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HOMBRE CONTEMPORANEO
AMOR Y PSICOTERAPIA
El Eros psicoterapéutico
EDITORIAL pAmos
Buenos Airei
Impreso en la República Argentina
©
Copyrioht de todas laa ediciones en castellano by
EDITORIAL P A IDOS
Sociedad en Comandita
Cabildo 24M
1 N DI C 'E
Presentación 7
El peicoomáliei« y la controironsferencia
M areno y el "tele"
19
Como veremos rnt~s adelante, Lain ha completado y
modificado en algo sus ideas,
24 CARuOS ALBERTO SEGUIN
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AMOR Y PSICOTERAPIA 27
La posición "ob}etiva"
El contagio afectivo
La unificacián. af'ectiua
El sentirconelotro
El "vivirdelotro"
La simpatía
rísticas por los dos seres que lo viven sin consciencia de defí-
renciación.
En lo que he llamado vivir-de-los-otros no se presenta tam-
poco ni clara comprensión de lo que ocurre ni, por supuesto,
d~l papel del "otro" en la determinación de las propias vi-
vencia~ afectivas.
Puede irse mas allá y analizar un aspecto que creo impor-
tante: las características del "otro" en cada uno de estos
fenómenos.
En el contagio, como ya anticipara, ese otro, como indi-
viduo, no tiene relevancia, no juega papel personal de ninguna
clase. Lo que produce la experiencia emocional es el aj ecto
y no la persona. Ya hemos visto que esa persona no es siquiera
necesaria en algunos casos. En la unificación afectiva el otro
debe existir, pero no como individuo, no como ser con carac-
terísticas personales propias. El alguien con el que nos iden-
tificamos es tal, no por él mismo, sino por un conjunto de
circunstancias que, en ese momento, lo han hecho centro
hacia el cual converge nuestra corriente afectiva. El primitivo,
el niño, el histérico, el hipnotizado, el hombre de la masa,
el poseso, no experimentan la unificación con él, es decir, con
un ser individual e incambiable, sino más bien con lo que
ese ser representa en el momento.
En el sentir-con-los-otros, el otro, prácticamente, no existe
en relación con la vivencia afectiva; la experimenta con noso-
tros pero su categoría de otro ha desaparecido, y, por lo tanto,
su individualidad no cuenta.
Cuando se trata del vivir-de-los-otros,ese mismo fenómeno
es fácilmente observable. No es una persona, perfectamente
definida. como tal, la que tiene importancia, sino "los otros",
en toda la vaguedad indiferenciada de "la opinión".
Todo esto en cuanto a lo que se refiere a la noción de que
"hay alguien que experimenta una emoción o un sentimiento".
La segunda parte es de similar importancia: "Y o participo,
en una forma u otra, en ese sentimiento ajeno".
Visto lo anterior comprenderemos fácilmente que tal vi-
vencia no existe tampoco en ninguna ·de las instancias estu-
diadas, ya que su aparición necesita: a) consciencia de mi yo
como diferente y autónomo y b) consciencia de ese yo parti-
cipando, co-sintiendo con otro yo.
AMOR Y PSICOTERAPIA 47
36
Quizás sea necesario detenernos un momento en un
detalle que puede ser importante. Hay una diferencia no-
table entre el significado de la palabra simpatui en las lenguas
alemana e inglesa y el que se adjudica, si no académicamente
en el lenguaje consuetudinario, en los países de habla espa-
ñola, y especialmente en los latinoamericanos.
Sabemos bien que simpatía tiene su origen en el latín
simpathia y éste en el griego sympátheia, de pathoe, derivado
de la raíz path, padecer, sufrir y sun, que cambia la n final
en m delante de p y que, como se sabe, significa con. Es, pues,
el sufrir-con; el sintonizar, en alguna forma, los propios senti-
mientos con los del prójimo.
Esta clara acepción ha sido cambiada, sin embargo, en
algunos países latinoamericanos. En ellos, "tener simpatía",
"simpatizar", es casi sinónimo de apreciar, aprobar una per-
sona, gustar de ella. "Me es simpático", "me cae simpático"
se dice en el sentido de "me gusta", "siento inclinación hacia
él". Creo necesario aclarar que todo lo que sigue se refiere,
por supuesto, al significado primigenio y auténtico de la pa-
labra, ya que esta aclaración evitará mal entendidos, sobre
todo en lo que tendré que decir respecto a la posibilidad de
amar sin simpatizar, cosa incomprensible si se piensa en la
acepción coloquial a la que me he referido.
48 •CARLOS ALBERTO SEGUIN
El amor
El hombrepersona
11 El hombre - en - la - muerte
UI El hombre en - la - vida
El hombrecasimuerto
La vida late entre los dedos del cirujano y esa vida es una
vida humana, aunque, en ese momento, sea una humanidad
"en suspenso".
Así, pues, el operador no puede dejar de ser médico ante
ese hombre-casi-muerto y su actitud será siempre de acerca·
miento cálido y amoroso, no solamente a la realidad orgánica
que se ve obligado a manipular, sino a lo que hay detrás de
ella: la realidad del semejante cuya vida y salud de él dependen.
Naturalmente que, si ello es así, el verdadero médico que
hay en el cirujano se manifestará aún más claramente antes
y después del acto quirúrgico mismo, cuando, por uno de
esos milagros de que es capaz la criatura humana, puede
abandonar ese mínimo de cosificación que se vio obligado
a realizar y establece con el enfermo la relación de hombre
a hombre, cargada de calor y "projimidad" (Lain) que es lo
que lo califica y distingue como médico.
