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Libro: Una secretaria para el CEO

Autora: Ângela Maria


Capa: MR Designer
Revisión (PT – BR): Larissa Niewierowski
Traducción (ESP – ESP): Walter Oliveira Neto

1ª edición
Copyright © 2021 Ângela Maria
Todos los derechos reservados. Prohibida, dentro de los límites establecidos
por la ley, la reproducción total o parcial de esta obra, o almacenamiento o
la transmisión por canales electrónicos o mecánicos, fotocopias o cualquier
otra forma de cesión, sin la previa autorización de la autora Ângela Maria.
SINOPSIS

Steve Clifford sabe vivir la vida. Dueño de una red de aplicativos de coche,
el CEO se decide a hacer valer la pena su existencia, conciliando el trabajo
con las juergas. Steve también es loco por su hermana más joven y única de
la familia, Romena.
Después de la muerte precoz de su hermana, él se ve obligado a proteger y
cuidar de su sobrina, Lux, cuyo padre la rechazó todavía en el vientre de
Romena. El problema es que Steve no tiene buena mano con los niños.
Julie Evans es una joven niñera, que, por ahora, se encuentra en paro,
después de dejar el jarrón de cenizas de la fallecida madre del ex jefe caer.
A pesar de no tener ni un poco de coordinación motora, la chica tiene un
corazón bueno y servicial.
Todo cambia cuando la secretaria de Steve, la señorita Johnson, pide la
licencia del cargo, por dos meses, para cuidar de la salud del nieto, e Steve
no ve otra alternativa que la de contratar a una secretaria temporal.
Al acompañar a su hermana más vieja en una entrevista de empleo para el
puesto de secretario del director ejecutivo de la Clifford Technologies, Julie
se mete de nuevo en un lío, cambiando completamente su destino.

Una secretaria para el CEO es una comedia romántica leve, divertida y


emocionante. Acomódese para conocer y apreciar la historia de Steve y
Julie.
Paso a paso para escuchar la playlist de “Una Secretaria para el CEO”

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ÍNDICE
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
EPÍLOGO 1
EPÍLOGO 2
CAPÍTULO 1

SAN FRANCISCO – CA

Desperté con un dolor de cabeza infernal en aquella mañana,


recordando los dos vasos de tequila que de a una me tomé en el día anterior,
bajo el sol caliente de la tarde de San Francisco.
Todavía era jueves y sabía que no debía meterme en juergas antes de
llegar el fin de semana, pero, tal vez, aquella fuera mi única oportunidad, en
meses, de encontrar a Brianna – una modelo de cuerpo dorado, curvas
esculturales y senos simétricamente redondos, probablemente moldados en
una habitación de cirugía, por un excelente profesional.
Iniciamos una charla la semana pasada, cuando reaccioné a una foto
que ella publicó en sus redes sociales y, en la misma charla, ella sugirió que
nos encontrásemos, ya que estaría pasando por San Francisco por algo del
trabajo en la siguiente semana. Ya al principio noté que Brianna hacía parte
del selecto grupo de mujeres que yo adoraba: las que sabían lo que quería y
no se apegaban con apenas una noche.
No que yo estuviese contra las personas apegadas, pero eso
dificultaba mucho las cosas para mí, ya que la mayor parte del tiempo me la
paso cuidando del imperio que construí a duras penas y, la otra mitad, me la
paso haciendo lo que mejor se me da: hacer valer la pena el don de la vida
que me dieron.
Pero, claro, todo con mucha responsabilidad. No soy ningún tonto
para caer en las trampas del mundo. Sé cuidarme y eso la vida me lo enseñó
muy temprano, principalmente cuando mis padres fallecieron años atrás en
un trágico accidente aéreo y tuve que cuidar de mí y de mi hermana más
joven, Romena, mi corazón fuera del pecho.

En mi oficina, la señorita Johnson continuaba leyendo cerca de mi


oído un artículo del periódico, aterrorizada con más una de aquellas noticias
de páginas de chismorreo local, mientras yo confería los gráficos en la
pantalla del ordenador que estaba enfrente de mí. Yo no sé por qué ella
todavía insistía en leer aquellas chorradas que aquellos periodistas
dibujaban de mí, como si ellos supieran realmente algo sobre mi vida.
Ella leía:
“Steve Clifford ataca de nuevo. El joven empresario de 29 años fue visto
besuqueándose con la famosa modelo Brianna Silverstone en un yate en
plena bahía de San Francisco, en California, donde Steve reside. Las
imágenes, que muestran las manos del CEO dentro de las bragas del biquini
de Brianna, encima del borde del transporte, agitó los blogs locales de la
mañana de hoy”
— ¡Jesús! — Exclamó Michele, tragando saliva a mi lado. Eché un
ojo al tablet en su mano y vi que ella estaba haciendo zoom en la foto, para
conseguir ver mejor mis dedos, que se encontraban en un lugar poco
apropiado para una página web pública.
— Eso es una ilusión óptica. — Me aclaré la garganta, intentando
que ella parase de mirar aquellas fotos inmundas y centrarse en el trabajo.
– No, señor. Eso no me parece ilusión óptica – ella giró el aparato de
cabeza hacia abajo, intentando probarme lo que ya sé. – ¡Usted metió la
mano con ganas, vaya tela!
A veces, la señora Johnson conseguía lo que pocas mujeres
consiguen: dejarme cortado.
A pesar de estar conmigo desde hace tres años en la Clifford
Technologies, siendo una especie de agenda ambulante que sabía más de
mis compromisos que yo mismo; Michele era el tipo de señora que no tenía
filtros. Hablaba todo lo que se le venía a la mente. Cuando la contraté,
juraba que ella se trataba simplemente de una señora anticuada, con un buen
currículum y un montón de nietos. ¡Qué engaño! Actualmente, la señora
Johnson hasta me acompañaba a beber unas birras los sábados por la tarde.
En el fondo, me agradaba la forma sincera y personal con la que ella
me trataba. Me gustaba que mis funcionarios más cercanos tuviesen la
libertad para tratarme como amigo, por eso mantenía unido y motivado a mi
equipo para que produjeran resultados cada vez mejores. Pero, téngase en
cuenta, a penas los funcionarios más cercanos, así no me arriesgaba a que
mi oficina se volviese un caos.
Mi móvil vibró encima de la mesa y, automáticamente, lo cogí y vi el
dulce mensaje.
Romena: ¿Vienes a cenar aquí en casa hoy, nano? ¡Di que síiiiiiii!
Lux te echa muchísimo de menos.
De repente, me acordé de los dos dientes más graciosos y tramposos
del mundo y una sonrisa del borde de mi boca se abrió en mi cara, casi sin
que lo notara. Mi sobrina era muy mona. Si no fuera por mi total
incapacidad de lidiar con la locura que era cuidar de un niño, tal vez tener
un hijo estaría en mi lista de cosas para vivir antes de morir.
Pero yo no tenía maña para eso. Amaba sentirme libre, viajar, hacer
miles de amigos. Sin hablar del hecho de que no me gustaba la idea de
atribuir parte de mis responsabilidades a otras personas. Si yo tuviese un
hijo, lo tendría correctamente, sin echarle todo el peso a una mujer. Sin
embargo, esa era otra realidad, muy distante de la mía; realidad que, no
obstante, ya le había llegado a mi hermana más pequeña.

Romena era mi punto de luz. Mi hermana era el tipo de persona que


conseguía hacer que alguien se sintiera bien solo con estar a su lado. Una
mujer dulce, gentil y educada, pero un cabrón tuvo la cobardía de romper su
corazón.
Ella conoció a Lamar en el Café Trieste, en el año pasado, cuando,
según él, vino de Minnesota a San Francisco por trabajo.
No obstante, la distancia no impidió que Romena se enamorara
pasionalmente y prontamente empezara una relación con Lamar.
Yo sentía que algo andaba mal con aquél gusano cuando le vi por
primera vez, pero mi hermana estaba tan enamorada, que me sentía mal por
tener que incomodar su alegría con mis percepciones todavía sin
fundamentos. Hasta que un día me desahogué con ella, explicándole que me
parecía extraño el hecho de que él nunca hubiera presentado a una persona
de su familia, pero ella me tranquilizó argumentando que él era como
nosotros dos, solitario.
Poco tiempo después, vino la noticia del embarazo, lo que le llevó a
interrumpir el grado en Derecho en el tercer año. Después de seis meses, las
apariciones de Lamar en San Francisco se tornaron menos frecuentes, hasta
que desapareció totalmente.
Romena se quedó tan afligida con el desaparecimiento de él, que
contraté a algunos detectives para saber su paradero. Fue ahí cuando
descubrí que el hijo de puta tenía otra familia: una mujer y dos hijos de
cierta edad.
En aquel día, me dieron muchas ganas de romperle en mil pedazos
con mis propias manos. Pero yo no podría hacer eso. Yo tenía que calmar y
consolar a Romena, que no paró de llorar durante días. Gracias a Dios, Lux
nació con salud y en el tiempo correcto, y yo vi la alegría y la fuerza de mi
hermana renacer más una vez.

Steve: Pueden esperarme, que tío Steve va a pasar por ahí más tarde.
Y no me decepcionen con esa cena, chicas.
Romena: ¡Guaaaay! Entonces te esperamos.
¡Te amo!

Difícilmente rechazaba las invitaciones de Romena, pues, para mí,


estar con ellas era sagrado. Aunque no viviésemos en la misma casa, por
razones propias, nunca le faltó nada a Romena desde que mis negocios
empezaran a ir viento en popa. Compré una casa para ella en Fisherman’s
Wharf, donde vivía con Lux y dos secretarias del lar. Romena siempre tuvo
muchas amigas, así como yo, haciendo con que le fuera difícil a ella
sentirse sola en aquella casa.
El restante de la tarde de ese día me lo pasé trabajando duramente en
la oficina. Analicé las hojas de cuentas, firmé requerimientos, admisiones,
demisiones y más cosas. ¡Vaya mierda! Nunca se me apareció tanto trabajo
en un solo día, pero conseguí terminarlo todo a las 18h, quedándome en paz
conmigo mismo. Una de las cosas que más provocaba mi mal humor era
dejar trabajo para el día siguiente.
Después del expediente, me dirigí a la casa en Fisherman’s Wharf,
visitando a la pequeña bebé calvita de ojos grandes y verdes, que se mecía
agitadamente en la cuna.
— ¿Quieres venir hacia mí, señorita? — Pregunté, como si Lux
entendiera alguna cosa que yo decía.
En su idioma, ella me dijo algo que no conseguí descifrar, estirando
los brazos repletos de plieguecitos hacia lo alto:

— Ella quiere, sí. — Tradujo Romena, presenciando todo desde


cerca.
Coloqué mis manos dentro de la cuna, cogiendo a Lux por la tripa y,
cuidadosamente, llevando a aquél ser blando hacia mi pecho. Estaba con la
cresta más dura que la última vez que le vi.
— Nada mal, Steve. Estás finalmente aprendiendo a coger al bebé.
Lux sonrió con el comentario de la madre, como si comprendiese, y
empezó a hacer el movimiento de saltar en mi brazo.
— Calma ahí, jovenzuela. Estoy yendo bien, pero no eleva el nivel de
dificultad, por favor.
Romena sonrió y Lux se quedó aún más agitada, batiendo las
palmas y emitiendo gruñidos, mientras me concentraba en mantenerla
estable en mis brazos.
— No te preocupes, ella no se va a caer. — Romena me tranquilizó, al
mismo tiempo en que una gota de sudor se formó en el topo de mi frente. —
Me voy abajo para poner la cena en la mesa.
— Nos vamos contigo. — Me apresuré a decir, acompañando a la
mujer dulce de pelo castaño claro y pestañas voluminosas.
Llegando a la cocina, encajé a Lux en una silla apropiada para ella, y
ayudé a Romena a poner la mesa. Ella había preparado de entrada una Clam
Chowder, un suculento mejillón con zanahorias y patatas, y de plato
principal mi comida favorita: Cioppino, un cocido de frutos del mar.
— No me queda vino. – Observó ella, abriendo la puerta de los
armarios.
— Sin problema. Podemos cenar sin vino.
— ¡Ni pensarlo! — Ella encogió los hombros. — Una cena de estas
sin vino es un verdadero desperdicio.
—Lo puedo comprar en el super que queda cerca de aquí. — Me
levanté y ella protestó.
— No te preocupes, Steve. Voy yo misma.
Ella se apresó a coger las llaves del coche que estaban en la encimera,
cerrando el abrigo gris que usaba.
— ¿Estás segura?
— Sí, no te preocupes. Necesito poner el morro fuera. Ni que sea
para comprar un vino en el super. — Sonrió ella.
— Mamá nos va a dejar solos. — Comenté con Lux y casi pude
escuchar el desespero en mi voz cuando pronuncié la palabra “solos”.
— Vais a estar bien. No es verdad, ¿pequeñaja? ¿Vas a cuidar bien
del tito? — Romena se aproximó de Lux e hizo cosquillas en la barbilla de
ella, que estalló en una carcajada. — En diez minutos estoy de vuelta.
— ¿De verdad que no quieres que vaya? — Pensé que te sería más
cómodo ir que dejarme solo con un bebé de 7 meses. Pero, ¿qué cosa mala
podría ocurrir en diez minutos?
— Lux estará segura con el mejor tito de todo el mundo. Confío en
ti ciegamente, Steve. Sé que manejarás bien la situación.
Dijo Romena, que, por fin, se encaminó hacia fuera de la cocina,
abandonándome con una pequeñaja en un asiento de bebé, que me miraba
con curiosidad.
— ¿Por qué me miras de esa forma? — Pregunté, desconfiado.
Ella gruñó, sonriendo.

— Simplemente soy un chiste para ella. — Murmuré mientras me sentaba


en un taburete, analizando la sonrisa de Lux. Casi siempre me parecía que
ella se lo pasaba pipa con los pequeños desesperos que causaba en mí.

Treinta minutos después….

— ¡Basta ya de esperar a mamá! — Me levanté con Lux en el regazo,


después de llamar a Romena y descubrir que se le había olvidado el móvil
en el sofá.
¿Y si se le hubiesen pinchado las ruedas del coche? — Aunque ella
hubiese encontrado a una amiga en el super y con ello atrapada en una
conversación interminable, creí mejor conferirlo.
Cogí, con la mano libre, la sillita de Lux en la entrada del salón, que
estaba en cima del armario de abrigos, y caminé hacia el coche aparcado en
el jardín, sujetando a la muñeca contra mi hombro con uno de los brazos.
Mientras preparaba la sillita en el banco de atrás, la calvita empezó a llorar.
— ¡No, no! Estamos en busca y captura de tu mamá. No tienes por
qué llorar — dije, consiguiendo finalmente que la silla se pusiese segura en
el asiento. Coloqué a Lux en la sillita y su lloro cesó solamente cuando le di
el perrito de goma que cogí en el suelo del salón y lo metí en el bolsillo del
abrigo, pensando que tal vez yo necesitaría de algún as en la manga para
ocasiones como esa.
Aproveché el momento en el que Lux estaba distraída para
colocarme rápidamente en el asiento del conductor y ponerme en marcha.

De vez en cuando, miraba a Lux por el retrovisor, averiguando si


todo estaba bajo control. Un ratito después volvía a prestar atención a las
calles del barrio, yendo en dirección del super más cerca, en el cual creía
que Romena se había metido.
Mis manos apretaron el volante cuando doblé la esquina y vi el
Sedam negro de Romena parado más adelante, próximo al cruce de las
calles. El parachoques de un 4x4 estaba atravesado en la parte lateral del
Sedam, haciendo con que se me helase la sangre. Había algunos curiosos
alrededor, un coche de la policía y un poco adelante un coche blanco
parado, dispuesto a partir.
Aparqué justo detrás, quitándome el cinturón, y le dije a Lux:
— Voy a tener que salir rapidito, princesa. Pero voy a dejar las
ventanas un poco abiertas. Voy a traer a mamá de vuelta. — Lux apretó de
nuevo al perrito de goma, todavía entretenida con el juguete. Al ver eso,
aproveché para salir y buscar a Romena.
Caminé entre las personas, mirando al asiento del conductor del
coche de Romena, completamente desencajado por el choque con la
camioneta. A pesar de estar oscuro, las manchas de sangre entre el metal
eran visibles. Mi cuerpo todo se quedó tenso, pero conseguí correr en medio
las personas que estaban allí, buscándola, sin éxito. Atravesé el precinto que
habían colocado para limitar el acceso al local y uno de los policías me
abordó con aspereza.
— ¡Usted no se puede quedar aquí hasta que llegue la policía! ¿No
lo ve? ¡Márchese fuera del precinto!
— Mi hermana... — Luché por un instante, mareado, y, poco
después, coloqué mis ojos sobre aquel policía y gruñí: — ¿Dónde está mi
hermana?
— ¿Usted es familiar de la dueña de ese vehículo? — Preguntó él,
mirando para el Sedam.
— Es mi hermana, Romena. ¿Dónde se encuentra ella? — Bramé,
con una mezcla de rabia y agonía que me sufocaba el pecho.
Sentí una mano tocándome el hombro y me giré para encarar a la
señora que también había atravesado el límite establecido por el precinto.
Ella miró momentáneamente al hombre que me había abordado e hizo
un gesto con la cabeza.
— No se preocupe. Tengo experiencia en el asunto. — Dijo ella,
subliminalmente, al policía.
— Ok. — Le escuché asentir y alejarse.
La señora de pelo corto y cutis delgada me encaró con un tipo de
mirada que ya vi en algún otro momento de mi vida.
— ¿La joven que está en este coche es su hermana?
— ¿Dónde está? — Repetí, seco, impaciente por el gran suspense que
hacían. ¡Sería mucho más fácil si ellos me dijeran donde está y punto!
— Amigo. Lo siento mucho... — Ella cogió mis dos manos y me miró
atenciosamente, mientras yo meneaba la cabeza… — Su hermana no
resistió… Falleció hace un ratito.
—No... — Agité la cabeza con los ojos ardiendo. — No puede ser.
Todo debe haber sido una engaño… ¡Romena! — Grité desesperadamente y
vi marcharse a la ambulancia.
Me llevé las manos a la cabeza, totalmente sin norte, como si el suelo
bajo mis pies desapareciese y una barra de hierro me atravesase la garganta.
Mis ojos volvieron a posarse en los policiales que estaban al lado de la
camioneta, donde trabajaba un chico que no aparentaba tener más de 21
años. Sus ojos ebrios me confrontaron y vino él hacia mí, diciendo:
— ¡Perdóname, tío! — Él atropellaba las palabras, como si no
estuviera bien de la cabeza. — No fue mi intención, hermano. Lo juro…
Perdóname. No quería matar a nadie, lo juro. — Cuando sentí su aliento a
borracho subirme por las narinas, mi sangre hirvió.
— ¡Hijo de puta! — Cuando volví a mis cabales, ya le estaba dando
un puñetazo en la cara con toda la fuerza del dolor que había en mi pecho.
El desgraciado se cayó de espaldas en el suelo.
Para la suerte de él, cuando intentaba echarme sobre él, los hombres
de uniforme me lo impidieron, amenazándome con llevarme también a la
comisaría.
Di algunos pasos hacia atrás, sin que los ojos aguantasen ya tanta
presión. Las lágrimas brotaban mientras mis manos presionaban mi rostro,
como si aquello pudiera devolverme a la realidad. Pero no había otra
realidad. Lo que allí sucedía era real.
— ¡Mierda! – Exclamé, dándole una patada al parachoques del coche
que estaba a mi lado.
En ese momento, me sentí completamente roto, arrojado hacia lo más
profundo del pozo.
— ¡Mi hermana, joder! Mi hermana… — Solo conseguía llorar.
— Señor, hay un bebé llorando en su coche… — La misma señora de
pelo corto hizo que me acordase de mi sobrina, que todavía estaba en el
coche, y aquello propició que yo me sintiera todavía más roto.
No obstante, Lux necesitaba de mí, tenía que reaccionar. Tenía que
hacer algo. Pero, joder, ¿qué es lo voy a hacer sin Romena aquí?

A pesar de eso, volví al coche, secando las lágrimas, y cogí a Lux


para ponerla en mi regazo, intentando calmarla en el asiento de atrás. Ella
pareció sentir que algo no andaba bien y con sus manos pequeñitas tocó mi
rostro húmedo, emitiendo ella un sonido indescifrable con la boca.
Me quedé de esa forma hasta notar que ella se había tranquilizado un
poco y la coloqué de nuevo en la sillita.
Después, volví al asiento del conductor, intentando pensar
racionalmente. Mientras mi mente era invadida por un torbellino de
pensamientos en pugna entre sí, cogí mi móvil y marqué los números del
contacto de la señora Johnson.
Imaginé que ella sería la única persona que en ese momento me
podría ayudar.
CAPÍTULO 2

Dos meses después

— ¡VAMOS, JULIE! ¡Si no vienes ahora, voy a tener que ir en metro!


— Escuché a Susan, mi hermana mayor, gritar desde el otro lado de la casa.
— ¡YA VOY! — Respondí gritando, metiendo en el bolso el tarro
de bizcochos que preparé la noche anterior y un yogur sin lactosa. Yo estaba
muy feliz, pues había conseguido hacer mis primeros bizcochos después de
los veinte. Necesitaba llevar algunos para endulzarme la boca, por si me
diese hambre, y traté de dejar otros para que el abuelo Charlie
experimentase cuando volviese de la caminada matinal con mi madre.
El día pasaría despacio.
Después de quedarnos las dos en paro casi en el mismo mes, nos
pusimos, hace una semana, a probar suerte por los establecimientos de San
Francisco. Susan tenía experiencias en oficinas; y yo, con niños pequeños.
Pero, hasta ahora, no obtuvimos éxito, ya que casi nadie estaba necesitando
de nuevos empleados, y los pocos lugares que decían necesitar a alguien
nunca devolvían la llamada.
Sin embargo, después de semanas intentándolo, Susan finalmente
consiguió una entrevista en la oficina de la Clifford Technologies, una
empresa de renombre en el departamento de negocios de coches por
aplicativo, pero, como nada es perfecto, el puesto de secretaria era
temporal, aunque eso no desanimó a Susan. Después de todo, era mejor
pasar dos meses trabajando que desempleada y sin dinero.

Cuando volví a la sala de espera, arreglé el bolso en el brazo y corrí


hacia la puerta, colocándome al lado de Susan, la mujer de cara expresiva y
pelo pelirrojo en un tono más oscuro que el mío, que podría perfectamente
ser una inspectora cascarrabias de una escuela para niños malvados. El
humor de mi hermana era tan áspero, que se acercaba mucho al amargo.
Tanto es así, que yo casi conseguía ver una nube negra acompañándola por
todas partes.
— ¿Documentos? — Me indagó ella, rápidamente.
Miré dentro de la bolsa y respondí:
— Ok.
— ¿Las llaves del coche? — Preguntó ella, completando su pequeña
checklist.
— Aquí. — Levanté el manojo de llaves y lo agité en el aire.
— Chicas, ¿a dónde vais? — Mi madre nos abordó enfrente de casa,
volviendo de la caminada al lado del abuelo Charlie.
Sentí el mirar penetrante de Susan hacia nuestra madre. Ella siempre
hacía eso, analizando las ropas apretadas de mamá, como si fuera una
especie de juez de valores morales. A pesar de tener casi sesenta años,
después que crecimos, nuestra madre empezó a adoptar un estilo juvenil:
pelos largos que llegaban hasta el culo y teñidos de rojo cereza. Ella
también adoraba realzar su cuerpo y no vestía las ropas convencionales que
las señoras de su edad usaban, lo que no me importaba mucho, pero, para
Susan, eso era algo deshonroso. ¡Una tontería sin límites!
— ¡Estamos yendo a la entrevista de Susan y después voy a visitar
una casa en el centro, mamá! — Respondí, rápidamente, dándole un beso en
la mejilla y otro en el abuelo Charlie, que parpadeó, aún confuso con
nuestra prisa.
— ¡Bien hecho, mis chicas! Buena suerte. — Nos animó mamá,
efusiva, mientras nos dábamos prisa en entrar en mi Dodge Caravan 2000,
un Sedam de color lodo, que conseguí comprar por el pequeño precio de
$878 dólares en una subasta de coches de segunda mano.
— ¡No nos esperes para la comida! — Avisé en una octava más alta,
antes de adentrarme en el interior gris de mi automóvil, mientras Susan
hacía lo propio por la otra puerta.
Arranqué y Susan comentó, a mi lado:
— Mamá está cada vez peor. ¿Hasta dónde será capaz de llegar?
Solo le falta ponerse una mini falda. — Se quejaba ella en plena 8h de la
mañana. — Sabes, siento vergüenza cuando me la encuentro por la calle…
¿Tú también te sientes así?
— Te debería dar vergüenza sentir vergüenza de nuestra madre.
— ¿Me vas a decir que tú también no te sientes así? — Sentí sus
ojos acecharse sobre mí.
— ¿Por qué? ¿Porque ella todavía tiene una vida? — Pregunté sin
apartar la vista del tráfico. — ¿Porque es libre para vestirse como quiera y
hacer lo que le dé la gana? ¡Por Dios, Susan! Nunca digas algo así en frente
de ella, no la quiero ver triste con eso.
— No te preocupes, no haría eso. — Ella volvió a mirar hacia
adelante y completó: — Pero eso es lo que pienso y no consigo controlar mi
cara cuando lo pienso.
— Entonces, al menos trata de adiestrar tu cara, ya que tu mente
retrograda, probablemente, no tiene solución. — Regañé, incomodada con
ese asunto.
— ¡Vale, vale! — Repitió ella, cogiendo mi bolsa encajada entre
nuestros asientos. — ¿Qué es lo que tenemos aquí? — Ella pareció avistar
en mi bolsa una parte del tarro transparente. — ¿Bizcochos?
—Los hice ayer por la noche.
— ¿Tú has hecho bizcochos, Julie Evans? — Había un resquicio de
sorpresa en su voz.
— Por lo visto, sí. ¡Anda! Prueba uno.
— No sé, no sé… — Ella miraba al tarro con desconfianza. — ¿No
habrás cambiado el azúcar por la sal? — Se burló Susan.
— ¡Por supuesto que no! — Me sentí ofendida, aunque no
disgustada, pues sé que yo sería capaz de hacer tal proeza. Siempre fui un
completo desastre en la cocina, era comprensible que otras personas
sintiesen desconfianza cuando yo preparaba algo. Pero aquel día era una
excepción. — Está delicioso, tonta. — Garantí. — ¡Prueba!
— Ok. Voy a probar uno. — Ella abrió el tarro y colocó la esfera de
mantequilla en la boca.
— Humm… — Le sentí mirarme de nuevo y elogiar: — Pues va a
ser verdad que está bueno.
— ¡Te lo dije! — Dije, sintiéndome victoriosa por preparar algo que
llevara un poco más de tres ingredientes.
— ¿Estás segura que has sido tú la que ha hecho esto? — Dijo ella,
mordiendo ya el segundo bizcocho, mientras yo le mostraba mi lengua, casi
atropellando a un ciclista en el arcén. — ¡PERO POR DIOS! — Susan soltó
un grito estrangulado.

En seguida, miré por el retrovisor, certificándome que él estaba bien.


— Todo bajo control, está vivo.
— ¡Gracias a Dios! — Susan jadeó, todavía nerviosa, con el pecho
subiendo y bajando frenéticamente. — No sé cómo aún tengo agallas de
andar contigo. Pero todo bajo control. Mejor que ir en metro, ¿no es
verdad? — Ella metió otro bizcocho en la boca, mirando hacia adelante y
diciendo. — Por lo menos, creo.
No tardamos mucho en aparcar cerca de una plaza que estaba
enfrente de un edificio gris de ventanas lisas, sin muchos ornamentos, pero
increíblemente alto. Tan alto que yo tenía que doblar mi cuello hacia atrás
en un ángulo de noventa grados para mirar su techo.
Le había prometido a Susan que esperaría a que su entrevista
terminase, así, ella también me acompañaría a la casa de la familia a la que
iría visitar en el centro de la ciudad. De esa forma, mi Dodge no consumiría
tanta gasolina.
Pensando que sería una pésima idea esperar a Susan dentro del
coche, que estaba situado debajo de los primeros rayos solares del día en
San Francisco, resolví acompañarla hasta la entrada del edificio. En la
recepción, Susan informó su nombre a una mujer de traje azul Royal, que la
mandó esperar en unas sillas que estaban cerca.
Había por lo menos dos docenas de mujeres que también esperaban,
todas muy bien vestidas y perfumadas. Escogimos los asientos vacíos
cercanos a la pared, donde yo podría quedarme sin que notaran que me
encontraba allí sin propósito alguno, a no ser esperar a que mi hermana
consiguiese triunfar en una entrevista de empleo.
— ¿Tú crees que yo tengo alguna oportunidad? — Susurró Susan a
mi lado, analizando a la competencia.
— ¡Claro! Todo depende de tu desempeño en la entrevista. Tienes
un currículo excelente. Lo único que hace falta es que una empresa valorice
eso. ¿Quién te asegura que no sea la Clifford? — Comenté, bajito.
— ¡Dios te oiga! No soporto más esto de buscar empleo. — Se
quejó ella, demostrando cansancio. Y yo entendía bien lo que ella estaba
sintiendo.
Aunque nuestra casa sea mantenida por el dinero de la jubilación de
mi madre, nunca tuvimos dinero de sobra. Al revés, con el fallecimiento de
nuestra tía Alicia, acabamos adquiriendo una deuda exorbitante con los
gastos del hospital en el año pasado, obligándonos a vender nuestra casa, y
con eso, teniendo que mudarnos para un sobrado en Balboa, un suburbio
cerca de la playa.
Además, con los años, mi abuelo desenvolvió una serie de
enfermedades crónicas y siempre teniendo muchos medicamentos que
comprar, impidiéndole ayudar económicamente en casa por no sobrarle
mucho dinero. Por eso que Susan y yo estábamos tan preocupados con el
desempleo. Las cosas se estaban complicado cada vez más en casa y
sentimos la obligación, como jóvenes, de ayudarlos.
Una linda mujer de pelo rubio se puso delante de la pequeña platea
de candidatas, presentándose como Beatriz, y de pronto llamó a los cinco
primeros nombres. Las mujeres se levantaron y acompañaron a la chica
elegante hacia el ascensor al final del pasillo.
— ¡Ojalá que ellos no sean como aquellos que retienen a los
candidatos toda la mañana! — Comenté, analizando las puertas, que se
cerraron.

— ¿Qué ha pasado? ¿Estás sintiendo alguna cosa? — Pregunté,


haciéndome raro el hecho de que su rostro estuviera marcado por varios
pliegues y gotas de sudor deslizando desde su frente hasta la lateral del
rostro.
— Mi estómago está doliendo un poco.
— ¿Ahora? No puede ser.
— ¿Qué es lo que llevaban esos bizcochos, Julie? — Se quejó ella,
masajeándose la tripa.
Parpadee los ojos, tartamudeando.
— Nada malo.
— ¡Mierda! Sabía que no podía fiarme de aquella comida.
— ¿Quieres que vaya a la farmacia? — Pregunté, rápidamente,
preocupada.
Me cogió el brazo con una mano tan fría como la de un difunto,
diciendo:
— No hay tiempo. Reserva mi vacante. Y si pierdo esa mierda de
entrevista, juro que te mato, Julie Evans. — Ella se levantó con dificultad,
me entregó el papel pardo con una copia de su currículo y se arrastró por el
lado de al lado, preguntando al guardia de seguridad donde estaba el baño
de la planta baja, mientras yo me quedaba allí, nerviosa, sintiéndome
culpada.
Pero, también, ¿a quién se le ocurre comerse el tarro todo?
Si Susan pierde esa oportunidad por mi culpa, ella no me lo
perdonaría. Sin duda.
¡Ai, Jesús! Haz que ella vuelva de una vez. — Pensé, cruzando los
dedos y mirando atentamente hacia las puertas del ascensor, deseando con
todas mis fuerzas que aquella mujer no volviese tan pronto para llamar a
más gente.
El tiempo pasó más rápido de lo que me esperaba y ahora era mi
estómago el que se estaba revolviendo, pero de nerviosismo. La cosa se
quedó más fea aun cuando las puertas del ascensor se abrieron y aquella
mujer volvió a la sala, pisando el suelo con sus increíbles tacones negros
miu miu.
— ¡Continuemos! — Ella cogió una lista del portapapeles,
anunciando: — Ahora es el turno de Elizabeth Sullivan… — La chica de
enfrente se levantó casi saltando, y la rubia, también enfrente, con los otros
nombres, llamando una por una, certificándose individualmente de la
presencia de todas. Antes de que ella mencionase el último nombre, aparté
los ojos para que el nombre Susan no saliese, pero, dijo ella claramente: —
Y Susan Evans.
Ella irguió los ojos, buscando entre las personas de allí, esperando
que alguien se manifestase.
— Susan Evans?
Me levanté precipitadamente y golpeé la rodilla en la silla de
enfrente, atrayendo hacia mí todas las miradas de la recepción.
A pesar de sentir dolor en la rodilla, enmudecí, probablemente con
las mejillas coloradas en tono rojizo.
Una de las desventajas de ser pelirroja natural era que el rojo
siempre me acompañaba, en cualquier y toda circunstancia: en la alegría, en
la tristeza, en la rabia; cuando mis emociones florecían, mi cara se ponía
como si estuviese echando fuego.
— ¡Julie! ¡Haz alguna cosa! — Me mandaba a mí misma,
internamente.
Entonces abrí la boca, queriendo explicar que Susan fue al baño.
— ¡Ah, así que es ahí donde te has metido! — Dijo ella, sin darme
la oportunidad de decir cualquier cosa. — ¡Vamos, chicas! El señor Clifford
no tiene tiempo que perder. — La rubia giró el talón y se fue andando por el
pasillo, siendo acompañada por las otras cuatro candidatas.
Me quedé allí, sin reacción. Pero, casi automáticamente, mis piernas
empezaron a andar también en su dirección, entrando en el ascensor, como
si esa acción fuera guardar, de alguna forma, el puesto de Susan.
Dentro del ascensor, observé a la rubia con el rabillo del ojo e
intenté, nuevamente, explicar la situación de Susan, pero fue interrumpida
por una cancioncilla proveniente de un móvil que reverberó por todo el
ascensor. La chica que estaba al lado de Beatriz metió la mano dentro de la
chaqueta y apagó el aparato, pidiendo perdón y aislándose en su pequeño
rincón.
— ¡No pasa nada! ¡Me olvidé de avisaros, chicas! — Ella se dirigió
a todas: — Por una cuestión ética, recomiendo que apaguen sus aparatos
antes de entrar en la sala de entrevista.
Las mujeres asintieron, las puertas situadas enfrente de nosotras se
abrieron y Beatriz caminó hacia fuera del ascensor.
— ¡Mierda! — Me quejé, internamente, perdiendo otra oportunidad
de explicar mi situación.
Así como las mujeres de mi lado, seguí a la rubia por el piso de
paredes de mármol con finos paneles franceses y de suelo tan blanco, que
casi podía ver mi reflejo en el suelo.
Ella paró enfrente de una enorme puerta con dos entradas y ordenó
que nos sentásemos en el conjunto de sofás y butacas que estaban cerca de
la puerta. Más una vez, levanté el dedo en el aire, intentando hablar con
aquella joven, pero ella me dejó hablando sola cuando se adentró en la sala,
pidiendo que esperásemos un poco más.
No tardó mucho en volver y llamar a la primera candidata, cerrando la
puerta y quedándose en el otro lado.
— ¡Ai, mi madre! ¿Qué hago?
De repente, tuve la idea de enviar un mensaje a Susan y avisar que,
nada más terminar lo que había ido hacer en el baño, hiciera todo lo posible
por subir y cambiar de lugar conmigo. Mandé el mensaje y después me
froté la mano en la lateral de los jeans, amasando un poco el sobre pardo en
mi regazo y alejando mi bolsa de tela hacia el lado de la butaca.
Espero que ella llegue a tiempo.
Observé a la primera candidata salir de la sala con los hombros
marchitos, mientras Beatriz anunciaba a la segunda, que entró un poco más
confiada. Miré ansiosamente al móvil, esperando la respuesta de Susan, la
cual no apareció.
Cuando Beatriz llamó a la última candidata antes de mí, me revolví
en la silla, pensando.
— ¡Mierda! Tengo que salir de aquí. Urgentemente. Cualquiera que
sea el futuro a mí reservado en un rato, prefiero morir por las manos de
Susan que de vergüenza en una sala de espera de una entrevista.
Me levanté para pirarme, cuando la puerta se abrió demasiado
pronto. Inesperadamente, Beatriz salió de la misma forma que la última
candidata, colocando los ojos en mí.
— ¡Susan Evans, es tu turno! — Ella lo anunció y yo tenía la certeza
casi absoluta de que mi sangre se escapó de mi cara en ese momento.

— ¿Pero ya? No ha dado tiempo… — Tartamudee, viendo que la


mujer de apariencia madura pasaba cerca de mí.
— La señorita Roberts se olvidó de imprimir una copia del
currículo. Mientras ella va a la planta inferior a imprimirlo, ¡entre!
Miró el papel que estaba en mis manos, pareciendo tragar en seco, y
después me encaró, confusa.
— En realidad, mi hermana...
— Susan, escúchame. Es normal que nos pongamos nerviosas el día
de la entrevista. Pero no hay nada que temer. El señor Clifford es una
persona muy buena. Bueno, depende de la perspectiva sobre la cual le veas.
¡Adelante, querida! — Ella se puso a mi lado, posando las manos en mi
espalda y conduciéndome para dentro. ¡Ai, Jesús! ¡Que alguien me rescate!
Dudo mucho que ese señor se ponga feliz cuando descubra que estoy
desperdiciando su tiempo en una entrevista. Abajo había, por lo menos, una
docena de candidatas y yo aquí ocupando el tiempo que podía ser de otra
persona.
La mano de Beatriz se quedó en el centro de mi espalda, hasta que
pasamos al lado más iluminado de la sala, donde había una enorme mesa de
ébano rectangular con dos personas atrás. Una señora de rostro cuadro, pelo
rubio y liso, y mirada escrutadora. Y un hombre de apariencia cansada, pero
que parecía un modelo de Calvin Klein. Aún sentado, era posible saber que
aquel hombre era alto por las enormes piernas que casi no cabían debajo de
la mesa. Sus hombros también eran largos, aunque nada exagerados, en una
medida que lo dejaba sensual en aquella camisa elegante blanca, con dos
botones abiertos. Sus trazos faciales eran finos, pero másculos. Y sus ojos
eran de un azul tan claro y opaco, que parecían grises. Nunca había visto
vivo a uno de aquellos, mi madre solía decirme que eran raros. Y tuve la
impresión de que me faltaba el aire cuando puso los ojos en mí.

¡Si antes era difícil hablar, ahora sí que estaba chungo! Yo estaba
completamente hipnotizada.
CAPÍTULO 3

¡No es posible que ninguna de estas candidatas me vaya a agradar!


Bueno, era posible. Pues era poco probable que existiese alguien en
Francisco capaz de desempeñar tan bien las funciones de la Señora
Johnson, a no ser ella misma. No quiero decir que yo fuera muy exigente
con las tareas atribuidas a mis funcionarias, pero es que Michele iba mucho
más allá de una simple secretaria.
Ella era, en esencia, primordial en mi vida; aún más en esta fase de
tener a un bebé que cuidar. Si no fuera suficiente el luto por Romena, yo
tenía que tratar con otras muchas cuestiones, las cuales me cogieron
desprevenido.
Y, ahora, de nuevo me sorprendieron: en unos pocos días la señora
Johnson iba a cogerse dos meses de licencia para ayudar en el cuidado de su
nieto, que estaba con una crisis de Lupus en un hospital en San Diego.
Definitivamente, estaba jodido.
Muy jodido, debo decir.
Romena me dejó sin ni siquiera saber cómo poner a un bebé en el
regazo. Y, de repente, después de su funeral, me vi perdido entre tantas
tareas, las cuales nunca me imaginé haciendo. Por eso, la primera decisión
que tomé fue la de contratar a una niñera para Lux y, después, aclaré las
ideas, respiré profundamente y decidí el futuro de mi sobrina.
Ella se quedaría conmigo, claro.
Sin embargo, tendría que esforzarme también. No quería que mis
empleados se hicieran cargo de ella como si fuese un objeto recién llegado a
mi apartamento. Tenía que organizar mi vida para que la pudiese cuidar. Lo
único que me faltaba saber es la manera de conciliar esos cuidados con la
vida que llevaba.

Talvez fuese necesario que yo pensase con más calma la forma de


planear esas cuestiones a largo plazo. Mientras eso, iba aprendiendo con la
marcha a sujetar bien a una niña y limpiar su caca, con la orientación de
Bárbara, la niñera, y certificarme de que Lux estuviese bien alimentada y
lejos de los enchufes.
— ¿Por qué no te gustó esa? — La señorita Johnson exclamó a mi
lado, impaciente. — Ella me parece aceptable. O, por lo menos, tolerable
por dos meses.
— No vi interés por su parte cuando le pregunté sobre su afinidad
con niños. — Alejé el currículo de la chica, cuyo nombre parecía ser
español, Rosalía. — No me parece muy seguro contratar a alguien que no
tenga, por lo menos, un mínimo de conocimiento sobre el asunto para
quedarse a mi lado en los próximos meses. De ignorantes con niños, ya
basto yo.
— ¿Lo dices en serio, Steve? Pensé que estabas contratando a una
secretaria y no a una niñera.
Lo que yo quería contratar era una noche de juerga que resolviese
mis problemas de abstinencia. Pero, como no podía, solo quería a alguien
que no me dejase más perdido de lo que ya estaba.
Giré el rostro para mirar a la señora Johnson de lado y respondí:
— Solo estoy queriendo a alguien equivalente a ti.
Ella se puso sonrojada.
— ¡Pero chico! Hay que ver como eres difícil. Tú solo necesitas de
alguien que deje tu agenda organizada. No necesitas preocuparte con Lux
en el tiempo que estés aquí. Las dudas que consultas conmigo, las puedes
consultar con Bárbara.

Fruncí el entrecejo cuando me acordé de la niñera que contraté. Por


alguna razón, Bárbara no apareció temprano por la mañana en mi
apartamento y ni me cogió el teléfono, lo que me dejó extremamente
irritado. Y como no tenía cómo dejar a Lux con el conductor, mucho menos
sola en mi casa hasta que Meryl, la gobernanta, llegase. Siendo así, hoy no
tuve otra opción sino coger a Lux de la cuna con el pijama de los minions
con el que ella durmió la noche anterior y traerla conmigo a la empresa.
Antes de venir a la sala de selección, dejé que se divirtiese con las
chicas del sector financiero, así, tendría algo de tiempo para realizar de una
vez la selección y después llamar nuevamente a Bárbara. En caso de que no
me lo cogiese de nuevo, contrataría a otra persona. Alguien que estuviese
dispuesta a trabajar a tiempo completo.
— ¿Puedo llamar a la siguiente? —Preguntó Beatriz desde el otro
lado de la sala, tachando algo en su portapapeles.
— ¡Vamos, Trixie! — Ordené a la rubia, jefa de Recursos Humanos.
Beatriz podría perfectamente darse bien como secretaria, pero yo no
quería recolocarla en un puesto disponible por solo dos meses, y dejando
con ello al sector de RH sin líder. Entonces decidí contratar a una nueva
persona, ya consciente del carácter temporal del puesto. Eso también
evitaría problemas cuando la señora Johnson retornase de San Diego y
reasumiese su sitio.
— ¡Buenas tardes! — Una mujer de pelo rizado, que no aparentaba
tener más de treinta años, se colocó en el espacio que había enfrente de
nosotros.
— ¡Buenas tardes! — Extendí la mano encima de la mensa en un
gesto casi mecánico y pedí: — Currículo.
Ella abrió los ojos de par en par, pareciendo haber sido cogida de
sorpresa.
— ¡Oh, Dios mío! Me olvidé de imprimirlo.
Volví a volcarme sobre la silla, un poco impaciente, y susurré a la
señora Johnson, mientras Beatriz resolvía el problema con la chica.
— La próxima vez que hagáis una selección en esta empresa, quiero
que impriman el currículo de todos los candidatos.
— Sí, señor. Llamaré la atención a Beatriz sobre ese asunto nada
más terminar la selección.
Taché el nombre de la lista, haciendo una pequeña anotación,
mientras Beatriz volvía a la sala, trayendo a la próxima candidata. Espero
que, por lo menos, esa no se haya olvidado de imprimir su currículo.
Abandoné el boli y erguí la mirada.
Diferente de las candidatas que ya habían pasado por allí, que
usaban vestidos formales pegados al cuerpo que llegaban hasta las rodillas,
la rubia que paró en el centro de la sala usaba una camisa blanca y unos
jeans desgastados de cintura baja. ¡Nada convencional para una entrevista
de empleo! — Pensé, pasando los ojos por su cuerpo delgado, pero de
curvas sutiles. Un bello cuerpo, además.
Curioso, levanté la vista hacia su rostro angelical y exótico, que
parecía asustado, casi apavorado, diría yo. Ella tenía una piel de porcelana,
ojos grandes y labios carnudos, que llamaron mi atención durante más
tiempo de lo común. En ese segundo, ella analizó mis ojos, mordiendo el
labio inferior con fuerza — único motivo por el cual me tardé algunos
segundos de más en su boca.
La chica desvió la mirada hacia sus manos, abajo, unidas encima del
pantalón un poco desarreglado, como si, en medio del miedo, la vergüenza
le acompañase también. Beatriz le dijo algo en tono melifluo, tan sedoso
que se acercaba mucho a lo artificial, y arrancó con levedad el sobre pardo
de sus manos.
Beatriz colocó las informaciones sobre la mesa y, sin más tardar,
abrí el sobre.
— ¿Primera entrevista? — Pregunté, suficientemente alto.
Ella tardó en responder, pero lo hizo con voz tímida.
— Como secretaria…sí.
—¿Nerviosa?
No obtuve respuestas y me decepcioné conmigo por hacer una
pregunta tan estúpida.
— No hace falta que respondas.
Aunque yo hiciese aquel tipo de actividad con la máxima rapidez
posible, tardé un poco para leer su currículo.
— Susan Evans… — Murmuré, deteniendo mis ojos por su nombre
de nuevo y marqué con tinta negra los puntos de su trayectoria personal,
que interesaban para el puesto de secretaria. —¡Nada mal! — Deslicé el
currículo hacia el lado, para que pudiera llegar hasta el escrutinio de la
señora Johnson. A pesar de su rostro angelical, la chica tenía increíbles
ochos años como supervisora del depósito de Ward en el currículo, una
constructora de referencia en San Francisco, sin contar los pequeños
períodos en cargos administrativos diversos. Confieso que me quedé
sorprendido con su edad. Ni de lejos apostaría que ella tendría dos años más
que yo. Parecía ser más joven de lo que su edad realmente aparentaba. —
Usted tiene bastante experiencia con oficinas, Susan. Me sorprende que
nunca hayas trabajado como secretaria.
— ¡Gracias! — Su voz salió bajita, pero ella no tartamudeó. Sin embargo,
sus hombros estaban tensos y sus ojos un poco mayores de lo que deberían
ser.
Intenté hacer algún contacto visual con ella, pero todo en esa sala
parecía ser más interesante para ella que mis ojos. O, tal vez, estuviese
sucediendo lo más probable, ella estaba huyendo del contacto visual.
— Y entonces, Susan… — Alejé mi silla un poco hacia atrás e
inicié la entrevista. —¿Por qué escogió estar aquí?
—¿Estar aquí? — Repitió ella, asustada. Tuve la sensación de que
su nerviosismo estaba un poco exagerado hasta para una entrevista.
— Digo, esto de estar aquí en el sentido de que haya escogido
candidatarse a un puesto temporal de secretaria. ¿Cuál es su objetivo?
— Conseguir un dinerillo? — Interrogó ella, jalando el labio inferior
con fuerza.
—¿Eso es una pregunta? — Levanté una ceja.
Ella suspiró y vi que temblaba.
— Perdón. Solo estaba intentando encontrar la respuesta correcta.
Finalmente, sus ojos volvieron a mirar a los míos, haciéndome creer
que nunca había oído algo tan sincero en toda la semana.
La señora Johnson cogió la delantera.
— Cuénteme cómo eran las actividades que usted desempeñaba en
el almacén.
En esa ocasión, ella intentó esconderlo, pero, nuevamente, vi el
pánico instalarse en su semblante y tragar en seco.
—¿Mis actividades? — Repitió ella.
— Exactamente.
Susan se esforzó en elaborar su respuesta.
— Mis actividades eran básicamente…guardar. Almacenar, perdón.
— Cerró los ojos, apretándolos como si su respuesta no hubiese agradado a
sí misma. Ella suspiró, diciendo. — A decir verdad, yo tengo que explicar
algo a ustedes. – Sus palabras salieron en tono de desahogo, aguzando
todavía más mi curiosidad… — Nuestra familia está necesitando de ese
dinero y, si ustedes tienen la amabilidad de esperar, mi hermana, que se
fue…
De repente, escuché la puerta abriéndose al final del pasillo y el
lloro inconfundible de Lux llegó a mis oídos. Automáticamente, miré hacia
el lado, donde una de las chicas del sector financiero apareció con mi
sobrina en los brazos, que estaba en puro llanto.
— Señor, ella no para de llorar, ¿qué quiere que haga? — Preguntó
ella en mitad de un grito de Lux.
En ese momento, fui yo quien apretó los ojos, acordándome de la
sensación de tener a Lux llorando otra vez. Háganme caso, eso, para un
hombre como yo, era desesperador. No obstante, rápidamente me levanté,
yendo en dirección a mi sobrina. Pasé al lado de Susan y reivindiqué a Lux
de la chica de pelo castaño.
—¡Ei! ¿Qué te pasa, calvita? — Cuestioné, irguiendo su cuerpito en
mi brazo izquierdo e, instintivamente, arropándolo. Lux soltó otro grito,
solo que más quejón que el primero. — Shhhh, Shhhh. ¿Cuál fue el trato
que hicimos por la mañana? Nada de lloriqueos. — Ella, de nuevo, mallugó
más alto, mientras yo intentaba calmarla en un balanceo desgarbado dentro
de mis brazos.

Miré de reojo a la pelirroja de mi lado, que no estaba ya nerviosa. Al


revés, la chica me miraba calmamente, como si estuviera avaliando lo que
estaba pasando allí. Es más, parecía que habíamos invertido los papeles.
—¡Fíjate, Lux! ¡La señora Johnson! — Apunté hacia la señora
Johnson desde el otro lado de la sala, que se levantó batiendo palmas y
abriendo los brazos. En aquel momento, tuve la certeza de que se calmaría
cuando saltara para los brazos de Michele, o, al menos, era lo que yo
esperaba.
Con cuidado, entregué Lux a ella, que la recibió con ternura.
—¡Ooh, mi amor! ¿Por qué estás llorando, querida? ¿Fue el tito el
que te dejó allá abajo, verdad? — La señora Johnson persistía en calmarla,
dando saltos, haciendo caras y sonidos, pero nada sucedió. Nada que le
hiciera parar de llorar. Michele analizó. — Tal vez esté con gases, Steve.
Me llevé una mano hacia la cabeza, incrustando los dedos en el
pelo.
Cuando vi que la situación no iría mejorar, tomé la decisión:
— Beatriz, por ahora paralice la selección. Si no vuelvo en veinte
minutos, suspenda las entrevistas. — Avisé rápidamente, poniendo a Lux en
mi regazo.
Antes de que girase el talón para salir de ahí, la pelirroja, que
todavía continuaba en medio de la sala, dijo con voz clara:
—¡Espera! — Me quedé de piedra y volví a mirarla.
Ella preguntó, con una voz impresionantemente segura:
—¿Puedo intentarlo?
Ella levantó las manos, mientras Lux lloraba incansablemente en mi
regazo. Desconfiado y sin saber la razón por la cual ponía toda mi atención
en ella, Susan comentó:
— No hay problema. Serán apenas dos minutitos. — Ella insistió,
aproximándose.
No sé si fue por su proximidad o por la simpatía con la que me pedía
coger a mi sobrina para ponerla en su regazo, pero, cuando me di cuenta, ya
le estaba dando una oportunidad a Susan, que cogió a Lux y la cogió como
si fuese una experta en el asunto.
Lux continuó llorando mientras Susan la sujetaba, al mismo tiempo
en que abría su bolsa de tejido. Con una desenvoltura increíble, ella retiró
de dentro una pequeña botellita lacrada de yogurt, una de aquellas que se
pueden encontrar en el freezer del super, y, con solo un dedo, abrió la
envoltura.
Ella mojó la boquita de Lux, que pausó el llanto para lamerse los
labios. Misteriosamente, cesó de llorar, Lux sorbió y pidió más.
Mientras veía, impresionado, a mi sobrina cambiar drásticamente de
humor en el regazo de una extraña, puse las manos en la cintura y Susan
explicó:
— No se preocupen, no tiene lactosa, por si esta muñequita es
alérgica.
—¡Ah! ¿Era hambre? — Exclamó Michele.
Susan respondió mirando con amor a Lux:
— Parece ser que sí. Mucha hambre. — Ella se mantuvo concentrada
en alimentar a Lux.
— Preparé el biberón y se lo di hoy por la mañana. — declaré, un
tanto avergonzado.
Susan me encaró y, amablemente, me explicó:
— A esta edad, los bebés suelen tener mucha hambre. Nunca está de
más tener disponible un biberón extra.
—¿Tienes alguna experiencia con niños? — Pregunté.

Ella parecía pensárselo mucho y por fin respondió:


— Ya he trabajado como niñera. — Se aclaró la garganta. — Pero
eso pertenece a un pasado muy lejos. Mi trabajo oficial está en las oficinas.
O, por lo menos, era mi trabajo oficial.
Susan direccionó su atención hacia Lux y yo esperé pacientemente,
viendo que la paz había vuelto.
La señora Jonhson dio un paso hacia el lado, comentando bajito:
— Si ella no fuera tan nerviosa, tal vez estarías delante de la
candidata perfecta, una que se encaja dentro de esos requisitos
desnecesarios.
Observé un poco más a Susan y no me restaron dudas de lo difícil
que sería que alguien le arrebatara el puesto en los próximos minutos. Lux
tocó con la punta del dedo el pelo naranjado por el cual parecía haber sido
encantada, y abrió su sonrisa dulce, lo que me hizo tener la certeza de que
quería ver a Susan de nuevo.
—¿Te gusta? — Preguntó ella, mostrando una mecha de su pelo.
—¡NhémNhém! — Gruñó Lux, divirtiéndose.
— Muchas gracias, pequeñaja. Tú también tienes unas lanitas
lindas. — Susan se refirió al puñado de hilos rubios de encima de la
cabecita de Lux, que, meses atrás, ni existían. A pesar de estar creciendo,
Lux sería para mí una eterna calvita de dientes afilados, que me hacía pasar
por unos momentos caóticos. Al principio, hice todo lo que estaba en mis
manos para que Lux no notara la ausencia de Romena, y, a pesar de que ella
era muy pequeña para poder comprender eso, la falta de la madre en los
primeros días fue algo casi biológico.

Pero verla crecer así, riendo, me traía un poco más de esperanza de


que ella pudiera crecer bien y el tiempo así curar el agujero en nuestros
pechos.
— Necesito marcharme.
Susan me despertó de mis devaneos, entregando a Lux en un estado
de espíritu mucho mejor que el de unos minutos atrás a la señora Johnson.
— Podemos concluir la entrevista... — empecé a decir y ella me
interrumpió, decidida.
— ¡Perdón! Yo no puedo.
— ¿Cómo?
— Tengo que marcharme. — Dijo ella, arreglando la correa de la
bolsa en el hombro. En dos horas su hija va a sentir nuevamente hambre. Si
pudiesen comprar una manzana, higienizarla bien y amasarla con una
cuchara, creo que Lux se quedará satisfecha. — Dijo ella, mirando hacia el
bebé al lado y después volviendo a mirarme. Me estrechó la mano con
respecto. — Ha sido un placer.
Ella pasó por mí antes de tener la oportunidad de insistir para que se
quedase.
— El placer ha sido todo mío. — Me giré cuando ella llegó a la
puerta. — ¿Su número está en el currículo? — Pregunté, alto.
Ella se giró para mirarme una última vez, mordiendo la esquina de
aquél bello labio.
— Es probable que sí.
Mis ojos fotografiaron su rostro, en una oportunidad final. De
alguna forma, sentía que aquella imagen se quedaría grabada en mi buena
memoria durante horas.

Me equivoqué.
Susan se quedó instalada en mi mente más tiempo del que me
esperaba.
CAPÍTULO 4

Entré en el baño de paredes de mármol color crema y cabinas


cejadas. No había nadie allí sino la mujer que lavaba las manos en cuba,
inclinando el cuerpo hacia delante, como si estuviese sujetando una caja
pesada sobre la espalda. El mal olor que venía del baño hizo que me tapase
las narinas con una mano.
Sin embargo, le eché un par y caminé en la dirección de ella, para
decirle lo que sucedió. Probablemente ella me mataría. Yo estaba ya un
poco acostumbrada con esa idea mientras bajaba en el ascensor.
— ¡Susan!
Me aproximé a ella, sacudiéndose las gotas de agua de las manos y
se giró hacia mí, con urgencia, mientras yo decía.
— Mira, puedes matarme, pero intenté… discúlpame. Has perdido
tu turno. A decir verdad, ni siquiera sabes lo que ha sucedido. — inicié, sin
poder respirar correctamente.
Ella hizo una cara fea, presionando una mano contra la tripa, y una
gota de sudor cayó de su témpora hacia su mejilla.
— ¡No digas nada más, Julie! ¡Vayámonos a casa, solo eso, cojones!
— La entrevista...
— Que se joda la entrevista, no puedo quedarme aquí. Vámonos
antes de que alguien entre en ese baño… — Su mano frío me agarró el
brazo con prisa.
— ¡Vale, vale! ¡Vámonos! Dije rápidamente, andando a su lado
hacia fuera del baño y, después, hacia fuera de aquel piso.

Antes de pirarnos con el coche, mis ojos capturaron de reojo la


fachada de aquella oficina, que extrañamente hizo que me acordase de
aquellos ojos azules grises e intensos sobre mí, y mis piernas estremecieron
una vez más. Pero aquél recuerdo desapareció cuando Susan farfulló a mi
lado.
— Corre lo más rápido que puedas. No sé si conseguiré aguantar
mucho tiempo otra vez.
— Ok.
Tragué saliva, echándonos a la carretera.
Por lo visto, mi visita a la casa de la familia Benetti, en el centro,
también había fracasado.
Toda la culpa la tenía yo por mi incapacidad de hacer bien las cosas.

AL DÍA SIGUIENTE

— ¡No os preocupéis, chicas! Tendréis otras oportunidades. — decía


mamá mientras tomaba un sorbo espeso de café, sentada alrededor de la
mesa de la cocina, después de recibir la noticia de que la familia Benetti
había conseguido otra niñera para los niños.
Mi madre y mi abuelo ya estaban con sus ropas de caminada cuando
hacíamos nuestro encuentro matinal en la cocina, para desayunar.
— Julie, querida, ¿en cuál recipiente hiciste la masa de tus
bizcochos de ayer? — Preguntó el abuelo Charlie al abrir el armario.
— Hmmm... El verdecito. — Respondí, recobrando mi memoria.

