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CERVANTES
Q 2.340

ESTUDIO HISTOBICO-CRITICO

sobre las

NOVELAS EJEMPLARES DE CERVANTES


POR EL DOCTOR

Director y Catedrático del Instituto Alavés

OBRA PREMIADA POR EL ATENEO DE MADRID

Y PUBLICADA A SUS EXPENSAS

VITORIA

Establecimiento Tipográfico de Domingo Sar


1001
(¿S/Seecmo. Sí. S. (2"ScMce/íno

Qy/¿/e n en e/ex y Se/ayo, en ¿eó¿¿-


mo-núo o/e /eei/f y c/e¿¿n¿etedcic/a-
a,m¿o¿at/ e/e ineió- e/e ve¿n¿¿o¿nco

a-ño&j ¿¿ene A /íomez< e/e e/ee/¿cab


eo¿a- oú/ta-, ou má& Aum¿/e/e y

en¿uo¿aú¿a- rza/mú^a-e/o^,

yZ¿/¿án Qj//¿i4>a>¿K.
Don Aldolfo Bonilla y San Martin, Secretario
1.° del AteneoCientífico, Literario y Artís¬
tico de Aíadrid.

Certifico: Que de conformidad con el Dictá-


men emitido por unanimidad de votos por el
Jurado calificador compuesto de los señores
D. José Echegaray, D. Marcelino Menéndez y
Pelay'o, D. Emilio Cotareío, D. Rafael Salillas
y D. Ramón Menéndez Pidal, el Ateneo, reunido
en Junta General extraordinaria el día 26 de
Enero de 1901, acordó conceder prémio en el
concurso Charro-Hidalgo, correspondiente al
período ele 1898-1900, á la obra presentada
por D. Julián Aprcáz, acerca del tema: Estudio
histórico-crítico de las novelas ejemplares de Cervantes.
Madrid 27 de Enero de 1901.
V.° B.° Adolfo Bonilla y San Martin.
El Presidente,
S. Moret.
ADVERTENCIA

Para el desenvolvimiento del tema «Estudio


crítico-liistórico de las Novelas ejemplares de Cer¬
vantes,» propuesto por el Ateneo de Madrid á los
aspirantes á uno de los premios Charro-Hidalgo
correspondientes al año de 1900, nos atenemos al
plan más sencillo que la lógica nos ofrece. Efecti¬
vamente, siendo así que la definición, división y
clasificación, funciones de todo sistema científico,
son paralelas á las leyes generales del pensamien¬

to tesis, antítesis y síntesis y á la unidad, variedad

y armonía, condiciones esenciales en todo organis¬

mo; dividiremos nuestro trabajo, con arreglo á este


patrón, en tres secciones, que responden exac¬
tamente á la unidad, variedad y armonía, á la
definición, división y clasificación y aun á la tesis,
antítesis (1) y síntesis; secciones que en la doctrina
general de la ciencia se denominan parte general,
parte especial y parte orgánica y en términos vul-

(1) En lugar de la antítesis ó confutación, que queda diluida


en diferentes partes de nuestro trabajo, sin constituir una
especial, hacemos que el procedimiento analítico preceda al
sintético.
gares principio ó introducción, cuerpo ó medio de
la obra y fin ó resumen. (1)

Con este sencillo plan ó disposición, con em¬

plear estilo más didáctico que polémico y con


un
no
perder nunca de vista el objeto único que en
nuestro estudio nos proponemos, abrigamos la

esperanza de que no nos alcance la justa censura


de maese Pedro al sabihondo de su criadillo, intér¬

prete de los misterios del retablo: «Llaneza, mu¬


chacho, no te encumbres, que toda afectación es
mala y no te metas en contrapuntos, que se
suelen quebrar de sotiles,»

(1) En la imprescindible necesidad en trabajos de este lina¬


je de distraer constantemente á los lectores con notas diversas,
dejamos para un Apéndice todas las bibliográficas, aprove¬
chando al propio tiempo la ocasión para presentar una lista,
por orden alfabético, ele cuantos autores se citan en el texto de
esta Memoria.
Primefa pafte

De la novela en general.—Cervantes novelista.—Publica¬


ción de las descripción de la edición
Ejemplares y
princeps.—El códice de Porras, ó la «Compilación de
curiosidades españolas.»—La Tia fingida es de Cer¬
vantes.—Eiiciones y variantes.—¿En qué concepto fué
Cervantes el primer novelador español?—¿Qué hay
acercade la moralidad en la novela?—Entusiasmo por
las Novelas ejemplares en todos los tiempos.—Criterio
que seguimos para juzgarlas.—Valor histórico que
puede concederse á todas las obras cervánticas.—Te¬
meridad de algunos comentadores de Cervantes, y pru¬
dente parsimonia que debe guardarse en este punto.

