez ante las dos posibilidades que hemos
revisado repetidamente. Si, para el médico, el hombre es
anatomía y fisiología, el afirmar su salud o su enfermedad
se limita a la comprobación de datos "objetivos" (y aun
ellos pueden conducirlo a errores graves en las enfermedades
"funcionales"). Si, más allá de la materia organizada, es una
persona, el asunto cambia fundamentalmente y exige una
apreciación total de la "hombreidad" del paciente, que es la
·AMOR Y PSICOTERAPIA 75
realmente alterada por el trastorno y la que importa, en
último término. Y, si podemos conocer el funcionamiento
o la integridad de los órganos a través de la exploración ma-
terial, es solamente la relación personal, interhumana, en
todo su más auténtico sentido, la que nos permitirá acercar-
nos a la verdad de nuestro paciente en cuanto a su salud y
su enfermedad.

El hombre como "sujeto"

Pero el médico no trata únicamente a los hombres como


enfermos. Si es un estudioso, un investigador o un maestro,
los tendrá muchas veces ante él en una posición diferente y
que no puede ignorarse: la de "sujeto".
Es curiosa esta doble acepción de la palabra, que permite
aplicarla al ser humano cuando, precisamente, se "objeti-
viza" más, cuando se le usa, cualquiera que sea el propósito
de esa utilización.
Así, el hombre puede ser "sujeto de observación", "sujeto
de experimentación", "sujeto de demoatracién". En cualquier
caso, su categoría de hombre ha desaparecido, ya que ha des-
aparecido su posición de igualdad y libertad. Es un objeto
más, observado, sometido a experimento o mostrado.
Creo que, en todos estos casos, el experimentador, obser-
vador o demostrador han dejado de ser médicos, han abando-
nado su papel de tales para adoptar otros completamente
distintos y esencialmente opuestos. De semejantes, próji-
mos o hermanos se han convertido en "hombres de ciencia"
o "profesores" y han hecho del enfermo una cosa observable,
manipulable o mostrable. Serán, pues, muy eficientes estu-
diosos o catedráticos, pero no serán médicos, en el sentido
verdadero y noble de la palabra. Lo único que puede salvar-
los como tales es el hecho de acompañar siempre su actividad
con un auténtico y profundo amor por el semejante que, en
ese momento, está a su. actividad sometido.
76 ·CARLOS ALBERTO SEGUI.N

El hombre "sano"

Diré aun unas palabras sobre otro aspecto del mundo hu-
mano del médico: el hombre "sano" 56• Indudablemente,
existe el prejuicio de que, por el hecho de serlo, el facultativo
no mira con los mismos ojos que los demás mortales a sus
semejantes. Se cree que está, constantemente, viendo más
las anormalidades que en ellos haya que las virtualidades
humanas intrínsecas. Esa convicción es mayor aún en lo que
a los psiquiatras se refiere. Todos hemos tenido la experiencia
de que nuestro acercamiento a un grupo de desconocidos es
aceptado con desconfianza, de que la conversación que ve-
níase sosteniendo termina o cambia bruscamente, de que
nuestros interlocutores comienzan a cuidarse de lo que hacen
o lo que dicen (se hacen "self-conscious", si se me permite
emplear un gráfico modismo inglés), como si se prepararan y
se defendieran ante el estudio psicopatológicoque estuviéramos
por emprender y, aún más, como si temieran que, de alguna
misteriosa manera, fuéramos capaces de "descubrir sus se-
cretos". Hay quien ve en el psiquiatra una mirada especial
que asusta y que hay que evitar.
Bien sabemos que, salvo contadas excepciones, no es cierto
que el médico vea "en enfermos" a sus prójimos. Si él ha
sabido mantener en sí mismo su hombreidad por sobre todas
las cosas, se enfrentará a la hombreidad de los otros sin tratar
de forzarla en moldes semiológicosy, sobre todo, sin tendencia
a juzgarla ni clasificarla. Es solamente cuando ha sido vícti-
ma de una acentuada deformación profesional -cuando su
"ciencia" ha retorcido (acaso por razones de agresividad
oculta) su conciencia hasta hacerlo convertir a los semejantes
en objetos de observación o de diagnóstico, cuando ha per-
dido la perspectiva y el respeto, cuando puede cosificarlos-e-
es solamente entonces cuando cae en ese pecado de lesa
medicina y lesa humanidad.

56 Dejo sin tocar otros temas tan interesantes como los


ya revisados: el del hombre-amado-enfermo y el del médico
mismo como paciente, por ejemplo. Nos alejarían mucho
de nuestro propósito.
AI\WR Y PSICOTERAPIA 77

IV El psiquiatra y su enfermo

Debo decir aún algo acerca de la posición del psiquiatra


frente a sus pacientes, ya que ella, si bien similar, presenta
algunas diferencias con la de los otros médicos.
Existen distintos tipos de enfermos psiquiátricos y su enume-
ración nos hará comprender mejor el problema. Recordemos,
ante todo, aquellos que más alejados se hallan de la hom-
breidad: los oligofrénicos y los dementes. Su incapacidad
intelectual los aparta de la norma de tal manera que hace
imposible su· consideración como semejantes. En los casos
extremos son seres inferiores, en su comportamiento y en
sus posibilidades de orientarlos socialmente, a los animales.
¿Puede, con ellos, establecerse una relación humana? ¿No
valen las limitaciones que existen cuando se trata de entes
inferiores en Ja escala zoológica?57 Sea cual fuere la res-
puesta, debemos tener aun en cuenta una serie de sentimientos
negativos que se presentan: repulsión, temor, asco.
Sin embargo, si el psiquiatra es un verdadero médico, "nada
humano puede serle ajeno" y sabrá dar a esos seres una com-
pasión no exenta de amor, amor, no tanto por lo que son,
sino por la hombreidad en potencia que poseen, por la proji-
midad latente en ellos, por lo que el demente fue como hombre
y por lo que el oligofrénico pudo ser.
Caso distinto es el de otros pacientes que, si bien presentan
problemas de relación, ellos son de otra categoría. Me refiero
a los psicóticos "fuera de contacto".
Se trata de enfermos que, aparentemente, se hallan tan
inmersos en su mundo que no existe posibilidad de acercar-
seles, de romper la barrera de que se han rodeado y obtener
una comunicación cierta. El ejemplo más demostrativo es
el del esquizofrénico.
En los casos en los que ese "alejamiento de la realidad"
se presenta más típicamente, el enfermo no se relaciona, en
apariencia, con las personas y las cosas que le rodean, sino

s7 Sobre la relación con los animales, véanse las obras


citadas de Scheler, Buber y Lain Entralgo, así como Ortega
y Gasset, El Hombre y la Gente, Madrid, 19.5i.
78 •CARLOS ALBERTO SEGUtW

por intermedio de un sistema propio que da a cada uno de


ellos una posición y un significado especiales. 58 Es decir ·
que, hágase lo que se haga, no parece haber modo de atraerlos
a nuestro mundo, a "la realidad" y, de esa manera, esta-
blecer una comunicación adecuada.
He repetido varias veces que "aparentemente" ocurre
así, porque lo cierto es que se trata de una observación incom-
pleta y, por lo tanto, falsa. Se ha dicho hasta el cansancio
que las manifestaciones psicóticas, y especialmente las es-
quizofrénicas, son incomprensibles 59, y esa afirmación ha
hecho que el acercamiento se creyera irrealizable. El psico-
análisis inició la era del esfuerzo sincero por comprender las
posibilidades de hacerlo si se toman en cuenta los factores
inconscientes y los mecanismos regresivos que los caracte-
rizan. La psicoterapia de la esquizofrenia ha probado defi-
nitivamente que el "mundo" de esos seres no es incompren-
sible ni impenetrable, sino que, por el contrario, se halla
abierto al médico cuando éste se acerca a él sin prejuicios
y, sobre todo, con amor. so

68 Sobre la "pérdida de la realidad" se encontrará un


penetrante análisis, basado en las ideas existencialistas, en
Ulrich Sonnemann: Existencie and Therapy. New York, Grune
& Stratton, 1954, págs. 24-25.
59 Recuérdese, como un ejemplo, la distinción de Karl
Jaspers (Allgemeine Psychopathologie) entre una, "vida psí-
quica penetrable" y una "vida psíquica impenetrable", siendo
ésta, la esquizofrénica, según él, "ininteligible, fuera de lo
natural".
60 Leland Hinsie fue uno de los primeros en ocuparse de
la psicoterapia en los esquizofrénicos (The Treatment of Schizo­
phrenia, William & Wilkíns, 1930), iniciando un movimiento
seguido con éxito por legión de investigadores y terapeutas.
Véase, principalmente, Frieda Fromm-Reichman: "Notes on
the Development of Treatment of Schizophrenia by Psyeho-
analytic Psychotberapy". Psychiatry, Vol. 11, N. 3, 1948;
Principies of Iniensiue Psychotherapy, Chicago, Univ. of
Chicago Press, 1950; Paul Federn: Ego Psychology and the
Peuchoeie, New York, Basic Books, 1952; J. Rosen: Direct
Analysis, New York Grune, 1953; M. Schehaye: A New Psy­
choterapy in Schizophrenia, N ew York, Grune, lü56; L. Hill:
AMOR y PSICOTERAPlA ; } "'

Es, pues, el amor el único que puede permitir al psiquiatra


un contacto positivo y una oportunidad de ayudar a quienes,
como ellos, tan necesitados de él están.
Parecidas consideraciones pueden aplicarse a los psicóticos
que, si bien tomados más o menos por sus síntomas, son,
a pesar de ello, capaces de establecer una comunicación con
los demás y, por supuesto, con el médico. Esa comunicación
es, sin embargo, defectuosa, ya que, aunque superficialmente
se realice un mutuo entendimiento, hay, en el fondo, una
barrera que separa el mundo del enfermo del mundo del psi-
quiatra, barrera que no caerá sino merced a un contacto
emocional cierto, si éste sabe lograrse.
El caso de los neuróticos varía, naturalmente, las condi-
ciones de la comunicación y el acercamiento. Frente a ellos,
el médico cuya comprensión y fraternidad no han sido tor-
cidas por una errada educación, experimenta el deseo de
ayudar y la posibilidad de hacerlo. Sin embargo, si no sabe
darse auténticamente, fracasará. El hipocondríaco y el neu-
rótico obsesivo, por ejemplo, le harán sentir su impotencia
y una sensación -similar a la experimentada ante los psi-
cóticos- de imposibilidad de real acercamiento, mientras
que el angustiado, y especialmente el histérico, lo asustarán,
acaso, con un acercamiento exagerado y súbito. Solamente
una relación de hombre a hombre, sincera y cálida, permitirá
la ayuda efectiva que se debe y que se espera.

