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Una Secretaria para El Ceo
Una Secretaria para El Ceo
1ª edición
Copyright © 2021 Ângela Maria
Todos los derechos reservados. Prohibida, dentro de los límites establecidos
por la ley, la reproducción total o parcial de esta obra, o almacenamiento o
la transmisión por canales electrónicos o mecánicos, fotocopias o cualquier
otra forma de cesión, sin la previa autorización de la autora Ângela Maria.
SINOPSIS
Steve Clifford sabe vivir la vida. Dueño de una red de aplicativos de coche,
el CEO se decide a hacer valer la pena su existencia, conciliando el trabajo
con las juergas. Steve también es loco por su hermana más joven y única de
la familia, Romena.
Después de la muerte precoz de su hermana, él se ve obligado a proteger y
cuidar de su sobrina, Lux, cuyo padre la rechazó todavía en el vientre de
Romena. El problema es que Steve no tiene buena mano con los niños.
Julie Evans es una joven niñera, que, por ahora, se encuentra en paro,
después de dejar el jarrón de cenizas de la fallecida madre del ex jefe caer.
A pesar de no tener ni un poco de coordinación motora, la chica tiene un
corazón bueno y servicial.
Todo cambia cuando la secretaria de Steve, la señorita Johnson, pide la
licencia del cargo, por dos meses, para cuidar de la salud del nieto, e Steve
no ve otra alternativa que la de contratar a una secretaria temporal.
Al acompañar a su hermana más vieja en una entrevista de empleo para el
puesto de secretario del director ejecutivo de la Clifford Technologies, Julie
se mete de nuevo en un lío, cambiando completamente su destino.
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ÍNDICE
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
EPÍLOGO 1
EPÍLOGO 2
CAPÍTULO 1
SAN FRANCISCO – CA
Steve: Pueden esperarme, que tío Steve va a pasar por ahí más tarde.
Y no me decepcionen con esa cena, chicas.
Romena: ¡Guaaaay! Entonces te esperamos.
¡Te amo!
¡Si antes era difícil hablar, ahora sí que estaba chungo! Yo estaba
completamente hipnotizada.
CAPÍTULO 3
Me equivoqué.
Susan se quedó instalada en mi mente más tiempo del que me
esperaba.
CAPÍTULO 4
AL DÍA SIGUIENTE
El abuelo me miró por encima del hombro, con las cejas arqueadas.
Hija, fue por eso que tu hermana se sintió mal. Fue en él que mezclé
las hierbas de Robert, debe haber quedado algún resquicio… Robert era el
viejo amigo de mi abuelo, que vivía en la última casa de la calle.
Generalmente, el abuelo preparaba semanalmente una mezcla de hierbas
para ayudarlo con su problema de prisión de vientre.
— Gracias a Dios tú no llegaste a comer los que Julie dejó para ti,
papá. — Me comentó aliviada mamá.
— ¡Gracias a Dios! — Agradecí. — Pero espera. ¿Quieres decir que
no fallé la receta? — Balbuceé.
Mi madre comentó riéndose:
— Solo fallaste a la hora de escoger el recipiente, Julie.
Vi a Susan adentrarse en la cocina con el móvil en la mano.
— Hay algo que no me cuadra, sin duda. — Decía ella, mientras leía
algo en la pantalla del móvil.
— ¿Qué ha pasado, Susan? — Preguntó mi madre, después de
tomarme yo un sorbo de café.
— Me han contratado.
— ¿Contratada? — Me ahogué con el café. ¡Mierda! No había nada
peor que atragantarse con bebida caliente.
— ¿Va todo bien, Julie? — Preguntó el abuelo, preocupado.
— Estoy bien, abuelo. — Respondí, reestableciéndome. — ¿Cómo
es posible que te hayan contratado, Susan?
Al día siguiente….
Horas después
— ¡Ai, Dios mío, Julie! ¡Lo has conseguido! — Fue eso lo que oí de
Susan la noche anterior, cuando llegué en casa y nos encerramos dentro de
nuestra habitación. Me sorprendía el hecho de que ella hubiera creído que
alguna cosa no había salido bien, pues en mi cabeza solo existía una
hipótesis: no ser descubierta.
Si yo hubiese sido descubierta, ¡sería el fin! Tal vez yo hubiese sido
condenada a tener una ficha sucia en la policía por el resto de mi vida, lo
que consecuentemente solo empeora las cosas para mí. Si yo ya estaba con
dificultades para conseguir un empleo, imagina cómo sería con una ficha
sucia. Las personas nunca contratarían a una persona para cuidar de sus
hijos, sabiendo que ella usurpó el nombre de alguien. Cuando consiguiese
explicar que el nombre era el de mi hermana y que fue ella la que me dio la
idea, ellos optarían por alguien de índole aparentemente mejor.
Además, Susan me parecía tan confiada en convencerme a aceptar
hacer parte de ese plan absurdo, que tal vez ella estuviese solamente
centrada en convencerme de eso.
Pero aquí estaba yo nuevamente, en una mañana, después de hacer
mi higiene matinal para ir otra vez a trabajar. Terminé mi ayuno en la
cocina junto a mi madre, el abuelo Charlie y Susan, que aprovechó el
momento para contar la buena noticia sobre mi vida personal. “¡Julie ha
conseguido un empleo en un centro de atendimiento de telemarketing!”
Mi madre y el abuelo Charlie me preguntaron si era verdad, y yo
apenas asentí, pues, al final, necesitaba de una disculpa para librarme de sus
preguntas cuando notasen mis frecuentes salidas por la mañana usando
ropas formarles. Ellos se quedaron sorprendidos y muy contentos y aquello
me hizo ganar el día, aunque me dejase un poco preocupada por estar
envuelta en aquel lío en el que Susan nos metió.
Me tomé el café en sorbos grandes, cubriendo mi estómago con
huevos revueltos, y salí de casa llevando conmigo la carpeta amarilla de
documentos de la secretaría, que traje a casa en el día anterior.
Coloqué el GPS en la dirección que Steve me había enviado por
mensaje y me puse en marcha con mi bebé, que no arrancó a la primera en
aquella mañana, pero algunas intentonas después sí. Eso era lo que
importaba. Hacía ya algunos días que le costaba arrancar, pero, después de
insistir un poco, el motor siempre volvía a gruñir, señalando que estaba más
vivo que nunca.
Conduje hasta la avenida Harrison y paré enfrente a un gigante
edificio residencial. A pesar de mi inexistente experiencia con compras de
residencias en barrios nobles, aquella avenida era perfectamente conocido
por tener uno de los metros cuadrados más buscados por los millonarios de
San Francisco – lo que no era ninguna sorpresa, pues casi todos los pisos de
por allí deberían tener una vista privilegiada de Golden State – una de las
tarjetas postales más emblemáticas de la ciudad.
Me paré al lado del intercomunicador de la portaría y bajé la
ventanilla para explicar:
— Buenos días. Soy Susan. Mi jefe, Steve Clifford…
No hizo falta terminar la frase para que los portones se abriesen,
mientras la voz de al otro lado del intercomunicador respondía:
— Ya está liberada su entrada, señorita Susan. Tenga un buen día.
— Buen día para usted también.
Subí la ventanilla y aceleré hacia dentro de aquel espectáculo de
condominio. Solo con algunos segundos conduciendo por el garaje de
visitantes, noté que mis manos sudaban. ¡Mierda! Hace tiempo que me pasa
eso. – pensé, aparcando al lado de un arbusto muy bien podado. Solamente,
no pienses, Julie. No pienses, solamente eso. Yo repetía eso como si fuera
un mantra, pues, mientras más pensaba, más me ponía nerviosa, entonces
decidí ignorar mi nerviosismo surgido por el hecho de estar cerca de
ponerme delante de Steve, en su piso. Hasta ahora no he conseguido
descubrir el porqué de mis nervios cuando lo veía, tal vez fuese debido al
peso de mi conciencia por estar engañándolo. Susan diría que yo estaba
exagerando.
Cogí mi carpeta amarilla, arreglé la bolsa de tela en mi hombro,
tomé una buena bocanada de aire y cogí bravura para salir del coche.
Miré nuevamente su mensaje, pasando por un porche delantero y
siguiendo el camino que parecía llevar al área de los ascensores.
— 901. 901. 901. — Me repetía a mí misma para no olvidarme.
— Rápidamente encontré el ascensor y, por suerte, no esperé mucho
hasta que las puertas se abriesen.
Entré en la cabina con espejos y apreté el botón del noveno piso.
No tardó mucho tiempo hasta que las puertas se abriesen otra vez,
encontrándome delante de una recepción de aparadores, cuadros y jarrones.
Di algunos pasos hacia adelante, pareciéndome raro no encontrar un
pasillo de puertas, como en los pisos en que yo ya había entrado, no
obstante, andando un poco más, avisté un espacioso salón, que relucía con
la luz de sol que venía del enorme ventanal de vidrio que ocupaba casi toda
la extensión de la pared.
Miré alrededor, observando los muebles modernos que componían
el salón, desde una enorme piedra de mármol negro, que parecía ser una
chimenea eléctrica, hasta el lustre sobre mi cabeza, que parecía una
composición de piedras transparentes que brillaban delicadamente. Los
sofás tenían tonos beiges y las almohadas se alternaban en tonos más
oscuros.
¡Uau! ¡Este piso es bonito de narices!
—¿Srta. Evans?
—¡Mierda!
Mi corazón salto cuando oí a alguien llamándome por detrás. Giré
mi cuerpo rápidamente, dándome de cara con una señora de pelo castaño
claro y de trazos orientales.
—¡Qué susto! — Me llevé la mano al pecho.
— Perdón. Usted es Susan, ¿verdad? — Preguntó ella,
analizándome.