El abuelo me miró por encima del hombro, con las cejas arqueadas.
Hija, fue por eso que tu hermana se sintió mal. Fue en él que mezclé
las hierbas de Robert, debe haber quedado algún resquicio… Robert era el
viejo amigo de mi abuelo, que vivía en la última casa de la calle.
Generalmente, el abuelo preparaba semanalmente una mezcla de hierbas
para ayudarlo con su problema de prisión de vientre.
— Gracias a Dios tú no llegaste a comer los que Julie dejó para ti,
papá. — Me comentó aliviada mamá.
— ¡Gracias a Dios! — Agradecí. — Pero espera. ¿Quieres decir que
no fallé la receta? — Balbuceé.
Mi madre comentó riéndose:
— Solo fallaste a la hora de escoger el recipiente, Julie.
Vi a Susan adentrarse en la cocina con el móvil en la mano.
— Hay algo que no me cuadra, sin duda. — Decía ella, mientras leía
algo en la pantalla del móvil.
— ¿Qué ha pasado, Susan? — Preguntó mi madre, después de
tomarme yo un sorbo de café.
— Me han contratado.
— ¿Contratada? — Me ahogué con el café. ¡Mierda! No había nada
peor que atragantarse con bebida caliente.
— ¿Va todo bien, Julie? — Preguntó el abuelo, preocupado.
— Estoy bien, abuelo. — Respondí, reestableciéndome. — ¿Cómo
es posible que te hayan contratado, Susan?

Ella parpadeaba como si no se lo creyese.


— No lo sé, yo tampoco lo entiendo. Aquí dice que fui seleccionada
para firmar los papeles del contrato mañana. Creo que todo debe ser una
equivocación.
— O tal vez estés con suerte, Susan. — Dijo mi madre,
levantándose de la silla y alargando los brazos. — ¿Cuánto es el sueldo?
— Cinco mil dólares.
— ¿Cinco mil dólares?! — Exclamó mi madre, impresionada.
¡Ai, Dios mío! ¿Por qué, de repente, me veo metida en esta
confusión?
— Es um empleo temporal, apenas dos meses...
Mamá observo:
— Cinco mil dólares ayudarían a pagar gran parte de nuestras
deudas y todavía sobraría para que te compraras tu propio coche.
— ¡Pero mamá! ¿Quién, hoy en día, se compra un coche con menos
de cinco mil dólares? — Preguntó Susan.
Mamá me miró de reojo.
— Tu hermana se compró uno con bastante menos dinero.
— Levanté erguido mi dedo y completé, orgullosa:
— $ 878 dólares, para ser más exacta.
Susan volteó los ojos, comentando:
— Oh, pero aquello no se puede considerar ni siquiera un coche. Es
una bomba con un temporizador cerca de explotar.
— Una bomba en la que tú no dudas ni un segundo en andar cuando
te conviene, es lo que querías decir, verdad, ¿querida? — Ironicé.
— ¡Parad, parad, chicas! — El abuelo Charlie sonrió. — Mara, mi
hija, es mejor que nos vayamos antes de que el sol se caliente aún más.
— Claro, padre. Bueno, chicas, me voy a caminar con vuestro
abuelo. Por favor, no os peleéis, y, Susan, caso no sea un engaño, acepta el
empleo. El sueldo no es algo que se pueda tirar por la borda. — Dijo mamá,
caminando junto al abuelo hacia fuera de la cocina.
Cuando ellos salieron de nuestro campo visual, Susan se giró hacia
mí y preguntó.
— ¿De verdad crees que no es un malentendido, Julie?
— ¿Qué es lo que exactamente pusieron en el e-mail? — Cuestioné,
desconfiada.
— Ellos dijeron que mi perfil les gustó mucho, pero ni siquiera subí
a hacer la entrevista. — ¡Mierda! — Sin duda, esto solo puede ser un mal
entendido. — Ella se llevó la mano al pelo, suspirando.
— Susan, tengo algo que contarte.
— ¿El qué? — Preguntó ella, impasible.
— Como te lo puedo decir, a ver… — Me rasqué la coronilla,
sonriendo, y solté rápidamente: — Hice la entrevista en tu lugar. — Dije,
desconcertada.
— ¿Que tú qué? — Indagó ella, confusa.
— No te preocupes, nadie ha desconfiado de nada.
— ¿Qué quieres decir con lo de que has hecho la entrevista en mi
lugar? ¿Cómo te dejaron ellos entrar? ¿Cómo?
— Lo que pasó es que me dejaron confusa cuando empecé a
explicar la situación y bueno, se puede decir que las circunstancias me
arrastraron hasta la sala de entrevista.
— No me lo creo, Julie. ¡Estás chalada! — Susan empezó a sonreír.
— Perdón, eso es muy gracioso. Y lo más gracioso es que, a pesar de todo,
has sido seleccionada. — Ella tuvo una crisis de risas, mientras yo me
quedé allí, sin saber lo que hacer. ¿Es posible que aquel dios griego caído
en la tierra se enfadará cuando sepa que, no solo perjudiqué la entrevista de
mi hermana, sino que además ayudé a que su selección fracasase?
— Tienes que mandar un e-mail explicándolo todo, Susan.
— ¿Yo? Está claro que no.
— Qué dices, ¿cómo qué no?
— Quien la ha liado parda fuiste tú. Yo no tengo nada que ver con
eso.
— Ellos te estarán esperando mañana.
Ella pareció pensar en alto:
— ¿Puede que ellos noten nuestra diferencia si soy yo la que
aparezco? ¿Quién fue el que hizo la entrevista?
— El propio CEO con el que trabajarás y la secretaria de él. —
Respondí, recordando su voz.
— Oh, que pena, si hubieran sido otras personas, como las de
Recursos Humanos, la situación sería más fácil de resolver.
— ¿A qué te refieres con lo de la situación más fácil de resolver?
— ¿Crees que somos muy parecidas? — Preguntó ella, colocándose
a mi lado y mirando de reojo a la ventana de vidrio.
— Ni un poco. Ellos van a notar que tú no eres la misma persona
que apareció en la entrevista aquel día.
Ella continuó mirándome y concluyó:
— Es verdad, parece que somos muy diferentes físicamente, Julie.
Esa mentira sería imposible de sostener ni siquiera en el primer día de
curro.
— Sin duda.
— Pero... — dijo ella, sonriendo.
— ¿Pero qué? — Pregunté, curiosa.
— Tú puedes trabajar en mi lugar durante esos dos meses.
Aquella idea entró por mis oídos y electrizó mi cerebro. ¿Yo?
¿Trabajando en una oficina? ¿Robándole el puesto a alguien? ¿Y después
siendo detenida por falsedad ideológica?
Sacudí la cabeza y negué, sonoramente.
— ¡NO!
Empecé a recoger las tazas y los platos de la mesa, escuchando a
Susan atrás de mí:
— Julie, tienes que reconocer que es una idea fantástica.
— ¡Es una locura!
Ella me siguió hasta el fregadero, parando atrás de mí y cogiendo mis
hombros:
— Dos meses ganando cinco mil dólares resolvería más de la mitad
de nuestras deudas.
— Yo no me voy a meter en problemas, Susan. Eso está mal. Me
sorprende que tú, una persona tan decente, pienses en envolvernos en algo
tan grave.
— Son apenas dos meses. — Ella intentó convencerme. — No es
algo tan grave como crees.
— No insistas, Susan. No voy a usurpar el lugar de nadie. — Rajé,
empezando a lavar los platos.
Ella irguió las manos, desistiendo.
— Está bien. Está bien. Perdón.
La campana de nuestra casa sonó en ese mismo momento. Observé
de reojo a Susan salir por la puerta del otro lado de la cocina y, después de
algunos minutos, volver y sentarse en la silla que estaba detrás de la mesa,
como si estuviese cansada.
— ¿Quién era? — Pregunté.
— El cartero.
Cerré el grifo, giré mi rostro completamente y vi la carta abierta
encima de la mesa.
— ¿Correspondencia nueva? ¿Están cobrando algo?
Ella respiró profundamente y respondió masajeándose las témporas.
— Hace cuatro meses que mamá no paga el alquiler.
— ¿Cómo?
— Lo que oyes. Nuestra madre actúa con normalidad: nos esconde
las cosas. — Refunfuñó ella, con un tono de rencor en la voz. — Ni me
sorprende.
— Ella hace eso para que no nos preocupemos. — Apunté.
— Hace muchos siglos que no somos niñas, Julie. Yo tengo más de
treinta años y pronto tú también llegarás a los treinta. Ella podría habernos
comentado la situación. ¿Sabes lo que pasará si no pagamos ni siquiera la
mitad del valor de los cuatros meses del alquiler? ¡Nos expulsarán de esta
casa antes de que se acabe el mes!
— ¿Dicen algo de eso ahí?
Ella cogió nuevamente la carta de encima de la mesa y me la da para
que pueda verlo con mis propios ojos.
Saqué mis manos de la falda, cogí el papel con letras en Arial y me
certifiqué de que eso sería lo que realmente sucedería. Teníamos treinta días
para saldar la mitad del valor de los cuatro meses del alquiler, de lo
contrario, estaríamos vulnerables al desalojo.
— ¡Estoy hasta aquí! — Suspiró Susan, con los ojos llenos de
lágrimas.
Raramente había visto llorar a mi hermana.
Ni siquiera cuando ella tenía desilusiones amorosas.
Ver que ella estaba a punto de hacer eso fue una señal de que Susan
estaba en el límite del estrés.
Me senté en la silla, a su lado, y masajeé su espalda.
— Cálmate, Susan. Vamos a solucionarlo. Siempre conseguimos
hacerlo.
— No estamos consiguiendo solucionar nada hace ya un tiempo,
Julie. Estamos hasta aquí de deudas y cada día nos quedamos más presas en
ellas. El abuelo Charlie, ¡pobrecito! No puede ayudarnos, pues tiene que
comprar un montón de medicamentos. Yo y tú, desempleadas… — Ella
respiro hondo. — Sabes, yo solo quería ser una mujer de treinta y pocos
años preocupada con mi soltería y mi pelo deshidratado. No aguanto más
pensar en deudas, escasez de dinero… y, ahora, esta amenaza de desalojo.
— Dijo ella, secando rápidamente las lágrimas de los ojos, que salían sin
avisar.
— Vamos a encontrar una solución.
— Solo tenemos un mes para encontrar esa solución. —
Complementó ella.
— Podemos colocar nuestros currículos en otros lugares, como
bares, hoteles, restaurantes. Creo que nos estamos equivocando al
centrarnos en las cosas con las que tenemos experiencia.
Ella giró el cuerpo hacia el lado, haciendo con que sus tobillos
apuntasen hacia mi dirección.
— Julie, piénsatelo bien: dos meses de sueldo en la Clifford
pagarían cuatro meses de alquiler y aún sobraría algo para ayudar un poco
con la deuda.
— Yo no soy tú, Susan. Si te apetece, podemos volver y explicar
que hubo un engaño. Tal vez ellos, sin duda, lo entenderían y te
contratarían. — Di la idea, con esperanza.
— Ellos no lo entenderían, Julie. Ya trabajé en oficinas, sé cómo esa
gente piensa. Ellos contratarían a la candidata con el segundo mejor
desempeño en las entrevistas.
— Entonces continuemos intentándolo, buscando empleo…
Susan me encaró con ojos solicitantes, como si rogara:
— ¡Julie! Por favor.
— ¡Mierda! ¿Por qué, de repente, algo dentro de mí está repensando
la idea y pensando en esa opción? ¡Mierda!
— ¿Qué es lo que voy hacer cuando me pidan el documento de
identidad? — Pregunté, notando un poco de esperanza en los ojos de Susan.
— Somos pelirrojas, tenemos las mismas pecas… — empezó ella.
— Pero nuestros trazos son totalmente diferentes.

Susan pareció pensar.


— ¿Tú te pareces con la persona de la foto que tienes en tu
documento de identidad?
En aquel momento, me acordé de la foto horrible que me habían
hecho. Fruncí el ceño y negué vehementemente.
— No. Ni un poco.
— ¡Pues ya ves! Son muy raros los casos en que las personas son
parecidas a las fotos que se sacan para sus documentos de identidad. Lo
único que tienes que hacer es no quedarte nerviosa a la hora de mostrarlo.
Tal vez ese sea el mayor desafío.
Susan se levantó de repente, diciendo:
— Vamos, tengo que enseñarte algunas cosas sobre el trabajar en
una oficina urgentemente. Mañana, te presentarás en la Clifford.
— Calma, Susan. Todavía no he dicho que estoy de acuerdo con
algo.
— Te conozco, Julie Evans. Sé que te lo estás pensando, y, si he
conseguido que te pienses esa hipótesis, eso significa que ya he conseguido
ir muy lejos contigo.
— ¿Te das cuenta de que eso está muy mal, Susan?
— Eso no es peor de quedarse sin un techo. Además, son apenas dos
meses. Nadie lo descubrirá. Lo único que tienes que hacer es no hacer
amistades muy íntimas y nunca…repito, “nunca” enamorarte por algún
colega del trabajo. — Dijo ella, haciendo comillas con los dedos.

Por alguna razón, tragué saliva por el hecho de acordarme lo guapo


que era aquel hombre de la entrevista. Está claro que nunca me enamoraría.
Al final, aquel bebé también tendría una madre y, definitivamente, nunca
me envolvería con un hombre comprometido. Y, aunque no fuera
comprometido, yo solo me enamoraría por alguien al que le gustara, y un
hombre de esos, ni en mis sueños más irreales, se enamoraría por una mujer
como yo.
Me levanté, aceptando el desafío, haciendo que Susan venciese.
¡Ai, Dios mío! ¿En qué lío me estoy metiendo?
CAPÍTULO 5

Al día siguiente….

Había salido de mi apartamento nada más llegar la niñera para


cuidar a Lux. Como siempre, mi mente estaba a todo vapor en plena 8h de
la mañana, mientras conducía por las calles de San Francisco.
Ese sería el último día de la señora Johnson en la oficina, ella
viajaría a San Diego después de su expediente y tal vez eso estuviese
dejándome más ansioso aún por todo lo que sucedería hoy. La noticia de
que ella me dejaría por dos meses me cogió desprevenido, pero enfrenté eso
como un desafío. Además, estaba curioso por conocer a mi nueva
secretaria, ya que pasamos un momento muy breve en su entrevista.
¿Podría haber contratado a otra candidata? Sí, podría.
No obstante, no perdería la oportunidad de charlar con la chica de
pelos anaranjados otra vez. Pero esa no era la única razón por la que yo la
escogí de entre tantas candidatas. También me encantó el hecho de que ella
tuviese buena mano con los niños. Ella tuvo una oportunidad de demonstrar
eso, lo que hizo con que me conquistase fácilmente, ya que mi consejera
fiel me ayudaba en otras muchas cosas más allá de la empresa. La sra.
Johnson me había mimado en exceso.
Llegando a la oficina, me fui directamente a mi sala en el piso de la
presidencia. No pasó mucho tiempo para que la señora Johnson apareciese
con un papeleo para firmar, lo que ya me esperaba, e informarme de los
compromisos del día, que se resumían a quedarme preso entre aquellas
cuatro paredes.
No me era común quedarme el día todo en la oficina. Mi empresa
posibilitaba que mi trabajo fuese un poco más flexible, permitiéndome
conocer nuevas personas en reuniones externas, comparecer a eventos y
otras actividades agitadas que la modernidad proporcionaba. Éramos una
empresa de tecnología, después de todo. El mundo cambiaba
constantemente, e, inevitablemente, el mundo de los negocios también.
Mientras Michele organizaba los papeles de encima de la mesa,
comenté:
— ¿Una mañana completa sería suficiente para que le explicases sus
funciones a Susan?
Ella pareció pensar un poco y respondió:
— Menos que una mañana completa.
— Pensé que necesitarías de más tiempo.
La señora Johnson sonrió, analizando:
— No explicaré la forma en que te trato, Steve. Solamente mis
funciones reales.
— Ya que dices que es así, le libero a usted cuando termine de
instruir a Susan.
Metió las manos en los bolsillos, explicando:
— Quiero que descanses antes de viajar.
— No se preocupe...
— No es una petición, Johnson. — Insistí.
Ella me observó con aquella mirada que yo odiaba: un tanto
emocionada. Y agradeció:
— Gracias, chaval.
Respiré profundamente, intentando no dejar el ambiente como de
despedida, pero dije:
— Espero, de corazón, que su nieto se recupere pronto.
— Gracias, querido. Todo va a salir bien. Es más, lo traeré aquí para
que lo conozcas.
— Me comprometo a pasarme un día con él para enseñarle algunos
trucos de golf en la casa de verano. — Me acordé que Michele ya había
comentado que el nieto era un pequeño gran fan del golf.
— No me cabe la menor duda de que Joshua estará encantado.
Continuamos allí un rato más, mezclando asuntos empresariales con
otros personales. Cómo me gustaba hacer eso con la sra. Johnson. Confieso
que sentiré mucha falta de eso en el corto espacio de tiempo en el que estará
fuera.
— Parece que su nueva funcionaria llegó. — Dijo ella espiando por
una brecha de la persiana de mi sala.
Caminé hacia su lado e hice lo mismo con mis dedos, mirando, a
través de la brecha, a la mujer que estaba parada al lado de Beatriz, que le
decía algo.
Me alejé, diciendo a la sra. Johnson:
— Magnífico. Vamos a darle la bienvenida.
— Sí, señor.
Abrí la puerta para que Michele pasase, y, en seguida, fuimos en
dirección a las mujeres que conversaban formalmente cerca de la mesa de la
recepción.
La mirada de Susan no parecía tan asustada como la última vez,
mientras charlaba con Beatriz, pero, a pesar de eso, sus hombros estrechos
todavía transparentaban cierta rigidez.
Una cosa había cambiado completamente desde la última que nos
vimos: sus ropas. Ella vestía una camisa blanca, parcialmente cubierta por
una chaqueta gris, y falda tubo del mismo color que la chaqueta, de estilo
ejecutiva, que la mayoría de las mujeres de esa empresa frecuentemente
usaban.
Su pelo rubio estaba sujeto por un moño apretado encima de su
cabeza, tan apretado, que sus ojos parecían levemente estirados.
Confieso que prefería su pelo suelto. No obstante, su belleza
delicada todavía era hipnotizante.
— ¡Buenos días, señoritas! — Saludé, abordándolas.
Finalmente, llamé la atención de sus ojos hacia mí y sentí mi cuerpo
energizarse.
— ¡Buenos días! — Respondió ella, mientras Beatriz también
respondía.
Continué mirando a la pelirroja y proseguí con las siguientes
palabras:
— Bienvenida a la Clifford, Susan. Estaba impaciente por su
llegada.
— ¿De veras? — Indagó ella.
— Mucho. Probablemente no lo expliqué en la entrevista, pero la
sra. Johnson se ausentará durante dos meses.
Michele levantó la mano a mi lado, identificándose:
— Yo soy la sra. Johnson.
— Usted, a partir de hoy, será mi mano derecha, Susan. Quiero que
se sienta a gusto para hacer un buen trabajo.
— ¿Mano derecha? — Susurró ella, tragando saliva, sudando como
si eso implicase una presión inesperada.
— No, por favor. No quiero que se sienta presionada. — Corregí
antes de que se asustara. — La sra. Johnson, ahora, le irá explicar sus
funciones.
Michele complementó:
— Funciones que no tienen mucho misterio. ¡No te pongas nerviosa,
chica!
Ella giró su mirada hacia Michele, que pareció transmitirle
confianza a Susan, mientras furtivamente yo observaba sus dedos trémulos
ponerse calmos contra la falda de lino. Por cierto, todo me parecía inocente
en aquella mujer: sus ojos, boca, nariz, hasta sus dedos de uñas que
parecían vírgenes de pintura.
Con eso no quiero decir que yo estuviese deseando o maquinando
intentar algo con ella en esos dos meses, pero no se podía negar que Susan
era una mujer atractiva, a pesar de que el tipo “niñita” no era de mi agrado.
Siempre aprecié a las mujeres segura de sí, sin tiempo para jueguitos
o falsa modestia. Pero Susan no me parecía ser alguien que fingiese alguna
cosa, ella parecía ser simplemente como demostraba ser.
— Dicho esto, no me queda otra que decirte, Susan: ¡sea
bienvenida! En este momento voy a dejarles solas. — Le lancé a ella un
último vistazo, que desvió hacia la sra. Johnson.
Sonreí internamente de su inocencia. De nada sirve huir de un
contacto visual conmigo. En los próximos días estaríamos tan próximos,
que eso sería insostenible.
Tardé mis ojos un poco más en aquel cutis de porcelana y, después,
me despedí de Beatriz y Michele con un breve asentimiento con la cabeza.
Giré mi talón para volver de nuevo a mi despacho. Sentí unas ganas
enormes de girar mi rostro y mirarla de nuevo, como si su imagen fuese un
vicio. Pero no me permití hacer eso, pues no quería arriesgarme a asustar a
mi funcionaria en su primer día por las miradas insistentes de su jefe.
Después de todo, no quería parecer un cabrón asediador.
CAPÍTULO 6

Horas después

Gracias a Dios, las cosas parecían más fáciles de lo que me


imaginaba.
Cuando me presenté a los Recursos Humanos como la nueva
funcionaria de la Clifford, mi corazón parecía no contenerse en el pecho. A
pesar de todo el nerviosismo, la asistente de Beatriz no pareció demonstrar
desconfianza alguna cuando entregué mis documentos para la admisión.
Todo lo contrario. Ella sonrió cuando notó mis manos trémulas y me calmó,
elogiando Steve Clifford, el CEO de esta empresa, con el que iría a trabajar
directamente. Ella dijo que no hacía falta que yo me preocupara, pues todos
los que trabajaban con la presidencia solían hablar muy bien de él y que ella
tenía la certeza de que conmigo no iría ser diferente. Eso me tranquilizó un
poco.
Sin embargo, cuando Beatriz apareció en la sala de los Recursos
humanos y me llevó hacia el piso de la presidencia, sentí mi corazón
nuevamente trotar dentro de mi caja torácica y mi nuca sudar, a pesar de
que ni siquiera un hilito de pelo me tapase la piel.
Susan se esforzó para que yo usase sus ropas formales, que se
sentían raras en mí, pero ella aseguró que estaban muy bien. Tal vez,
simplemente, yo no estuviese acostumbrada a verme con aquel tipo de ropa.
Mi madre me miró con aire de vislumbrar algo insólito cuando me
vio con esa ropa, pero la despisté diciendo que haría una entrevista para un
trabajo de telemarketing. No quería que ella supiese que nos estábamos
metiendo en un lío para pagar el alquiler. No quería que ella se preocupase
con eso, por eso decidí pedir a Susan que escondiésemos eso de ella y del
abuelo Charlie.
— Este es el ala de la presidencia. Normalmente, la secretaria se queda
atrás de aquella mesa. Pero nuestro presidente suele salir mucho y casi no
se detiene aquí en la oficina. Por eso, consecuentemente, no hay garantía de
que te vayas a sentar en esa silla todos los días.
— ¿Voy a tener que acompañarlo cuando salga?
— Sin duda, sí. En casi todas las ocasiones. Cuando no haga falta,
Steve debe avisarte.
— Entendido.
Continuamos charlando por allí, cuando fuimos abordados por aquella
señora de la entrevista de al lado del monumento, de camisa formal blanca
y jeans — Steve — dueño del par de ojos azules grises y bronceado al día.
Por la forma en que me trató, el CEO de aquella empresa parecía ser
un hombre pragmático y también gentil con sus funcionarios. Él me dio la
bienvenida y fue muy cortés, aun estando yo incómoda con su presencia.
No sabía si la persistencia de mi nerviosismo se daba por la mentira que
estaba llevando conmigo o por su forma máscula y educada de ser, que se
mezclaban y daban un nudo en mi mente todas las veces que intentaba
encararlo por más de un segundo en el que no desviaba la mirada.
Ella se despidió con la intención de dejarme sola con la sra. Johnson
y volvió a su sala, mientras mi pulmón soltaba aire. También Beatriz hizo el
camino de vuelta hacia el departamento de Recursos Humanos, dejándome
con aquella señora rubia de expresiones faciales afables.
La sra. Johnson se presentó una vez más, de forma menos formal, y
se sentó conmigo detrás del ordenador de la mesa de la secretaria. Ella me
explicó mi rutina de tareas durante el día, lo que no me pareció difícil de
realizar: solamente hacer las anotaciones de las llamadas recibidas durante
el día, imprimir informes enviados al e-mail institucional y organizar esos
documentos en las carpetas situadas en la estantería de la secretaría.
Además de acompañarlo cuando fuese a reuniones externas, para hacer
anotaciones, o cuando estuviese trabajando en casa (esa última parte no la
entendí muy bien, pero la sra. Johnson me aseguró que Steve me avisaría
sobre casi todo con antecedencia).
Ella me entregó las llaves de los armarios y también aprovechó la
ocasión para mostrarme la agenda de Steve en el ordenador y cómo haría yo
para adicionar o cancelar un compromiso. Ella me aconsejó, también, a
nunca posponer para más tarde lo que tuviese agendado, pues lo normal
sería que me olvidara y con ello desorganizara toda la semana de Steve. Lo
entendí perfectamente.

Pasamos casi toda la mañana charlando y, cuando faltaba veinte


minutos para las once de la mañana, ella me dijo con convicción, en mitad
de una risa muy agradable:
— ¡Pues ya está, chica! Ahora sí que estás más que apta para
organizar la vida profesional de Steve durante dos meses.
— ¿Puedo hacerte una pregunta? — Me sentí a gusto para
interrogarla después de haber pasado las dos juntas charlando las dos
últimas horas.
— Por supuesto.
— ¿Hace cuánto trabajas para Steve?
Ella no tardó mucho en responder:
— Hace tres años. Este año hago cuatro y hasta ahora ha sido una
experiencia increíble. A ti también te gustará trabajar con él. Lo único con
lo que tienes que tener paciencia es con la inconsistencia de su rutina. Al
principio fue difícil acostumbrarme, ya que antes trabajaba en una oficina
tradicional. Pero después que una se acostumbra, una no quiere ver ni
pintada una secretaría. — Ella miró al reloj en la muñeca, diciendo: — Creo
que es hora de irse, querida. Steve me liberó más temprano hoy. — Ella
cogió un boli de encima de la mesa y anotó un número en un pedazo de
hoja, entregándomelo: — Cualquier duda que tengas, este es mi número.
Puedes mandarme mensajes.
— Gracias.
— Buena suerte, Susan. Creo que nos vemos en dos meses.
— Ojalá. — Sonreí con nerviosismo, esperando que todo fuera bien
hasta entonces y yo no fuera detenida por falsedad ideológica. Era todo lo
que mi familia no necesitaba en aquel momento.
La señora Johnson asintió con la cabeza y entró en la sala de al lado,
tal vez con la intención de despedirse del jefe. Nada más salir, me saludó de
nuevo, con una bolsa de cueros en el hombro, y caminando en dirección al
ascensor.
¡Ok! Estoy sola. ¿Qué es lo que hago ahora?
Me acordé de lo que la sra. Jonshon dijo y abrí el e-mail
institucional, ya grabado en el sistema operacional del ordenador. Vi
algunos mensajes sin abrir, analizándolos uno a uno. Hice algunas
anotaciones en el bloc de notas que la sra. Johnson dejó para mí y empecé a
trazar los primeros posibles compromisos de Steve.
— ¿Mucho trabajo? — La imponente voz grave hizo con que mi
corazón diese un salto dentro del pecho y la tapa del boli entre mis labios
resbalase hacia mi mejilla.
Miré hacia el hombre apoyado en la puerta, con los enormes brazos
cruzados sobre el pecho, en una postura relajada. Él me miraba con
curiosidad, como si buscase algo en mi mirada.
— Es...estoy haciendo algunas anotaciones. — ¡Mierda! He
balbuceado. — Hay dos e-mails solicitando una reunión con usted.
— Usted no. Tú. — Corrigió él.
Mordí el labio inferior con fuerza.
— Ok. Tú. Enrojecí furiosamente cuando sentí su mirada bajar hacia
mi boca en aquel momento. — Ya me disponía a llevarte eso para que lo
analizases. — Levanté los papeles sobre la mesa, con la intención de disipar
aquella corriente de aire que se instalaba en todo mi cuerpo todas las veces
que notaba su mirar fijo sobre mi boca.
Él subió el mirar rápidamente, diciendo por fin:
— Excelente. Pero necesito que vayas a almorzar antes de terminar
de hacer eso. Ya se pasaron veinte minutos desde que terminó el horario de
comer.
— ¿En serio? — Pregunté, aprensiva.
— Puedes dejar el ordenador tal como está.
Encontré el momento perfecto para desviar su mirada.
— Ok. — Cogí mi bolsa de encima del pequeño armario que estaba
a mi lado y paré al lado de la mesa, teniendo que girar mi rostro hacia él y
preguntar: — ¿Dónde queda el restaurante?
Él abrió una media sonrisa cuando mis ojos encontraron los suyos y
respondió con aquella voz desgarrada:
— Segundo piso. Tu código es el número de t SSNi y tu contraseña
es tu fecha de nascimiento.
— Gracias.
— Me encantaría comer contigo hoy, pero no va a ser posible.
Tengo que volver a casa.
— ¿Qué pasa? ¿Ha sucedido algo con su hija?
— ¿Hija? — Indagó él, confuso. — ¡Ah, sí, Lux! Ella es mi sobrina.
— Me parecía increíble la sensualidad que aquel hombre exhalaba solo con
decir algunas simples palabras.
— Perdón, no lo sabía.
— No necesitas disculparte. Ella, de alguna forma, es también mi
hija. Ella está bajo mi tutela ahora.
— ¿Dónde están los padres de ella? — La pregunta escapó de mis
labios, antes de que mi cerebro consiguiese filtrarla. Castigué mi labio con
fuerza, de nuevo.
— Mi hermana falleció hace pocos meses. Y su padre…Bueno, no
interesa donde está ese cabrón ahora, ella me tiene a mí.
— Perdón. Yo realmente no quería haberte obligado a responder
eso.
Él reposó las manos en la cintura, soltando aire por las narinas.
— No te preocupes. La sra. Johnson y yo charlábamos el tiempo todo sobre
esas cosas.
— Pero yo no soy la sra. Johnson. Soy J… Susan, la secretaria temporal
de dos meses.
— Gracias por recordármelo, Susan, secretaria temporal de dos
meses. — Ella frunció los labios, echando la cabeza hacia atrás mientras sus
ojos me estudiaban. — Creo que puedo confiar en ti.
— Qué locura, ni siquiera nos conocemos. — Puntué, casi por
instinto.
— Soy muy abierto con las personas de mi entorno. Más de lo que
te puedas imaginar, Susan.
Una onda de calor encendió mi piel, haciéndome balbucear.
— Te-tengo que irme, antes de perder el horario del almuerzo.
— Sin prisas, come con calma. No lo descontaré de tu sueldo.
Sonreí levemente con aquel comentario. Steve Clifford me parecía
alguien con muy buen humor para ser un jefe. A pesar de su belleza
impresionante, confieso que esperaba encontrar a alguien más implacable,
como los jefes a los que Susan se refería cuando llegaba en casa por la
noche.
Me despedí con un aleteo de la mano que él me retribuyó. Me giré y
me coloqué en dirección al pasillo, curiosa por saber más de la vida
personal de mi jefe, aunque estuviese arrepentida por ser tan atrevida, hasta
tal punto de hacer preguntas íntimas tan directamente.
¡Oh, Julie! Tú tendrías que estar centrada en el trabajo. Para eso es
para lo que has venido. Y, en las condiciones en que te encuentras, la única
cosa en la que tendrías que pensar es en no ser descubierta.
Llegué al segundo piso, siguiendo a una masa de personas que
también salieron del ascensor. No me fue muy difícil encontrar el
restaurante, ya que él ocupaba toda el área del piso.
Me dirigí a la pequeña fila formada antes de la estante de bandejas y
platos, topándome con una catraca que solicitó mi código y contraseña.
— ¡Mierda! – Me quejó cuando fallé el primer intento.
A ver si me acuerdo de mi contraseña. ¿Mi cumpleaños?
Juré que le había escuchado algo del estilo.
— Su fecha de nacimiento. — La mujer bajita y de gafas de lentes
gruesas que estaba atrás de mí me lo recordó.
— ¡Gracias! — Respondí, tímidamente, marcando la fecha de
nacimiento de Susan. ¡He acertado! Gracias a Dios.
Empujé mi cuerpo contra la barra de hierro, pasando por la catraca,
y la escuché preguntar:
— ¿Nueva por aquí?
— Recién llegada. Es mi primer día. — Respondí, apocada,
cogiendo un plato de la estante. Desde allí ya se podía sentir el olor de la
comida caliente.
— Sea bienvenida. Mi nombre es Catherine. Trabajo en el sector
financiero.
— Es todo un placer, Catherine. Mi nombre es Ju…Susan.
— ¿Es cosa mía o casi te estabas olvidando de tu nombre?
¡Mierda!
Mis músculos se pusieron tensos, pero conseguí disimular.
— No. Es cosa tuya. Es que tengo el problema de ponerme a pensar
en varias cosas al mismo tiempo, y, a veces, mi boca no obedece
correctamente al cerebro.
— Ah, tú tienes el pensamiento acelerado. Lo comprendo
perfectamente. También tengo ese problema.
Por dentro, suspiré aliviada. Oh, Dios. Tengo que estar más atenta
cuando tenga estos tipos de charlas.
Seguimos con paso lento por la cola de funcionarios. Intenté coger
una bandeja de acero de la estante, no obstante, ella se resbalaló de mis
manos e impactó en el suelo del restaurante con fuerza, haciendo un ruido
insoportablemente estridente y llamando toda la atención del refectorio
hacia mí.
Miré a los funcionarios que estaban enfrente de mí, que pararon de
llevar los tenedores a la boca para mirarme. Fue casi algo así como una
presentación. Es un placer, soy Julie, la nueva funcionaria.
Sofoqué la vergüenza y me agaché para coger la bandeja del suelo.
Catherine ni siquiera sospechaba que yo ya estaba acostumbrada a ese tipo
de situación.
— Toma, aquí, una nueva. — Catherine me entregó una bandeja. —
No pasa nada. Eso ya ha pasado conmigo. Me dijo ella, intentando hacerme
sentir mejor.
Nada más llegar a la parte de echar la comida, fuimos atendidas por
un equipo de mujeres. Además, esa sería la primera vez que yo comería
costillas de cerdo en el almuerzo y ellas parecían bastante suculentas.
Sin que lo pidiera, Catherine me acompañó hasta la mesa
desocupada y escondida entre los funcionarios de allí. Y, ¡la madre que me
parió! Solo en ese momento noté lo lleno que estaba todo aquello.
— ¿Para cuál sector fuiste contratada? — Preguntó ella.
— ¡Mierda! ¿Será que debo responder a esas preguntas con tanta
facilidad? Sin embargo, no quise ser poco delicada con ella.
— Para la presidencia.
— Uau. Trabajas directamente con Steve Clifford. — Ella me miró
como si yo fuese muy afortunada y después empezó a mover las cosas
dentro de su plato, diciendo. — Me enteré de que el CEO estaba buscando a
una secretaria, pero, no pensé que encontraría tan rápidamente a alguien que
pudiese ponerse en el lugar de la sra. Johnson.
— A decir verdad, solo estoy substituyendo temporalmente a la sra.
Johnson, por dos meses.
— ¿Tú ya lo conoces?
— ¿A quién?
— ¿Quién va a ser? Pues claro que al CEO, Steve.
Analicé si podría charlar abiertamente con Catherine, teniendo en
cuenta que nos acabábamos de conocer. Decidí responder, pues, en otras
circunstancias, Catherine sería solamente una funcionara de buen corazón
ayudando a la novata para que no se sintiera tan aislada en el restaurante de
la empresa en su primer día de trabajo.
— Él fue el que me hizo la entrevista y también estuve por la
mañana en su piso.
— Personalmente es un pibón, ¿verdad? — Preguntó ella, pellizcando
con los dientes el pedazo de carne y sonriendo. — La primera vez que me
lo encontré en directo fue en el pasillo, casi tuve un ataque cardíaco. Claro,
todos parecen mucho más guapos en las páginas web de salsa rosa, pero no
me imaginaba que él lo fuese tanto en carne y hueso. ¡Y que estructura
ósea!
— ¿A qué te refieres con páginas de salsa rosa? — Indagué, curiosa,
tomando un trago del zumo de naranja que estaba en mi bandeja.
Ella me estudió con los ojos, preguntando, abismada.
— ¿No conocías a Steve Clifford?
Respondí con sinceridad:
— Conocía el nombre de la Clifford, hasta usé el app de la empresa
para moverme aquí en San Francisco cuando no tenía coche, pero nunca oí
su nombre siendo comentado por ahí. — Y, creo, Susan tampoco, ya que
nunca comentó el hecho de que fuera famoso.
— ¿En qué mundo vives? O mejor, ¿en qué Californias vives? Steve
está en casi todas las redes sociales.
Sonreí, explicando:
— Debe ser por eso. No suelo ver las redes sociales. ¿Pero de veras
que él es tan famoso?
— Famoso es una palabra muy fuerte. Yo diría que es una
subcelebridad de San Francisco y regiones californianas adyacentes. — Me
divertí con el último término. — Un empresario poderoso y solterón, que
frecuenta los eventos más prestigiosos y que atrae la atención de casi todas
las modelos americanas. — O sea, él está soltero. — A pesar de que Steve
parezca un playboy algo soso, es muy simpático con la gente de la empresa
y hasta hace acciones benéficas en varios hospitales, dos veces al año, todo
pagado con el propio dinero de la Clifford.
— ¿Un hombre casi perfecto?
— Ese es el punto. Casi perfecto. Dicen que es mega mujeriego, a pesar de
que no liga con las funcionarias de aquí que suspiran en las esquinas por él.
Fuentes confiables me afirmaron que la sra. Johnson a veces cogía llamadas
exasperadas de mujeres que no lo superaron.
— ¿Entonces es el clásico rompecorazones? — Pregunté,
divirtiéndome aún más con aquella charla.
Por lo visto, mi jefe es todo un conquistador.
— Rompiendo o no corazones, ten mucho cuidado con nuestro jefe,
Susan. Si yo, que trabajo dos pisos debajo de la presidencia, ya estoy
enamorada por esa pésima influencia, imagínate si estuviese cerquita,
sintiendo su perfume, escuchando su voz llamar ni nombre pidiéndome un
café.... — ella pensó en alto. — Ai, ¡me volvería loca!
Ella me arrancó más una vez una risa e imaginé que estaba jugando
con la situación.
Steve era realmente un hombre muy bonito, pero sentí que Catherine
estaba bromeando sobre lo de estar enamorada de él. Ya era suficientemente
mayorcita como para saber que, hasta para asuntos pasionales, se necesitaba
de algo más que belleza. Para personas como yo, era necesario que le
estimularan el alma. Debe ser por eso que me enamoré pocas veces en la
vida.
Nos quedamos allí, charlando no solo sobre Steve, sino también
sobre las normas de la empresa. De repente, me acordé de los avisos de
Susan, que no me alertó sobre lo de tener amistades profundas.
No me acuerdo de que me hubiera mencionado algo sobre los
colegas del trabajo.
Y parece que yo había acabado de conseguir una.
Horas más tarde…

Después del almuerzo, retorné a la secretaria de la presidencia y


envié un mensaje para Susan, avisando que, hasta el momento, todo estaba
en orden. No obstante, noté que la presidencia parecía abandonada por lo
silenciosa que estaba. Realmente, Steve no hacía mucho ruido cuando
estaba por allí, pero algo me decía que él todavía no había vuelto a su
oficina. Él me dijo que iba a salir y presumí que todavía estaba fuera.
Pasaron algunas horas y nada de él.

Sin embargo, no me quedé parada. Continué anotando los e-mails,


imprimiendo los documentos direccionados a Steve y organizándolos en
carpetas. Cuando llegase, yo llevaría todas esas informaciones a su sala.
Pero no volvió.
Un chico del sector de publicidad preguntó por él, pero dio media
vuelta cuando le expliqué que Steve todavía no había llegado.
Era ya casi fin de tarde y ninguna señal de él
Me acordé de Beatriz diciendo que el fin de expediente era a las
17h, lo que indicaba que faltaba muy poco.
De repente, mi móvil vibró momentáneamente en el bolsillo y
chequé si era algún mensaje de Susan. Me frustré en ese instante, pues no
era ella, y sí un número desconocido. Como de costumbre, abrí el mensaje
para ver si era alguna cosa importante y me sorprendí con el aviso:
“Hola, señorita Evans. Me tomé la libertad de coger su número con
Beatriz para avisarle que está libre. No voy a aparecer por la empresa, tuve
un imprevisto y me quedé toda la tarde atrapado en eso.
Mañana, trabajaré en mi piso. No se preocupe, aquí tengo un portátil
sincronizado con ese de la secretaria.
Solo necesito que traigas los documentos que imprimiste.”
¿Cómo sabe él lo que yo estaba imprimiendo? ¿Notó eso antes de
mi salida al almuerzo? ¿O será que él estaba acompañando lo que yo estaba
haciendo en mi portátil, a través de otro en su piso?
¡Ai, Dios mío! ¿Tendría que ir a su piso?
Seguí con la lectura del mensaje:
“¡Hasta mañana, señorita Evans! A continuación, te envío la
localización de mi piso residencial. Su entrada está liberada. Si tuvieses
alguna duda, comunícamela.”

Sé que la sra. Johnson me había explicado sobre su estilo de trabajo,


pero saber eso de él, que yo tendría que trabajar en su piso, me dejó un poco
ansiosa. Pues, aún por mensaje, una corriente extraña parecía estar presente
en mí todas las veces que él me dirigía la palabra.
CAPÍTULO 7

— ¡Ai, Dios mío, Julie! ¡Lo has conseguido! — Fue eso lo que oí de
Susan la noche anterior, cuando llegué en casa y nos encerramos dentro de
nuestra habitación. Me sorprendía el hecho de que ella hubiera creído que
alguna cosa no había salido bien, pues en mi cabeza solo existía una
hipótesis: no ser descubierta.
Si yo hubiese sido descubierta, ¡sería el fin! Tal vez yo hubiese sido
condenada a tener una ficha sucia en la policía por el resto de mi vida, lo
que consecuentemente solo empeora las cosas para mí. Si yo ya estaba con
dificultades para conseguir un empleo, imagina cómo sería con una ficha
sucia. Las personas nunca contratarían a una persona para cuidar de sus
hijos, sabiendo que ella usurpó el nombre de alguien. Cuando consiguiese
explicar que el nombre era el de mi hermana y que fue ella la que me dio la
idea, ellos optarían por alguien de índole aparentemente mejor.
Además, Susan me parecía tan confiada en convencerme a aceptar
hacer parte de ese plan absurdo, que tal vez ella estuviese solamente
centrada en convencerme de eso.
Pero aquí estaba yo nuevamente, en una mañana, después de hacer
mi higiene matinal para ir otra vez a trabajar. Terminé mi ayuno en la
cocina junto a mi madre, el abuelo Charlie y Susan, que aprovechó el
momento para contar la buena noticia sobre mi vida personal. “¡Julie ha
conseguido un empleo en un centro de atendimiento de telemarketing!”
Mi madre y el abuelo Charlie me preguntaron si era verdad, y yo
apenas asentí, pues, al final, necesitaba de una disculpa para librarme de sus
preguntas cuando notasen mis frecuentes salidas por la mañana usando
ropas formarles. Ellos se quedaron sorprendidos y muy contentos y aquello
me hizo ganar el día, aunque me dejase un poco preocupada por estar
envuelta en aquel lío en el que Susan nos metió.
Me tomé el café en sorbos grandes, cubriendo mi estómago con
huevos revueltos, y salí de casa llevando conmigo la carpeta amarilla de
documentos de la secretaría, que traje a casa en el día anterior.
Coloqué el GPS en la dirección que Steve me había enviado por
mensaje y me puse en marcha con mi bebé, que no arrancó a la primera en
aquella mañana, pero algunas intentonas después sí. Eso era lo que
importaba. Hacía ya algunos días que le costaba arrancar, pero, después de
insistir un poco, el motor siempre volvía a gruñir, señalando que estaba más
vivo que nunca.
Conduje hasta la avenida Harrison y paré enfrente a un gigante
edificio residencial. A pesar de mi inexistente experiencia con compras de
residencias en barrios nobles, aquella avenida era perfectamente conocido
por tener uno de los metros cuadrados más buscados por los millonarios de
San Francisco – lo que no era ninguna sorpresa, pues casi todos los pisos de
por allí deberían tener una vista privilegiada de Golden State – una de las
tarjetas postales más emblemáticas de la ciudad.
Me paré al lado del intercomunicador de la portaría y bajé la
ventanilla para explicar:
— Buenos días. Soy Susan. Mi jefe, Steve Clifford…
No hizo falta terminar la frase para que los portones se abriesen,
mientras la voz de al otro lado del intercomunicador respondía:
— Ya está liberada su entrada, señorita Susan. Tenga un buen día.
— Buen día para usted también.
Subí la ventanilla y aceleré hacia dentro de aquel espectáculo de
condominio. Solo con algunos segundos conduciendo por el garaje de
visitantes, noté que mis manos sudaban. ¡Mierda! Hace tiempo que me pasa
eso. – pensé, aparcando al lado de un arbusto muy bien podado. Solamente,
no pienses, Julie. No pienses, solamente eso. Yo repetía eso como si fuera
un mantra, pues, mientras más pensaba, más me ponía nerviosa, entonces
decidí ignorar mi nerviosismo surgido por el hecho de estar cerca de
ponerme delante de Steve, en su piso. Hasta ahora no he conseguido
descubrir el porqué de mis nervios cuando lo veía, tal vez fuese debido al
peso de mi conciencia por estar engañándolo. Susan diría que yo estaba
exagerando.
Cogí mi carpeta amarilla, arreglé la bolsa de tela en mi hombro,
tomé una buena bocanada de aire y cogí bravura para salir del coche.
Miré nuevamente su mensaje, pasando por un porche delantero y
siguiendo el camino que parecía llevar al área de los ascensores.
— 901. 901. 901. — Me repetía a mí misma para no olvidarme.
— Rápidamente encontré el ascensor y, por suerte, no esperé mucho
hasta que las puertas se abriesen.
Entré en la cabina con espejos y apreté el botón del noveno piso.
No tardó mucho tiempo hasta que las puertas se abriesen otra vez,
encontrándome delante de una recepción de aparadores, cuadros y jarrones.
Di algunos pasos hacia adelante, pareciéndome raro no encontrar un
pasillo de puertas, como en los pisos en que yo ya había entrado, no
obstante, andando un poco más, avisté un espacioso salón, que relucía con
la luz de sol que venía del enorme ventanal de vidrio que ocupaba casi toda
la extensión de la pared.
Miré alrededor, observando los muebles modernos que componían
el salón, desde una enorme piedra de mármol negro, que parecía ser una
chimenea eléctrica, hasta el lustre sobre mi cabeza, que parecía una
composición de piedras transparentes que brillaban delicadamente. Los
sofás tenían tonos beiges y las almohadas se alternaban en tonos más
oscuros.
¡Uau! ¡Este piso es bonito de narices!
—¿Srta. Evans?
—¡Mierda!
Mi corazón salto cuando oí a alguien llamándome por detrás. Giré
mi cuerpo rápidamente, dándome de cara con una señora de pelo castaño
claro y de trazos orientales.
—¡Qué susto! — Me llevé la mano al pecho.
— Perdón. Usted es Susan, ¿verdad? — Preguntó ella,
analizándome.
Tardé en reestablecerme, pero, nada más hacerlo, respondí:
— Sí. — Por lo menos, era quien yo decía que era desde ayer.
— Excelente. Yo soy Meryl. Soy la que gobierno este piso. Steve
me avisó de su llegada.
Me aclaré la garganta y ofrecí mi mano.
—¡Ah! Es um placer, Meryl.
Ella miró mi mano como si no le fuera común aquel gesto, pero la
apretó educadamente, diciendo:
— Steve está arriba con Lux y la niñera. En un rato bajará, pero,
mientras eso, usted se puede quedar en la encimera de la cocina, que es
donde la sra. Johnson solía quedarse. El portátil de la sra. Johnson también
se encuentra allá. Incluso, Steve arregló un escritorio aquí para ella, pero la
sra. Johnson no lo frecuentaba.
— Está bien. — Asentí. —¿Dónde está la cocina?
— Ah, claro. Se la mostraré. Acompáñeme.
Ella pasó a mi lado, mientras aprovechaba el momento para socavar
una información de Meryl:
—¿La sra. Johnson venía mucho por aquí para trabajar?
— Casi todos los días de la semana.
¿Eso significaba que tendría que venir aquí casi todos los días?
— Usted me parece joven. — Comentó ella caminando delante de
mí, sin girar su rostro para mirarme.
Sonreí sin convicción.
— Tengo 32 años.
—¿De verdad? Pareces más joven.
— Gracias. — Me aclaré la garganta. — Toda la culpa la tiene la
buena genética de mi familia. — Acrecenté, intentando dejar lo más natural
posible aquella charla.
En un rato llegamos a la amplia cocina, que daba a la visión de una
escalera caracol con placas de vidrio.
— Este es el portátil de la sra. Johnson.
— Gracias, Meryl.
Le agradecí, viendo el aparato encima de la encimera de mármol, y
me senté en el taburete alto, reposando la carpeta amarilla a mi lado.
— El cargador está en el armario, abajo. Ahora, tengo que volver al
jardín de invierno, estoy regando las plantas. Pero llámeme si necesita de
algo.
— Ok. Gracias, Meryl. — Le agradecí, de nuevo. — Creo que
puedo arreglármelas sola a partir de aquí.
Ella asintió, limpiando las manos en la falda larga, y después me
dejó sola.
Miré hacia los lados y me pregunté: —¿Qué hago ahora?
Decidí abrir el portátil de la sra. Johnson y echar un vistazo al e-
mail institucional. Noté que necesitaba imprimir otros documentos que
llegaron por la mañana para firmarlos Steve, pero noté que allí no había
impresora. Claro que no había. Era una cocina.
¡Oh, cielos! ¿Cómo voy a imprimir eso?
Estaba completamente equivocada al decir que podría arreglármelas
sola. Todavía había varias brechas en mi mente para realizar el trabajo de la
sra. Johnson. No obstante, decidí esperar a que Steve apareciera.
¡Y, madre mía! Lo mucho que tardó.
Tal vez hubiese olvidado de que yo estaba allí.
Sin embargo, después de algún tiempo, cuando estaba guardando los
documentos en carpetas, escuché los pasos atrás de mí. Casi
automáticamente, giré mi rostro para mirar por encima del hombro al
hombre descalzo, bajando la escalera, en un pantalón suelto gris y una
camisa blanca que marcaba los músculos de aquel hombre lindo. ¿No le
bastaba con ser muy rico, todavía tuvo la suerte de nacer tan guapetón? De
cierto que Dios tenía a sus favoritos.
Él me avistó mientras caminaba en mi dirección, pasó por mí y
rodeó el balón, diciendo un tanto preocupado:
— Perdón por la tardanza. Estaba con mi sobrina en su habitación,
con la niñera. Después tuve que tomar un baño.
— Está bien. — Asentí, mirando hacia el cesto de frutas al lado.
¡Mierda puta! No consigo mirarle a los ojos. Siempre lo mismo.
De reojo, vi sus manos posaren en su cintura y luego sentarse él en
un lugar opuesto al mío, en el balcón. Inclinó la cabeza hacia el lado, para
que mis ojos encontrasen los suyos.
— Buenas. — Saludó él con la mano, con una media sonrisa en los
labios.
Si antes estaba tímida, ahora mis mejillas estaban pegando fuego de una
manera ridícula.
¡Mierda! ¿Por qué estoy así? ¿Y si él malinterpreta mis gestos, creyendo
que estoy por él? Tenía que hacer algo.
Tragué en seco y sonreí, nerviosamente:
— Hola.
— Quería también pedirte perdón por lo de ayer, por haber
abandonado el escritorio sin avisarte que tardaría. Mi sobrina estaba con
fiebre y tuve que extender mi horario hasta el almuerzo.
— ¡Por Dios! ¿Ella está bien?
— Sí, sí. Ayer vino aquí el pediatra, pasó algunos medicamentos y
hoy ella ha despertado bastante mejor. Y ahora está con la niñera.
— Gracias a Dios.
Él deslizó el antebrazo por encima de la superficie del mármol del
balcón, continuando con los ojos fijos en los míos. Bajó el mirar azul
grisáceo para mis hombros y después resbaló un poco más abajo, y, en ese
exacto momento, no había ningún pensamiento lógico atravesando mi
mente.
— ¿Qué me trajiste en esa carpeta? — Y se aclaró la garganta,
trayéndome de vuelta a la realidad.
— Ah, los documentos de ayer que usted me pidió. — Respondí,
aprovechando para abrir la carpeta.
Pero no pareció que le hiciera mucho caso.
— ¿Estás con hambre?
— Comí antes de salir de casa.
— ¿Qué te parece la idea de actualizarme sobre los e-mails mientras
me preparo algo para comer?
¿Él se prepara su propio desayuno? Ahora sí que estoy sorprendida.
¿Su único defecto era ser mujeriego?
Pensándolo bien, ese ya era un defecto considerable para un
hombre.
Salí de nuevo de mis devaneos para informarle finalmente sobre los
e-mails, mientras él iba en dirección al armario. Al paso que él cocinaba, yo
comentaba, una por una, las informaciones que cogí en el día anterior.
Algunas veces, él tenía que parar lo que estaba haciendo para firmar un
papel, y otras, para autorizarme a agendar reuniones requeridas.
A pesar de sentirme orgullosa de mí misma y conseguir actualizarlo
sobre todo, tenía casi la certeza absoluta de que la sra. Johnson haría aquél
trabajo en la mitad de tiempo que necesité yo.
— ¿Usted tiene una impresora aquí? — Pregunté. — Todavía
faltan documentos para imprimir.
— Hay una en mi escritorio. Pero no necesitas hacer eso ahora,
tienes toda la tarde. — Dijo él desde el otro lado de la cocina.
— ¡Ok! — Respondí, relajando en mi asiento.
— ¿Qué te parece probar mis tortitas? — Me invitó él.
No tuve muchas opciones más allá que la de aceptar. Él me llamó
con un balanceo de la cabeza para juntarme a él en el balcón de formato de
isla en el medio de la cocina.
Me levanté y fui a su lado, cogiendo el tenedor que él me ofreció.
Metí el tenedor en la tortita suave del plato, mojándola en Maple
Syrup. Llevé el pedazo a la boca, saboreando lo mucho que aquel hombre
puede ser disparadamente mejor que yo en la cocina. ¡Caramba, está muy
buena! Tenía un sabor diferente de las tortitas que ya probara, pero estaba
divinamente muy sabrosa.
— ¿Entonces? — Preguntó.
— Está muy buena. ¿Qué es ese sabor que se siente al final?
— Es licor de amarula.
— ¿Eso tiene alcohol? — Pregunté, parando de masticar.
— No se preocupe, srta. Evans. Usted no se va a emborrachar con
una tortita.
Así lo espero. Ahora, lo que me sorprendió fue el hecho de que él
comiese cosas con alcohol en plena mañana. Pero, a decir verdad, a la gente
rica adoraba el licor.
Comí otro poco, solamente porque estaba muy buena. Me relajé,
preguntando.
— ¿Usted vive aquí, solo, con su sobrina?
— Tenemos la compañía de mis empleados durante el día, pero,
resumidamente, somos apenas nosotros dos.
— ¿Sus padres viven en San Francisco? — Pregunté, curiosa. Él me
había dicho que perdió a su hermana recientemente y se quedó con la
custodia de la sobrina, entonces, de repente, me puse curiosa sobre sus
padres. Ellos deberían de tener mucho orgullo del hijo.
— Ellos fallecieron hace algunos años.
¡Joder! ¿Por qué pregunté?
Pobrecito.
Tenía casi la certeza de que mi rostro expresaba mis pensamientos, por eso
él dijo rápidamente:
— Esto ocurrió hace mucho. Superé eso poco a poco con Romena,
la madre de Lux. Ella era mi única familia cuando nuestros padres murieron
y fue una especie de luz que me motivó a seguir adelante y por un buen
camino. — Él suspiró, como si se acordase de algo. — Mi hermana fue una
chica dulce, amable y una buena madre cuando tuvo la oportunidad de
cuidar de Lux. Lo que más me ha afectado en estos últimos días fue su
pérdida.
— Y ahora Lux es su luz. — Aquellas palabras se escaparon entre
mis labios, concluyendo.
— Eso. — Estando de acuerdo, encarándome.
— Lo siento mucho. Y siento mucho también preguntar.
— No hay de que disculparse. — Él miró hacia mi plato,
envalentándome a comer más. — Continúe comiendo. Si se enfría, pierde el
50% del sabor. — Y fue lo que hice, intentando aliviar los efectos que mi
pregunta habrá provocado, aunque él intentase disfrazarlo.
Debería ser horrible perder los padres. Y, después, la hermana.
No conseguía mensurar el tamaño del dolor que Steve sintió.

Yo, por otro lado, nunca tuve un padre presente, pero mi madre y
mis abuelos, cuando mi abuela aún estaba viva, estaban presentes por mí y
por Susan. A pesar de que tuviésemos una vida apretada, siempre me sentía
fabulosamente bendecida sobre la protección de ellos. No imaginaba una
vida diferente, mucho menos con una pérdida tan estructural como la de él.
En un momento de descuido, dejé escurrir el Maple hacia mi mano,
bajando al puño. Rápidamente, Steve cogió un pañuelo de encima del
balcón y limpió la suciedad de mi mano y puño. Él parecía tan concentrado
en hacer aquello, que me quedé retenida en los detalles de su rostro – tan
próximo al mío.
Sus ojos se irguieron, compenetrándome, como si él pudiese agitar
cada molécula de mi cuerpo mientras yo sentía que había desaprendido a
respirar. Bajó la mirada hacia mi boca, apretando los labios de forma sexy.
Solamente cuando él se apartó un poco, mis pulmones soltaron el aire,
sintiendo un alivio inquietante.
Él golpeó levemente la mano en el balcón de al lado, haciendo un
gesto como si estuviese descontento con algo, cambiando completamente el
tono de la charla:
— A pesar de que a la sra. Johnson le gustase trabajar en esta
cocina, usted puede trabajar en el escritorio de ella en este piso. Allí hay
una impresora, así no tendrás la necesidad de quedarte merodeando por las
esquinas de la casa, buscando donde imprimir las cosas. — Él pareció
haberse quede más pragmático en cuestión de segundos.
¿Qué bicho le habrá mordido?
Hasta podría imaginarlo, aunque sería mejor ni imaginar lo que
podría haber sido. Él era mi jefe y yo no estaba ni con un poco de ganas de
tornarme su juguete en esos dos meses. ¡No tenía ningún interés en eso!
Entonces decidí responderle con el mismo pragmatismo:
— ¿Dónde está ese escritorio?
— En este mismo piso, al final del pasillo. — Él se pasó la mano
por el pelo y ahora era él el que no me miraba a los ojos.
— Ok. Voy a coger esas cosas y me voy para allá. ¿En qué horario
puedo consultarlo?
— Mándeme un mensaje.
¿Mensaje?
— Ok. — Asentí con naturalidad. A pesar de parecerme un poco
artificial, decidí no refutar su orden. — Estoy yendo hacia el escritorio de la
sra. Johnson.
En aquel momento, oí una voz femenina aproximándose por detrás
de mí:
— Es hora del segundo biberón de Lux.
La mujer rubia, muy bonita, trajo consigo al bebé en los brazos.
Cuando los ojos de Lux se cruzaron con los míos, ella esbozó una sonrisa
muy acogedora, dejando visible dos dientecillos graciosos, que se quedaron
registrados en mi memoria. Para mí, no había nada más encantador que una
sonrisa de aquellas. Eso tenía el poder de mejorar hasta el peor de mis días.
Ellos entraron en la cocina, pasaron por mí y, antes de que la niñera
atravesase la cocina en busca de algo, Lux aplaudió, echando su cuerpecito
en mi dirección. Ella extendió los brazos gorduchos, como si quisiese mi
regazo.
— ¡Eh, pequeñaja! ¿Quieres irte con ella? — La rubia que la
sujetaba preguntó, mientras Lux gruñía en mi dirección.

Me tomé la libertad de coger a Lux en mis brazos.