Psychotherapeutic Interoeniion ín Schizophrenia, Chicago,


Univ, of Chicago Press, 1955.
AMOR Y PSICOTERAPIA

I Las bases de la relación :médico .. enfermo

Luego de la revisión hecha estamos más preparados para


comprender claramente que, entre médico y paciente, debe
existir una relación especial que permita el acercamiento
indispensable para cualquier acción efectiva. Trátese del
médico en general o del especialista, no bastan, de ninguna
manera, una buena preparación ''científica" ni una "actitud
profesional" estudiada para resolver el problema siempre
presente del hombre que se halla antes y más allá del enfermo.
Frente a él no se puede, ni se debe, ser "objetivo", ya que ello
no haría sino traicionar nuestro deber y nuestra investidura
y, en último término, derrotaría nuestros mejores esfuerzos
para ayudar y curar.
Pero, ¿cuál es esa relación especial? Sólo puede ser una:
aquella que no cosifique al enfermo, que respete su condición
de hombre y que nos coloque frente a él como frente a un se-
mejante, un ser igual a nosotros al que nos une, no solamente
su condición humana, sino su necesidad y su reclamo. Una
relación profunda y, a la vez, respetuosa; solícita y, al mismo
tiempo, libre; cargada de afecto, pero no sometedora ni ab-
sorbente.
Si recordamos la revisión hecha veremos que ella se acerca
al modo dual de Binswanger, al Yo-Tú de Buber, al amor-S
de Maslow, al amor constante de Lain.
Siendo eso cierto en general, eri el caso del psicoterapeuta
y su paciente esta forma de unión interhumana se acentúa
y perfila aún más, obligándonos a plantear una pregunta
indispensable. ¿,Es amor lo que, en estos casos, siente el
médico?
La pregunta es pertinente y me permite aclarar, ante todo,
mi posición frente a los métodos de psicoterapia en uso.
No es necesario remontarse a la historia para hallar dos
formas de relación psicoterapéutica que deben distinguirse
claramente. En la primera, el terapeuta "dirige" a su enfermo,
lo guía, lo conduce y determina, en una forma u otra, el ca-
AMOR Y PSIGOTERAIHA 81

mino que debe seguir. Esa influencia varía desde el comando


di.ecto, la imposición autoritaria sin tapujos, hasta la suges-
tión -a veces sutil y envuelta en una serie de velos- pa-
sando por la hipnosis.
Es la. primera la forma más primitiva de psicoterapia, la
que encontramos, no solamente en el comienzo histórico,
síno en la iniciación de los estudios modernos.
Recordemos que los primeros psicoterapeutas fueron los
sacerdotes y los magos de las culturas preeientíficas, que
actuaban como representantes o vehículos de los poderes
sobrenaturales a los que el paciente recurría desesperado.
Era natural que se sometiera a ellos incondicionalmente y era.
natural que los curadores aceptaran esa sumisión y la exi-
gieran e impusieran como indispensable.
Cuando la psicoterapia pasó a ser ejercida por el médico
conservó, en cierta forma, su significado mágico, unido,
quiérase o no, al arte de la medicina, y mantuvo Ja relación
sumisíva, y dependiente del enfermo, relación también ligada
al papel del curador en sus demás acciones. El médico es,
tradicionalmente, el que "prescribe", y prescribir, desde su
raíz latina, significa señalar, ordenar, determinar alguna cosa.
El señala, ordena y determina; él dice LÜ enfermo lo que debe
hacer y lo que no debe hacer, lo que le está permitido y lo
que le está prohibido; su papel es de neta e indiscutible supe-
rioridad, sobre la que se asienta el derecho, innegable, de orien-
tar la vida de su paciente y "saber lo que le conviene".
Ese derecho, presente en todos los aspectos de la actividad
curativa, se transfirió a la psicoterapia y se aplicó en ella
desde el comienzo.
Es acaso Dubois el primero que reacciona cuando, comba-
tiendo la sugestión, protesta enérgicamente por la imposición
que el terapeuta ejercía sin tomar en cuenta la voluntad del
paciente. Aboga a favor de otro procedimiento más digno
de la condición humana que el sometimiento irracional a
la voluntad del sugestionador y propone la "persuasión" co-
mo método curativo.
Quizás la persuasión de Dubois significó un avance en el ca-
mino hacia el respeto por la individualidad del paciente ya
que, en teoría al menos, se trataba de "convencerlo" para
que "voluntariamente", "racionalmente", actuara a favor-
82 ·CARLOS ALBERTO SEGUJ.N

de su salud; pero, dejando a un lado el hecho de que era, en


realidad, una forma más de sugestión, de todas maneras,
el médico imponía, aunque fuera racionalmente, su punto de
vista e influía sobre el enfermo para llevarlo a pensar y obrar
como "debía". La creencia en la superioridad del facultativo
y en su derecho de guiar a su paciente era mantenida en todo
su vigor actuante.
Es con el psicoanálisis que aparece la actitud "no diree-
tiva", la segunda forma de relación psieot.erapéutíca a la que
me he referido. Se trata, en principio, de no influir directa-
mente sobre el enfermo sino ayudarlo a obrar de una manera
libre. Ese desideratum no se logra, por supuesto. Quiéralo
o no . el psicoanalista se mueve en el marco de una teoría y
sus interpretaciones son rieles conductores a lo largo de los
cuales toda la terapéutica debe desenvolverse. Para poder
sanar, el enfermo tiene, ante todo, que estar convencido de la
teoría psicoanalítica y no puede llegar a ese convencimiento
sin la influencia poderosa -y no solamente, por supuesto,
intelectual- de su curador.
Rogers da un paso adelante proponiéndose intervenir lo
menos posible, no forzar ninguna, interpretación ni explica-
ción y pretendiendo que el enfermo halle su propio camino
y decida, con la menor interferencia de parte del terapeuta,
el curso de su tratamiento.
Muchas críticas se han hecho y muchas pueden hacerse
a la teoría y la práctica de la psicoterapia sobre tales bases,
pero, innegablemente, ella pone énfasis en el respeto a la
individualidad del enfermo como hombre, en su derecho a
no ser llevado y traído por las ideas de su curador y en la
obligación de éste de abstenerse, en todo momento, de im-
poner, directa o indirectamente, "lógica" o "emocionalmente",
su posición.
Esta actitud coincide grandemente con la de los psico-
terapeutas que han tomado del existencialismo algunos con·
ceptos sobre los que asientan un acercamiento terapéutico
en el que el respeto por la persona humana, en su más alta
expresión, se manifiesta,
Según ellos, dos clases totalmente diferentes de relación
son posibles, como hemos visto, para el hombre: la que tiene
con las cosas y .la que lo une a los otros hombres. No debe
AMOR Y PSICOTEfü\PIA 83

confundirlas, y la falta más grave que puede cometer es la


de "cosificar" a un semejante, es decir, tratarlo sin tener en
consideración su condición de tal: ser libre, consciente de su
ser y de su libertad.
Este respeto por el hombre, esta actitud que lo coloca
siempre al nivel de nuestro propio yo; que tiene presente su
categoría ele "semejante" y que, por lo tanto, no trata de
"guiarlo", "enseñarle el camino", "dirigirlo" o "manejarlo",
me· parece) a pesar de que puedo discrepar con otros con-
ceptos existencialistas .. la única justa para el psicoterapeuta
y creo que es la que se impone en la actualidad.
Si ello es así, comprendemos la relación estrecha que la
psicoterapia tiene con los conceptos del amor que más arriba
hemos explanado. Ambos, la psicoterapia y el amor, son
movimientos que, al dirigirse hacia valores del prójimo,
producen el milagro de que esos valores se hagan vivos y
asciendan cada vez más hacia una superación que lo con-
duzca a -tomando una expresión de Fichte-« "llegar a ser
el que es", sin siquiera el deseo de "mejoramiento", ni la
sugestión de "debes ser así", sin que, por otra parte, las fallas,
los fracasos o los estancamientos intervengan de manera
alguna en el proceso y sin que, por supuesto, haya otra cosa
que una relación llena de humanidad.
Pero, si lo que el psicoterapeuta siente hacia su paciente
es amor, ¿de qué clase de amor se trata'? El amor no es uno;
toma diferentes formas y ofrece distintos matices: varía de
un caso a otro y vibra en diversos niveles. Nuestra tarea es,
pues, ahora, acercarnos más a los hechos y mirarlos atenta-
mente para ver si podemos descubrir su esencia.

H Forrnas del arnor

El amor que un ser humano puede sentir hacia otro toma


diferentes formas en diferentes ocasiones y en relación con
las características de los participantes. En el estudio que hemos
emprendido debemos referirnos a los modos de amar que
informan la relación l. De amigo a amigo; 2. De padre a
hijo; 3. De maestro a discípulo; 4. De sacerdote a feligrés;
5. De amante a amante.
. 84 CARLOS ALBERTO SEGUlN

l. El a mor del arn arrte

Creo que debemos comenzar por el último de los casos


nombrados. Aquel que se refiere al amor del amante (permí-
taseme la licencia) que, en el lenguaje de todos los días, es el
que está directamente unido a la idea de amor.
No pretendo, por supuesto, entrar en un estudio de este
sentimiento, cosa, por otra parte, innecesaria en nuestro caso.
Me parece que basta con indicar algunas condiciones diferen-
cian tes y calificadoras.
Ante todo, los amantes deben hallarse en paridad ele posi-
ción. Esto no quiere decir que no haya, o pueda haber, supe-
rioridad de uno sobre el otro en alguna, o algunas caracterís-
ticas particulares y específicas. Todo lo contrario: como lo
anticipara en otro lugar 61, creo que es requisito indispensable
para el amor la admiración y ésta no existe si no hay con-
ciencia de cierta superioridad. Pero ella no puede destruir
el hecho de la igualdad de los amantes como tales, lo que signi-
fica que, reconociendo la superioridad del o la compañera en
algún aspecto, el amante, no por ello se considera inferior
qua emanie. Para que el verdadero amor de esta clase exista
es indispensable que ambos miembros de la pareja estén en
el mismo nivel humano, se reconozcan como seres entre los
que no existe ninguna desigualdad existencial que trabe el
desenvolvimiento de la relación amorosa, relación que no
puede comprenderse sino como la unión de dos personas
libres y equivalentes.
La segunda característica que va. a detenernos es la atracción,
es decir, la capacidad de ambos miembros de la pareja de
"traer hacia sí" al otro. Puede esa atracción tener un mayor
o menor componente físico o espiritual, pero no se concibe
un amor entre amantes sin una atracción mutua.
Es esa atracción, precisamente, la que determina la eleccién.
de la pareja, elección que existe siempre, aunque muchas .
veces no sea hecha en la claridad de la conciencia y no tenga
todas las características fenomenológicas del acto voluntario.
Otro rasgo esencial en el amor que estamos estudiando es
st Carlos Alberto Seguin: Tú 1J la 111edicina, Córdoba,
Assandri, 1957.
AMOR Y PSICOTERAPIA. 8.5

el deseo de posesión o la experiencia de mutua pertenencia.