Tardé en reestablecerme, pero, nada más hacerlo, respondí:
— Sí. — Por lo menos, era quien yo decía que era desde ayer.
— Excelente. Yo soy Meryl. Soy la que gobierno este piso. Steve
me avisó de su llegada.
Me aclaré la garganta y ofrecí mi mano.
—¡Ah! Es um placer, Meryl.
Ella miró mi mano como si no le fuera común aquel gesto, pero la
apretó educadamente, diciendo:
— Steve está arriba con Lux y la niñera. En un rato bajará, pero,
mientras eso, usted se puede quedar en la encimera de la cocina, que es
donde la sra. Johnson solía quedarse. El portátil de la sra. Johnson también
se encuentra allá. Incluso, Steve arregló un escritorio aquí para ella, pero la
sra. Johnson no lo frecuentaba.
— Está bien. — Asentí. —¿Dónde está la cocina?
— Ah, claro. Se la mostraré. Acompáñeme.
Ella pasó a mi lado, mientras aprovechaba el momento para socavar
una información de Meryl:
—¿La sra. Johnson venía mucho por aquí para trabajar?
— Casi todos los días de la semana.
¿Eso significaba que tendría que venir aquí casi todos los días?
— Usted me parece joven. — Comentó ella caminando delante de
mí, sin girar su rostro para mirarme.
Sonreí sin convicción.
— Tengo 32 años.
—¿De verdad? Pareces más joven.
— Gracias. — Me aclaré la garganta. — Toda la culpa la tiene la
buena genética de mi familia. — Acrecenté, intentando dejar lo más natural
posible aquella charla.
En un rato llegamos a la amplia cocina, que daba a la visión de una
escalera caracol con placas de vidrio.
— Este es el portátil de la sra. Johnson.
— Gracias, Meryl.
Le agradecí, viendo el aparato encima de la encimera de mármol, y
me senté en el taburete alto, reposando la carpeta amarilla a mi lado.
— El cargador está en el armario, abajo. Ahora, tengo que volver al
jardín de invierno, estoy regando las plantas. Pero llámeme si necesita de
algo.
— Ok. Gracias, Meryl. — Le agradecí, de nuevo. — Creo que
puedo arreglármelas sola a partir de aquí.
Ella asintió, limpiando las manos en la falda larga, y después me
dejó sola.
Miré hacia los lados y me pregunté: —¿Qué hago ahora?
Decidí abrir el portátil de la sra. Johnson y echar un vistazo al e-
mail institucional. Noté que necesitaba imprimir otros documentos que
llegaron por la mañana para firmarlos Steve, pero noté que allí no había
impresora. Claro que no había. Era una cocina.
¡Oh, cielos! ¿Cómo voy a imprimir eso?
Estaba completamente equivocada al decir que podría arreglármelas
sola. Todavía había varias brechas en mi mente para realizar el trabajo de la
sra. Johnson. No obstante, decidí esperar a que Steve apareciera.
¡Y, madre mía! Lo mucho que tardó.
Tal vez hubiese olvidado de que yo estaba allí.
Sin embargo, después de algún tiempo, cuando estaba guardando los
documentos en carpetas, escuché los pasos atrás de mí. Casi
automáticamente, giré mi rostro para mirar por encima del hombro al
hombre descalzo, bajando la escalera, en un pantalón suelto gris y una
camisa blanca que marcaba los músculos de aquel hombre lindo. ¿No le
bastaba con ser muy rico, todavía tuvo la suerte de nacer tan guapetón? De
cierto que Dios tenía a sus favoritos.
Él me avistó mientras caminaba en mi dirección, pasó por mí y
rodeó el balón, diciendo un tanto preocupado:
— Perdón por la tardanza. Estaba con mi sobrina en su habitación,
con la niñera. Después tuve que tomar un baño.
— Está bien. — Asentí, mirando hacia el cesto de frutas al lado.
¡Mierda puta! No consigo mirarle a los ojos. Siempre lo mismo.
De reojo, vi sus manos posaren en su cintura y luego sentarse él en
un lugar opuesto al mío, en el balcón. Inclinó la cabeza hacia el lado, para
que mis ojos encontrasen los suyos.
— Buenas. — Saludó él con la mano, con una media sonrisa en los
labios.
Si antes estaba tímida, ahora mis mejillas estaban pegando fuego de una
manera ridícula.
¡Mierda! ¿Por qué estoy así? ¿Y si él malinterpreta mis gestos, creyendo
que estoy por él? Tenía que hacer algo.
Tragué en seco y sonreí, nerviosamente:
— Hola.
— Quería también pedirte perdón por lo de ayer, por haber
abandonado el escritorio sin avisarte que tardaría. Mi sobrina estaba con
fiebre y tuve que extender mi horario hasta el almuerzo.
— ¡Por Dios! ¿Ella está bien?
— Sí, sí. Ayer vino aquí el pediatra, pasó algunos medicamentos y
hoy ella ha despertado bastante mejor. Y ahora está con la niñera.
— Gracias a Dios.
Él deslizó el antebrazo por encima de la superficie del mármol del
balcón, continuando con los ojos fijos en los míos. Bajó el mirar azul
grisáceo para mis hombros y después resbaló un poco más abajo, y, en ese
exacto momento, no había ningún pensamiento lógico atravesando mi
mente.
— ¿Qué me trajiste en esa carpeta? — Y se aclaró la garganta,
trayéndome de vuelta a la realidad.
— Ah, los documentos de ayer que usted me pidió. — Respondí,
aprovechando para abrir la carpeta.
Pero no pareció que le hiciera mucho caso.
— ¿Estás con hambre?
— Comí antes de salir de casa.
— ¿Qué te parece la idea de actualizarme sobre los e-mails mientras
me preparo algo para comer?
¿Él se prepara su propio desayuno? Ahora sí que estoy sorprendida.
¿Su único defecto era ser mujeriego?
Pensándolo bien, ese ya era un defecto considerable para un
hombre.
Salí de nuevo de mis devaneos para informarle finalmente sobre los
e-mails, mientras él iba en dirección al armario. Al paso que él cocinaba, yo
comentaba, una por una, las informaciones que cogí en el día anterior.
Algunas veces, él tenía que parar lo que estaba haciendo para firmar un
papel, y otras, para autorizarme a agendar reuniones requeridas.
A pesar de sentirme orgullosa de mí misma y conseguir actualizarlo
sobre todo, tenía casi la certeza absoluta de que la sra. Johnson haría aquél
trabajo en la mitad de tiempo que necesité yo.
— ¿Usted tiene una impresora aquí? — Pregunté. — Todavía
faltan documentos para imprimir.
— Hay una en mi escritorio. Pero no necesitas hacer eso ahora,
tienes toda la tarde. — Dijo él desde el otro lado de la cocina.
— ¡Ok! — Respondí, relajando en mi asiento.
— ¿Qué te parece probar mis tortitas? — Me invitó él.
No tuve muchas opciones más allá que la de aceptar. Él me llamó
con un balanceo de la cabeza para juntarme a él en el balcón de formato de
isla en el medio de la cocina.
Me levanté y fui a su lado, cogiendo el tenedor que él me ofreció.
Metí el tenedor en la tortita suave del plato, mojándola en Maple
Syrup. Llevé el pedazo a la boca, saboreando lo mucho que aquel hombre
puede ser disparadamente mejor que yo en la cocina. ¡Caramba, está muy
buena! Tenía un sabor diferente de las tortitas que ya probara, pero estaba
divinamente muy sabrosa.
— ¿Entonces? — Preguntó.
— Está muy buena. ¿Qué es ese sabor que se siente al final?
— Es licor de amarula.
— ¿Eso tiene alcohol? — Pregunté, parando de masticar.
— No se preocupe, srta. Evans. Usted no se va a emborrachar con
una tortita.
Así lo espero. Ahora, lo que me sorprendió fue el hecho de que él
comiese cosas con alcohol en plena mañana. Pero, a decir verdad, a la gente
rica adoraba el licor.
Comí otro poco, solamente porque estaba muy buena. Me relajé,
preguntando.
— ¿Usted vive aquí, solo, con su sobrina?
— Tenemos la compañía de mis empleados durante el día, pero,
resumidamente, somos apenas nosotros dos.
— ¿Sus padres viven en San Francisco? — Pregunté, curiosa. Él me
había dicho que perdió a su hermana recientemente y se quedó con la
custodia de la sobrina, entonces, de repente, me puse curiosa sobre sus
padres. Ellos deberían de tener mucho orgullo del hijo.
— Ellos fallecieron hace algunos años.
¡Joder! ¿Por qué pregunté?
Pobrecito.
Tenía casi la certeza de que mi rostro expresaba mis pensamientos, por eso
él dijo rápidamente:
— Esto ocurrió hace mucho. Superé eso poco a poco con Romena,
la madre de Lux. Ella era mi única familia cuando nuestros padres murieron
y fue una especie de luz que me motivó a seguir adelante y por un buen
camino. — Él suspiró, como si se acordase de algo. — Mi hermana fue una
chica dulce, amable y una buena madre cuando tuvo la oportunidad de
cuidar de Lux. Lo que más me ha afectado en estos últimos días fue su
pérdida.
— Y ahora Lux es su luz. — Aquellas palabras se escaparon entre
mis labios, concluyendo.
— Eso. — Estando de acuerdo, encarándome.
— Lo siento mucho. Y siento mucho también preguntar.
— No hay de que disculparse. — Él miró hacia mi plato,
envalentándome a comer más. — Continúe comiendo. Si se enfría, pierde el
50% del sabor. — Y fue lo que hice, intentando aliviar los efectos que mi
pregunta habrá provocado, aunque él intentase disfrazarlo.