— ¡Ei, princesa! ¿Te acuerdas de mí?
— Nhém Nhém... — Ella balbuceó con una sonrisa abierta en el
rostro y me envolvió con sus bracitos en un abrazo apretado.
— Parece que mi sobrina tiene una buena memoria. — Comentó
Steve a mi lado.
— ¿Ellas ya se conocían? — Preguntó la rubia. La sonrisa de Lux
aumentó. — Por lo que parece, estoy con celos.
— Bárbara, esa es Susan, la substituta de la sra. Johnson mientras
esté fuera.
— ¡Ah, sí! — Exclamó ella, agria. Pero no le di bola. — ¡Es un
placer, Susan!
— ¡El placer es mío! — Respondí, acurrucando a Lux en mis brazos.
— Bárbara, el biberón de Lux está en la nevera. — Pareció
acordarse Steve.
— Ok, voy a calentarlo. — Respondió ella un poco sin ganas.
Después de eso, Steve vino en mi dirección y cogió a Lux
delicadamente de mi regazo, diciendo:
— Vamos a dejar a la srta. Evans trabajar, calvita. — Lux enterró la
boca en el hombro del tío, que parecía haber mejorado mucho en lo de
coger a un bebé en los últimos días. O, talvez, en aquel día de la entrevista
él solo estuviese nervioso con el llanto de Lux. Pero eso no era cosa mía, yo
tenía que trabajar en aquel momento.
Me aclaré la voz y afirmé:
— Bien recordado. Me voy al el escritorio ahora.
— En un rato Meryl te estará llevando el almuerzo.
— ¡Ok!
Él me miró como si estuviese luchando contra algo, pero llevé en
cuenta apenas sus palabras. Pareció querer mantener una cierta distancia y
eso era perfectamente normal.
Como le dije en el día anterior, yo no era la señora Johnson.
Y, probablemente, pasado un mes después de que ella recuperase su
puesto, él se habrá olvidado hasta de mi nombre. O, es decir, el nombre de
mi hermana. Él probablemente nunca conocerá el mío.
Eso espero.
CAPÍTULO 8

Dos días después

Joder. Tengo que mantenerme distante de ella.


Tres días se habían pasado después de que Susan empezara a
trabajar para mí y yo estaba haciendo un esfuerzo enorme para alejarme de
ella, en la medida de lo posible. La atracción que yo tenía por ella era más
fuerte de lo que pensaba, entonces creí mejor dejarla en un lugar seguro,
lejos de mi deseo por ella. No quería ni imaginar el problema que causaría
si me envolviese con una de mis funcionarias, a pesar de que ella tuviese los
días contados en mi empresa
Además, Susan no merecía a un hombre como yo. Pese a que ella no
me pareciese ser una mujer que se envuelve fácilmente, tampoco me
parecía el tipo de mujer adepta a mi estilo de vida: en el que la
responsabilidad del pos-follar eran intolerables.
Ella aparentaba ser una mujer dulce y sensible, que se envolvía con
hombres en busca de relaciones serias. Pero yo no era así. Era muy joven
para sujetar a alguien.
Me admiraba el hecho de que una sola mujer me causase tantas
reflexiones en tan poco tiempo, pero yo no estaba acostumbrado a eso. Tal
vez eso sucediese debido a su boca tan apetecible, que ella fisgaba con los
dientes todas las veces que se avergonzaba. Oh, mierda. Aquello me
excitaba mucho.
— ¡Hola! — Cogí la llamada de Mark, mi socio de negocios y
amigo de la infancia. Su familia era propietaria de una importante empresa
en el ramo de desenvolvimiento de softwares, la Miller Techonology.
Confieso que la convivencia con su familia en mi adolescencia me
incentivó a tomar el camino del emprendimiento digital y,
consecuentemente, desde entonces, Mark, además de ser mi mejor amigo,
se tornó también el puente entre la Miller y mi empresa.
— ¿Ocupado? — Preguntó él, desde el otro lado de la línea.
— Un poco. — Respondí, colocando a Lux nuevamente dentro de la
cuna, mientras Bárbara calentaba el agua del baño de la bebé. — Pero
puedes decir lo que tengas para contarme. Te escucho.
— Tengo un compromiso para los dos esta tarde. Un yate lleno de
mujeres muy buenas y whiskey de los buenos…
— No estoy con la cabeza para esa juerga, Mark.
— Espera, espera. ¿Steve Clifford rechazando una juerga? —
Ironizó él. — La madre que me parió. ¿Qué bicho te ha mordido, hermano?
— Estoy cansado.
— ¿Ah, cansado? De verdad que te estás volviendo un blando.
— Experimenta quedarte la noche entera rondando la casa con una
niña en el brazo que no duerme, para que sientas lo que es ser un blando.
— Pensé que fueses un hombre indomable. Pero parece que
finalmente hay una mujer que está consiguiendo hacer lo que a ella le dé en
gana. — Dijo él divirtiéndose, como si eso fuera gracioso.
— Literalmente. Últimamente no tengo más tiempo que el que
pueda dar para lo esencial.
— Ok, pero no es solo juerga. ¿Te acuerdas de los gemelos italianos
desenvolvedores de aquella red social que está encantando a la gente?
— Sí.
En la semana anterior, mostré interés en comprar su aplicativo por
medio billón de dólares, no obstante, todavía tenían dudas en cerrar el
negocio.
— Ellos aceptaron mi invitación para la fiesta en alta mar. Y, además,
preguntaron sobre ti.
Mark sabía muy bien lo que aquello podía significar. Si de verdad
ellos estuviesen decidiéndose y preguntaron mí, yo tenía una gran
oportunidad de cerrar ese negocio todavía hoy, con apenas una
conversación persuasiva más. Y si todo salía bien, en el futuro ese negocio
podría rendirme ganancias de algunos billones a más en la bolsa de valores,
aumentando significativamente mi patrimonio, lo que me hizo cambiar de
idea inmediatamente.
— Puedes contar conmigo.
Escuché a Mark reírse.
— Trae contigo, también, a la sra. Johnson. Si ellos ceden, ella
necesitará coger algunas cosas.
— La sra. Johnson está de permiso. Creo que puedo llevar a mi
nueva secretaria.
— Excelente, hermano. Hasta luego.
— Hasta luego.
CAPÍTULO 9

Después del almuerzo, a penas me restó el aburrimiento dentro del


escritorio en aquel piso. Yo ya había adelantado todas las tareas por la
mañana, incluso avisar a Steve por mensaje sobre las llamadas que él
mismo debería hacer. Y, ahora, no me quedaba nada por hacer, a no ser
quedarme mirando a la pantalla del ordenador.
¿Qué tal ver un vídeo en YouTube?
Una voz en mi cabeza me dijo que no sería lo correcto. Pero, aun
así, me arriesgué, pues mi aburrimiento ya estaba pasando de los límites.
Ojalá que ese ordenador esté solamente vinculado al de la secretaría
y no al de él.
Cuando cargué la página inicial del YouTube, la puerta de atrás de
mí se abrió bruscamente, haciéndome bajar inmediatamente el volumen del
portátil.
¡Mierda!
— Necesitamos salir ahora. — Escuché la voz de Steve decir.
Le miré por encima del hombro y él preguntó:
— ¿Qué pasa? ¿Ha sucedido alguna cosa?
— No, nada. — Sonreí nerviosa después de que casi me pillara.
— ¿Por qué tus ojos están tan abiertos? — Preguntó él.
Parpadeé repetidamente.
— ¿Están abiertos? Debe ser la luz. Mis ojos son muy sensibles.
Él me estudió por algunos segundos y volvió a decirme:
— Voy a salir. Necesito que me acompañes.
— ¿Ahora?
— Sí, en este momento.
— Está bien. — De todas formas, yo no tenía nada que hacer. Pero
confieso que me quedé sorprendida con su pedido, ya que pensé que él
estaba manteniendo una cierta distancia de mí.
Pero ahora, incluso, me estaba invitando a salir.
Me levanté en seguida, cogiendo rápidamente un boli y un bloc de
notas, y le acompañé por el piso hasta el ascensor.
Cuando salimos de la cabina y llegamos al garaje, pregunté.
— ¿A dónde vamos?
Él colocó sus gafas de sol y respondió.
— A una fiesta.
— ¿A una fiesta? — Indagué, confusa, parando en frente a un
Ferrari blanco. — ¡La virgen! ¡Qué cochazo!
— Tengo que encerrar un negocio hoy.
¿Pero en una fiesta? ¿No había un lugar más apropiado para ese tipo
de evento? ¿Y qué tipo de fiesta es esa en plena tarde de un viernes? Las
personas todavía trabajaban en ese horario. Pero, ok. También no voy a
cuestionarlo sobre eso.
Como dice el abuelo Charlie: manda quien puede, obedecen los
sensatos.
Es verdad que no fui muy sensata en los últimos días, pero quería
mantener este empleo, al menos por el tiempo necesario.
Steve abrió la puerta del coche para mí y entré sin ceremonias,
sentado en el banco de cuero beige. Como imaginé: apenas dos asientos.
Pero con un motor implacable, sin duda. Ya oí hablar sobre la
impresionante potencia de ese coche en programas televisivos sobre
automóviles.
Además, yo era pobre, pero no desinformada.
Mi jefe dio la vuelta al coche, entrando por otra puerta lateral del
vehículo, y se sentó a mi lado. Con su aproximación, su perfume se sintió
más fuerte, una esencia amaderada que invadió mis narinas, inebriando
todos mis sentidos.
Steve arrancó y salimos por las calles ensoleradas de San Francisco.
Había un silencio ensordecedor entre nosotros, cuando decidí
ponerle un final a eso:
— ¿Me puedes contar un poco sobre ese negocio?
Él me miró momentáneamente, tal vez sorprendido con mi actitud
de darle final a la monotonía instalada en aquel coche. Él ni siquiera puso
alguna música para que pudiésemos distraernos. Podríamos, al menos,
charlar sobre trabajo.
Él volvió a encarar la calle que estaba delante y dijo:
— Es un intento de compra de una red social. Estoy dispuesto a
pagar medio billón de dólares, pero los desenvolvedores todavía están un
poco reacios.
— ¿Medio billón de dólares? — Balbuceé con la boca muy abierta.
¡Eso es mucho dinero! — Estás apostando alto.
— Estoy apostando alto pues sé que el retorno en los próximos años
va a ser, mínimo, del 80%, srta. Evans. — Él respondió con un tono
confiado, como si no tuviese dudas sobre lo que creía.
— ¿Por qué quieres tanto comprar una red social? Es decir, ya tienes
una empresa de coches por aplicativo. — Hice una pausa, pensando alto. —
¿Por qué más?
— Porque soy un adicto a los números, Susan. Cuantas más riquezas
muevo, consecuentemente a más personas empleo y más mi censo de
responsabilidad social sube.
— Resumiendo, más rico te pones. — Solté, casi instantáneamente.
— También. No soy hipócrita, me gusta mi condición. Y le doy aún
más importancia, pues fui yo el que me coloqué en esa condición. Pero no
es apenas dinero. Yo me levanto todos los días y la primera cosa que me
viene a la mente es trabajar. No de una forma mala, sino agradable. —
Reflexionó él.
Después de algunos segundos en silencio, él preguntó:
— ¿Y tú, Susan? ¿Te gusta lo que haces?
— De vez en cuando. — Respondí, arrancándole una risa sonora
con mi sinceridad.
Su risa se disipó y él me preguntó otra vez:
— Pero si tuvieses apenas el mañana, ¿habrías hecho lo que te hace
feliz?
— Personas como yo están más preocupadas en pagar las cuentas.
Tener felicidad es un bonus. Pero puedo decir que, mientras trabajé, fui
feliz. — Confesé, recordando todas las veces que sonreí con los niños que
cuidé y con sus abrazos apretados cuando me despedía. No era muy difícil
ser niñera.
— Me hace feliz oír eso, srta. Evans.
Pensé un poco más y pregunté, mirándole conducir:
— ¿Y si, de repente, te despiertas en una mañana y te das cuentas de
que ya no te gusta lo que haces?
Él pareció pensárselo un poco.
Y respondió:
— Esperaría algunas semanas hasta tener la certeza de que eso no
fuese simplemente una mala fase.
— ¿Y después? — Indagué, curiosa.
Él suspiró y pareció ser sincero al confesar.
— Después buscaría lo me haría feliz, otra vez.
Para mi realidad, eso era una utopía. Pero me gustó ver como él
tenía confianza en sus propias convicciones.
— La vida es muy corta para no hacer lo que nos gusta. Si no hay un
propósito en aquello que haces, habrás vivido en vano.
— ¡Bellas palabras! Pero, como dije, personas como yo trabajan
solamente para pagar las cuentas. No tenemos salida.
— Para todo existe una salida. Basta mirar con atención.
Él paró el coche en un semáforo en rojo y me quedé allí
reflexionando sobre las cosas que me dijo. ¡Que tontería! Eso en la práctica
solo se aplica a la gente rica como él. En lo que tengo que centrarme es en
pagar las deudas atrasadas, eso sí era urgente. Susan tenía razón. Sin el
dinero del alquiler, sin casa para vivir. Yo, lo que de verdad deseo es vivir
con dignidad y poder ayudar a alguien con lo poco que tengo. Consiguiendo
eso, tendré la felicidad de una vida tranquila. Es lo que más deseo
actualmente.
Él me dio una rápida ojeada antes de que el semáforo se pusiese en
verde, haciéndome sonrojar un poco, a pesar de que no podía ver la
intensidad de sus ojos por detrás de aquellas lentes oscuras.
Steve condujo el resto del trayecto en silencio y, cuando me di
cuenta, paramos cerca del muelle de la bahía de San Francisco, pregunté:
— ¿La fiesta es cerca de aquí?
— Sí, en alta mar, en un yate.
— Ah, sí. Claro. En un yate. — Sonreí, levantando las cejas.
Fingiendo que no era ninguna novedad para mí.
Miré a mis ropas serias, imaginando que yo no estaba nada
apropiada para una fiesta en un yate. O eso desconfiaba.
Analicé la ropa de Steve, pantalones vaqueros y camiseta azul. No
parecía tan serio como yo, pero también no estaba de la manera como me
imaginaba adecuada para una fiesta en alta mar.
Él estacionó al lado de dos coches de lujo y salimos del vehículo,
siendo abordados por dos hombres de chalecos blancos.
— Sr. Steve, por aquí. La embarcación del sr. Mark está allí cerca.
— Uno de los hombres habló con cierta intimidad con Steve, como si la
presencia de él fuese frecuente en ese tipo de eventos.
Seguimos al hombre más alto por la plataforma fija en estacas, que
llevaba al pasillo de embarcaciones de lujo. ¡Madre mía! Todos los barcos
eran muy bonitos.
— ¿Cómo está el movimiento hoy? — Preguntó Steve al hombre
que caminaba en nuestra frente.
— Relativamente tranquilo, señor. Solo faltaba usted para zarpar. —
El hombre paró en la lateral de un enorme barco de terrazas espaciosas, que
parecía más animado que el de los otros. Él nos asintió, diciendo por fin: —
Buen paseo, señores.
— ¡Gracias, Sam!
— ¡Gracias! — Respondí también, enseñando una sonrisa gentil.
— Srta. Evans... — Steve llamó mi atención, ofreciendo su mano
para que yo pudiese colocar mi pie en seguridad dentro de aquel barco.
Acepté su ayuda y di un paso al frente en la superficie, que balanceaba
ligeramente. Aunque aquella misión fuese aparentemente simple, me mareé
al mirar a la brecha entre el muelle y el barco, desequilibrándome hacia
adelante. Por suerte, Steve dio rápidamente un paso atrás, estabilizando mi
cuerpo contra el de él, haciéndome sentir cada contorno de su cuerpo detrás
del mío. Sonrojé violentamente y agradecí por el hecho de no estar él en mi
frente.
— ¿Todo bien? — Preguntó él.
— Ahá. Fue apenas un descuido. — Sonreí, forzadamente,
presionando el bloc de notas contra mi pecho.
Él se puso a mi lado y dijo, mirando alrededor.
— Manténgase cerca de mí y lejos de la proa y de las laterales del
barco.
Por alguna razón, desconfiaba que él ya se había percatado de mi
falta de coordinación motora.
— ¿Qué es proa? — Pregunté, acompañando sus pasos.
— ¿Ya has visto Titanic?
— Sí.
— Es la parte em que Jack enseña Rose a volar.
— ¿Volar? Estás de coña. Esa parte no existe en la película.
— Claro que existe. Es aquella parte en que ellos abren los brazos
contra el viento.
Identifiqué la escena en mi memoria y sonreí cuando él abrió los
brazos, intentando probar que tenía razón.
Mi sonrisa fue la confirmación de que él me convenció de que
aquella escena realmente existía.
Él bajó los brazos, mirando alrededor.
— Ahora tenemos que irnos, el negocio nos espera. — Él cogió mi
mano y mi corazón paró de latir por algunos instantes, apenas me sentí
guiada por los movimientos de mis piernas.
Volví a la realidad cuando la música electrónica se puso más alta y
algunas mujeres de trajes de baño y biquinis pasaron por nosotros
exhibiendo sus cuerpos esculturales. También había hombres que
caminaban sin camisa por la plataforma, solo con pantalones o bermudas, y
la mayoría de ellos con una botella de cerveza en la mano.
Aquél parecía ser el verdadero paraíso para los jóvenes ricos de San
Francisco e Steve parecía conocer a casi todos ellos.
Entramos en la parte de la cubierta, donde el sonido parecía más
condensando, yendo de encuentro a un hombre de pelo castaño y sonriente.
Esa fue la primera vez que Steve soltó mi mano y lo saludó con un abrazo
apretado.
— ¿Qué pasa, hermano? Pensé que nunca te fuese a ver en una
fiesta mía otra vez. — El hombre alto y de pelo castaño dijo.
— Estoy apenas reservando un tiempo, colega. ¿Cómo estás? —
Steve retrocedió un paso.
— Muy bien, como puedes ver. — Él respondió, arrancando una
sonrisa de Steve. — ¿Quién es la chica? — El amigo de Steve preguntó,
con los ojos en mí.
— Esta es Susan. Se quedará conmigo dos meses hasta que la sra.
Johnson vuelva.
— Es un gran placer, Susan. Mi nombre es Mark. — Me saludó
respetosamente, apretando mi mano.
— Igualmente, Mark.
Él se giró hacia Steve, mientras yo sentía el barco moverse por
primera vez, de modo más brusco.
— Los italianos ya están aquí. ¿Quieres hablar con ellos?
— No tengo tiempo para ceremonias, Mark. ¿Dónde están?
— Como imaginaba. Están en el piso de arriba.
— Genial. Voy a hablar con ellos. — Steve se giró hacia mí y dijo:
— ¿Vamos, Susan?
Me quedé un poco perdida, pero rápidamente me puse de acuerdo:
— ¡Claro!
Steve se despidió de Mark y siguió el camino lateral del barco, que
daba acceso a una escalera de peldaños largos. Steve cogió mi mano
nuevamente y subimos dos peldaños hasta el piso de arriba, donde hacía
mucho viento.
A pesar de nunca haber visto a los gemelos, no me fue difícil
deducir quienes eran ellos en medio de las personas de allí. Cuando Steve
caminó hacia ellos, mi hipótesis se confirmó.
— ¡Buon pomeriggio! — Steve lo saludó en un italiano
aparentemente bueno.
— ¡Buon pomeriggio! ¡Buon pomeriggio! — Uno de ellos saludó
calorosamente.
¡Caramba! Son gemelos idénticos. Y, además, también tenían mucha
presencia y elegancia, como los hombres europeos. La única cosa en que se
diferenciaban era en sus ropas: uno usaba una camiseta roja y el otro una
blanca.
Después de los saludos, Steve me presentó como su secretaria y el
italiano de rojo besó mi mano, mirándome a os ojos y llamándome de “bella
ragazza”. Pareció un cumplido seguido de una palabrota. Yo no sabía muy
bien lo que significaba, pero creí que, por la forma en que lo pronunció, no
debería ser un palabrón.
— ¡Gracias! ¡Gracias!
Miré hacia el lado y tuve la sensación de que Steve hizo una mueca
al observar al hombre llamándome de “Bela Ragazza”.
¡Ah, por Dios! ¿No será de verdad una palabrota?
En cuestión de segundos, la mueca se transmutó en una media
sonrisa, nuevamente. Él respiró hondo y volvió a hablar con aquellos
hombres en nuestro idioma, siempre con una expresión amigable clavada en
la cara. Yo no necesitaba conocerlo desde hace mucho tiempo para saber
que él estaba forzando la gentileza y dando su mejor para convencerlos a
cerrar el trato.
Nos sentamos todos alrededor de la mesa de por allí e Steve
continuó la conversación, mientras el gemelo de rojo me lanzaba unas
miradas un poco más largas.
— Susan, anota el contacto de la secretaria de ellos.
— Ok. — Abrí el bloc de notas e hice lo que Steve me pedía.
Yo tendría aún más trabajo cuando ellos cerrasen el trato con Steve
y me diesen las informaciones que necesitaba: como el horario de las
reuniones, números de los móviles, entre otras informaciones que Steve me
mandase anotar y organizar en su agenda.

Después de una charla extensa, mi jefe preguntó.


— ¿Trato hecho?
El italiano galán, cuyo nombre correspondía a Rocco, dijo:
— Negocio...casi hecho. — ¡Uh! Eso debía de haber dejado
cabreado a Steve. ¿Qué tal dejar esa parte para el final de la fiesta? Aún
podemos aprovechar mucho el paseo y, al final, podemos darle nuestra
respuesta. Prometo que valdrá la pena.
— Claro. — Se vio obligado Steve a estar de acuerdo.
— Mientras eso, ¿puedo invitar a la señorita Susan para una vuelta
por el barco? — Preguntó Rocco.
— No. — Disparó Steve, claramente.
Rocco parpadeó, como si no lo entendiese.
Y confieso que ni yo lo entendí.
Steve sacudió la cabeza y se corrigió:
— ¡Mierda! ¿Qué respondo?
A pesar de ser un hombre bello, Rocco me pareció visiblemente
interesado. Y digamos que no estoy en condiciones de ligar con nadie,
principalmente por el hecho de estar en expediente de trabajo.
No obstante, sentía una leve presión por querer ayudar a concretizar
el negocio de Steve. ¿Rocco se disgustaría si yo recusara?
— Es solo una vuelta, señorita Susan. Se lo garantizo.
— Siendo así... — Miré hacia Steve, que frunció los labios,
metiendo las manos en los bolsillos. — ¡Yo acepto!
— ¡Meraviglia! — Él se levantó y me ofreció su brazo. No tuve la
valentía de mirar a Steve otra vez, entonces apenas me levanté y seguí con
Rocco hacia el piso de abajo.
Sin duda, Rocco era un hombre envolvente. Sacaba temas con tanta
facilidad, que acabé contándole pequeñas travesuras de la infancia.
Simplemente, no vi la hora pasar.
Él me contó que estaba de paso por San Francisco y que estaba
encantado con “mi belleza”.
Cuando llegamos a la parte de atrás del barco, él apartó una mecha
de mi pelo hacia el lado y acarició mi mejilla.
— Tan suave. — Susurró él. — Sus labios son muy bonitos. —
Continuó comentando, muy cerca de mi boca.
— ¿De veras que lo son? — Tragué en seco, paralizada.
— ¡Mucho! — Pareció decir, por fin, cerrando los ojos y viniendo al
encuentro de mi boca. Antes de que pudiese alejarlo o dar un paso hacia
atrás, la voz impetuosa que estaba atrás de nosotros nos interrumpió:
— ¡Susan, tenemos que irnos!
Vi a Steve parado al lado de la pared, con una expresión nada gentil
en el rostro.
Yo no sabía si le agradecía o me quedaba con miedo por la forma en
que él miraba a Rocco.
— ¡Es-está bien! — Aproveché el momento para salir de enfrente de
Rocco y volver al lado de mi jefe.
— ¿Cómo que ya os vais, Steve? — Estamos en alta mar. —
Retrucó Rocco con aquel acento melodioso.
— Ya avisé a Mark que tengo que volver con la srta. Evans. En un
rato estaremos en el muelle nuevamente.
— ¡Dios mío! ¿Y nuestro contrato? Supongo que aun estés
interesado.
— Si quieres cerrar conmigo, mándame un e-mail, Rocco. No puedo
perder el tiempo así como así. ¿Vamos, Susan?
Parpadeé, recelosa por estar él siendo tan orgulloso con Rocco, pero
acepté salir de allí.
Él cogió mi mano y salió arrastrándome por la lateral del barco.
Cuando estábamos lo suficientemente lejos de Rocco, me pronuncié.
— ¿Has enloquecido? Si lo tratas de esa forma, perderás la
oportunidad de cerrar el negocio.
— ¡Que se joda esa compra! Si él está pensando que puede ligar con
mis funcionarias de esa forma, prefiero que se meta esa red social por el
culo.
Me asusté por la forma en la que él habló.
— Él no iba a besarme. No necesitabas defenderme, yo ya iba a
alejarlo. Estoy segura de que él lo entendería…
Él paró e inspiró profundamente, diciendo con los dientes en
choque:
— Ese desgraciado es casado.
Ahora fui yo la que respiró profundamente.
¿Casado?
Por eso la indignación de Steve, claramente.
Susurré, pausadamente:
— ¡Que cabrón! — Y complete, acordándome: — ¿Y aun quería
besarme?
— Tú no tienes la culpa de eso, Susan. Yo debería haberlo
desenmascarado allá arriba. Pero no estaba seguro de que él llegaría hasta
ese punto.
Respiré profundamente una vez más, intentando calmar mis nervios.
— Tú tampoco tienes la culpa de nada. Fui yo la tonta por aceptar
dar una vuelta con él.
— Estamos a camino del muelle. En un rato estaremos en tierra
firme y podremos olvidar lo que ha ocurrido, ¿ok?
Por primera vez, me tranquilicé por estar mirando dentro de sus
ojos. Aunque mi sangre se calentase con eso.
Steve no se alejó de mí ni por un segundo hasta tocar tierra firme
con nuestros pies, como prometido. Pero, al mismo tiempo, me sentí
estúpidamente idiota por haber dado cuerda a un hombre de tan mal
carácter como Rocco.
CAPÍTULO 10

Algunas horas después

Permanecí taciturna en el asiento de copiloto durante casi todo el


trayecto de vuelta. El cielo ya había conseguido una tonalidad anaranjada,
anunciando el llegar de la noche. Steve pareció respetar el silencio y
condujo sin decir una sola palabra. No obstante, de vez en cuando, él
miraba hacia el lado rápidamente, casi al mismo tiempo en que yo hacía lo
mismo, como si nuestras miradas se llamasen, atraídos como un imán.
— ¿Dónde has aparcado el coche? — Preguntó él mientras conducía
por el garaje de su piso.
— En las últimas plazas de visitantes a la izquierda.
Yo podría perfectamente bajar allí mismo, pero él pareció decidido a
llevarme hasta mi coche, ya que aquel estacionamiento era enorme, tanto
que siempre demandaba andar mucho hasta llegar a los ascensores.
— ¿Tu coche es ese Ford? — Preguntó él, cuando estábamos cerca
de las últimas plazas, refiriéndose al modelo de coche popular más actual.
— El próximo. Ese verde musgo. — Dije, apuntando hacia mi
Dodge Caravan 2000. Él no dijo nada, solamente frenó casi enfrente a mi
vehículo, pareciendo analizar cada pieza visible de mi automóvil,
principalmente las ruedas desgastadas.
— Es un...
Interrumpí antes de cualquier comentario suyo:

— No digas nada o te detestaré para siempre.


— Iba a decir que es un coche espirituoso.
— ¿Espirituoso?
— Un clásico, tal vez.
— ¿Estás buscando una manera de elogiar un coche viejo y sin
perspectiva de un futuro lejano?
Él me miró seriamente, confesando:
— Lo estoy. — Reímos desatadamente.
A propósito, que risa sexy. Todo en aquel hombre exhalaba
sensualidad y belleza, pero había algo más, como si eso no fuese suficiente
para dejar a una mujer suspirando por él.
Su risa disminuyó, hasta cesar por completo, mientras que su mirada
se ponía más intensa. En ese momento, sentí mi cuerpo febril.
¡Oh, Julie! ¡Contrólate!
— Creo que me piro. Hasta mañana. — Dije, desabrochándome el
cinturón y alcanzando la puerta.
— ¡Espera! — Él se adelantó, quemando mi brazo con el toque de
su mano de dedos largos.
— ¿El qué?
Él presionó mis labios con aquel tipo de mirada que parecía estar
luchando contra algo. Mi corazón latió más rápido, teniendo la sensación
que él me fuese a decir algo que me dejaría confusa, no obstante, también
pareció desistir a mitad de camino. Y dijo, con la misma seriedad con la que
en los últimos días me acostumbré:
— Quería recordarte que mañana no necesitas venir a mi piso, nos
vemos en la oficina el lunes. No tengo la costumbre de trabajar con mis
funcionarios los fines de semana:
Tragué en seco, pero me activé:
— Ok.
— Srta. Evans, perdóneme la intromisión, ¿pero tiene usted novio?
— No.
Mordí la piel del labio inferior, indagando:
— ¿Por qué la pregunta?
El aire se enrareció en aquel lugar tan reducido, dándome la perfecta
visión de sus escureciéndose por lo que tenía para decir:
— Quería confesar, entonces, que me siento excesivamente atraído
por usted.
Sus palabras anestesiaron mi cuerpo y mente por algunos instantes,
mientras él me encaraba firmemente.
Pero reuní un poco de confianza para preguntar:
— ¿Eso es un problema?
— No, no necesita serlo. Pero temo que este deseo por usted no
pase. Son dos meses a su lado. — Aquello sonó como una lástima o un
martirio, no sé muy bien cual quiso él expresar.
— ¿Es tan difícil de controlar?
— Todo depende usted. ¿Siente también esa atracción?
Más de lo que yo quería sentir.

No le respondí, apenas mordí el labio con fuerza, intentando


raciocinar bien. Yo no podía simplemente ser sincera sobre mis deseos,
había otras cosas para pensarse. Como, por ejemplo, el segundo riesgo que
Susan me alertó: enamorarme por un colega de trabajo.
El hecho de Steve ser mi jefe complicaba aún más las cosas.
Además de su fama con las mujeres, que no me agradaba nada.
Jadeé, sintiéndome totalmente sin aire, lo que podría mostrar un
poco sobre cómo me sentía también en relación a él.
No obstante, resolví dar un freno a esa situación.
Yo simplemente no podía envolverme con él, sería engañarlo por
partida doble. Y, mucho menos, colocar mis sentimientos en riesgo. Ya que
él no era el tipo de hombre hecho para mí. Además, ¿por qué yo? Deberían
de existir muchas mujeres más bonitas que yo por ahí queriendo tener un
rollo con él.
Tal vez, él solo quisiera jugar rápidamente con su secretaria
temporal. Al final, él no sufría el riesgo de lidiar conmigo después de que
su desinterés surgiese de aquí a dos meses. O, hasta antes. Pero, de
cualquier forma, yo me tendría que ir.
— Tengo que irme. — Hablé con la voz casi fallando, yendo en
dirección opuesta al torbellino de sensaciones que estaban dentro de mí.
Cogí la bolsa, que dejé antes, más temprano, descansando en el piso
del coche, y me fui afuera, caminando a pasos largos hasta mi automóvil.
Entré rápidamente, posando las manos en el volante mientras mi pecho
subía y bajaba en un ritmo jadeante. Llevé una mano hacia la nuca. Mi piel
febril transpiraba, rebelando el efecto que él me causaba.
Intenté ignorar aquellas sensaciones, pero el deseo no era algo que pudiese
controlar. La única cosa que podría hacer con eso era evitarlo.
— ¡Ahgr! Céntrate, Julie. La única cosa que tú debes sentir en estos
dos meses es el deseo de permanecer bajo un techo.
Steve me pareció muy práctico en realizar negocios, por lo que yo
debería tener la misma practicidad en mantener mi secreto bien lejos de ser
descubierto. Y yo sabía muy bien que nutrir ligaciones de ese tipo con mi
jefe, aunque rápidas, podría ser un tipo de tiro en el pie.
Pero mi cuerpo parecía no tener el mismo recelo todas las veces que
él ponía aquel mirar flameante en mi boca. No tenía como negarlo. Él me
afectaba.
Al día siguiente

Era sábado. Día libre.


Mi primer día de descanso después de tornarme secretaria.
No obstante, descansar no estaba en mis planes para el día en que la
Tarde Solidaria acontecía. Todos los meses, en la segunda quincenal, los
habitantes de mi barrio se reunían en la plaza para distribuir mantas, comida
fresquita y ropas para aquellos que vivían en la calle o en condiciones
precarias de existencia, la mayoría de ellos inmigrantes de todas las partes
del mundo.
— No sé el motivo por el cual aún participamos de esas acciones.
¡Nos hemos vuelto tan pobres, que futuramente seremos nosotros los que
necesitaremos de ayuda de esa gente! — Refunfuñó Susan.
— Deberías agradecer el hecho de que tengamos un techo y comida
en la mesa todos los días. — Repliqué, incomodada, llenando un bol más
con sopa.
Mientras mi madre ayudaba a organizar las ropas en otro
compartimiento, nosotras preparábamos los potes de sopa en la cocina de la
asociación de habitantes del barrio, cedida para que pudiésemos organizar
los alimentos para la acción.
— Un techo y comida en la mesa de todos no son sinónimos de
vivir con dignidad, tú bien sabes eso. No somos perros para que apenas
necesitemos comida y un lugar para vivir. Además, existen perros que viven
en condiciones mucho mejores que mucha gente. ¡Hasta masaje e
hidratación reciben en los pelos!
— Comprendo lo que estás queriendo decir, Susan, pero acuérdate
que también existen personas en condiciones mucho peores que la nuestra.
Mientras tengamos nuestras ganas de ayudar a esas personas, deberíamos
seguir haciendo esto. Nunca se sabe el día de mañana.
Susan se quedó reflexiva y a continuación pregunté, cambiando de
asunto:
— ¿Has conseguido alguna entrevista?
— Hasta ahora nadie me ha llamado. — Resopló ella. — Además,
¿qué haremos en los próximos meses cuando hayamos pagado el alquiler
con el sueldo de la Clifford? Quiero decir, las cuentas no van a parar de
llegar.
— Todavía no lo sé. Pero no voy a esperar que se agoten los dos
meses para volver a buscar empleo.
— Y yo voy a continuar buscando también… ¿Y cómo te fue en el
curro ayer? Llegaste en casa y te fuiste directa a charlar con mamá, no me
dio tiempo ni de preguntarte.
— Guay. — Respondí reducidamente, desviando la mirada y
acordándome de las palabras de Steve antes de que yo saliese del coche.

Volví a concentrarme y tuve más cuidado cuando fui llenar, otra vez,
el siguiente bol.
— ¿Guay? Guay no es un tipo de respuesta. ¿El CEO todavía
continúa encerrándote dentro de una sala en su piso?
— Salimos ayer.
— ¿Dónde?
— Una fiesta en un barco, él quería cerrar un negocio, pero
finalmente no lo consiguió. — Respondí, rápidamente.
— Que raro.
— ¿Raro el qué?
— Hay algo raro en tu tono de voz y me desviaste la mirada. — Ella
puntuó, estudiándome mientras yo le miraba con el rabillo del ojo. — ¿Ha
pasado alguna cosa más?
— No ha pasado nada. ¿Qué más podría haber ocurrido? —
Pregunté, mirando en sus ojos, y abrí una sonrisa leve.
— No sé. — Suspiró ella. — Debe ser cosa mía. — Ella se resignó,
volviendo a colocar las tapas en los botes llenos de sopa y olvidándose de
aquel asunto.

Horas más tarde

— ¡Ai, que maravilla! ¡Tumbarse en nuestra propria cama después


de un día agotador debería ser una de las siete maravillas del mundo! —
Exclamó Susan, tumbándose en la cama de al lado. — Buenas noches,
Julie. — Dijo ella antes de apagar la luz amarillenta de la lamparilla.
— ¡Buenas noches, Susan!
En aquella noche, dormí con más facilidad. No me quedé pensando
mucho sobre las últimas horas, como solía hacer todas las noches, y
también me libré de aquellos pensamientos involuntarios que yo tenía sobre
mi jefe, por ahora. Cuando me di cuenta, ya estaba en medio de un sueño
profundo. Soñando. Y, aun así, él estaba allá, en mi sueño.
En la cocina de su piso, él acariciaba mi mejilla con el dorso de la
mano y bajaba hacia un lado de mi boca. Él se aproximaba, cada vez más,
lentamente, haciéndome anhelar su toque, cuando, de repente, mi móvil
tocó.
Pero no en mi sueño, sino en mi habitación.
Abrí mis ojos y busqué el móvil encima de la mesilla de al lado,
dándome cuenta de que aún era noche. ¡Gracias a Dios! Yo sentía que mi
espalda no había descansado por completo.
Susan continuaba durmiendo cual piedra en la cama de al lado,
cuando cogí mi móvil con la mano, curiosa para saber quién me estaba
llamando en plena madrugada.
Miré a la pantalla y no pude creer lo que estaba viendo.
Menos mal que yo todavía estaba tumbada, pues, de lo contrario,
sería posible que me cayese hacia atrás.
¿Steve?
¿Era él de verdad? ¿Mi jefe? ¿A esa hora?
¿Por qué?
¡Oh, mierda! ¿Es posible que haya pasado algo?

Contesté rápidamente antes de que él desistiera de la llamada.


— ¿Steve?
— ¿Susan? Discúlpeme por el horario, pero no estoy consiguiendo entrar en
contacto con Bárbara. ¿Estás ocupada? — La voz grave se mezclaba con el
llanto de Lux.
Miré hacia mi hermana en un sueño profundo a mi lado y respondí:
— No. Puedes hablar. ¿Ha pasado algo? ¿Lux está bien?
— Ella está llorando desde hace una hora. ¡No sé qué más puedo
hacer! — Escuché su respiración pesada. — He andado por toda la casa con
ella, calenté el biberón, también he dado saltitos. Ella aparentemente está
bien, sin fiebre… Sé que esa no es tu función, pero, por favor, Susan…
¡ayúdame!
Él me pareció tan angustiado, que no conseguí negarme.
— Claro. Estoy a camino.
— Puedo mandar a alguien.
Salté hacia fuera de la cama, interrumpiéndole:
— No hace falta. Llego ahí en veinte minutos. Sé fuerte.
— No sé cómo agradecértelo.
— Ya me recompensaste cuando me aceptaste en tu empresa.
— Gracias, de todas formas.
Me despedí y me cambié de ropa rápidamente. Coloqué un vestido
suelto de color azul y zapatillas negras. Como Susan no se despertó con mi
movimiento dentro de la habitación, salí de gatillos de la casa. Encendí el
coche aparcado al lado de la acera y conduje por las calles desierta de una
San Francisco nocturna.

Llegué antes de lo esperado, debido al casi inexistente tráfico.


Steve ya había comunicado a la portaría y por eso entré
directamente. Luego, aparecí en su salón.
Las lampadas estaban encendidas y no me fue difícil encontrarlo
cerca de la ventana de vidrio, ya que el lloro de Lux me llamó toda la
atención. Steve la mecía, intentando mostrarle a ella algo que estaba afuera,
pero nada prendía su atención o ahuyentaba su crisis de llanto. Ella se
contorcía en los brazos de él, juntamente a gritos inconsolables.
— Buenas noches. — Caminé en la dirección de ellos, mientras
Steve se giró hacia mí.
— ¡Por los cielos! Menos mal que llegaste, srta. Evans.
— ¿Puedes dármela? — Pedí.
— ¡Claro! — Steve pasó a mis brazos a la niñita roja de tanto llorar.
— ¡Ei, guapa! Soy yo, ¿te acuerdas? ¡Shhhhh! — Dije mientras
cubría su cuerpecito, mientras su tío observaba atentamente, con la mirada
un tanto asustada. — ¿Has intentado darle algo de comer? — Pregunté en
medio del lloro de Lux.
— Sí. Calenté el biberón y la sopa de legumbres, pero ella no quiso
comer. Pero sí, le alimenté antes de dormir.
Coloqué la palma de la mano sobre su piel y verifiqué que ella
tampoco estaba con fiebre.
— ¿Puedes colocar una manta encima del sofá?
— ¡Claro! — Respondió él, abriendo el armario que estaba al otro
lado del salón, volviendo con una manta gruesa, que cubrió casi toda la
mitad de la superficie lisa del sofá.
Tumbé a Lux en la manta, irguiendo su camisita rosa-claro de
puntos.
— Voy a hacerle un masaje en la tripita de ella, puede estar de
cólico.
— ¿Eso es normal?
— Super normal. Eso tiene relación con el desenvolvimiento de los
bebés. Hablando más específicamente: tiene relación con la madurez del
intestino del niño. — Empecé a hacer movimientos circulares en la tripita
de ella. — Existen varios factores que colaboran para empeorar esas crisis
de cólico que hacen los bebés llorar tanto, pero es algo común entre los
niños de la edad de Lux. Pero, también, tenemos que ver si se trata apenas
de un cólico.
Continué masajeando la tripita de ella, mientras su lloro cesaba poco
a poco.
Después de algunos minutos, Steve comentó a mi lado, un poco más
atrás:
— Creo que está funcionando. — Le escuché suspirar, aliviado.
Lux cesó su lloro completamente. Apenas sorbió y bostezó en
seguida.
— Parece que ella también está con sueño. — Señalé, estudiando su
cara poner gestos de sueño.
— Santo Dios, no puedes ser real. — Sonrió Steve, con un toque de
encantado. — Operaste un milagro en menos de doce minutos.
— Eso no es ningún milagro. Bárbara lo arreglaría si estuviese aquí.
— Expliqué, mirándolo por encima del hombro.
— Pero no es ella la que está aquí.
La profundidad con la que él me miraba me hizo retroceder un poco,
volviendo yo a observar a su sobrina en un sueño profundo.
— ¿Dónde queda la habitación de Lux? — Pregunté.
— En el piso de arriba.
— Voy a llevarla hasta la cuna. Si despierta durante el transcurso,
puedo dormirla nuevamente.
— Perfecto. — Él asintió con un tono de voz más serio. — Siéntete
en casa, srta. Evans.
Respiré profundamente y cogí a Lux en mis brazos, tumbando su
cabecita en mi hombro. Seguí del salón hasta las escaleras, con Steve a
nuestra vera.
Fue la primera vez que pisé el segundo piso e Steve tuvo que
conducirme hasta el destino final, la habitacioncita rosa localizada en medio
del pasillo derecho. Todo en su interior era mono, desde la alfombra de
felpudo sintético hasta las luminarias, que simulaban un pequeño cielo
estrellado. Sin duda, se había hecho un bello trabajo arquitectónico allí.
Transferí Lux a la cuna blanca, en un movimiento lento y suave.
Tumbé su cuerpecito de lado, que se removió un poco.
— ¡Ya está! — Susurré. — Duerme bien, princesita.
Levanté la vista hacia aquel que estaba en la esquina derecha de la
cuna, con los brazos abiertos contra el pectoral, viéndolo todo de cerca.
— En esos momentos, me siento tan impotente…
— No digas eso. Tú eres todo para ella.
— ¿Que injusto, no? Yo serlo todo para ella y no saber cuidarla
bien.
— Nadie está completamente preparado para cuidar de un niño.
Suceden imprevistos, nadie está inmune a eso. — Miré de frente su rostro
gracioso sobre la penumbra de la habitación. — Ni tú mismo, Steve
Clifford.
— Creo que voy a tener que resignarme con eso.
— Sí. Sí que lo harás. — Vacié mi pulmón, soltando el aire por las
narinas, y avisé: — Ahora me tengo que ir.
Él descruzó los brazos y pidió en un tono más grave:
— Quédate un poco más.
— ¿Para qué?
— Para que terminemos la conversación que empezamos ayer.
— Pensé que ya la hubiésemos terminado.
A pesar de no haber plena claridad dentro de aquella habitación, aun
así, conseguí verle humedecer los labios y sus ojos quemar mi piel.
— No me has dado tu respuesta.
— ¿Cuál? — Casi tartamudeé.
— No me dijiste como te sientes con relación a mí.
— Tú no me hablaste de sentimientos. — Y no pasa nada. No tenía
sentido, hacía más o menos una semana que nos conocíamos, hablar de
sentimientos sería demasiado intenso. Una insanidad, además.
Él dio un paso hacia mí, tocando mi mano sobre la rejilla de la cuna.
Se me puso la piel de gallina por entera.
— No son sentimientos, por ahora… pero es todo lo que tengo de
más sincero a ofrecerte.
— Claro, tus ganas es el sentimiento más sincero que tienes a
ofrecer a tu secretaria temporal. — Retruqué, casi automáticamente.
— Su manera de verme no tiene ninguna relación con las ganas que
tengo.
— Tengo que irme, sr. Clifford. No me malentiendas, pero mi único
objetivo es mantener mi empleo.
— No me opondré a que te vayas, Susan. Perdóname si te ofendí
con cualquier palabra o actitud inadecuada. No quiero que te pienses que
soy un cabrón.
— No creo que hayas sido un cabrón conmigo, pero temo que las
cosas se salgan de tiesto. Por lo demás, espero que tengas una excelente
noche, ahora que Lux se ha dormido. Hasta el lunes, señor. — Mantuve la
forma con la intención de ahuyentar cualquier clima indebido.
— Hasta el lunes, srta. Evans.
Me despedí asintiendo con la cabeza, respetuosamente, y pasé por
él, yendo en dirección a la puerta por la cual entré. Cuando anduve por el
pasillo, sentí mi corazón latir frenéticamente y mis piernas ponerse blandas,
como si mis pies no se asentasen bien en el suelo.
Bajé por las escaleras, de frente a la enorme pared de mármol que
tenía delante, con mi piel transpirando. Algo dentro de mí temblaba, como
si mis ojos todavía estuviesen quemando mi piel. ¡Oh, mierda! ¿Qué
tornillo se me habrá escapado?
Cuando bajaba el último peldaño de la escalera, oí los pasos rápidos
atrás de mí. Él me alcanzó nada más colocar mis pies en el suelo y me
atrajo hacia él cogiendo levemente mi brazo, lo suficiente para que mi
cuerpo girase en su dirección, dejándome a centímetros de su boca.
Inspiré su esencia amaderada, con mi corazón casi estrangulándome,
dándome unas ganas involuntarias de que aquel olor delicioso viviese en
mis pulmones durante toda la semana.
— ¿Por qué no has dicho no?
A pesar de la dificultad en respirar, reuní el poco de autocontrol que
me restaba para preguntar:
— ¿Qué quieres decir con “no”?
— Si no sientes el mismo deseo que hace con que mi piel arda y mis
sentidos hiervan, ¿por qué simplemente no lo negaste, Susan? — Él dio un
paso hacia adelante y si no me caí hacia atrás fue porque su mano se
encontraba abierta en la espalda, casi en la cintura. — Necesito escuchar un
“no” proveniente de tu boca.
— ¿Ha-hace falta?
Tragué en seco.
— Sí, hace falta. Dímelo para que me conforme.
Bajé la mirada hacia sus labios y… ¡mierda! Quiero tocarlos.
Él pareció insatisfecho con mi silencio e insistió:
— En un rato amanecerá, srta. Evans. No tenemos toda la noche.
Algo en mí estaba seguro de que él no haría nada sin mi
consentimiento, lo que hizo que me relajase, solo un poco, pues mi peor
enemigo en aquel momento estaba dentro de mí.
— Recházame, srta. Evans. En cinco segundos, confírmame que no
tenemos en común el mismo deseo. — Susurró él, con la voz apasionada de
algo que magnetizó todos los pelos de mi cuerpo. — Cinco…
Di alguna cosa, Julie.
— Cuatro... — Murmuró él.
No debería, pero, honestamente, lo deseaba.
¿Qué mal me haría un único beso? Oh, Julie. Steve no parecía el
tipo de hombre que se conforma solo con un beso.
— Tres...
Mordí con fuerza el borde del labio de forma involuntaria, lo
suficiente para que sus ojos inflamasen.
Él pasó su dedo gordo en mi barbilla, quejándose contra mis labios:
— Mierda. Yo le quiero ahora.
Él tocó nuestros labios ardientemente, consumiéndome sin pudor.
Sus dedos se clavaron detrás de mi cuello, conduciendo mi cuerpo contra la
superficie helada de la pared de mármol.
Su lengua resbaló dentro de mi boca, haciéndome jadear. ¡Madre
mía! Si en algún momento de mi vida experimenté algo así, no me acuerdo.
Su beso es muy delicioso. — Pensé en el momento en que él disminuía la
intensidad del beso y chupaba mi labio inferior lentamente. Retribuí con un
gemido.
Subí mi mano por su pecho hasta alcanzar la curva de su cuello,
mientras mi lengua chupaba la suya. Algunos segundos fueron suficientes
para sentirlo completamente excitado dentro de sus pantalones,
presionándome contra la pared de tal forma, que parecía que nos iríamos a
fundir en cualquier momento, mientras que su lengua me llevaba al cielo.
Él se alejó un poco y me levantó con sus brazos, con la misma
facilidad con la que se coge a una muñeca.
Enlacé mis piernas en su cintura, cuando sus manos resbalaron hacia
mi trasero debajo del vestido. Él hizo el trayecto hacia el sofá de salón,
volviendo a explorar todas las comisuras de mi boca. Tumbó mi cuerpo en
la superficie lisa, se libró de la camisa gris y se hundió en medio de mis
piernas.
¡Mierda! Voy a follar con mi jefe. Y más aún, en el sofá de su salón.
¿Cómo podré mirarle a los ojos el lunes? De todas formas, ya estoy jodida,
él ya besó todas las comisuras de mi boca.
Pero aún hay tiempo.
Eso, chica. Siempre hay tiempo para impedir que las cosas se
pongan aún más feas.
— Creo que debo irme. — Dije con firmeza, alejando su cuerpo con
una mano.
A pesar de que estuviésemos jadeantes y excitados, él no se opuso.
Se alejó, respetando lo que yo había acabado de decir.
— Entiendo. — Fue la única cosa que él dijo cuando salió de entre
mis piernas, pasando las manos en su pelo castaño claro.
Él anduvo hasta la ventana de cristal, en silencio y jadeante, cogió la
camisa del suelo y se la puso.
Nos quedamos un momento así, escuchando solamente nuestras
respiraciones poniéndose calmas.
— ¿Por qué, exactamente? — Cuestionó él, mirándome
nuevamente.
Llené el pulmón de aire y dije con franqueza:
— No quiero hacer nada de lo que me pueda arrepentir luego.
El silencio se agravó entre nosotros.
Después de algunos segundos, volvió a decir:
— Puedo llamar a alguien que te deje en casa. Lux…
Interrumpí, avanzando al hablar:
— No te preocupes, estoy con mi coche… Buenas noches, sr.
Clifford.
Su mirar pareció romperse en aquel instante y él me respondió con
su tono más grave:
— Buenas noches, srta. Evans.
Sorbí un buen puñado de aire y me dispuse a hacer el camino de
vuelta, intentando calcular el problemón en el que me había metido.
CAPÍTULO 11

Dos días después…

Realmente no esperaba recibir aquel mensaje ya temprano, por la


mañana. pero ok. Él era mi jefe y yo debería solamente obedecer. No
obstante, ¡parecían tan inmaduras aquellas palabras! Era como si él
prefiriese huir en lugar de lidiar con sus propios instintos.

Steve: ¡Buenos días, srta! Evans! A partir de hoy quiero que


comparezca apenas a la secretaria de la oficina de la Clifford. Por favor,
continúe manteniéndome al corriente de mi agenda. Haga eso por mensaje.
Mientras eso, permaneceré trabajando en casa durante esta semana y
compareceré a algunos compromisos sobre los cuales ya estoy enterado.
¡Tenga un buen día!

¡Oh, no hacía falta que hiciese eso! Nosotros, prácticamente, casi no


nos veíamos en su piso, ¿por qué una actitud tan radical como esa?
A decir verdad, en el fondo lo entendía. En aquella noche, por muy
poco no me acosté con mi jefe, Steve, a pesar de darse un aire de Bon
Vivant, no me pareció ser uno de aquellos hombres que se envuelven con
sus funcionarias de esa forma – lo que Catherine había comentado aquel día
en el comedor, reforzando mi teoría sobre él.
Tal vez él se sintiese incómodo por haber pasado de la raya con su
secretaria de dos meses. Tenía que ser eso. Y yo solamente debería
comprender esa decisión y ponerme a trabajar.
Tal como me imaginaba, en la secretaria, tuve que lidiar con el
aburrimiento hasta la mitad del día, pues no había mucho que hacer.
Desconfiaba que la sra. Johnson se divertía más con ese trabajo que
interactuando con Steve. Deberían aparecer más tareas para realizar, pero
yo… Yo me sentía una completa inútil con el codo apoyado encima de la
mesa mientras mi mano sujetaba mi barbilla. Ya había leído casi todos los
e-mails, actualizado su agenda e imprimido todos los documentos que él
probablemente solo firmaría la próxima semana.
Llovía mucho y eso también hizo con que me pusiese reflexiva,
cerca de la melancolía. Y, a veces, de repente me notaba persiguiendo la
memoria de la cara del dueño de la sala de al lado. Sus ojos intensos tan
próximos a los míos, su boca tensándose mientras sus iris se deslizaban
hacia mis labios, la nariz rectilínea perfecta y aquel aliento delicioso en mi
lengua…
— ¡Oh, mierda! — Sacudí mi cabeza, expulsando aquellos
sentimientos. — ¡Me estoy volviendo loca! Olvídate de eso, Julie. Por tu
propio bien. — Murmuré, respirando hondo.
Intentaba reorganizar mis pensamientos cuando, de la nada, el
teléfono fijo sonó terriblemente alto, haciéndome casi caer de susto de la
silla giratoria.
— ¡Oh, Dios! ¿Será él? — Pensé, con el corazón disparado.
Me aclararé la garganta y rápidamente cogí del gancho el teléfono:
— ¿Hola?
Esperé por la voz grave que me erizaba los pelos de la nuca, pero, al revés
de lo que me esperaba, un hombre de voz irritante dijo:
— Hola, Johnson.
Enmudecí. Y él preguntó, de nuevo:
— ¿Es la secretaria de la presidencia?
— Sí, tal cual, señor. Pero la sra. Johnson tuvo que ausentarse por
un tiempo. Ahora soy yo la que está en su puesto.
— ¡Sea! ¿El CEO ya firmó el contrato de actualización de software
que enviaron al e-mail institucional?
— El sr. Steve no comparecerá a la empresa durante esta semana,
señor.
— ¿Pero usted no vio el carácter de urgencia que informé en el e-
mail? Apáñatelas. — Preguntó él, indiferente. ¡Mierda! Si realmente
hubiese visto esa información, se me pasó por alto en la lectura. — Tengo
que estar con ese documento em mi mesa hasta el final del expediente. —
Él habló con tanta rudeza, que decidí no replicarle.
— ¡Sin falta!
— Excelente. Estaré esperando.
— ¡Está bien! — Dije y él colgó casi al instante.
Miré al teléfono, sacando la lengua a aquel idiota que parecía haber
colgado en mi cara.
— Tu madre no te educó bien, ¿verdad? — Susurré, bajito.
Ok. Tengo ahora que avisar eso a Steve.
Cogí el móvil y le envié un mensaje, explicando la situación, y
después me puse a esperar su respuesta.
En aquel momento, pensé que él respondería rápido, por tratarse de
algo urgente, pero ni siquiera visualizó mi mensaje.
De repente, me puse ansiosa por la posibilidad de que aquel hombre
estúpido llamase nuevamente, siendo aún más grosero de lo que había sido.
Entonces decidí llamar a mi jefe, pero nada. Su móvil estaba aparentemente
apagado.

¡Pues ya está!
Ahora estoy jodida.
Me llevé las manos a la cabeza y miré hacia abajo, intentando
pensar en algo. Cuando de repente el nombre de la señora Johnson me vino
a la mente. ¡Pues claro! Ella había dejado su número conmigo, y yo lo
guardé, después, en la lista de contactos de mi móvil.
Rápidamente, busqué entre mis contactos el de ella y envié un
mensaje, más específicamente un simple “buenas tardes”, para iniciar un
diálogo.
¡Oh, cielos! Ella podría estar ocupada en ese horario, siendo
probable que ni siquiera me respondiese hoy. —Pensé, perdiendo las
esperanzas.
El móvil me vibró en la mano, contradiciendo el pensamiento
negativo que hace un rato me rondaba por la cabeza, haciendo que mis
esperanzas volviesen.
Sra. Johnson: Buenas tardes, Susan. ¿Hay algo que pueda hacer por
ti, querida?
CAPÍTULO 12

Tengo que mantenerla muy lejos de mí.


A pesar de que parezca inofensiva, Susan era el tipo de mujer que
hacía que cualquier hombre deseara tocarla. La dulzura con la que se movía
aún sin notarlo y la forma en que se mordía aquel maldito labio inferior con
fuerza me llevaba a un estado deplorable de excitación en el cual yo no
debería estar.
¡Joder, ella es mi secretaria! Ella era alguien que ocupaba el puesto
de la sra. Johnson, a quien yo debía mucho respeto. Era mi deber no insistir
más en eso, ella también ya dio señales de que no quería arriesgarse, motivo
suficiente para dejarla en paz también.
Desde muy joven aprendí que, si no podemos controlar nuestros
propios instintos, tenemos que dejarnos lejos de la tentación. Y eso fue lo
que hice. Pedí para que trabajase en la oficina, así no sufría el riesgo de
verla todos los días en el pasillo de mi piso, calentando mis venas con los
rastros de su perfume dulzón.
— ¡Meryl, me voy! Bárbara está con Lux arriba, pedí que se
quedase esta noche. Anote eso en la hoja de pagamiento de ella. Volveré al
final de la tarde. — Avisé eso a mi gobernanta, cogiendo las llaves del
llavero en el salón.
— ¡Sí, señor! — Meryl asintió y en seguida salí para beber una
cerveza con Mark en un bar a la orilla del mar.
Necesito algo así, algo para aliviar la tensión que hay en mí. Aunque
sea bebiendo con Mark Miller.
Cuando me preguntaban cuál era la mejor parte de tener un negocio
propio, siempre respondía: darme los lunes libres para beber con un amigo
juerguista. Después de una mañana con la cabeza llena de gráficos, me lo
merecía.
— Más dos cervezas, por favor. — Mark hizo el pedido, sentado
delante de mí, mirando al camarero, y después dijo, mirándome por encima
del hombro. — ¡Hombre, pero mira quien acaba de llegar!
— ¿Quién?
Aún desinteresado, giré el rostro para ver a quien se refería, y sentí
la brisa fuerte de la playa sacudirme con fuerza el pelo.
— Virginia Wilder y su amiga buenorra. ¡Uau, y vaya si está buena!
Vislumbré la rubia de curvas sensuales en un vestido amarillo
pegado al cuerpo. Ella caminaba al lado de una bella mujer de pelo negro
que llegaba hasta el culo, lo que provocó que Mark se moviese animado en
la silla.
Virginia Wilder era una digital influencer de San Francisco y
heredera de una famosa empresa americana de hoteles. Era conocida por
exhibir en las redes sociales la vida de lujo que llevaba. Ella y yo habíamos
quedado unas tres veces el año pasado, pero, después de que su padre
exigiese que ella se mudase a Nueva York por cuestiones de trabajo,
decidimos dar un fin a nuestro caso sin compromiso. Según me dijo ella,
fue difícil olvidarme. No obstante, eso no impidió de prometerse con dos
hombres después de salir de San Francisco. Ella se casó con un jugador de
la NBA y me enteré, gracias a la sra. Johnson, que tal evento duró apenas
cuatro meses. Aunque pareciese poco tiempo, en el ambiente por el que me
muevo, eso no es gran sorpresa, hasta diría que fue un matrimonio exitoso.
Para alguien que veía matrimonios no ir más allá de la luna de miel, tres
meses y cuatro días se podían considerar una eternidad.
— Uau, uau, uau. Parece que hoy tendremos una excelente tarde de
lunes, amigo mío.
— Ni lo pienses... — iba a rechazar cualquier mierda que se le
pasase por la cabeza a Mark, pero él me interrumpió gritando:
— ¡Ei, Virginia! ¡Chicas, aquí! — Mark agitó la mano en el aire y
yo le propiné una patada en la espinilla. — ¡Joder! ¿Estás loco, cabrón?
— ¿Steve? La voz femenina se aproximó y sentí que la rubia se
paraba a mi lado. Miré al mar que se situaba en su lado derecho, pasando la
punta de los dedos en la frente. —¿De verdad que eres tú, Steve Clifford?
— Sí, el mismo que viste y calza. — Respondió Mark.
¡Ese cabrón se las verá conmigo!
Mark continuó:
— Nos conocimos en aquella fiesta de fin de año, yo estaba con
Steve antes de estar con ustedes… ¿Te acuerdas?
— ¡Claro, sí, me acuerdo!
— ¿Por qué no os sentáis con nosotros?
Ella pareció pensar en algo durante un momento, pero en seguida
respondió:
— ¡Será un placer! — Ella cogió una silla, la puso a mi lado y se
sentó.
No tuve otra opción más allá de sentarme rectamente nuevamente,
matando a Mark con la mirada y certificándome de no olvidar que después
tendría que matar a ese desgraciado.
La chica de pelo negro se sentó al lado de él y Virginia cuestionó a
mi lado:
— ¿Hay algo que no anda bien?
— ¿Que no anda bien? — Indagó Mark. — ¿Con Steve? No, por
supuesto que no. Lo único que le pasa es que con el pasar del tiempo se ha
vuelto tímido. — Dijo él poniendo el brazo sobre los hombros de la mujer
de al lado. — ¡Ei, baby! ¿Sabes que eres muy guapa?
— ¿Steve, tímido? — Virginia me miró, sonriendo. — Eso debe ser
algún tipo de chiste.
— Terminé de beberme la cerveza que estaba en mi vaso e hice
contacto visual con la rubia por primera vez.
— Hola, Virginia. ¡Cuanto tiempo!
— ¡Hola, mi gatito californiano! — Ella tocó mi brazo,
murmurando: — ¡Te eché de menos!
Miré su mano y me di cuenta que estaría envuelto en problemas en
aquella tarde, gracias al imbécil de Mark. El camarero volvió con más dos
cervezas y le agradecí mentalmente por eso. Virginia pidió margaritas para
ella y para su amiga, y una charla extensa se inició en aquella mesa.
¡Joder! La última cosa que yo quería hacer hoy era ligar con alguien.
No sé bien por cual motivo me sentía así, pero desde que Romena murió,
convirtiéndome en tutor de Lux, evitaba pensar en mujeres y sexo. Con
excepción de mi secretaria. Por alguna razón, ella era la excepción.
Confieso que había planeado algo diferente para hacer en aquella
tarde: como, solamente, charlar con Mark como en los viejos tiempo,
mientras tomábamos unos buenos tragos de zumo de cebada. Pero, ahora,
Virginia estaba en mi cuello y yo sabía lo que sucedería si dejase que
continuase haciendo lo que estaba haciendo, por eso me levanté y dejé un
billete de cien dólares encima de la mesa y me despedí.
— Pero, ¿cómo es que ya te vas, hombre? — Exclamó Mark.
— Voy con él. — Mientras Virginia se levantaba, me adelanté a su
acción:
— Necesito irme. Solo.