a natural inclinación del hombre hacia lo ma¬


ravilloso, es indudablemente el origen filosófico
de la novela; y como quiera que esta propen¬
sión se ofrece todavía con mayor relieve en los niños,
natural es también que en la infancia de las sociedades
aparezca ya el germen de este género literario, que
tan asombroso desenvolvimiento ha alcanzado en los
tiempos modernos. Otra tendencia noble y grande del
espíritu humano, su ansiedad por un mundo mejor, al
hallar insuficiente todo cuanto nos rodea, ha contribuido
asimismo, según el insigne Bacon, al gusto por las no¬
velas. Si, pues, este género literario tiene raíces tan
profundas, como son las que radican en la misma natu¬
raleza humana, es lógico suponer que en todas las
sociedades han de presentarse algunas manifestaciones
novelescas, siquiera sea en forma fragmentaria.
Así lo comprueban, en efecto,los historiadores de las
letras, hallando en primer término en el Oriente ciertas
muestras de esos atisbos, por más que allí, la inclinación
de aquellos pueblos á la alegoría y al símbolo contribuye
á que las primitivas invenciones poéticas tomen un
rumbo diverso, aunque con no pequeñas analogías con la
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novela; representando y reflejando la parábola y el


apólogo estas dobles aficiones maravillosas y simbólicas
de los orientales.
La verdadera novela hace su aparición primera en la
bella región de la Jonia, intermediaria entre el Oriente
y el Occidente, en las lascivas fábulas milesias; presenta
algo más tarde un brillante modelo en el Asno de Lucia¬
no de Samosata; encuentra
luego cultivadores entre los
latinos Petronio y Apuleyo, y halla por fin no vulgares
representantes (en la decadencia de las letras griegas)
en los bizantinos
Heliodoro, Aquiles-Tacio, Longo, Je¬
nofonte de Efeso, etc.; revistiendo casi siempre estas
muestras del género novelesco un carácter amatorio,
envuelto entre aventuras extraordinarias y maravillosas
para recrear el ánimo, aunque de vez en cuando adver¬
timos también algún asomo del género pastoral. Justifi¬
can y explican de todos modos la ausencia de novelistas

en los siglos de oro de Grecia


y Roma, la casi falta de
existencia de la vida privada en esas civilizaciones, su
distinto modo de entender la social respecto de nosotros,
V sobre todo la índole especial del arte clásico, que
no
daba lugar á la intrincada complicación del género
novelesco, suplido en gran parte con el teatro.
Los ideales de los tiempos medios fomentaron el des¬
arrollo de las novelas caballerescas, ramas de las cuales
son las heroicas, y las pastoriles, más calificadas de

églogas en su tiempo. El aspecto cómico de la vida tuvo


asimismo cabida en este género, y el estilo jocoso, el
satírico y aun el humorístico se pusieron á su servicio:
los fabliaux de los troveras franceses y los cuentos del
Bocaccio pueden en cierto modo considerarse como las
fuentes de la novela cómica, viniendo después \n picares¬
ca
y la de costumbres en todas sus formas. (1)
He aquí el verdadero estado de la novela al consa¬
grarse Cervantes á erigir en su madurez el delicado
monumento literario de sus
Ejemplares¡jcuando ya sus
anteriores ensayos, especiales circunstancias
y antece¬
dentes personales, le habían puesto en condiciones de

(1) Las noticias de este rápido bosquejo son las comunmen¬


te recibidasrespecto á los antecedentes de la novela, desde
Huet, el célebre Obispo de Avranches, hasta Menóndez y
Pelayo, D.a Emilia Pardo Bazán y los últimos tratados de
Preceptiva literaria.
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acometer tamaña empresa. Cierto: las brillantes aptitu¬


des de Cervantes para la novela estaban patentes desde
lapublicación de la Galatea, tal'vez comenzada durante
su cautiverio, en que tanto le consolaron las musas, y
seguramente concluida, según confesión propia, bastante
tiempo antes de presentarla á la aprobación á fines de
1583 ó primeros días del 84; pues aun prescindiendo de
que la misma obra es una novela bucólica, bien que in¬
completa, con varios de sus episodios, y muy princi¬
palmente con los de los amores de Timbrio y Nísida,
Silerio y Blanca, había para formar más de una patética
ó interesante novela de carácter. La acogida que todas
las personas de gusto hicieron á la Galatea, al aparecer
en letras de molde en 1585, alentó ya para toda su vida