Debería ser horrible perder los padres. Y, después, la hermana.
No conseguía mensurar el tamaño del dolor que Steve sintió.
Yo, por otro lado, nunca tuve un padre presente, pero mi madre y
mis abuelos, cuando mi abuela aún estaba viva, estaban presentes por mí y
por Susan. A pesar de que tuviésemos una vida apretada, siempre me sentía
fabulosamente bendecida sobre la protección de ellos. No imaginaba una
vida diferente, mucho menos con una pérdida tan estructural como la de él.
En un momento de descuido, dejé escurrir el Maple hacia mi mano,
bajando al puño. Rápidamente, Steve cogió un pañuelo de encima del
balcón y limpió la suciedad de mi mano y puño. Él parecía tan concentrado
en hacer aquello, que me quedé retenida en los detalles de su rostro – tan
próximo al mío.
Sus ojos se irguieron, compenetrándome, como si él pudiese agitar
cada molécula de mi cuerpo mientras yo sentía que había desaprendido a
respirar. Bajó la mirada hacia mi boca, apretando los labios de forma sexy.
Solamente cuando él se apartó un poco, mis pulmones soltaron el aire,
sintiendo un alivio inquietante.
Él golpeó levemente la mano en el balcón de al lado, haciendo un
gesto como si estuviese descontento con algo, cambiando completamente el
tono de la charla:
— A pesar de que a la sra. Johnson le gustase trabajar en esta
cocina, usted puede trabajar en el escritorio de ella en este piso. Allí hay
una impresora, así no tendrás la necesidad de quedarte merodeando por las
esquinas de la casa, buscando donde imprimir las cosas. — Él pareció
haberse quede más pragmático en cuestión de segundos.
¿Qué bicho le habrá mordido?
Hasta podría imaginarlo, aunque sería mejor ni imaginar lo que
podría haber sido. Él era mi jefe y yo no estaba ni con un poco de ganas de
tornarme su juguete en esos dos meses. ¡No tenía ningún interés en eso!
Entonces decidí responderle con el mismo pragmatismo:
— ¿Dónde está ese escritorio?
— En este mismo piso, al final del pasillo. — Él se pasó la mano
por el pelo y ahora era él el que no me miraba a los ojos.
— Ok. Voy a coger esas cosas y me voy para allá. ¿En qué horario
puedo consultarlo?
— Mándeme un mensaje.
¿Mensaje?
— Ok. — Asentí con naturalidad. A pesar de parecerme un poco
artificial, decidí no refutar su orden. — Estoy yendo hacia el escritorio de la
sra. Johnson.
En aquel momento, oí una voz femenina aproximándose por detrás
de mí:
— Es hora del segundo biberón de Lux.
La mujer rubia, muy bonita, trajo consigo al bebé en los brazos.
Cuando los ojos de Lux se cruzaron con los míos, ella esbozó una sonrisa
muy acogedora, dejando visible dos dientecillos graciosos, que se quedaron
registrados en mi memoria. Para mí, no había nada más encantador que una
sonrisa de aquellas. Eso tenía el poder de mejorar hasta el peor de mis días.
Ellos entraron en la cocina, pasaron por mí y, antes de que la niñera
atravesase la cocina en busca de algo, Lux aplaudió, echando su cuerpecito
en mi dirección. Ella extendió los brazos gorduchos, como si quisiese mi
regazo.
— ¡Eh, pequeñaja! ¿Quieres irte con ella? — La rubia que la
sujetaba preguntó, mientras Lux gruñía en mi dirección.
Volví a concentrarme y tuve más cuidado cuando fui llenar, otra vez,
el siguiente bol.
— ¿Guay? Guay no es un tipo de respuesta. ¿El CEO todavía
continúa encerrándote dentro de una sala en su piso?
— Salimos ayer.
— ¿Dónde?
— Una fiesta en un barco, él quería cerrar un negocio, pero
finalmente no lo consiguió. — Respondí, rápidamente.
— Que raro.
— ¿Raro el qué?
— Hay algo raro en tu tono de voz y me desviaste la mirada. — Ella
puntuó, estudiándome mientras yo le miraba con el rabillo del ojo. — ¿Ha
pasado alguna cosa más?
— No ha pasado nada. ¿Qué más podría haber ocurrido? —
Pregunté, mirando en sus ojos, y abrí una sonrisa leve.
— No sé. — Suspiró ella. — Debe ser cosa mía. — Ella se resignó,
volviendo a colocar las tapas en los botes llenos de sopa y olvidándose de
aquel asunto.
¡Pues ya está!
Ahora estoy jodida.
Me llevé las manos a la cabeza y miré hacia abajo, intentando
pensar en algo. Cuando de repente el nombre de la señora Johnson me vino
a la mente. ¡Pues claro! Ella había dejado su número conmigo, y yo lo
guardé, después, en la lista de contactos de mi móvil.
Rápidamente, busqué entre mis contactos el de ella y envié un
mensaje, más específicamente un simple “buenas tardes”, para iniciar un
diálogo.
¡Oh, cielos! Ella podría estar ocupada en ese horario, siendo
probable que ni siquiera me respondiese hoy. —Pensé, perdiendo las
esperanzas.
El móvil me vibró en la mano, contradiciendo el pensamiento
negativo que hace un rato me rondaba por la cabeza, haciendo que mis
esperanzas volviesen.
Sra. Johnson: Buenas tardes, Susan. ¿Hay algo que pueda hacer por
ti, querida?
CAPÍTULO 12
Baby, yo
Estoy bailando en la oscuridad
Contigo entre mis brazos
Descalzo en la hierba
Escuchando nuestra música favorita
Yo tengo fe en lo que veo
Ahora sé que conocí a un ángel en persona
Y ella está perfecta
Yo no merezco eso
Tú estás perfecta esta noche.
¡Ni de coña! ¿Más bonito que yo? ¿Qué tendrá ese cabrón que yo no
tenga? ¿Y encima ella le seguía el juego? Oh, ¿por qué, de repente, yo me
sentía tan competitivo en relación al pasado de Susan?
Estaba claro que ella se había enamorado de otros hombres, pero, de
alguna manera, sentí que no estaba preparado para saber de eso. Ella
parecía tan delicada, sensible y perfecta, que ni se me pasó por la cabeza
que un día ella fuera rechazada por un hombre. La verdad era que, como el
hombre con experiencia que soy, no imaginaba que existiese un hombre
digno de tocarla, mucho menos de romper su corazón.
Su madre tenía razón, ella debería alejarse bastante de ese cabrón.
Mientras conducía en silencio y a todo vapor por San Francisco a las
nueve de la mañana, decidí pasarme por Fisherman’s Wharf antes de
dirigirnos al set de grabación. Casi se me olvidaba que, tal día como hoy,
hace tres meses que Romena se había ido y, como yo hiciera en los últimos
dos meses, tomé la decisión de visitar su antigua casa.
Por raro que parezca, yo sentía más su presencia allí que en
cualquier otro lugar, aún más que en su túmulo. Tal vez su esencia estuviese
impregnada en las paredes y muebles, y mis recuerdos aflorasen aún más en
cada cosa que yo tocaba en aquella casa.
— ¿Llegamos? ¿Es en esa casa donde está el set? — Habló Susan
por primera vez desde que salimos de su barrio, en el momento en que
paramos frente al jardín de la residencia de colores beiges.
— Todavía no llegamos. Necesito que te quedes en el coche por
algunos minutos.
— ¿Por qué? ¿De quién es esa casa? — Preguntó ella, mirando
curiosa por el parabrisas.
— De mi fallecida hermana. — Respondí y ella pareció encogerse
de hombros.
— Te espero el tiempo que necesites. — Dijo ella, con un tono de
voz más cuidadoso de lo normal.
Miré sus ojos y agradecí:
— Gracias.
Salí del coche y caminé a pasos largos hasta la escalera de
poquísimos escalones que llevaba a la puerta de entrada, sintiéndome los
pies hundirse en el suelo. Cogí el llavero en mi bolsillo y encontré su llave
entre las mías de la oficina. De pronto, estaba girando la manija de la puerta
y adentrando en aquel lugar en silencio absoluto.
Tranquilamente, anduve hasta el salón y me puse a tocar la
superficie de cada mueble de por allí. Cuando llegué al sofá, deslicé la
mano por la tapicería, que ya poseía una fina camada de polvo, recordando
el día en que ella me contó sobre su embarazo y como estaba feliz por
descubrir que tendría un hijo. En aquella época, no imaginábamos que el
desgraciado de Lamar tenía una doble vida, tampoco que Romena daría luz
a una niña tan linda como Lux. ¡Dios! Lo daría todo para revivir aquel día
otra vez.
Miré hacia arriba, sintiéndome arder los ojos. ¡Joder! Odio llorar. Di
algunos pasos hasta la ventana y me quedé algunos segundos allí,
recomponiéndome.
Para mi sorpresa, escuché a alguien entrar en aquel salón. Desconfié
quien podía ser, pero tuve que mirar por encima del hombro para
confirmarlo y encontré a la pelirroja parada en el umbral de la puerta. Volví
a girar la cara hacia adelante y ella comentó:
— Hacía mucho calor dentro del coche.
— Está bien.
Escuché sus pasos aproximándose y sentí el calor de su cuerpo parar
a mi lado.
— La extrañas mucho, ¿verdad?
Endurecí la mirada y respondí con toda la verdad de dentro de mí.
— Tanto que llega a doler.
Un silencio ensordecedor se formó entre nosotros más una vez.