Ella paró cuando mencioné la última parte, mirándome, y volvió a


apoyarse en la silla.
— ¡Aprovechen lo que queda de tarde! Ha sido un placer verte de
nuevo, Virginia.
Ella parpadeó sin creerse que lo que estaba sucediendo en aquel
momento era real, y replicó:
— Yo, sin embargo, no puedo decir lo mismo, Steve. Bye. Bye.
Mark me miró como si estuviese cerca de estropear sus
posibilidades de follar con la amiga de Virginia y yo apenas asentí,
dándome el piro de aquel lugar.
Antes de coger el coche, pasé por una cafería que estaba cerca de
allí y me bebí una gran dosis de café y una gaseosa de cola para cortar el
efecto del alcohol que estaba en mi organismo. Intenté encender mi móvil,
pero noté que estaba sin batería y no había mucho que hacer para arreglar
esa situación. Después, apenas seguí en dirección a mi piso, viendo por el
parabrisas los primeros indicios dados por el cielo de que la tarde estaba
llegando a su final.
Aparqué en la vacante de mi piso y subí por el ascensor social,
recordando la carita de Lux. Una de las mejores cosas que me pasó después
de que ella se mudase a mi casa, era ser recibido por aquella sonrisita de
dos dientes cuando me veía llegar. Nunca había pensado que algo tan
simple me pudiese inyectar dosis diarias de alegría y por eso hacerme sentir
menos solo.
Las puertas de los ascensores se abrieron y el sonido de la música
que provenía de algún lugar del piso llenó toda la cabina. Di un paso hacia
adelante y me parecieron raro los gritos y risas entrecortadas por la melodía
bailable que parecía reanimar el salón.
Continué andando y me choqué con algo que no esperaba: Susan
bailando con Lux en el brazo, dando vueltas al ritmo de Ed Sheeran.
Ella saltaba por todas las esquinas de salón siguiendo el ritmo de la
música, mientras Lux reía estruendosamente, soltando unos grititos
eufóricos. Susan estaba sin zapatos, de pantalones cortos, bailando sin
parar. Y a veces lanzaba el cuerpo de Lux hacia atrás, abrazándola, como si
simulase un paso más elaborado del baile. Lux se reía tanto que llevé el
dorso de la mano a los labios y tragué una risa, observando aquella valsa
moderna de Perfect:

Baby, yo
Estoy bailando en la oscuridad
Contigo entre mis brazos
Descalzo en la hierba
Escuchando nuestra música favorita
Yo tengo fe en lo que veo
Ahora sé que conocí a un ángel en persona
Y ella está perfecta
Yo no merezco eso
Tú estás perfecta esta noche.

Ellas iban de un lado a otro, mientras Bárbara estaba sentada en el


sofá toqueteando el móvil, tranquilamente. Moví mi cuerpo al frente casi al
final de la música, lo que llamó la atención de las chicas en el salón.

Bárbara corrió para coger el mando y apagó el sonido de la TV


rápidamente, como si estuviesen haciendo algo muy malo.
Ya Lux no conseguía parar de reír en el regazo de aquella que me
miraba fijamente con las mejillas sonrojadas.
Me limpié la garganta antes de decir, metiendo las manos en los
bolsillos:
— Continuad. No quise interrumpir.
Bárbara se levantó ágilmente y cogió a Lux del regazo de Susan.
— Pensé que el señor iba a tardar.
— Yo también. Pero tuve un imprevisto y volví más temprano de lo
que me esperaba. — Respondí a Bárbara, sin quitarle los ojos de encima a
la rubia que estaba paralizada en el medio del salón. — ¿Y usted, srta?
Evans? ¿Qué es lo que le trae por aquí?
Le vi tragar saliva y rescatar algo de la memoria.
— ¡El documento! — Exclamó ella, mirando hacia los lados y
cogiendo un sobre pardo de encima del sofá. — Necesito que me lo firme.
— Ella vino hasta mí y me entregó el sobre, explicando con prisa: — Recibí
una llamada del sector financiero, requiriendo la entrega de ese documento
hoy, pero como su móvil estaba sin cobertura, mandé un mensaje a la sra.
Johnson y ella me aconsejó a venir personalmente.
— Mi móvil estaba sin batería.
Retiré el papel del sobre, analizando la autorización de recursos para
la actualización de software, mientras ella me entregaba un boli.
— ¿No es muy tarde para entregar eso aún hoy? Faltan 20 minutos
para el fin del expediente.
— ¡Oh, perdóneme! El fallo fue mío. El solicitante me comentó
sobre la urgencia y no me di cuenta de la hora…
— No se preocupe, no estoy criticando la manera en que hace su
trabajo. Creo que puedes entregar eso mañana, sin problema.
Por la cara que puso, parecía algo de vida o muerte. Sin duda,
debería ser algún asistente idiota intentando asustar a la novata.
— No se preocupe. Llego en diez minutos. — Replicó ella.
En aquel coche ella no llegaría a la oficina ni en 30 minutos.
— Ok. Le llevo.
— ¿Me llevas?
Sé que me había jurado poner distancia entre nosotros, pero, no me
haría daño que él me ayudara en aquella situación.
— No hace falta. No quiero incomodar.
Caminé hasta el llavero, firmé el papel y después le devolví el sobre.
— ¡Vamos, sin más! — Me giré hacia Lux, que ya estaba quietecita
en el regazo de Bárbara, y di a la niña un beso en su brazo gordiflón. —
Vuelvo ya, calvita. — Ella me sujetó el pelo, babando mi ojo izquierdo.
— Steve, Susan dijo que puede ir sola… — Comentó Bárbara,
mientras puse otro beso en la mejilla de Lux.
— ¿Puedes cuidar de las cosas por aquí, Bárbara? Prometo que no
tardaré en volver.
Ella tardó un poco en responder, pero dijo un poco chafada:
— Claro.
— ¡Excelente! — Di algunos pasos hacia atrás, llamando a la rubia
inquieta a mi lado. — Vamos, srta. Evans.
— Todavía puedo ir sola…
— Ni lo pienses. Yo mismo entregaré ese documento en la mano de
quien lo pidió con urgencia.
Ella abrió los ojos de par en par, levemente, y yo cogí el documento
de su mano, abriendo una risa tímida.
CAPÍTULO 13

— ¿Quieres decir, entonces, que no cogerás el contracto hoy? —


Pregunté al hombre pálido de lentes gruesas y suéter marrón, después de
llegar a la sala del sector financiero.
Minutos antes, convencí a Steve, con mucho esfuerzo, de dejar que
yo misma entregase aquel documento, sola. No me parecía nada cómodo
tener que esconderme detrás de mi jefe para resolver mis propias funciones,
pero, tenía que confesar que su presencia sería todo un diferencial, aquí, a
mi lado.
— Como tú misma puedes comprobar, todo el mundo ya se ha ido
en este sector y estoy cerrando la sala.
— Fuiste tú el que me llamó, ¿verdad? — Pregunté, pero sabiendo
que sí, era él. La voz irritante era inconfundible.
— Sí. Y esperé el tiempo suficiente para que llegases con los
documentos, Susan, pero no llegaste. — Él habló con una sonrisa sádica en
los labios.
— Todavía faltan dos minutos para que sean las seis. El sector no
debería estar cerrado. — Repliqué, intentando resolver aquella situación.
— ¿A qué te refieres con dos minutos, Susan? — Se encogió los
hombros. — Si yo abriese la sala, escanease el contrato y lo enviase a
donde lo autorizan, mi horario laboral se excedería unos cinco minutos.
¡Cuánta paciencia tenía que tener, la virgen! No había encontrado a
nadie tan vago como él en toda mi vida. ¿Qué es lo peor que le podría pasar
si trabajase cinco minutos más de lo estipulado en su contrato de trabajo? Y
si lo que me pidió era tan urgente, ¿por qué me lo está negando con tanta
facilidad?
— ¡Bueno, adiós, secretaria del CEO! Y hasta mañana. — Sonrió él
para mí y salió caminando por el pasillo de al lado.

¡Dios! No me puedo creer que haya venido aquí nuevamente para


nada. Parecía tenerme manía.
Miré hacia el lado y le observé alejarse por el pasillo, mientras
suspiraba como si me costase mucho. Cuando él se disponía a girar la
esquina el pasillo, Steve apareció delante de él, deteniendo sus pasos.
— ¿Señor? ¿Qué hace aquí, jefe? ¿Algún problema? — Preguntó él
a Steve, que le miraba con unos ojos nada contentos.
Steve ignoró sus preguntas y me miró por encima del hombro del
hombre.
— Susan, traga la autorización.
— ¡Sí, señor! —No me lo pensé mucho, apenas corrí para dejar el
sobre pardo en su mano, que esperaba el documento.
Steve levantó el sobre en el aire y bajó la mirada hacia la insignia
del hombre de enfrente.
— Ted Sullivan, ¿verdad?
— Mañana a primera hora iba a enviar la autorización, señor. —
Dijo él, adelantándose.
— La srta. Evans recorrió algunos kilómetros hasta mi casa en esta
tarde apenas para conseguir mi firma y entregar a tiempo un documento
requerido con urgencia por el sector financiero. ¿Sabes lo que estoy
pensando ahora, Ted Sullivan?
— ¿Qué es, señor? — Indagó él, rápidamente, casi como un robot.
— Me pregunto cuál es el motivo por el cual usted no está delante
de su ordenador, escaneando esa autorización con la rapidez que una
urgencia exige.

Ted tragó saliva y no intentó responder a lo que dijo Steve. Pero,


claro, si hubiese sido yo, él estaría dándome una charla.
— Claro, señor. Haré eso ahora mismo. No tardaré ni dos minutos.
— Avisó él, con una sonrisita en los labios, y cogió el sobre de la mano de
Steve. — Ya me disponía a escanearlo. Buenas noches, señor. — Él asintió
a Steve mientras volvía sobre sus pasos y también me saludó con una
sonrisa un tanto forzada: — ¡Buenas noches!
Desde donde estábamos, vimos a Ted entrar en la sala del sector
financiero, y, después, respiré profundamente, aliviada.
— Gracias. — Dije a su lado.
— No hay de qué. La empresa es mía.
Reflexioné sobre eso y sonreí.
— Tienes razón. ¿Entonces eres tú el que debería estar agradecido?
Él se giró hacia mí, inclinándose un poco para responder.
— Eso sería demasiado, teniendo en cuenta lo pesada que fuiste
hace escasos minutos.
Bajé la mirada hacia su boca entreabierta y me acordé de la
sensación de estar a pocos centímetros de ella.
— Ahora, tengo que irme. ¡Hasta mañana! — Balbuceé,
apartándome de enfrente.
— Ahora me has dejado intrigado. — Sus palabras me pararon. —
¿No deberíamos volver a mi piso para coger tu coche?
— ¡Mierda! Mi coche. Me había olvidado. — Murmuré.

Su boca me hizo olvidar completamente ese detalle.


— Vas a rechazar nuevamente mi compañía, ¿verdad? — Preguntó
él, cerrando a la mitad los ojos, haciendo con que su cara se pusiese aún
más sexy de lo que ya era. ¡Madre mía, pero que hombre guapo!
Meneé la cabeza, intentando dispersar mi total atracción por su
belleza, y dijo, por fin:
— No. Por supuesto que no. Acepto el paseo de vuelta. — Respondí
y una media sonrisa victoriosa se abrió en sus labios.
Él, ahora, parecía estar muy próximo a mí, teniendo en cuenta de
que hace nada estaba evitando mi compañía.
¿Habría dejado eso de lado? Oh, a pesar de la imprudencia, algo
dentro de mí ansiaba por un “sí, él había dejado de lado lo de evitarme”.
Steve paró detrás de mi coche en el aparcamiento de su piso,
mientras yo practicaba mentalmente las palabras que usaría para
despedirme de él. Había pasado todo el viaje inhalando aquel perfume de
hombre másculo y cuidadoso consigo. Temía que pudiese salir alguna
palabra inadecuada de mi boca y se agravase aún más la tensión entre
nosotros.
Él apagó el coche y disparé, atropellando las palabras sin mirar en
sus ojos.
— Gracias por llevarme y por haberme acompañado a la empresa.
Me piro, ahora.
Él tardó en responder, pero lo hizo, educadamente.
— Hasta mañana, srta. Evans.
— Hasta mañana, sr. Clifford.

Abrí la puerta del coche, mirando de reojo su cara primorosa, por


última vez, y me fui directo hacia mi Dodge Caravan, sintiendo mi pulmón
ampliarse cuando adentré en el interior de mi vehículo. Era como si la
adrenalina en mi cuerpo celebrase más un día sin ser descubierta, más un
día resistiendo aquello que calentaba la sangre en mis venas cuando estaba
cerca de él.
Ok. Ok. Ahora he de volver a casa. — Pensé, intentando alejar las
sensaciones que invadieron mi cuerpo.
Tomé un poco de aire y después saqué mi llave de la bolsa,
metiéndola en la ignición para ponerme a andar. Giré la llave y no obtuve
éxito. El motor roncaba durante breves segundos y moría en seguida. ¡Ai,
joder! Aunque eso fuese común, definitivamente no era algo agradable
quedarme allí intentando hacer con que el coche funcionase.
Lo intenté otras veces y nada.
Parecía que hoy, realmente, mi coche tenía un serio problema.
CAPÍTULO 14

Me quedé observando a Susan entrar en el coche verde-musgo


aparcado en una plaza apretada, deseando romper la promesa que me hice
de poner una distancia entre nosotros. Yo nunca había experimentado una
boca tan deliciosa como la de aquella pelirroja, ella me enloquecía solo de
imaginar lo que hubiese ocurrido si en aquella noche ella hubiese cedido.
Susan entró en el coche y esperé a que arrancase, para que yo
pudiese aparcar en otro lugar. No obstante, eso no ocurrió.
Ella se quedó allí estancada durante algunos minutos. Bajé la
ventana del coche y oí su motor roncar y morir repetidas veces. No esperé
más para saber que ella estaba con problemas con el coche y bajé, andando
en dirección a la puerta del conductor. Llamé con los nudillos a su vidrio.
Vi que los ojos de ella mostraron sorpresa y con el dedo indicador le
señalé pedí que saliese del coche. Ella asintió y abrió la puerta, que crujió
continuamente, probablemente había un tornillo suelto por allí. Antes de
que ella cerrase la puerta del coche, me adelanté haciéndolo yo, abriendo mi
mano sobre la superficie metálica de pintura antigua y atravesando mi brazo
en la lateral de su cuerpo, haciendo con que los nuestros se pusiesen más
próximos.
— ¿Algún problema? — Pregunté, mirando hacia el lado, fingiendo
desinterés en la voz. Pero, a decir verdad, me sentía completamente
interesando, saboreando el calor de su cuerpo cerca del mío.
— No. — Dijo ella firme, tragando saliva. — Todo bajo control. A
veces él tarda un poco a arrancar a la primera. — Explicó ella.
— ¿Puedo echar un vistazo al motor?

Ella analizó mi propuesto por algunos segundos, pero no se opuso:


— Claro.
Aproximé nuestras bocas, como si su piel me atrajese, y asentí.
— Genial. — Almacené un poco de aquel aroma a rosas en mi
pulmón y después seguí en la dirección del coche.
Susan entró nuevamente en el coche para liberar el bloqueo del
coche y en seguida subió el capó, analizando las piezas.
No tardé mucho en encontrar el bendito problema.
— ¡Tan previsible! — Murmuré, mientras Susan volvía a mi lado.
— Es la batería, ¿verdad? — Comentó ella, con vergüenza. —
Últimamente no he tenido dinero para cambiar las piezas.
Me levanté, diciendo.
— No es la batería. Son los cabos de velas. — Apunté hacia el lado
izquierdo del motor y expliqué. — Mire con atención, ellos están totalmente
desgastados. Necesitas cambiarlos.
— ¿Quieres decir que el coche no va a arrancar hoy?
— Es probable que no. Parece un problema que se arrastra por un
largo tiempo.
— ¡Ai, Dios mío! ¿Y cómo voy a llegar en casa? — Murmuró ella.
— No se preocupe, te dejo en casa. — Me ofrecí.
— ¡No! — Dijo ella prácticamente gritando. Metí las manos en los
bolsillos de nuevo, mirándola con curiosidad. — Es decir, no quiero
incomodar.
— No será ningún incómodo. Y no te preocupes con tu coche, hoy
mismo llamaré a un mecánico conocido. Mañana él estará en perfecto
estado.
— ¿Tú sabes, por casualidad, cuánto me va a costar? Es que estoy
sin pasta.
— No se preocupe, invito yo. — La analicé un poco más, pensando
en su condición económica, y completé: — También me ocuparé de que te
adelanten el sueldo.
— ¿Estás de broma? — Indagó ella, con los ojos brillosos. —
¡Muchas gracias!
— Solo voy a adelantar lo que es tuyo por derecho, no lo
agradezcas.
— No es casualidad que la señora Johnson me dijera que me
gustaría trabajar contigo.
— ¿Ella dijo eso?
— Con pelos y señales. — Respondió ella, animada. Parece que la
noticia del adelantamiento le dio una inyección de ánimo.
Me giré totalmente hacia ella y pregunté:
— ¿Y a ti te está gustando?
Sus expresiones faciales se endurecieron un poco con mi pregunta.
— ¿Me está gustando el qué?
— Trabajar conmigo.
Fue inevitable: en el momento en que ella tiró del labio inferior con
los dientes, me sentí hipnotizado por su boca.
— Sería más fácil si trabajásemos más cerca. — Confesó ella, sin
hesitar.
Miré hacia el lado, intentando pensar en una alternativa, pero,
¿sabes qué? Que se joda esa distancia entre nosotros.
Volví a mirar sus ojos y dije, decididamente:
— Entonces no te preocupes, srta. Evans. A partir de hoy me
mantendré lo más cerca posible.
No tenía paciencia para dramas y sentía que era exactamente eso lo
que estaba haciendo: un completo drama. Yo era un hombre que sabía
guardar la picha dentro de los pantalones, no hacía sentido que intentase
alejarme de mi secretaria. Eso también no quería decir que yo no me
sintiese atraído por ella, solamente decidí actuar con calma para que mis
ganas libidinosas no perjudicasen su trabajo, dejando, así, que las cosas se
desenvolviesen con naturalidad.
CAPÍTULO 15

Mi corazón latía con más fuerza mientras pasábamos por las


esquinas de mi barrio. ¡Ai, Dios mío! No dejes que Steve vea a alguien que
me llame de Julie. O peor aún, que mi madre o mi abuelo aparezcan.
— Para aquí. — Le ordené un poco, mientras todavía estábamos al
principio de la calle.
Él aparcó cerca de la acera, mirando hacia el desván de al lado.
— ¿Esa es su casa?
— ¿Mi casa? No, no. La mía está más adelante, al final de la calle.
Es aquella de abajo, con la pared rosa.
Él pareció ver mi casa y comentó, preparándose para hacer una
maniobra de salida:
— Siendo así, es mejor que pare enfrente de tu casa.
— ¡NO! — Grité yo, exasperada, otra vez.
Él me miró confuso y yo inventé lo primero que se me vino a la
cabeza.
— Yo...yo... no quiero que mis vecinos me vean llegando con
compañía por la noche.
— ¿Algún problema con eso?
— Ya sabes cómo son los vecinos, les encanta cuchichear sobre la
vida ajena. — Sonreí, nerviosamente.
Él se lo pensó por un momento, pero no replicó.
— Ok, srta. Evans. Entonces la única cosa que puedo decir es
buenas noches.

Inspiré profundamente, relajando los hombros y mirando su rostro,


detalladamente.
— Hasta mañana, sr. Clifford. — Dije, manteniendo la mirada hacia
él y tirando del pestillo a mi lado.
No obstante, la puerta parecía tener algunos problemas, pues no
había manera de hacer abrir la puerta. O tal vez era yo la que estaba
desconcentrada y fallando en alguna cosa. Sonreí y miré hacia mi mano,
intentando notar lo que no estaba haciendo bien, pero no encontré nada
fuera de lo común. Yo ya había abierto esa puerta antes, ¿por qué de repente
ella no cede?
Miré por encima del hombro y vi a Steve desabrochándose el
cinturón al lado y viniendo en mi dirección. El mundo pareció congelarse a
mi alrededor y todo se resumió a él tirándose encima de mí en cámara lenta.
Oh, cielos, parecía acercarse para besarme. Bésame, Steve. Bésame. — Mi
inconsciente rogaba, sin temor.
Todo volvió a la normalidad cuando él abrió la palma de su mano en
la superficie a mi lado y la empujó hacia arriba, haciéndome recordar que lo
única que yo necesitaba hacer era empujar la puerta. En ese momento, me
sentí estúpidamente tonta.
— Ahora sí que la señorita se puede ir. — Dijo él, volviendo a su
asiento, mientras mis mejillas ardían de vergüenza.
— Gracias. — Mi voz salió fina. — ¡Buenas noches! Dije por fin,
casi lanzándome hacia fuera de aquel coche y cerrando la puerta con
extremo cuidado. Él se quedó allí, mientras me puse a caminar hacia el final
de la calle, preguntándome que es lo que hice de malo en el pasado para
merecer la vergüenza que paso ya adulta. ¡Debo de haber roto un espejo o
pasado por debajo de una escalera para que estas cosas sucedan conmigo!
Mientras caminaba a pasos largos por mi calle, escuché alguno de
aquellos niños que jugaban al fútbol por allí decir en voz alta:
— ¡Ei, Julie!
Encogí los hombros y me apocopé, pequeñita, espiando por encima
del hombro, verificando si Steve todavía estaba por allí.
— Shii... ¿No tendríais que estar en casa a estas horas?
Él todavía se encontraba cerca, acompañándome con la mirada.
¿Habría conseguido escuchar desde el coche?
— ¡Mamá dejó que nos quedásemos un poco más, Julie! Que
cochazo el de tu amigo, eh, Julie.
— No me llames de Julie. — Me quejé, bajito.
— ¿Por qué no, Julie? — Preguntó el otro niño de pelo castaño.
Apreté los ojos, inspiré profundamente y dije.
— Olvídalo. Buenas noches, chicos.
Era poco probable que Steve hubiese oído aquella charla. Sin duda,
el cristal impedía que cualquier son proveniente del exterior entrase dentro,
por lo que decidí tranquilizarme y seguir mi camino.
Cuando paré delante de mi puerta, miré hacia atrás una última vez,
viendo los faroles del Ferrari encenderse nuevamente, y sentí el extraño
presentimiento de que aquel paseo había sido arriesgado en exceso.

Pero, en aquel momento, no me importé tanto. Yo solo quería tomar


una ducha y relajarme en mi casa.
En el mismo instante en el que me disponía a entrar en mi casa, uno
de los chicos gritó:
— ¡BUENAS NOCHES, JULIEEEEEEEEEEEEEE!
Empujé la puerta con todas mis fuerzas y entré corriendo en casa,
fingiendo que yo no tenía nada que ver con esos chicos. ¡Oh, Dios! Esos
niños solo pueden estar de broma conmigo.
Al día siguiente.

Desperté exactamente a las seis, con más disposición de lo normal.


Eso sucedía porque abrí mi cuenta del banco por la mañana, nada más
despertar, y encontré los gloriosos cinco mil dólares de adelantamiento. De
verdad que él cumplió lo que dijo la noche pasada, solamente no me
imaginaba que aquel dinero iba a aparecer tan rápidamente en mi cuenta.
Tuve que despertar a Susan para que viese aquello también.
Eso significaba que podía pagar una parte substancial del alquiler,
dejando de fuera de riesgo el que nos desalojasen al final del mes. Me sentía
tan feliz, que a mi madre le pareció rara toda aquella emoción en pleno
desayuno. No obstante, esquivé sus preguntas iniciales, pues aún necesitaba
inventar alguna excusa convincente para avisarla que me disponía a pagar
algunas cuotas retrasadas del alquiler.
— Julie, ¿sabes dónde puse mi tenis de hacer caminada? —
Preguntó el abuelo Charlie, adentrándose en la cocina temprano.
Faltaban algunos minutos para salir a trabajar y, como ya estaba
vestida, decidí pasar un poco más de tiempo charlando con mi familia, antes
de solicitar un coche por el app del móvil.
— Creo haberlo visto en la despensa, abuelo. — Respondí.
— ¡Ah, sí, claro! Se me había olvidado. Gracias, querida.
Él dio media vuelta en la cocina y pareció ir a la despensa, mientras
mi madre insistía con una taza de café en la mano.
— Estaba pensando aquí cual es el motivo de esa alegría
desbordante tuya. — Arqueó ella una ceja y preguntó, rápidamente: — ¿No
nos estarás escondiendo un novio?
Casi me atraganto con su pregunta, mientras decía Susan:
— ¿Un novio, mamá? ¿Julie? Por supuesto que no, mamá. Ella
simplemente está trabajando mucho en ese empleo de telemarketing y
ganando un pastizal para aliviarnos las deudas.
— ¡Pues vaya! ¿Y no podría ser que tu hermana estuviera amando y
ganando dinero?
— ¡Es mucha suerte para una sola persona! — Exclamó Susan.
— Pero ella aún no me ha respondido. — Mi madre volvió a
mirarme con ternura e insistió: — Estás con novio, ¿verdad, querida?
¿Cómo? ¿De verdad que esto es serio, mamá?
— No, mamá... — Empecé a negarlo, cuando de repente fui salvada
por la campana.
¡Ding dong!
Mamá frunció el ceño, confusa.
— ¿Quién es, Susan?
Susan se encogió de hombros y respondió:
— ¿Y qué voy a saber yo?
— Voy a ver. — Dije yo, levantándome, un poco feliz por huir de
las preguntas de mi madre.
Dejé la cocina, atravesando la casa. Cuando coloqué mi mano en la
manija de la puerta y abrí la puerta, sentí que el mundo paró y balbuceé,
pausadamente: — ¡Santo Dios!
Steve Clifford estaba en mi puerta, encarándome tranquilamente.
— ¡Buenos días, srta. Evans!
Su voz llegó bajita en mis oídos. No digo que estuviese hablando
bajito, sino que yo solo conseguía oír mis propios pensamientos
desesperados.
Pasaron algunos segundos y él preguntó:
— ¿No me vas a invitar a entrar?
Si mi vida fuese una telenovela, sin duda ese sería el momento en el
que aparecerían los anuncios. Pero, infelizmente, esto no era ficción,
tampoco un sueño. Solamente tenía que aceptar que estaba terriblemente
arrinconada.
CAPÍTULO 16

— ¿Qué-qué haces aquí? — Balbuceé, dando un paso hacia frente.


Esperé que él retrocediese un poco, pero no hizo eso. Permaneció
con los pies bien firmes en el lugar en el que estaba, tal cual una estatua.
— Vine a buscarte. Ya que estás sin coche y no avisé con
antecedencia mis compromisos de hoy, decidí venir a buscar a vuestra
señoría. Espero que no se importe.
— ¿A mí? ¿Importarme? ¡Qué va!
Empecé a sonreír, nerviosa.
— Entonces, ¿no me vas a invitar a entrar?
— ¿Entrar? — Repetí y tuve casi la certeza de que mi labio tembló
en ese instante. — ¿Qué tal la próxima vez? Estoy ya lista para trabajar.
Mira, mira. — Sonreí, colocándome a su lado y cruzando nuestros brazos,
consiguiendo así poder conducirlo lejos de la puerta de mi casa.
— Querida, ¿por qué estás tardando tanto? ¿Quién es? — Mamá
apareció en el salón, pillándonos allí.
La mirada de mi madre se dirigió al hombre de mi lado y después se
deslizó a nuestros brazos cruzados. Lo suficiente para hacerla suspirar.
— ¡Ah, hija mía! ¡Lo sabía!
— ¿Qué se supone que sabías, mamá? — Pregunté, asustada.
— Que te habías echado novio. — Ella llevó las dos manos a la
boca, emocionada, con los ojos llenos de orgullo. Me quise morir allí, en
ese mismo instante.
Miré hacia el lado y pillé a mi jefe riéndose de aquella situación.
Ai, Dios mío. Ten piedad de mí. Parece que, cada vez más, la
mentira se pone aún más peligrosa.
Susan apareció al lado de mi madre y miró inmediatamente al
hombre de mi lado. Ella puso una cara rara y me balbuceó:
— ¿Es él? ¿Steve Clifford?
Meneé la cabeza haciendo un “sí”, apavorada.
— Entra, querido. Voy a servirte una taza de café. — dijo mi madre.
Steve, por su vez, dio unos toquecitos en mi mano, sonriendo, y
también dio un paso hacia adelante, obligándome a acompañarlo al interior
de mi casa.
— Gracias, señora Evans.
Él se desquitó de mi brazo y se adelantó, poniéndose al lado de mi
madre, sonriendo.
— ¡La madre que me parió! ¿De verdad que es él? ¿El CEO? —
Preguntó Susan cuando me coloqué a su lado, mientras yo me tiraba de los
pelos.
— Sí. ¡Es el fin! Él va a descubrir ahora mismo que soy la verdadera
Susan. Estamos jodidas.
— Ni de coña. Tú déjamelo a mí, — Dijo Susan, andando en
dirección a la cocina también.
— ¡Espérate! ¿Qué vas a hacer? — Pregunté, a su vera, pensando en
la posibilidad de que ella dejase las cosas aún peores. Sabía que eso era
posible.
— No digas nada, solo actúa con naturalidad.
— ¿Qué quieres decir con “naturalidad”?
Llegamos a la cocina e hice lo que Susan me pidió. Me senté en la
silla de al lado de Steve, que agradecía los elogios de mi madre.
— ¿Te gusta el café con o sin azúcar, Steve? — Preguntó mamá a
mi jefe, del cual ya sabía hasta el hombre.
— Con azúcar, por favor.
— Esa es una señal buenísima. Me parece una buena persona para
mi hija. — Mi madre avalió la preferencia de ella en relación al café. Según
ella, las personas que tomaban café sin azúcar tenían una enorme tendencia
a la frialdad y al calculismo, lo que le hacía recordar a mi padre, que
prácticamente nos abandonó cuando se casó de nuevo. Ella entregó una taza
con abundante café a él y continuó. — ¡Qué coincidencia! ¿Te crees que yo
estaba sintiendo que Julie se había echado novio? Ella últimamente me
parecía un poco despistada después de entrar en ese empleo de
telemarketing.
Los ojos de Steve se volvieron hacia mí, casi automáticamente.
— ¿Telemarketing? — Indagó ella. — ¿Tienes otro empleo?
Gracias a Dios, él ni siquiera se dio cuenta de que mi madre había
anunciado mi verdadero nombre saliendo de la boca de mi madre.
— ¿Qué quieres decir con otro empleo? — Mamá cuestionó,
confusa.
Miré de reojo hacia Susan y me aclaré la garganta. Volví a mirarlo y
dije, bajito:
— Lo puedo explicar más tarde.
Él me miró, seriamente, pero asintió.
En aquel momento, aproveché para aclarar la situación a mi madre:
— Oh, mamá. Steve y yo no somos novios… Él es apenas un
amigo.

Steve bajó la cabeza, como si hubiese sido fuertemente golpeado


con la palabra “amigo”.
— Ah, pero por ahora. Se nota que vosotros tenéis algo entre manos.
Me parecéis muy bonitos juntos, hija.
— ¡Mamá! — Me quejé, sonrojándome.
— Cualquier persona puede notar eso.
— Gracias, sra. Evans. — Steve agradeció a mi lado, bebiendo una
buena cuantidad del líquido caliente de su taza. — Además, ese café está
muy bueno.
— Ah, es solo un café común, querido. — Dijo ella, con vergüenza.
— De todas formas, está muy sabroso.
— ¡Gracias! — Mamá alejó una mecha de pelo hacia atrás de la
oreja, derritiéndose con los cumplidos de mi jefe. — ¿Vives en este barro?
— No, vivo un poco más cerca del centro.
Ella se acercó una silla y se sentó:
— Me pareces muy joven, y trabajador. — Analizó ella. — ¿Qué
haces en la vida, Steve?
Él me miró, como si pidiese mi autorización, y mi madre continuó:
— No hace falta que te avergüences de lo que haces, hijo. Todo
trabajo es digno. A veces no tenemos otra opción y hacemos lo que nos
viene primero. Además, ese reloj en tu pulso parece una buena imitación.
¿Dónde lo venden?
Steve miró al reloj, sonriendo:
— ¿Usted cree que es falso, señora?
— Sin duda. Me parece que se esmeraron haciendo esa copia. Tus
ropas son también muy bonitas. Y también tienes una excelente condición
física. — Continuaba ella estudiando en voz alta, haciendo con que Susan
se agitase. — ¿No serás un guardia de seguridad? Aunque, con esa cara,
podrías conseguir varios curros como modelo. Eres realmente muy guapo,
Steve.
— Definitivamente, estoy muy halagado por el hecho de que crea
que soy un guardia de seguridad, sra. Evans. — Soltó él una sonrisa,
simpático. — Pero soy un empresario del ramo de desenvolvimiento de
softwares.
— ¡Pero que guay! ¿Empresario? ¿Y encima de tecnología? ¡Qué
maravilla! — Mamá charlaba, entusiasmada, como buena habladora que
era. — ¿Dónde queda tu taller? Es que tengo un ordenador aquí en casa que
hace dos años que no funciona. ¿Podrías echarle un vistazo?
Ahora Steve sonrió, desconcertado.
— Bueno, ¿cómo se lo podría explicar? Es que yo no soy del
servicio técnico. Tengo una empresa de desenvolvimiento y gerencia de
aplicativos. Pero puedo pedirle a alguno mis técnicos que le eche un vistazo
al problema de su ordenador.
— Es como si él fuese el dueño de Facebook, mamá, con la
diferencia de que su negocio tiene relación con coches por aplicativo. —
Susan interfirió en la conversación, suspirando.
— ¿Como si fuese el dueño de Facebook? ¿Entonces es como si
fueses un magnate? — Preguntó ella, asustada.
— Magnate es una palabra tan antigua, mamá.
Mamá pareció ignorar los comentarios de Susan y siguió con sus
preguntas:
— ¿Entonces ese Rolex en tu muñeca en serio que es de verdad, es
decir, original?
Steve volvió a sonreír con levedad, mirando para mí y respondiendo
a la pregunta de mi madre:
— Al menos es lo que me dijeron en la tienda. — Confirmó él,
educadamente.
Mi madre se quedó en silencio por un instante.
Susan dejó de apoyarse en la pared de al otro lado de la cocina,
pareciendo oír algo:
— ¿Estáis escuchando eso?
— ¿Eso, el qué? — Indagó mamá.
Oí también los gritos distantes e instantáneamente miré a Susan y
casi al mismo tiempo dijimos:
— ¡El abuelo Charlie!
Me levanté instantáneamente, corriendo al salón, con Susan
acompañándome, y tuve la sensación de que Steve y mi madre venían atrás.
— Viene del baño. — Dije yo, siguiendo por el pasillo de al lado,
desde donde parecía venir los pedidos de socorro, que empezaban a ponerse
más nítidos.
— ¡Chicas, estoy atrapado! Socorroooooo.
Aligeré los pasos y llegué a la puerta, intentando abrirla, pero
parecía bloqueada.
— ¿ABUELO?
— Gracias a Dios, mi hija. Por favor, no estoy consiguiendo abrir la
puerta de ninguna forma. Entré al baño y acabé encerrado.
— Sabía que eso podía suceder. El pestillo de esa puerta estaba
dando señales desde hace mucho tiempo. — Se quejó Susan.
— Abuelo, vamos a intentarlo juntos. — Dije yo un poco más alto,
mirando instantáneamente a Steve, que observaba todo de cerca, al lado de
mi madre, que parecía aprensiva.
— ¡Está bien, hija! Vamos a intentarlo. — Estuvo él de acuerdo.
— A la de tres. — Avisé. — Uno, dos, tres.
Giré la manija completamente y empujé mi brazo contra la
superficie de madera de nuez, colocando toda la fuerza que tenía. Pero fue
inútil. La puerta no se movió un centímetro siquiera.
— ¡Mierda! — Insulté, rindiéndome.
— PADRE, ¿ESTÁ TODO BIEN POR AHÍ? — Ahora era el turno
de mi madre preguntar. — ¿NO PODRÁS AGUANTAR ALGUNOS
MINUTOS HASTA QUE CONSIGUIÉRAMOS TRAER AL LLAVERO?
— Por lo visto, no me queda otra. Pero llámenlo ya, que la estoy
pasando canutas.
— ¿Está necesitando de su inhalador, abuelo? — Cuestioné,
preocupada, debido a su asma.
— ¡Todavía no, querida! Pero estoy con mucho calor.
— Perdóneme la intromisión, ¿pero su abuelo es asmático? —
Preguntó Steve.
— Sí. Necesito llamar pero ya al llavero. — Confirmé,
preparándome para buscar a alguien en el barrio que trabajase haciendo eso.
— Perdónenme, de nuevo, pero su abuelo debe ser retirado ahora
mismo de ahí. Si él está empezando a sentir calor, significa que en un rato
empezará a sentir falta de aire. Sé lo que digo, pues viví con mi hermana,
que tenía asma.
— ¿Y qué nos sugiere? — Preguntó Susan.
Él alternó la mirada hacia Susan y dijo:
— Que derribemos la puerta. — Explicó él con mucha simpleza. —
¿Puedo intentarlo?
Miré a Susan, que estaba preocupada con la puerta, que sería
dañada, y él pareció leer mis pensamientos.
— No se preocupe con la puerta. Tengo un amigo carpintero que
puede resolver eso después.
— Siendo así, ¡abajo con esa puerta! — Exclamó Susan y mamá
vibró.
— SEÑOR, NECESITO QUE SE MANTENGA LO MÁS
DISTANTE QUE PUEDA DE ESA PUERTA. — Tomó partido Steve.
— ¿Y tú quién eres?
— Soy Steve Clifford, amigo de su nieta Susan.
— Todo un placer, Steve. Me llamo Charlie Evans.
— ¿Susan? — Indagó mamá.
— Es que a él le gusta llamar a Julie de esa forma, mamá. —
Murmuró Susan a mi madre.
— Pero ese es tu nombre. Qué raro.
Mi madre no era tonta y, si no le diésemos ya una explicación
plausible, probablemente preguntaría hasta descubrir la verdad.
— Después explicamos todo, mamá. — Susurré y ella finalmente
pareció afirmar con la cabeza. Me sentí muy mal por pensar que estaba
engañando personas y alimentando una enorme red sin fin de mentiras.
—¿ESTÁ LISTO, SR. EVANS? — Preguntó Steve, retrocediendo
algunos pasos.
— ¡DALE DURO! — Respondió gritando el abuelo.
— ¡IHUULL! — Susan reprodujo el relinchar de un caballo,
animadamente. ¿Cómo conseguía estar tan despreocupada mientras
estábamos a un paso de ser descubiertas?
Steve se concentró un instante y metió dos patadas absurdamente
fuertes en la superficie de madera, que me hicieron encogerme en una
esquina, asustada con los fuertes sonidos. La tercera patada fue capaz de
abrir la puerta, abriendo una nube de calor que me calentó la cara.
El abuelo salió sonriendo del baño y saludó al hombre que jadeaba
levemente y sonreí.
— Buen trabajo, querido Steve. Es un placer. Charlie Evans.
— Mucho placer, señor. — Steve apretó la mano del abuelo, que le
retribuyó la sonrisa.
— ¡Ai, que maravilla! Eso merece otra taza de café. — Dio mamá la
idea.
— ¿Es que en esta casa solo hay café? — Preguntó Susan.
— Me gustaría mucho quedarme, pero tengo un compromiso ahora.
— Steve comentó, girándose hacia mí y preguntó: — Puedo dejarla en su
trabajo de telemarketing, Susan. ¿Vamos?
— Sí, claro.
— ¿Susan? — Cuestionó el abuelo.
Y la verdadera Susan dijo bajito a mi oído:
— Apenas vete, que yo cuidado de mamá y del abuelo. Todo saldrá
bien.
Asentí discretamente y caminé hasta el abuelo para darle dos besos
en las mejillas, despidiéndome en seguida. Steve hizo lo mismo con un
apretón de manos y después seguimos hacia su coche aparcado enfrente a
mi casa.
— Me puse muy confuso. ¿Por qué no le has dicho a tu familia que
trabajas en mi empresa? — La pregunté fue dirigida a mí cuando estábamos
solos, en el interior de su vehículo, fuera del alcance de los oídos de mis
familiares.
— Porque...
Pensé en algo que pudiese convencerlos y tuve que mentir, de
nuevo.
— Es que prometí a mi familia que nunca más trabajaría en oficinas.
— ¿Por qué? — Inquirió él, confuso.
— Porque la última vez yo… Yo… — Dije sin pensar mucho. — Yo
me enamoré de mi jefe del depósito y sufrí desesperadamente cuando él me
despidió.
¡Mierda! ¿Qué mierda he hecho? Esa era una mentira malísima.
Le observé tragar saliva, aflojándose la corbata en su cuello.
— ¿Eso quiere decir que él te rechazó? — Murmuró: — ¿Qué clase
de hombres rechazaría a una mujer como usted?
Para completar, continué explicando nerviosamente:
— Me quedé llorando durante días y mi madre dijo que eso era
culpa de los hombres bonitos que trabajan en esas oficinas muy importantes
y me hizo prometer que yo nunca más pondría los pies en ambientes de ese
tipo.
— ¿Él es bonito? — Giró la cara para preguntarme.
— Ahá. — Asentí.
Él miró hacia el lado, pensativo, volviendo a cuestionar:
— ¿Más bonito que yo? — Bromeó él.
— Un poquito más. — Dije, demostrando con mi mano derecho el
cálculo de una pequeña diferencia imaginaria entre el espacio de mis dedos.
Tuve la impresión que él resopló, inconformado, y encendió el coche a
seguir.
— ¿Qué pasa? Pareces enfadado.
Él dio marcha atrás para hacer la vuelta y respondió, sin expresión:
— Nada.
— ¿Qué pasa? Puedes contármelo.
— En algunas horas tendremos que estar en el set de una publicidad
de la Clifford. — Dijo él, cambiando drásticamente de asunto, y yo
simplemente decidí respetarlo y no insistir en hacerle contar sobre su
cambio repentino de humor. ¿Será que él está desconfiando de alguna cosa?
CAPÍTULO 17

¡Ni de coña! ¿Más bonito que yo? ¿Qué tendrá ese cabrón que yo no
tenga? ¿Y encima ella le seguía el juego? Oh, ¿por qué, de repente, yo me
sentía tan competitivo en relación al pasado de Susan?
Estaba claro que ella se había enamorado de otros hombres, pero, de
alguna manera, sentí que no estaba preparado para saber de eso. Ella
parecía tan delicada, sensible y perfecta, que ni se me pasó por la cabeza
que un día ella fuera rechazada por un hombre. La verdad era que, como el
hombre con experiencia que soy, no imaginaba que existiese un hombre
digno de tocarla, mucho menos de romper su corazón.
Su madre tenía razón, ella debería alejarse bastante de ese cabrón.
Mientras conducía en silencio y a todo vapor por San Francisco a las
nueve de la mañana, decidí pasarme por Fisherman’s Wharf antes de
dirigirnos al set de grabación. Casi se me olvidaba que, tal día como hoy,
hace tres meses que Romena se había ido y, como yo hiciera en los últimos
dos meses, tomé la decisión de visitar su antigua casa.
Por raro que parezca, yo sentía más su presencia allí que en
cualquier otro lugar, aún más que en su túmulo. Tal vez su esencia estuviese
impregnada en las paredes y muebles, y mis recuerdos aflorasen aún más en
cada cosa que yo tocaba en aquella casa.
— ¿Llegamos? ¿Es en esa casa donde está el set? — Habló Susan
por primera vez desde que salimos de su barrio, en el momento en que
paramos frente al jardín de la residencia de colores beiges.
— Todavía no llegamos. Necesito que te quedes en el coche por
algunos minutos.
— ¿Por qué? ¿De quién es esa casa? — Preguntó ella, mirando
curiosa por el parabrisas.
— De mi fallecida hermana. — Respondí y ella pareció encogerse
de hombros.
— Te espero el tiempo que necesites. — Dijo ella, con un tono de
voz más cuidadoso de lo normal.
Miré sus ojos y agradecí:
— Gracias.
Salí del coche y caminé a pasos largos hasta la escalera de
poquísimos escalones que llevaba a la puerta de entrada, sintiéndome los
pies hundirse en el suelo. Cogí el llavero en mi bolsillo y encontré su llave
entre las mías de la oficina. De pronto, estaba girando la manija de la puerta
y adentrando en aquel lugar en silencio absoluto.
Tranquilamente, anduve hasta el salón y me puse a tocar la
superficie de cada mueble de por allí. Cuando llegué al sofá, deslicé la
mano por la tapicería, que ya poseía una fina camada de polvo, recordando
el día en que ella me contó sobre su embarazo y como estaba feliz por
descubrir que tendría un hijo. En aquella época, no imaginábamos que el
desgraciado de Lamar tenía una doble vida, tampoco que Romena daría luz
a una niña tan linda como Lux. ¡Dios! Lo daría todo para revivir aquel día
otra vez.
Miré hacia arriba, sintiéndome arder los ojos. ¡Joder! Odio llorar. Di
algunos pasos hasta la ventana y me quedé algunos segundos allí,
recomponiéndome.
Para mi sorpresa, escuché a alguien entrar en aquel salón. Desconfié
quien podía ser, pero tuve que mirar por encima del hombro para
confirmarlo y encontré a la pelirroja parada en el umbral de la puerta. Volví
a girar la cara hacia adelante y ella comentó:
— Hacía mucho calor dentro del coche.
— Está bien.
Escuché sus pasos aproximándose y sentí el calor de su cuerpo parar
a mi lado.
— La extrañas mucho, ¿verdad?
Endurecí la mirada y respondí con toda la verdad de dentro de mí.
— Tanto que llega a doler.
Un silencio ensordecedor se formó entre nosotros más una vez.
— Sabes, cuando mis padres me dejaron solo con Romena, nunca
me sentí solitario. — Una sonrisa mecánica se abrió em mis labios y yo no
sabía muy bien la razón por la cual me estaba desahogando. A penas me
vinieron las ganas de decir aquellas palabras. — A decir verdad, la soledad
no es algo que suela sentir. No obstante, después de que ella murió… — Un
nudo se formó en mi garganta. — Me he sentido tan solo. — Pasé la lengua
entre los labios, reteniendo la mierda de las lágrimas. Llorar delante de ella
no era algo que yo quería, entonces intenté mantenerme firme, mirando
hacia la calle de enfrente.
Susan, por su parte, continuaba escuchándome paciente. Cuando ella
pareció notar que nada más iba a salir de mi boca, entonces sus brazos
envolvieron mi cuerpo por la lateral y besó la parte superior de mi brazo.
— Tú no estás solo. — Susurró ella. — Tienes a Lux, a la señora
Johnson…y a mí, por si quieres mi amistad.
Ella me apretó tan fuerte, que de alguna forma sentí todos mis
músculos ampliándose, relajándose, encontrando en su abrazo una
sensación de descanso. Hizo como si yo estuviese, en los últimos tres
meses, sujetando diez kilos en la espalda e intentando ser el mejor tutor
posible para Lux, y no hubiese nadie para curar mi herida aún abierta.
Levanté mi brazo, pasándolo por su espalda y atrayéndola para más
cerca de mí, rompiendo todas las barreras de nuestra relación profesional
para sentirla con todo mi cuerpo y alma. Nos quedamos así por algunos
minutos, lo suficiente para que su calor aliviase todo el dolor causado por el
luto en mí.
CAPÍTULO 18

Después de que saliésemos de la casa en Fisherman’s Wharf, Steve


paró el coche en un aparcamiento al lado de un edificio de pocos pisos.
Ahora sí que parecía que habíamos llegado al set.
Miré hacia el lado, mientras él se desabrochaba el cinturón de
seguridad. A pesar de que el silencio le daba una expresión más seria, sus
trazos parecían más relajados, comparados a los que tenía cuando lo
encontré en la casa de su fallecida hermana.
Verlo casi llorar dejó mi corazón del tamaño de un guisante, aunque
él pareciera haber resistido bravamente a la tentación de no derramar
lágrimas en mi presencia. Cuando escuché su desahogo, me fue imposible
resistir a las ganas de abrazarlo. No me importé con lo que él pensaría de mí
después, solamente quería desesperadamente hacer con que no se sintiese
solo.
Acompañé Steve hasta el segundo piso, donde ocurrían las
grabaciones. Fuimos recibidos por el equipo de filmaciones y conducidos
hacia las sillas plegables en la lateral del estudio, junto al director, que
explicaba detalladamente el guion de la publicidad. Como me había
olvidado de mi bloc de notas, gracias a la prisa con la que salí de casa,
anoté las fechas de lanzamiento de algunas informaciones en el móvil, para
después pasarlas al ordenador.
Cuando las lámparas periféricas fueron apagadas y apenas la luz del
centro del estudio se destacaba, sentí unos largos dedos aterrizándose sobre
mi muslo derecho para después acariciarlo. Bajé la mirada a sus manos y
después miré sus ojos, que estaban serios, endurecidos, a una distancia muy
próxima de nuestras sillas. Con fuerza cogí aire y continué mirándolo, tal
vez con la boca entreabierta. ¿Qué mosca le ha picado? ¿Por qué me está
mirando tan de repente de esa forma?
Cuando las grabaciones se iniciaron, él hizo un círculo con la punta
del dedo sobre el tejido de mi falda y usó toda la palma de su mano para
apretar mi muslo. Después giró la cara para ver la grabación, como si nada
hubiese pasado. Solo entonces noté que mis ojos desde hace mucho tiempo
que no se cerraban y que mi respiración se había cortado. Jadeé,
ridículamente.
Hice un esfuerzo y direccioné mi atención a los actores de enfrente
al coche popular y a la enorme pantalla de color verde casi neón. No
obstante, me era casi imposible concentrarme en lo que ellos decían
mientras mi cuerpo parecía estar dentro de un campo magnético lascivo
entre él y yo.
Las horas parecían arrastrarse como una verdadera tortura y,
solamente cuando las luces se encendieron, que pudimos salir para comer
en un restaurante cerca de allí. El director nos invitó a comer con el equipo
de la dirección, pero Steve rechazó educadamente la propuesta. Algo me
decía que él quería un momento a solas conmigo y eso me dejó un poco
más ansiosa de lo normal.
Desde que salí de mi casa, vine preguntándome si él desconfió de
algo, pues, aún después del momento íntimo que compartimos antes, más
temprano, él todavía continuaba callado e impasible. Pero, no me parecía
más certera esa posibilidad después de que su mano acariciara mi muslo en
el set de grabación. ¿O no será que esa posibilidad aún era posible?
Mi cabeza ya no aguantaba todas esas preguntas.
Cuando esperábamos los medallones de carne, también llamados de
Grillades, yo bebí soda mientras Steve se hidrataba con agua desde el otro
lado de la mesa. Por suerte, pudimos sentarnos en una de las mesas cercanas
a las ventanas, cuya ventilación parecía ser la más privilegiada de todo el
restaurante, pues daba acceso al jardín que rodeaba el recinto. Si no fuese
por eso, me estaría derritiendo debido al calor que hacía en San Francisco,
aún más con aquellos ojos que no dejaban de direccionarse a mí.

— ¿Cuánto te gustaba él? — La pregunta surgió un poco inesperada


entre nosotros. —
— ¿Él quién?
— ¿De tu ex-jefe? — Insistió él, sin expresión.
¡Joder! De nuevo esa mentira. No lo soportaba más. Pero, apenas
tragué saliva y respondí:
— Bastante.
Él tomó más un trago de agua y después se inclinó hacia adelante,
de tal forma que nos quedamos más próximos. Él apoyó los antebrazos
sobre la mesa, dejando sus hombros curvados naturalmente, pero, aun así,
su estructura ósea parecía enorme.
— Yo quiero ser mucho más que ese “bastante”. — Dijo él,
haciendo con que mi boca temblase en la parte inferior, simplemente
robando las palabras de mi boca. Sin embargo, mi mente funcionaba muy
bien y empecé a andar por un camino lógico para encontrar la razón de todo
esto.
— ¿Estás queriendo eso apenas... — Me quedé recelosa en decirlo,
pues sonaba ofensivo hasta en el pensamiento. Pero, aun así, completé: —
para alimentar tu ego?
Pensé que él tal vez solo estuviese dispuesto a conquistar su
secretaria para no sentirse inferior a mi antiguo jefe, que ni siquiera existía,
y después descartarme cuando consiguiese llevarme a su cama.
Él frunció el ceño.