á Cervantes á dedicarse á hacer novelas, aunque su


predilección, por el pronto, le llevase por los rumbos del
teatro. Pero transcurren veinte años, decaen sus ilusiones
de autor dramático, y con objeto de tomar el pulso á la
opinión, algún tanto hastiada ya del género pastoril,
incluye en el Quijote, amén délas más justificadas aven¬
turas del Cautivo, su primorosa novela El curioso imper¬
tinente, que es de presumir tendría escrita con absoluta
independencia de sus concepciones quijotescas y por
consiguiente antes de 1604; y entonces es cuando, en
vista de la gran aceptación que mereció este delicadí¬
simo cuento, pensó resueltamente en aumentar el nú¬
mero de los que tenía á la sazón compuestos (desechan¬

do alguno ó algunos otros,) y completó una colección de


una docena, que (según la descripción bibliográfica que

ponemos á continuación,) presentó ya para las licencias


necesarias en 1612.
£1 ejemplar de la edición princeps, que detenidamente
hemos examinado, perteneciente á la Biblioteca nacio¬
nal, es un octavo de doce hojas sin foliar y 274 foliadas.
En la primera plana ó portada dice «Novelas J exémplares
I de Miguel de | Cervantes Saavedra. Dirigido á D. Pedro
Fernán j dez de Castro, Conde de Leímos, de Andrada y
de Villalva. ! Marqués de Sarria, Gentilhombre de la Cá¬
mara de su ¡ Majestad, Virrey, Governador, y Capitán
General ¡ del Reyno de Ñapóles, Comendador de la
En ¡ comieoda de la Zarza, de la Orden ! de Alcántara
j Año (aquí el conocido escudo del impresor Cuesta)
1613 ¡ Co" privilegio de Castilla, y de los Reinos de la
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Corona de Arago [
En_ Madrid, por luán de la Cuesta:
Véndese en casa de Fracisco de Robles, librero del Rey
nro Sor.» En el centro de la segunda plana pone: «En
Madrid | por Juan de la Cuesta | Año MDCXIII.»—
2.a hoja. «Tabla de las Novelas: La Gitanilla, El Amante
liberal, Rinconete y Cortadillo, La Española Inglesa, El
Licenciado Vidriera, La fuerza de la sangre, El Zelosó
Estremeño, La Ilustre fregona, Las dos Doncellas, La
Señora Cornelia, El Casamiento engañoso, La de los
perros.»—En el mismo folio, á la vuelta. «Feede erratas.
Tassa» de 71 pliegos, que á 4 maravedís cada uno «mon¬
ta ocho reales y 14 maravedís en papel,» 12 de Agosto
de 1613.—3.a hoja. Traslado al P. Presentado fray Juan
Bautista, firmado por el doctor Cetina á 2 Julio 1612—
Aprovaciones: de fr. Juan Bautista 9 Julio id; del Dr. Ce¬
tina id, id. y de fray Diego de Hortigosa á 8 de Agosto
1612—4.a hoja. Otra aprovación, por encargo del Consejo
de Aragón hecha á 31 de Julio de 1613, por Alonso Ge¬
rónimo de Salas Barbadillo. Vuelta de la hoja 4.a y toda
la 5.a; suma del privilegio de Castilla al autor por diez
años, Madrid, 22 Noviembre 1612. «Yo el Rey.» Por
mandado del R. N. S. Jorge de Tovar.—6.a hoja y pri¬
mera plana de la 7.a Privilegio de Aragón por diez años.
San Lorenzo el Real, 9 Agosto 1613 etc.—Vuelta de la
7.a hoja, 8.a y 9.a; Prólogo [ al Lector.—Vuelta de la
hoja 9.a y hoja décima. Dedicatoria al conde de Lemos
suscrita por el autor en Madrid, 14 de Julio de 1613.—
Hoja 11 recto: Soneto del Marqués de Alcañices: verso,
dos décimas de Fernando Bermudez de Carvajal.—Hoja
12: Sonetos de D. Fernando de Lodeña y Juan de Solis
Mexía.=Al folio I comienza el texto con la Novela, | de
la Gitanilla y en todos los títulos sigue precediendo la
palabra Novela, incluso en el último, en que dice tex¬
tualmente: Novela, y Colo \ quio que pasó entre Cepión y
Ber | gama etc. etc.
Nos ha parecido muy conducente esta nimia indicación
bibliográfica del texto genuino que vamos á examinar,
porque no han faltado las supresiones y variantes de
diversa índole en las ediciones posteriores, en algunas de
las cuales, partiendo de la de Arrieta, amén de ciertas
alteraciones parciales, se ha llegado á cambiar audaz¬
mente el plan del autor, dislocando las partes del mismo,
ó sea trasponiendo el orden de las novelas.
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Bien es verdad, y en buen hora sea dicho, que como