Si bien la posesión amorosa y la pertenencia tienen caracte-
rísticas diferenciales específicas -en las que no podemos
entrar ahora- ellas están siempre presentes en el amor de
amantes y lo colorean definitivamente.
Por último, laei bui noi least, debemos señalar en esta unión
la presencia, más o menos obvia, de sentimientos sexuales.
No pretendo afirmar que todos y cada uno de los aspectos
arriba nombrados deben hallarse en la misma forma en todo
caso, pero es su presencia la que define lo que llamamos amor,
en el sentido restringido de la palabra.
Son, precisamente, las características que no pueden existir
en la relación psicoterapéutica, como el análisis más super-
ficial nos muestra. Debemos, pues, descartar esta clase de
amor como similar o cercano al que une al psicoterapeuta
con su paciente, a pesar de las afirmaciones psicoanalíticas
que hemos tratado de estudiar más arriba.

2. La am istad

La relación amistosa debe ocuparnos más detenidamente.


¿No es lo que une a médico y paciente en psicoterapia? A
primera vista así lo parece, y, por otra parte, es muy común
que un proceso psicoterapéutieo termine en una amistad
firme y duradera entre los participantes. Estarnos, pues, en
la obligación de estudiar más de cerca las características de
este lazo interhumano en su posible importancia para nuestra
comprensión de lo que el psicoterapeuta experimenta hacia
su paciente.
Desde antes de Platón hallamos, en la literatura occidental,
estudios muy interesantes de fo, amistad, estudios que pueden
ilustrarnos acerca de lo que creyeron quienes más podían
saber del tema.
Platón, por supuesto, en lugar de facilitarnos la tarea, la
complica inmensamente, ya que nos hace a veces muy dificil,
si no imposible, diferenciar la amistad del amor. Llega a de-
cir62 que "cuando. la amistad se hace excesiva, llamamos a
ese exceso amor".

6:: Platón: Lauie, Oxford University Press.


86 ·CARLOS ALBERTO SEGUIN

Sin embargo, nos ha dejado un hermoso diálogo sobre la


amistad. Es Lieis 63• En él el filósofo nos sorprende cuando,
luego de un largo peregrinar por el mundo de los argumentos,
termina con estas palabras:
"Oh Menexeno y Lisis; qué ridículo es que dos
jóvenes como vosotros y yo, un viejo que gustosamente
se os uniría, imaginemos ser amigos -tal es lo que
diría cualquier viandante- y, sin embargo, no haya-
mos sido capaces de descubrir lo que es un amigo".

¿Es que Platón quiso darnos a entender que la amistad no


existe como tal? Es muy posible, dada su posición y la de sus
contemporáneos acerca de las relaciones entre hombres. Sin
embargo, hallamos en medio del diálogo algo que se repetirá
muchas veces a lo largo de los tiempos: la razón de cualquier
clase de amistad es la utilidad. Dice el maestro:
"Si eres sabio, todos los hombres serán tus amigos,
porque serás útil y bueno; pero, si no eres sabio, ni
tu padre, ni tu madre, ni tus parientes, ni nadie será
amigo tuyo''.

, Aristóteles es mucho más especifico al respecto: M

"Sólo se ama al objeto amable, es decir, el bien,


o lo agradable, o lo útil. Pero como lo útil no es más
que lo que nos proporciona un bien o un placer, resulta
de aquí que lo bueno y lo agradable, en tanto que
objetos últimos que se proponen al amor, pueden
pasar por las dos únicas cosas a que se dirige el amor". 6~

G3 Platón: Lusis, Oxford University Presa.


tl4 Obras comoletas ele Aristóteles, traducción de Patricio
de Azcárate, Bu~nos Aires, Anaconda, 19fl. e

65 Esta doctrina, un poco egoísta, es combatida por Ci-


cerón (De la Amietod, traducción de Agustín Millares, Univ,
Autónoma de México, 1958), quien expresa:
"Me parece (19, amistad) un sentimiento nacido, no de la
necesidad, sino de la naturaleza misma, y más debido a una
espontánea inclinación del ánimo.
AMOR Y PS!CQTERAPIA 87

Santo Tomás, sin añadir mucho, borda los conceptos del


Estagirita .. Para nuestros propósitos sólo tenemos que añadir
que, según estos autores, no puede hablarse de amistad si el
sentimiento no es recíproco y Aristóteles lo afirma direc ta-
mente:

"Para que sean verdaderos amigos, dice, es preciso


que tengan los unos para con los otros sentimientos
de benevolencia, que se deseen el bien, y que no ig-
noren el bien que se desean mutuamente".

La amistad es caracterizada, pues, por: a) reciprocidad;


b) igualdad; e) elección del amigo; d) similaridad de pro-
pósitos; e) algo útil, placentero o bueno que el amigo pueda
ofrecer.
Fácil es comprobar que ninguna de estas condiciones se
encuentra en la relación del psicoterapeuta con su paciente,
desde el punto de vista del primero.
Por supuesto que, dadas las . caraoteríaticas propias de la
situación, no puede pretenderse reciprocidad de sentimientos,
sobre todo al comienzo del proceso. En cuanto a la igualdad,
a primera vista parece una condición menos necesaria aún que
en el amor. Puede hallarse amistad entre personas de muy dife-
rente condición y de las más variadas características, personas
que no podrían considerarse como iguales en ninguna forma.
Sin embargo, un examen más cercano de Jos hechos quizás
nos permita una distinta conclusión.
8i bien pueden ser amigos dos seres diferentes en cuanto
sentimiento de amor, que a la. consideración de la utilidad
que de ella pudiéramos obtener".
Y completa. su pensamiento: "Mieutras mayor confianza
tengamos en nosotros' mismos, y nos sintamos dotados de
virtud y sabiduría en grado tal que para nada necesitemos de
los demás, juzgando que todo lo llevamos en nuestro propio
ser, más sobresaldremos en granjear y cultivar amistades".
Indudablemente que el discurso del romano es una her-
mosa. pieza literaria y que los estudios de los griegos pretenden
ir más allá: hacia un análiais de las posibilidades lógicas de
la amistad. No pueden, pues, juagarse en un mismo plano.
a sus condiciones personales o sociales, esas diferencias se
refieren a hechos distintos del fundamental de ser amigos
88 'CARLOS ALBERTO SEGUIN

Con esto quiero decir que, disímiles en todo, deben, sin embar-
go, estar colocados en el. mismo plano qua amigos. Las dif e-
rencias que entre ellos existieran no pueden destruir el hecho
de que son dos seres humanos a los que el sentimiento coloca
a un mismo nivel. Si ello no fuera así, podría quizás tratarse
de protección, de benevolencia, de caridad (en el sentido co-
rriente del término); pero no de verdadero sentimiento amis-
toso que, como bien lo recalcan los clásicos) debe, para existir,
ser mutuo.
Esa condición no es, por supuesto, llenada en la relación
del psicoterapeuta con su paciente. Si bien habría mucho
que hablar (y más adelante diré algo al respecto) sobre la
posición del médico ante su enfermo en psicoterapia, es visible
que ella no puede considerarse como de igualdad y la dife-
rencia está, desde el primer momento, destruyendo toda,
posibilidad de auténtico sentimiento amistoso. En etapas
posteriores del proceso psícoterapéutico la situación varía
y una real amistad, como he dicho, puede aparecer y afir-
marse, pero el hecho mismo de su "aparición" marca un
cambio y prueba que no existía antes.
Ninguna de las otras características revisadas se encuentra
tampoco en psicoterapia. El médico no puede elegir a sus
pacientes en el sentido en que puede hacerlo con sus amigos.
Si bien en la práctica, de una manera consciente o incons-
ciente, hace una selección, ella se basa en razones, impulsos
o necesidades muy diferentes de las que informan la elección
amistosa. No creo que sea necesario extenderse en el aná-
lisis de esto.
En cuanto a la similaridad de propósitos que he señalado
como otra marca de la amistad, tampoco existe en psicote-
rapia (me refiero siempre a las primeras etapas). El paciente
que busca al psicoterapeuta no es consciente de su real proble-
mática ni se halla en condiciones de comprender los fines y
propósitos del médico. Por el contrario, bien sabemos cómo
5e opone a ellos y cómo toda la primera parte del tratamiento
Iebe, generalmente, desarrollarse en medio de fuertes y va-
-iadas resistencias que parecen mostrar que enfermo y médico
.ratan de alcanzar fines distintos por caminos diferentes.
En relación con ésto creo interesante citar aún a Aristó-
.eles, quien dice:
AMOR Y PS!COTEF..APIA 89

"No es posible hacerse amigo de las personas que


desagradan. La misma observación puede hacerse res-
pecto a los excéntricos".

Si bien la primera parte parece justa, la segunda elimina,


inmediatamente, toda relación de la amistad con la, psicote-
rapia, desde el punto de vista del médico.
Por último, ¿debe el psicoterapeuta buscar en su paciente
algo -como, al parecer, busca el amigo para serlo- algo
bueno, útil o placentero?
Los comentaristas que hemos revisado ponen énfasis en
que esa bondad, utilidad o placer deben ser referidos a quien
ofrece la amistad, es decir que el amigo debe ser bueno, pla-
centero o útil, no para él mismo o algún otro, sino para su
amigo.
¿Llena el paciente, en psicoterapia, esas exigencias? Si
bien el médico no puede detenerse a considerar la "bondad"
de su enfermo como condición para que merezca ser atendido;
si bien no debe, conscientemente, contar con la utilidad o el
placer que le proporciona, no podemos decir lo mismo si
tomamos en cuenta factores obrando a niveles distintos.
Como en toda relación humana, en psicoterapia es indispen-
sable considerar las influencias inconscientes. A todo ello
volveré más adelante.
Hay aún algo que agregar. La amistad, como el amor de
amantes, ha sido considerada por muchos como con cierta
exclusividad y, por lo tanto, posible sólo singularmente.
Volviendo a Aristóteles, él afirma:

"La verdadera amistad ... se dirige por su misma


naturaleza a un solo individuo".