— No, claro que no. — Replicó él, seriamente. — Estoy diciendo


eso pues ya no consigo mentir más tiempo a mí mismo que estoy loco por
ti, Susan. El cabrón de tu antiguo jefe nada tiene que ver con eso, pero
confieso que me puse incómodo cuando te imaginé siendo de otro hombre,
pues lo que yo más quiero en este momento es poder tocarte y poseerte de
todas las formas posibles. Me admira el hecho de que otro hombre no vea lo
que yo mismo veo, pero, también, no creo que eso sea tan raro como pueda
parecer. Al final, ni siquiera los cerdos, por muy bien que los cuiden, son
capaces de apreciar las piedras más valiosas.
Perdí el aire e intenté digerir sus palabras. Por más tentadoras que
fuesen, debería prestar atención a los detalles.
— “En ese momento”. — Enfaticé. — Tú me deseas solo por un
momento.
Él respiró profundamente y yo le cuestioné:
— ¿Cuántas relaciones ha tenido, Sr. Clifford?
— Varias. Pero ninguna que llegase a un nivel profundo.
— ¿Por qué?
En ese instante, él se apoyó totalmente en la silla, como si yo le
estuviese encorralando. Pero me dio la respuesta:
— Porque nunca me sentí atado suficientemente a alguien para
asumir un compromiso serio. Cuando digo asumir, no me refiero apenas en
presentar alguien a las personas. Me refiero al comprometimiento en ser
verdaderamente de aquella persona, incluirla en mi vida y hacer planes de
un largo futuro a su lado.
— ¿Y no es para eso que nos comprometemos con alguien? Para
incluirla en nuestra vida y hacer planes de futuro con ella. — Afirmé, sin
ver la novedad en sus palabras.
— No en el medio en el que vivo. El amor se ha vuelto cada vez
más líquido y, consecuentemente, las relaciones más breves.
Sin saber qué cara poner, sonreí.
— Es por eso que no compatibilizamos, Sr. Clifford. Yo no vivo en
tu medio. De dónde vengo, el amor continúa siendo popular.
— Tienes razón, Susan. No puedo prometerte amor por ahora, pero
eso no significa que no esté enamorado.
Eso hizo con que todas mis expectativas se rompiesen sobre el
rumbo que aquella conversación podría haber tomado y, para mi suerte o
azar, la camarera llegó con nuestros platos y medallones.
— ¡Permiso!
Ella colocó sobre la mesa y yo le agradecí gentilmente, todavía con
la misma expresión desconcertada en la cara. Ella me sonrió y volvió por el
pasillo de mesas de al lado.
¿Enamorado?
Él solo puede estar de coña conmigo. Mi subconsciente se negaba a
creer en eso. Oh, Steve Clifford, no puedes simplemente jugar con tus
secretarias de esa forma. Pero sus palabras parecían tan sinceras.
Steve y yo nos servimos en total silencio, escuchando solamente los
sonidos de nuestros movimientos sobre la mesa. Así estuvimos durante todo
el almuerzo.
— Necesito ir al baño. — Avisé después de terminar nuestra
comida.
— Está bien. Mientras vas y vuelves, pido la cuenta.
— ¿Sabes dónde queda el baño femenino?
— Al final del pasillo, a la derecha.
Me levanté y agradecí meneando la cabeza.
Me dirigí al final del pasillo de mesas y no me fue muy difícil ver
los lavabos a la derecha. Caminé hasta allí, entré en el espacio clean, de
paredes de granito y orquídeas decorando las esquinas, así como el resto del
restaurante.
Me lavé las manos en el fregadero, lanzando un poco de agua contra
la cara. ¡Cielos! Mi piel está muy caliente. — Murmuré, mirando mi reflejo
en el espejo. Yo estaba roja y mis hombros un poco tensos. Como si las
palabras de Steve aún estuviesen reverberando en mi mente.
¿De verdad que él está enamorado de mí? Mi corazón disparaba solo
de pensar en eso. Y, para ser sincera, mi ansiedad se daba por el hecho de
saber muy bien que yo sentía lo mismo por él.
Si no fuese por esa mentira…
¡Joder! Mentira. Mentira. Mentira. Parecía que todo se resumía a esa
mentira.
¿Y si se lo contase ahora?
Si era verdad que yo le gustaba, tal como me dijo, probablemente
entendería mis motivos. Inventar aquella mentira sobre mi identidad no fue
algo profesional, pues yo estaba necesitando del sueldo urgentemente. No
tuve otra alternativa.
Además, si no fuese por esa mentira, tal vez nunca nos habríamos
conocido, tampoco aproximado.
Cierto. Acabo de tomar mi decisión. Me sequé el rostro con la toalla
de papel disponible por allí y salí por la misma puerta por la que entré,
decidida a decir toda la verdad. Y, como si estuviese oyendo mis
pensamientos, le vi adentrar aquel espacio reservado para la entrada de los
lavabos.
— Steve, tengo algo que contarte. — Empecé, mientras lo veía
caminar en mi dirección.
— Guarda las palabras para después… — Él avanzó sobre mí, cogió
mi rostro con sus manos grandes y tomó mis labios con su boca.
Steve pasó la lengua entre mis labios y presionó su cuerpo en el
mío, que estaba en llamas. Él me besó con todo el ardor de alguien con
deseos, como si estuviese pensando en eso desde hace horas. Su excitación
poderosa rozó en mí, lo que me dejó loca de deseo. Succionó mi labio y
gemí, sin pudor, olvidando que estábamos en un restaurante y que, a
cualquier momento, una persona podría pasar por allí. Y realmente no tardó
mucho tiempo hasta que eso sucediese, haciendo que nuestros cuerpos se
alejasen bruscamente, debido a que una cliente apareció.
La señorita cascarrabias pasó por nosotros, quejándose bajito:
— ¡Pero que sinvergüenzas!
Miré a Steve, que jadeaba y calmaba con la mano algo que estaba
dentro de sus pantalones; algo que se proyectaba nítido contra el tejido.
— Ya pagué la cuenta. ¿Qué tal irnos ahora? — Preguntó él.
— Claro. — Respondí, mordiendo el labio inferior.
Él cogió mi mano y caminamos directos al aparcamiento. Llegamos
en su Ferrari blanco y entré por la puerta del copiloto. Al estar juntos en
aquel espacio comprimido, nuestros cuerpos se atrajeron con si tuviésemos
ambos un imán. Levanté un poco la falda y subí en él, mientras que su
mano en mi culo ayudaba a encajar mi cuerpo encima del suyo.
Steve volvió a devorar mi boca, pero de forma más intensa que
antes. Parecía que su miembro iría, a cualquier momento, atravesar los
pantalones y penetrarme, mientras sus manos deslizaban por la pared de mi
espalda.
— Quiero follarte, srta. Evans... — Murmuró él entre besos,
dejándome en un estado deplorable de excitación. Sus manos se posaron en
mi trasero y él lo apretó fuerte. Mis manos se deslizaron por mi tórax, y
cuando mis dedos tocaron la bragueta de su pantalón, él completó
susurrando: — Pero no aquí.
Él separó nuestros labios y nuestras frentes se colaron naturalmente,
mientras jadeábamos.
— Todavía estamos en horario laboral, ¿verdad? — Susurré,
intentando arrancarle una risa.
— No me importaría hacer el amor contigo mientras el trabajo me
espera. — Él dejó un un besito tardado en mis labios y me preguntó: —
¿Quieres salir conmigo mañana por la noche?
— ¿Te refieres a un plan de dúo, comer algo rico y después
aprovechar la compañía del otro?
Él se frotó su nariz en la mía y asintió en un murmuro:
— Exactamente.
Hice una pausa y, antes de que él me respondiese, su bolsillo
empezó a vibrar.
— Tu móvil está vibrando. — Puntué.
— Esa persona puede esperar. — Él pasó las manos de mi culo a mi
cintura y empezó otro beso, más lento, como si quisiese explorar cada
detalle de mi boca. Su móvil, por su vez, paró de vibrar un instante y
después volvió a hacerlo otra vez.
Separé nuestras bocas, diciendo, bajito, en una voz muy mona:
— Cógelo. Puede ser algo importante.
Él me miró y asintió, aunque en el fondo se notaba que no quería.
Salí de encima de él para que pudiese meter la mano en el bolsillo y
me dispuse en el asiento de copiloto.
— Es Bárbara. — Dijo él, cogiéndolo con prisa.
¿Será que es algo relacionado con Lux? Observé, un tanto asustada.
— ¡Hola, Bárbara! ¿Algún problema? — Se hizo un silencio hasta
que él dijo: — ¿Has hablado con Meryl?... Comprendo…estoy llegando ahí.
Él colgó el teléfono y en seguida pregunté:
— ¿Le ha pasado algo a Lux?
— No, Lux está bien. Es Bárbara, tienes que salir para llevar a su
madre al hospital, pues ella ha sufrido hace nada un accidente doméstico, y
parece que Meryl salió de compras esta tarde y está con el móvil apagado.
Tendré que cancelar mis compromisos de hoy por la tarde y volver a casa.
— Si no quieres cancelar tus compromisos, me puedo quedar con
Lux esta tarde.
No. No quiero ser inconveniente.
— No sería ningún inconveniente. Adoraría pasar la tarde con la
calvita. — Dije, mostrando una sonrisa gentil y garantiéndole mis ganas,
animadamente: — ¡Va a ser como una tarde de chicas!
¡Cielos! Si él aceptara, significaría estar yo al cuidado de un bebé
después de tantos meses sin hacer eso.
Él analizó rápidamente la propuesta, avanzando por el espacio entre
nosotros, y cubrió mis labios con el suyo.
— De verdad que no hay nadie como tú, Susan Evans. — Dijo él
contra mi boca, pasando el pulgar por el flanco de mi rostro, y una sonrisa
larga se abrió en mis labios.
CAPÍTULO 19

Aunque Bárbara me pareciera un poco borde y que ella no


simpatizase conmigo, me puse triste por la situación en la que ella se
encontraba en esa esa tarde, con su salida repentina al hospital.
Cuando llegamos al piso de Steve, cogí a la gordita en mis brazos y
dejé que Bárbara charlase con él en el salón, antes de salir apresuradamente.
Steve fue hasta la cocina, donde yo me encontraba con Lux en el
regazo, al lado de la frutera, que parecía entretenerla.
— ¿Estás segura de que puedo irme? — Él se aproximó de las dos,
dejando un besito en la cabeza de Lux.
— Totalmente. Bueno, si me liberas de mi función de secretaria hoy,
claro. — Sonreí, haciéndole recordar de aquel detalle.
Él besó un pedacito de mi boca durante un buen rato, mientras Lux
lanzaba su cuerpecito hacia adelante para intentar coger la frutera.
— Claro que te libero. Siempre y cuando te quedes hasta que yo
llegue.
Su voz poderosa estaba baja y cariñosa, mientras sus ojos parecían
escanear mi rostro.
— Pues claro que estaré aquí cuando vuelvas. No me voy a separar
de esta jovencita hasta que coloques los pies en este piso de nuevo. — Miré
hacia Lux, que finalmente consiguió coger una banana y la sacudió en el
aire.
Aun desconfiando de las segundas intenciones de Steve escondidas
atrás de su interés en mi permanencia en el piso hasta que volviese, quise
dejar claro que podía confiar en mí para cuidar de su sobrina.
— Siendo así, hasta luego, chicas.

Él hizo una caricia en la mejilla de Lux con el dorso de la mano y


después hizo lo mismo conmigo, con la diferencia de que su pulgar se paseó
suavemente por mi labio inferior, de forma dominadora y sexy.
Nada más asentir Steve, salió por el salón, dejándonos solas. Alejé
la imagen de sus ojos en mi boca y sonreí a Lux, planificando nuestra
programación para esa tarde.
Durante la tarde, di una vuelta en el edificio con Lux en busca de
algo que nos pudiese distraer. Encontramos la salita de juguetes del
condominio y nos quedamos un buen tiempo ahí. Decidimos salirnos
solamente cuando Lux tuvo un pequeño desentendimiento con otro niño,
que cogió bruscamente un juguete de su mano. Lux clamó para sí el objeto,
tirando de los pelos del chico, que gritó alto.
Obviamente, aparté el desentendimiento inmediatamente, pero la
madre, que estaba sentada al otro lado de la sala con el móvil, se enfadó
mucho cuando vio que su hijo estaba llorando porque Lux le estaba tirando
del pelo.
Me levanté de la estera de goma con Lux en brazos y nos
escabullimos, llevándome conmigo a la peligrosa arrancadora de pelos de
vuelta al piso, babando el juguete amarillo y sonriendo de los saltitos que
yo daba de vez en cuando por el camino.
Llegando al piso, fuimos hasta la cocina, preparé una sopita de
banana y se la di a Lux, que se la comió toda y pareció pedir más,
lambiendo la cuchara. Hice más un poco y, en seguida, subimos al piso de
arriba.
Paseamos por el pasillo hasta pararnos delante de la puerta
entreabierta al final del pasillo. No era mi intención entrar en ninguna otra
habitación que no fuese la de ella, pero, de repente, sentí una gran
curiosidad para saber lo que había en ese espacio.
— Una pequeña espiadita no hace mal a nadie, ¿verdad? — Pensé
en alto, susurrando aquellas palabras.
Lux sonrió, como si entendiese lo que yo decía.
Sonreí también y abrí un poco la puerta, que reveló un escritorio
moderno, con una mesa de caoba en el centro, una pantalla Apple y
poltronas marrones de cuero. El lugar era parecido con el escritorio de la
señora Johnson en el primer piso, con la diferencia de que ese era mayor y
tenía un sofá en la lateral, cuya vista daba a una San Francisco abarrotada
de edificios.
Mis pies me llevaron hacia el interior de aquella sala, mientras
observaba la estantería atrás de la mesa. Había muchos portarretratos allí.
No contuve la curiosidad y me aproximé de aquellas fotografías familiares.
En una de ellas parecían los padres de Steve los fotografiados. Los reconocí
por la tonalidad rara de azul grisáceo en los ojos de aquella mujer de pelo
castaño claro. ¡Uau, ella era muy guapa!
Debido a los uniformes blancos de detalles azules y dorados y la
pista de decolaje atrás, inferí que pudieron haber sido pilotos de avión.
Lux dio un gritito a mi lado.
— ¿Es la abuela y el abuelo? — Pregunté.
Ella sonrió.
— Tienes razón, jovencita. Ellos eran realmente muy guapos. Se
nota que has salido a ella. — Di un besito en su hombro y continué viendo
aquellas fotos, una por una.

En algunas de ellas aparecía una mujer que supuse ser la madre de


Lux cuando aún era una niña, Romena. Otras eran más recientes, como la
que Steve aparece cogiendo a Romena en los brazos, en un lugar cuya
privilegiada vista daba al Burj Khalifa.
En una de las veces en que me aproximé de la estantería para coger
en las manos un portarretrato, Lux lanzó su manocita directamente a una
fotografía, la cual cogió y abrazó, apretándola contra su tripita.
— ¿Te ha gustado esa, princesa? — Pregunté con cariño mientras
ella parecía proteger la fotografía de una forma muy mona. — ¿Me la
quieres mostrar?
Coloqué mi mano encima de la moldura de madera y Lux me
entregó el portarretrato. Era Steve, detrás de la mesa de ébano del escritorio
de la Clifford.
— Papá.
Inesperadamente, ella se inclinó hacia el centro de la moldura en mi
mano, besó la superficie de la foto y la abrazó con sus dos bracitos gordos.
— Papá. — Repitió ella, dejándome los ojos llenos de lágrimas.
— ¿Es tu papá? — Pregunté, sonriendo.
— Papá. — Repitió ella, finalizando, encajando su rostrito en la
curva de mi cuello. Con una sonrisa abierta en mi cara, continué mirando
aquellas fotografías, pensando en lo fuerte que aquel hombre era
emocionalmente. No tuvo que ser fácil levantar cabeza y continuar después
de perder todas esas personas. Su capacidad de resiliencia hizo con que yo
lo admirara aún más.
Meryl volvió casi al final de la tarde, acompañada de un señorcito,
que ya vi dos veces deambulando por el salón, pero con el que nunca tuve
la oportunidad de dirigirle la palabra, tampoco saber su función en aquella
casa. Él ayudó a Meryl a llevar varias bolsas de plástico hasta la cocina y
observé todo de cerca con Lux en el brazo.
Cuando dio las seis en punto, Steve me envió un mensaje
explicando que se retrasaría un poco debido a la aparición de una reunión
urgente en el propio escritorio de la Clifford. Comprendí la situación y le
respondí que no se preocupase, que yo me quedaría con Lux el tiempo que
fuese necesario. Él agradeció gentilmente y dijo que me compensaría de
alguna forma, aunque me negara.
Desde entonces, vi la noche caer allá afuera y, cuando dio las siete,
fui en busca de algo para comer. Meryl, antes de salir, dejó lista una sopa de
legumbres que yo calenté. Luego, aplasté los pedazos grandes de las
legumbres con el tenedor, mientras Lux me observaba sentada en su sillita.
Después que ella comió todo, como una buena chica, subimos a su
habitacioncita y decidí darle un baño de agua tibia en la bañera que
encontré en su armario. Tuve cuidado para no mojar su cabeza y la vestí con
un mono amarillo de dormir. En un dado momento, Lux se acogió a mí y no
tardó mucho hasta caer en un sueño profundo en mi hombro cuando le canté
una parte de la canción Can’t Help Falling In Love. Llovía mucho en el
exterior y talvez eso la hubiese dejado aún más somnolienta. La dejé
cuidadosamente en la cuna y casi me desmayo cuando escuché la voz grave
atrás de mí diciendo:
— Elvis Presley. Una de las más bonitas que haya oído, confieso.
Cada día me sorprendo más con usted, srta. Evans.
Me llevé la mano al pecho, jadeando un poco, y vi a Steve apoyado
en la puerta, con los brazos cruzados contra el pectoral.
— Mi madre cantaba para mí y mi hermana antes de dormir cuando
éramos pequeños. — Mamá siempre fue una rockera con el corazón blando
y, obviamente, las melodías dulces de Elvis eran sus favoritas.
— No me extraña que la sra. Evans tenga un buen gusto musical.
Continuamos fintándonos y, antes de que yo pudiese decir algo, él
preguntó:
— ¿Estás con hambre?
Él bajo la mano hasta los bolsillos, en un gesto de pura elegancia.
Había algunas marcas de gotas de lluvia en su camisa blanca social y eso le
daba una apariencia aún más máscula.
— Un poco. — Mentí. Estaba con el hambre de un león.
No obstante, no sé si por nerviosismo o porque se me había olvidado
comer por la tarde, pero mi estómago sonó alto, vergonzosamente.
Él abrió una media sonrisa y dijo, apartándose del marco de la
puerta:
— En días normales, tardaría algunas horas más hasta conseguir
ponerla para dormir. Imagino que hiciste un buen trabajo esta tarde, srta.
Evans.
— Gracias.
— Por eso pasé por el mejor restaurante de comida italiana y cogí
algo para nosotros. ¿Qué te parece cenar ahora mientras la lluvia no pasa?
— ¡Claro! — Respondí, feliz. Adoraba la comida italiana y eso me
hizo extremadamente feliz. — ¿Y Lux?
Él retiró el móvil del bolsillo, balanceándolo en el aire:
— Instalé la niñera electrónica en la cuna.
— Claro, debería haberlo imaginado.
Verifiqué que estaba todo bien y apagué la luz, para que ella pudiese
dormir tranquilamente. Aproveché para coger mi móvil, que había dejado
encima del aparador junto a mi bolsita de hombro.
Bajé enfrente de Steve por las escaleras que llevaban hacia el piso
inferior, donde estaba la cocina, encontrando los embalajes blancos encima
de la superficie de mármol.
Steve cogió los platos para los dos y en seguida empezamos a
servirnos allí mismo, sentados atrás de la encimera, mientras el cielo se
derrumbaba allá afuera.
Me sentía extraña en aquel momento, pues era la segunda vez en
aquel día que comíamos juntos y tenía la sensación de estar muy sumergida
en la vida de él, más allá de las funciones de secretaria común que yo tenía.
Era como si yo fuese alguien muy íntimo, una posición que nunca
debería haberme arriesgado a ocupar. Pero no me arrepentía ni un poco y
era por eso que estaba dispuesta a decir la verdad.
— Esta tarde me puse a pensar y llegué a la conclusión de te quiero
en mi empresa por mucho más tiempo. — Dijo él, tranquilamente, después
de terminar de comer el sabroso ravioli.
Retribuí la noticia con una sonrisa discreta y alegre, vibrando
locamente por dentro.
¡Cielos! ¿Voy a tener un empleo fijo? ¡Eso es simplemente
maravilloso!
— La señora Johnson volverá para ocupar el puesto de secretaria,
pero prometo que pensaré en algo guay y que te guste.
Mastiqué el pedazo de ravioli en mi boca, terminando de comer, y
pregunté en mitad de la tormenta afuera:
— ¿Ya has pensado en algo?
— Todavía no. Necesito de su ayuda. ¡Ah, tu coche está listo!
Probablemente, mañana, temprano, lo dejarán aquí en el garaje.
— Ni siquiera sé cómo agradecértelo. — Eran tantas noticias
buenas, que parecía uno de aquellos sueños en los que nos despertamos de
repente, decepcionados con la realidad.
Él recogió nuestros platos y los pedazos de poliestireno y atravesó la
cocina.
— No me lo agradezcas. La única persona que tiene hoy algo que
agradecer aquí soy yo.
Él retornó a la parte de atrás de la encimera, sentándose a mi lado y
apoyando su brazo enorme en el mío. No sé si lo hizo aposta, pero me dejó
más caliente de lo que ya estaba con su aproximación. Él cogió el mando
que estaba al lado de la frutera y encendió la TV colgada en la pared de la
cocina, en que estaba pasando las noticias.
“En esta noche de martes, el Instituto de Meteorología de San
Francisco pide que no salgan de casa. La fuerte tormenta de viento, que
llega hasta los 150 kilómetros por hora, está inundando las calles,
llevándose por delante coches y demoliendo tejados. […] Su casa es el
lugar más seguro en este momento, entonces protéjanse y quédense en sus
hogares: así lo recomiendan los especialistas.”.
Me quedé afligida con las noticias que pasaban en la TV y mi
corazón casi saltó hacia fuera cuando sentí mi móvil vibrar encima de mi
regazo.
En la pantalla, el nombre “mamá”.
¡Mierda! Me olvidé completamente de avisar.
Miré hacia Steve, que aún estaba concentrando en las noticias
pavorosas que pasaban en la televisión, y casi me quedé sorda cuando mi
madre gritó desde el otro lado de la línea:
— ¡HOLA! ¿DÓNDE ESTÁS, HIJA MÍA?
— Perdona, mamá. No me acordé de llamar para avisarla que
tardaría en llegar hoy en casa.
— Olvídate. ¿Dónde estás?
— En el piso de Steve.
Él se levantó y fue a hacer algo en el fregadero.
— Gracias a Dios que no estás en la calle. Quédate por ahí y no
salgas hasta que la tempestad acabe, mi amor.
— Está bien, mamá. He visto hace un rato en las noticias lo que
está sucediendo.
— Vale, hija. No salgas de ahí ni por todo el oro del mundo. Voy a
tener que colgar para hacerle un masaje a tu abuelo en los pies. Adiós.
— Adiós, mamá.
— Espera un momento. ¿Estás en la casa de Steve? ¿De nuevo estás
con él? — Mamá preguntó con resquicio de malicia en la voz, dejándome
tímida. — ¿Pero vosotros no erais apenas amigos, Julie? ¿Y qué estás
haciendo tan tarde en la casa de él?
Me aclaré la garganta, avergonzada.
— ¿Qué? La llamada estás fallando. — Engatusé. — Te amo,
mamá. Después nos hablamos con más calma. —Colgué rápidamente.
Steve me miraba apoyado en los armarios del otro lado de la cocina,
como si estuviese analizando mi cara roja. No obstante, no hizo preguntas
relacionadas al rubor de mi piel, apenas profirió:
— Vas a tener que quedarte. — Aquello no era una pregunta.
— Mi madre dijo lo mismo.
Él parecía más serio, no sabía explicarlo, pero, al mismo tiempo,
sereno y sexy en aquellas ropas después de un largo día de trabajo. Él dio
una media sonrisa y vino hasta mí, dando la vuelta al balcón. Él paró en mi
espalda y dejó un beso cálido en mi nuca.
— He pasado las últimas horas deseando tocar nuevamente tu piel.
— Susurró él en mi oreja, poniéndome la piel de gallina por todo el cuerpo.
Giré mi cuerpo de frente hacia él, que separó con delicadeza mis
rodillas, encajándose en el espacio entre mis piernas. Sujetó la lateral de mi
cara con una mano, mirándome a los ojos con una especie de mezcla de
deseo y cuidado.
— Dígame, srta. Evans: ¿usted es virgen?
Me ruboricé con su pregunta, tirando de mi labio inferior. Me acordé
de mi cuerpo hirviendo encima del suyo hoy temprano y de mis dedos
ansiosos buscando por la bragueta de su pantalón. ¿Él me creería si yo
respondiese “sí”? Aunque él no me creyese, opté por decir la verdad. Asentí
meneando la cabeza.
Había tenido algunos novios en la adolescencia, pero nada que
hiciera entregarme de cuerpo y alma. Cuando salí de la escuela, no sé si
porque estaba intentando ganar una buena pasta para ayudar en casa o
porque simplemente nadie me interesó lo suficiente, pero pasé ese tiempo
sin encontrar a nadie. Pero también no soy santa, en mi juventud me lie con
intensidad en las proximidades de la escuela y sabía muy bien cómo
funcionaban las cosas después de que la pareja se quitaba la ropa.
— ¿Alguna objeción específica para nunca haber tenido sexo?
— No tuve tiempo.
Él abrió una sonrisa divertida en los labios.
— ¿Qué pasa? — Indagué, sin saber dónde meterme.
— Perdón, esperaba cualquier respuesta, menos esa.
— No tuve tempo para conocer personas, ¿sabes? Relajarme.
Fisgué la punta del labio inferior de nuevo y sus ojos se
transmutaron a una tonalidad más oscura, parecía que aquel gesto simple
causaba algún efecto en él.
— Yo también estoy necesitando relajarme.
Él posó la mano en mi muslo, de tal forma que sus dedos largos
hicieron casi una vuelta completa al redor de él. El centro de mis piernas se
puso tenso, mientras sentía que chispas atingían deliciosamente mi vientre.
— Ya debes haber hecho eso muchas veces en la vida. — Comenté.
Él tardó en responder, raspando la lengua entre mis labios, como si
hubiese herido su honor. Puro cinismo masculino. Pero después confesó con
franqueza:
— Varias veces. No voy a mentir.
Él hizo una pausa y completó:
— Pero, en los últimos dos meses, no. Y después que te vi por la
primera vez en mi oficina, no hubo ningún otro pensamiento que ocupase
mi cerebro sobre sexo que no fuese con una pelirroja de labios carnudos.
Él tocó mi labio con el pulgar y susurró:
— Besas muy bien.
— Tú también...besas muy bien. — Mordí el labio, totalmente
inebriada con su aproximación.
Un trueno más alto golpeó afuera, pero la impresión que yo tenía era
que ninguna otra distracción nos dispersaría de la atmosfera que se había
formado entre nosotros.
Steve deslizó su mano en mi cintura y unió nuestros cuerpos,
tocando mis labios con ardor. El beso lento se transformó en algo más
voraz, urgente y sexy. Cuando noté que aquello podría tomar proporciones
mayores, un choque de conciencia invadió mi mente, haciéndome alejar su
cuerpo con una mano.
— No.
Bajé de la silla, un poco jadeante, y dije delante de él:
— Antes de que hagamos eso, necesito hablar de algo contigo,
Steve.
Bajé la mirada hacia su excitación, que creció vigorosamente dentro
de su pantalón, mientras él se aproximaba, con los ojos transbordando
deseo.
— ¿Por qué antes de “eso”?
Cogí aire con todas mis fuerzas y respondí:
— Es algo sobre mi contratación. Sobre mi hermana, sobre mí. Tal
vez eso te haga perder el interés en mí.
Él achicó el espacio entre nosotros, posó una mano en mi espalda y
con la otra me acarició el pelo.
— Eso no tiene la menor relevancia, srta. Evans. Nada de lo que
digas me va a hacer cambiar de idea de lo mucho que te quiero desde el
primer momento que puse mis ojos en ti en aquella sala. — Él tocó
lentamente mis labios con los suyos y susurró: — A no ser que me pares,
entonces obviamente que aceptaré tu voluntad.
— ¿Nada?
— Absolutamente, nada. — Afirmó él, pasándome una confianza
extrema.

Su lengua tocó mis labios y en seguida la deslizó para dentro de mi


boca de forma sensual. — Fue suficiente para que mis brazos ganasen ganas
propias y se enlazasen en lo alto de sus hombros, tirando hacia mí su
cuerpo, sintiendo todos sus contornos encajar en mis curvas, mientras su
lengua salía y entraba en mi boca en un ritmo elocuente.
En ese momento, mi sexo ya estaba pulsando por él, al paso que nos
tardábamos en un beso ardiente. En un dado momento, él irguió mi cuerpo,
poniendo la palma abierta de sus manos en mi trasero, y nos llevó hacia el
piso de arriba, más específicamente a la habitación moderna de paredes
blancas y detalles grises.
Él me tumbó sobre el colchón suave, desabotonó la camisa blanca
delante de mí, exponiendo los músculos torneados de su tórax, y se libró del
pantalón de lino. Tragué en seco cuando pude ver su erección casi saltando
hacia fuera del bóxer.
Subí mi cuerpo, me senté en el borde de la cama y me quité la blusa,
revelando el sujetador rendado azul clarito que tenía puesto, sentada de
frente a él.
Él tocó mi pecho derecho, sujetándolo por encima de la renda. Cabía
perfectamente en su mano.
— Ese color combina mucho contigo. — Murmuró él con los ojos
en mi regazo.
Él apartó la copa del sujetador y prendió la punta de mi pezón entre
sus dedos, arrancándome un gemido anhelante.
— ¿Estás segura de esto? — Preguntó él, seriamente.
Erguí la barbilla para que pudiese ver mis ojos e hice que sí,
llevando mis manos para la cerradura de mi sujetador, librándome de él.
Observé sus pupilas dilatándose, como si estuviese admirando mi
parcial desnudez. Él respiró profundamente y después se inclinó sobre mi
cuerpo, de tal forma que mi espalda tocó nuevamente el colchón. Él puso en
su boca mi seno derecho, deslizando la lengua cálida para la extremidad
sensible y entumecida, y, después de eso, hizo lo mismo con el otro,
mordisqueando el pezón hinchado, arrancándome un gemido más alto
mientras yo sentía su mano subir entre mis muslos, presionando los dedos
contra mi braguita, que estaba en un estado deplorable de humedad.
Él bajó por mi cuerpo, me ayudó a quitarme mis prendas inferiores,
dejándome totalmente expuesta delante de él.
Steve se fundió entre mis piernas, chupando con vigor el clítoris,
mientras mi cuerpo se contorcía para atrás, y sentí las venas de mi cuello
saltar.
— Suave, tal como me lo imaginaba. — Murmuró él delante de mi
intimidad palpitante, con un tono de voz denso y serio.
¡Oh, cielos! Eso era tan bueno como me lo había imaginado.
Increíblemente, hasta mejor, diría yo. Era como si mi cuerpo estuviese
anestesiado por una energía poderosa que atingía todos mis sentidos de
placer, llevándome a una especie de fin que valdría la pena.
Mi clítoris pulsaba en su lengua y él parecía ser un experto en el
asunto, succionando, mordisqueando con delicadeza, provocando y
chupando.
— ¡Joder, que bueno está este coño! — Gruñó él y chupó mi clítoris
con ganas. Sentía que podría correrme ahora mismo en su boca, sintiendo
todos los músculos ansiosos por ese momento. Pero Steve no lo dejó.
Él se levantó y caminó hasta el cómodo marrón del otro lado de la
habitación y lo vi todo con mi pecho subiendo y bajando ansiosamente.
Él volvió, parando delante de mí, y se libró del calzoncillo negro,
haciendo su miembro saltar hacia fuera, llegando hasta el ombligo. Tragué
saliva, pensando que era mayor y más grueso de lo que me imaginaba.
¿Eso cabría dentro de mí?
Oh, Julie. Déjate de tonterías. ¡Pues claro que cabe! Al final, es por
la vagina que los bebés salen. ¿No?
A partir de allí, todo sucedió naturalmente. Steve tomó el control y
volvió a ponerse sobre mí, apoyando el peso de su cuerpo con los
antebrazos. Él abrió mis piernas con una mano y se encajó allí.
Un trueno sonó más fuerte allá afuera y él dijo bajito en mi oído:
— Tal vez sientas dolor al principio, pero, si te relajas, en seguida
eso se mezclará al placer, srta. Evans. — Él dejó un beso cálido en mi
témpora y volvió a colocar la cara muy próxima a la mía, de tal forma que
nuestras narices se encontraron levemente.
Él me besó, invadiéndome de una. Gemí con sufrimiento, respirando
contra su boca, y él me estocó más profundamente. Mis dedos apretaron las
sábanas con fuerza y él lo hizo de nuevo. De nuevo. Hasta que nuestros
cuerpos empezaron a rozarse en un ritmo sudoroso y caliente, mientras que
yo clavaba mis dedos en su espalda. No sé exactamente cuando el dolor dio
paso al placer, pero, cuando me di cuenta, mi cuerpo estaba ansiando
porque él fuese más rápido.
— Más. — Gemí.
Steve se lo tomó como un permiso y nos llevó a una candencia
alucinante, arremetiéndome con más fuerza y más rápido, hasta transbordar
de puro éxtasis. Llegué al primer ápice, Steve poco después, cayendo en el
espacio del lado, mientras el sonido de la tempestad se mezclaba a nuestras
respiraciones jadeantes.
Él pasó un brazo alrededor de mis hombros, arrastrando mi cuerpo
desnudo para cerca de él. Él besó mi coronilla y dijo, apartando una mecha
de pelo pegada en mi frente:
— Fue mucho mejor que cualquier pensamiento que tuve en los
últimos días, srta. Evans.
Erguí la barbilla para mirarlo y susurré, contemplando su rostro
perfecto a la luz de los rayos que fuera caían:
— Fue mucho mejor que las expectativas que creé durante una vida.
Una media sonrisa se formó en sus labios y él vino nuevamente
hacia mí, capturando mi boca con la misma intensidad con la que nos
besamos la primera vez.
En aquella noche, fui de él de varias formas. Y, en mi mente, no
tenía espacio para cualquier arrepentimiento posible. Yo lo quería con todo
lo que existía dentro de mí y, sin duda, jamás olvidaría aquella noche,
independientemente de lo que pudiese suceder en un futuro cercano.
CAPÍTULO 20

Desperté entre las sábanas grises de seda, moviéndome hacia el


lado. Abrí los ojos de manera letárgica, rebobinando los acontecimientos de
la noche anterior y me senté rápidamente, buscando a Steve en aquella
habitación.
Pero él no estaba.
Tiré las sábanas hacia mi cuerpo, sintiendo ardor en el centro, entre
mis piernas, pero, al mismo tiempo, mis músculos estaban relajados y yo
tenía la extraña sensación de que mis hombros estaban tan leves como una
pluma.
Ok. He follado con mi jefe. ¿Y ahora?
Todo parecía tan fácil ayer. — Lloriqueé mentalmente, avergonzada.
Respiré profundamente y sentí el olor de mi aliento de león. ¡Oh,
no! ¿Y si él entrase ahora en esta habitación? O peor aún, ¿y si él quisiese
otra ronda y besar mi boca en este estado?
Salté para fuera de la cama y busqué mi ropa por el suelo. No
obstante, no la encontré, pues estaban en cima del cómodo marrón de cerca
de la puerta, hasta mi braguita. Mis mejillas quemaron solo con imaginarlo
cogiendo aquella braguita de encaje entre los dedos.
Observé su camisa blanca, un bóxer al lado y un billete escrito a
mano.
“Buenos días, srta. Evans. Estas son algunas ropas limpias al lado de
las tuyas. Infelizmente, solo tengo masculinas. Siéntete libre para escoger y
vestirte como quieras. Te espero en la cocina.
PS: El cuarto de baño está a la izquierda. Si necesitas otra pieza mía, entra
en el closet a la derecha.”

Respiré aliviada al saber que él no aparecería en aquella habitación


de sorpresa.
Opté por coger sus ropas limpias y caminé hacia el cuarto de baño,
repensando todo lo que había sucedido. ¿En qué estaría pensando él? ¿Qué
pasaría entre nosotros después de eso? Definitivamente, no tenía donde
esconderme. Tengo que decir la verdad ahora. ¡No puede pasar de esta
mañana!
Todas esas cosas volaban por la mente cuando entré en el baño. ¡Y
uau! ¡Qué cuarto de baño! Pensé, deparándome con el espacio revestido de
mármol donde cabría perfectamente dos habitaciones mías allí.
Hasta tenía un Jacuzzi en el centro.
De repente, me imaginé cosas en las cuales yo no debería ni siquiera
estar pensando por el estado destruido de mi vagina.
Alejé aquellos pensamientos libidinosos y caminé hacia la ducha,
haciendo mi higiene matinal. Decidí lavar los dientes con su cepillo, que
encontré encima de la cuba blanca. Pensé que él no se importaría, ya que
intercambiamos mucho más que saliva la noche anterior. Eché un montón
de pasta dental.
Vestí sus ropas y salí al pasillo, pasando por la habitación de Lux.
Para mi sorpresa, la cuna estaba vacía.
Crucé los brazos contra el pecho, cerrando a medias los ojos.
¿Dónde se habrán metido esos dos? Una sonrisa se abrió en mis labios y di
media vuelta, caminando en dirección a la escalera.
Las voces, que parecían venir del salón, se volvían más nítidas a
cada peldaño que daba yo bajando por la escalera del guardarropa
transparente. Escuché a Steve gruñir.
— Debería matarte ahora mismo, desgraciado.

Paralicé en el lugar en el que estaba para poder oír mejor aquella


conversación.
— ¿Y joder tu vida de riquito bocazas? Te relajas o te relajas,
hermano. Solo vine a darte mi mensaje. Sin estrés.
— ¡Que lo digas de una vez, cabrón! — Dijo Steve.
El hombre de la voz más fina pareció hacer una pausa y siguió:
— Supe, recientemente, de la muerte de Romena. Juro que no tenía
ni idea de que ella hubiera partido de este mundo tan temprano. Mis
pésames.
— Ve directo al punto. ¡Para de enrollarte, joder!
El hombre suspiró sonoramente y dijo:
— Vine a avistarte para que nunca aparezcas con Lux en mi casa en
San Diego. Si buscases a mi familia, tendré que fingir que no os conozco.
No estoy interesado en la custodia de la niña.
— ¿Esto es algún tipo de chiste? ¿De verdad te crees que voy a dar
mi sobrina para que un gusano la crie?
— No lo sé. Por eso vine aquí. Para que no me cojas de sorpresa. Al
final, yo te conozco, sé que no vas a querer cambiar tus juergas con tías
buenas para limpiar pañales sucios de niños. A decir verdad, ni siquiera yo
haría ese cambio. Pero ya tengo mi esposa, mis hijos y una reputación en la
iglesia que debo cuidar. No quiero arriesgarme a que ellos descubran mi
desliz en el pasado con Romena.
Oí los pasos de Steve aplastando el suelo con fuerza, y, en seguida,
el ruido de un cristal rompiéndose.
— ¡HIJO DE PUTA!
Bajé apresuradamente los últimos peldaños y después corrí hacia el
salón.
Encontré a Steve golpeando la cara del calvo contra la pared de
forma tan brutal, que ni siquiera pensé con lucidez, solamente avancé por el
salón e intenté apartar la pelea.
TÚ...VAS...A...APRENDER....A...NUNCA...MÁS…TOCAR…
EN….EL…NOMBRE…DE….MI…HERMANA….DESGRACIADO…
— ¡STEVE, PARA! ¡POR FAVOR, PARA! — Abracé su espalda,
aun corriendo el riesgo de recibir un golpe de su codo. Cuando circundé su
cintura con mis brazos, él se tambaleó hacia atrás.
— ¡SAL, JODER! ¡AHORA! — Vociferó al hombre de delante,
mientras yo tiraba de su cuerpo.
El calvo de cara extremamente roja deslizó por la pared y cayó con
el culo al aire en el suelo. Él respiró profundamente y después se levantó
con dificultad.
Sentí jadear a Steve en mis brazos, poseído por la furia, mientras el
calvo me miró con cara de asco y sonrió, comentando:
— Como me imaginaba. — Él dio un paso hacia adelante y dijo: —
Es solo un aviso. No me importa tu dinero, nunca me importó. Solo me
importa mi familia, entonces nunca aparezcas con la niña. — Aquellas
palabras eran crueles em exceso hasta para aquel que las escuchase de
fuera. ¡Qué hombre repugnante! — Si no quieres ser el tutor, usa tu dinero
para colocarla en un internado, lejos de San Diego, de preferencia. —
Aquello fue la gota de agua para mí. Solté la mano de Steve y me coloqué
en frente de él. — Supe por ahí que hay buenos internados en Suiza.
Marché hasta él y le di un bofetón en el rostro. Él giró la cara con la
mano puesta en ella y me miró, haciendo con que mi estómago se
revolviese.
— ¿Qué te crees que haces? ¿Quién eres tú? — Preguntó él,
exasperado.
— Soy alguien que está indignada con la existencia de personas tan
jodidas como tú. Debería haber dejado que Steve te rompiese todos los
dientes para que nunca más expusieses tantas maldades.
— No quise ser malo. Ella ha estado en mis oraciones de los martes.
Créetelo, también tengo pena de la niña.
— ¿Pena? — Sonreí. Pena tengo yo de su mujer, de sus hijos, por
convivir con un inútil como tú. Lux está muy bien, siendo criada por un
hombre responsable y trabajador, que no se esconde atrás de una religión,
como tú, hipócrita cobarde.
— Pero mírala...que atrevida. — Se irritó él, mirándome de arriba
hacia abajo.
— Basta. — Dijo Steve, tomando el espacio en mi frente y
cogiéndole por el cuello de la camisa lo arrastró hasta el ascensor. Cuando
las puertas se abrieron, Steve lanzó el cuerpo del calvo contra el cristal, que
se rompió con el impacto.
— ¡Si vuelves, juro que te mato!
Amenazó Steve, que cerró el puño y golpeó en el botón del lado del
ascensor.
Las puertas se cerraron. El suspiro de alivio se quedó clavado en mí,
todavía sentía los ecos de tensión en aquel salón, como si aquella discusión
aún no hubiese acabado.
Steve se giró hacia mí y dijo, seriamente:
— Perdón por hacerte ver eso.
— No tienes de que disculparte. ¿Dónde está Lux? — Pregunté con
todo el cuidado del mundo.
— En la cocina, con Meryl.
Él se pasó los dedos en el pelo con fuerza, incómodo con la
situación. Por eso hablé, intentando tranquilizarle:
— Está bien. No podrías haber previsto algo así.
— Gracias por haber defendido a Lux. Ese cabrón va a pagar por
todo lo que hizo con mi hermana.
— Lo sé. La vida no deja pasar una.
Él inspiró profundamente, relajando más los hombros, y comentó:
— Es por ese y otros motivos que siento odio por las mentiras,
Susan.
Eso hizo con que yo me pusiese a la defensiva y dijese:
— Pero no todo el mundo tiene la misma motivación para mentir,
Steve.
— No estoy de acuerdo. Tal y como dicen por ahí: el infierno está
lleno de gente con buenas intenciones.
Él bajó la mirada hacia su mano enrojecida, masajeó ahí su piel,
distraídamente; y yo tragué en seco, temiendo un poco las palabras que
salieron de su boca.
Respiré profundamente y dije:
— Necesito contarte una cosa ahora mismo.
— ¿Steve? — La voz de Meryl adentró en el salón.
Miré hacia la esquina del lado de la escalera y avisté a la señora de
trazos orientales con la niñita en los brazos. El pelo revuelto de Lux
denunciaba que se había despertado recientemente.
— Perdona por haber venido al salón. Sé que me pediste que no
saliese por nada de la cocina, pero ese móvil de encima de la bancada está
recibiendo llamadas desde hace mucho tiempo. ¿Sabes de quién es? —
Cuestionó Meryl.
Miré al aparato en sus manos y caminé rápidamente hasta ella,
diciendo.
— Es el mío, Meryl. Gracias. — Dijo, olfateando el bracito de Lux,
y miré hacia la pantalla, que estampaba el nombre “mamá”. — ¡Permiso!
Respondí la llamada y me alejé más hacia el otro lado del salón.
— Hola, mamá.
— ¡Por fin, hija mía! Me estaba preparando para ir a ver si estabas
bien.
— ¿Qué pasa, mamá? Estoy en el piso de Steve, ¿te acuerdas?
— Sí, hija mía. Pero aun así me preocupa. Aún más después de lo
que ocurrió.
— ¿Y qué ha ocurrido? — Mi corazón se heló.
— Parece que la tempestad de ayer hizo un estrago en las casas de la
parte baja de aquí, del barrio. Muchas personas desabrigadas, perdieron sus
casas, todo, los tejados volaron, el agua invadió los lugares más bajos, está
esto un caos.
— ¡Dios mío! ¿Vosotros estáis bien, mamá? — Pregunté, afligida.
— Sí. Sí, querida. Estamos todos bien. El agua no llegó hasta
nuestra casa, gracias a Dios. Por lo visto, fue un tornado, todavía no lo
sabemos con certeza, está todo el mundo en las calles. Jason, incluso, vino a
buscarte aquí en casa, para que lo ayudases con la organización de las
tiendas que van a construir en la cancha de la escuela.
Jason era el presidente de la asociación de los habitantes del barrio y
siempre venía a buscarme para ayudar en la organización de las acciones
sociales que sucedían en la plaza.
— ¡Dios mío, mamá! ¿Sabes cuantas personas están desabrigadas?
— Muchas familias, hija mía.
Suspiré con el corazón despedazado debido a aquella noticia,
afligida por, todavía, no estar allá.
— Mamá, voy a hablar un rato con Steve y después llego ahí.
— Todo bien, hija mía. Te estamos esperando.
Me despedí, terminé la llamada y caminé hacia Steve, que estaba
con las cejas curvadas en un arco casi perfecto, mostrando curiosidad.
— Necesito irme. — Dije yo, rápidamente. — Las personas de mi
barrio necesitan de ayuda.
— ¿Qué ha pasado?
Inspiré profundamente y empecé a explicarle todo lo que mi madre
me había contado por teléfono.
CAPÍTULO 21

Mientras Steve conducía, hablaba por teléfono con una ONG que
ofrecía ayuda a las personas víctimas de desastres naturales. Los encontré
después de una busca rápida en Google, encontrando el número de teléfono
de ellos.
Sin duda, ellos sabrían orientarme sobre muchas cuestiones, las
cuales eran nuevas para mí y para las personas de mi barrio. A pesar de que
vivíamos en un país en el que cosas como esa pasaban con frecuencia, no
era algo que yo hubiese visto tan próximo a mi realidad.
— Llegamos. — Avisó Steve a mi lado casi en el mismo instante en
el que encerré la llamada.
Miré hacia adelante y, sin que me diese cuenta previamente, noté
que ya estábamos en mi calle, más agitada de lo normal.
— ¡Muchas gracias por traerme! Y por librarme hoy también. Ni
siquiera sé cómo agradecértelo. — Dije rápidamente, quitándome el
cinturón, y abrí la puerta del coche.
— No tienes nada de lo que agradecerme, es por un motivo noble.
Me las apañaré hoy solo, como ayer. — Él me lanzó una media sonrisa de
quitarme el aliento y quitó las manos del volante.
— Gracias, de todas formas. — Me preparé para salir de su coche y
él cogió mi brazo, dejándome cerca de su cara. Él besó el ladito de mi boca
y dijo, seriamente:
— Mándame noticias.
— ¡Ok! Casi tartamudeé, mareada.
Aunque lo hubiese sentido dentro de mí en el día anterior, la
sensación era que nunca me acostumbraría con la proximidad de sus ojos
penetrantes y la loción masculina que invadía mis narinas todas las veces
que él hacía algo como aquello, comprimiendo mis entrañas y
calentándome la piel.
Él me guiñó un ojo, con una expresión seria clavada en el rostro, tal
vez respetando el momento de lamentación en el que nos encontrábamos.
Salí de su coche con las piernas algo débiles y caminé hacia la acera de
casa. Solo entonces noté que me había olvidado de mi bolsita en el piso de
Steve, no sé exactamente donde, ya que lo único de lo que me acordaba,
prácticamente, era de deambular entre los muebles de la casa de Steve con
el móvil.
Pero no le di mucha atención a eso. Mañana sin falta resolvería eso,
hoy mi cabeza estaría totalmente centrada en intentar ayudar a mis vecinos
y, probablemente, solo descansaría más o menos al final de la tarde.

Horas después

Después de llegar al barrio en el que vivo, la única cosa que todavía


no había hecho era sentarme. Mi madre, Susan y yo fuimos hasta la cancha
de la escuela de la comunidad, donde un gran grupo de voluntarios estaba
reunido en mitad de muchas familias desabrigadas, al lado de las
pertenencias que consiguieron rescatar antes de que la inundación se hiciese
dueña de sus casas.
A pesar de la atmósfera de destrucción, noté que alguna de aquellas
personas intentaban sonreír, como si quisiesen demostrar gratitud por la
vida después del desastre de ver que todo lo que habían tardado una vida en
construir, se había desmoronado en apenas unas pocas horas.
Gracias a Dios, no teníamos ninguna noticia, hasta ahora, de que
alguien hubiese fallecido debido a esos acontecimientos. Y los heridos,
tanto en estado leve como grave, estaban todos siendo tratados en el
hospital – aparentemente, no había nadie desaparecido – una noticia que
aliviaba de alguna forma el peso de los daños contabilizados de aquella
noche lluviosa.
No obstante, eso significaba también más deudas para aquellas
personas que, en su gran mayoría, eran pobres y poseían un sueldo más bajo
que el de muchos que vivían en los suburbios. Sobre nuestro país, a pesar
de ser considerado de primer mundo y referencia en muchos servicios,
decían por ahí cosas que lo ponían como si fuese perfecto. Lo que no era
verdad. Había muchos “pero’s”. No tener un sistema público de salud
americano nos dejaba rehenes de nuestras propias economías o, cuando se
tenía una buena condición financiera, de los seguros de salud privados. Esto
último era muy poco probable, es decir, era muy poco probable que alguna
de aquellas familias tuviese seguro, siendo así, tendrían que desembolsar un
buen pastizal para pagar la cuenta del hospital al final del tratamiento. Y si
no lo tuviesen inmediatamente, adquirirían una deuda astronómica,
dependiendo de los días que necesitasen quedarse en las camas del hospital.
¡Una situación degradante!
— ¡La impresa ha llegado! — Jacob, el vecino de la calle del lado, llegó a
la cocina de la escuela dando la noticia, mientras organizábamos los kits
con agua potable y almuerzos, que conseguimos con las donaciones de
otros habitantes que no tuvieron sus casas atingidas.
— ¡Por fin! Ya estaba empezando a creer que ellos solo hablaban de
los problemas de la gente rica. — Se quejó Susan, colocando una botella de
agua en una bandeja. — Quien sabe, puede que consigamos buenas
donaciones de los otros barrios también.
— ¿Ya empezaron a distribuir los colchones, Jacob? — Pregunté al
chico de pelo castaño claro desgreñado. Los hombres se quedaron
responsables por esas tareas.
— Sí. Empezaron a distribuirlos ahora.
— ¿Y por qué tú no estás allá? — Rebatió Susan, arqueando una
ceja.
— ¡Ah! ¡Ya me iba! — Él se rascó encima de la cabeza y dio media
vuelta, avergonzado.
Las mujeres de la cocina sonrieron por aquella situación y yo
impliqué:
— General Susan, ¿puedes traerme esa bandeja que está a tu lado?
Voy a empezar a distribuir.
Ella me pasó la bandeja, preguntando.
— ¿Acaso te estás burlando de mí, Julie Evans?
— No, por supuesto que no.
— Hm… deberías tener más respeto por alguien que sabe de tu
secretito. — Susurró ella, mirando hacia mamá, que estaba al otro lado de la
cocina.
— Nuestro secretito, querrás decir, ¿verdad, querida? — Repliqué,
aún más bajito, a su lado. Ella dio una sonrisita.
Cogí la bandeja en brazos y salí en dirección a la cancha de la
escuela.
Mientras entregaba el almuerzo a una madre y a una niña sentadas
en la esquina de la grada, pasé un vistazo por los colchones siendo llevados
por los hombres de mi barrio.
Cuando yo estaba cerca de volver a dar mi atención a la chica de
pelo negro, algo llamó mi atención. Quiero decir, un hombre en específico
que entraba por el portón de entrada de la cancha llamó mi atención.

Las mangas de su camisa social estaban enrolladas hasta los codos,


llevando un colchón encima de la cabeza, usando sus zapatos negros
Oxford relucientes.
A pesar de la sombra que se hacía en su rostro, fui perfectamente
capaz de reconocer su cara máscula y muy bonita atravesar la cancha entre
los hombres de mi barrio, como cualquier otra persona de por allí. ¡Dios
mío! ¿Él vino?
Steve dejó el colchón encima del montón que se había formado
cerca del aro de baloncesto, sonriendo para uno de los señores que le decía
alguna cosa.
— Chica, ¿puedes dejar el almuerzo de mi marido también? — La
voz de la señora en mi frente tomó mi atención de vuelta. — Él tuvo que
salir, pero está volviendo.
— ¡Claro!
— ¿Hay algo que no anda bien? — Preguntó ella, estudiando mi
rostro.
— No, no. Va todo bien.
— Tus ojos parecen querer llorar.
Me froté los ojos con el dorso de la mano y respondí con sinceridad:
— Es que estoy un poco emocionada.
— ¡Oh, querida! — Ella acarició un lado de mi rostro con una
mano. — ¡Todos estamos! Muchas gracias por ser voluntaria. Tan joven y
tan consciente de los valores de la vida.
— Espero que podamos superar esto de la mejor forma posible.
— Sí, lo conseguiremos. Las cosas se van a arreglar. — Me dijo
ella, por fin, llena de esperanza.
Sonreí a ella y a su hija con ternura y seguí por la grada, sirviendo a
las próximas personas, con mi corazón más cálido que hace algunos
minutos.
¡Qué guay! Él está aquí, ayudando a mis vecinos.
Dios mío. No hagas que me enamore de ese hombre.
¿Y si él me rechaza después de saber la verdad?
Mi cabeza hervía de informaciones, mientras mi corazón estaba
totalmente blando, sintiendo aún los ecos de la noche anterior reverberar en
mí, mientras intentaba hacer que mi cabeza se concentrase en el trabajo que
hacía en aquel momento.
Pero eso era casi imposible cuando, de cada tres pensamientos que
tenía, dos eran sobre él.

Minutos después

— ¿Qué? ¿Steve está aquí? — Preguntó Susan. — ¿Por qué?


— ¡No hables alto! — Miré hacia los lados, preocupada con que mi
madre escuchase la conversación. — Él está ayudando con el trabajo de
fuerza en la cancha. Cuando recibí la noticia de lo que pasó ayer, yo estaba
en la casa de él.
— Eso es muy peligroso. ¿Y si él charla con alguien que nos
conoce?
— Yo también tengo ese miedo. Últimamente, he pensado decir la
verdad.
— ¿Decir la verdad? ¿Estás chalada? Ya te puedes ir olvidando de
esa posibilidad. No puedes hablar. No te basta con estar desempleada, ¿sino
que quieres volverte presa también? Es mucha deshonra.
Respiré profundamente y confesé:
— Han pasado algunas cosas en los últimos días y esa mentira se
está volviendo insoportable.
— ¿Y qué ha pasado? — Preguntó Susan. — ¿Qué me escondes,
Julie?
¡Mierda! Me prometí a mí misma que no contaría nada de lo que
estaba pasando a Susan y a su mente, que fue la que me puso en este lío.
Pero ya estoy en el lío.
— He follado con Steve.
— ¿QUÉEEEE? — Gritó ella e, inmediatamente, me la llevé hacia
fuera de la cocina.
— Shhhhh. ¡Te he dicho que hables bajo, Susan!
— Perdona, ¿a qué te refieres con follar con Steve? Julie, ¿tú no eras
virgen? — Susurró ella.
— Sí, lo era.
— ¡Ai, Dios mío! ¡Ya decía yo que él tenía cara de follador de
secretarias! Debería haber desconfiado de él cuando vino ayer a nuestra
casa. ¿A quién se le ocurre visitar la casa de su secretaria? Él te estaba
rondando, Julie.
— Él dijo que no se envolvía con funcionarias.
— ¿Y tú eres la excepción? ¿De verdad que crees eso? — Pensó ella
en alto. — ¡Ai, Dios mío! ¿Él te estaba rondando todo ese tiempo? ¡Ai,
Dios mío! ¿Él tocó tus pechos? — Preguntó ella, desesperada.
— ¡No! Quiero decir, sí. — Titubeé. — Quiero decir, no de esa
forma que te imaginas, él no es bruto. — Sacudí la cabeza, avergonzada con
aquella charla sin sentido y embarazosa. — ¡Bueno, que te olvides de esa
parte de los pechos! — Él había tocado mis senos y puesto la boca en ellos
con mi consentimiento, pero Susan no necesitaba saber los detalles.
— ¡Todo es culpa mía! — Exclamó ella, lloriqueando.
— ¿Culpa de qué, Susan? Tú no tienes la culpa de nada.
— Claro que la tengo. Yo que di la idea y ahora mi hermana está
aquí, desvirgada. — Ella deslizó las manos en las mejillas, con los ojos
perdidos y una expresión de derrota en la cara.
— Fue la mejor noche de mi vida, Susan.
— ¿A qué te refieres con la mejor noche de tu vida? — Ella paró de
lloriquear, inquiriéndome.
Tragué saliva e hice otra confesión, pero, esta vez, más profunda:
— Creo que estoy enamorada de él.
— ¿Estás de coña? — Abrió mucho la boca.
— Estoy hablando en serio, Susan.
— Julie, te dije que no te enamoraras.
— Lo sé. Pero no es que se pueda tener control con una cosa de
esas.
Ella parpadeó para mí y murmuró, pausadamente:
— ¡Ah, Julie! ¿En qué confusión te metí?
— Ahora eso no importa mucho. ¿Qué vamos a hacer con relación a
Steve?
Ella pareció pensar un poco y dijo de repente:
— Yo me voy afuera. Tú te quedas aquí.
Susan empezó a andar por el pasillo de al lado y me apresé en coger
su brazo.
— Espérate un momento, ¿qué es lo que vas a hacer? — Pregunté,
preocupada.
— Tener la certeza de que ningún vecino nos desenmascare. Es
mejor que te quedes lejos de él mientras Steve esté por aquí, es más seguro,
alguien te puede llamar por el nombre verdadero. Por lo demás, puedes
dejarlo todo conmigo, Julie.
Aunque yo quisiese que Steve descubriese la verdad de una vez,
pensé que las cosas se pondrían más conflictivas si él supiese la verdad por
otra persona, por eso no impedí que Susan arreglase las cosas. Por el
momento, infelizmente, era la única alternativa con la que podía contar.
Pero, cuando pudiese estar a solas con él, diría, con toda la certeza del
mundo, la verdad; sin importar las circunstancias en la que nos
encontrásemos. Podría hasta caer un rayo entre nosotros, pero eso no me
impediría decir la verdad.
CAPÍTULO 22

— ¡Qué gracioso! Tengo la sensación de que ya te he visto en algún


lugar. Solamente no me acuerdo donde. — El señor de polo azul y pelo
grisáceo comentó, cuando tuvimos la oportunidad de charlar entre una
pausa y otra.
— Debe ser cosa suya. — Todas las veces que alguien me decía eso,
sabía que era probable que me hubiese visto en algún artículo social de un
periódico local. De alguna forma, no quería alardear con mi presencia,
principalmente, después de ver una dupla de reporteros cerca de la entrada
de la cancha de aquella escuela.
Hace algunas horas, cuando dejé a la srta. Evans en casa, paseé por
su barrio de coche y vi de cerca el problema en los ojos de aquellos que
habían perdido sus casas. Era angustiante. Casi podía sentir algo semejante
en sus miradas, como cuando me derrumbé el año pasado, cuando mis
padres me dejaron huérfano con Romena. Claro, el sufrimiento podía ser,
para ellos, en una dimensión bastante menor que la del impacto que sufrí.
No obstante, ser inesperadamente demolido por la vida no era fácil en
cualquiera de sus dimensiones. Pues es inevitable que nos empujen al
abismo, a reinventarnos en la mañana en que, en el día anterior,
imaginábamos que sería un día como cualquier otro, sin ningún aviso
previo de que la vida se nos pondría cabeza abajo.
Yo sabía eso muy bien.
Confieso que me pongo muy sensible cuando me entero de cosas
como esas y no conseguí parar de pensar en aquellas personas después que
entré en la avenida principal y continué hacia la primera reunión del día en
el escritorio de la Walker, un conglomerado del ramo automovilístico, que
estudiaba desde hace algún tiempo para cerrar una asociación.

Conmovido con esa historia de los vecinos de Susan, di media


vuelta en la primera oportunidad que tuve.
Tenía la certeza de que John Walker estaba suficientemente
interesado, como para agendar para otro día esa reunión y, entonces, volví a
aquel barrio.
Aparqué cerca de la entrada de la casa de Susan y seguí en dirección
a un grupo de personas reunidas en la esquina de la calle. Me presenté como
voluntario y ellos me dieron instrucciones sobre donde estaban pasando las
acciones de acogimientos de los desabrigados y, en seguida, salí en busca
de la escuela del barrio.
No me fue difícil encontrarla, ya que quedaba cerca de una plaza de
por allí cerca y bien señalada.
Nuevamente, me presenté como voluntario para los hombres que
descargaban la cubeta de un camión lleno de colchones, que me dieron
rápidamente un trabajo.
— ¿Su nombre? — Preguntó el señor.
— Steve.
— ¿Steve y qué más?
— Tyler. — Le di mi segundo nombre, por discreción. — ¿Y el
suyo?
— Robert de Niro.
— Perdóneme. ¿Pero en serio que ese es su nombre? — Me parecía
que estaba de coña conmigo.
— Sí, con todas las letras. Me preguntan eso desde hace más de
treinta años, pero ya estoy acostumbrado. No cabía duda que mi madre no
se imaginaba que un Robert de apellido De Niro tendría mucho éxito en el
cine. — Él me hizo reír.
— ¡Steve! — Escuché mi nombre siendo pronunciando entre la
pequeña multitud.
— Permiso, voy a coger otro colchón. — Dijo Robert, dando dos
palmaditas en mi hombro.
— Yo voy al mismo lugar también, Robert. — Dijo, girándose hacia
la mujer pelirroja de ojos más acentuados que los de mi hermana y la vi
caminar en mi dirección. Ella meció la mano en el aire y yo levanté mi
brazo, saludando.
— ¿Qué haces, Steve? — Ella pareció sorprendida. — Susan no dijo
que venías.
Metí la mano en el bolsillo y abrí una sonrisa de labios cerrados.
— Ya. Ni siquiera yo sabía que vendrían. Además, ¿dónde está su
hermana?
— En la cocina. Ella no puede hablar contigo ahora. — Dijo ella,
rápidamente. — Es decir, la pobre está trabajando tanto, que es poco
probable que ustedes se encuentren por aquí.
Respiré profundamente y me encogí de hombros.
— Está bien. Creo que puedo esperar a la noche para poder hablar
con ella. Hay mucho trabajo para hacerse por aquí.
— Excelente.
— Perdona mi mala educación, pero creo que, con el caos, me
olvidé de preguntar su nombre.
— ¿Mi nombre? — Ella pareció nerviosa. — Mi nombre es... Julie.
— Ella me lo dijo con tanto temor, que confieso que esperé que me
dijese un nombre menos común.
— Bello nombre, Julie. — Ella sonrió y yo la saludé asintiendo con
la cabeza. — Creo que me tengo que ir. Tengo que cargar con otros
colchones.
— Voy contigo.
Me paré en el lugar en el que estaba y pregunté:
— ¿No es un trabajo muy pesado para ti?
— No. Claro que no. Estoy acostumbrada a llevar cosas más pesadas en mis
sesiones de CrossFit.
Qué gracioso. Si ella no me dijese que practicaba CrossFit, apostaría
que Julie hacía parte del club de los sedentarios.
— ¿Por qué me estás mirando de esa forma? — Me inquirió ella,
con las cejas arqueadas. ¡Coño, que ojazos asustadores!
— Nada. — Me aclaré la garganta. — Siendo así, vamos allá, Julie.
La hermana de Susan me acompañó hasta la camioneta y tuve la
sensación de que ella no se desapegó de mí toda la tarde. Cuando los
colchones fueron llevados a la cancha, ayudamos a llevar los galones de
agua. Hice una pausa para coger la llamada de un mecánico, avisándome
que dejó el coche de la srta. Evans en el aparcamiento del piso. Tuve la
certeza de que ella se animaría con la noticia y ya estaba ansioso para que
llegase la noche, que es cuando la podría ver de nuevo.
— ¿Aquella no es la sra. Evans? — Pregunté a Julie, mientras
descansábamos sentados encima de las cajas del otro lado de la plaza.