estas salieron de manos del autor mucho más correctas
por todos conceptos que las primitivas ediciones del
Quijote, (1) no han hecho en ellas presa los comentadores
como en este libro inmortal: habiendo además la ventaja
de que para dos de las novelas ejemplares disfrutamos
de otros textos, con no pocas variantes, copiados de sen¬
dos manuscritos muy anteriores á la edición princeps,
los cuales pueden servirnos, ya que no para corregir lo
que definitivamente y en uso de su libérrima voluntad
quiso Cervantes que fuese el texto definitivo, para expli¬
carnos, sí, auténticamente, determinados conceptos su¬
yos, las evoluciones de su creadora fantasía y hasta la
última lima en punto á su moralidad escrupulosa.
En efecto, en una Miscelánea de varios papeles copia¬
dos de mano (en 241 hojas sin foliar), que por los años
de 1606 recogía en Sevilla el licenciado Francisco Porras
de la Cámara, Racionero de aquella catedral, intitulada
«Compilación de curiosidades españolas,» se comprendían
las novelas de Rinconete y Cortadillo y el Zeloso extreme¬
ño con bastantes variantes respecto á las impresas, y á
más la novela de la Tía fingida, con otros dichos agudos,
sentencias, cartas jocosas, etc., etc.; todo lo cual enviaba
el colector al Arzobispo D. Fernando Niño de Guevara,
para que pasase entretenido las siestas del verano, en
Umbrete; siendo indudable, por lo que hace á las novelas
cervánticas, que serían unas de tantas copias como
andarían en manos de los curiosos de Sevilla en los
últimos años de la décima sexta centuria. Esta Miscelá¬
nea, que perteneció al Colegio de jesuítas de Sevilla
hasta la expulsión de la Compañía, pasó "luego á la
biblioteca de San Isidro de Madrid, donde la reconoció el
erudito D. Isidoro Bosarte, á la sazón encargado de la
formación del catálogo de dicha Biblioteca, y años des¬
pués Secretario de la Real Academia de San Fernando.
El Sr. Bosarte dió cuenta de su descubrimiento en una
carta fechada en 30 de Mayo de 1788, que por su mucha

(1) No deja de haber, sin embargo, buen número de erratas


en dichas Ejemplares, tanto en la edición primitiva de 1618,
como en la de 1614, también de Madrid D. CavetanoRosell, en
el tomo 8.° de las Obras completas 2.° de las Ejemplares, pone
casi todas las variantes qne resultan de la comparación de
ambas ediciones de Cuesta.
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extensión hubo de insertarse en dos números del Diario


de Madrid, correspondientes á los días 9 y 10 del inme¬
diato Junio, y en la cual carta, sin atreverse á quitar re¬
sueltamente á Cervantes la paternidad de sus dos nove¬
las (escarmentado sin duda por la fraterna enderezada
por Sánchez á Estala, de que con cierta timidez hablaba
el propio Bosarte en otra carta que se había insertado
en el mismo Diario el 23 de
Mayo), hace el descubridor
del códice tales elogios de Porras y zahiere de tal modo
á Cervantes en sus definitivas correcciones, que cla¬
ramente se echa de ver lo solapado de sus observaciones.
En Agosto y Septiembre del mismo año (y estas fechas
eran completamente desconocidas hasta ahora, desde
que Pellicer las embrolló en 1797 (1) en la Vida de Cer¬
vantes) aparecieron el Rinconete y el Zeloso de Porras en
El gabinete de lectura española, revista anónima publicada
por el mismo Bosarte en diversas imprentas y distintos
años (siempre sin fecha); y como quiera que estas dos
novelas venían precedidas de sendos preámbulos, siguie¬
ron siendo estos igualmente
despectivos para-Cervantes
en el cotejo de las diferencias existentes entre las ejem¬