Boswell repite este mismo pensamiento:

"El que tiene amigos -dice- no tiene un amigo". 56

66
Boswell, J.; Lije of Samuel Johnson Ll. D., Londres,
Encyclopedia Britannica, 1952.
90 · CARLOS ALBERTO SEGUIN

Creo que podemos concluir que, a pesar de algunás simi-


laridades y concomitancias, lo que el psiccterapeuta siente
por su paciente no es amistad. Por el contrario) es bien sabido
que la amistad impide una buena relación psicoterapéutice
y es un serio obstáculo para su recta evolución.

Esta forma de relación presenta, indudablemente, un


parentesco más cercano que la anterior a la que une al médico
a su paciente en psicoterapia.
Bien conocida es la teoría psieonalítica de la transferencia:
los sentimientos que el enfermo experimentó por las personas
importantes de su infancia, en este caso el padre, se transfieren
al médico, quien, de esa manera, se convierte en una figura
receptora frente a la cual el paciente revive los conflictos que
quedaron irresueltoe primitivamente.
No vamos a detenemos ahora en ese aspecto del asunto,
puesto que lo que nos ocupa no son los sentimientos del en-
Iermo. Me he referido ya a la llamada contratransfereneia y he
destacado el hecho de que ella, no puede, de ninguna manera,
agotar las posibilidades de relacrón médico-enfermo. Trataré
ahora de aualisar otro aspecto rn6,s pertinente de la cuestión:
lo que, desde el punta de vista de nuestro interés presente
singulariza la posición "paternal".
Creo que, en ese análisis, debemos tener en consideración:
a) autoridad; b) sentimiento de, u.as forma u otra, de po-
sesión; e) conducción o dirección; d) casi siempre, iden-
tificación.
'I'ra ternos de examinar estas características en relación
con el psicoterapeuta.
Quizás el sentido de autoridad es el más difícil de erradicar
y a 61 me referiré con detención más adelante.
Como derivado directamente se presenta el problema del
sentimiento de posesión que el padre experimenta, en mayor
o menor grado, hacia su hijo. Se trata, en realidad, de una
característica de la. organización familiar en nuestra cultura
y va haciéndose menos importante cada vez. De todas ma-
neras, debe hallarse ausente en una relación psicoterapéutica
AMOR Y PSICOTERAPIA 91

recta, ya que, de otro modo, distorsionaría su significado,


fines y logros.
Al enfrentarnos con el tema de la conducción o dirección
que el psicoterapeuta puede ejercer sobre su paciente, to-
camos nuevamente uno de los problemas básicos. Ya me he
referido a él en varias oportunidades y creo que poco queda
que decir, como no sea el reafirmar mi posición. Sin des·~
conocer la posibilidad, y la necesidad, de una influencia
directiva --1:3ea cual fuere su forma- en determinados casos
(casos que me parecen muy contados si se estudian des-
apasionadamente), creo que la moderna psicoterapia no
puede tener sino una orientación: la del respeto a la per-
sona humana, la del reconocimiento de que la normalidad
está en el goce de la libertad; la de que el papel del paico-
terapeuta no es otro que el de posibilitar 61 a su enfermo
sin imponerle, ni directa ni indirectamente, ideas, senti-
mientos ni valores. Por otra parte, cualquier clase de direc-
ción q ue se aceptar H. como ti! estaría lejos de aq u ella basada
ú

en Ja autoridad, en la sabiduría indiscutible e indudable y


en las normas compartidas que el padre representa, enseña
e impone. La dirección que el psicoterape uta puede dar se
supone alejada de prejuicios de cualquier clase, no atada
a normas o líneas de conducta prefabricadas y libre d~ los
puntos de vista particulares del psicoterapeuta, cualesquiera
que ellos fueran.
Me he referido, por último, a. la identificación como ha ..
llándose comúnmente presente en el amor paternal. Ya.
Goethe lo dijo: G3
"Es el buen deseo de todo padre el ver realizado
en su hijo lo que en él falló; es como vivir la propia
existencia una vez más, usando de la mejor manera.
las experiencias de la primera vida".

Es verdaderamente difícil que un padre, en nuestra cul-


tura, no se identifique, de una manera u otra, con su hijo,

6i La frase es de van Weiasücher segun traducción de


Lain Entralgo en "Medicina e Historia".
ris En "Poesía, y verdad".
92 CAHLOS ALBERTO SEGUIN

consciente o inconscientemente y, por supuesto, es ímpo-


sible aceptar tal sentimiento en el psicoterapeuta,
Si bien en muchas oportunidades es necesario que éste,
para justipreciar las reacciones del paciente, sepa colocarse
en su lugar o simpotizar con él, esa reacción debe distinguirse,
como lo hemos visto, muy claramente, de la identificación.
Para ello basta recordar las características de la simpatía,
distintas y precisamente diferenciables frente a todo otro
fenómeno en el que los lfünites del yo y la intencionalidad
no existen o desaparecen, como en la identificación. 69
Erich Fromm ha visto netamente estas cosas cuando dice: 37

"El amor paterno es condicional. Su principio es


'te amo porque llenas mis aspiraciones, porque cumples
con tu deber, porque eres como yo'. En el amor condi-
cional del padre encontramos, como en el caso del
amor incondicional de la madre, un aspecto negativo
y otro positivo. El aspecto negativo consiste en el hecho
mismo de que el amor paterno debe ganarse, de que
puede perderse si uno no hace lo que de uno se espera.
A la naturaleza del amor paterno débese el hecho ele
que la obediencia constituye la principal virtud, la
desobediencia. el principal pecado, cuyo castigo es la,
pérdida del amor del padre".

Podemos, pues, concnnr, afirmando que los sentimientos


:lel psicoterapeuta frente a, su paciente no pueden confundirse
con los de un padre frente a su hijo, sino que, más bien, deben
elaramente diferenciarse de ellos.

Si en toda relación psicoterapéutica puede haber algo de


iaternal, existe, casi siempre, mucho de pedagógico. Se ha
lefínido la psicoterapia, como reeducación o recondiciona-

69
Véase lo dicho anteriormente sobre la simpatía
pág. 45).
Al\ltOH. ·y PSICOTERAPIA

miento y ello implica, naturalmente, labor de esa clase. Nos


corresponde, pues, tratar de ver si la relación maestro-discí-
pulo puede asimilarse a la relación doctor-paciente.
No lo creo, pero considero indispensable un estudio de-
tenido del problema.
Quizás debamos, mm vez más, volver a los clásicos y, aho-
ra m ás que nunca, es a Platón, el maestro por excelencia,
a. quien debemos dirigirnos. Su obra toda está orientada peda-
gógicamente, como sus diálogos lo muestran paso a paso, y
es de él de quien deriva la noción del "Eros pedagógico"
que debemos conocer y comprender.
Para hacerlo creo que es necesario que nos familiaricemos,
en lo posible, con sus ideas al respecto.
Platón se ha ocupado del amor constantemente. En Lisis
y Fedro el tema es tratado con detención, pero, indudable-
mente, es el Simposium el que nos ofrece una visión más
completa, o más variada, de las ideas platónicas. En él 70 es
curioso notar que Eriximaco, el médico, es quien propone
el tema de la discusión: el amor, y que Sócrates lo acepta
gustosamente: "Por lo menos, dice, no seré yo quien lo com-
bata, yo que hago profesión de no conocer otra cosa que
el amor".
Luego, Pausanias comienza su intervención distinguiendo
dos clases de Eros:

"Es indudable, expresa, que no se concibe Afrodita


sin Eros, y si no hubiese más que una Afrodita, no
habría más que un Eros; pero, como hay dos Afroditas,
necesariamente hay dos Eros. ¿Quién duda de que
haya dos Afroditas? La una de más edad, hija de
U rano, que no tiene madre, a la que llamaremos Ura-
nía: la otra más ·joven, hija de Zeus y de Dione, a la.
que llamaremos la Afrodita popular o Pandemia. Se
sigue de aquí que de los dos Eros, que son los minis-
tros de estas dos Afroditas, es preciso llamar al uno
celeste y al otro popular. Todos los dioses sin duda

'º Platón: Diálogos Escogidos, traducción de Patricio de


Azcér ate, Buenos Aires, El Ateneo.
94 cARLOS ALBERTO SEGUlN

son dignos de ser honrados, pero distingamos bien las


funciones de estos dos amores".
Describe luego: "El amor de la Afrodita popular
es popular también, y sólo inspira acciones bajas;
ea amor que reina entre el común de las gentes, que
aman sin elección, lo mismo las mujeres que los jóvenes,
dando preferencia. al cuerpo sobre el alma. Cuanto
más irracional es, tanto más os persiguen, porque
sólo aspiran al goce, y con tal que lleguen a conseguirlo,
· les importa muy poco por qué medios. De aquí procede
que sientan afección por todo lo que se presenta, bueno
o malo, porque su amor es el de la Afrodita más joven,
nacida de varón y de hembra. Pero no habiendo
nacido la Afrodita urania de. hembra, sino tan sólo
de varón, el amor que la acompaña sólo busca a los
jóvenes. Ligados a una diosa de más edad, y que,
por consiguiente, no tiene la sensualidad fogosa de
la juventud, los inspirados por este amor sólo gustan
del sexo masculino, naturalmente más fuerte y más
inteligente",