La mujer a mi lado pareció buscar a la señora de pelos rojos cereza


del otro lado de la plaza, cerca de la entrada de la cancha de la escuela. Julie
arrugó la nariz instantáneamente, cuando la vio charlando con un hombre
que parecía ser un poco más joven.
— Sin duda, es ella.
— ¿Qué tono de voz es ese? Pareces cabreada.
— No me gusta ver a mi madre de risitas con esos hombres del
barrio. El hecho de ser soltera no justifica que ella dé bola a cualquier uno
que aparezca.
— No parece que ella esté ligando. Él me parece más interesado que
su madre. — Observé, analizando el brazo casi atravesado al lado de la sra.
Evans.
— ¡Ni de coña! — Respondió ella, arisca.
— Teniendo en cuenta de que su madre es una mujer muy bonita y
agradable, no me parece difícil que ella tenga muchos pretendientes en el
barrio.
— Dices eso porque no es tu madre. Desventuras y penas, a nadie le
importan las ajenas.
— Talvez tendría celos si estuviese en su lugar, pero jamás dejaría
que eso interrumpiese la felicidad de ella. La vida es corta, Julie. Y nadie
tiene el derecho de creerse dueño de la vida de nadie, ni siquiera de la vida
de nuestros padres.
— ¡Uau! Ya veo que eres el queridito de tus padres. — Dijo ella
poniendo cara de asco.
Sonreí. A decir verdad, Romena era la hija preferida y todas las
cosas buenas que aprendí en esta vida fue con ella. Pero no contrataqué el
comentario de Julie, no quería que la atmosfera de la charla se pusiese rara
al explicar que era huérfano de familia. Resolví apenas beber otro trago de
agua.
— ¿Puedo preguntarte algo? — Cuestioné a Julie.
— Claro.
— ¿Es cosa mía o parece que me estás siguiendo?
— ¿Siguiendo? ¿Por qué te seguiría? — Sonrió ella. Me pareció ver
que estaba sonriendo de una manera un tanto extraña, como nerviosa. Eso
me pasó desconfianza. — ¡Claro que no! Solamente estoy acompañando a
un visitante.
Sus palabras eran excesivamente simpáticas, teniendo en cuenta lo
gruñona que era.
Aunque su respuesta no me había convencido, resolví no
contestarla. Talvez fuese un problema personal consigo misma o qué sé yo.
De todas formas, si fuese algo conmigo, lo sabría. Entonces no me calenté
la cabeza con eso.
Mis ojos cayeron sin pretensiones hacia el lado, flagrando a la
pelirroja de pelo suave y cutis delicado andar en nuestra dirección, como un
espejismo entre los bancos de concreto y las personas que pasaban por allí.
A cada paso suyo, algo dentro de mí parecía pulsar más fuerte y mis oídos
no escuchaban nada más allá de mi respiración. Joder, solo faltaba que
cayese una baba por el lado de mi boca.
Me levanté inmediatamente y esperé que se aproximase. Ella paró
exactamente delante de mí y se llevó las manos de dedos estrechos hacia los
bolsillos de detrás de los jeans y curvó un poco los hombros hacia enfrente.
Ella usaba una regata blanca simple, lo que la dejaba aún más atractiva y
sexy.
— Pensé que pasaríamos un día entero sin vernos. — Dijo ella,
retraída.
— Confieso que pensé lo mismo hoy, más temprano. Pero creo que
yo sería más útil aquí.
— Gracias. — Susurró ella.
— ¿Susan? ¿Qué estás haciendo aquí? — Cuando me di cuenta,
Julie también se había levantado, abriendo aquellos ojotes a su hermana. —
¿No tendrías que quedarte allá dentro, hermanita?
— Ya terminé de hacer lo que tenía que hacer allá, ¡Su…hermana!
— Ella sonrió. — Ya está todo listo para esta noche. Creo que puedo hacer
compañía al sr. Clifford hasta su coche.
— Van a llegar con más galones de agua… — dije yo.
— En menores cantidades. Creo que dos personas pueden hacer bien
esa función. — Explicó ella. — He participado de la organización del
abrigo, también.
— ¿Estás segura de que no van a necesitar de más personas?
— Pues claro. — Afirmó ella.
— Siendo así... — Miré a Julie, que sonrió para mí y para su
hermana, y me despedí con un apretón de manos.
Ellas parecían comunicarse con la mirada y después salí con Susan
por la calle transversal, que, en ese horario, estaba desierta.
Mientras hacíamos aquel trayecto, aproveché para darle la noticia.
— Tu coche fue dejado por el mecánico en el aparcamiento del piso
en el que vivo.
— ¿Ellos consiguieron arreglarlo? — Él me miró con los ojos llenos
de brillo.
— Sí, lo consiguieron. Fue un problema en las velas, como te había
dicho, nada con lo que preocuparse.
— ¿Puedo buscarlo aún hoy? — Ella se puso a brincar como una
niña eufórica.
— Ahora mismo, si quieres.
En un instante, ella saltó encima de mí, sonriendo, sujetando mi
cuello con los brazos. Sonreí también y posé mi mano en su espalda,
inspirando su perfume de rosas en su hombro desnudo, lo que hizo mi
cuerpo estremecer.
Ella se alejó, escondiendo los pómulos sonrojados, y después
levantó los ojos para decir:
— Perdona mi euforia.
Me puse a admirar su cara angelical enrojecido por la aparición del
crepúsculo y, cambiando de tema, dije a seguir:
— Creo que ya sé cuál es el sector en el que trabajarás en el
escritorio.
— ¿Sí? — Me encaró ella, curiosa. — ¿Cuál?
— Quiero que te hagas cargo del sector de apoyo a las iniciativas
sociales y donaciones de la Clifford.
— ¿En serio? ¿De verdad que tenéis ese sector allá?
Metí la mano en los bolsillos y suspiré, explicando:
— No. Todavía no lo tenemos. Todas las donaciones que la Clifford
hace son por intermedio del sector financiero de la empresa. Pero eso
cambiará. Le diré a Beatriz mañana mismo que busque una sala para tal
actividad.
— ¡Ai, Dios mío! Eso parece un sueño.
— No es un sueño. Tú me pareces ser la persona perfecta para
cuidar de ese tipo de actividad en la Clifford, ya me has demostrado eso.
Voy a buscar también un entrenamiento externo para ti.
— Eso es mucho más de lo que yo podría imaginar. — Dijo ella,
cogiéndome el rostro con las manos.
— Aunque falte un tiempo hasta que te libere de la función de
secretaria, quiero que me hagas un pequeño favor ahora, srta. Evans.
— Claro, puedes decírmelo, que haré todo lo que me pidas. — Ella
parecía transbordar de tanta alegría.
— Quiero que intercedas las donaciones que haré a los desabrigados
de este barrio. Dependiendo de mí, toda esta gente tendrá donde vivir y
asistencia médica gratis en los próximos días.
Ella me miró como si el cielo se hubiese abierto sobre nuestras
cabezas y un ángel querubín bajase delante de ella.
— No sé lo que decir.
— No digas nada.
— ¡Muchas, muchas, muchas gracias! — Balbuceó ella con una
sonrisa de oreja a oreja.
De repente, cerró su sonrisa, como si un mal pensamiento hubiese
atravesado su mente de repente.
— ¿Qué pasa? — Pregunté, inmediatamente.
Sus ojos parecían un poco aprensivos cuando ella respondió:
— Tengo algo que charlar contigo.
— ¿Es algo grave?
— Es lo que te iba a decir ayer.
Fruncí el ceño.
— Que te parece buscar tu coche en el aparcamiento, subir a mi
piso, comer algo y después conversar con más calma.

Ella puso una cara de quien ya vivió eso antes y sonreímos juntos.
— Tu propuesta es tentadora, pero, sabes, voy a aceptarla. Es poco
probable que consigas desviar mi atención ahora y, en cierta forma, es algo
que demanda tranquilidad para hablarse. No quiero que des una opinión sin
digerirla o pensarla de la manera correcta.
Ahora, sí, Susan me había puesto curioso. ¿Qué será eso tan malo
que ella desea contarme? De cualquier manera, creí que no nos conocíamos
lo suficiente para que ella quisiese guardar un “gran” secreto.
No obstante, la idea de tenerla conmigo durante más tiempo me
animó, pues yo estaba loco por devorar aquella deliciosa boca nuevamente.
CAPÍTULO 23

Esperamos dentro de la cabina del ascensor, ansiosos por el noveno


piso. Mi boca y manos ya no se contenían dentro de los bolsillos y mi
lengua intentaba degustar aquella boca suculenta e irresistible que él tenía.
¡Joder! Si pudiese, me desnudaría y la empotraría aquí mismo, en este
ascensor, sin ceremonias.
Pero, nada más llegar al noveno, la noté un tanto nerviosa cuando
las puertas del ascensor se abrieron.
Di espacio para que ella saliese adelante, alcanzando su mano y saliendo
detrás. Ella miró hacia nuestras manos, aun jadeando mucho, y después giró
un poco la cara para encararme.
Susan parecía todavía más nerviosa a cada paso que dábamos en
dirección al salón y eso, de alguna forma, me ponía aún más curioso sobre
lo que charlaríamos.
No obstante, cuando llegamos cerca del sofá, mis ojos pillaron a
Bárbara bajando las escaleras.
— ¿Bárbara? — Confieso que ella me cogió de sorpresa.
A primera hora de la mañana, ella me había enviado un mensaje
avisando que necesitaría ausentarse nuevamente para cuidar de la madre en
el hospital, por eso me sorprendí al encontrarla en mi piso a esa hora, ya
que Lux estaba bajo los cuidados de Meryl.
Raras veces pido a otros funcionarios que desempeñen otras
funciones que no sean las originales a ellos designadas, pero fue Meryl
quien me tranquilizó, diciendo que podía echarme una mano esos días en
los que Bárbara estuviese fuera, si yo la recompensase justamente.
Acepté inmediatamente su propuesta. Confiaba en Meryl y en su
sentido de la responsabilidad, sabía que Lux estaría en buenas manos y yo
no importunaría a Susan con funciones totalmente opuestas a las que ya
estaba acostumbrada a desempeñar. Aunque, siendo sincero, ella sería una
excelente madre, ya que tiene mucha maña con los niños.
Bárbara bajó las escaleras sujetando algo y Susan soltó mi mano
automáticamente.
— Pensé que no venías hoy. — Comenté a ella con un tono alto y
claro.
— Y yo no vendría si no estuviese necesitando de un adelanto. Mi
madre se rompió un ligamento del tornillo cuando pisó en falso en la
escalera de casa y tuvo que hacer una cirugía de emergencia ayer.
— ¿Ella está bien?
— Sí, sí. Gracias.
— Pediré a Meryl que deposite el dinero hoy mismo.
— Gracias. — Ella respondió seriamente, encarando a Susan con
algún tipo de mirada que causaba incomodidad. — Steve, ahora, cambiando
de tema, tengo otra cosa para hablar. Subiendo a la habitación de Lux,
acabé topándome con esta bolsa.
Rápidamente, Bárbara sacó una billetera pequeña de cuero sintético
de lo que parecía ser la bolsa de Susan y de ahí cogió algo que parecía ser
dos SSN.
— ¿Sabías que tu secretaria tiene dos documentos con nombres
diferentes?
— Voy a hablar con él ahora mismo sobre eso. — Susan la
interrumpió, pero Bárbara no dio oídos y simplemente siguió, diciéndome:
— No obstante, lo más curioso es que su foto no coincide con el
nombre con el que ella se presenta. Si fuese verdad que esas identidades no
son falsas, entonces su nombre es Julie. Julie Christine Evans Collins.
¿Pero qué mierda es esa?
Miré a Susan, a mi lado, intentando buscar cualquier respuesta, la
que fuese.
— ¿Es eso verdad?
Sus ojos empezaron a lagrimear.
— Te lo iba a contar ahora.
Miré al otro lado del salón, respirando profundamente e intentando
pensar racionalmente. ¡Pero qué mierda es esta!
¿Quién es esa mujer?
¿Por cuál motivo estaba intentando engañarme?
Caminé hacia Bárbara, con la cabeza hirviendo de informaciones, y
arranqué aquellas identidades de su mano, analizando las dos.
— Es su hermana. — Reconocí la cara de la mujer que pasó la tarde
entera detrás de mí, pero, en el mismo documento, ella estaba identificada
como Susan.
Pasé mi atención al otro documento y confirmé lo que Bárbara dijo.
— Estáis juntas en eso. ¿Qué sois? ¿Delincuentes?
— Steve, no te precipites en tus conclusiones. Dame la oportunidad
de explicártelo. — Dijo ella entre lágrimas, las cuales yo no sabía ni
siquiera sin eran reales. Solo de pensar en la posibilidad de que ella fuese
tan despreciable como Lamar, me revolvía el estómago.
— Siempre creí que había algo malo que no encuadraba en esa
mujercita. — Comentó Bárbara a mi lado.
— ¡Vete, Bárbara! — Murmuré, con los nervios a flor de piel.
— ¿Cómo? ¿Yo? ¿Por qué tengo que irme? La que usted debería
poner para fuera de su casa es a esa farsante. — Cerré los ojos mientras
aquella mujer pesada continuaba hinchándome las pelotas. — Debería
expulsarla de aquí…
— ¡QUE TE VAYAS, BÁRBARA! — Grité, cabreadísimo.
— Sabes qué, me piro. Pero sepa que no merezco ser tratada de esa
forma. Espero que denuncies a esa delincuente por falsedad ideológica, y lo
mínimo…
— ¡FUERAAAA! — Vociferé.
Ella finalmente se apartó algunos pasos y se dirigió al ascensor, en
silencio.
Coloqué mis ojos sobre Susan, que secaba sus lágrimas, las cuales no
paraban de salir de sus ojos.
— ¿Quién eres? — Casi escupí aquella pregunta.
— Mi nombre es Julie. Julie Evans… — Sorbió ella, aparentemente
fragilizada, pero habló: — Nunca trabajé en una oficina en la vida antes de
trabajar en la Clifford, siempre fui niñera. El currículum que te mostré fue
el de Susan, mi hermana.
— ¿Por qué hicieron eso?
— Porque mi familia necesitaba dinero, estábamos llenos de
deudas…
— Es una familia de ladrones, entonces.
— ¡No! Claro que no. Mi madre y mi abuelo no sabían nada de esto.
Ellos no tienen nada que ver con esto.

Por más que yo quisiese, no conseguía creer en nada de lo que ella


decía.
— ¿Por qué no fue tu hermana la que se presentó en mi empresa?
Eso no tiene ningún sentido.
— ¡Ella se presentó! — Casi gritó ella, desesperada, tropezando las
palabras. — Yo fui con ella el día de la selección, fue todo un malentendido.
— Te subestime. — Sonreí, mirando hacia arriba. — Llegué a
pensar que eras del tipo de persona que sería incapaz de decir una mentira.
Pero, por lo visto, mientes. Y muy bien, además. Nunca habría desconfiado
de ti.
— Te lo iba a contar ahora. ¡Sabes muy bien que lo iba a hacer!
— ¿De verdad? ¿O me contarías otra mentira?
Ella se secó nuevamente las lágrimas con el dorso de la mano,
mientras yo oía el llanto de Lux aproximándose al salón. Miré por encima
del hombro y la vi en el regazo de Meryl.
— ¿Qué gritos son esos? Habéis despertado a Lux. — Dijo Meryl,
bajando las escaleras.
— Necesito marcharme. — Avisó la mujer en mi frente y la vi dar
algunos pasos hacia el lado y después estancarse.
Ella volvió a encararme y dijo:
— Las llaves de mi coche.
Antes de que pudiese responderle alguna cosa, Meryl lo hizo:
— Están encima de la alacena a su izquierda. El mecánico las dejó
ahí más temprano.
— ¡Gracias! Ella fue hasta la alacena y cogió las llaves, secando las
lágrimas. Meryl, por su vez, consiguió hacer con que Lux parase de llorar.
— También falta eso. — Levanté aquellos documentos entre mis
dados para que la pelirroja los pudiese ver.
Por primera vez desde que colocamos los pies en el salón, ella irguió
la mirada para mí y miró las pertenencias en mis manos. Ella vino hasta mí,
cogiéndolos sin decir ni siquiera una palabra. Aunque sus ojos estuviesen
rojos, podía sentir la indiferencia en sus ojos cortos.
Cuando ella se disponía a dar la vuelta para irse, cogí con firmeza
sus brazos y susurré:
— ¿Podrías al menos mirarme dentro de los ojos…Julie?
Ella miró al suelo y mordió la esquina derecha del labio con fuerza.
— No estoy en condiciones de mirar a nadie, sr. Clifford.
Ella soltó mi mano de su brazo y siguió el camino de vuelta al
ascensor.
— ¿Qué mosca le ha picado? — Preguntó Meryl.
Respiré pesadamente y respondí.
— Nada, Meryl. Nada más allá de un malentendido. — Solté el aire
por la nariz, todavía cabreado con toda aquella mierda de mentira, pero con
una angustia corroyendo mi jodido pecho por estar ella yéndose.
Joder. ¡Olvídate!
Ella no era quien yo imaginaba que fuese. Motivo de sobra para
olvidar que un día cogité la posibilidad de abandonar mi vida de juerga por
una mujer.
CAPÍTULO 24

Entré en mi coche y el llanto ruidoso atrapado en mi garganta se


amplificó, dando lugar a un mar de lágrimas, que escaparon
exasperadamente de mis ojos.
Por más que yo hubiese imaginado lo mal que él se lo iba a tomar,
jamás imaginaría lo que presencié hace algunos minutos. La forma grosera
en la que él me trató, su ira mezclada a la decepción. Dios, ese hombre
nunca me perdonaría, y yo estaba tan mal, que me sentía sufocada poco a
poco con su desprecio.
— ¡Joder! Debería haberlo contado antes. — Lamenté, sollozando y
alejando una lágrima redondita del borde de mi ojo izquierdo.
Cuando me tranquilicé un poco, arranqué y volví a casa, devastada
por un sentimiento que nunca había experimentado en la vida. El amargor
en la boca, la cabeza doliéndome y pensando mil cosas por segundo, las
manos trémulas: todo me hacía pensar que no tendría un sueño reparador.
No obstante, aun así, la única cosa que yo quería hacer en aquel
momento era dormir. Tal vez fuese la única forma de colgar los
sentimientos de vergüenza y culpa que subían a mi mente.
Tuve el cuidado suficiente para que nadie me pudiera ver llegando
en casa, pues sería un verdadero calvario tener que inventar otra mentira
para cubrir la vergüenza de haber engañado a alguien.
Por suerte, Susan y mi madre conversaban en la habitación cuando
llegué y el abuelo Charlie debería estar viendo la final de la MLB en la
televisión de la cocina y animando fervorosamente a Los Angeles Dodgers,
su equipo de baseball favorito.
Aproveché para tomar un largo baño y coloqué un baby-doll púrpura
fresquito. Me metí dentro de las cubiertas y tumbé mi cabeza en la
almohada. También giré mi cara hacia la pared, de esa forma conseguiría
que Susan no me viese los ojos hinchados cuando llegase a la habitación
para dormir.
Aunque yo evitase aquellos recuerdos, ellos eran estúpidamente
recientes y continuaban martilleando mi mente como si yo aún no hubiese
salido de aquel salón. Su mirada endurecida sobre mí, sus acusaciones sobre
mi familia, su voz enojada, el llanto de Lux. Sin darme cuenta, otra lágrima
calentaba nuevamente mi mejilla.
Susan entró en la habitación y pareció sorprendida con mi presencia.
— ¿Julie? ¿Desde cuándo estás ahí? — La oí atravesar la habitación
hasta el armario. — Ni siquiera te vi llegar.
Limpié la garganta, arreglándomelas para que mi voz no pareciese
llorona, para que ella no desconfiase de nada.
— Estaba cansada, entonces me vine directo a la cama.
— Si tú estás cansada, imagínate yo, que me he pasado toda la tarde
llevando colchones y galones de agua con tu jefe. Ah, espero que todo el
esfuerzo valga la pena y él nunca descubra esa mentira, pues siento que mi
espalda va a estar doliéndome por el resto de la vida.
Sin querer, una inhalada se me escapó de la nariz.
— ¿Qué ha sido eso? — Preguntó Susan, aproximándose.
Sentí su rodilla hundirse en mi colchón y, de reojo, vi sus ojos
espiándome desde el borde de la cama.
— ¿Estás llorando?
¡Joder!
Al mismo instante, tapé mi cabeza con el edredón.
— ¡Ei, ei, ei! Exijo que me lo cuentes. ¡¿Por qué estás llorando,
Julie?! — Me inquirió ella.
Bajé el edredón antes de que ella hablara más alto y nuestra madre
nos escuchase.
— Él lo descubrió todo, Susan. — Mi voz salió como un murmuro
débil, pero lo suficientemente alto para que ella me oyese.
— ¡Jolín! — Ella retiro la rodilla de mi colchón. — ¿Entonces?
¿Cómo reaccionó él? — Ella miró con atención a mi rostro y rápidamente
comentó: — Por tu cara, no me parece que muy bien. ¿Por qué se lo
contaste, Julie? Yo te dije que…
— No fui yo quien se lo contó, Susan.
— ¿Quién, entonces?
— La niñera de la sobrina de Steve. Me olvidé la bolsa ayer por la
noche en el piso de él y ella la encontró. Sacó la cartera de mi bolsa y vio
nuestros documentos de identidad, después se los mostró a Steve cuando
llegamos a su piso.
— ¡Qué cabrona!
— Cabrona o no, fuimos nosotras la que armamos esa farsa, Susan.
Bueno, si me lo permites, ahora quiero llorar en paz.
— ¡Espera! ¿Ella nos va a denunciar?
Busqué en mi memoria algún momento en el que ella hubiese dicho
algo sobre eso y no lo encontré.
— No lo sé. Ni siquiera tocó en ese asunto. — Respondí,
rápidamente. Solo quería quedarme sola y en paz para olvidarme de eso,
aunque eso fuese prácticamente imposible.
— Espero que él no tenga tanta desconsideración para contigo. Ah,
yo no debería de haber llevado aquellos galones de agua. — Lloriqueó ella,
sentándose en la cama, al lado de la mía. — Sin hablar que apenas
pagamos parte del alquiler.
Finalmente, giré mi cuerpo y dejé que Susan se lamentase sola a mis
espaldas.
Yo sentía que perder el sueldo del próximo mes era lo que menos me
importaba en aquel momento. Lo que más me hirió fue su mirada llena de
decepción, las palabras duras y la forma en que el fin llegó. Por más que yo
me hubiese asegurado que podría lidiar con el rechazo de él, era como si
una onda pasase por encima de mí, devastándome con fuerza, dejando
solamente caos dentro de mí.
Me quedé allí, con mis pensamientos rondando, escuchando a Susan
caminar hasta el armario para prepararse para dormir. Cuando las luces se
apagaron, escuché su cama crujir cuando ella probablemente se sentó en el
borde de ella y otra inhalación muy alta y grosera se escapó de mí.
Algunos segundos después, escuché su cama crujir de nuevo y la
sentí aproximarse a mi colchón. Ella se encajó en el espacio que sobraba de
mi cama y me abrazó tiernamente por detrás.
— Realmente él te estaba gustando mucho, ¿verdad? — Ella, por
primera vez, dijo con la voz triste.
No conseguí responder, pero el silencio asumió ese papel por mí.
— No sé exactamente lo que estás sintiendo, Julie. Pero acuérdate
que eres una buena persona. Jamás te olvides de eso.
Presioné los labios, intentando no llorar en la presencia de mi
hermana.
— Le conté sobre nuestra situación, Susan. Pero él no me llamó. Él
fue borde. Su mirada… — Respiré pesadamente. — Él nunca más me va a
querer mirar a la cara.
— Es él el que se lo pierde. Tú eres una mujer bellísima, llena de
virtudes…
— Y mentirosa. — Añadí.
— ¿Y él por acaso es un santo? — Replicó ella. — ¡Por Dios, Julie!
Tú eres la virgen María al lado de ese hombre. Si de verdad le gustas y de
verdad él es un hombre inteligente, no dejará escapar a una mujer como tú.
— ¿Y si no le gusto lo suficiente? — Indagué.
— ¡Entonces debes levantar las manos al cielo y agradecerlo!
¿Cómo es posible decir que te gusta una persona y no perdonarle ni siquiera
un pequeño error? Ni que hubieses robado o algo así.
— Tal vez, decir la verdad es algo de veras muy importante para él.
— Reflexioné, retraída.
— ¿Y a ti qué es lo que de verdad te importa? — Me cuestionó
Susan. Raramente teníamos ese tipo de charla, pero confieso que necesitaba
de eso en aquel momento. — Te vas a librar de esa culpa cuando pares de
pensar en él y empieces a pensar en ti. Tú eres muy guapa, Julie, por dentro
y por fuera. No te culpes tanto, y esa idea fue exclusivamente mía. Si él
quiere culpar a alguien, entonces que venga a hablar conmigo.
Nos quedamos en silencio durante algunos segundos hasta que
empecé a sentirme mejor.
— Gracias, Susan.
— Por nada, mi corderito. — Ella me abrazó más fuerte.
— No me llames así, es raro. — Me quejé, arrugando la nariz, y
sonreímos juntas.
— Ahora me voy a mi cama, porque, después del día de hoy, lo
único con lo que debería preocuparse tu jefe es en pagarme unas sesiones de
fisio y masoterapia.
Ella se arrastró hacia fuera de la cama y salió con las manos en las
espaldas, tumbándose en su colchón y gimiendo.
— ¡Que buena vida! — Exclamó ella. — ¡Buenas noches, Julie!
— ¡Buenas noches, Susan!
Felizmente, conseguí dormirme después de muchas horas despiertas
pensando en él. Un poco sí que me obligué a dormir, pues, los trabajos
como voluntaria no habían finalizado, tampoco mis ganas de ayudar. Ahora,
que estoy aparentemente en paro (¡y, no! No volvería a su empresa), pensé
que lo mejor sería concentrarme, en los próximos días, en volver a repartir
currículos y pasarme el resto del día en la cancha de la escuela. Talvez eso
me ayudaría quitármelo poco a poco de la cabeza.
CAPÍTULO 25

Tres días después….

— ¿Os habéis enterado? — Indagó mi madre con una taza de té en


la mano, admirada por el hecho de que Susan y yo nos sorprendiésemos al
escuchar de ella que los moradores serían transferidos para un alojamiento
mejor equipado que la cancha de la escuela de nuestro barrio. — ¿No
comentó nada contigo el presidente de la asociación, Julie?
Estábamos todos reunidos alrededor de la mesa de la cocina,
tomando el desayuno.
— No que yo me acuerde. — Respondí y cogí un trozo de la
panqueca en mi plato, pensando en lo extraño que era que Jason no hubiese
hablado nada conmigo sobre el asunto.
— Parece que la Asociación de nuestro barrio recibió una donación
millonaria y que quien perdió la casa aquel día de la inundación u del
tornado va a ganar una nuevecita.
— ¡Dios mío! — Susan se cubrió la boca con la mano y dijo: —
¿Por qué no fuimos contemplados con el desastre? ¿Por qué?
— ¿Pero qué tonterías dices, Susan? — Se quejó mamá.
— No sería un mal negocio si esa casa hubiese sido víctima del
tornado. Ganaríamos una nueva casa y, encima, nos quitaríamos de encima
el alquiler.
— Lávate la boca. Eso es algo serio, Susan. Alguien se podría haber
herido gravemente aquí en casa. Deberías agradecer…
— ¿Sabes quién donó ese dinero, mamá? — Interrumpí, curiosa por
el origen de esa tal donación millonaria.
— No, querida. Los rumores que circulan por ahí es que esa
donación fue anónima, nadie, hasta ahora, se ha identificado. A decir
verdad, supe eso solamente ayer por la noche, cuando Claire vino ayer para
charlar un rato.
¿Habrá sido él?
— ¿Anónimamente? ¿Quién donaría anónimamente? — Pensó en
alto Susan. — Hoy en día todo el mundo quiere llamar la atención o sacar
ventaja al practicar caridad.
— Sí, parece que todavía existen personas con un buen corazón. —
El abuelo se pronunció por primera vez. — Sin duda, esa persona debe ser
buena como mi hija y mis nietas. — Dijo él.
Aunque el abuelo no estuviese en condiciones de ayudar en el
abrigo, sabía que él sentía un gran orgullo en vernos aquellos días ayudando
a la comunidad, al final, siempre fue él el que nos enseñó desde pequeñajas
a mirar alrededor y no solamente a nuestro ombligo. Verlo feliz diciendo
eso me llenaba de alegría también, pues, así como cualquier otro ser
humano, mi abuelo no se mantendría en este plano para siempre. Y saber
que le orgullecí de alguna forma transbordaba mi corazón de felicidad, dada
las circunstancias: en que yo no me encontraba en mi mejor fase.
Los últimos días fueron difíciles, pero me metí en la cabeza que
podría superarlo si consiguiese no pensar tanto en eso. Y era justamente eso
lo que estaba haciendo: no pensar demasiado.
— De cualquier forma, tenemos que ir hoy al abrigo. — Dije yo,
levantándome y dirigiéndome al fregadero para lavar los platos.
— ¡Oh, no! ¿De nuevo? — Se quejó Susan.
— Si ese rumor de mamá fuese verdadero, tenemos que estar allá
desde el principio y ayudar a limpiar la cancha de la escuela.
— ¡Así se habla, hija! — Mamá se levantó de la silla y se animó: —
¡Vamos allá, chicas!
Susan abrió una sonrisa amarilla y levantó la taza en el aire,
fingiendo estar exultante:
— ¡Iupi!
Sonreí con el falso entusiasmo de mi hermana y aproveché para
lavar todos los platos. Antes de que nosotros saliésemos, subí las escaleras
y fui hasta mi habitación para coger una bolsa y mi móvil, que estaba
encima de la cama.
Casi en un gesto mecánico, encendí la pantalla del aparato por un
botón lateral y, cuando me disponía a apagarlo y colocarlo dentro de la
bolsita de tela, una notificación en la caja de entrada de mi e-mail llamó mi
atención.
“Usted ha recibido un mensaje de la siguiente dirección: Recursos
humanos de la Clifford Technologias”
Mi cuerpo estremeció cuando eché un vistazo sobre aquellas
palabras y mi corazón empezó a bombear más fuerte dentro de mi pecho.
Sin más preámbulos, abrí el e-mail y empecé a leer el mensaje que me
habían enviado:

“Buenos días, srta. Evans! Necesito que comparezca mañana a la


oficina de la Clifford para su primer entrenamiento. Necesito que traiga sus
documentos originales (su identidad se mantendrá en total sigilo, el sr.
Clifford me explicó la situación).
Atenciosamente, Beatriz
Sector de Recursos Humanos de la Clifford.
¿Entrenamiento? ¿Habré leído bien?
Leí de nuevo el mensaje y me costó creer que era eso lo que de
verdad había leído. ¿Steve me quiere de vuelta a su empresa? ¿A cambio de
qué?
— ¿Encontraste el móvil, Julie? Vámonos antes de que desistas de ir
hoy. Creo que mis viajes al abrigo están ultrapasando los límites de mi
bondad. — Llegó diciendo Susan a la habitación.
Nuestros ojos se cruzaron y yo estaba casi segura de que mi boca
estaba abierta.
— ¿Qué pasa? ¿Por qué pones esa cara de quien acaba de ver un
salseo bombástico?
— He recibido un e-mail de la Clifford, Susan.
— ¡Oh, Dios mío! Él nos va a denunciar. — Ella se tiró de los pelos,
empezando a desesperarse.
— No. Todo lo contrario. Me está llamando de vuelta.
— ¿De vuelta? — Ella frunció el ceño, confusa.
— ¡Lee! — Le entregué el móvil para que ella pudiese echarle un
vistazo al e-mail.
Susan cogió el dispositivo de mis manos y leyó el mensaje.
— ¿Entrenamiento? Eso es muy extraño. — Analizó ella. — ¿Él
comentó algo sobre entrenamiento antes?
Recordé del último día que estuvimos juntos y respondí:
— Él me había dicho que yo sería la responsable por el sector de
donaciones de la empresa, o algo así, después que la sra. Johnson llegase de
San Diego.
Susan pareció pensarlo un poco más y tartamudeó, con una sonrisa
creciente en los labios:
— ¡Joder, Julie! Tú tienes un empleo fijo ahora.
— ¿No crees que esto es algún tipo de engaño? Él puede haber
hablado con Beatriz antes de saber que yo no era…
— Pero claro que no. Aquí dice: “su identidad se mantendrá en total
sigilo, el sr. Clifford me explicó la situación”. Él quiere preservar tu imagen
en la empresa.
— ¿Pero qué querrá a cambio de que vuelva? La última vez él
estaba tan enfadado, que solo le faltó decirme con todas las letras que no me
quería ver ni en pintura.
— ¡Ah, hermanita! Por lo que he visto aquí, él te quiere ver, sí. En
pintura o no.
— ¿Estás segura?
— Por supuesto. Por lo visto, de verdad que has conseguido tocar el
corazón del guaperas, ¡eh, eh, eh, Julie! Es difícil reconocerte ahora. — Ella
me dio un codazo, sonriendo.
— No sé si me atrevo a aparecer allí después de todo lo ocurrido,
Susan.
— Ah, déjate de tonterías. ¿Vas a rechazar un empleo fijo? No,
señora. Alguien pobre no puede darse ese lujo.
— Tendría mucha cara si llego a la empresa como si nada hubiese
ocurrido.
— Pero si tú vas a un entrenamiento, eso quiere decir que no vas
más a trabajar directamente con él.
— ¿Pero y si él apareciese? — Pregunté.
— Verdad. Esa posibilidad existe. Si él te quiere en la empresa, sin
duda se las va a arreglar para verte.
— Todo parece tan extraño. — Me crucé de brazos, pensando un
poco más en la situación. ¿Qué le hizo cambiar de opinión? ¿Será verdad
eso de que le gusto? ¿Me echará de menos tanto cuanto yo le echo de
menos?
— ¿Y si vosotros conversáis antes? — Sugirió Susan. Volví a
concentrarme en lo que ella decía. — Tú podrías ir hoy al piso de él y tener
una conversación franca con Steve. Mira, Julie, a veces, en el momento del
cabreo, las personas dicen ciertas cosas sin pensarlas. Puede que él quiera
arreglárselas contigo.
No me quedaba otra que darle la razón a Susan. Puede que su
cabeza se haya enfriado y pensado más en esos últimos días. Pero veo
difícil que Steve se haya enamorado perdidamente por mí durante ese
tiempo. Aunque él parezca una persona con un don para las relaciones
interpersonales, cuando el asunto era sentimientos, él parecía tener sus
propias armaduras. La prueba de eso fue la última vez que nos vimos, nunca
pensé que él podría actuar de una forma tan grosera y fría. Era como si yo
realmente lo hubiese afectado con mi mentira de una manera
exponencialmente mayor de la que me esperaba.
Resolví respirar profundamente y decidí pensar más sobre lo que
haría durante el día. No quería tomar ninguna decisión con prisa, y hacer
alguna tontería que estropease las cosas aún más.
Tenía que actuar con inteligencia, si es que yo lo quisiese de vuelta
y, quizás, entrar en su corazón.
CAPÍTULO 26

¡Respira, Julie!
Me repetía a mí misma mientras atravesaba el aparcamiento del piso
de Steve en plena ocho de la noche. Aunque el horario no fuese muy
adecuado para visitas, teóricamente yo tendría que pasarme al día siguiente
por la Clifford caso yo quisiese aquel puesto, entonces decidí tener aquella
charla con él cuanto antes.
Andar por aquel edificio parecía una tortura después de la última
vez que estuve allí. Mis manos sudaban y mis piernas temblaban solo de
imaginar sus ojos azules grisáceos encarándome.
Cuando llegué al edificio, ni siquiera fue necesario comunicar al
portero sobre mi llegada, él reconoció mi coche de inmediato y me dejó
entrar. Pero después, en el ascensor, me pregunté si no habría sido mejor
pedir que se avisase de mi llegada.
No obstante, temía que él rechazase mi visita. Yo todavía estaba
bloqueada en su Whatsapp y no tenía la certeza de lo que eso significaba. Él
me quiere de vuelta a su empresa, ¿pero no me quiere de vuelta a su lista de
contactos?
Era por eso que deberíamos tener esa conversación, para resolver
esa y todas las otras dudas. Para saber lo que él quería de mí y por qué
quería mantenerme en el escritorio de la Cliffford. Y, tal vez lo que más me
interesaba, yo quería saber si su rabia se había secado.
Las puertas del ascensor se abrieron en el noveno piso,
descortinando el pedazo de salón visible desde allí. Di dos pasos hacia
adelante, antes de que las puertas se cerrasen nuevamente, y seguí hacia
adelante algunos metros más.
En el salón no había nada más allá de algunos muebles taciturnos y
la vista al Golden Gate reluciente en el exterior. Decidí explorar un poco
más, dando algunos pasos en dirección a la cocina, y, cuando estuve lo
suficientemente cerca, mis piernas pararon cuando escuché dos voces
charlando.
— Tú eres un completo mentiroso, Steve. — Dijo la voz femenina
entre risos. — Juras que no te acuerdas de nada de aquella noche, pero a mí
me da que eso no pasa de una mala mentira.
Di algunos pasos hacia el lado, parándome al lado del aparador con
vasos y platos de aluminio y confirmé, de lejos, con mis propios ojos, quien
era la dueña de la voz: Bárbara.
Steve estaba apoyado en la bancada con un vaso raso de whiskey
entre los dedos, mientras la rubia tocaba su hombro con una mano,
insinuándose al jefe.
— De verdad que no me acuerdo. — Respondió fríamente Steve y
dio un trago al whiskey.
En seguida, Bárbara cogió de la mano de él el vaso.
— ¿Quieres que te haga recordar cómo fue aquella noche? — Ella
dio un trago a la bebida acastañada y se lambió los labios. — Como sabes,
bebimos mucho aquella noche. Tú habías acabado de contratarme y Lux se
había ido dormir. Me contaste todos tus problemas y después dijiste que
estabas cachondo como un loco.
— ¿Yo dije eso? — Preguntó Steve.
— ¡Con todas las letras, baby! Después de eso, tú me follaste en esa
bancada y puedo prometerte que estuvo muy rico.
Mi corazón se heló cuando escuché las últimas palabras de Bárbara.
¿Él se la folló?
Él…Él me dijo que se no me envolvía con funcionarias. ¿Pero folló
con la niñera de su sobrina?

¡Qué vulgar!
¡Oh, Dios! ¿Cómo pude creerlo?
¿Cómo pude ser tan tonta e inocente?
Yo era solamente una funcionaria más en su casa y saber eso me
embarulló el estómago y me dolió de una forma irreversible.
Un millón de pensamientos se agitaron en mi mente y todo lo que yo
quería hacer era salir de allí, lo antes posible. De preferencia, sin llamar la
atención de aquellos dos. Mi cabeza giró y mi visión se nubló debido a las
lágrimas que llenaron mis órbitas.
Giré mi cuerpo con todo el cuidado del mundo y limpié los ojos,
topándome, con el brazo, en uno de los platos de aluminio situados en la
encimera.
El objeto, que parecía ser una pieza de exposición de obras de arte,
giró encima del aparador de cristal, provocando todo lo que yo más me
temía en aquel momento: las miradas de ellos.
Steve se giró para averiguar lo que había sucedo y yo petrifiqué
algunos instantes en el lugar en el que estaba cuando su mirada se topó con
la mía.
— Julie. — Dijo él alto y claro. — ¿Qué haces aquí?
Reuní un poco de coraje y mi voz salió ácida al decir:
— Perdóname por importunarlos. Ya me iba.
Naturalmente, mi rostro endureció y di algunos pasos hacia atrás,
girando mi cuerpo y desatando una caminada de pasos largos hasta el
ascensor.
— ¡Ei! Julie. ¡Espera! — Oí su voz atrás de mí, mientras yo
alcanzaba el ascensor. Apreté el botón y me paré delante de las puertas,
esperando con toda la fe del mundo que ellas se abriesen rápidamente.
Pero eso no pasó eso.
Steve me alcanzó y se puso delante de mí, reteniéndome.
Di algunos pasos hacia atrás y él me preguntó:
— ¿A qué has venido aquí?
— A hablar contigo, pero creo que no tengo nada más que decir.
— ¿Sobre lo que querías hablar?
¡Mierda! Las ganas que yo tenía en aquel momento eran de darle una patada
en los huevos, pero respiré profundamente y respondí fríamente:
— Recibí un e-mail sobre un entrenamiento en tu empresa. Quise
saber de qué va todo eso.
Él respiró profundamente también y metió las manos en los bolsillos
de la sudadera.
— Te quiero de vuelta en el escritorio Clifford…
— Yo no quiero.
Él parpadeó con intensidad y sacó una mano del bolsillo para
gesticular para mí.
— No lo entiendo. ¿Viniste aquí para rechazar mi propuesta?
— Sí. Tal cual. Vine a rechazar tu propuesta. — Posé la mano en la
cintura y erguí un poco la barbilla.
— Estarás de coña.
— ¡No! No lo estoy.
Las puertas del ascensor se abrieron finalmente, entonces di la
vuelta hacia él, diciendo:
— Adiós, Sr. Clifford.
Él me cogió un brazo y yo lo aparté inmediatamente, sujetando la
puerta de aluminio para que no se cerrase.
— ¡Suéltame!
— ¿Me vas a dejar así?
— ¿Así como?
— Tú no vendrías aquí solamente para rechazar mi propuesta.
— Pues sí. Vine exactamente para eso.
Solté su mano de mi brazo y caminé para dentro del ascensor,
mientras él se giró, parándose donde estaba, encarándome con un aire
informal. Si no le doy lo que él quiere, entonces estoy feliz – Fue eso lo que
pensé al ver las puertas cerrándose delante de mí.
No obstante, cuando faltaba poco para que el ascensor fuese solo
mío, él metió su brazo entre las puertas y se metió en la cabina, apretando el
botón al lado. Las puertas se cerraron y el ascensor pareció congelarse
completamente. Di un paso hacia atrás, recelosa.
— ¡Ahora tú me puedes contar cual es el problema!
Contuve un suspiro de tensión.
— ¿Problema?
— Me dijiste que tu familia necesitaba de dinero, ¿por qué entonces
no aceptas el trabajo y consigues el jodido dinero? — Él parecía estar
irritándose. — ¿O acaso estabas mintiendo?
Pero no hoy. Él no me iba a irritar con su grosería. ¡Hoy no!
— ¿Mintiendo? ¿De verdad te crees que tengo que aceptar ese
empleo para probar que no estoy mintiendo? ¿Quién eres tú para hablar de
mentiras? ¿Un santo? — Sonreí, amarga. Tú follas con tus funcionarias y
me vienes diciendo que no te envuelves con funcionarias.
— Yo no follo con mis funcionarias. — Dijo él, con la boca
pequeña.
— ¡¿Y Bárbara, eh?! He escuchado todo hace un rato. ¿Lo vas a
negar?
Él cerró los ojos, pareciendo respirar pesadamente.
— No me acuerdo de esa noche, ¿ok?
— No te acuerdas, pero pasó.
— No puedo afirmar aquello de lo que no acuerdo con precisión.
Bárbara nunca me interesó. En aquella noche, me acuerdo de
emborracharme con ella a mi lado, yo estaba aún destrozado con la muerte
de Romena, pero no me acuerdo…
— ¡Eso no tiene la más mínima importancia! — Fui hasta el botón
del ascensor y lo descongelé, apretando el botón del térreo.
Sentí la cabina bajar y decir Steve en mi frente:
— Por lo menos acepta el puesto en mi empresa.
— ¿Para qué quieres contratar a una mentirosa?
— Podemos charlar con más calma.
Miré hacia el panel de led y vi que estábamos casi llegando al
térreo.
— ¡Gracias! Pero dispenso tu cordialidad. Me has herido, Steve,
más profundamente de lo que te imaginas. Venir aquí me hizo comprender
que no quiero herirme de nuevo. Eso es más de lo que puedo aguantar.
Él miró al lado, pasando la lengua entre los labios, una manía suya.
— Está bien, vete.
— Vale.
Él apretó los ojos y dijo, por fin:
— Me gustas, Julie. Me gustaría hacer que te quedases. Pero no
puedo… — Él paró, como si no le fuera fácil decirlo: — Yo no puedo, pues,
en el fondo, no confío en ti.
Eso me rompió.
¿Entonces por qué me quiso nuevamente en su empresa?
¿Sería apenas una manera suya de mantener cerca de sí a una presa a
la que poder llevarse de nuevo a la cama?
—Vale. Yo tampoco confío en ti, supongo que ahora estamos en paz.
— Respondí a la altura.
Felizmente, las puertas del ascensor me salvaron, abriéndose.
— Entonces... ¡adiós! — Dije, esforzándome al máximo para no
llorar delante de él. No quería darle ese gusto.
— ¡Adiós...Julie! — Él se metió la mano en los bolsillos,
mirándome a los ojos desde arriba, y echándose a un lado para darme un
espacio por el que poder salir del ascensor.
Me arreglé la bolsa en el hombro, mirándome momentáneamente a
las zapatillas negras. Erguí la cabeza y salí de aquella cabina, siguiendo
hacia lo lejos, sin mirar hacia atrás. Sabía que estaba haciendo lo correcto,
pero, hacer la cosa correcta era más difícil de lo que pensaba.
Steve no confiaba en mí. Y, tal vez, nunca lo haría.
Sería un error aceptar aquel empleo y correr el riesgo de
envolvernos de nuevo y que eso me destrozase más de lo que ya estaba. Por
eso decidí blindarme, pues no sabía lo que de verdad le pasaba a él por
dentro, pero, en mí, estaba segura de lo visceral que ese sentimiento podría
volverse.
CAPÍTULO 27

Volví al piso y le dije a Bárbara que necesitaba estar solo, pero ella
se negó a irse.
— Yo no me voy de aquí hasta que me cuentes lo que te traes entre
menos con tu exsecretaria.
— Perdona, ¿pero eso qué te importa?
— Todo. Yo llegué primero. En la práctica, somos nosotros los que
tendríamos que tener un lío.
— ¿Qué tontería es esa? — Rozné.
No estaba acostumbrado a ese tipo de cosa. Nunca tuve a una
persona tan osada trabajando para mí como Bárbara, y esa situación ya se
estaba pasando de la raya.
Maldita hora en la que fui beber con esta mujer a mi lado.
— Deberías haberla denunciado por falsedad ideológica.
— ¿Qué falsedad ideológica? No sé de lo que me hablas. — Me
giré en dirección a la bancada y eché lo que quedaba de whiskey del vaso
en el lavavajillas. Aunque yo supiese que se trataba de algo serio, no se me
pasó en ningún momento por la cabeza denunciarla.
—De Susan. Es decir, Julie.
Me giré para encararla con todo el morro posible.
— De verdad que no sé de lo que me estás hablando. Nunca conocí
a alguien que cometiese tal crimen. — Ella resopló y yo fui directo al
punto. — Mira, Bárbara, no me gusta hacer esto, pero creo que en lo
tocante a nuestra relación profesional no nos hemos llevado bien. Necesito
de alguien que simplemente cuide de Lux y no de mi vida. Mañana sin falta
puedes hablar con Meryl. Ella te pagará todo lo que te corresponda por
derecho. Ella pareció sentir un choque de realidad y balbuceó:
— ¿Me estás demitiendo?
— Infelizmente.
— Tú no puedes hacer eso ahora. ¿Quién cuidará de Lux? Mi madre
está de paro en casa.
— Por lo de encontrar otro empleo, tú no te preocupes, intentaré
darte una buena carta de recomendación. Y sobre lo de Lux, creo que puedo
cuidarla mañana por la mañana, cuando se despierte.
— Perdóname. Yo... — Ella miró a los lados, aflictiva. — Prometo
que no me meteré más en tus asuntos personales.
Haberlo pensado antes. A pesar de que no estar acostumbrado a
tener personas como Bárbara a mi alrededor, la conocía lo suficiente para
saber que ella ni siquiera ella se tragaba lo que estaba diciendo.
La única forma de resolver esa situación era cortar el mal por la raíz.
Y fue eso lo que hice en el inicio de aquella noche.
Cuando Bárbara finalmente se fue, subí al escritorio en el segundo
piso, un poco estresado con las tareas administrativas acumuladas en los
últimos días.
Estuve muy disperso en el trabajo y la falta de una secretaria estaba
tornando mi vida profesional más pesada de lo normal, lo que me quitaba la
paz que tanto apreciaba. De alguna forma, aún tenía miedo de contratar a
otra persona, pero, ahora, tenía la certeza de que necesitaba hacer eso
urgentemente.
No obstante, eso no era lo único que me incomodaba en aquella
noche. Eso no era nada cerca de la discusión que tuve con aquella gran
incógnita pelirroja. Ella me pareció orgullosa en exceso, teniendo en cuenta
que se metió en una empresa utilizando el nombre de otra persona.
Golpeé con la mano en la mesa de caoba y mascullé, bajito:
— ¡Al menos podría haber aceptado el trabajo!
Aunque no confiase en Julie Evans, ella me conocía lo suficiente
para saber que yo no podría pensar demasiado en ella si la distancia entre
nosotros no nos ayudase. A decir verdad, aquella pelirroja me hacía
muchísima falta, tanta que nunca pensé que sentiría algo así por alguien a la
que conocía desde hace tan poco tiempo.
Tal vez eso solo fuera ganas de follar, pero, joder, no conseguía
pensar en ninguna otra cola de falda que no fuese la de ella.
Lux había dormido al inicio de la noche, lo que me permitió
relajarme un poco durante la noche. Pero, debido a los últimos
acontecimientos, no tenía como relajarme. Entonces decidí hacer una cosa
útil y dejar la mierda de mi agenda organizada e imprimir los documentos
del e-mail institucional. ¡Y joder! Había muchos de ellos en la caja de
entrada. Sector operacional, sector comercial, departamento de publicidad y
marketing, sector financiero, todos ellos tenían algún documento que
necesitaba de mi firma.
Paré un rato para alongarme y mis ojos dieron de frente con la
discreta cámara instalada en la esquina superior de la oficina. Había tres
repartidas por la casa. Me acuerdo de cuando las instalé, fue después de que
Mark me dijese que sus funcionarios estaban robando datos de la empresa
de su padre en la casa de la propia familia de él.
Claro, nunca desconfié de los míos, pues siempre preferí que pocas
personas trabajasen en mi casa; pero, por precaución, instalé tres.
Si estuviese desconfiado de algo, habría instalado por lo menos unas
treinta.
Pero no fue por eso que aquellas cámaras llamaron mi atención, sino
por otro motivo. Casi me había olvidado que tenía una de esas cerca de la
cocina.
No me lo pensé dos veces y corrí atrás del software de control y
supervisión de esa cámara específica, intentando acordarme del día en el
que estuve bebiendo con Bárbara en la cocina.
— ¡Joder! No me acuerdo del día. — me quejé, golpeando las
manos al lado del teclado. — Fue más o menos una semana después de la
muerte de Romena, en marzo. — Pensé.
Conté los días mentalmente. Después, aceleré los vídeos de los
archivos grabados automáticamente en una pasta del ordenador.
Allí estábamos Bárbara y yo. Aceleré el vídeo un poco más, curioso
para saber la mierda que hice.
Bárbara continuaba a mi lado en la bancada, entre mis dedos estaba
la bebida roja, un Johnie Walker Black Label de 12 años, uno de los
mejores whiskeys escoceses que tenía en mi bodega. Mi tronco se inclinó
hacia arriba de la bancada, poco a poco, hasta estar con el lado de la cara
totalmente colada al mármol.
Bárbara permaneció allí observándome por algunos minutos,
después de que yo me apagase. Ella se levantó y pareció dispuesta a
ayudarme a moverme de la cocina. Me levanté, ebrio, pasando el brazo por
su hombro, y ella me condujo hasta el primer sofá del salón.
Desde aquel ángulo, la cámara no conseguía capturar todo el salón,
pero sí buena parte, lo justo para que yo consiguiese ver a Bárbara
sentándome en el sofá y quitándome la camisa y los zapatos. En seguida,
me tumbé en el estofado y ella se quitó la camisa rosa y la falda blanca que
usaba, quedándose apenas con un conjunto blanco de braga y sujetador. Ella
se tumbó en el espacio vago a mi lado y se metió entre mis brazos,
pareciendo besar mi pectoral.
Aceleré un poco más, buscando algo más, pero, en aquella noche,
solamente dormimos en el sofá del salón. Sin sexo. Sin beso. Sin nada.
Solté un suspiro de alivio.
En aquel momento, el alivio era más fuerte que la rabia que debería sentir
por Bárbara, por dos razones. Primero, pensé que de verdad hubo una gran
parcela de posibilidad de que eso hubiese sucedo, aunque mis instintos me
dijesen lo contrario, pero no pasó nada. Después de eso, debería confiar más
en mis instintos. Y segundo, probablemente nunca más la vería en mi casa
después de dispensarla. Un dolor de cabeza a menos.
El teléfono fijo tocó en la esquina de la mesa y mis cejas se
levantaron, de sorpresa. Aquel teléfono raramente tocaba, en verdad, hoy en
día, él estaba allí casi como de decoración y casi nadie sabía el número,
excepto mis amigos más antiguos. Casi ni me acordaba del sonido que
emitía.
Confuso, lo quité del gancho y atendí, recostándome en la poltrona
de cuero escuro.
— ¿Hola?
Un silencio momentáneo se hizo al otro lado de la línea, pero, la voz
familiar finalmente se hizo presente.
— Estoy aquí preguntándome: ¿qué habrá llevado a Steve Clifford
a su oficina a las diez da la noche?
— Básicamente, me temo que la próxima semana del director
ejecutivo se vuelva un caos. — respondí a la sra. Johnson.

Ella sonrió con ganas y preguntó:


— ¿Cómo andan las cosas, querido mío?
— Caóticas. Estoy sin secretaria de nuevo y con un montón de e-
mails para leer.
— Me lo imagine. Sé que Susan no está más contigo.
— ¿Lo sabes? — Indagué, confuso.
— ¿A quién te crees que los funcionarios de tu empresa llaman
cuando no reciben respuestas? Ellos no tienen la valentía de llamar al
director ejecutivo y entonces me buscan. — Escuché su risa desde el otro
lado de la línea. — Además, cuanto echaba de menos esa risa leve y
apaciguadora. — Yo estaba intentando hacer alguna cosa ahora por la noche
y observé que estabas visualizando los e-mails. Por la hora, imaginé que
estuvieses en la oficina del piso.
— Siempre muy perspicaz. — Puntué. — ¿Cómo está tu nieto?
—Está mejor que cuando llegó al hospital. Es posible que le den el
alta pronto, pero el lupus no tiene cura, querido mío. — Suspiró ella. — Las
únicas cosas que se pueden hacer son controlar los síntomas y evitar las
crisis, con medicamentos y un estilo de vida controlado. Entonces siento
que tengo que quedarme algunos días ayudando a mi hija con Martin.
— No te preocupes, Michele. Tómate el tiempo que necesites.
— Gracias, querido mío. — Agradeció ella mientras me pasaba la
mano por el pelo. — Además, ¿por qué se fue Susan? Creo que fue ella la
que tomó la decisión de salirse, ya que me parecía una chica responsable y
esforzada.
Puse la mano encima de la besa y bajé un poco la barbilla. No solía
guardar secretos a la sra. Johnson, entonces decidí abrirme por primera vez
sobre lo que sucedió:
— Siendo sincero, la pelirroja que contratamos no se llama Susan.
El nombre de ella es Julie Evans.
— ¿A qué te refieres con Julie?
Solté todo el aire que tenía dentro con fuerza, empezando a
explicarle toda la confusión de nombres a Michele, que parecía oír
atentamente desde el otro lado de la línea.
Cuando terminé, ella exclamó.
— ¡Uau! Confieso que nunca me imaginaría algo así. ¡Que locura!
— Pues sí, ella intento explicarme que su familia necesitaba de
dinero, pero no creo que esa fuera excusa suficiente para todo lo que ha
sucedido.
— Tienes razón. Pero hay una cosa que no encaja en esa historia.
¿Por qué la llamaste de vuelta para asumir un sector que ni siquiera existía
en la Clifford? ¿Creaste un sector para ella? — Ella hizo una pequeña
pausa. —¿Pasó algo que no me hayas contado ahora?
— ¿Qué te parece hablar sobre tu retorno?
Ella se rio desde el otro lado de la línea.
— ¡Steve, Steve! Te conozco, chaval. ¡Déjate de tonterías y dímelo
ya! ¿Qué sucedió?
Cerré el puño sobre la mesa, lamentando que aquella mujer me
conociese tan bien. Dudé un poco en decírselo y lo hice:
— Tuvimos un lío rápido.
— Tú... ¿Qué? — Titubeó ella. — Perdóname, Steve. No me
sorprende el hecho de que te hayas liado rápidamente con alguien, pues eso
siempre fue algo corriente, ¿pero con una funcionaria? — Exclamó ella
desde el otro lado de la línea y pensó en alto: — Oh, debería haber
sospechado que eso podría pasar.
— Lo dices como si yo fuese un golfo total.
— Con todo el respeto, pero eres un golfo total. O, por lo menos, lo
eras. Nunca más uno de tus affaires de una semana me llamó implorando
para que tú le cogieras el móvil. Hasta hoy me pregunto cómo es posible
que ellas consiguiesen mi número.
— Nunca prometo nada a ninguna de esas mujeres, sabes bien de
eso. Siempre dejo claras mis prerrogativas.
— Y eso es muy justo, querido. No me malinterpretes, mi intención
no es de juzgarte, pero…
— ¿Pero?
— Pero, si has tenido un caso tan rápido con esa chica, ¿por qué te
interesa tanto mantenerla cerca de ti? Creo que esa creación repentina de
sector tiene relación con el cariño por ella. ¿Verdad?
Giré un poco la cara y me mojé los labios. Michele continuó
hablando por el móvil:
— Creo que hay alguien más pillado de lo que se imagina.
— Como he dicho, ella rechazó mi propuesta.
— Y tú te has estresado con eso. — Afirmó ella.
— Ella no volverá de nuevo a la Clifford.
— ¿Y eso te tiene poseso?

Mordí el labio inferior, mirando al cuadro en la pared de enfrente.