El hombre enfermo
63
Dice Sartre (Op. cit., pág. 415): "El estudio de la
exterioridad que sostiene siempre a la facticidad, en cuanto
esa exterioridad no es jamás perceptible sino en el cadaver,
es la anatomía. La reconstrucción sintética del ser vivo a
partir de los cadáveres es la fisiología".
54 He expuesto el problema más detenidamente en Exis
tencialismo y Psiquiatría. 7•
Acerca de la enfermedad y el ser, nada mejor que la obra
de Medard Boss Enfürung in die Psychosomatische M edizin.
Berna, Hans Huber, 1954. Hay una traducción francesa:
Introductión a la JJ,f édicine Psychosomatique. París, Presses
Universitaires de France, 1959. En nuestro idioma debe, de
todas maneras, leerse la obra de Rof Carballo, y especialmente
Urdimbre afectiva y Enf ermedad, Madrid, Labor, 1961.
AMOR Y PSICOTERAPIA 71
El hombre inválido
El hombre "sano"
Diré aun unas palabras sobre otro aspecto del mundo hu-
mano del médico: el hombre "sano" 56• Indudablemente,
existe el prejuicio de que, por el hecho de serlo, el facultativo
no mira con los mismos ojos que los demás mortales a sus
semejantes. Se cree que está, constantemente, viendo más
las anormalidades que en ellos haya que las virtualidades
humanas intrínsecas. Esa convicción es mayor aún en lo que
a los psiquiatras se refiere. Todos hemos tenido la experiencia
de que nuestro acercamiento a un grupo de desconocidos es
aceptado con desconfianza, de que la conversación que ve-
níase sosteniendo termina o cambia bruscamente, de que
nuestros interlocutores comienzan a cuidarse de lo que hacen
o lo que dicen (se hacen "self-conscious", si se me permite
emplear un gráfico modismo inglés), como si se prepararan y
se defendieran ante el estudio psicopatológicoque estuviéramos
por emprender y, aún más, como si temieran que, de alguna
misteriosa manera, fuéramos capaces de "descubrir sus se-
cretos". Hay quien ve en el psiquiatra una mirada especial
que asusta y que hay que evitar.
Bien sabemos que, salvo contadas excepciones, no es cierto
que el médico vea "en enfermos" a sus prójimos. Si él ha
sabido mantener en sí mismo su hombreidad por sobre todas
las cosas, se enfrentará a la hombreidad de los otros sin tratar
de forzarla en moldes semiológicosy, sobre todo, sin tendencia
a juzgarla ni clasificarla. Es solamente cuando ha sido vícti-
ma de una acentuada deformación profesional -cuando su
"ciencia" ha retorcido (acaso por razones de agresividad
oculta) su conciencia hasta hacerlo convertir a los semejantes
en objetos de observación o de diagnóstico, cuando ha per-
dido la perspectiva y el respeto, cuando puede cosificarlos-e-
es solamente entonces cuando cae en ese pecado de lesa
medicina y lesa humanidad.
IV El psiquiatra y su enfermo
2. La am istad
Con esto quiero decir que, disímiles en todo, deben, sin embar-
go, estar colocados en el. mismo plano qua amigos. Las dif e-
rencias que entre ellos existieran no pueden destruir el hecho
de que son dos seres humanos a los que el sentimiento coloca
a un mismo nivel. Si ello no fuera así, podría quizás tratarse
de protección, de benevolencia, de caridad (en el sentido co-
rriente del término); pero no de verdadero sentimiento amis-
toso que, como bien lo recalcan los clásicos) debe, para existir,
ser mutuo.
Esa condición no es, por supuesto, llenada en la relación
del psicoterapeuta con su paciente. Si bien habría mucho
que hablar (y más adelante diré algo al respecto) sobre la
posición del médico ante su enfermo en psicoterapia, es visible
que ella no puede considerarse como de igualdad y la dife-
rencia está, desde el primer momento, destruyendo toda,
posibilidad de auténtico sentimiento amistoso. En etapas
posteriores del proceso psícoterapéutico la situación varía
y una real amistad, como he dicho, puede aparecer y afir-
marse, pero el hecho mismo de su "aparición" marca un
cambio y prueba que no existía antes.
Ninguna de las otras características revisadas se encuentra
tampoco en psicoterapia. El médico no puede elegir a sus
pacientes en el sentido en que puede hacerlo con sus amigos.
Si bien en la práctica, de una manera consciente o incons-
ciente, hace una selección, ella se basa en razones, impulsos
o necesidades muy diferentes de las que informan la elección
amistosa. No creo que sea necesario extenderse en el aná-
lisis de esto.
En cuanto a la similaridad de propósitos que he señalado
como otra marca de la amistad, tampoco existe en psicote-
rapia (me refiero siempre a las primeras etapas). El paciente
que busca al psicoterapeuta no es consciente de su real proble-
mática ni se halla en condiciones de comprender los fines y
propósitos del médico. Por el contrario, bien sabemos cómo
5e opone a ellos y cómo toda la primera parte del tratamiento
Iebe, generalmente, desarrollarse en medio de fuertes y va-
-iadas resistencias que parecen mostrar que enfermo y médico
.ratan de alcanzar fines distintos por caminos diferentes.
En relación con ésto creo interesante citar aún a Aristó-
.eles, quien dice:
AMOR Y PS!COTEF..APIA 89
66
Boswell, J.; Lije of Samuel Johnson Ll. D., Londres,
Encyclopedia Britannica, 1952.
90 · CARLOS ALBERTO SEGUIN
69
Véase lo dicho anteriormente sobre la simpatía
pág. 45).
Al\ltOH. ·y PSICOTERAPIA
5. Agape
80
El proceso psicoterapéut,ico. En preparación,
AMOR Y PSICOTERAPIA 109