— Sabes, cuando mis padres me dejaron solo con Romena, nunca
me sentí solitario. — Una sonrisa mecánica se abrió em mis labios y yo no
sabía muy bien la razón por la cual me estaba desahogando. A penas me
vinieron las ganas de decir aquellas palabras. — A decir verdad, la soledad
no es algo que suela sentir. No obstante, después de que ella murió… — Un
nudo se formó en mi garganta. — Me he sentido tan solo. — Pasé la lengua
entre los labios, reteniendo la mierda de las lágrimas. Llorar delante de ella
no era algo que yo quería, entonces intenté mantenerme firme, mirando
hacia la calle de enfrente.
Susan, por su parte, continuaba escuchándome paciente. Cuando ella
pareció notar que nada más iba a salir de mi boca, entonces sus brazos
envolvieron mi cuerpo por la lateral y besó la parte superior de mi brazo.
— Tú no estás solo. — Susurró ella. — Tienes a Lux, a la señora
Johnson…y a mí, por si quieres mi amistad.
Ella me apretó tan fuerte, que de alguna forma sentí todos mis
músculos ampliándose, relajándose, encontrando en su abrazo una
sensación de descanso. Hizo como si yo estuviese, en los últimos tres
meses, sujetando diez kilos en la espalda e intentando ser el mejor tutor
posible para Lux, y no hubiese nadie para curar mi herida aún abierta.
Levanté mi brazo, pasándolo por su espalda y atrayéndola para más
cerca de mí, rompiendo todas las barreras de nuestra relación profesional
para sentirla con todo mi cuerpo y alma. Nos quedamos así por algunos
minutos, lo suficiente para que su calor aliviase todo el dolor causado por el
luto en mí.
CAPÍTULO 18
Mientras Steve conducía, hablaba por teléfono con una ONG que
ofrecía ayuda a las personas víctimas de desastres naturales. Los encontré
después de una busca rápida en Google, encontrando el número de teléfono
de ellos.
Sin duda, ellos sabrían orientarme sobre muchas cuestiones, las
cuales eran nuevas para mí y para las personas de mi barrio. A pesar de que
vivíamos en un país en el que cosas como esa pasaban con frecuencia, no
era algo que yo hubiese visto tan próximo a mi realidad.
— Llegamos. — Avisó Steve a mi lado casi en el mismo instante en
el que encerré la llamada.
Miré hacia adelante y, sin que me diese cuenta previamente, noté
que ya estábamos en mi calle, más agitada de lo normal.
— ¡Muchas gracias por traerme! Y por librarme hoy también. Ni
siquiera sé cómo agradecértelo. — Dije rápidamente, quitándome el
cinturón, y abrí la puerta del coche.
— No tienes nada de lo que agradecerme, es por un motivo noble.
Me las apañaré hoy solo, como ayer. — Él me lanzó una media sonrisa de
quitarme el aliento y quitó las manos del volante.
— Gracias, de todas formas. — Me preparé para salir de su coche y
él cogió mi brazo, dejándome cerca de su cara. Él besó el ladito de mi boca
y dijo, seriamente:
— Mándame noticias.
— ¡Ok! Casi tartamudeé, mareada.
Aunque lo hubiese sentido dentro de mí en el día anterior, la
sensación era que nunca me acostumbraría con la proximidad de sus ojos
penetrantes y la loción masculina que invadía mis narinas todas las veces
que él hacía algo como aquello, comprimiendo mis entrañas y
calentándome la piel.
Él me guiñó un ojo, con una expresión seria clavada en el rostro, tal
vez respetando el momento de lamentación en el que nos encontrábamos.
Salí de su coche con las piernas algo débiles y caminé hacia la acera de
casa. Solo entonces noté que me había olvidado de mi bolsita en el piso de
Steve, no sé exactamente donde, ya que lo único de lo que me acordaba,
prácticamente, era de deambular entre los muebles de la casa de Steve con
el móvil.
Pero no le di mucha atención a eso. Mañana sin falta resolvería eso,
hoy mi cabeza estaría totalmente centrada en intentar ayudar a mis vecinos
y, probablemente, solo descansaría más o menos al final de la tarde.
Horas después
Minutos después
Ella puso una cara de quien ya vivió eso antes y sonreímos juntos.
— Tu propuesta es tentadora, pero, sabes, voy a aceptarla. Es poco
probable que consigas desviar mi atención ahora y, en cierta forma, es algo
que demanda tranquilidad para hablarse. No quiero que des una opinión sin
digerirla o pensarla de la manera correcta.
Ahora, sí, Susan me había puesto curioso. ¿Qué será eso tan malo
que ella desea contarme? De cualquier manera, creí que no nos conocíamos
lo suficiente para que ella quisiese guardar un “gran” secreto.
No obstante, la idea de tenerla conmigo durante más tiempo me
animó, pues yo estaba loco por devorar aquella deliciosa boca nuevamente.
CAPÍTULO 23
¡Respira, Julie!
Me repetía a mí misma mientras atravesaba el aparcamiento del piso
de Steve en plena ocho de la noche. Aunque el horario no fuese muy
adecuado para visitas, teóricamente yo tendría que pasarme al día siguiente
por la Clifford caso yo quisiese aquel puesto, entonces decidí tener aquella
charla con él cuanto antes.
Andar por aquel edificio parecía una tortura después de la última
vez que estuve allí. Mis manos sudaban y mis piernas temblaban solo de
imaginar sus ojos azules grisáceos encarándome.
Cuando llegué al edificio, ni siquiera fue necesario comunicar al
portero sobre mi llegada, él reconoció mi coche de inmediato y me dejó
entrar. Pero después, en el ascensor, me pregunté si no habría sido mejor
pedir que se avisase de mi llegada.
No obstante, temía que él rechazase mi visita. Yo todavía estaba
bloqueada en su Whatsapp y no tenía la certeza de lo que eso significaba. Él
me quiere de vuelta a su empresa, ¿pero no me quiere de vuelta a su lista de
contactos?
Era por eso que deberíamos tener esa conversación, para resolver
esa y todas las otras dudas. Para saber lo que él quería de mí y por qué
quería mantenerme en el escritorio de la Cliffford. Y, tal vez lo que más me
interesaba, yo quería saber si su rabia se había secado.
Las puertas del ascensor se abrieron en el noveno piso,
descortinando el pedazo de salón visible desde allí. Di dos pasos hacia
adelante, antes de que las puertas se cerrasen nuevamente, y seguí hacia
adelante algunos metros más.
En el salón no había nada más allá de algunos muebles taciturnos y
la vista al Golden Gate reluciente en el exterior. Decidí explorar un poco
más, dando algunos pasos en dirección a la cocina, y, cuando estuve lo
suficientemente cerca, mis piernas pararon cuando escuché dos voces
charlando.
— Tú eres un completo mentiroso, Steve. — Dijo la voz femenina
entre risos. — Juras que no te acuerdas de nada de aquella noche, pero a mí
me da que eso no pasa de una mala mentira.
Di algunos pasos hacia el lado, parándome al lado del aparador con
vasos y platos de aluminio y confirmé, de lejos, con mis propios ojos, quien
era la dueña de la voz: Bárbara.
Steve estaba apoyado en la bancada con un vaso raso de whiskey
entre los dedos, mientras la rubia tocaba su hombro con una mano,
insinuándose al jefe.
— De verdad que no me acuerdo. — Respondió fríamente Steve y
dio un trago al whiskey.
En seguida, Bárbara cogió de la mano de él el vaso.
— ¿Quieres que te haga recordar cómo fue aquella noche? — Ella
dio un trago a la bebida acastañada y se lambió los labios. — Como sabes,
bebimos mucho aquella noche. Tú habías acabado de contratarme y Lux se
había ido dormir. Me contaste todos tus problemas y después dijiste que
estabas cachondo como un loco.
— ¿Yo dije eso? — Preguntó Steve.
— ¡Con todas las letras, baby! Después de eso, tú me follaste en esa
bancada y puedo prometerte que estuvo muy rico.
Mi corazón se heló cuando escuché las últimas palabras de Bárbara.
¿Él se la folló?
Él…Él me dijo que se no me envolvía con funcionarias. ¿Pero folló
con la niñera de su sobrina?
¡Qué vulgar!
¡Oh, Dios! ¿Cómo pude creerlo?
¿Cómo pude ser tan tonta e inocente?
Yo era solamente una funcionaria más en su casa y saber eso me
embarulló el estómago y me dolió de una forma irreversible.
Un millón de pensamientos se agitaron en mi mente y todo lo que yo
quería hacer era salir de allí, lo antes posible. De preferencia, sin llamar la
atención de aquellos dos. Mi cabeza giró y mi visión se nubló debido a las
lágrimas que llenaron mis órbitas.
Giré mi cuerpo con todo el cuidado del mundo y limpié los ojos,
topándome, con el brazo, en uno de los platos de aluminio situados en la
encimera.
El objeto, que parecía ser una pieza de exposición de obras de arte,
giró encima del aparador de cristal, provocando todo lo que yo más me
temía en aquel momento: las miradas de ellos.
Steve se giró para averiguar lo que había sucedo y yo petrifiqué
algunos instantes en el lugar en el que estaba cuando su mirada se topó con
la mía.
— Julie. — Dijo él alto y claro. — ¿Qué haces aquí?
Reuní un poco de coraje y mi voz salió ácida al decir:
— Perdóname por importunarlos. Ya me iba.
Naturalmente, mi rostro endureció y di algunos pasos hacia atrás,
girando mi cuerpo y desatando una caminada de pasos largos hasta el
ascensor.
— ¡Ei! Julie. ¡Espera! — Oí su voz atrás de mí, mientras yo
alcanzaba el ascensor. Apreté el botón y me paré delante de las puertas,
esperando con toda la fe del mundo que ellas se abriesen rápidamente.
Pero eso no pasó eso.
Steve me alcanzó y se puso delante de mí, reteniéndome.