— Siento informártelo, Steve, pero creo que estás pillado por esa
chica.
— ¿Pillado? — Sonreí con un tono sarcástico.
— Es la única respuesta coherente a la que he llegado, ¿pues en qué
cabeza le cabe la idea de crear un sector solamente para mantener cerca de
ti a una persona? ¡Admítelo! Esa pelirroja te ha vuelto loco. — Rio ella. —
Eso sí, lo más trágico de esa situación es esa mentira con los nombres…
Puede parecer una tontería, pero es algo muy serio.
— Lo sé. Por eso no insistí para que se quedase, pues no sé si me
puedo fiar. No la conozco bien… Eso hace con que me acuerde, de alguna
forma, a las mentiras que Romena vivió con Lamar.
— Oh, la situación es completamente diferente, Steve. No pienses
así.
— Me gustaría no pensar así, Michelle, pero es que esto está metido
dentro de mi subconsciente.
— Eso sí, creo que tienes razón. Si de verdad estabas enamorado
hasta el punto de meterte de lleno en una relación, tendrías que decidir
confiar en Julie de nuevo. Si no estás dispuesto a eso, es mejor dejarla en
paz.
Reflexioné sobre eso y agradecí:
— ¡Gracias, Michele!
— De nada, querido. ¿Cómo está nuestra pequeñaja?
— Durmiendo.
— ¿Y tú estás aprovechando para dejarlo todo en orden?
— Tal cual.
— Si quieres, puedo organizarte la agenda para la próxima semana.
Pero tendrás que encontrar otra persona para quedarse en mi lugar.
— No hace falta, Michele. No quiero incomodarte.
— No es ningún problema. A veces, me aburro muchísimo en este
lecho. Para que te hagas una idea, ya he escuchado todas las historias de
vida de las enfermeras de este hospital. Siento que puedo escribir un libro
después de mi temporada aquí.
Solté una risa floja.
— ¿Estás triste? — Objetó ella.
— No.
— Pareces desanimado.
— Es que tengo sueño. — Respondí.
— Pues vete a dormir. Mañana por la mañana me las arreglo para
organizar tu agenda.
— Muchas gracias. Siempre me estás salvando la vida.
— De nada. Hasta mañana.
— Hasta mañana.
Antes de que colgase, se anticipó para decirme:
— ¿Steve?
— ¿Sí?
— Analice con más calma su relación con Julie. Nunca te he visto
de esa forma, y, de alguna manera, tener una relación seria a esa altura de la
vida te vendría de lujo. Y talvez, también le vendría de lujo a Lux, pues es
probable que su vida no vuelva a ser la juerga que era.
— ¿Me estás diciendo que necesito una relación amorosa?
— No, no es eso. Estoy diciendo que necesitas escuchar a tus
sentimientos.
El último consejo de la sra. Johnson me dejó más reflexivo de lo que
ya estaba. Ella se despidió y me dejó con un gran dilema para resolver
dentro de mí. Argh, nunca pensé en eso de esa forma. Rompiéndome la
cabeza por una única mujer, que, además, no es cualquier mujer. A pesar de
que su mentira me decepcionase, no puedo negar que aún me sentía
profundamente atraído por ella. Por si fuera poco.
¡Joder!
Tengo que dormir.
Si sigo pensando aquí en ella, es probable que empiece un nuevo día
y yo plantado en esta silla.
Me levanté, estirando el cuello, y salí al pasillo, rumbo a mi
habitación. Antes de eso, resolví pasar por la habitación de Lux, para saber
cómo se encontraba mi calvita. Aunque la niñera electrónica me enviase
noticias reales de lo que pasaba en su cuna, me gustaba hacer ese ritual con
mis ojos.
Ella estaba tumbada en posición fetal, con los bracitos unidos debajo
de la cara y el culo para arriba, durmiendo tranquilamente. Esbocé una
media risa y balbuceé:
— Buenas noches, pequeñaja.
Di algunos pasos hacia atrás y cerré la puerta de la habitación,
escuchando el suave ruido de las puertas del ascensor abriéndose. Apreté
los labios y estreché los ojos.
¿Quién podría ser a estas horas?

¿Sería ella? ¿Julie?


Imposible.
Siendo ella o no, resolví bajar para certificarme con mis propios
ojos y, para mi decepción, me topé con la rubia de ojos verdes.
— Bárbara. — Suspiré, aproximándome. — ¿Qué haces todavía por
aquí?
Ella se frotó las manos en las barras del vestido de jeans y dijo
murmurando:
— Perdona por no haberme ido aún, me quedé en el térreo,
pensando que no podía salir de aquí antes de contarte la verdad.
Yo podría decir que ya había descubierto lo que estaba a punto de
decirme, pero estaba cansado en exceso para eso. Sin decir que no sentía
ningún placer en decirle lo que tenía que decirle.
Yo mismo tendría el placer de avisar en la portaría que su entrada no
estaba autorizada a partir de hoy.
Entonces apenas dejé que hablase lo que tenía que hablar y luego
abandonase finalmente mi piso para nunca más volver.
— ¡Dime!
Ella empezó, teatralmente.
— No quería que eso sucediera…aquella noche…Steve…
— ¡Deja de enrollarte, dilo ya! — Bramé, impaciente.
— Yo...yo... estoy embarazada.
Parpadeé, sin poder creérmelo.
Posé las manos en la cintura, sorprendido, sonriendo.
— ¿Qué pasa? ¿Por qué te ríes? — Preguntó ella, irritada.
Me rasqué la punta de la nariz y respiré profundamente,
endureciendo los gestos de la cara al mirarla dentro de los ojos.
— Me estoy riendo porque espero que me estés contando un chiste.
CAPÍTULO 28

Una semana después

Entregué el último panfleto al conductor de la última fila de coches.


Volví a la acera y me toqué el punto más alto de la cabeza con la mano.
El sol estaba quemando en San Francisco y mi cabeza derritiéndose.
— Aquí. Toma. — Susan me tiró la botella de agua que trajimos de
casa y el tubito de protección solar.
Le di un trago al agua y retoqué la crema en mi cara. — Una
cuestión de salud, aún más importante para el que tiene una piel
extremadamente sensible a la exposición solar, como la mía y la de Susan.
Era coger un solecito para que nuestras sardas saltasen y golpeasen nuestras
caras cual hierba dañina.
Y digamos que aquel día estaba caliente de una forma surreal.
No obstante, no tenía mucho que quejarme si lo comparaba a la
situación de Susan, que estaba disfrazada de pollo. Debería estar sintiendo
un calor matador dentro de ese traje.
Susan y yo conseguimos un currito en un restaurante de pollo frito,
que nos ofrecía 500 dólares y almuerzo gratis para pasar el día entregando
panfletos en el semáforo que estaba delante del establecimiento.
Como el disfraz era muy grande para mi cuerpo, le tocó a Susan
representar la mascota del Chicken Bucket.
— ¿Como se está ahí dentro? — Pregunté/
— ¿Qué te parece? Siento que ya transpiré toda el agua de mi
cuerpo. — Se quejó ella.

Mi móvil empezó a vibrar en el bolsillo de atrás de los vaqueros,


cogí el aparato con las manos para ver quién era y colgué, inmediatamente.
Aunque el traje de pollo nos separase, casi pude ver las miradas
curiosas de Susan sobre mi móvil por detrás de aquella pantalla caliente en
la parte de los ojos.
— ¿Era él?
— ¿Él quién?
— Oh, Julie. No te hagas la desentendida. Steve, claro.
— Sí. Pero ya he colgado. — Dije, cambiando de tema y cogiendo
otra pequeña porción de panfletos con la mano.
— Hombres, siempre tan previsibles. — Pensó en alto Susan,
suspirando. — Basta dejarles colgados que se ponen como perros corriendo
detrás de nosotras. Pero no te engañes, Julie. Ellos solo se ponen así porque
sienten placer en cazar, en el momento en el que la tienen en sus manos,
desprecian cínicamente sus presas y aún las hacen cuestionar sobre lo que
has hecho de malo. Despreciables.
— ¿Crees que no me sé eso, Susan?
— Siempre es bueno reforzarlo.
Después de aquel día en el piso de Steve, le conté todo con lujo de
detalles a mi hermana, que, así como yo, se quedó chocada con mi antiguo
jefe temporario. Ella dijo que había un riesgo enorme del director ejecutivo
de la Clifford y yo nos envolviésemos en una relación sin compromiso, si
eso implicaba que me quedase tan disponible. Aun siendo por cuestiones
meramente profesionales. Hombres siempre se las arreglan para hacerse
presentes cuando todavía están interesados y, cuando su interés acaba, te
descartan con una facilidad sorprendente.
Si él piensa que va a hacer eso conmigo, está muy engañado.
Podría llamar cuento quisiese. Yo estaba decidida a quitármelo de la
cabeza.
— ¿Sabes lo que necesitamos? Relajarnos. — Dijo Susan apoyando
la mano en la pared.
— ¿Relajar? — Arqueé una ceja.
— Sí, ¿te acuerdas de Calixta? ¿Mi amiga puertorriqueña que estudió
conmigo en los últimos años en el colegio?
— Sí, me acuerdo. — Asentí, acordándome de la mujer de las cejas
llenas, pelo castaño y cuerpo exuberante. Calixta era la típica amiga rica de
Susan y siempre decía frecuentar los mejores lugares de San Francisco.
Aparecía poco por nuestra casa y, cuando lo hacía, alardeaba de las ropas
caras que usaba y de los viajes que hacía para América Central.
— Sí, pues ella no has invitado a pasar una tarde en la playa.
— No sé si quiero derretirme de nuevo al sol esta semana, Susan. Y
tampoco sé si aún tengo bikini.
— Coger el sol en la playa es otra vibe, Julie. Y si quieres, te dejo
un bikini. Tengo uno rojo tranzado precioso que compré cuando aún
trabajaba. Y nunca lo usé, creo que te va a venir de perlas.
Parecía que Susan estaba de verdad dispuesta a convencerme a ir a
la playa.
— Di que sí. — Ella juntó las alas del pollo, dando saltitos, y mis
labios estaban locos para reírse con ganas.
Guardé la risa y asentí.
— Tá bien.
Fui vencida por el pollo gigante insistente.
UN DÍA DESPUÉS

— ¡Te ha quedado de lujo! — Dijo Susan mientras yo me miraba al


espejo en la habitación.
Me giré hacia mi madre, como si estuviese pidiendo su opinión.
— Todo te queda muy bien, hija mía.
— ¿No creéis que está muy…salido? — Pregunté, mirando al bikini
rojo de tiras en mi cuerpo. — Esa parte de abajo me parece muy pequeña.
— Me quejé, sintiendo las bragas entrar en mi culete.
— Claro que no, Julie. Esos bikinis están super de moda. — Dijo
Susan, en su traje de baño azul-oscuro.
— No me voy a sentir cómoda en la playa con ese bikini.
— Entonces usa una canga por encima. — Susan y su impresionante
capacidad de encontrar soluciones para todo. — ¡Cógete esta!
Ella me tiró un pedazo generoso de tejido negro, casi transparente,
pero que, aparentemente, resolvería mi problema. Me lo pasé por la cintura,
dándole vueltas, y no me quedó nada mal.
Susan cogió la bolsa de playa y se puso las gafas oscuras.
— ¡Diviértanse, niñas! — Dijo mamá, radiante, un poco antes de
que saliésemos de casa.
Dejé un beso prolongado en su mejilla y salí al lado de Susan.
Era sábado. Un día propicio para que la playa estuviese llena de
personas cachas que pasaban el día en el gimnasio cuidando de los propios
cuerpos. No obstante, esa no era mi mayor preocupación mientras conducía
por la famosa Bradford Street, pero sí en el consumo indiscriminado de
alcohol que se hará algunas más tarde.
Cuando Susan se juntaba con una de sus amigas, solía soltarse y
caer en un rollo de beber mucho, por eso la alerté.
— Sin alcohol, ¿eh, Susan?
— No tengo dinero para beber, hermanacita.
Como si eso impidiese a Calixa de pagarle unas buenas dosis de
vodka.
Llegamos al sitio combinado y avistamos Calixta con un grupo de
amigas. Susan y yo nos aproximamos, saludamos a la gente y nos
quedamos allí al borde de la playa.
Una de las amigas de Calixta salió para dar una vuelta con los jet-
skis por allí cerca y otras bailaban con la música proveniente del bar. Yo
preferí quedarme en la tumbona de al lado, observando el movimiento.
— Julie me está pareciendo diferente. — Calixta me observaba.
— ¿Diferente cómo? — Indagó Susan.
— No sé. Algo de diferente le noto desde la última vez que la vi. No
sé. No sé, parece más mujer. — Calixta me analizaba mientras yo me
hidrataba con agua. — Julie, ¿has follado? — Ella lo soltó y yo me
atraganté con el agua.
Me levanté y Susan me dio unos golpecitos en la espalda.
— Oh, Julie. Perdóname, no quise parecer inconveniente.
— No...está todo bien... — dije, reestableciéndome.
Un grupo de chicas volvían del mar y Calixta dio la idea:
— Vamos a olvidarnos de eso. ¿Qué tal dar una vuelta de Jet-ski,
chicas?
— Parece una excelente idea. — Estuvo de acuerdo Susan.
¿Quién era yo para no estar de acuerdo con algo? Apenas asentí y
seguí a las chicas.
Me estaba sintiendo como la hermana más pequeña que era obligada
a salir con la hermana más vieja y sus amigas, totalmente descolocada.
Pero, aun así, no me puse pesada para que nos fuésemos, sabía que Susan
necesitaba de un momento así, de relajarse, desde hace mucho tiempo.
Tal vez subir encima de un Jet-ski me diese una inyección de
ánimos, ya que nunca había subido en uno antes y siempre tuvo la
curiosidad de saber cómo sería estar encima de uno de aquellos cacharros.
Aunque es verdad que no quise coger el volante, pues tenía miedo de perder
el control y asesinar náuticamente a alguien.
Siendo así, Susan tomó la delantera y condujo por las dos, mientras
Calixta nos acompañaba atrás.
Mis manos apretaban el tronco de Susan mientras navegábamos
sobre las suaves ondulaciones del mar. Resolví soltar los brazos cuando me
sentí segura para eso y me permití sentir la brisa deliciosa de un día soleado
tocar mi cuerpo, sonriendo por sentir que realmente me estaba divirtiendo
después de muchos días.
— ¡Uhulllll! — Susan hizo una curva sinuosa, obligándome a
agarrar su cintura inmediatamente.
Susan y yo sonreíamos como bobas, como niñas, sintiendo nuestros
pelos revoloteadores sacudiendo en nuestros hombros.
Cuando ya nos estabilizamos de nuevo, miré hacia atrás y algo me
pareció extraño.
— ¿No estamos muy distantes de la orilla? — Pregunté a Susan,
viendo Calixta a lo lejos, casi llegando a la arena. — Calixta parecía estar
volviendo a la orilla.
— Relaja, ella debe estar aburrida. Vamos a dar otra vuelta y
después volvemos.
— ¡Tá bien! — Asentí, dejando mi preocupación de lado, pues
confieso que me estaba gustando mucho estar dando aquella vuelta en jet-
ski.
Nos quedamos otro tiempecito por allí y, cuando Susan avisó que
nos daríamos la vuelta, repentinamente el motor pareció emitir unos sonidos
más flojos, hasta estancarse completamente.
— ¿Qué ha pasado? — Pregunte, preocupada.
— No sé. Se ha apagado solo. — Dijo ella, confusa.
— Intenta quitar la llave y encenderlo de nuevo.
— Ok.
Susan hizo lo que dijo y nada. El motor apenas roncaba y se
apagaba en seguida.
— Espera un momento, Susan. Deja que vea una cosa. ¿Ves ese
puntito rojo parpadeando en el panel? — Cuestioné, forzando la visión
desde el lugar en el que estaba.
— Es la gasolina. —Respondió ella con voz mortificada.
— ¡Oh, Dios mío, Susan! ¿No te has dado cuenta de que estábamos
con poca gasolina?
— Claro que no. Me lo dieron para pasear, entonces deduje que esta
joya tenía gasolina. — Se desesperó Susan.
Miré al pedazo de mar que nos separaba de la playa y un escalofrío
se paseó por mi espina dorsal. Estábamos prácticamente a la deriva en alta
mar.
— ¡Calixta va a echarnos de menos! — Inspiraba profundamente
Susan y yo intentaba hacer lo propio, pensando positivamente.
Pero eso era casi imposible cuando las ondas parecían dar más
impulso aún al jet-ski en dirección a alta mar.
Se pasaron algunos minutos y Calixta seguía sin aparecer. Ya nos
encontrábamos suficientemente lejos de la playa para que los ojos
consiguiesen avistar la playa.
— Francamente, Calixta ya debería de haberse dado cuenta de que
hemos desaparecido. — Dijo Susan, irritada, a punto de romper a llorar.
Miré hacia los lados, buscando una solución, y avisté un yate
enorme viniendo en nuestra misma dirección. Por la distancia, si
tuviésemos un poco de suerte, aún estaríamos allí cuando él se aproximase.
— ¡Un barco! — Susan finalmente lo vio. — ¡EI,
SOCORROOOOO! ¡POR EL AMOR DE DIOS, AYÚDENOS!
¡SOCORROOOOO!
— Ellos no nos van a oír desde aquí. — Alerté, impidiendo que mi
hermana gastase su saliva sin recompensa. — Tenemos que esperar a que
ellos se aproximen.
— ¿Y si ellos hacen una curva y se van por otra dirección? —
Cuestionó ella, enfurruñada.
— Ellos no van a hacer eso. — Susurré, intentando mantener la
mente positiva.
Susan hizo lo mismo y se calló, mirando fijamente al lado. Ella
también pareció mentalizar algo positivo y, durante algunos minutos
funcionaba, pero, de repente, cuando el barco parecía estar casi entrando en
nuestra órbita, la proa empezó a inclinarse hacia otro lado.
— No. No. Nooooo. — Susan empezó a desesperarse. — ¡EIIIIII!
ESTAMOS AQUÍ. POR FAVOR. SOCORROOOOO.
En aquella situación, hasta yo me puse a gritar, aflicta.
— ¡SOCORROOOO! ¡ESTAMOS AQUÍIIII! ¡SOCORROOOO!
Era todo o nada, me rompí la garganta gritando con toda la fuerza
que había dentro de mí.
El barco, desde donde parecía venir una música electrónica,
continuaba girando hacia un lado y, cuando mi garganta falló, paré,
cansada.
— ¡Oh, no! — Se lamento Susan, jadeante. — Por favor, estamos
aquí. — Dijo mi hermana, bajito, empezando a llorar con la respiración
pesada. — Por favor, nunca más me quejo de la vida. — Se quejó ella. —
Seré una buena hija para mi madre y le haré al abuelo Charlie dos masajes
en el pie al día, pero, por favor, ¡haz que ese barco gire!
Vi el yate bajar la velocidad y después pararse completamente,
como si estuviese ancorado. En aquella posición, pude leer el nombre
estampado en la lateral de la embarcación de lujo, estaba escrito bien
grande y en letras cursivas: Miller.
Como si la ayuda cayese del cielo, dos jet-skis salieron de atrás del
yate, viniendo en nuestra dirección.
— ¿Ellos nos escucharon? ¡Oh, Dios mío! Gracias, ellos nos
escucharon. — Repitió Susan aun llorando un poco, emocionada.
— ¡EI, CHICAS! ¿ESTÁIS CON PROBLEMAS POR AHÍ? — El
hombre fuerte de pelo dorado, que venía por delante, nos preguntó.
— ESTAMOS SIN GASOLINA. — Respondí gritando.
Él aceleró y paró a nuestro lado. Su jet-ski era increíblemente mayor
que el nuestro.
— ¡Oh, mierda! ¿Estáis desde hace mucho tiempo paradas aquí? —
En su voz había preocupación.
— ¡Sí, desde hace mucho tiempo! — Respondió Susan, casi
saltando al regazo del hombre.
— Cerca de cuarenta minutos. — Intenté ser más exacta.
— No se preocupen, chicas. Vamos a remolcar vuestro jet-ski. Lo
único que necesito es que se suban a mi grupa y nos acompañen.
Aunque se aprenda desde pequeñajos que no se puede confiar en
extraños, digamos que no teníamos muchas opciones disponibles. No nos
pensamos dos veces el saltar a la grupa de aquel completo desconocido. Me
parecía una idea mejor que la de la marea llevarnos más lejos.
— ¿Cómo os llamáis?
— Susan.
— Julie.
— Un placer, Susan y Julie. Yo me llamo Tom. — Dijo él por
encima del hombro, acelerando en dirección al yate.
Miré hacia la lateral del barco y tuve la sensación de que conocía de
algún lugar aquel nombre. Pero es claro que lo conozco. Miller es un
apellido común en los Estados Unidos. Yo misma había conocido por lo
menos a unos ochocientos Miller’s antes de los veinte años.
Mi mente se negó a pensar demasiado sobre aquel asunto, yo tenía
cosas más importantes para preocuparme, como mantener a mi hermana y a
mí misma vivas.
Tom dio la vuelta al yate y paró en un lado más bajo, desde donde
podríamos saltar fácilmente. La música alta en el barco me llevaba a creer
que estábamos adentrándonos en una fiesta privada.
Susan saltó primero y yo después.
Cuando salté hacia el suelo del yate, deslicé un poco en la superficie
blanca y lisa, pero Susan consiguió sujetarme antes de que cayese al mar.
No obstante, mi yugo no tuvo la misma suerte, pues se quedó atrapado en la
punta trasera del jet-ski y después resbaló hacia el agua, que trató de
llevárselo hasta que finalmente se lo tragó el mar.
Automáticamente, me cubrí las partes bajas con las manos, con las
mejillas en ascuas.
— Pónganse cómodas, chicas. Voy a ayudar a mi amigo Mike a
remolcar vuestro jet-ski.
— Está bien, Tom. ¡Gracias! — Susan agradeció y yo también, no
muy cómoda, por estar sintiéndome casi desnuda sin el yugo negro
cubriéndome la parte de debajo de mi bikini.
— ¡Ah, por fin, estamos salvadas! — Susan dio un paso hacia atrás,
mirando a los lados. — ¿Qué te parece que exploremos un poco el yate? —
Dijo ella, animada.
Antes de que ella pudiese dar un paso más, sujeté con firmeza su
brazo.
— Vamos a quedarnos aquí, Susan.
— ¿Por qué? El tío acaba de decir que nos pongamos cómodas. Una
vueltita no parecerá algo de mala educación, ¿verdad?
— Entonces vete sola. Yo no quiero pasear por ahí de esta forma.
Ella miró hacia mi bikini y después argumentó:
— Julie, ¿has visto como esta gente va vestida? — Miré por encima
del hombro a las mujeres en bikinis minúsculos. —Tú estás perfectamente
vestida. Formal, incluso. ¡Déjate de tonterías y vamos! — Ella paró y
exclamó, pareciendo haber pegado los ojos en el hombre del bañador negro
y piel dorada: — Madre mía, ¡qué bueno está, ¿eh?! — Ella me miró de
nuevo y me tiró del brazo. — ¡Vamos! No podemos perder la oportunidad
de dar una vueltita en el paraíso.
Ella estaba excesivamente radiante para alguien que en llantos hizo
mil promesas hace algunos minutos.
Me tambaleé hacia adelante, con el cuerpo rígido, y pasamos por un
grupo de hombres y mujeres que bailaban frenéticamente una música
electrónica. Todos parecían muy guapos, ricos y elegantes detrás de sus
gafas de sol.
Al notar que había mujeres con bikinis más sensuales que el mío,
poco a poco fui perdiendo la vergüenza. Un camarero pasó entre nosotras y
nos ofreció champagne y Susan rápidamente aceptó.
Cuando ella levantó la taza de champagne en lo alto y pareció
sentirse como aquellas personas, tuve el mal presagio de que la tarde en
aquel yate me daría un buen quebradero de cabeza.
CAPÍTULO 29

— Mira, tío. Definitivamente hay algo en ti que no está bien. —


Comentó Mark, sentándose a mi lado, y dio otro trago de tequila que estaba
sobre la mesa del centro en la terraza cubierta del yate.
— Estoy aquí. ¿Verdad? — Abrí los brazos, intentando fingir que
estaba contento.
Hacía una semana que no pensaba en otra cosa más allá de la mujer
de pelo naranja y rollo de niñita, y en como su desprecio me corroía poco a
poco. No soy ese tipo de persona que cae en los jueguitos femeninos de
desapariciones programadas, pero dudo que ella esté usando alguna
artimaña para atraerme de vuelta. Ella pareció enfática al decirme adiós y
yo sentía que no podía exigirle nada. Era lo justo. Ya que también le dejé
claro que no confiaba en ella y tal vez eso hubiese sido la gota de agua que
rebasó el vaso para nosotros.
Pero las ganas locas de verla otra vez sobrepasaron cualquier orgullo
que me restase aún.
Como nunca creí en cosas del destino, llamé. Llamé cuantas veces
creí necesario.
Pero ella no me cogió las llamadas.
Inferí que ella aún estaba cabreada con la última vez que nos vimos
y analicé que todavía no era el momento de ir personalmente a encontrarla,
tal vez ella cerraría la puerta en mi cara. ¿Quién diría que los papeles se
iban a invertir? Tendría que ser el yo que estuviese cabreado con ella.
Joder, eso va a acabar enloqueciéndome.
¿Pero y si ella encontrase a alguien en este tiempo?
¿Y si, para ella, todo realmente hubiese acabado?
¡Oh, joder! En el fondo, sé que para mí aún no se había acabado.
Me apoyé en el banco de color crema en el yate de la familia Miller,
mirando a aquellas personas que se divertían con la música y bebida de
calidad, y me tomé otra dosis de tequila para calentar la garganta.
Creí que venir a una fiesta de Mark me ayudaría a apagar mis
pensamientos obsesivos por aquella mujer. Entonces, después de pasar la
mañana con mi sobrina en una clínica pediatra haciendo exámenes de
rutina, dejé a Lux con la niñera novata durante esa tarde, bajo la supervisión
de Meryl, y me vine para el yate.
En esa última semana contraté a una señora con más años de
experiencia y casada desde hace más de 30 años, tal vez así yo no sufriría el
riesgo de despertarme con la niñera de mi sobrina de tanga y sujetador
dentro de mis brazos. Tampoco habría el riesgo de que ella llegase a mi casa
diciéndome que estaba embarazada sin que yo nunca le hubiese tocado el
coño. Aquello fue surreal.
— Tío, no me creo que hayas rechazado una orgía con cuatro
buenorras. Estás de coña. ¿Por qué eso no pasa conmigo? ¿Por qué? — Él
bajó el vaso de whiskey, mirando hacia arriba.
— No vine aquí para follar, Mark. — Dije y le di otro trago al
tequila.
— ¿Y a qué has venido? — Desdeñó.
Giré el rostro para encararlo y sujeté la lateral de su cara, di unos
golpecitos leves allí.
— Porque yo quería beber y charla de buen rollo con mi viejo
amigo. — Sonreí y él miró de reojo para mi mano en su cara.
— Tío, ¿estás enamorado de mí?
Exploté en una carcajada y fui hasta la mesita para llenarme el vaso
de tequila. Me lo bebí en menos de tres segundos, mientras Sweet Dreams
empezó a sonar en los altavoces de por allí. Me levanté en un instante.
— ¿Qué vas a hacer? — Preguntó Mark, asustado.
Empecé a menear los hombros al ritmo de la música.
— Rescatando al viejo Steve. — Respondí, divirtiéndome un poco.
Los pliegues en la frente de Mark se desmancharon y una sonrisa se
estiró en la boca de él.
— Guarro. — Susurró él, como si le hubiesen desafiado.
Él se levantó y empezó a hacer aquel bailecito dando puñetazos al
aire, moviendo la cintura, que ya se había vuelto su marca registrada en las
fiestas que frecuentábamos. Entré en el ritmo y, sin ningún tipo de
pretensión, mis ojos se lanzaron al bello par de piernas desnudas entrando
en mi campo de visión.
Naturalmente, levanté la mirada, pasando por el bikini rojo carmesí
seductor, y me puse rígido cuando paré en su rostro angelical.
¡Joder!
Era ella, ardientemente guapa. Delante de mí.
Como si el destino me hubiese desafiado, me quedé allí, petrificado,
babando, todavía intentando entender lo que estaba pasando: si su imagen
era de veras real o era la bebida que había empezado a hacer efecto.
CAPÍTULO 30

Hacía mucho viento mientras Susan caminaba delante de mí,


bebiéndose otro trago de champagne en una taza estrecha, moviendo el
cuerpo al son de la música que salía de puntos estratégicos de aquel barco.
Ya habíamos caminado por todos los rincones del piso inferior, lo
que pareció no ser suficiente para mi hermana. Nunca la había visto tan
motivada en toda mi vida.
— ¿Qué habrá allá arriba? — Preguntó Susan enfrente al primer
escalón de la elegante escalera de madera maciza.
— No sé. Y creo que es mejor que volvamos al local donde Tom nos
dejó…
Ella giró los ojos en sus órbitas.
— Deja de ser tan pesada, Julie. Ven, sin más. — Dijo ella,
colocándose detrás de mí y empujándome.
Ya que no tenía ninguna intención de que nos cayésemos de allí,
resolví no pelear con Susan y apenas subí a la plataforma de arriba, que,
además, pareció más lujosa que el piso de abajo, si es que eso era posible.
Había una pequeña piscina en el centro que se ponía azul debido a las luces
internas; algunas hamacas y mesitas de mimbre y una terraza cubierta,
desde donde parecía sonar más alta la música que tocaba en todo el yate.
No había tantas personas allí arriba como en el piso inferior, lo que
me llevó a creer que no deberíamos estar en aquel lugar.
Había un grupo de cuatro hombres cerca de la piscina y, cuando
ellos pusieron sus ojos en nosotras, tuve la certeza de que mi cara se había
pintado completamente de rojo, como mi bikini.
— Ahora que ya has visto lo que hay por aquí, bajemos. — Dije,
desviando la mirada hacia Susan.
— Todavía falta aquella parte cubierta. — Señaló ella. — Aquella
terraza parece tener una vista preciosa.
Me coloqué al lado de ella y susurré:
— ¡Por favor, vamos! Me muero de vergüenza de esos hombres.
— Oh, Julie. Déjate de chorradas. Son simplemente vistazos. Vamos
hasta la terraza y volvemos, ¿ok? — Negoció ella.
Estudié la propuesta y me encogí cuando noté que tendríamos que
pasar por ellos. Eso sería muy embarazoso, principalmente, porque yo
estaba con casi todo el culo para afuera.
Fui directa al punto.
— ¿Y si ellos se ponen a mirarme el culo? — Susurré, sintiendo el
bikini quedarse aún menor en mi cuerpo.
— No te preocupes, me pongo detrás de ti. — Ella dio la solución,
rápidamente, como siempre.
Inspiré profundamente y avisé, levantando rígidamente el dedo
indicador:
— No te apartes de mis espaldas por nada del mundo.
— Entendido. No me saldré por nada del mundo. — Ella estaba
peligrosamente animada, ni siquiera podía ocultar lo feliz que estaba en
estar allí.
Cogí un poco de aire y me concentré en ir delante. Cuando pasamos
al lado de los hombres, un silbido indiscreto hizo con que mis piernas casi
cediesen.
— ¡Oh, man! Creo que necesito de otro corazón, porque el mío me
lo acaban de robar. — La voz masculina provocó un pequeño alboroto entre
los hombres a nuestro lado y me sonrojé violentamente mientras
caminábamos a pasos largos para el otro ambiente en el que estaba más alta
la música.
— ¡Ufa! Por un momento creí que saldríamos casadas de aquel
lugar. — Bromeó atrás de mí Susan.
Mientras nos aproximábamos del segundo ambiente, mis ojos
alcanzaron al hombre de vaqueros y camiseta blanca social usada
informalmente. Él bailaba de forma máscula y sexy, llamándome la
atención completamente, no porque me pareciese sexy el tipo de hombre
provocador que ejecutaba aquel baile divertido, sino porque era él. En quien
intenté no pensar durante toda la semana. Steve.
—Ui. ¡¿Pero quiénes son esos gogoboys guapetones?! — La
exclamación de Susan sonó atrás mientras ella se movía hacia mi lado.
Fue en ese momento que él puso los ojos en mis piernas y subió por
el cuerpo, mi estómago se congeló. Y cuando alcanzó mi cara, él cambió.
Parando completamente.
— ¡Bendita coincidencia! — Dijo Susan, pausadamente, asombrada.
— Es Steve, Julie.
— Ya me doy cuenta, Susan. — Respondí murmurando, sin
conseguir desviar de él la mirada.
De repente, la música de fondo fue congelada, de tal forma que el
único ruido que se escuchaba por allí era el fuerte viento que llegaba a mis
oídos. El hombre de pelo castaño y rostro familiar se colocó al lado de
Steve y preguntó, con un mando a distancia en la mano.
— Hermano, ¿esa de ahí no será tu secretaria? — Preguntó Mark,
confuso.
Los ojos de Steve todavía estaban presos en los míos y, cuando él
giró la cara para el amigo, resoplé.
— La misma. — Dijo él, con un tono serio y bajito.
— ¿Has traído a tu secretaria? ¿Por qué? Sabes qué, olvídalo. Ella
parece un espectáculo mirándola así, desde ese ángulo. — Él inclinó la cara
para mirar a mis piernas y recibió un codazo en el estómago. — ¡Ai, joder!
Estaba de broma.
— Ella no es para ti. — Gruñó Steve y vino en mi dirección.
Él saludó a Susan, que estaba a mi lado, y rápidamente se aproximó
a mi cuerpo, haciendo con que nos quedásemos a pocos centímetros de
distancia. Sin mirarme a los ojos, raspó la lengua entre los labios, posando
las manos en la cintura.
— ¿Qué haces aquí? — Preguntó él, impaciente.
— No sé, pero me encuentras de salida. — Dije con convicción, sin
tener ni idea de lo que pasaría conmigo y con Susan en las próximas horas.
— ¿No lo sabes? — Por primera vez me miró a los ojos. Cielos.
Que mirada bonita. Suspiré. — ¿Simplemente te caíste de la nada aquí con
tu hermana?
— Básicamente, casi eso. — Explicó Susan. — Estábamos andando
en el jet-ski de una amiga nuestra por aquí cerca y tuvimos un problemita,
pero fuimos rescatadas por dos tripulantes de ese barco, uno de ellos se
llama Tom.
— ¿Qué problemas habéis tenido? —Fue el turno de que Mark se
entrometiese.
Susan respondió, con vergüenza:
— Nos quedamos sin gasolina.
— ¡La madre que me parió! ¿Estabais solas sin gasolina en alta
mar?
Steve continuaba mirándome de manera tan intensa que yo dudaba
tener, todavía, aire circulándome por los pulmones.
— Pero ya nos íbamos. — Dije, encarándolo, y después cogiendo la
mano de Susan. — ¿Verdad, Su? — Respiré.
Ella alternó la mirada hacia Steve y estuvo de acuerdo:
— Claro, Ju.
— Permiso, sr. Clifford. — Dije antes de dar dos pasos hacia atrás.
— ¿Srta. Evans? — Me llamó Steve.
Paré y volví a mirarlo. Vi su nuez subir y bajar cuando me giré
completamente.
— ¿Me concederías un minuto para que pudiésemos hablar? —
Preguntó él. — A solas.
Miré a Susan, que estaba a mi lado, que estaba hablando con un
tipo: ¡uou, se viene algo interesante por ahí!
Me aclaré la garganta y respondí:
— Está bien.
Susan soltó mi mano, diciendo bajito:
— Me quedo con el amigo de Steve mientras estáis por ahí. Intenta
hacerte la difícil, los hombres adoran eso. Buena suerte, hermanita.
Ella me lanzó una sonrisa alentadora y tuve la sensación de que todo
el cabreo que ella sentía por Steve había desaparecido momentáneamente
cuando Mark pareció mirarla insistentemente.
Ojalá que ella siga su propio consejo.
Susan caminó al centro de la terraza cubierta, donde estaba Mark, e
Steve caminó hacia mi lado.
— ¿Vamos?
Asentí con la cabeza comedidamente y caminé a su lado, en la
dirección de la escalera. Mientras pasábamos por aquel grupo de hombres
que había visto antes, uno de ellos se puso a hacer bromitas con Steve, que
le lanzó una mirada amenazadora.
Bajamos las escaleras y, cuando caminábamos por el pasillo derecho
del yate, él se paró delante de mí.
Steve se desabrochó los botones de la camisa y me puse a intentar
entender lo que estaba queriendo hacer. Él se quitó la camisa y me la
ofreció.
— Cúbrete. Sé que no estás cómoda.
— ¿Tanto se me nota?
— Un poco. — Empezó a rascarse la nariz, mirando para el
horizonte al lado, y puso una mano en la cintura.
Luché para no aceptar su camisa, pero no pude negar que estaba
como loca para conseguir algo con lo que cubrirme.
Cogí la camisa de su mano y me la vestí mientras él me miraba
atentamente.
— Gracias. Te la entregaré nada más salir del barco.
— ¿Por qué no me coges las llamadas que te hago? — Preguntó él,
aproximándose de nuevo, metiendo las manos en los bolsillos del vaquero.
— Imaginé que el adiós en aquel día del ascensor fue definitivo.
Él se estiró el labio inferior, como si algo le doliese.
— Entonces estabas dispuesta a no verme nunca más.
— No lo entiendo. Tú mismo me dijiste que no confiabas en mí,
¿por qué de repente quieres tanto hablar conmigo? ¡Ah, ya lo sé! ¿No será
que quieres colocarme en la fila de funcionarias a la espera de tu dignísima
atención de hombre? ¿Verdad?
Vi su mandíbula trincarse.
— No. Claro que no.
— Entonces conténtate con apenas una funcionaria, Bárbara.
Él miró hacia arriba, impaciente, pasándose la mano por el pelo
castaño, y después se giró hacia mí.
— No he follado con aquella mujer, ¿ok?
— No me lo creo.
— ¡Escucha! Aquel día en el que ella estaba en mi casa, me puse a
ver los vídeos de las cámaras de seguridad instaladas cerca de la cocina y
realmente no pasó absolutamente nada entre nosotros. Bárbara mintió. —
¿Ella mintió? — Ahora te cabe a ti creértelo o no.
Reflexioné sobre lo que me acababa de decir e intenté dar una
respuesta adecuada debido a las circunstancias. Steve podría no haberse ido
a la cama con Bárbara, pero eso no significaba que se estaba declarando
para mí o algo así. Yo no dejaría que él me hiciese pasar por tonta. Me lo
había prometido a mí misma.
— Siendo así, escojo no creerte, sr. Clifford. Nada más justo que
eso, ya que no confías en mí.
— Bárbara ya no trabaja en mi piso.
— No estoy entendiendo a donde quieres llegar con eso. Nada va a
cambiar. Es mejor que cada uno siga su camino. He estado muy arrepentida
estos días, sentí culpa y mucha vergüenza, pero tú ni siquiera te preocupaste
en escuchar mi lado.
Él pasó la lengua entre los labios y habló:
— Julie, yo...
— Yo no estoy disponible para lo que quieras hacer conmigo, Steve.
La melancolía brilló en aquellos ojos azules grisáceos.
— Te he echado de menos. — Dijo él de repente y cubrió el lado de
mi cara con una mano.
¿Por qué esto se está volviendo cada vez más difícil?
— A veces, no es echar de menos lo que sientes. A veces, solo es
insatisfacción de no tener a alguien en las manos. — Suspiré y di un paso
hacia atrás. — Eso es lo que pasa.
— ¿Julie? — Escuché a una voz masculina llamarme atrás de mí.
Giré la cara y mis ojos se encontraron con el hombre fuerte de pelo
dorado que nos rescató minutos atrás. ¿Cómo era su nombre? Tom?
— ¡Ah! Hola, Tom.
Giré los talones, quedándome delante de él.
— Tengo excelentes noticias. Conseguí transferir un poco de
gasolina a vuestro jet-ski. ¿Dónde está tu amiga?
— ¿Susan? No, ella no es mi amiga. — Sonreí. — Ella es mi
hermana.
— Ah, bueno. Debería habérmelo imaginado, vosotras os parecéis
mucho. — Él miró por encima del hombro y saludó con la mano. — ¿Qué
pasa, Steve? ¡Cuánto tiempo! Ni siquiera sabía que estabas a bordo.
— Pues sí, Tom. Vivito y coleando.
— ¿Os conocéis? — Analizó Tom.
Un silencio tenso se formó.
Solté una risa floja y respondí, con vergüenza:
— Steve es mi antiguo jefe.
— ¡Madre mía! Pero que pequeño es el mundo. Nunca imaginé estar
rescatando a una ex funcionaria de Steve. — Bromeó él, riéndose, como si
eso deveras fuera una gran coincidencia. — Julie, ¿qué te parece venir
conmigo a ver vuestro jet-ski?
— Está bien. — Dije caminando hacia su lado.
— Permiso, Steve. — Dijo Steve al hombre, que pareció soltar
chispa por los ojos mientras nos veía salir de allí.
No podría hacer nada, apenas seguí a Tom hasta el otro lado del
pasillo, en la parte baja del yate, donde había más ajetreo.
CAPÍTULO 31

La existencia de Tom River nunca fue tan relevante para mí. Pero,
ahora, él parecía tan irritantemente creído, exhibiendo todos los dientes
blancos a Julie, y yo no me sentía en el derecho de impedir que se fuese con
él al otro de la embarcación.
Pasé la mano por la nuca, viéndolos alejarse, e intenté resignarme
con las palabras que ella me dejó. Pero, joder, en el fondo sabía que no
conseguiría estar anclado allí.
Si tenía que parecer un tonto celoso, pues estaba dispuesto a eso, ya
que, a decir verdad, ningún otro pensamiento se me pasaba por la cabeza a
no ser los que tenían relación con las ganas incontrolables de tener de nuevo
la atención de aquella mujer.
Yo no podía permitir que la distancia entre nosotros se pusiese aún
mayor, entonces, corrí atrás de ella.
La encontré en la parte más baja del yate, cerca del muelle flotante,
al lado de Tom. Los dos charlaban y sonreían cerca de la gente que se
reunía por allí.
Me aproximé y el jodido sonriente me pilló.
— ¿Steve? ¿De nuevo tú por aquí?
Automáticamente, la mirada de la pelirroja se volvió hacia mí.
— Vine a certificarme de que Julie esté bien. — Estiré el labio en
una sonrisa forzada.
— Estoy genial. — Respondió ella, indiferente. — Puedes estar
tranquilo y volver a hacer tus cosas allá arriba.
— ¡Ah, sí, claro! — Metí las manos en los bolsillos. — La verdad es
que arriba está todo muy aburrido. — Suspiré, usando un poco de drama a
mi favor.
— No me parecías aburrido. — Observó ella, semicerrando los ojos.
— A decir verdad, parecía bastante animado cuando te encontré.
Tom se aclaró la garganta e intentó llamar la atención de ella de
vuelta.
— Como te decía, Julie. Puedo acompañarte a ti y a tu hermana de vuelta a
la playa. Así, no habría ningún riesgo de que os quedéis de nuevo a la
deriva.
— ¿En serio? ¿De verdad que harías eso por nosotras? — Los ojos
de Julie brillaron. Incluso, parecía loca por librarse de mí.
— Por supuesto, Julie. No hago nada más que mi papel de hombre,
que es el de ayudar a las mujeres.
¡Desgraciado! Él sabe cómo preparar el terreno.
— Susan aún está arriba con Mark. — Me entrometí, recordándola.
Los ojos de Julie se volvieron hacia mí de nuevo, los del bastardo de
Tom River también.
— Creo que deberías consultar la opinión de tu hermana, ella puede
estar disfrutando del paseo de barco. — Intenté molestarla.
Pareció que por fin algo me salió bien y ella se paró a pensar.
— Tienes razón. Le debe estar gustando a ella el paseo en el barco.
— Admitió ella y se giró hacia el hombre de atrás de ella. — Tom, ¿te sería
mucha molestia dejarme en la playa y luego venir a buscar a Susan?
— No. — Sonrió él, como un bobo. — Claro que no. Hasta sería
mejor. Así podremos charlar más durante el trayecto.
— ¡Qué maravilla! ¿Nos vamos, entonces? — Habló ella sin
ninguna emoción en la voz para el hijo de puta que ya estaba muy animado.
— ¡Vamos!
Para mi desgracia, Tom montó encima del jet-ski del lado en tiempo
récord y le ofreció la mano a Julie.
Antes de que ella pudiese saltar en la grupa de aquel payaso, le cogí
el brazo y gruñí:
— Tú no te vas con él.
Su cuerpo se giró hacia mí y ella replicó con valentía:
— ¿Cuál es tu problema, sr. Clifford? ¿Tienes algo relevante que
decirme? — Cerré la mandíbula. — Pues como veo que no, sugiero que me
dejes en paz.
Un grupo de personas pareció escuchar nuestra conversación y
exclamaron juntos:
—¡Uuuuuh!
— ¿Es real lo que estoy viendo, gente? ¿Steve Clifford acaba de ser
rechazado por una mujer? — Dijo un gilipollas en la proximidad.
— Pues que bien. Eso es para que deje de creerse el más chulo de
todos. — Una voz femenina surgió a continuación.
— Déjate de envidias, Martha. Dices eso solo porque no te lo
conseguiste pillar. — Respondió otra vez.
No desvié la mirada de aquellas personas, pues estaba
excesivamente preocupado en conseguir que se quedase, al mismo tiempo
que ella estaba decidida a irse.
— Casi me olvidaba. — Ella se quitó la camisa y me la entregó.
Me negué a aceptarla de vuelta y ella apenas se agachó y dejó mi
prenda en el suelo.
— No te vayas. — Pedí con dificultad.
Ella me dio la espalda y, nada más hacer eso, los silbidos de los
hijos de puta de atrás se hicieron más sonoros aún. Tom les sonrió, haciendo
con que mi sangre hirviese. Todos los sentidos se comprimieron dentro de
mí y yo no sabía si podría controlarme. Miré al cielo, pidiendo paciencia,
pero que se joda la paciencia.
Pasé mi brazo por su tripa, tirándola hacia mí. Su espalda chocó con
mi tronco y ella estremeció. Rápidamente la giré hacia mi dirección y me
agaché un poco para pasar el brazo entre sus muslos, irguiendo su cuerpo
para mi hombro y cerrando sus piernas en mi pectoral.
Empecé a caminar hacia el pasillo de uno de los lados y ella se
quejó, intentando patearme.
— ¡Suéltame! — Steve, ponme en el suelo ahora mismo. —
Ordenaba ella, alto, agitándose encima de mí.
No la escuché hasta que su pie acertó mis partes bajas, llevándome a
apoyarme a un lado y perder completamente el equilibrio.
En aquel momento, no tuve mucho tiempo para reaccionar, pues
cuando me di cuenta, ya estaba yendo en la dirección del mar mientras
sujetaba a la mujer rebelde en mi hombro, y, en seguida, un estampido se
originó.
El impacto de nuestros cuerpos perforando el agua fue el único
sonido que conseguí captar con mis oídos. No sé exactamente cuándo mis
brazos soltaron las piernas de Julie, pero, cuando abrí los ojos, traté de
buscarla a mi alrededor.
Encontré su rostro asustado debajo del agua y automáticamente cogí
su brazo, de tal manera que me permitió levantar su cuerpo de vuelta a la
superficie. Y fue lo que hice, impulsando nuestros cuerpos hacia arriba.
Escuché la respiración de Julie jadeante cuando entramos en
contacto con el mar, con su cara a centímetros de la mía, mientras que yo
mantenía nuestros cuerpos flotando.
— Yo sé nadar. — Ella se soltó de mi mano.
— ¿Por qué eres tan cabezota?
Ella sonrió, sarcástica, abriendo los brazos para mantenerlos
estables dentro del agua.
— ¿Soy yo la cabezota? ¿Estás seguro?
Bajé la mirada a sus labios rojos y gruñí:
— ¿Cuándo vas a entender que estoy loco por ti?
Aproximé nuestros cuerpos, pegándonos las frentes.
Su dulce mirada tan próxima a la mía, nuestras respiraciones
jadeantes que se mezclaron en una sola, todo eso me llevó a creer que solo
ella existía en aquel momento.
Capturé una de sus manos y la colé a mi pecho, que latía muy
rápido.
— Nada ni nadie se compara a la forma que me haces sentir, Julie
Evans.
Ella se tiró del labio inferior, desequilibrándose, casi hundiéndose.
Sin embargo, mi mano sujetó su brazo antes de que eso sucediese.
— Tengo que volver. — Cambió ella de asunto, deshaciéndose de
nuevo de mi mano, y nadó hasta el barco.
Continué allí, observándola por algunos segundos y en seguida hice
también un esfuerzo para salir del agua.
Julie recibió la ayuda de Tom, que había abandonado el jet-ski y
vuelto al yate, esperándola con una toalla blanca en la mano.
De manera mecánica, apoyé las manos en el borde de la
embarcación y levanté mi cuerpo hacia arriba, sentándome en la superficie
blanca y lisa.
— Voy a llamar a Susan. — Dijo Julie, mirándome desde arriba,
pareciendo más cautelosa.
Su pelo había ganado una tonalidad más oscura al estar mojado y
sus piernas albas parecían más pálidas.
— ¡Ok! —No sabía si ella había dirigido a mí tales palabras, pero
apenas asentí seriamente.
Dejé que Julie fuese buscar a su hermana en paz y recibí la toalla de
la chica rubia y gentil, prima de Mark.
— Gracias, Eva.
— De nada. — Sonrió ella.
Sequé el rostro y continué observando alejarse a Julie, yendo buscar
a su hermana.
CAPÍTULO 32

De las escenas más factibles de encontrar en la esquina del segundo


piso, tal vez, la imagen de Susan sentada en el regazo de Mark mientras los
dos se morreaban urgentemente en un sofá de cuero beige fuese la más
difícil de digerirse.
— ¡Susan!
Ella se paralizó y me lanzó una mirada confusa, aún jadeante cerca
de la boca del hombre que aparentaba tener su edad.
Ella levantó la mano hacia el pelo y arrastró una mecha para detrás
de la oreja.
— ¿Julie? ¿Ya has vuelto? — Sonrió ella, nerviosamente. — ¿Por
qué no te vas a dar a otra vueltita? — Ella abrió los ojos de par en par, como
si quisiese pasarme un mensaje que yo no estaba dispuesta a entender.
— Tenemos que irnos. Nuestro jet-ski ya está con gasolina.
— ¿Qué quieres decir? ¿Quién ha hecho eso? —Ella arrugó el
entrecejo para preguntar, como si estuviese indignada. — Además, ¿te has
bañado en la piscina? — Preguntó ella, finalmente notando que tenía el pelo
empapado y la toalla enrollada en mi cuerpo.
Ella se apartó del regazo de Mark, que no le quitaba los ojos de
encima.
— Tom. El tipo que nos salvó antes, pues ese es el que nos puso
gasolina.
— ¿Por qué no os quedáis un poco más? — Mark se levantó
mirándome. — ¿Qué es lo que te gusta beber? — Él me direccionó la
pregunta, intentando hacer con que me quedase y así ganar un tiempo extra
con Susan. Los dos parecían locos por más un beso y yo… ¡Oh, joder! Odio
ser una aguafiestas.
— Gin. ¿Tienes un gin ahí? — Pregunté, rendida.
Gin era la única bebida tragable para mí, entonces resolví echarle
una mano a mi hermana, que probablemente debería estar sin besar a
alguien desde hace mucho tiempo.
— Pero claro que tenemos Gin. Yo, a decir verdad, soy el maestro
de los Gin’s. — Bromeó animado Mark. — Dadme un momento. Voy a
buscarlo en el freezer. Ya te traigo una copa.
Mark se alejó al otro lado del ambiente y yo me aproximé de Susan.
— Solo voy a beberme esa copa de Gin y después nos vamos,
Susan. — Avisé.
— Está bien. Solo una copa. — Dijo ella, animada.
Estudié su sonrisa y comenté, cabreada.
— ¿Qué bicho te ha picado? Te dejé sola con un tío guapo durante
algunos minutos y, de repente, la charla de valorizarse dejó de tener sentido.
Imagino que no te fue tan difícil subirte al regazo de él.
— ¿Valorizarse? — Ella se hizo la desentendida. — Lo de
valorizarse es cosa de economía, Julie, y lo de preservarse, de naturaleza.
Yo lo que quiero de verdad es disfrutar el día de hoy, antes de que me
despierte del sueño de princesa y aparezca dentro de un disfraz de pollo.
Olvídate de lo que dije, hoy vamos a disfrutar. Basta de pensar demasiado
en las cosas.
Estuve casi segura de que mis ojos estaban impresionados con el
estado de mi hermana.
— Solo una copa de Gin, Susan Evans. Acuérdate de eso. — Intenté
frenarla un poco.
— Ok, Ju.
Debería haberme imaginado que Susan no cumpliría su parte del
trato.
Mark ya se había llenado la taza una segunda vez y después alejado
con Susan hacia otro sofá, donde una sombra los escondía parcialmente. Un
camarero llegó para ofrecerme tacos y los recusé educadamente.
Mientras me quedaba sentada en el banco acoplado a la propia
estructura blanca y lisa del yate, bebí a sorbos el líquido helado, una especie
de alivio para el calor en el que me encontraba, imaginando qué hora sería.
¿Tres de la tarde? ¿Tres y media? No estaba segura, pero tenía la certeza de
que un buen rato se había pasado desde que Susan me engañó con la charla
de solo una taza más.
También me pareció extraño el hecho de que Steve no hubiese
aparecido por allí. No quiero decir con eso que estuviese ansiosa por eso, ya
que lo que yo más deseaba en aquel momento era estar lejos de él, pero
porque temía que yo pudiese ceder en los momentos en el que estuviese
cerca de mí, al menos lo bastante para sentir su energía irradiante, el frescor
de su olor y la textura de la palma de su mano en mi piel. Temía que yo
simplemente pudiese olvidar el mundo al redor y entregarme a él de nuevo.
Aunque fuese absurdamente desafiador, yo tenía que superarlo y
abandonar ese pequeño capítulo que llegó inesperadamente a mi vida, que
perduró más de la cuenta, pero, aun así, hizo con que sintiese una avalancha
de sensaciones que jamás había sentido antes.
No obstante, después de algún tiempo fue inevitable. Steve apareció
en la esquina de la escalera lateral del otro lado del piso, y, aunque estuviese
a metros de distancia, nuestras miradas se cruzaron como imanes.
Sorbí una buena cuantidad de aire y me bebí otro trago de Gin,
intentando calmar las partículas de mi cuerpo.
Él pasó al lado de la piscina, donde ya no se encontraba más el
grupo de galantes, y caminó en mi dirección. Su mirada se perdió
momentáneamente en la parejita reclusa en la otra esquina de la terraza
cubierta y él se mostró impasible al respecto de eso. No capté nada en sus
expresiones faciales que mostrase algún tipo de sorpresa o espanto en Susan
y Mark en aquel estado, él apenas volvió a encararme.
— Pensé que estuvieseis de salida. — Dijo él, sentándose en la otra
punta del banco, apoyando los antebrazos en los muslos y uniendo las
manos entre las piernas abiertas.
— Yo también. — Confesé, desviando la mirada hacia el horizonte.
— ¿Problemas con Susan? — Preguntó él, seriamente.
No respondí.
Él suspiró, arreglándose su gran cuerpo y apoyando la columna en el
banco.
— Perdona por lo que ocurrió antes, confieso que esperé un poco
más allá abajo, no me quise oponer más a tu salida del barco o meterme
donde no me llamaban. Pero como tardaste, decidí subir para ver lo que…
— Está bien. Puedes quedarte donde te dé la gana. — Dije, dando
otro trago al Gin. Por la forma en la que él hablaba, parecía que yo le estaba
prohibiendo de alguna cosa.
Cuando nos quedamos en silencio, él se desahogó:
— Perdona no haberme sentado contigo y oído con más atención tu
lado.
— En el fondo, aunque eso hubiese sucedido, tú aún desconfiarías
de mí. — Reflexioné.
Él respiró profundamente.
— Con eso no quiero decir que yo sea la buena de esta historia, pero
mi propósito en esta historia nunca fue engañar a nadie. Mentir fue una
medida desesperada que encontré para pagar los meses atrasados del
alquiler de mi familia. Estaban amenazándonos con despejarnos. — Giré el
rostro hacia él y miré por primera vez a sus ojos. — Pero no quiero que
sientas pena de mí por eso. Ni siquiera quiero que minimices lo que hice.
La voz grave con resquicios de ronquera preguntó:
— ¿Qué puedo hacer para que las cosas entre nosotros se arreglen?
Solté una sonrisa floja.
— No me quiero envolver de nuevo contigo, Steve. ¡Fíjate en tu
estilo de vida! Somos completamente diferentes.
— Yo no pertenezco más a ese estilo de vida ya hace un tiempo…
— Yo soy apenas una ex secretaria que fingió tener otro nombre
para ganar el sueldo del mes de tu empresa. — Interrumpí, mirando de
frente a la realidad, sin tapujos. — Aun así, a pesar de no tener donde
caerme muerta, tengo sentimientos. — Inspiré profundamente. — Yo me
enamoré de ti y no quiero sufrir más de lo que ya lo hago…
Él se levantó rápidamente y se sentó en el espacio vacío a mi lado,
cogiéndome la cara con sus dos manos.
— Yo me siento de la misma forma, Julie. No pasó un solo día en el
que no haya pensado en ti. — Él secó con su dedo una lágrima que bajó por
mi mejilla.
— Pero eso no es suficiente…
— Tú eres suficiente. Susurró él, acariciándome la cara. — Estoy
enganchado a ti. Nada me interesa más que tu boca, Julie. — Él lambió mis
labios y yo estremecí. Espalmé una mano en su pecho y entreabrí los labios.
— Me importa una mierda todo lo que no sea tenerte de nuevo para mí. —
Su boca capturó la mía con un beso intenso, doloroso, sediento.
Cuando permití que la lengua de Steve se profundase en la mía, tuve
la certeza de que aquel beso no tenía vuelta atrás. Él chupó mi labio
inferior, mientras su mano paseaba por mi muslo, haciendo con que los
pelos de allí se erizasen.
Debido al espacio estrecho del banco en el que nos encontrábamos,
mi cuerpo serpenteó para su regazo y la toalla que envolvía mi cuerpo se
desprendió, cayéndose hacia atrás.
Jadeé en su boca, sentada de frente a él, mirando sus ojos deseantes.
Sus manos me trajeron para más cerca, cogiéndome por el culo, y
levantándome la barbilla para devorarme otra vez, lentamente, en una
cadencia torturante, cubriéndome la boca con sus labios cálidos.
Mientras su lengua me invadía, sentía su miembro duro emergerse
por debajo de los vaqueros, debajo de mí. En aquel momento, poco me
importaba quien llegase allí y mirase mi culo casi desnudo, yo quería más
de él. Mucho más.
Steve cubrió nuevamente mis nalgas con sus manos y rozó el medio
entre mis piernas en su excitación poderosa. Él soltó un gemido ronco en
mis labios, haciéndome desear que él estuviese dentro de mí. De repente, un
fulgor de consciencia invadió mi mente.
— No podemos hacer eso. — Miré hacia atrás y vi a Susan bailar
pegada a Mark.
Él prendió mi barbilla con sus dedos largos y susurró:
— Claro que no. Podemos perfectamente dejar eso para otro día. —
Dijo él, comprensivo.
Él besó mi mejilla izquierda, mirando para el lado y murmuró:
— ¿Qué tal juntarnos a ellos?
Fruncí el ceño y solté una risa tímida.
— Me parece una idea agradable.
Él me robó un besito, tardándose, y después me levanté de encima
de él. Pesqué la toalla del suelo y, esa vez, me la pasé apenas por la cintura.
Su brazo derecho me sorprendió, pasándose por encima de mi
hombro. Automáticamente, erguí la cabeza para mirarlo y él me lanzó una
media sonrisa de quitar el aliento, haciendo un esfuerzo para alcanzar mi
mano derecha y entrelazar nuestros dedos.
— Te pones guapísima cuando me miras así. — Dijo él, apoyando
sus labios en mi témpora.
En seguida, seguimos hacia la pareja animada y fuimos recibidos
por las miradas y comentarios llenos de sorpresa de Mark.
— ¿Qué está pasando? Tío...me cago en la puta… ¿Qué brillo es ese
en tu mirada? ¿Estás de coña? Ahora lo entiendo todo. Te estabas
enrollando con tu secretaria. ¿Recuérdame su nombre? Nos conocimos en
aquella tarde, pero no me acuerdo exactamente…
— Es Julie. — Respondió Susan, analizando el brazo de Steve
circundando mi cuerpo. — He notado que esas horas en el yate han traído
consecuencias formidables. — Sonrió Susan, forzadamente. — ¿Estás bien,
hermanita?
— Sí, Susan. Sí que lo estoy. — Asentí meneando la cabeza.
— Pues eso es lo que importa.
— ¿Vosotras estáis con hambre? — Preguntó Steve a mi lado,
cambiando de asunto.
— Me muero de hambre. — Respondió Susan, arrugando el ceño, e
hizo con los labios un pico.
Steve besó mi coronilla y me soltó con delicadeza.
— Voy a avisar allá abajo para que traigan algo. — Dijo él,
haciéndome la advertencia: — No le digas a Julie ninguna tontería, Mark.
— Puedes confiar em mí, Su Majestad.
Steve sonrió a su amigo y se fue en dirección al piso inferior.
Mark me ofreció un poco más de Gin, pero me negué
educadamente. No quería emborracharme a estas alturas, y, así, confiar en
mi propia suerte. Yo, además, ya había cruzado demasiado la línea en
aquella tarde al ceder al beso de Steve, pero, hasta ahí, todo bien. Tal y
como Susan me dijera, me permití no pensar mucho las cosas y dejar que
todo fluyese.
Steve volvió con comida y zumo y, con la ayuda del camarero, lo
organizó todo encima de la mesa del centro de la terraza.
Pasamos el resto de la tarde charlando, comiendo, bebiendo y, una
vez u otra, me vi con los brazos envueltos alrededor del cuello de Steve,
mientras él acariciaba mi boca con su lengua. En una atmosfera leve e
informal.
Cuando el sol estaba a punto de ponerse, Susan resolvió contar por
la milésima vez como llegamos aquí.
— Como dije, estábamos en la playa. Una amiga nuestra, Calixta,
nos había dejado su jet-ski…
— Calixta. — Pronuncié en alto el nombre de aquella mujer y miré
a Susan. Exclamamos juntas:
— ¡Calixta!
Susan se levantó de golpe, pasando las manos por el pelo.
— ¡Ai, mierda! Ella debe estar preocupadísima con nosotras.
Tenemos que irnos ahora, Julie.
— ¿Cómo? ¿Ahora? — Preguntó Mark con las cejas en un arco
perfecto. — ¡Relajaos, chicas! Estamos volviendo a la costa, en un rato
estaremos en el muelle.
— ¿Qué muelle? No hay muelle en la playa. — Replicó Susan.
— Nosotros os llevaremos hasta allá. — Mark dio la solución en
tiempo récord y yo empecé a creer que Susan y él tenían más cosas en
común que censo del humor.
— ¿Y el jet-ski? — Indagó Susan. — No hay problema alguno, ya
nos estamos aproximando a la playa.
— Está anocheciendo, es peligroso. — Se pronunció Steve. — Yo
puedo acompañarlas si tanto quieren volver a la playa.
— Yo voy junto. — Habló Mark. — Tengo apenas que tomarme una
ducha rápida y una buena dosis de café.
Susan me miró con una risa avergonzada en los labios, diciendo:
— Siendo así, no podemos negar vuestra compañía, chicos.
No sabía exactamente lo que pasaba por la cabeza de mi hermana,
pero estaba claro que ella adoró la idea. Steve me robó otro beso, rápido,
susurrando:
— Creo que no voy a querer separarme tan pronto de ti.
Mordí la esquina inferior del labio y le respondí, bajito:
— Yo tampoco.
Mis brazos rodearon perfectamente su tórax desnudo y, en aquella
posición, montada atrás de Steve, podía sentir el aroma másculo que salía
de su cuello y vagaba por toda su espalda.