plares publicadas en 1613 y la nueva edición tomada del


códice del Racionero sevillano.
Pero acabamos de hacer mérito de La Tia fingida, como
una de las obritas de la colección de Porras,
y ya que
desde 1814 anda impresa como cervantina y desde 1821
viene figurando sin interrupción en todas las ediciones
completas de las Novelas ejemplares, fuerza es, puesto
que la costumbre hace ley (y aunque sea contraviniendo á
los deseos de Cervantes), que demos también cabida en
nuestro estudio á la hija exheredada, comenzando por
historiar en breves palabras su aparición en el mundo
de las letras.
Natural es que el primero que diese noticias de La Tia
fuese su propio comadrón, y efectivamente en la carta
á que hace poco nos hemos venido refiriendo y en la pri¬
mera parte inserta el día 9 de Junio, lo hace en los
siguientes términos: «Con estas (Rinconete y el Zeloso,

(1) Pág\ 137 de la ed. de 1800, que es la que á la vista te¬


nemos. Para más detalles acerca del códice de Porras, véanse
mis Curiosidades cervantinas en el «Homenaje á Mcnéndez
y Pelayo,» Madrid, 1899.
9

coleccionados por Porras), anda otra novela intitulada:


La Tía fingida, caso que sucedió en Salamanca el año
de 1575. Pero como ignoro si esta novela se ha impreso
alguna vez dejaré por ahora de hablar de ella.» Poste¬
riormente, la mera circunstancia de hallarse esta no¬
vela picaresca en el mismo códice que las otras dos
debió de sugerir á D. Isidoro la ideade si tendrían las
tres el mismo padre; conferiría probablemente esta su
sospecha con otros literatos y estudiando concienzuda¬
mente el ms. advirtió ya en él notorias semejanzas de
estilo con otras obras cervantinas; decidiéndose por
creer que era una de aquellas obras que según se lee en
el mismo Prólogo de las Ejemplares andaban descarria¬
das y quizá sin el nombre de su dueño Al efecto escribió
unas notas explicativas, con ánimo de publicar con
ellas la Tía como obra de Cervantes; pero los viajes
que al poco tiempo hubo de emprender, siguiendo sus
aficiones arqueológicas y por último los achaques de
sus últimos años, fueron parte para que desistiera de
esta labor; mas habiendo facilitado una copia (bien
que mutilada) á D. Agustín García de Arrieta, éste la
publicó por fin en 1814 en su Espíritu de Miguel de
Cervantes, en cuyo prólogo nos cuenta lo más sustan¬
cial de lo transcrito, dando también por completamente
seguro que La Tía era de Cervantes; aunque cayendo
en el error de suponer, al tener noticia de que había
otra copia más completa que la suya, que el propio
Cervantes había sido el expurgador de sí mismo.
En el año de 1810 el bibliotecario de la de Sañ Isidro,
presbítero D. Pedro Estala, había ya franqueado el có¬
dice á D. Martín Fernández de Navarrete, quien copió
escrupulosamente la Tia y la envió á Berlín, donde la
publicaron en 1818 los célebres hispanófilos Wolf y
Francesón.
No habiéndosele ocurrido al licenciado Porras darnos
noticia de quién fuese el autor de La Tia (como tampoco
lo había hecho al copiar el Rinconete y el Zeloso,) no ha
sido para todos artículo de fó que esta obrita fuese her¬
mana de las otras doce, y para que esta cuestión quede
en su punto nos es forzoso abrir desde luego una breve
información.
Natural es que Bosarte, Arrieta, Navarrete, France¬
són y Wolf, verdaderos padrinos de la Tia, adviertan en
10

ella de consano la lozanía, las sales y las gracias có¬


micas tan características de Cervantes, y aun cierta
ligereza, sobriedad, esmero y aticismo superiores á los
de sus otras producciones; aventurándose el primero á
asegurar que es «la más amena, festiva y correcta» en
su género y aun «la más elegante, la más donosa y feliz¬

mente escrita, no solo de todas sus novelas, sino aun de


todas sus obras.» No faltaron sin embargo quienes con¬
testando á García de Arrieta zahiriesen á La Tía dicien¬
do: «su estilo chocarrero, sus frecuentes alusiones y
frasesno muy limpias, su plan, intriga y desenlace dis¬

tan mucho de las ideas y tino del autor del Quijote.»