Di algunos pasos hacia atrás y él me preguntó:
— ¿A qué has venido aquí?
— A hablar contigo, pero creo que no tengo nada más que decir.
— ¿Sobre lo que querías hablar?
¡Mierda! Las ganas que yo tenía en aquel momento eran de darle una patada
en los huevos, pero respiré profundamente y respondí fríamente:
— Recibí un e-mail sobre un entrenamiento en tu empresa. Quise
saber de qué va todo eso.
Él respiró profundamente también y metió las manos en los bolsillos
de la sudadera.
— Te quiero de vuelta en el escritorio Clifford…
— Yo no quiero.
Él parpadeó con intensidad y sacó una mano del bolsillo para
gesticular para mí.
— No lo entiendo. ¿Viniste aquí para rechazar mi propuesta?
— Sí. Tal cual. Vine a rechazar tu propuesta. — Posé la mano en la
cintura y erguí un poco la barbilla.
— Estarás de coña.
— ¡No! No lo estoy.
Las puertas del ascensor se abrieron finalmente, entonces di la
vuelta hacia él, diciendo:
— Adiós, Sr. Clifford.
Él me cogió un brazo y yo lo aparté inmediatamente, sujetando la
puerta de aluminio para que no se cerrase.
— ¡Suéltame!
— ¿Me vas a dejar así?
— ¿Así como?
— Tú no vendrías aquí solamente para rechazar mi propuesta.
— Pues sí. Vine exactamente para eso.
Solté su mano de mi brazo y caminé para dentro del ascensor,
mientras él se giró, parándose donde estaba, encarándome con un aire
informal. Si no le doy lo que él quiere, entonces estoy feliz – Fue eso lo que
pensé al ver las puertas cerrándose delante de mí.
No obstante, cuando faltaba poco para que el ascensor fuese solo
mío, él metió su brazo entre las puertas y se metió en la cabina, apretando el
botón al lado. Las puertas se cerraron y el ascensor pareció congelarse
completamente. Di un paso hacia atrás, recelosa.
— ¡Ahora tú me puedes contar cual es el problema!
Contuve un suspiro de tensión.
— ¿Problema?
— Me dijiste que tu familia necesitaba de dinero, ¿por qué entonces
no aceptas el trabajo y consigues el jodido dinero? — Él parecía estar
irritándose. — ¿O acaso estabas mintiendo?
Pero no hoy. Él no me iba a irritar con su grosería. ¡Hoy no!
— ¿Mintiendo? ¿De verdad te crees que tengo que aceptar ese
empleo para probar que no estoy mintiendo? ¿Quién eres tú para hablar de
mentiras? ¿Un santo? — Sonreí, amarga. Tú follas con tus funcionarias y
me vienes diciendo que no te envuelves con funcionarias.
— Yo no follo con mis funcionarias. — Dijo él, con la boca
pequeña.
— ¡¿Y Bárbara, eh?! He escuchado todo hace un rato. ¿Lo vas a
negar?
Él cerró los ojos, pareciendo respirar pesadamente.
— No me acuerdo de esa noche, ¿ok?
— No te acuerdas, pero pasó.
— No puedo afirmar aquello de lo que no acuerdo con precisión.
Bárbara nunca me interesó. En aquella noche, me acuerdo de
emborracharme con ella a mi lado, yo estaba aún destrozado con la muerte
de Romena, pero no me acuerdo…
— ¡Eso no tiene la más mínima importancia! — Fui hasta el botón
del ascensor y lo descongelé, apretando el botón del térreo.
Sentí la cabina bajar y decir Steve en mi frente:
— Por lo menos acepta el puesto en mi empresa.
— ¿Para qué quieres contratar a una mentirosa?
— Podemos charlar con más calma.
Miré hacia el panel de led y vi que estábamos casi llegando al
térreo.
— ¡Gracias! Pero dispenso tu cordialidad. Me has herido, Steve,
más profundamente de lo que te imaginas. Venir aquí me hizo comprender
que no quiero herirme de nuevo. Eso es más de lo que puedo aguantar.
Él miró al lado, pasando la lengua entre los labios, una manía suya.
— Está bien, vete.
— Vale.
Él apretó los ojos y dijo, por fin:
— Me gustas, Julie. Me gustaría hacer que te quedases. Pero no
puedo… — Él paró, como si no le fuera fácil decirlo: — Yo no puedo, pues,
en el fondo, no confío en ti.
Eso me rompió.
¿Entonces por qué me quiso nuevamente en su empresa?
¿Sería apenas una manera suya de mantener cerca de sí a una presa a
la que poder llevarse de nuevo a la cama?
—Vale. Yo tampoco confío en ti, supongo que ahora estamos en paz.
— Respondí a la altura.
Felizmente, las puertas del ascensor me salvaron, abriéndose.
— Entonces... ¡adiós! — Dije, esforzándome al máximo para no
llorar delante de él. No quería darle ese gusto.
— ¡Adiós...Julie! — Él se metió la mano en los bolsillos,
mirándome a los ojos desde arriba, y echándose a un lado para darme un
espacio por el que poder salir del ascensor.
Me arreglé la bolsa en el hombro, mirándome momentáneamente a
las zapatillas negras. Erguí la cabeza y salí de aquella cabina, siguiendo
hacia lo lejos, sin mirar hacia atrás. Sabía que estaba haciendo lo correcto,
pero, hacer la cosa correcta era más difícil de lo que pensaba.
Steve no confiaba en mí. Y, tal vez, nunca lo haría.
Sería un error aceptar aquel empleo y correr el riesgo de
envolvernos de nuevo y que eso me destrozase más de lo que ya estaba. Por
eso decidí blindarme, pues no sabía lo que de verdad le pasaba a él por
dentro, pero, en mí, estaba segura de lo visceral que ese sentimiento podría
volverse.
CAPÍTULO 27
Volví al piso y le dije a Bárbara que necesitaba estar solo, pero ella
se negó a irse.
— Yo no me voy de aquí hasta que me cuentes lo que te traes entre
menos con tu exsecretaria.
— Perdona, ¿pero eso qué te importa?
— Todo. Yo llegué primero. En la práctica, somos nosotros los que
tendríamos que tener un lío.
— ¿Qué tontería es esa? — Rozné.
No estaba acostumbrado a ese tipo de cosa. Nunca tuve a una
persona tan osada trabajando para mí como Bárbara, y esa situación ya se
estaba pasando de la raya.
Maldita hora en la que fui beber con esta mujer a mi lado.
— Deberías haberla denunciado por falsedad ideológica.
— ¿Qué falsedad ideológica? No sé de lo que me hablas. — Me
giré en dirección a la bancada y eché lo que quedaba de whiskey del vaso
en el lavavajillas. Aunque yo supiese que se trataba de algo serio, no se me
pasó en ningún momento por la cabeza denunciarla.
—De Susan. Es decir, Julie.
Me giré para encararla con todo el morro posible.
— De verdad que no sé de lo que me estás hablando. Nunca conocí
a alguien que cometiese tal crimen. — Ella resopló y yo fui directo al
punto. — Mira, Bárbara, no me gusta hacer esto, pero creo que en lo
tocante a nuestra relación profesional no nos hemos llevado bien. Necesito
de alguien que simplemente cuide de Lux y no de mi vida. Mañana sin falta
puedes hablar con Meryl. Ella te pagará todo lo que te corresponda por
derecho. Ella pareció sentir un choque de realidad y balbuceó:
— ¿Me estás demitiendo?
— Infelizmente.
— Tú no puedes hacer eso ahora. ¿Quién cuidará de Lux? Mi madre
está de paro en casa.
— Por lo de encontrar otro empleo, tú no te preocupes, intentaré
darte una buena carta de recomendación. Y sobre lo de Lux, creo que puedo
cuidarla mañana por la mañana, cuando se despierte.
— Perdóname. Yo... — Ella miró a los lados, aflictiva. — Prometo
que no me meteré más en tus asuntos personales.
Haberlo pensado antes. A pesar de que no estar acostumbrado a
tener personas como Bárbara a mi alrededor, la conocía lo suficiente para
saber que ella ni siquiera ella se tragaba lo que estaba diciendo.
La única forma de resolver esa situación era cortar el mal por la raíz.
Y fue eso lo que hice en el inicio de aquella noche.
Cuando Bárbara finalmente se fue, subí al escritorio en el segundo
piso, un poco estresado con las tareas administrativas acumuladas en los
últimos días.
Estuve muy disperso en el trabajo y la falta de una secretaria estaba
tornando mi vida profesional más pesada de lo normal, lo que me quitaba la
paz que tanto apreciaba. De alguna forma, aún tenía miedo de contratar a
otra persona, pero, ahora, tenía la certeza de que necesitaba hacer eso
urgentemente.
No obstante, eso no era lo único que me incomodaba en aquella
noche. Eso no era nada cerca de la discusión que tuve con aquella gran
incógnita pelirroja. Ella me pareció orgullosa en exceso, teniendo en cuenta
que se metió en una empresa utilizando el nombre de otra persona.
Golpeé con la mano en la mesa de caoba y mascullé, bajito:
— ¡Al menos podría haber aceptado el trabajo!
Aunque no confiase en Julie Evans, ella me conocía lo suficiente
para saber que yo no podría pensar demasiado en ella si la distancia entre
nosotros no nos ayudase. A decir verdad, aquella pelirroja me hacía
muchísima falta, tanta que nunca pensé que sentiría algo así por alguien a la
que conocía desde hace tan poco tiempo.
Tal vez eso solo fuera ganas de follar, pero, joder, no conseguía
pensar en ninguna otra cola de falda que no fuese la de ella.