Cielos. Como es bueno ese olor. — Pensé, fundando mi rostro en el


hueco de su espalda, respirándolo.
Después de que Mark hiciese una especie de ritual para alejar el
alcohol de su cuerpo, nos fuimos en dos jet-skis. Uno de la familia de Mark
y el otro, el que nos dejó Calixta.
Avanzamos por las ondas en una cadencia más veloz que la de
Susan. Él parecía tener experiencia con el jet-ski, así como Mark, que nos
acompañó perpendicularmente con mi hermana en su grupa. La velocidad
dejó aquel transcurso aún más emocionante.
Si me hubiesen dicho más temprano que aquella tarde terminaría así,
yo, sin duda, no me lo creería. Ni siquiera si me lo contasen más de cien
veces.
No tardamos más de quince minutos para llegar a la playa,
avanzando un poco sobre la franja de arena.
Un poco mareada, me tuve que quedar más tiempo encima del
banco para poder acostumbrarme con la tierra firme. Mark y Susan, que
estaban a nuestro lado, colocaron los pies primero en la arena y en seguida
intenté salir de encima de la espalda de Steve, que me ayudó levantando un
brazo para el lado, en el cual me pude apoyar.
— Gracias. — Agradecí, dejando los pies en el suelo.
Le observé hacer la misma acción con un movimiento elegante.
— Ui, hace tiempo que no me enfrento a las ondas de esa forma. —
Bromeó Mark e Steve abrió una media sonrisa comedida.
Él y Mark se habían tomado un café antes de salirse del yate y,
después de eso, Steve me parecía más serio y centrado. ¿Se habrá
arrepentido él de lo que hizo más temprano y de lo que me habló?
Déjate de tonterías, Julie. Eso te lo estás imaginando.
Él me miró rápidamente, lanzándome una risa preciosa, y mis
desconfianzas sin sentido automáticamente desaparecieron.
Cuando empezamos a andar em grupo a la parte alta de la playa,
avisté a un grupo de amigas de Calixta próximos al bar y, también, a la
propia Calixta, que pareció habernos visto.
Además, la sensación que tenía era que la playa toda nos observó
cuando llegamos.
Mark comentó algo alto y claro para Steve, que no entendí muy
bien, pues Susan vibró bajito para mí, a mi lado:
— ¡Oh, Dios mío! Me estoy sintiendo la propia Bond Girl saliendo
del mar, con la diferencia de que estamos con dos grandes buenorros al
lado.
— ¡Susan! — Chillé, muriéndome de vergüenza por la posibilidad
de que ellos escuchasen su comentario.
Sentí la mano de Steve tocar la mía y giré para ver sus dedos
cruzándose con los míos. Erguí la cara hacia él, que me guiñó un ojo.
¿Cómo reacciono a eso?
Mientras caminábamos, noté que Calixta acortó el espacio entre
nosotros, bajando por la arena.
— ¡Oh, Dios mío! ¿Dónde os habéis metido todo este tiempo,
chicas? He hablado con los bomberos hace un rato.
— ¿Has hablado con los bomberos solo ahora? — Exclamó Susan,
sin creérselo. — Madre mía, Calixta. Visto lo visto, pensé que mi vida
valiese más la pena para ti. Cinco horas hemos pasado fuera.
— Perdona, amiga. No lo había notado. — Ella alternó la mirada
para los hombres que estaban a nuestro lado y preguntó: — ¿No me vas a
presentar a los chicos?
Me aclaré la garganta y dije con cuidado:
— ¿Qué te parece avisar a los bomberos de que estamos vivas,
Calixta? Debe estar costándote mucho trabajo y desgaste estar buscando a
alguien en alta mar sin que haga falta.
— Ah, claro. — Ella giro hacia el bar y habló con sus amigas, que
no paraban de mirarnos. — Chicas, avisen en el puesto de bomberos que
ellas aparecieron y, por tanto, que cancelen la búsqueda.
Una de las voces femeninos dijo bien alto:
— Es Steve Clifford. Es él. Estoy casi segura.
Calixta volvió a mirarnos de frente y sonrió.
— ¡Chicas, solo un minuto! — Dijo Mark dando algunos pasos
hacia adelante, pareciendo estar atendiendo a una llamada telefónica.
— Ahora me podéis decir donde estabais. — Insistió Calixta,
sonriente.
— Estábamos en el paraíso, Cali. Nos alquilamos a estos guapetones
de aquí y creo que vamos a tener que esforzarnos para librarnos de ellos. —
Bromeó Susan. Steve y yo nos miramos de reojo. — ¿Podemos charlar más
tarde, amiga?
Calixta guiñó el ojo dos veces.
— Claro.
— Guay, amiga. Hasta otro día. Muchas gracias por invitarnos.
Además., nuestras cosas…
—Están en las tumbonas.
— Ok. Me voy a buscarlas allá. Entonces, adiós, Cali.
— Adiós, amiga.
Steve y yo seguimos a Susan.
— Adiós. — Me despedí, tímidamente, cuando pasé por Calixta.
— Adiós, Julie. — Respondió ella con una mirada malicioso,
dejándome sonrosada.
Steve paró para devolverle a ella la llave del jet-ski, que agradeció
inmediatamente con una risa de oreja a oreja.
— ¡Gracias, guapetón!
— De nada.
Alcanzamos a Mark, que estaba al lado de un señor de camisa azul
de mangas y pantalones sociales, que parecía oír atentamente las
instrucciones del amigo de Steve.
— Tony, ¿puedes llevar aquel jet-ski al yate en el muelle? — Él
apuntó hacia adelante.
— Sí, señor. Como desee. — Respondió el hombre.
— ¡Perfecto!
— Solamente el rojo, que es el mío.
— Sí, señor. Conozco bien los bienes de su familia.
— Perfecto, Tony.
— Aquí está la llave del Ranger Rover. El negro, como pediste. —
El hombre calvo le entregó alto y Mark le agradeció, gentilmente.
Después de eso, solté la mano de Steve y fui hasta la tumbona coger
mis pertenecientes y los de Susan. Las amigas de Calixta me miraban como
si quisiesen preguntarme algo, pero, como no teníamos intimidad, apenas
me despedí con un menear de cabeza y me fui a la acera, donde me
esperaban.
En un ratito llegamos dentro del coche negro aparcado cerca de allí.
Mark asumió el volante con Susan al lado, e Steve y yo entramos
por las puertas traseras.
— ¿Entonces? ¿Cuál será nuestro destino ahora, gente? — Preguntó
Mark antes de encender el coche.
Confieso que no esperaba irme a otro lugar con ellos. No hoy,
después de una tarde tan exhaustiva.
Steve me miró con una cara insaciable y puso los brazos en mis
hombros, arrastrándome para más cerca de su cuerpo.
— No sé. ¿Alguna idea? — Preguntó Susan, animada.
— Hummm. Deja que me lo piense… Mi piso está libre hoy. —
Disparó Mark. — Sin decir que podríamos quedarnos más a gusto allá.
¿Qué os parece?
— Parece una buena idea. — Dijo mi hermana.
— Susan, ¿tú no ibas a hacer un masaje en los pies del abuelo hoy?
— Pregunté, intentando esquivar al quedarnos en un piso con dos hombres
visiblemente sedientos por sexo. No que yo no desease a Steve de esa
forma. Yo lo deseaba mucho. Es más, en aquel momento quería tomar su
boca y sentarme en su regazo allí mismo. No obstante, dadas las
circunstancias, no me pareció que fuese lo correcto. Follar en el piso de un
desconocido mientras mi hermana hacía lo mismo en otra habitación era
algo intragable para mí.
— ¿Yo dije que haría un masaje en los pies del abuelo Charlie?
¿Cuándo dije yo eso? No me acuerdo de eso, Julie. — Me respondió Susan
desde el banco de enfrente.
— ¿Cuándo estábamos paradas em alta mar? ¿Te acuerdas? —
Empecé a repetir sus palabras. — “¡Haré dos masajes al día en los pies del
abuelo Charlie, pero, por favor, haz que ese barco se gire!”
— Ah, ¿te refieres a eso? Creo que puedo dejar el masaje en los pies
del abuelo para mañana, entonces.
— ¡Susan!
Steve coloco los labios en mi oreja y susurró:
— Si quieres descansar, podemos dejarla en casa. No me importa
tener que esperar para verte otra vez, siempre y cuando me prometas que
me cogerás las llamadas.
Me ericé con su voz y asentí.
— Gracias.
Steve miró hacia adelante y dijo:
— Mark, vamos a dejar a Julie en casa primero. Cuando lleguemos
a su piso, me las apaño para irme.
— Entendido. Pero no te preocupes, te dejo en casa antes de volver
a mi piso. — Respondió Mark arrancando el coche.
— Gracias, Hermano.
— ¿Dónde decíais que vivíais? — Preguntó Mark a Susan, que
empezó a explicarme el camino.
Las manos de Steve acariciaban mi brazo y, a veces, él elogiaba mi
olor, besando mi témpora, mejilla y cuello con sus labios cálidos.
Mark empezó a charlar con Steve y, por suerte, pudimos distraernos,
alejando los pensamientos libidinosos mientras su respiración entraba en
contacto con mi piel.
La noche había caído completamente cuando Mark se paró delante
de mi casa.
— Fue un placer verte de nuevo, Julie. — Dijo Mark.
— Igualmente, Mark.
Steve tiro de mí para darme un pico rápido y preguntó:
— ¿Nos vemos mañana?
Me tiré del labio inferior y respondí:
— Puede ser.
Ahora fui yo quien lo besó, echando de menos desde ya aquellos
labios con sabor a menta.
— Adiós, gente. Susan, avísame cuando llegues en casa. — Estiré la
mano para tocar su brazo.
— Ok, Ju.
— No te preocupes, Julie. Traeré de vuelta a tu hermana en
seguridad. — Resaltó Mark.
Le agradecí, miré más una vez para Steve y salí por la puerta a mi
izquierda. Anduve por la acera y saludé con la mano mientras ellos partían.
Cuando me coloqué para dentro de la casa, cerré la puerta, apoyando
la espalda en la superficie lisa de madera, y suspiré.
Pero vaya tardecita, ¿no?
Con la mente a todo trapo, empecé a digerir todo lo que había
pasado. Susan con Mark, mi reconciliación con Steve y como sería todo de
aquí en adelante. ¡Cielos! ¿He hecho lo correcto confiando en él?
Eso solo lo podrá responder el tiempo.
Pero, por ahora, tenía plena certeza de que no podía evitarlo. Yo lo
quería. ¡Dios, cómo lo quería! Lo quería con absolutamente todo lo que
había en mí.
Solo esperaba que ese sentimiento bueno que estaba sintiendo no se
transformase en una desilusión y mi corazón no se doliese de nuevo. En el
fondo, sabía que el sentimiento que venía nutriendo por él crecía a cada
milésima de segundo que pasaba. Y, como dicen por ahí: cuanto más alto se
está, mayor es la caída. Y si yo no me negaba a subirme tan alto por él, era
porque me dolía mucho más quedarme a la sombra de un corazón partido.
CAPÍTULO 33

En aquella noche, mi madre me hizo varias preguntas y todas ellas


tenían que ver con Susan.
Aunque mi hermana mayor estuviese cumpliendo los veintiún años
desde hace casi una década, mamá nunca dejó de preocuparse.
Intenté tranquilizarla, explicando que Mark era amigo de Steve y
parecía no ser una mala persona, lo que la dejó más calma. Pero también
provocó otras preguntas sobre nuestra quedada en la playa. Una de ellas fue
la presencia de Steve.
Escapé de todas ellas bajo la justificativa de que necesitaba de un
baño y subí rápidamente a mi habitación.
Aunque se preocupase bastante, nuestra madre nunca fue
conservadora y siempre nos reforzó, desde muy temprano, que podríamos
ligar o echarnos novios libremente, siempre y cuando avisásemos con quien
y donde estamos. Pero hablar abiertamente sobre algo de lo que yo todavía
no estaba segura no me parecía una buena idea en aquel momento.
Me tomé un baño caliente y me tumbé entre las sábanas,
durmiéndome rápidamente. El sol que cogí durante el día ya me estaba
haciendo efecto, haciendo con que mis pilas se agotasen completamente en
cuestión de segundos en plena ocho de la noche.
Cuando escuché la puerta de al lado crujir, me desperté, pillando a
Susan llegar en casa como un reptil.
— ¿Susan? ¿Qué hora es? — Estiré el brazo para coger el móvil en
la mesita del lado de mi cama y mi reloj apuntaba a las tres de la
madrugada.
— ¡Shiu! Habla más bajo. Si sigues así, vas a despertar toda la casa.
— ¡Ah, bueno! ¡Está bien! — Susurré. Ella se sentó en su cama y yo
pregunté, bajito. — ¿Y entonces? ¿Cómo te ha ido?
Ella soltó un largo suspiro.
— ¡Perfecto! Simplemente perfecto, Julie. Mark es un verdadero caballero.
— Hasta parecía un casa nova, ¡pero ok! Steve tampoco me parecía un
hombre de una sola mujer, y, ahora, en este momento, estaba ansiosa para
saber cómo sería nuestro futuro. Sería muy injusto cortar las alas de Susan
en aquella noche. Sin decir que la consideraba mucho más experta que yo.
Pero bromeé.
— Ten cuidado, no te enamores.
Aún en penumbra, la vi sacándome la lengua.
— Respétame, Julie Evans. ¿De verdad te crees que me voy
enamorar en una sola noche? Es probable que ya mañana ni siquiera me
acuerde del nombre de ese individuo.
— Está bien, srta. pasota. — Sonreí haciendo una burla.
— Voy a ducharme, pues es lo mejor que puedo hacer ahora. —
Dijo ella, todavía con una sonrisa de boba en la cara, levantándose.
Antes de que ella alcanzase la puerta, me adelanté, susurrando:
— ¡Espera, Susan! Todavía no me lo has dicho.
— ¿El qué?
Me mordí el lado de dentro de la ceja.
— Vosotros...habéis...ya sabes...
— ¿Follado? — Indagó ella.
Meneé la cabeza positivamente, curiosa.
Ella se denunció a si misma abriendo una risa de oreja a oreja y
saltó hacia el baño. Yo metí la cabeza en la almohada, sonriendo:
Miré al techo, intentando controlar mis labios risueños y murmuré:
— Oh, Dios mío. ¡Estamos jodidas!

A la mañana siguiente

Susan miró el teléfono por milésima vez y dijo, con los hombros
encogidos:
— Son las diez de la mañana. Tendría que haberme llamado. Parece
que fue cosa de una noche. — Ella miró al suelo de nuestra habitación y
reflexionó: — Pero valió la pena. Me gustó mucho y eso es lo que importa.
— O puede que él esté durmiendo. — Dijo, arreglándose el pelo.
Mark podría hacer eso con frecuencia. Pero Steve…yo sabía que él
despertaba muy temprano y, hasta el momento, ni siquiera había dado
señales de vida.
— Oh, Julie. ¡Perdóname! ¿Steve tampoco ha mandado mensaje?
— No. Y yo tampoco se lo voy a mandar. — Respondí, terminando
de arreglarme la última mecha rebelde.
— ¡Así se habla, chica! — Sonrió ella y yo intenté retribuirle, pero,
por dentro, estaba llena de inseguridades.
Susan y yo fuimos a la cocina y ayudamos a nuestra madre a
preparar el almuerzo. Corté las legumbres para la ensalada, que era lo que
mejor sabía hacer en la cocina sin el riesgo de intoxicar a nadie; y Susan la
ayudó con el pollo.
Mientras preparaba la ensalada, miraba constantemente a mi móvil,
que estaba encima de la mesa del lado. Definitivamente, ya tendría que
haberme llamado. O, por lo menos, dejado un mensaje nada más llegar a su
piso ayer.
El silencio dice más que mil palabras. — Aquél hecho giraba cual
espiral en mi mente, hundiéndome en un mar de incertezas.
¿Se habría arrepentido de lo que pasó ayer?
¿Sabes qué? Qué se joda.
¿No le gustaba yo tanto cuanto pensaba y me he dado cuenta de eso
solamente ahora?
¡Eso! Qué se joda.
Si él fue capaz de fingir tan bien, debo entender eso como una señal
de que me he librado de algo malo.
Podría haber sido aún peor. No hay nada tan malo en este mundo
que no pueda ponerse peor, ¿verdad?
Corté los últimos trozos de zanahoria y resoplé.
— ¿Julie? ¿Por qué esa agresividad toda? ¿Estás bien, hija mía?
Parpadeé para mi madre, dándome cuenta de que le puse demasiada
fuerza en los últimos cortes.
— Es que yo quería terminar cuanto antes. — Sonreí nerviosamente
y arrastré con las manos las zanahorias hacia el cuenco azul. —Bueno,
¡creo que terminé! Creo que ahora puedo regar las plantas del patio… —
dije yo levantándome.
— Ya las he regado, hija. ¿Qué te parece hacer las compras en el
mercadito mientras terminamos de preparar el almuerzo? Se te da tan bien
eso de hacer las compras…
— Claro, mamá.
Mi madre se sacó el fajo de billetes del último cajón del armario,
donde ella acostumbraba guardar las cosas importantes y, de repente, el
toque monotemático de un móvil reverberó por toda la cocina.
No. No era el mío.
Era el de Susan.
Ella cogió de la bolsa su móvil y casi desmayó cuando leyó el
nombre en la pantalla del aparato.
— ¿Quién es? — Pregunté, curiosa y ansiosa al mismo tempo. —
¿Y entonces? ¿Es Mark?
Ella se agachó un poco y habló con voz anestesiada.
— ¡Es Mark!
Nuestra madre nos lanzó una mala mirada y Susan disparó para
fuera de la cocina, para coger la llamada.
— ¡Ai, ai! ¡Esta Susan!
Sonreí y avisé a mi madre:
— Me voy, mamá.
— Está bien, hija.
Salí con la bolsa de la compra y subí hasta la calle del mercado.
No era ningún problema difícil para mí el hacer compras en el
mercadito, todo lo contrario, era una de las actividades que más me
gustaban hacer.
Mientas colocaba los ítems en el carrito, él estaba ahí, en mis
pensamientos, insistentemente, como una canción pegadiza que se pega en
la mente y se niega a ser olvidada por los próximos días – era exactamente
como me sentía, totalmente vulnerable a las propias emociones.
¡Qué mierda!
Quería darle un puñetazo en la cara ahora.
— ¿Cómo pude creerme tan fácilmente aquello de “estoy loco por
ti” y “creo que no voy a quererme separarme de ti tan pronto”? —
Murmuré. — Argh, soy tan patética. — Me quejé, golpeando en la frente un
paquete de macarrones.
Un chico que trabajaba en el super me miró con una mirada que
denotaba pena y eso hizo con que me recompusiese, haciendo con que
corriese y arrastrase el carrito a la próxima sección.
Pasé, por lo menos, una hora en el mercadito y, como preví, tuve
que pagar más que lo que mi madre me había dado, entonces, completé lo
que faltaba con la parte de pasta que había ganado pegando panfletos. Con
lo mucho que había comprado, valió la pena haber gastado bastante más.
Coloqué todo en las bolsas que traje y pedí al gerente que me dejase
llevarlas al carrito, como siempre hacía, y después volver para devolvérselo.
Él me autorizó y bajé la calle, volviendo para casa.
Cuando me aproximaba de la cocina con las compras, escuché unos
gruñidos de bebé, un sonido atípico en aquella casa. ¿Quién estaría
visitándonos ahora, a esa hora, en un domingo?
Llegué a la cocina y pillé a mi madre intentando levantar a una
niñita rubia en el aire, que se reía a pierna suelta, contagiándonos a todos
con su felicidad. Susan y mi madre rieron, hechizadas, con la risa de la
chiquita.
Mi madre se giró con el bebé en brazos y, cuando pude ver mejor su
rostrito, sentí mis ojos abriéndose más.
— ¿Lux? — Ahora, la que se quedó hechizada fui yo.
—Nhénhém…
— Oh, Dios mío, Lux. — Solté el carrito y caminé hacia ella,
cogiéndola en brazos. —¿Qué haces aquí?
Mi madre y Susan se miraron entre ellas, sonriendo.
— Steve vino a buscarte, querida. A decir verdad, hace poco tiempo
que él salió a buscarte el mercadito. Él dijo que te ayudaría a traer las
compras. ¿No lo habrás visto?
Negué moviendo la cabeza, admirada en ver a Lux en mi casa, con
aquellos dos dientecitos rebeldes a la vista. Apreté a la pequeñaja y sus
bracitos abrazaron mi cuello, en un abrazo delicioso.
— Ella es muy mona, ¿verdad, gente? — Pregunté, boba con la
chica.
— Es una monada. — Dijo Susan.
— Ella es linda, querida. — Estuvo de acuerdo mi madre. —
Además, no lo he entendido, ¿ella es hija de Steve?
— Biológicamente, ella es sobrina de él, mamá. Pero, legalmente y
a los ojos de los demás, él es el padre. — Expliqué mientras Lux se
tumbaba con la cabecita en mi hombro.
— Ei, princesa, ¿te vienes con la abuela? ¿Vienes? — Mi madre
alargó el brazo y Lux sonrió, haciendo impulso hacia el cuerpo de ella.
— ¿Abuela? — Preguntó Susan sorprendida. — Ya estás queriendo
forzar los lazos familiares, mamá.
— ¡Pero claro que sí! Está claro que esos dos están locamente
enamorados, Susan. Tenemos que estrechar los lazos familiares. ¿Verdad,
pequeña? — Mamá sonrió a Lux, que soltó una risa divertida. — A
propósito, Julie, invité a Steve para comer con nosotras. Harías bien en ir
atrás de nuestro invitado, puede que él no haya encontrado el mercadito.
— Es imposible. El mercadito está en la esquina de la calle. —
Afirmó Susan.
— De cualquier manera, vete ya, Julie. Tu abuelo debe estar
volviendo de la partida de ajedrez con Robert. Quiero tener el placer de
tener llena esa mesa hoy. ¡Vete, anda!
Di un paso hacia atrás, con una sonrisa creciéndome en los labios, y
cogí el camino de vuelta a la calle, con prisa, escuchando los golpes
frenéticos de mi corazón.
Abrí la puerta de casa y me situé en la calle, pero paré cuando vi a
alguien salir de un SUV blanco parado al otro de la calle.
El pelo castaño perfectamente delineado, la camisa social bien
cortada y aquella mirada que reconocería en cualquier lugar del mundo. Él
cerró la puerta atrás de sí y yo di algunos pasos hacia adelante, parándome
en medio de la calle, con el corazón latiendo cada vez más deprisa.
Él vino a mi encuentro, mirándome desde arriba.
— Acabo de venir del mercadito. Quería ayudar trayendo las
compras. No te encontré por los pasillos… — De inicio, me pareció un
poco tímido, frunciendo la frente.
— Lo sé. Me lo acaba de contar mi madre. — Dije, balanceando la
pierna izquierda. — Nos habremos desencontrado.
Él contrajo el espacio que había entre nosotros y cogió mi cara con
las dos manos, con delicadeza, acariciando mi mejilla.
Inspiré profundamente y confesé:
— Pensé que desaparecerías.
Los pliegues de su frente se pusieron más profundos.
— ¿En qué cojones estabas pensando? — Susurró él, con una voz de
no creérselo del todo. Su cara acarició la mía mientras me explicaba. —
Tuve una noche agotadora con Lux, que no pegó ojo la noche entera. Nos
fuimos a dormir solamente ahora, por la mañana. — Me mordí el labio
inferior, sintiéndome estúpida. — No hay ninguna posibilidad de dejar que
te escapes. Yo… — Él se detuvo como si aquello fuese difícil de
pronunciar, pero retomó con firmeza: — Yo estoy completamente e
irrevocablemente enamorado de ti, Julie Evans. — Él dijo aquello con los
ojos agarrados a los míos y abrió aquella media sonrisa preciosa, que me
destruía y me tranquilizaba en la misma proporción. — No hay nada en mi
cabeza que sea predomine con tanta fuerza como tú.
Toqué su pecho con las manos y contuve la emoción que estaba a
punto de dominar mis ojos. Él tocó mis labios con un beso y susurró,
cogiéndome por la cintura:
— Tú haces que yo quiera ser un hombre mejor. Me enamoré por
una mujer guapa, dulce y buena. Perdóname si en el punto álgido de mi ira
te hice creer lo contrario y por no haberte dicho que confiaba en ti. Lo que
yo más quiero es tenerte para mí, Julie… — Él me dio un beso más
prologando de lo normal y yo jadeé contra su boca.
— ¿Y si tú me lastimas? — Pregunté, guardando la respiración.
Él me miró a los ojos y juró:
— No lo voy a hacer. Definitivamente, estoy seguro de que no
quiero perderte. — Él dejó un besito en la esquina de mi boca y volvió a
mirarme, como si buscase una respuesta de mi parte.

Di un puñetazo en su pecho y lo amenacé:


— Parezco un angelito, pero puedo cortarte las pelotas si me partes
de nuevo el corazón, sr. Clifford.
Él sonrió con mi intento de parecer nociva, me cogió por la nuca y
me besó. Intensamente.
Y yo le retribuí. Con todo lo que había en mí.
Apostando ciegamente en el amor.
Pues, al final, no teníamos certeza de nada. La única felicidad que
podríamos tener con seguridad era la que sentíamos en ese momento.
Nuestro único trabajo era saber apreciar la vida, dándole el valor que se
merece, aprovechando cada estación, saboreando cada fase y entregándonos
a los buenos sentimientos.
Mi historia con Steve había acabado de empezar.
Y yo me moría de ganas de amarlo.

FIN
EPÍLOGO 1

JULIE

Una semana después….

Beatriz me explicó el sistema de coordinación de funcionarios por la


milésima vez después del almuerzo, para poder pasar después al siguiente
asunto.
Ser jefe de un sector no era algo tan guay como me imaginaba.
Aunque en mi sector no hubiese más funcionarios que yo, Beatriz
dijo que recolocaría dos asistentes a mi sala y que yo tendría que coordinar
los trabajos de ellos.
Creí que no necesitaba de asistentes, pero ella insistió. Y, caso no
fuera suficiente tener que aprender a liderar todo un sector, tenía que
comparecer a las agotadoras clases de entrenamiento por la mañana.
Beatriz estaba a punto de explicar sobre las últimas donaciones de la
Clifford, cuando noté el nombre “habitantes de Balboa” en uno de los
archivos en la pantalla del ordenador de mi mesa.
— Y esta de aquí fue la penúltima gran donación de la Clifford.
Steve empatizó con un grupo de habitantes que tuvieron sus casas perdidas
en una tormenta. Es probable que tengas que hacer un reporte sobre la
forma en que esas personas se adaptaron a sus nuevas casas y entregarlo a
Steve. — Una sonrisa boba se abrió en la esquina de mis labios. Yo sabía
que había sido él, pero no pude preguntarlo antes, ya que en esa época no
nos estábamos hablando. Pero, en ningún momento, él abandonó la idea de
ayudar a mis vecinos, lo que dejaba mi pecho lleno de orgullo.
Y, ahora, podría ver de cerca las acciones de integración social de
los antiguos habitantes de mi barrio y eso era increíble.
Beatriz siguió, informándome sobre la última donación, y dijo en
seguida:
— Tengo que irme, Julie. — Ella organizó los papeles de la mesa
del lado, en mi sala. — Tengo varias requisiciones para firmar.
— Está bien. Creo que me las puedo arreglar sola a partir de ahora.
— Respondí, tranquilizándola. A decir verdad, mentía. Yo no me las podría
arreglar sola a partir de ahora. Yo estaba, aún, completamente perdida con
aquel sistema. ¿Pero qué puedo hacer? Ella está llena de requisiciones
para firmar. Y, también, creo que no necesitaré usar ese sistema por ahora,
¿verdad?
Antes de que Beatriz me abandonase en aquella sala, escuché los
puños de alguien golpeando la puerta abierta y, por un momento, cuando
levanté la cabeza, pensé que fuese Steve. No obstante, me deparé con un
hombre fornido de pelo grisáceo y ropas negras. Él tenía una placa de la
policía en medio del pecho, sostenida por una especie de collar.
— Permiso. ¿Susan Evans? ¿Alguna de vosotras es Susan Evans?
Beatriz me miró y yo tragué en seco.
— Supongo que sea usted, ¿verdad? Pelirroja, baja estatura. — Él
analizó, con los ojos puestos en mí.
— ¡Pues claro! ¿Qué desea? — Preguntó Beatriz.
Él distribuyó el peso de una pierna para la otra y dijo, severo:
— Recibimos una denuncia anónima de que alguien en esta empresa
estaría usando un nombre falso y con eso practicando un crimen de falsedad
ideológica, previsto en nuestro código penal. Venimos a averiguarlo. —
Dijo él, mirándome. — Usted va a tener que venir conmigo.
— Ella no se va a ningún lugar. Su nombre es Julie. — Me defendió
Beatriz.
— Qué gracioso. En la denuncia también ponía que era ese tu
nombre. Pero que utilizabas otro nombre: Susan.
— ¿Usted tiene como probarlo? — Le inquirió Beatriz.
— No. Pero sería inteligente que su amiga colaborase, sino las cosas
se van a complicar no solo para ella, sino para usted también.
— ¡No os la podéis llevar!
Por primera vez, cogí aire para hablar:
— No te preocupes, Beatriz. Voy con ellos.
— Julie...
El hombre dio un paso al frente y llamó a alguien en el pasillo: —
Chicos, podéis cogerla.
Me levanté y me quejé a aquel bruto:
— No necesito que nadie me lleve. Yo misma puedo ir con mis
propias piernas.
Di la vuelta a la mesa y pasé por ellos, que empezaron a seguirme
por el pasillo. Pasamos por la sala principal del escritorio, donde buena
parte de los funcionarios trabajaban, e, infelizmente, tuve la mala suerte de
cruzarme con Ted Sullivan. — el asistente del sector financiero.
Él miró hacia los hombres de mi lado y preguntó:
— ¿Algún problema, Susan?
Apreté los ojos, sintiendo que mi situación con aquellos policías se
había puesto peor aún.
— Visto lo visto, la única que te conoce como Julie en esta empresa
es aquella rubia. — comentó el policía arrogante que estaba a mi lado.
Ted usó su tono de voz irritantemente alto para proferir, al mirar a la
placa del hombre a mi lado:
— ¿Estás siendo detenida, Susan?
En ese momento, sentí todas las miradas de aquella sala volverse
hacia mí.
— ¡Madre mía, Susan! ¿Qué has hecho? — Continuó Ted.
Apreté los ojos nuevamente, inspirando profundamente e intentando
mantener la calma.
— ¿Podemos irnos ahora? — Me quejé al policía, que parecía sentir
placer con todo eso.
— Claro. Directos a comisaría. — Dijo él, confirmando las
sospechas de Ted, y ahora, también, del inmenso grupo de personas en la
sala.
¡Qué cabrón!
Cuchicheos empezaron a surgir entre los funcionarios mientras
volvíamos a caminar en dirección al ascensor.
¡Ai, Dios! Nunca me he sentido tan humillada en toda mi vida.
Esperamos que el ascensor volviese a aquel piso y, cuando
finalmente las puertas estaban a punto de abrirse, prendí la respiración
cuando las placas de acero descortinaron al monumento de traje y corbata
que estaba apoyado relajadamente en la barra de hierro atrás de sí.
Cuando sus ojos azules centellantes alcanzaron los míos y después
pasó para los hombres a mi lado, sentí mi espina helarse.
— ¿Qué estaba pasando aquí? — Se irguió, dando algunos pasos
hacia fuera del ascensor. — ¿Está todo bien, Julie?
— Pírate, tío. — soltó el hombre a mi lado y me cogió el brazo. —
Estamos de salida.
— ¿Que me pire? — Repitió Steve, casi escupiendo aquellas
palabras. — ¿Quién eres tú para querer mandar en mí, en mi propia
empresa?
— ¿Sabías que arrestar a nerviositos como tú es mi mayor
diversión?
— Divirtiéndote o no, vas a tener que pirarte de aquí y quitar la
mano de encima de mi novia. — Un nuevo zumbido se hizo en la sala.
— Su novia está siendo acusada de falsedad ideológica, chaval…
Steve cerró el puño, mirando hacia el lado y resopló:
— Fue aquella cretina de Bárbara. Estoy seguro. — Él volvió a
mirar al policía de mi lado e intentó avisar: — Esto es un malentendido.
— Siendo así, ella tendrá que explicarlo en comisaría.
Llamé la atención de Steve para mí y balbuceé, intentando
tranquilizarlo: todo está bien.
— No os la podéis llevar. — Insistió Steve.
— Bill, coge las esposas y colócalas en ella.
— ¿Qué? — Por primera vez, repliqué. — No me podéis esposar.
No me estoy resistiendo a irme con vosotros.
Uno de los brutos cerró los anillos en mi pulso izquierdo y, cuando
él iba a hacer la misma cosa con el derecho, Steve se metió en medio y
esposó su propio brazo.
— Voy junto. — Dijo él al cascarrabias a mi lado y después me
miró.
— ¡Loco! — Me quejé, bajito.
— Loco por ti. — Respondió él susurrando. — ¡Vámonos, señores!
— Él dio un paso al frente y dijo, alto. — Beatriz, llama al dr. Phoenix. Él
sabrá resolver fácilmente esta situación.
— Sí, señor. Voy a llamarle ahora mismo. — Respondió Beatriz
desde atrás.
Steve miró a su alrededor e hizo otro aviso:
— Y poned las manos bien lejos de mi mujer.

Después de algunas horas en comisaría, fuimos liberados cuando el


dr. Phoenix, abogado de la Clifford, tuvo una rápida charla con el delegado.
Él nos aseguró que mi encarcelamiento fue totalmente ilegal y que él
imploró por un tal de habeas corpus. Según el dr. Phoenix, la situación era
perfectamente pasible de resolución por la Ley por la falta de presentación
de pruebas. ¡Café pequeño! — como él tituló. — A no ser que alguien
apareciese para dar más detalles sólidos sobre el caso.
— Gracias, Phoenix. — Agradeció Steve en frente de la comisaría.
— ¡Siempre a sus órdenes! — El señorcito asintió con un balanceo
respetuoso de la cabeza.
Steve le agradeció de nuevo y el dr. Phoenix hizo el trayecto de
vuelta a su coche, aparcado al otro lado de la calle.
Naturalmente, nuestros cuerpos se giraron hacia el otro e Steve
envolvió mi cuerpo cariñosamente con sus brazos. Sumergí mi rostro en el
hueco de su pecho, inspirando profundamente. Sus manos despeinaron mi
pelo y mis brazos dieron una vuelta perfecta en su cintura.
— ¿Y si ella aparece para deponer? — Susurré.
— Ella no va a aparecer. Si ella quisiese pelear de verdad, no haría
eso anónimamente. — Él me apretó posando sus manos en mi espalda. —
Si eso sucediese, creo que el dr. Phoenix puede arreglar la situación. No voy
a dejar que eso interfiera en nuestras vidas, amor mío. Ni pensarlo.
— Nunca más hagas eso. — Me quejé.
— ¿Eso el qué? — Él alejó nuestros cuerpos un poco para poder
encararme.
— Podrían haberte detenido, Steve. Por desacato a la autoridad.
Nunca más hagas eso por mí.
— Ok. Prometo no hacerlo más. — Él me dio un pico. — ¿Será que
hoy conseguiré pasar un tiempo con mi novia? — Dijo él estrechando la
mirada hacia mi boca y después subiéndola para encararme.
Desde hace una semana que no teníamos una cita decente, debido a
mi admisión en la Clifford y las incontables horas de entrenamiento
obligatorio a las cuales tenía que comparecer. Confieso que, al final del día,
no tenía energías para nada. Estaba siendo un martirio quedarme distante de
él y de Lux, pero era lo que tenía que hacer. Yo solo quería estudiar,
memorizar como funcionaban aquellas planillas y volverme una funcionaria
competente para la empresa de él.
Steve, por su lado, entendió mi ausencia temporaria, con una
condición: que aliviara un poco el ritmo cuando el entrenamiento acabase.
— Volver ahora a la oficina no sería una buena idea, ¿verdad? —
Me tiré del labio inferior.
Él sonrió.
— No. Definitivamente, no. Aquel lugar debe estar un jaleo después
de que salimos de allá esposados. — Bromeó él.
Solté mis brazos de su cintura y los enlacé alrededor de su cuello.
— ¿Y qué me sugieres, sr. Clifford? — Susurré, templando la voz.
Él pasó la lengua en los labios, aquella manía suya que lo dejaba
increíblemente más sexy.
Él susurró contra mi boca, entrando en el clima. Y una onda de calor
empezó a dominar mi cuerpo.
— Sugiero que hagamos lo que he estado pensando toda la semana.
— Se me pusieron los pelos de punta cuando él dijo aquello con un tono
serio. — Tengo otro piso, también en la avenida Harrison. Podemos tener
más privacidad allá. — Empezó él dando la idea, echando para atrás de la
oreja una mecha de mi pelo. — Podemos enrollarnos un poco esta tarde y
después pasar el resto del día con Lux en mi piso. Si quieres, puedes dormir
en mi cama hoy. Prometo que seré un buen chico y no robaré tanto tu
energía.
Sonreí con su última observación.
Hice un rápido suspense, con los ojos pegados en sus esferas
brillantes, que contrastaban con su piel bronceada por el sol.
Pegué mis labios en su oído, rozando leventemente mi boca en el
lóbulo de su oreja, y di la respuesta, bajito.
— Lo adoraría, mi amor.
Observé la piel de su cuello erizarse y automáticamente mis labios
lograron una curva perfecta, adorando ver el efecto que yo causaba en aquel
hombre que me dejaba loca.
STEVE

Abrí la puerta del piso, dándole espacio a Julie para que entrase
primero.
Eché un vistazo sobre aquel culo increíble, que estaba de lujo en
aquella falda plisada, pensando en que pronto, muy pronto ella estaría
expuesta para que yo la pudiera contemplar. Joder. ¡Qué mujer maravillosa!
Julie no solo hacía mi pecho vibrar, sino que también todas las ganas que
había en mí.
Los ojos dulces de ella volvieron a encararme después de dar un
vistazo rápido por el salón del piso y preguntó:
— ¿Vienes frecuentemente por aquí?
— Poco, lo confieso. Ya viví aquí cuando la Clifford aún estaba
levantándose.
El piso era menor que el otro en el que vivía, pero también tenía una
buena estructura. Para conservarlo, Meryl enviaba una persona dos veces a
la semana para que lo limpiasen.
— Construí muchas cosas viviendo en este piso. Por eso no he
conseguido deshacerme de él.
— Le tienes una estimación sentimental. — Concluyó ella.
— Sí. — Asentí.
Ella mordió aquella boquita deliciosa y la admiré con atención
desde el rincón. Julie se giró hacia mí y cerró un poco los ojos:
— Quiero conocer la habitación. — Su dulce voz se puso más
densa, sensual. Y yo no pude guardar lo mucho que me gustó aquello.
Le ofrecí la mano, que ella sujetó con firmeza.
Pasamos por los muebles monocromáticos del salón, caminando en
dirección al pasillo de paredes blancas. Abrí la última puerta, dejando que
ella pasase.
Julie observó los muebles de alrededor y miró fijamente para la
cama, dejándome ansioso, ávido para desnudarla y escucharla gemir mi
nombre.
Ella se giró para decir algo, pero, me adelanté besándole la boca,
bueno, devorarle la boca. Ella correspondió, dejándome entrar y chupando
mi lengua de forma obscena. ¡Joder! Como quería que ella estuviese
haciendo eso en otro lugar. Mis manos se llenaron con sus nalgas y las
apreté sin pudor. Ella gimió, probablemente sintiendo mi polla palpitar en
su tripa mientras comía su boca.
— ¡Buenorra! — Gruní.
Me alejé para desabrocharme los botones de la camisa y verla hacer
lo mismo con su falda azul Royal. Sus pelos cayeron hacia el lado,
dándome la imagen de un perfecto ángel, y ella se quedó apenas en bragas y
sujetador de encaje rosa claro.
Ella me miró, con el pecho jadeante, mientras me deshacía se los
pantalones. ¡Madre mía! Mis ojos ansiaron aquel cuerpo voluptuoso, de
senos duros y aquellos muslos definidos. Las pecas que se acumulaban en
lo alto del pecho. Todo en Julie me parecía puro y celestial. Los rayos
solares que entraban por la ventana de al lado solo realzaban todavía más
aquellas curvas perfectas.
Me aproximé a ella, clavando mi dedo indicador en la barra de su
braga, vislumbrando su coño desde arriba. El deseo quemaba mi cuerpo. Mi
polla hasta llegaba a doler dentro de los calzoncillos.
Giré su cuerpo, atrapando sus brazos, de tal forma que hizo que ella
se pusiese de espaldas a mí.
— ¿Qué vas a hacer? — Preguntó ella con un poco de miedo en la
voz.
— Saborear a mi dulce y deliciosa novia. — Murmuré atrás de su
oído y la acosté boca abajo sobre el colchón.
Hundí mis rodillas, una en cada lado de su cuerpo, y me incliné
hacia adelante para dejar un beso mojado en su espalda. Sentí que ella
estremecía.
Deshice la cerradura de su sujetador y le besé allí también, pasando
la lengua y deslizándola por la curva de su espina dorsal hasta llegar al
inicio de su culazo. Bajé el encaje de las bragas por sus piernas y metí dos
dedos en su coño, que estaba mojado por el deseo, prepara para recibirme.
Cogí con mis dedos su nervio rígido y ella ahogó el gemido en la almohada.
— Gime para mí, amor mío. Quiero oír tus gemidos.
Ella liberó la boca y desgarró un gemido alto y sonoro cuando metí
los dos dedos en sus paredes, estimulándola. Sus piernas se sacudían y yo
tuve la sensación de que ella no aguantaría mucho tiempo y se correría en
mi mano. Pero yo no quería eso. Quería verla derramándose conmigo
dentro.
Di un paso para fuera de la cama y cogí un condón de dentro de la
cartera en mi pantalón y volví hacia Julie, vistiendo mi miembro y después
posicionando sus piernas para que ella pudiese recibirme. Pincelé el glande
en su punto mojado y la penetré profundamente, viendo sus venas saltar y
un gemido desgarrarse.
No me contuve cuando le entré. Ella apoyó los brazos cerca de la
cabecera de la cama y empecé a estocarla en una candencia creciente.
Hubo un momento en que nuestros cuerpos se movieron en un ritmo
perfecto, rápido y duro, mientras tenía un poco de visión de sus senos duros
balanceándose de frente al colchón. Cuando sentí sus paredes vibrar y
contraerse en mi polla, presumí que ella estaba a punto de colapsar. Ella se
corrió primero y yo en seguida también, aullando.
Caí a su lado, jadeante y miré para su dulce cara, cubierto por el
sudor.

¡Madre mía! Allí, parado, mirando a aquel ángel en forma de mujer


era como si yo tuviese el más valioso premio que un hombre podría ganar.
La forma en que ella me miraba, jamás nadie me había mirado así. Y
probablemente, nunca había sentido mi corazón palpitar de esa forma.
Arrastré mi cuerpo para cerca del de ella y besé su frente sudada.
— Sé que es temprano, pero te amo, Julie Evans.
Ella se acurrucó entre mis brazos y susurró.
— Yo también te amo, Steve. Ella irguió el mentón para mirarme y
murmurar: — ¡Mucho!
Giré nuestros cuerpos de tal forma que su cuerpo se quedase
encajado sobre el mío y la tomé por los labios una vez más. Yo quería más.
Mucho más de ella.
Quería que ella sintiese que yo era suyo, rendido por sus encantos de
mujer. Julie era el tipo de persona que cualquier hombre querría tener cerca.
Simple y buena, pero había algo más en su esencia, algo que no sabía
explicar con palabras. Con ella, yo me sentía en paz, tranquilo, sin
necesidad de encontrar en otros cuerpos aquello que ya probé con máxima
perfección.
Iniciamos otra ronda de sexo y pasamos toda la tarde enrollándonos
sobre aquellas sábanas. Y, cuando anocheció, nos dimos una ducha
prolongada y pasamos la noche en mi piso con la otra dueña de mi corazón:
mi calvita de sonrisa irresistible. Con ellas, yo me sentía perfectamente
bien, completo.
Como si mi vida se hubiese renovado, gané sin dar nada a cambio la
felicidad en los brazos de ella y de mi hija. Mis chicas. Desde ahora, mi
vida.
EPÍLOGO 2

JULIE

Dos meses después

Miré por el retrovisor, ganando la sonrisa de la pequeñaja sentada en


su sillita en el banco de atrás. Lux no paraba de crecer, así como mi amor
por ella. Sus pelos estaban mayores y más llenos y su boca había ganado
dos dientecitos.
Steve liberó una mano del volante y cogió la mía que descansaba
encima del muslo, mirando, también, por el retrovisor y levantando las
cejas. Lux se puso a reír y nosotros reímos juntos.
— ¿De qué te ríes, eh, pequeñaja? — Preguntó Steve riéndose y con
eso la risa de Lux creció de una manera muy graciosa.
En aquel fin de semana, decidimos pasar el día en la casa de verano
que Steve tenía cerca de la salida de San Francisco, con la intención de que
saliésemos un poco de la selva de piedras y aprovechásemos más el
contacto con la naturaleza.
En los últimos días, me aproximé aún más de la rutina de ellos y
confieso que amaba sentirme, de alguna forma, parte de ella. También
amaba cuando Steve me pedía favores y también amaba nuestra
complicidad diaria.
— ¿Estamos llegando? — Pregunté, ansiosa.
Él llevó la parte trasera de mi mano a sus labios, con los ojos
centrados en la carretera de enfrente.
— Casi, mi amor. Estamos muy cerca.
Él aceleró y después cogió un camino de tierra, entrando en un vasto
terreno con un lindo campo de hierba rigorosamente bien cuidado alrededor.
— ¿Es un campo de golf? — Pregunté, extasiada. Nunca había visto
uno de cerca.
Él asintió meneando la cabeza y con una sonrisa tímida en la cara.
— ¿Te gusta el golf? — Preguntó él.
Fruncí los labios, confusa.
— Nunca he jugado. — Analicé: — Pero como sé que exige una
buena coordinación motora y una excelente puntería, probablemente no
debe ser algo que deba gustarme. Al final, nadie quiere ser humillado.
Él lanzó suavemente la cabeza hacia atrás, sonriendo por mis
palabras.
Cuando su risa cesó, dijo, seriamente, sin quitar los ojos de la
carretera:
— Ciertamente, hay un millón de otras cosas que se te dan bien. —
dijo él y yo me negué a enamorarme de él por la enésima vez en aquel día.
Cuando Steve aparcó cerca de la casa elegante de dos pisos, cogí a
Lux de la sillita, y ella se enganchó en mi cintura. Caminamos hacia la
puerta de entrada. Fuimos recibidos por una pareja simpática que cuidaba
del sitio, que se emocionó mucho al ver a Lux, recordando las constantes
visitas que Romena hacía a aquel lugar.
Almorzamos en seguida y después fuimos al campo de golf.
Mientras jugaba sentada en el césped con Lux y Jade, la hija de la
gentil pareja que nos recibió, Steve llevaba una bolsa con los tacos y pelotas
para la preparación del primer hoyo próximo al lugar en el que estábamos.
Desde lejos, le vi entrenar un swing y le aplaudí cuando acertó el
agujero que parecía minúsculo visto desde allí.
— ¡Uhulll! ¡Muy bien, amor!
Él levanto el taco y después hizo un corazón con la mano para mí,
haciendo lo que mejor sabía hacer: ser un buenorro.
Cuando menos me lo esperaba, vi a una señora rubia de blazer rojo
al lado del chiquito de pelo negro adentrarse en el campo desde el otro lado
del césped. Forcé la vista y noté que se trataba de, nada menos, que la sra.
Johnson. Inmediatamente, me levanté y cogí la mano de Jade, cogiendo a
Lux con un solo brazo, y me aproximé de Steve.
Steve abrió los brazos para la sra. Johnson y los dos se saludaron
con un caloroso abrazo.
— ¡Ai, mi chico! ¡Cuánto te he echado de menos! — dijo la señora
rubia y después se alejó: — Mira, este de aquí es mi nieto, Joshua.
— Ah, ¿entonces este es el famoso, Joshua? — Steve irguió las
cejas.
— ¿Y usted es el famoso Steve de mi abuela? — Replicó el chico,
lo que hizo que nos riésemos bastante.
— ¿Como fue el viaje? — Preguntó Steve.
— Muy buena, querido. Llegamos ayer por la noche.
La sra. Johnson vino a saludarme y dio un beso en Lux, hablando en
seguida con la pequeña Jade.
Nos quedamos por allí cerca, charlando, hasta que Steve desafió
Joshua a una partida. El chaval aceptó sin hesitar, con los ojos brillando de
felicidad cuando Steve le entregó un taco de golf.
Mi mirada se alternó a Michele, que estaba con los ojos en marea al
ver al nieto alejarse.
Steve miró hacia ella y, antes de que Joshua pudiese iniciar la
partida, Steve dijo:
— ¡Ei, Joshua!
— Dime, tío.
— ¿Sabías que, antes de que tu abuela me dejase en esta ciudad, esta
partida de golf ya estaba agendada?
— ¿En serio? — El chaval miró a su abuela, visiblemente
emocionada.
Steve pasó su mirada a la sra. Johnson con una mezcla de
admiración y ternura.
— Estaba loco para conocer al nieto de una de las mujeres más
guais que he conocido en toda mi vida… Por eso, dale duro. — Steve le
guiñó el ojo a Joshua, que abrió una bella sonrisa de niño.
— Tá bien, tío. — Él levantó su pequeño dedo gordo en señal
afirmativo, respirando profundamente y después concentrándose en dar su
mejor golpe.
Por un momento, el silencio se apoderó de aquel enorme campo de
tal manera que el sonido del viento rondando por las pequeñas colinas era
posible de oírse.
El pequeño Joshua puso en tensión los brazos hacia adelante y
después hacia atrás, acertando la superficie blanca con pequeños agujeros.
La pelota deslizó por el césped blando, haciendo una curva dramática en la
ondulación de la superficie hasta caer de lleno en el agujero, señalado por
una bandera blanca.
— ¿He acertado? ¿A la primera? ¡He acertado! ¡Abuela! ¿Lo has
visto? ¡He acertado! A la primera, abuela. — Joshua saltaba, alegre,
corriendo hacia los brazos de la sra. Johnson.
— Has estado increíble, querido. — La señora Johnson cubrió el
cuerpito del nieto, abrazándolo con fuerza.
Steve y yo nos miramos, probablemente, mis ojos estaban llenos de
agua también, sonriendo debido a la alegría de Joshua.
— ¡Ahora es mi turno! — Anunció Steve y Joshua se puso al lado
de la abuela para verlo.
Steve fue hasta el agujero, se agachó y cogió la misma pelota. Me
pregunté si eso era común en las partidas de golf, pero como no entendía
nada, apenas le vi volver para hacer su golpe.
Él ejecutó su movimiento rápidamente y la pelota se deslizó y paró
cerca al agujero.
Steve caminó hasta la pelota y paró delante de ella, mirándola.
Debería ser muy fácil conseguir llegar al agujero desde allí. Él no lo
consiguió a la primera, pero, sin duda, lo haría a la segunda.
Steve irguió la mirada y buscó mis ojos.
— ¡Julie! ¿Qué te parece meter esa para mí?
— Tás de coña, ¿verdad? — Sonreí sin saber dónde meter la cara.
¿Qué está buscando? ¿Humillarme delante de los niños?
— No estoy de coña. ¡Ven, amor!
Miré a los niños, después a la sra. Johnson, que se ofreció sujetar a
Lux.
Lux aceptó el regazo de Michele sin dudarlo y bajé al césped para
llegar hasta mi novio, que estaba dispuesto a colocarme en una situación
difícil.
— Voy a fallar. — Afirmé, cogiendo el taco.
— No lo harás, amor. ¡Solamente, concéntrate!
— ¿Estás seguro?

Él hizo como si estuviese limpiándose la garganta.


— Totalmente.
— ¿Todavía me amarás si fallo? — Jugué, posicionándome atrás de
la pelota.
— Te amaré aún más, pues eso reforzará la idea de cuan rara eres.
— Procesé su cumplido, y giré el rostro hacia él.
— Ei, ese cumplido no mola. — Repliqué, enfadada.
— La pelota, amor. Por favor, concéntrate. La pelota. — Él hizo un
puchero con la boca, apuntando a la esfera que estaba delante de mí.
Suspiré, intentando evadirme. Miré a la pelota blanca delante de mí,
llevé el taco hacia atrás y golpeé levemente en un lado de la esfera. Casi
cometí la proeza de fallar a meterla en aquel agujero tan cercano, pero, por
suerte, ella resbaló hacia el lado y cayó.
Suspiré aliviada.
Steve se puso atrás de mí, besándome el cuello.
— Enhorabuena, amor.
Giré la cara y unimos nuestros labios en un beso rápido y formal.
— ¿AHORA ES MI TURNO? — Gritó Joshua, ansioso.
— ¡POR SUPUESTO, JOSHUA! — Gritó como respuesta Steve,
sonriendo.
Di dos pasos hacia adelante y me agaché para coger la pelota del
hoyo. Retiré la esfera y parpadeé cuando el reflejo del sol golpeó en algo
brillante.
Miré con más atención hacia dentro de aquel agujero y respiré
profundamente.
— ¡No me lo creo! — Exclamé con un tono de voz agudo, con el
corazón casi deteniéndose.
Llevé los dedos hacia dentro de aquel pequeño espacio y retiré el
delicado anillo con una piedra brillante en el medio.
Me levanté con la visión aún un poco inestable debido a la emoción
y miré a aquel hombre que me miraba atentamente.
— ¿Qué es esto, Steve? — Casi tartamudeé.
— Había planificado este momento para más tarde, pero,
simplemente, no he conseguido esperar. — Dijo él, caminando en mi
dirección, arrodillándose delante de mí.
Él sujetó mi mano y mi pulsación disparó. Él la apretó.
— Julie. Yo sé que estas cosas, a veces, necesitan de un largo
tiempo juntos, pero siento que no me hace falta tanto tiempo — Él hizo una
pausa —, pues no consigo imaginarme al lado de otra persona por los
próximos años… A decir verdad, ni siquiera lo quiero… — Hubo un
silencio, un silencio profundo, antes de que él soltase: — ¿Te casas
conmigo?
Aquella pregunta hizo que todos mis sentidos se destorciesen, como
si yo no estuviese preparada para vivir lo que parecía un sueño
absurdamente feliz. Intenté recuperar mi autocontrol y meneé la cabeza en
señal afirmativo e incesante.
— Sí, mil veces sí. — Murmuré con el extremo de la boca casi
rasgándose en una sonrisa abierta de par en par.
Él cogió de mí el anillo con delicadeza y sujetó mi mano trémula.
Luego encajó el aro con destreza en mi dedo anular y lo besó tardándose en
mi mano.
Steve se levantó en un único movimiento y sujetó la parte lateral de
mi cara.
— Prometo que te haré muy feliz. — Juró él en mis labios.
Enlacé mis brazos en su cuello, deleitándome con las esferas
brillantes tan cercanas a mis ojos.
— Tú ya me haces increíblemente feliz.
Él mostró su sonrisa más perfecta y me levantó en sus brazos.
Agarré su cintura con mis piernas y lo besé con toda mi alma,
olvidándome por completo del mundo a mi alrededor.
No obstante, cuando nos íbamos a besar, los aplausos y los gritos de
la sra. Johnson hicieron con que nos acordásemos de la presencia cercana
de los niños. Sonreímos juntos y dejé un pico formal en los labios de él.
— Creo que podemos dejar eso para más tarde. — Dije, bajito.
— Tienes razón, amor mío. Todavía tenemos una historia entera por
delante. — Él colgó la cabeza hacia atrás y me lanzó un guiño. — Creo que
puedo esperar pacientemente por el próximo capítulo.
Querida lectora, espero que hayas apreciado la lectura de Una Secretaria
para el CEO, en la misma medida que me gustó escribir esa comedia
romántica. Y quería pedirte que dejases tu evaluación, es muy importante
para mi trabajo.

¡Muchas gracias por leer mi libro!

@authorangelamaria

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