Es el Eros pedagógico, que debemos examinar más de cerca


si queremos comprender su verdadera naturaleza y significado.
El amor que se propone en esta forma es el amor a la be-
lleza, encarnada en esos jóvenes que Pausanias describe,
pero, y esto es importante, es un amor que se eleva por en-
cima de 'quien lo inspira. Ello se ve claramente en el mismo
Simposium. cuando Platón hace que Diótima explique que
ese amor no es un amor a la persona por la persona misma,
sino por lo que ella representa y solamente como el comienzo
de una escala que conducirá a algo superior y que realmente
merece cualquier esfuerzo humano. Dice Dió tima:
"El que quiere aspirar a este o:,;~to por el verda-
dero camino, debe desde su [uvem.. ·l comenzar a
buscar cuerpos bellos. Debe además, si está bien diri-
gido, amar a uno sólo, y en él engendrar y producir
bellos discursos. En seguida debe llegar a comprender
que la belleza, "que se encuentra en un cuerpo cual-
quiera, es hermana de la belleza que se encuentra
AMOR Y PSICOTERAPIA 95

en todos los demás. En efecto, si es preciso buscar


la belleza en general, sería una gran locura, no creer
que la belleza, que reside en todos los cuerpos, es una
e idéntica. Una vez penetrado de este pensamiento
nuestro hombre debe mostrarse amante de todos los
cuerpos bellos y despojarse, como de una despre-
ciable pequeñez, de toda pasión que se reconcentre
sobre uno solo" Después debe considerar la belleza
del alma corno más preciosa que la del cuerpo, ele
suerte que, un alma bella, aunque esté en un cuerpo
desprovisto de perfecciones, baste para atraer su
amor ~' sus cuidados, y para ingerir en ella loe die­
cursos más prcpios para hacer mejer la [uneniud l Sub-
rayado por nosotros]. Siguiendo así, se verá necesa-
riamente conducido a contemplar la belleza que en-
cuentra en las acciones de los hombres y en las leyes,
a ver que esta belleza por todas partes es idéntica a
sí misma, y hacer, pm consiguiente, poco caso de
la belleza corporal. De las acciones. de los hombres
deberá pasar a las ciencias para contemplar en ellas
la belleza; y entonces; teniendo una idea más amplia
de lo bello, no se verá encadenado como un esclavo
en el estrecho amor de la belleza de un joven, de un
hombre o de una sola acción; sino que, lanzado en el
océano de la belleza, y extendiendo su miradas sobre
este espectáculo, producirá, con inagotable fecundidad
los discursos y pensamientos más grandes de la filo-
sofía, hasta que, .asegurado y engrandecido su espíritu
por enta sublime contemplación, sólo percibe una cien-
cia, Ja de lo bello".
Y Dió tima completa, más adelante, su pensamiento:
"Cuando de las bellezas inferiores se ha elevado,
mediante un amor bien entendido de los Jovenes,
hasta la belleza perfecta, y se comienza a entrever la,
se llega casi al término; porque el camino recto del
amor, ya se guíe por sí mismo, ya sea guiado por
otro, es comenzar por las bellezas inferiores y elevarse
hasta la belleza suprema, pasando, por decirlo así,
por todos los grados de la escala ele un solo cuerpo
bello a dos, de dos a todos los <lemas, de los bellos
96 ~ARLOS ALBERTO SEGUIN

cuerpos a las bellas ocupaciones, de las bellas ocupa-


ciones a las bellas ciencias, hasta que de ciencia en
ciencia se llega a la ciencia por excelencia, que no es
otra que la ciencia de lo bello mismo, y se concluye
por conocerla tal como es en sí".
He aquí, pues, un amor peculiar, un amor ascendenie, que
busca la belleza última como fin y que utiliza todo lo demás
solamente como medio.
Pero, bien sabemos que, para Platón, la be1leza última
no es sino la suprema verdad y la virtud superior n. El Eros
platónico no puede, pues, ser comparado con ningún amor
personal, ni con ninguno de los sentimientos a los que nos
estamos refiriendo. El maestro griego busca en el discípulo
belleza que, por supuesto, no es solamente física, y la opor-
tunidad para elevarse juntos, a través de ese amor particular,
hacia una relación abstracta, hacia los valores superiores y,
finalmente, hacia Dios.
¿Podemos, en alguna forma, comparar ·esta relación con
la del psicoterapeuta y su paciente? De ninguna manera.
Por el contrario, creo que el análisis nos ha mostrado clara·
mente cuán lejos se hallan la una de la otra.
Por otra parte, y si nos alejamos del Eros pedagógico tal
como Platón lo concibiera, debemos considerar. en la posi-
ción del maestro, varios hechos distintivos. Ante todo, la
autoridad, que se nos presenta aquí nuevamente como compo-
nente imprescindible, autoridad que, una vez más, se usa
para conducción y dirección, todo ello informando un defi-
nido conjunto de valores que el maestro debe imponer al
discípulo. Desde el punto de vista más arriba explanado,
ninguna de esas características debe encontrarse en una re-
lación psicoterapéutica rectamente conducida.

71 · Diótima concluye: "¿No crees que ese hombre, siendo

el único que en este mundo percibe lo bello, mediante el ór-


gano propio para percibirlo, podrá crear, no imágenes de
virtud, puesto que no se une a imágenes, sino a virtudes
verdaderas, pues que es la verdad a la que se consagra'?"
Paso, forzosamente, por alto el apasionante problema que
estas frases presentan en relación con e! poder del amor para
superar la ilusión del conocimiento y llegar a la verdad.
AMOR Y PSICOTERAPIA

5. Agape

Debemos estudiar ahora otro tipo de relación humana que


puede considerarse similar al que hallamos entre psicotera-
peuta y paciente: es la del sacerdote con su feligrés. Existen
en ella condiciones en parte análogas y su diferenciación
es necesaria.
Para hacerlo debemos considerar la doctrina cristiana del
amor. No creo que nadie encuentre díscutible la afirmación
de que el amor está en la esencia misma de la religión de
. Cristo ·12, pero las características de ese amor deben ser estu-
diadas cuidadosamente.
Es el concepto de Agape el que sintetiza la doctrina cris-

72 Naturalmente que esto no vale solamente para el cris-


tianismo. Todas las religiones superiores están basadas en
el amor y hacen de él su esencia. Como un ejemplo, citaré
pasajes pertinentes que a Confucio se refieren (Ricardo
Wilhelm: Kungtsé, Rev. de Occidente, Madrid, 1926):
"El discípulo Fan Tsch'I preguntó cuál era la esencia de
la moralidad. El maestro dijo: 'Amor al prójimo' 11•

"Este sentimiento de amor al prójimo es para Kungtsé la


máxima moralidad. La palabra china J en está formada por
los signos 'hombre' y 'dos'. Indica, pues, la relación de un
hombre con otro hombre. Así se define también. Amor al
prójimo quiere decir humanidad, el verdadero camino del
hombre. Es un sentimiento social y un conocimiento social.
Este concepto de la humanidad, del amor al prójimo, no está
solamente en el centro de la ética de Kungtsé, sino, en general,
en el centro de la ciencia. Porque para Kungtsé la ciencia
es justamente el conocimiento del hombre, y la moralidad
el amor al hombre".
"A un hombre sin amor al prójimo (bondad), ¿para qué
le sirve la forma? A un hombre sinamor al prójimo, ¿para qué
le sirve la música?".
Compárense estas líneas con las siguientes del llamado
"himno al amor" (Epístola I a los Corintios, XIII):
"Y aun cuando tuviera el don de la profecía, y penetrase
todos los misterios, y poseyese todas las ciencias, y tuviese
toda la fe, de manera que trasládase 1de una parte a 'otra los
montes, no teniendo amor, no soy nada". -
tiana del amor. Comienza a manifestarse ya en San Pablo 13
y con San Juan se establece definitivamente. El "Dios es
Amor" del apostol precisa los términos y enru;mba categó-
ricamente la actividad ideológica y práctica del cristianismo.
Si bien las ideas de San Pablo y San Juan han pasado
a través de variadas e importantes vicisitudes a lo largo de
la historia 74, su base. conceptual se ha mantenido y es a la,
que debemos referirnos.
Ya hemos estudiado las características del Eros platónico,
representante del sentir de la época y la cultura, y debo ahora
destacar su contraste con el Agape cristiano. El primero,
como vimos, partiendo del hombre, y a través de la re-
lación con . él, trata de elevarse hacia los valores supremos
en un constante movimiento ascendente. Agape es, puede
decirse, lo contrario. Si Dios es Amor, es la fuente indiscutible
de todo el amor del mundo. El ama a los hombres y lo hace
sin relación alguna con sus merecimientos. En realidad, el
hombre no puede nunca merecer el amor de Dios y, sin em-
bargo, lo recibe, y con ello se encuentra inmerso en él y,
por él, se hace amado y amante. Así, Agape es el amor a nues-
tro prójimo "en Dios", a través de Dios 75, "por el amor de
Dios". Se trata de un amor que desciende, que no es real-
mente motivado por los otros seres humanos como tales,
sino como un reflejo del amor divino que llena el universo
y el corazón de los fieles.
Esto basta para distinguirlo del amor que el médico puede
sentir hacia su paciente, pero puede añadirse aún más. En
el amor del sacerdote por su feligrés hallamos: a) una refe-
rencia a un conjunto de valores supremos y a dogmas; b) una

13 Vale la pena recordar nuevamente el famoso "himno


al amor" que se encuentra en la Epístola I a los Corintios,
XIII: "Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres
y las de los ángeles, si no tuviese amor, sería como un metal
que resuena o como una campana que retiñe".
74 Véase la magnífica obra de A. Nygren: Agape and Eros.
Filadelfia, The Westminster Press, 1953.
75 "El significado real del amor cristiano -dice Nygren-
3610 puede ser entendido si se toma seriamente en cuenta el
hecho de que no es nada menos que el amorhacia Dios; de-
pendeen la relación conDios y la experienciadel amor divino".
AMOR Y PSICOTERAPIA 99

consideración más o menos rígida de esos valores; c) la idea


de "salvación", el trabajo constante en pro de una vida pos-
terior a la muerte; d) el concepto del "pecado", del arre-
pentimiento y del perdón.
Ninguna de estas características puede considerarse en
psicoterapia. Más adelante estudiaremos con detalle algunas
de ellas, pero es suficiente esta enumeraci6n para conven-
cernos de que el amor del sacerdote por su feligrés -Agape-
es diferente del que el psicoterapeuta puede sentir como tal.
EL EROS PS!COTERAPÉUTICO

Creo que el estudio que hemos hecho de la relación humana


en la que el amor es el determinante básico, basta para mos-
trarnos que ninguna de sus formas puede identificarse con la
que une al psicoterapeuta con su paciente. Es verdad que hay
algunos caracteres comunes, que no puede negarse un paren-
tesco cierto, pero ello mismo nos obliga a distinguir cuidado-
samente. Es lo que intentaré en las páginas que siguen.
Ante todo, quiero expresar lo que puede haberse ya sos-
pechado: creo que, en este caso, se trata de una forma de amor
diferente y no confundible con las otras, una forma nueva de
amor que debemos dist'ingufr con un nuevo nombre: el de Eros
psicoterapéutico.
El término nos está indicando ya un camino. Ante todo,
nos aleja del concepto sexual del amor y nos acerca a las
ideas platónicas, con cuyo "Eros pedagógico" puede tener
alguna relación.
Veamos qué es lo que podemos decir de este fenómeno y
si un estudio más detenido nos permitirá mantener su indi-
vidualidad y singularidad.
Establezcamos, ante todo, sus características negativas,
que se desprenden de lo visto anteriormente. El Eros psico-
terapéutico debe hallarse libre de: a) autoridad o tendencia
a la posesión, b) identificación, e) dogma, d) imposición de
valores, reglas o conocimientos, e) atracción sexual.
Indudablemente, el tema de la autoridad en psicoterapia
es el que más se presta a discusión. Y a he dicho algo al res-
pecto en páginas anteriores, pero creo que no puede insistirse
suficientemente. Si bien para algunas formas -las llamadas
directivas o sugestivas- la autoridad del psicoterapeuta es
no solamente permitida, sino necesaria, cuando nos referimos
a la psicoterapia profunda, en la que se pretende, no una acción
ortopédica, sino un efecto distinto, que quizás pueda sola-
mente definirse como un conseguir que el paciente "llegue
a ser el que es", toda presión coactiva, basada en la autoridad,
se presenta, no solamente como contraria a la esencia misma
de tal relación interhumana, sino que la destruye inmediata-
mente.
AMOR Y PSICOTERAPIA 101