Lux había dormido al inicio de la noche, lo que me permitió
relajarme un poco durante la noche. Pero, debido a los últimos
acontecimientos, no tenía como relajarme. Entonces decidí hacer una cosa
útil y dejar la mierda de mi agenda organizada e imprimir los documentos
del e-mail institucional. ¡Y joder! Había muchos de ellos en la caja de
entrada. Sector operacional, sector comercial, departamento de publicidad y
marketing, sector financiero, todos ellos tenían algún documento que
necesitaba de mi firma.
Paré un rato para alongarme y mis ojos dieron de frente con la
discreta cámara instalada en la esquina superior de la oficina. Había tres
repartidas por la casa. Me acuerdo de cuando las instalé, fue después de que
Mark me dijese que sus funcionarios estaban robando datos de la empresa
de su padre en la casa de la propia familia de él.
Claro, nunca desconfié de los míos, pues siempre preferí que pocas
personas trabajasen en mi casa; pero, por precaución, instalé tres.
Si estuviese desconfiado de algo, habría instalado por lo menos unas
treinta.
Pero no fue por eso que aquellas cámaras llamaron mi atención, sino
por otro motivo. Casi me había olvidado que tenía una de esas cerca de la
cocina.
No me lo pensé dos veces y corrí atrás del software de control y
supervisión de esa cámara específica, intentando acordarme del día en el
que estuve bebiendo con Bárbara en la cocina.
— ¡Joder! No me acuerdo del día. — me quejé, golpeando las
manos al lado del teclado. — Fue más o menos una semana después de la
muerte de Romena, en marzo. — Pensé.
Conté los días mentalmente. Después, aceleré los vídeos de los
archivos grabados automáticamente en una pasta del ordenador.
Allí estábamos Bárbara y yo. Aceleré el vídeo un poco más, curioso
para saber la mierda que hice.
Bárbara continuaba a mi lado en la bancada, entre mis dedos estaba
la bebida roja, un Johnie Walker Black Label de 12 años, uno de los
mejores whiskeys escoceses que tenía en mi bodega. Mi tronco se inclinó
hacia arriba de la bancada, poco a poco, hasta estar con el lado de la cara
totalmente colada al mármol.
Bárbara permaneció allí observándome por algunos minutos,
después de que yo me apagase. Ella se levantó y pareció dispuesta a
ayudarme a moverme de la cocina. Me levanté, ebrio, pasando el brazo por
su hombro, y ella me condujo hasta el primer sofá del salón.
Desde aquel ángulo, la cámara no conseguía capturar todo el salón,
pero sí buena parte, lo justo para que yo consiguiese ver a Bárbara
sentándome en el sofá y quitándome la camisa y los zapatos. En seguida,
me tumbé en el estofado y ella se quitó la camisa rosa y la falda blanca que
usaba, quedándose apenas con un conjunto blanco de braga y sujetador. Ella
se tumbó en el espacio vago a mi lado y se metió entre mis brazos,
pareciendo besar mi pectoral.
Aceleré un poco más, buscando algo más, pero, en aquella noche,
solamente dormimos en el sofá del salón. Sin sexo. Sin beso. Sin nada.
Solté un suspiro de alivio.
En aquel momento, el alivio era más fuerte que la rabia que debería sentir
por Bárbara, por dos razones. Primero, pensé que de verdad hubo una gran
parcela de posibilidad de que eso hubiese sucedo, aunque mis instintos me
dijesen lo contrario, pero no pasó nada. Después de eso, debería confiar más
en mis instintos. Y segundo, probablemente nunca más la vería en mi casa
después de dispensarla. Un dolor de cabeza a menos.
El teléfono fijo tocó en la esquina de la mesa y mis cejas se
levantaron, de sorpresa. Aquel teléfono raramente tocaba, en verdad, hoy en
día, él estaba allí casi como de decoración y casi nadie sabía el número,
excepto mis amigos más antiguos. Casi ni me acordaba del sonido que
emitía.
Confuso, lo quité del gancho y atendí, recostándome en la poltrona
de cuero escuro.
— ¿Hola?
Un silencio momentáneo se hizo al otro lado de la línea, pero, la voz
familiar finalmente se hizo presente.
— Estoy aquí preguntándome: ¿qué habrá llevado a Steve Clifford
a su oficina a las diez da la noche?
— Básicamente, me temo que la próxima semana del director
ejecutivo se vuelva un caos. — respondí a la sra. Johnson.
La existencia de Tom River nunca fue tan relevante para mí. Pero,
ahora, él parecía tan irritantemente creído, exhibiendo todos los dientes
blancos a Julie, y yo no me sentía en el derecho de impedir que se fuese con
él al otro de la embarcación.
Pasé la mano por la nuca, viéndolos alejarse, e intenté resignarme
con las palabras que ella me dejó. Pero, joder, en el fondo sabía que no
conseguiría estar anclado allí.
Si tenía que parecer un tonto celoso, pues estaba dispuesto a eso, ya
que, a decir verdad, ningún otro pensamiento se me pasaba por la cabeza a
no ser los que tenían relación con las ganas incontrolables de tener de nuevo
la atención de aquella mujer.
Yo no podía permitir que la distancia entre nosotros se pusiese aún
mayor, entonces, corrí atrás de ella.
La encontré en la parte más baja del yate, cerca del muelle flotante,
al lado de Tom. Los dos charlaban y sonreían cerca de la gente que se
reunía por allí.
Me aproximé y el jodido sonriente me pilló.
— ¿Steve? ¿De nuevo tú por aquí?
Automáticamente, la mirada de la pelirroja se volvió hacia mí.
— Vine a certificarme de que Julie esté bien. — Estiré el labio en
una sonrisa forzada.
— Estoy genial. — Respondió ella, indiferente. — Puedes estar
tranquilo y volver a hacer tus cosas allá arriba.
— ¡Ah, sí, claro! — Metí las manos en los bolsillos. — La verdad es
que arriba está todo muy aburrido. — Suspiré, usando un poco de drama a
mi favor.
— No me parecías aburrido. — Observó ella, semicerrando los ojos.
— A decir verdad, parecía bastante animado cuando te encontré.
Tom se aclaró la garganta e intentó llamar la atención de ella de
vuelta.
— Como te decía, Julie. Puedo acompañarte a ti y a tu hermana de vuelta a
la playa. Así, no habría ningún riesgo de que os quedéis de nuevo a la
deriva.
— ¿En serio? ¿De verdad que harías eso por nosotras? — Los ojos
de Julie brillaron. Incluso, parecía loca por librarse de mí.
— Por supuesto, Julie. No hago nada más que mi papel de hombre,
que es el de ayudar a las mujeres.
¡Desgraciado! Él sabe cómo preparar el terreno.
— Susan aún está arriba con Mark. — Me entrometí, recordándola.
Los ojos de Julie se volvieron hacia mí de nuevo, los del bastardo de
Tom River también.
— Creo que deberías consultar la opinión de tu hermana, ella puede
estar disfrutando del paseo de barco. — Intenté molestarla.
Pareció que por fin algo me salió bien y ella se paró a pensar.
— Tienes razón. Le debe estar gustando a ella el paseo en el barco.
— Admitió ella y se giró hacia el hombre de atrás de ella. — Tom, ¿te sería
mucha molestia dejarme en la playa y luego venir a buscar a Susan?
— No. — Sonrió él, como un bobo. — Claro que no. Hasta sería
mejor. Así podremos charlar más durante el trayecto.
— ¡Qué maravilla! ¿Nos vamos, entonces? — Habló ella sin
ninguna emoción en la voz para el hijo de puta que ya estaba muy animado.
— ¡Vamos!
Para mi desgracia, Tom montó encima del jet-ski del lado en tiempo
récord y le ofreció la mano a Julie.
Antes de que ella pudiese saltar en la grupa de aquel payaso, le cogí
el brazo y gruñí:
— Tú no te vas con él.
Su cuerpo se giró hacia mí y ella replicó con valentía:
— ¿Cuál es tu problema, sr. Clifford? ¿Tienes algo relevante que
decirme? — Cerré la mandíbula. — Pues como veo que no, sugiero que me
dejes en paz.
Un grupo de personas pareció escuchar nuestra conversación y
exclamaron juntos:
—¡Uuuuuh!
— ¿Es real lo que estoy viendo, gente? ¿Steve Clifford acaba de ser
rechazado por una mujer? — Dijo un gilipollas en la proximidad.
— Pues que bien. Eso es para que deje de creerse el más chulo de
todos. — Una voz femenina surgió a continuación.
— Déjate de envidias, Martha. Dices eso solo porque no te lo
conseguiste pillar. — Respondió otra vez.
No desvié la mirada de aquellas personas, pues estaba
excesivamente preocupado en conseguir que se quedase, al mismo tiempo
que ella estaba decidida a irse.
— Casi me olvidaba. — Ella se quitó la camisa y me la entregó.
Me negué a aceptarla de vuelta y ella apenas se agachó y dejó mi
prenda en el suelo.
— No te vayas. — Pedí con dificultad.
Ella me dio la espalda y, nada más hacer eso, los silbidos de los
hijos de puta de atrás se hicieron más sonoros aún. Tom les sonrió, haciendo
con que mi sangre hirviese. Todos los sentidos se comprimieron dentro de
mí y yo no sabía si podría controlarme. Miré al cielo, pidiendo paciencia,
pero que se joda la paciencia.
Pasé mi brazo por su tripa, tirándola hacia mí. Su espalda chocó con
mi tronco y ella estremeció. Rápidamente la giré hacia mi dirección y me
agaché un poco para pasar el brazo entre sus muslos, irguiendo su cuerpo
para mi hombro y cerrando sus piernas en mi pectoral.
Empecé a caminar hacia el pasillo de uno de los lados y ella se
quejó, intentando patearme.