Estas frases, que aparecieron por primera vez en el
tomo Y de una colección anónima de Obras escogidas de
Cervantes (calcada en la de Arrieta de 1826,) hecha en
Madrid en 1829, fueron textualmente copiadas en otra
edición de las Ejemplares de Baicelona 1831-82; pero
ambos editores reconocen que, ya que la La Tia no sea
de Cervantes, son dignas de él las pinceladas con que
describe «las costumbres y carácter de los naturales de
varias provincias nuestras.»
Contra estas apreciaciones, salió en la revista titulada
Cartas españolas, día 28 de Junio de 1832, un artículo
firmado M. (quizás Mesonero Romanos,.que escribió
mucho en las Cartas Españolas,) en el que se invocan
las autoridades de Arrieta y Navarrete, y se emiten
otras observaciones para probar que esta novela es de
Cervantes. Poco después, Gallardo (Criticón n.° 1) com¬
para á los citados editores (mejor dicho al segundo, pues
no tuvo noticia del primero) con Estala y Bosarte, al
querer despojar á Cervantes de una obra suya, ó insiste
en que este cuadro goyesco>(La Tía) no puede ser de otro

pintor que Cervantes. Al comparar los textos dados por


Arrieta y Navarrete, prefiere el de éste, como es consi¬
guiente, si bien encuentra en él tal cual añadidura que
atribuye á Porras, razón por la cual fijó él un texto, á su
parecer definitivo, teniendo también á la vista cierto
manuscrito de la Biblioteca colombina que años después
dió á luz D. Aureliano Guerra en la Colección completa de
obras de Cervantes, sin que desgraciadamente se haya •
publicado nunca la edición de Gallardo.
Desde este ilustre crítico acá ha venido considerán¬
dose como autoridad de cosa juzgada la paternidad de
11

Cervantes en la Tia, aparte alguno que otro literato que


han expuesto sus dudas en el particular.
Son, pues, trece las novelas cervantinas que nos van
á ocupar en este trabajo; mas volviendo antes la vista á
la edición príncipe de las Ejemplares, una de las cosas
que más llama la atención en su interesante Prólogo
(1) es la arrogante divisa que en él ostenta Cervantes,
al asegurar que él era el primero que novelaba en lengua
castellana, no admitiendo por consiguiente dentro del
género novelesco á El Concle de Luconor, La Celestina y
sus imitaciones, los libros de caballería, las novelas pas¬

toriles, El Lazarillo de Tormes, El G-úzmán de Alfarache,


Los cuentos de patrañuelos, La picara Justina, y otras
novelas anteriores á las suyas. Pero será bien tener en
cuenta, para descargo de nuestro insigne prosista, que
hasta entonces las novelas extensas venían recibiendo
el nombre de libros de pasatiempo ó de historias y las
cortas se denominaban cuentos; de modo que para él las
verdaderas novelas eran aquellas con las que trataba
de emprender un nuevo rumbo, á saber: la novela corta
original, y esencialmente moral.
For cierto que esta cualidad cte la moralidad en la
novela, á que tanta importancia daba Cervantes y que
no logró, según su coetáneo el doctor Suárez de Figue-
roa si damos crédito á un ilustre pero demasiado
y aun
escrupuloso profesor casi de nuestros días, el Sr. Milá,
requiere aquí una ligera observación. Sabido es que
nuestro insigne novelista ni era crítico profundo ni
siquiera de ideas muy fijas en la materia, si bien con su
peculiar talento acertó en no pocas teorías entonces un
tanto prematuras; pero uno de sus errores fué el valor
científico que en su concepto debe atesorar la poesía, lo
cual le condujo á apreciaciones inexactas acerca de la
novela y el teatro. Hoy es opinión corriente entre los
estéticos que las obras de imaginación y entretenimien-

(1) metódico debiera aconsejarnos


Parece que el rigorismo
tratar estos de la sección segunda, pues es
puntos á la cabeza
indudable que el Prólogo, dedicatoria, etc. forman parte inte¬
grante de una obra; mas del propio modo que liemos admitido
la latitud hoy usual de incluir La Tia fingida en nuestro estu¬
dio, el deseo de procurar la mayor claridad posible en nuestro
plan nos aconseja hacernos cargo en esta introducción de las
más importantes ideas vertidas en la que podemos decir la
Prefación de las Ejemplares.
12

to (eutrapélicas, como se decía en pasados tiempos) no


necesitan ni requieren otro
fin que el de entretener
honestamente por medio de la
belleza; si á más dé esto
encierran secundariamente
algún fin docente, esto podrá
ser muy
recomendable, pero nunca un requisito exigible,
pues la novela no desmerecerá por nó encerrar el
fin
esencialmente moral de la parábola. Estas cuestiones de
la utilidad y del deleite en el
arte, que tan tremendos
vaivenes han sufrido en la historia de
la crítica literaria,
han pasado ya de moda
y sus ecos han venido extin¬
guiéndose poco á poco, aunque el naturalismo trate de
hacerlos repercutir en otra forma
y dirección.
Mas, sea de todo esto lo que quiera, lo cierto es que
desde la primera
aparición en 1613 de este fragante ra¬
millete de flores
literarias, hasta nuestros días, mucho
es lo
que han dado que hablar las Novelas ejemplares;
siendo el juicio de los
literatos, con raras excepciones,
altamente laudatorio, y hallando también, mal de su
grado, los mismos detractores ó envidiosos, no poco que
alabar ellas.
en