Pero, y creo que ésta es una pregunta pertinente, ¿puede


eliminarse la autoridad en una relación médico-enfermo?
Existen razones poderosas para que la respuesta a este in-
terrogante pudiera ser negativa. Razones de parte del psico-
terapeuta y razones de parte del paciente. Este último, preci-
samente a causa de la transferencia, inviste al médico de auto-
ridad y lo incita a usarla. Todo psicoterapeuta experimentado
sabe bien que una de las más difíciles tarea del comienzo es
la de llevar al enfermo a obrar libremente, a perder la ten-
dencia, casi obsesiva, a apoyarse en el médico y obligarlo a
colocarse en una posición directiva y autoritaria.
De parte del terapeuta fo, tentación es poderosísima. Ya
los psicoanalistas han descrito la inclinación de los princi-
piantes a "hacer el papel de Dios" en su relación con el pa-
ciente, y tenemos que reconocer que, si bien esa inclinación
es exagerada y fácil de descubrir en un aprendiz, ella existe
también, por supuesto mucho más sutil, disfrazada y difícil
de desenmascarar, en terapeutas de vasta experiencia. 76
Por otra parte, no puede ignorarse el hecho de que el en-
fermo busca al médico precisamente por su autoridad. El
encarna el saber y el poder y él es capaz de dispensar la salud
y la felicidad. No solamente se le coloca en el papel de conse-
jero, ~ino en el de juez y árbitro indiscutible. Todo ello, sin
embargo, en la superficie, ya que tiene siempre, como toda
ambivalencia, una contraparte negativa en la tendencia a
derrotarlo justamente en esa esfera. Si el terapeuta llegara
a caer en la trampa, nada más f áci.l para el enfermo que, lle-
vando al absurdo sus consejos o procurando inconsciente-
mente su fracaso en la práctica, obligarlo a reconocer su derrota
o, lo que es peor, a . ponerse a luchar con su enfermo en el
terreno al que éste, mañosamente, ha sabido conducirlo.
Sin embargo, la autoridad puede, y debe, ser eliminada
de la relación psicoterapéutica como tal y todo el proceso
orientarse, por el contrario, hacia la conducción del paciente
al abandono de una dependencia transferencial que, si bien
necesaria y útil al comienzo, debe, para el buen éxito del
tratamiento, desaparecer.

76 Ernest Jones: "The God Complex", Essays in Applied


Psychoanalysis, Londres, Hogarth Press, Vol. II, 1%1.
102. CARLOS ALBERTO SEGUIN

Pero he aquí que nos encontramos con un problema ya to-


cado antes. He afirmado que una de las diferencias principales
entre otras formas de amor y la psicoterapia se halla en que
las primeras necesitan la igualdad entre los participantes,
mientras que la última se caracteriza, precisamente, por la
ausencia de esa igualdad. ¿No estoy contradiciéndome? ¿No
está esa desigualdad basada, precisamente, en alguna forma,
inevitable, de autoridad? Ello fue remarcado poderosamente
en una conversación entre Carl Rugers y Martín Bu her 77•
No puedo resistirme a traducir sus palabras:
Buber: "Un hombre viene hacia Ud. buscando ayuda.
La diferencia esencial entre el papel de él y el suyo
en esta situación es obvia. El viene a Ud. buscando
ayuda. No es Ud. el que va a buscarlo. Y no es sola-
mente eso, sino que Ud. es capaz, más o menos, de
ayudarlo. El puede hacer muchas cosas por U d., pero
no ayudarlo. Y algo más aún. Ud. lo ve realmente,
No quiero decir que Ud. no puede equivocarse, pero
Ud. lo ve, como ha dicho, tal como él es. El no pue-
de, de ninguna manera, verlo a U d. Esto, no sola-
mente en el grado, sino en la forma del encuentro.
Ud. es, por supuesto, una persona muy importante
para él, pero no una persona a la que él quiere ver
y conocer o sea capaz de hacerlo. Ud. es importante
para él. .. Ud. es ... El está dando tumbos, viene ha-
cia U d. Está, puedo decir, enredado en la vida de
Ud., en sus pensamientos, en su ser, su cornu-
nicación, etc., pero no está interesado en Ud. mismo.
No puede ser. Ud. está interesado, lo ha dicho y tiene
razón, en él como persona. El no puede tener esa clase
de presencia desligada ... ''

Buber destaca claramente la diferencia de posición que el


mismo hecho psicoterapéutico produce entre el médico y su
paciente y tiene razón si se consideran aspectos parciales del
asunto. Es verdad que la situación no es la misma, que los

77 "Dialogue between Martin Buber and Carl Rogers",


Peucholotna, N B: 208-211, 1960.
AMOR Y PSICOTERAPIA_ 103

protagonistas están llamados -casi diría, condenados-- a


desempeñar papeles totalmente distintos. y 9, colocarse en
polos al parecer irreconciliables; pero no por ello dejan de ser
hombres y en .esa función es en la que deben ser mirados. Y
el que un hombre sufra y necesite ayuda no significa que pierda_
su categoría de tal, ni el que otro hombre pueda, en ese mo-
mento, ayudarlo, significa que por ello se considere superior.
Se trata de distintas actitudes, de diferencias circunstanciales
ya que, básicamente, la condición de ser humano, con todo
lo que lleva consigo, no varía en un caso ni en el otro.
Creo que eso es lo fundamental. Existe, por encima de las
contingencias momentáneas) más allá de las posiciones even-
tuales, una categoría humana que trasciende todos los ro-
pajes que la vida le coloque encima, que caracteriza la "hu-
manidad" y que no varía con las circunstancias ni cambia '
con el ambiente. Se es hombre en la salud y en la enfermedad,
en la riqueza y en la miseria, en la sabiduría y en la ignorancia,
en la santidad y en el pecado. Quizás nunca se es más hombre
que cuando se sufre como hombre, en tanto que hombre.
En este sentido, psicoterapeuta y paciente son iguales, aunque
se hallen colocados en posiciones distintas, y acaso el en-
fermo esté en condiciones mejores de mostrar su "humani-
dad" porque sufre en cuanto hombre, porque su dolor es,
precisamente, aquel que el animal no puede experimentar.
Si el médico siente -más que piensa- así, la dificultad
desaparece y el acto psicoterapéutico se convierte en un
encuentro entre dos seres humanos que se respetan y
coexisten.
Ello trae una consecuencia mayor. Las diferencias de posi-
ción tan notables que Buber recalca enfáticamente van des-
apareciendo en el curso del tratamiento; los participantes,
caminando juntos a lo largo de una ruta de mutua compren-
sión y constante mejoramiento, deben terminar el proceso
en una igualdad que ha preparado el camino para una amistad
cierta.
Todo esto, por supuesto, elimina la posibilidad de algún
sentimiento de posesión de parte del terapeuta, sentimiento
que constituiría, claramente, la negación de lo que acabamos
de ver y bastardearía la psicoterapia. Ese sentimiento de
posesión, tan ligado a los paternales o sexuales, se encuentra
104, ·CARLOS ALBERTO SEGUIN

en las formas de psicoterapia directiva a las que me he refe-


rido y a las que considero (fo he dicho en varias oportuni-
dades) recursos de inferior calidad y útiles solamente como
muletas ortopédicas circunstanciales.
La identificación es imposible en un tratamiento de esta
clase bien conducido. Y a hemos visto antes cómo la identifi-
cación pertenece a un grupo de fenómenos completamente
diferente de la simpatía y del amor. En ella no hay con-
ciencia de la posición del propio yo, no hay conciencia de
distancia ni hay, por supuesto, compasión. Se trata de la
unificación afectiva cuyas características la alejan completa-
mente de la posición psicoterapéutica. Por otra parte, desde
el punto de vista pragmático, si la identificación se presentara,
destruiría la individualidad del terapeuta y anularía su capa-
cidad de ayudar.
Poco hay que decir, al parecer, respecto a, la necesidad de
que el proceso psicoterapéutico se halle alejado de todo dogma.
Sin embargo, en la práctica, vemos cómo es fácil caer en él
y cómo no se hallan libres de este peligro los más "objetivos"
y "científicos" colegas. Creo que es solamente la propia
maduración la que puede evitarlo y permitirnos mirar la
realidad ponderadamente. Y es, precisamente, ese proceso
de maduración el que nos hace psicoterapeutas.
Mucho más difícil de eliminar es la imposición de valores,
normas o conocimientos. Aclararé, ante todo, que, al hablar
de imposición de conocimientos, me refiero a aquellos en los
que cada escuela basa su acción. En realidad, no puede com-
prenderse, por ejemplo, un tratamiento psicoanalítico or-
todoxo sin que el paciente, a lo largo de él, no se familiarice
con la teoría correspondiente y sin que, al final, maneje los
conceptos de libido, oralidad, analidad, represión, superyo,
introyección, etc. Y debemos preguntarnos si no hay en esa
adquisición de conocimientos una directa influencia · suges-
tiva, una constante presión emocional, una doctrinación
inevitable. Lo mismo, por supuesto, puede decirse de una
psicoterapia adleriana, junguiana o cualquiera otra basada
en un conjunto de teorías genéticas. Es fácilmente compren-
sible que, si el enfermo continúa en tratamiento por un tiempo
suficiente, es porque está de acuerdo con los hallazgos y con
las interpretaciones ofrecidas. De otra manera, abandonaría
Al\10R Y PSICOTERAPIA 105

