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La dignidad de los objetos de andar por casa (un museo).

Una crítica de la exposición Giro gráfico. Como en el muro la hiedra del Museo
Nacional Centro de Arte Reina Sofía, por Al García Rodríguez.

Giro gráfico es el esfuerzo conjunto de artistas, colectivos de activismo político


e investigadores que salió a luz en el museo Reina Sofía de Madrid hace apenas un mes.
Se trata de un recorrido, a modo de hemeroteca, principalmente de los artefactos
utilizados durante las manifestaciones y luchas que siguieron a las múltiples
inestabilidades sociales de países de América Latina en los últimos cincuenta años. Así
es que encontramos pancartas, grabados, e incluso tapices, que trazan la historia de
organización, oposición y fuerza que exhibieron estos grupos en la persecución de un
tiempo mejor. Asimismo, se hacen patentes los intereses que condujeron dichas luchas:
desde la destrucción del régimen pinochetista chileno, a la reivindicación de las
personalidades queer, a la desocupación nicaragüense de los Estados Unidos durante la
revolución sandinista, las salas están colmadas de artefactos de todas las formas, colores
y texturas, ofreciéndonos una oportunidad excepcional para situarnos en el momento y
rememorar. Concluimos que es imposible mantenerse indiferente a la energía que
emanan estos objetos llenos de pena, ira e indignación, pero también progreso y
dignidad.

Es muy notable que todas las —ahora— obras expuestas tienen una relación
especial con lo gráfico. Toda su estructura está planteada para verse, y su mensaje no se
transmite de otra manera. Desde los recuerdos amargos de los zapatos con mensajes
inscritos en las suelas (traídos de la exposición Huellas de la memoria, 2014, en
México) que relatan el dolor de haber perdido a sus hijos pequeños y denuncian a los
responsables, hasta las grandes pancartas en forma de vela de barco o “arseñales”
utilizados en las revueltas parisinas en contra de la persecución de activistas y artistas en
Argentina, de las que se conservan tanto manifiestos como documentos de fabricación,
las imágenes poseen un papel principal en la construcción de una narrativa, a veces sin
palabras siquiera, que sirvió de fundamento teórico del activismo. Pasacalles, en los que
las calles quedan empapeladas con carteles satíricos y consignas revolucionarias.
Marchas en las que el suelo queda revestido de plegarias y denuncias. Formas de
expresión visual, que en el museo quedan reconciliadas finalmente con su carácter
artístico. Esto no son “bellas artes”. Esto es el cementerio de las esperanzas de una
madre por encontrar a su hijo, de una juventud desesperada con el panorama político de
su tierra, de una tierra cansada del maltrato sistemático. Merecen ser tratadas con
dignidad, y es casi cruel pensar que esa dignidad sólo ha podido encontrarse en el
mismo edificio que cuelga el Guernica tan sólo unos metros más allá. Nada parece más
apropiado. Concluimos que no nos encontramos en un museo, y que lo que hay aquí no
es arte. Al menos no como lo habíamos pensado hasta ahora. ¿No será que se nos escapa
algo? Sabemos que el arte tiene un enraizamiento en la condición humana por entero, y
por tanto plasma desde su mayor júbilo hasta el horror más abismal. Esto está presente
en Giro gráfico. Sin embargo, no nos parece lo mismo que —por ejemplo— los
Girasoles de Van Gogh. No nos parece que se hicieran para lo mismo.

Esta pequeña reflexión cala en lo más profundo de la condición de cualquier


exhibición de arte, planteándose de forma general en la fórmula “y, esto ¿por qué es
arte?”. En otras palabras, por qué merece el cuidado, mimo y atención que damos a lo
que sí tomamos como tal. No deja de ser una cuestión de convencionalismos que
siempre ha atravesado la historia del arte, cuyo ejemplo más significativo fue la
consideración del arte vanguardista del siglo pasado. Para Giro gráfico significa cómo
tomarse en serio una exposición, que abarca una planta entera del recinto, en la que lo
más usual no es encontrarse pinturas, fotografías y esculturas, sino útiles y
herramientas, carteles, pancartas, y objetos varios en general. Una exposición que sin
embargo está claramente llena de Historia, con mayúscula, y que exuda dignidad y
fuerza por los cuatro costados. ¿Basta con eso?

El arte, uno de los últimos estadios del espíritu previo a su desenvolvimiento


final; la institución situada en frontera entre la desobediencia y la adoración del canon;
el espejo caprichoso del mundo; la elegía de la utilidad… En esto que encuentro en su
templo los zapatos colgados de una madre que busca a su hijo muerto, y no puedo
apartar la mirada. “Esto no es arte”: el arte es fuerza de vida, el arte está condicionado y
el ojo inocente no existe. Nos hemos liberado de nuestra ingenuidad y ya no buscamos
ocio en el arte, siquiera visión. Giro gráfico, enfocada a esto último, se desliga de la
mirada institucional de las Bellas Artes, y sólo es recuperada en el museo,
transformándolo, como vector de una llama revolucionaria cuyas ascuas, quizá hoy más
que nunca, deben reavivarse.

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