El festivo y fecundo novelista


aragonés Jerónimo de
Salas Barbadillo dice en su
aprovación, de que oportu¬
namente hemos hecho mérito:
«Confirma el dueño de
esta obra la justa estimación
que en España y fuera de
ella se hace de claro
su ingenio, singular en la invención,
y copioso el lenguaje, que con lo uno
en
y lo otro enseña
y admira, dejando de esta vez concluidos á los
que sien¬
do émulos de la
lengua española la culpan de corta y
niegan su fertilidad.» El falso Avellaneda las califica en
el Prólogo de su Quijote, de «más
satíricas que ejempla¬
res, si bien no poco ingeniosas;» á lo que
mo Cervantes en
replica el mis¬
el prólogo de la
segunda parte del
Ingenioso hidalgo: «Agradezco á ese señor autor, el decir
que mis novelas son más satíricas
que ejemplares, pero
que son buenas, y no lo pudieran ser, si no tuvieran
de
todo,» Lope de
Vega, hablando en «Las fortunas de Dia¬
na» del poco uso dé las
novelas en España, comparándolo
con las muchas de
italianos y franceses, dice secamente
que en ellas «no faltó gracia
y estilo á Miguel Cer¬
vantes.» j
Y nó continuamos esta
tarea, porque si tratásemos de
reproducir todas las observaciones críticas
de las Ejemplares se han que acerca
emitido, tendríamos materia
IB

para formar un volumen de no corta extensión. Q) Nos¬


otros nos contentaremos, después de haber leído casi
todo lo que en la materia se ha escrito, principalmente
por plumas españolas, con dar nuestra opinión propia,
aunque desautorizada; mas al aventurarnos en el inson¬
dable piélago de la crítica con rumbo á las bellas regio¬
nes fantaseadas por uno de los mayores genios que han

existido, juzgamos de todo punto inútil el sumergirnos


en las entrañas de la Estética y desmenuzar las diversas

escuelas y diminutas sectas críticas, haciendo profesión


de fé en una de ellas, lo cual tocaría en los aledaños de
lo pedantesco. Si el terreno de las confesiones puede
estar abierto en ocasiones dadas al artista productor,
debe vedarse al juzgador imparcial, á quien faltaría ne¬
cesariamente esta cualidad si se encerrase netamente en
un criterio estrecho {área orbem xüem,) desde el cual,
para estudiar por ejemplo á un autor poco católico habría
de ser incompetente un hijo sumiso de la Iglesia; para
juzgar á un criminólogo á la antigua no serviría un
correccionalista, et sic ele céteris, sopeña de que marchan¬
do siempre en desacuerdo el autor y el crítico, forzo¬
samente había de resultar maltratado el primero. El
crítico literario no solo ha de desnudarse en lo posible
de toda profesión religiosa, sino que ha de prescindir en
absoluto de todo prejuicio sociológico, político, filosófico,
etc.: y ya que por desgracia no sea eso lo corriente en el
juicio de las producciones contemporáneas, respetemos
en absoluto, siquiera por su antigüedad, el criterio de
aquellos artistas en quienes tanto hemos gozado y
aprendido. Por otra parte, en esta Memoria no vamos á
juzgar el aspecto total de un genio, y al limitar nuestro
estudio á las Novelas ejemplares paréeenos que este pe¬
caría de ampuloso y que lo sacaríamos de quicio, si nos
valiésemos del aparato de la alta crítica, casi siempre
envuelto en las aéreas regiones del simbolismo, con que
los entendidos suelen juzgar por ejemplo el Ramayana y
la Divina Comedia ó circunscribiéndonos á nuestra
patria El Romancero ó el Quijote. Iluminados, pues, p.or
la sencilla luz del 'buen gusto universal, dejemos en el