a su médico (no dejo, naturalmente, de considerar que ese


"estar de acuerdo" tiene mucho de afectivo). Desde el punto
de vista del psicoterapeuta, no se trata aquí sino de un pro-
gresivo "descubrimiento de la verdad"; pero un rival de
escuela o un observador no comprometido pueden ver en ello
solamente una selección automática que mantiene en trata-
miento a "los creyentes" y perpetúa así una posición en la
que la crítica se hace imposible y en la que es fácil la, forma-
ción de grupos que, hablando un idioma propio, mirando
los fenómenos desde un determinado punto de vista y diri-
gidos a una meta común y parcial, ofrecen casi todas las
·características de una secta.
Nada sería más peligroso. Se trata de una limitación de
la libertad y del respeto a la categoría de persona que. todo
ser humano posee; de la caída en una forma, no por más
justificada menos negativa, de fanatismo; de una renuncia
a la individualidad.
Estas razones pueden repetirse, naturalmente, con mayor
énfasis frente a psicoterapias de tipo inspiracional, en las
que el médico impone abiertamente, no sólo conocimientos,
sino valores, Un brillante ejemplo, brillante por su vigencia
actual y porque la personalidad y el talento de su propugna-
dor lo han colocado en el primer plano, es la logoterapia de
Viktor Frankl. Si bien pretende no recurrir a imposiciones,
su influencia gira alrededor de valores que son considerados
primordiales y que el paciente debe adoptar como guía de
su pensamiento y de su acción. Por supuesto que no se trata
ahora de discutir esos valores como tales, sino del derecho
que tiene el médico de forzar su aceptación. Debemos volver
a lo dicho antes. Si consideramos la psicoterapia como un
medio de ayudar a nuestros semejantes a "ser los que son",
toda influencia dirigida, sea cual fuera, niega la esencia misma
del proceso y cambia la virtualidad misma del encuentro.
Puede, inclusive, reconocerse que, por medio de esa adoctri-
nación, se consiga "curar" al paciente; que la adopción
de nuevos valores le permita superar su crisis y permanecer
libre de síntomas, pero a costa de una renuncia a su libertad
y de una limitación, ajenamente impuesta, de su horizonte
vital. No creo que, acorde con el punto de vista que vengo
exponiendo, pueda esa actitud terapéutica ser aceptada,
106 1CARLOS ALBERTO SEGUlN

La psicoterapia es una forma ele amor. Está basada. en el


amor, no paternal, ni pedagógico, ni fraterno, ni pastoral,
sino en una forma distinta y caracterfstica, Es un amor basado
en valores, sí, pero no en los valores como tales, sino en los
valores de La persona amada, y si es un movimiento, como
lo hemos visto, hacia la actualización (valga el término) de
los más altos valores del compañero, tiene características
muy especiales. No se trata¡.1 de que, para amar, sea necesario
que esos valores se hagan vigentes; no se trata, de estimular
su aparición o de guiar al amado hacia ellos o siquiera tender
a una "superación". "Todo 'ttí debes ser tal' -dice Scheler-
tomado, por decirlo así, como una 'condición' del amor,
destruye su esencia fundamentalmente". Se trata de que,
como más arriba manifestara, se produzca el milagro y, a
causa del amor, sin más que él, brote en el amado el valor
más alto. 78
Para terminar con las condiciones negativas del Eros
psicoterapéutico, no creo que sea necesario decir mucho
sobre la ausencia de atracción sexual. El psicoterapeuta que
la experimentara hacia su paciente, estaría, inmediatamente,
limitado en su acción y, prácticamente, imposibilitado de
continuarla.
Tratemos ahora de estudiar las características positivas
del Eros psicoterapéutico. Ante todo quiero destacar una:
es un amor por el paciente o, mejor aún, por la persona del
paciente. Lo que quiero decir es que no se trata de un amor
"humanitario" que el médico debe sentir por el enfermo,
como enfermo, sino de un movimiento auténtico hacia el
individuo particular que se halla ante él, que es éste y no

78 Dice aún Scheler: "El amor mismo es quien hace que,


con perfecta continuidad, y en el curso del movimiento,
emerja en el objeto el valor más alto en cada caso, como si
brotase 'de suyo' del objeto amado mismo, sin actividad
ninguna de tendencia por parte del amante (ni siquiera un
'deseo')", Op. cit. Scheler se refiere, por supuesto, al amor en
general y no al Eros psicotorapéutico.
En el mismo sentido, Antoine de Saint-Exupéry ha expre-
sado: "El amor no consiste en mirarse el uno al otro, sino en
mirar juntos? hacia afuera, en la misma dirección,"
AMOR Y PSICOTERAPIA 107

otro y que no es "un enfermo" sino un hombre. Desde el mo-


meto en que el psicoterapeuta ve al paciente como a "un en-
fermo", se está colocando fuera del Eros psicoterapéutico.
Carl Rogers puso mucho énfasis en esto en la conversación
con Buber ya referida. 79
La segunda característica del Eros psicoterapéutico es su
indestructibilidad y ella se destaca si pensamos que las otras
formas del amor pueden ser anuladas por uno de los miembros
de la pareja más o menos fácilmente. Si bien puede haber
excepciones (excepciones en las que habría que sospechar
patología), un amante dejará de serlo si su amor no es corres-
pondido, si su compañero es infiel, si sus sentimientos chocan
con la indiferencia o el desprecio. Un amigo no durará mucho
tiempo si descubre que no tiene "nada en común", nada que
compartir; un padre se alejará de su hijo, aunque su amor
se mantenga en alguna forma, si éste muestra rebeldía, opo-
sición o actitud negativa; un maestro desconocerá a su dis-
cípulo cuando no sea capaz de unirse a él en la búsqueda
contínua del camino hacia la meta de superación que se ha
impuesto. Quizás el pastor sea el más fiel, quizás él no pierda
su amor y su fe en su "oveja" aunque ésta parezca alejarse
del redil y no sea capaz de rendirse al amor de Dios; pero
ninguno como el psicoterapeuta mantendrá su amor frente

7u Creo que vale la pena traducir el diálogo:


"Buber: ... Es un hombre enfermo el que viene a Ud. soli-
citando una forma particular de ayuda. Ahora ...
Iloqers: ¿Me permite interrumpir?
Buber: Por supuesto.
Roqere: Siento que, si desde mi punto de vista, ésta es
una persona enferma, probablemente no voy a ofrecerle toda
la ayuda que podría. Siento que es una persona. Sí; alguien
puede llamarla enferma o, si yo la miro desde el punto de
vista objetivo, puede ser que esté de acuerdo: 'Sí; está en-
ferma'. Pero, al entrar en relación, me parece que si yo estoy
viendo las cosas como: 'Yo soy una persona relativamente
sana y ésta es una persona enferma' ...
Buber: Lo que yo no he querido decir
Roqers: no está bien.
Buber: No quiero decir ... Permítame dejar a un lado
esta palabra enfermo",
108 1CARLOS ALBERTO SEGULN

a todo y contra todo. Puede el paciente mostrar la gama com-


pleta de sentimientos negativos; puede ser agresivo, hostil,
intrigante, seductor, mentiroso, rebelde, incrédulo o ata-
cante. El psicoterapeuta no dejará de amarlo. Quizás, por
el· contrario, todo ello aumentará su acercamiento, siendo,
como es generalmente, una demostración de cuán necesitado
se halla, precisamente, de ese amor.
Existe, sin embargo, una manera por medio de la cual el
Eros psicoterapéutico puede ser anulado como tal; su trans-
formación en cualquiera de los otros amores que hemos
estudiado. Si el psicoterapeuta se convierte en padre, amigo,
pastor, maestro o amante, podrá, quizás, desempeñar muy bien
su nuevo papel; podrá, teóricamente, ofrecer cualquiera de
esas otras posibilidades de amar, pero habrá perdido su Eros
'psiooterapéutico y, con él; su derecho y su capacidad para
actuar en su nombre.
Que es un peligro cierto lo vemos todos los días. El psico-
terapeuta debe, hora a hora, caminar, como se dices.sobre el
filo de una navaja. Para ello lo ayudarán las condiciones que
como tal posea, pero, sobre todo una, definitiva e indispen-
sable: tener, en su vida como hombre, todas S'US necesidades
amorosas satisfechas. Si ello no ocurre, una y otra vez se
encontrará con la tendencia a usar a su enfermo para llenar
el vacío existente, y una y otra vez fracasará. ¿Es exigirle
requisitos especiales o superiores? No lo creo. Es, solamente,
exigirle madurez emocional, y con ella el haber probado su
capacidad para llenar, en la vida, las funciones que al hombre
corresponden. Es lo menos que puede pedirse a quien va a
ser "posibilitador de hombres".
Pero quizás lo más característico, lo definitivamente cali-
ficativo, es la experiencia psicoterapéutica. Acerquémonos a ella.
Sabemos bien que el proceso de un tratamiento de esta
elase sigue una serie de etapas más o menos definidas y que
zarían.. si bien no sustancialmente, según el procedimiento
[ue se adopte. Las primeras transcurren en una verdadera
ucha que precede al establecimiento de una relación tera-
º.
iéutioa real. Serán descritas en otra parte 8 Ahora interesa

80
El proceso psicoterapéut,ico. En preparación,
AMOR Y PSICOTERAPIA 109

que estudiemos un fenómeno repetido una y otra vez a lo


largo del tratamiento y que constituye, en mi opinión, una
experiencia de caracteres especiales y precisos.
Paciente y médico han pasado ya horas juntos y existe
un lazo positivo entre ellos que da verdadero calor y signi-
ficado a las entrevistas. De pronto, en una de éstas, algo
ocurre. El enfermo dice, en medio de muchas cosas, una que
produce en el psicoterapeuta una especie de sobresalto interior.
Su captación, más inconsciente que consciente, ha sido saca-
dida, Es como si el fluir de una corriente fuera interrumpido;
como si, súbitamente, una cascada precipitara el agua de
golpe; es, al mismo tiempo, una experiencia de aclaramiento,
en la que el campo en el que las ideas transcurren se iluminara
de pronto y algo nuevo apareciera, imponiéndose. Es como
si se encendiera una luz y a su resplandor las sombras se
hicieran corpóreas y se relacionaran las unas a las otras armó-
nicamente; como si se abriera un telón detrás del cual un
bello fondo permitiera que las figuras que circulaban hasta
entonces delante se destacaran con precisión y se unieran,
adquiriendo un sentido preciso; es la experiencia del "[ah!",
diferente del "¡eureka!", en que se produce en una atmósfera
cargada de sentimientos positivos -amorosos- y entre dos
seres humanos. El psicoterapeuta "ha entrevisto algo". Es la
primera parte del fenómeno. Generalmente no dice nada, no
hace ningún gesto, pero sus sentidos, aún más agudizados,
están pendientes de su interlocutor, esperando una oonfir-
mación de-lo intuido. Si ella viene, la claridad se hace cenital,
el orden que se había establecido se vuelve armonía, una ar-
monía que casi palpita con su propio pulso y que lo envuelve
todo. Pero aún la experiencia no es plena. El psicoterapeuta
pregunta algo, demanda datos complementarios, pide nuevas
asociaciones, y entonces el paciente, de pronto, "ve también
élaro". Se repite para él el fenómeno, entra en armonía y
se une a la totalidad en un momento indescriptible.
La experiencia está llena de belleza y de placer, belleza y
placer que proceden, probablemente, de ese caer cada cosa
en su lugar, de ese "aclararse todo" en una armonía casi
musical, de ese vibrar al unísono dos personas que, juntas
y merced al amor, han descubierto un nuevo horizonte.
Es Iáoil establecer paralelos - entre el fenómeno descrito y el
110 CARLOS ALBERTO SEGUIN

de la creación -artística o científica- o el "amor de amantes"