— ¡Suéltame! — Steve, ponme en el suelo ahora mismo. —
Ordenaba ella, alto, agitándose encima de mí.
No la escuché hasta que su pie acertó mis partes bajas, llevándome a
apoyarme a un lado y perder completamente el equilibrio.
En aquel momento, no tuve mucho tiempo para reaccionar, pues
cuando me di cuenta, ya estaba yendo en la dirección del mar mientras
sujetaba a la mujer rebelde en mi hombro, y, en seguida, un estampido se
originó.
El impacto de nuestros cuerpos perforando el agua fue el único
sonido que conseguí captar con mis oídos. No sé exactamente cuándo mis
brazos soltaron las piernas de Julie, pero, cuando abrí los ojos, traté de
buscarla a mi alrededor.
Encontré su rostro asustado debajo del agua y automáticamente cogí
su brazo, de tal manera que me permitió levantar su cuerpo de vuelta a la
superficie. Y fue lo que hice, impulsando nuestros cuerpos hacia arriba.
Escuché la respiración de Julie jadeante cuando entramos en
contacto con el mar, con su cara a centímetros de la mía, mientras que yo
mantenía nuestros cuerpos flotando.
— Yo sé nadar. — Ella se soltó de mi mano.
— ¿Por qué eres tan cabezota?
Ella sonrió, sarcástica, abriendo los brazos para mantenerlos
estables dentro del agua.
— ¿Soy yo la cabezota? ¿Estás seguro?
Bajé la mirada a sus labios rojos y gruñí:
— ¿Cuándo vas a entender que estoy loco por ti?
Aproximé nuestros cuerpos, pegándonos las frentes.
Su dulce mirada tan próxima a la mía, nuestras respiraciones
jadeantes que se mezclaron en una sola, todo eso me llevó a creer que solo
ella existía en aquel momento.
Capturé una de sus manos y la colé a mi pecho, que latía muy
rápido.
— Nada ni nadie se compara a la forma que me haces sentir, Julie
Evans.
Ella se tiró del labio inferior, desequilibrándose, casi hundiéndose.
Sin embargo, mi mano sujetó su brazo antes de que eso sucediese.
— Tengo que volver. — Cambió ella de asunto, deshaciéndose de
nuevo de mi mano, y nadó hasta el barco.
Continué allí, observándola por algunos segundos y en seguida hice
también un esfuerzo para salir del agua.
Julie recibió la ayuda de Tom, que había abandonado el jet-ski y
vuelto al yate, esperándola con una toalla blanca en la mano.
De manera mecánica, apoyé las manos en el borde de la
embarcación y levanté mi cuerpo hacia arriba, sentándome en la superficie
blanca y lisa.
— Voy a llamar a Susan. — Dijo Julie, mirándome desde arriba,
pareciendo más cautelosa.
Su pelo había ganado una tonalidad más oscura al estar mojado y
sus piernas albas parecían más pálidas.
— ¡Ok! —No sabía si ella había dirigido a mí tales palabras, pero
apenas asentí seriamente.
Dejé que Julie fuese buscar a su hermana en paz y recibí la toalla de
la chica rubia y gentil, prima de Mark.
— Gracias, Eva.
— De nada. — Sonrió ella.
Sequé el rostro y continué observando alejarse a Julie, yendo buscar
a su hermana.
CAPÍTULO 32
A la mañana siguiente
Susan miró el teléfono por milésima vez y dijo, con los hombros
encogidos:
— Son las diez de la mañana. Tendría que haberme llamado. Parece
que fue cosa de una noche. — Ella miró al suelo de nuestra habitación y
reflexionó: — Pero valió la pena. Me gustó mucho y eso es lo que importa.
— O puede que él esté durmiendo. — Dijo, arreglándose el pelo.
Mark podría hacer eso con frecuencia. Pero Steve…yo sabía que él
despertaba muy temprano y, hasta el momento, ni siquiera había dado
señales de vida.
— Oh, Julie. ¡Perdóname! ¿Steve tampoco ha mandado mensaje?
— No. Y yo tampoco se lo voy a mandar. — Respondí, terminando
de arreglarme la última mecha rebelde.
— ¡Así se habla, chica! — Sonrió ella y yo intenté retribuirle, pero,
por dentro, estaba llena de inseguridades.
Susan y yo fuimos a la cocina y ayudamos a nuestra madre a
preparar el almuerzo. Corté las legumbres para la ensalada, que era lo que
mejor sabía hacer en la cocina sin el riesgo de intoxicar a nadie; y Susan la
ayudó con el pollo.
Mientras preparaba la ensalada, miraba constantemente a mi móvil,
que estaba encima de la mesa del lado. Definitivamente, ya tendría que
haberme llamado. O, por lo menos, dejado un mensaje nada más llegar a su
piso ayer.
El silencio dice más que mil palabras. — Aquél hecho giraba cual
espiral en mi mente, hundiéndome en un mar de incertezas.
¿Se habría arrepentido de lo que pasó ayer?
¿Sabes qué? Qué se joda.
¿No le gustaba yo tanto cuanto pensaba y me he dado cuenta de eso
solamente ahora?
¡Eso! Qué se joda.
Si él fue capaz de fingir tan bien, debo entender eso como una señal
de que me he librado de algo malo.
Podría haber sido aún peor. No hay nada tan malo en este mundo
que no pueda ponerse peor, ¿verdad?
Corté los últimos trozos de zanahoria y resoplé.
— ¿Julie? ¿Por qué esa agresividad toda? ¿Estás bien, hija mía?
Parpadeé para mi madre, dándome cuenta de que le puse demasiada
fuerza en los últimos cortes.
— Es que yo quería terminar cuanto antes. — Sonreí nerviosamente
y arrastré con las manos las zanahorias hacia el cuenco azul. —Bueno,
¡creo que terminé! Creo que ahora puedo regar las plantas del patio… —
dije yo levantándome.
— Ya las he regado, hija. ¿Qué te parece hacer las compras en el
mercadito mientras terminamos de preparar el almuerzo? Se te da tan bien
eso de hacer las compras…
— Claro, mamá.
Mi madre se sacó el fajo de billetes del último cajón del armario,
donde ella acostumbraba guardar las cosas importantes y, de repente, el
toque monotemático de un móvil reverberó por toda la cocina.
No. No era el mío.
Era el de Susan.
Ella cogió de la bolsa su móvil y casi desmayó cuando leyó el
nombre en la pantalla del aparato.
— ¿Quién es? — Pregunté, curiosa y ansiosa al mismo tempo. —
¿Y entonces? ¿Es Mark?
Ella se agachó un poco y habló con voz anestesiada.
— ¡Es Mark!
Nuestra madre nos lanzó una mala mirada y Susan disparó para
fuera de la cocina, para coger la llamada.
— ¡Ai, ai! ¡Esta Susan!
Sonreí y avisé a mi madre:
— Me voy, mamá.
— Está bien, hija.
Salí con la bolsa de la compra y subí hasta la calle del mercado.
No era ningún problema difícil para mí el hacer compras en el
mercadito, todo lo contrario, era una de las actividades que más me
gustaban hacer.
Mientas colocaba los ítems en el carrito, él estaba ahí, en mis
pensamientos, insistentemente, como una canción pegadiza que se pega en
la mente y se niega a ser olvidada por los próximos días – era exactamente
como me sentía, totalmente vulnerable a las propias emociones.
¡Qué mierda!
Quería darle un puñetazo en la cara ahora.
— ¿Cómo pude creerme tan fácilmente aquello de “estoy loco por
ti” y “creo que no voy a quererme separarme de ti tan pronto”? —
Murmuré. — Argh, soy tan patética. — Me quejé, golpeando en la frente un
paquete de macarrones.
Un chico que trabajaba en el super me miró con una mirada que
denotaba pena y eso hizo con que me recompusiese, haciendo con que
corriese y arrastrase el carrito a la próxima sección.
Pasé, por lo menos, una hora en el mercadito y, como preví, tuve
que pagar más que lo que mi madre me había dado, entonces, completé lo
que faltaba con la parte de pasta que había ganado pegando panfletos. Con
lo mucho que había comprado, valió la pena haber gastado bastante más.
Coloqué todo en las bolsas que traje y pedí al gerente que me dejase
llevarlas al carrito, como siempre hacía, y después volver para devolvérselo.
Él me autorizó y bajé la calle, volviendo para casa.
Cuando me aproximaba de la cocina con las compras, escuché unos
gruñidos de bebé, un sonido atípico en aquella casa. ¿Quién estaría
visitándonos ahora, a esa hora, en un domingo?
Llegué a la cocina y pillé a mi madre intentando levantar a una
niñita rubia en el aire, que se reía a pierna suelta, contagiándonos a todos
con su felicidad. Susan y mi madre rieron, hechizadas, con la risa de la
chiquita.
Mi madre se giró con el bebé en brazos y, cuando pude ver mejor su
rostrito, sentí mis ojos abriéndose más.
— ¿Lux? — Ahora, la que se quedó hechizada fui yo.
—Nhénhém…
— Oh, Dios mío, Lux. — Solté el carrito y caminé hacia ella,
cogiéndola en brazos. —¿Qué haces aquí?
Mi madre y Susan se miraron entre ellas, sonriendo.
— Steve vino a buscarte, querida. A decir verdad, hace poco tiempo
que él salió a buscarte el mercadito. Él dijo que te ayudaría a traer las
compras. ¿No lo habrás visto?
Negué moviendo la cabeza, admirada en ver a Lux en mi casa, con
aquellos dos dientecitos rebeldes a la vista. Apreté a la pequeñaja y sus
bracitos abrazaron mi cuello, en un abrazo delicioso.
— Ella es muy mona, ¿verdad, gente? — Pregunté, boba con la
chica.
— Es una monada. — Dijo Susan.
— Ella es linda, querida. — Estuvo de acuerdo mi madre. —
Además, no lo he entendido, ¿ella es hija de Steve?
— Biológicamente, ella es sobrina de él, mamá. Pero, legalmente y
a los ojos de los demás, él es el padre. — Expliqué mientras Lux se
tumbaba con la cabecita en mi hombro.
— Ei, princesa, ¿te vienes con la abuela? ¿Vienes? — Mi madre
alargó el brazo y Lux sonrió, haciendo impulso hacia el cuerpo de ella.
— ¿Abuela? — Preguntó Susan sorprendida. — Ya estás queriendo
forzar los lazos familiares, mamá.
— ¡Pero claro que sí! Está claro que esos dos están locamente
enamorados, Susan. Tenemos que estrechar los lazos familiares. ¿Verdad,
pequeña? — Mamá sonrió a Lux, que soltó una risa divertida. — A
propósito, Julie, invité a Steve para comer con nosotras. Harías bien en ir
atrás de nuestro invitado, puede que él no haya encontrado el mercadito.
— Es imposible. El mercadito está en la esquina de la calle. —
Afirmó Susan.
— De cualquier manera, vete ya, Julie. Tu abuelo debe estar
volviendo de la partida de ajedrez con Robert. Quiero tener el placer de
tener llena esa mesa hoy. ¡Vete, anda!
Di un paso hacia atrás, con una sonrisa creciéndome en los labios, y
cogí el camino de vuelta a la calle, con prisa, escuchando los golpes
frenéticos de mi corazón.
Abrí la puerta de casa y me situé en la calle, pero paré cuando vi a
alguien salir de un SUV blanco parado al otro de la calle.
El pelo castaño perfectamente delineado, la camisa social bien
cortada y aquella mirada que reconocería en cualquier lugar del mundo. Él
cerró la puerta atrás de sí y yo di algunos pasos hacia adelante, parándome
en medio de la calle, con el corazón latiendo cada vez más deprisa.
Él vino a mi encuentro, mirándome desde arriba.
— Acabo de venir del mercadito. Quería ayudar trayendo las
compras. No te encontré por los pasillos… — De inicio, me pareció un
poco tímido, frunciendo la frente.
— Lo sé. Me lo acaba de contar mi madre. — Dije, balanceando la
pierna izquierda. — Nos habremos desencontrado.
Él contrajo el espacio que había entre nosotros y cogió mi cara con
las dos manos, con delicadeza, acariciando mi mejilla.
Inspiré profundamente y confesé:
— Pensé que desaparecerías.
Los pliegues de su frente se pusieron más profundos.
— ¿En qué cojones estabas pensando? — Susurró él, con una voz de
no creérselo del todo. Su cara acarició la mía mientras me explicaba. —
Tuve una noche agotadora con Lux, que no pegó ojo la noche entera. Nos
fuimos a dormir solamente ahora, por la mañana. — Me mordí el labio
inferior, sintiéndome estúpida. — No hay ninguna posibilidad de dejar que
te escapes. Yo… — Él se detuvo como si aquello fuese difícil de
pronunciar, pero retomó con firmeza: — Yo estoy completamente e
irrevocablemente enamorado de ti, Julie Evans. — Él dijo aquello con los
ojos agarrados a los míos y abrió aquella media sonrisa preciosa, que me
destruía y me tranquilizaba en la misma proporción. — No hay nada en mi
cabeza que sea predomine con tanta fuerza como tú.
Toqué su pecho con las manos y contuve la emoción que estaba a
punto de dominar mis ojos. Él tocó mis labios con un beso y susurró,
cogiéndome por la cintura:
— Tú haces que yo quiera ser un hombre mejor. Me enamoré por
una mujer guapa, dulce y buena. Perdóname si en el punto álgido de mi ira
te hice creer lo contrario y por no haberte dicho que confiaba en ti. Lo que
yo más quiero es tenerte para mí, Julie… — Él me dio un beso más
prologando de lo normal y yo jadeé contra su boca.
— ¿Y si tú me lastimas? — Pregunté, guardando la respiración.
Él me miró a los ojos y juró:
— No lo voy a hacer. Definitivamente, estoy seguro de que no
quiero perderte. — Él dejó un besito en la esquina de mi boca y volvió a
mirarme, como si buscase una respuesta de mi parte.
FIN
EPÍLOGO 1
JULIE
Abrí la puerta del piso, dándole espacio a Julie para que entrase
primero.
Eché un vistazo sobre aquel culo increíble, que estaba de lujo en
aquella falda plisada, pensando en que pronto, muy pronto ella estaría
expuesta para que yo la pudiera contemplar. Joder. ¡Qué mujer maravillosa!
Julie no solo hacía mi pecho vibrar, sino que también todas las ganas que
había en mí.
Los ojos dulces de ella volvieron a encararme después de dar un
vistazo rápido por el salón del piso y preguntó:
— ¿Vienes frecuentemente por aquí?
— Poco, lo confieso. Ya viví aquí cuando la Clifford aún estaba
levantándose.
El piso era menor que el otro en el que vivía, pero también tenía una
buena estructura. Para conservarlo, Meryl enviaba una persona dos veces a
la semana para que lo limpiasen.
— Construí muchas cosas viviendo en este piso. Por eso no he
conseguido deshacerme de él.
— Le tienes una estimación sentimental. — Concluyó ella.
— Sí. — Asentí.
Ella mordió aquella boquita deliciosa y la admiré con atención
desde el rincón. Julie se giró hacia mí y cerró un poco los ojos:
— Quiero conocer la habitación. — Su dulce voz se puso más
densa, sensual. Y yo no pude guardar lo mucho que me gustó aquello.
Le ofrecí la mano, que ella sujetó con firmeza.
Pasamos por los muebles monocromáticos del salón, caminando en
dirección al pasillo de paredes blancas. Abrí la última puerta, dejando que
ella pasase.
Julie observó los muebles de alrededor y miró fijamente para la
cama, dejándome ansioso, ávido para desnudarla y escucharla gemir mi
nombre.
Ella se giró para decir algo, pero, me adelanté besándole la boca,
bueno, devorarle la boca. Ella correspondió, dejándome entrar y chupando
mi lengua de forma obscena. ¡Joder! Como quería que ella estuviese
haciendo eso en otro lugar. Mis manos se llenaron con sus nalgas y las
apreté sin pudor. Ella gimió, probablemente sintiendo mi polla palpitar en
su tripa mientras comía su boca.
— ¡Buenorra! — Gruní.
Me alejé para desabrocharme los botones de la camisa y verla hacer
lo mismo con su falda azul Royal. Sus pelos cayeron hacia el lado,
dándome la imagen de un perfecto ángel, y ella se quedó apenas en bragas y
sujetador de encaje rosa claro.
Ella me miró, con el pecho jadeante, mientras me deshacía se los
pantalones. ¡Madre mía! Mis ojos ansiaron aquel cuerpo voluptuoso, de
senos duros y aquellos muslos definidos. Las pecas que se acumulaban en
lo alto del pecho. Todo en Julie me parecía puro y celestial. Los rayos
solares que entraban por la ventana de al lado solo realzaban todavía más
aquellas curvas perfectas.
Me aproximé a ella, clavando mi dedo indicador en la barra de su
braga, vislumbrando su coño desde arriba. El deseo quemaba mi cuerpo. Mi
polla hasta llegaba a doler dentro de los calzoncillos.
Giré su cuerpo, atrapando sus brazos, de tal forma que hizo que ella
se pusiese de espaldas a mí.
— ¿Qué vas a hacer? — Preguntó ella con un poco de miedo en la
voz.
— Saborear a mi dulce y deliciosa novia. — Murmuré atrás de su
oído y la acosté boca abajo sobre el colchón.
Hundí mis rodillas, una en cada lado de su cuerpo, y me incliné
hacia adelante para dejar un beso mojado en su espalda. Sentí que ella
estremecía.
Deshice la cerradura de su sujetador y le besé allí también, pasando
la lengua y deslizándola por la curva de su espina dorsal hasta llegar al
inicio de su culazo. Bajé el encaje de las bragas por sus piernas y metí dos
dedos en su coño, que estaba mojado por el deseo, prepara para recibirme.
Cogí con mis dedos su nervio rígido y ella ahogó el gemido en la almohada.
— Gime para mí, amor mío. Quiero oír tus gemidos.
Ella liberó la boca y desgarró un gemido alto y sonoro cuando metí
los dos dedos en sus paredes, estimulándola. Sus piernas se sacudían y yo
tuve la sensación de que ella no aguantaría mucho tiempo y se correría en
mi mano. Pero yo no quería eso. Quería verla derramándose conmigo
dentro.
Di un paso para fuera de la cama y cogí un condón de dentro de la
cartera en mi pantalón y volví hacia Julie, vistiendo mi miembro y después
posicionando sus piernas para que ella pudiese recibirme. Pincelé el glande
en su punto mojado y la penetré profundamente, viendo sus venas saltar y
un gemido desgarrarse.
No me contuve cuando le entré. Ella apoyó los brazos cerca de la
cabecera de la cama y empecé a estocarla en una candencia creciente.
Hubo un momento en que nuestros cuerpos se movieron en un ritmo
perfecto, rápido y duro, mientras tenía un poco de visión de sus senos duros
balanceándose de frente al colchón. Cuando sentí sus paredes vibrar y
contraerse en mi polla, presumí que ella estaba a punto de colapsar. Ella se
corrió primero y yo en seguida también, aullando.
Caí a su lado, jadeante y miré para su dulce cara, cubierto por el
sudor.
JULIE
@authorangelamaria