Creo, sin embargo, que existen claras diferencias. Si bien la
experiencia psicoterapéutica se halla, indudablemente, mu.y
cercana a la creadora, se distingue de ella. Ante todo, se trata
de una creación entre dos. Para que sea plena tiene que haber
la total participación de ambos interlocutores. No se produce
si, a pesar del "descubrimiento" del psicoterapeuta, el pa-
ciente no lo comparte integralmente. Es, pues, un fenómeno
dual.
Se acerca con esto al amor, pero se distingue de él también
ya que, si una experiencia parecida puede, indudablemente,
presentarse entre amantes, en este caso el descubrimiento
es de algo en común, algo que pertenece a ambos y pertene-
cerá a ambos para siempre. Se trata de una claridad que,
en lugar de iluminar una vida, confunde, en su deslumbra-
miento, dos; de una fusión hecha posible por la nueva expe-
riencia común, fusión que tiende 'a unificar dos destinos.
Ninguna de estas condiciones puede ser hallada en psi-
coterapia.
El placer que la experiencia psieoterapéutica produce en -
el médico es también característico. Es un placer que parti-
cipa del que ocurre en la creación y del que se encuentra en
el amor de amantes. Del primero se distingue porque sola-
mente puede existir compartido, y del segundo por su total
ausencia de sentimientos de posesión o sexuales. ª1
La experiencia psicoterapéutica no está solamente cargada
de placer momentáneo, sino que tiene efectos posteriores y
notables. Uno de ellos es el reforzamiento de la relación afec-
tiva entre los interlocutores. Cada episodio deja, con la
sensación de algo valioso realizado, una clara emoción de
acercamiento tierno y cálido. Es como si una cosa muy perso-
nal hubiera sido compartida, y ese hecho bastará para ligar
poderosamente a ambos participantes. Es la comunión, dis-

81 Muchas de las características señaladas relacionan la


experiencia terapéutica con las "experiencias-cumbre" ("peak-
experiences") descritas por Maslow, (A. Maslow: "Lessons
from the Peak-experiences", }Vestern Behaoioral Sciences
Inst. Report, N 5.)
AMOR Y PSICOTERAPIA 111

tinta fundamentalmente de la comumicacion. y de transcen-


dental importancia en toda real intimidad humana.
He dicho que se trata, además, de una especial reacción
como la que se produce luego de una realización valiosa, y
ello nos conduce nuevamente al parentesco de la experiencia
psicoterapéutica con la creación y señala, nuevamente, la
dif ercncia decisiva: la de ser e omunal o dual.
Podemos, pues, afirmar que la experiencia psicoterapéutica
es un ejemplo notable de fenómeno en el que se mezclan
características de la creación y del amor: es una creación,
a dos, lo que le da, indiscutiblemente, esencial singularidad.
Podemos ahora volver la vista a los diferentes estudios a
los que nos hemos referido y quizás comprender mejor el
Eros psicoterapéutico.
Se trata, indudablemente, de una relación Yo-Tú con todas
las características que Buber le adjudica y que pertenecen,
por otra parte, al modo dual de Binswanger. Podemos también
encontrar fácilmente en él los rasgos del amor-S de Maslow
En otras palabras: el Eros psicoterapéutico es una de las
más diferenciadas formas de relación interhumana, una forma
en la que se manifiestan las posibilidades supremas del es-
píritu y que, por lo tanto, es capaz de las realizaciones más
puras y satisfactorias. Esto no creo que pueda discutirse.
¿Hay algo más lleno de "humanidad", de verdadero y autén-
tico amor, que el impulso a colocarse al lado de un semejante
y mantenerse allí pase lo que pase, acompañarlo en la supe-
ración de sus dificultades, gozar con sus triunfos, ser testigo
del despertar de sus posibilidades mejores, es decir, estar
presente en la batalla librada por un hombre para renacer,
vivir con él ese renacimiento en una comunión apasionada
y todo ello sin ningún sentimiento de posesión, sin ningún
afán de usufructo posterior; sabiendo que, una vez logrado
el éxito, ese ser humano se incorporará a la vida y se alejará
triunfador para confundirse con la corriente actuante de la
humanidad, mientras otro necesitado acudirá a nosotros a
buscar nuestro inagotable, no egoísta, eternamente fresco y
eternamente satisfecho Eros psicoterapéutico?
ÍNDICE DE AUTORES
Aristóteles, 86, 89. Kanter, 28.
Bailly, 12. Lain Encralgo, P., 22­24, 39, 52­
Berheim, 9. 56, 57, 69, 71, 77, 80, 91.
Binswanger, L., 33­34, 80, 111. Lau, L., 16.
Borie, 12. Lavoisier, 12.
Boswell, J., 89. Le Roy, 12.
Boss, M., 70, 71. Lewin, B., 62, 68.
Buber, M., 34­35, 71, 80, 102, Magendie, 68.
1o3' 1o7, 111. Maslow, A., 36­38, 80, 110,
Breuer, J., 15. 111.
Cicerón, 86-87. Merleau-Ponty, M., 60.
Cohen, M., 17, 18. Moreno, J., 21-22.
Coleman, R., 28. Mesmer, 12.
Confucio, 97. Nygren, A., .98.
Crisanto, C .. 16. Ortega y Gasset, 77.
Charcot, 9. Platón, 85­86, 93, 94, 96.
D'Arcet, 12. Reich, A., 17, 18.
De Bory, 12. Rof Carvallo, J., 70.
Di Mascio, 2 8. Rogers, C., 82, 102, 107.
Dubois, 9, 13, 81. Rosen, J. 78.
Federn, P., 78. Saint-Exupery, A., 106.
Fichte, 83. Sallin, 12.
Fiedler, F., 27. San !Juan, 98. ·
Franklin, 12. San Pablo, 9 8.
Frankl, :v., 105. Santo Tomás, 87.
Frazer, 63. Sartre, J., 60, 70.
Freud, 9, 13, 15, 16, 21. Scheler, M., 33-•52, 77; 106.
Fromm, E., 3'8­39, 92. Schehaye, M., 78.
Prornm-Reichmann, F., 78. Solomon, H., 28.
Gaster, T., 63. Sonneman, U., 78.
Gitelson, M., 17, 18. Szasz, T., 24­.27, 66.
Greenblatt, M., 28. Valdivia, O., 16, 57.
Goethe, 91. \Viegert, E., 19.
Guillotin, 12. \'v'eizsacker, von, 24, 91.
Heidegger, 3 3 . Wilhelm, R., 97.
Hollender, M., 24­27, 66. \Volstein, 16.
Hinsie, L., 78. Tagore, R., 50.
Jaspers, K., 33, 78. Tauler, B., 20.
jones, E., 101. Thompson, C., 17.
jores, A., 71. Zapata, S., 16.
BIBLIOTECA DEL HOD.i!BRE CONTEl\iIPORANEO

(Continuación de la segimda página)

51 - TI. Delacroix y otros: l'si.~o- 73 - B. Russell: :Mistidrm10 y lógica


lcgía del Ienguaj e
74. - G. Berg er : Carácter y per-
52 - K. B. Maver : Clase y sociedad sonalidad
53 - E. Nottingham: Sociología de 75 - M. Foucault: Enfermedad man-
la religión tal y personalidad
54 - E. Chinoy: Introclucción a la. 7G - F. Grégoire: La naturaleza da
sociología lo psíquico
55 - G. Simpson: El hombre en la 'i7 - R. Ruyer :La conciencia, y el
sociedad cuerpo
56 - J. Bram: Lenguaje y sociedad 73 - H.. Zazzo: La psicología nor-
57 - G. de Ruggiero: Política y de- teamerícana
moeracía 7 9 - A. Adler: Práctica y teoría de
58 _J. Dewey: El hombre y sus le, psicología del individuo .'l.·,.,,
problemas 80 -·J. C. Flügel: :Psicoanálisis u ..
la famil'ia
59 - C. G. Jung: Psicología Y re- 81- J. D. Oalderaro: La dimensión
ligión estética del hombre.
60 ­ C. G. Jung: Energética psi- 82 -A. Freud: El yo y los meca-
quíca Y esencia, del sueño nísmcs de defensa.
61- M. S. Olmsted: El pequeño 83 - P. JYI. Blan: La burocracía en
grupo la sociedad moderna,
62 - D. H. Wrong: La poblacíén 84 - F. Elkin: El niño y la sociedad
63 - O. D. Wrtght : Comunicación· 85 - s. A. Greer : Organización so-
de masas cíal
64 - \'l. Kohler y K. Kof:fka: :Psi· 86 - R. A. Schermerhorn: E1 poder
cología de la forma y la sociedad
65 ­ I. P. Pavlov y otros: Psícolo- 87 -vV. Kohlsr : Dinámica en psi-
gía reflexológíca cología
66 - J. C. Plügel y otros: Peícolo- 88 - J. B. Rhine: El nuevo mundo
gfa, profunda ele la. mente
67 - W. S. Hunter ­v otros: Psícc- 89 - J. Bleger: Psicoanálisis y d'la-
Iogfa de la conducta léctica materialista
68 ­ G. Sykes : El crimen y la 90 - A. F. O. Wallace : C:1ltm:ai, y
sociedad personalídad
69 - J. B. Rhine: El alcance de la 91 - O. A. Seguin : Amor s psíco-
mente terapia
92 - W. :M:cDougall, G. S. Brett y
70 - K. Friedlander: Psicoanálisis Harvey Oarr: La psicología
de la delincuencia juvenil funcíonalísta
71- N. Ackerman y M. Jahoda: 93 - Rollo May: Psicología existen-
Psicoanálisis del antisemitismo cial,
72 - H. J. Laski: El peligro de ser 94 - G. •;v. Allport: Desarrollo y
"gentleman" cambio
ESTE LIBRO SE TERMI-
NÓ DE IMPRIMIR EL DÍA
18 . DEL MES DIE ABRIL
DEL AÑO MIL NOVECIEN-
TOS SESENTA Y TRES,
EN LA IMPRENTA LÓPEZ,
PERÚ 666, BUENOS AIRES,
REPÚBLICA ARGENTINA.

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