(1) Verdad es que aunque mucho se ha hablado por inciden¬


cia de lasnovelas ejemplares, en tratados de historia literaria
principalmente, solo hay cuatro ó cinco trabajos, no muy co¬
piosos, en que se trate de ellas exprofeso.
14

vestíbulo del hermoso alcazar de las Ejemplares tanto


los gastados patrones de la vieja retórica clásica como la
inmensa balumba con que nuestro expirante siglo ha
rellenadoja historia de las modernas evoluciones de la
crítica. Todo ello, en lo que tenga de aceptable y opor¬
tuno, lcTtendremos en cuenta sin necesidad de ir llaman¬
do á la puerta de semejantes tópicos, al entrar en el
espléndido realismo de nuestro siglo de oro, en el que
vamos á engolfarnos á velas desplegadas, siguiendo
fielmente la sabia á la par que sencilla fórmula de Taine:
analizar y exponer, sin acordarnos de que hay en el
mundo clásicos, ni románticos, idealistas y naturalistas,
y en vez de fijarnos en el temperamento, ley de heren¬
cia, evolucionismos etc., que determinando la manera de
ser de los personajes ideados por Cervantes los llegue á
convertir en maniquíes, estudiaremos, no solo sus carac¬
teres y costumbres, la realidad en que vivieron, el modo
en queencajan en la sociedad de su tiempo, la constante
y acertada exactitud de los cuadros pintados por el
autor del natural, sus rasgos humorísticos, etc., etc., sino
que acudiremos á otra fuente legítima de interpretación,
base de toda buena hermenéutica, á saber: el mismo
Cervantes en sus demás obras, de las que nos serviremos
con frecuencia como antorcha luminosa que ha de lucir
en nuestra crítica. Y en este último concepto sí que
juzgamos oportunísima la exigencia taxativa que se
señala en las condiciones del certamen, á cuyo palenque
acudimos, de que nuestro estudio ha de ser histórico-
crítico,es decir, que no vamos á juzgar la colección cer¬
vantina como si fuese solamente un individuo en su gé¬
nero, haciendo abstracción de otros factores y solo con
el auxilio de la nuda filosofía; sino que nos atemperare¬
mos á las circunstancias de pueblo y tiempo que condi¬

cionan al autor casi tanto como la enérgica personalidad


de éste influye y queda impresa en sus obras. Habremos
pues, de prestar en tal sentido al medio ambiente toda la
atención necesaria. ¿Y cómo no? ¿Pues qué duda cabe,
sino que en el armónico juego y enlace entre lo ideal y
lo real, que sirven de laboratorio y de primera materia
para las obras de arte, va en estas dejando el artista
huellas indelebles de sus pasos por la vida, presentando
con frecuencia en sus producciones rasgos
más ó menos
vigorosos y más menos perceptibles, según las distan-
15

cias, de las de su cariño y antipatías? Este


personas
fenómeno de compenetración es muy digno á la verdad
de ser muy tenido en cuenta por la buena crítica, con
tal de que ese factor se contenga dentro de los límites
de una prudente sobriedad y parsimonia. Testimonios
elocuentes de esta ley biológico-estética lo son, entre
otros infinitos, los retratos de la bella Fornarina que
contemplamos en los admirables cuadros rafaelinos la
Trasfiguración y el Pasmo, y la caricatura del mísero
Blas de Ceseno con que el mágico pincel de Miguel
Angel ha perpetuado en la Capilla Sixtina al envidioso
maestro de ceremonias, que viene desde entonces y
seguirá en los venideros siglos, figurando entre los
condenados del maravilloso Juicio final.
Ni es moderno el que gran número de cer¬
achaque
vantistas hayan consagrado su diligencia á escudriñar
las analogías existentes entre muchas aventuras que se
leen en las obras cervantinas y sucesos reales en la
época del autor ocurridos y muy principalmente aque¬
llos que le tuvieron, no ya como testigo, sino como actor
y aun protagonista. Mucha luz se ha logrado en este par¬
ticular, si bien, en honor de la verdad sea dicho, no poco
se ha divagado en él, por exceso de sutilezas y alambi¬
camientos.
Tenemos en efecto que convenir, en que Cervantes,
como modelo de la buena escuela realista, es verdade¬
ramente uno de los más curiosos documentos vivos que
acreditan, justifican y confirman ese axioma estético que
dejamos sentado, merced al cual suele descubrirse á
veces á los artistas á través de la forma sensible de sus

producciones hasta llegar á las más puras


nes humorísticas, en que el autor suele
determinacio¬
hablar por boca
de personajes; razón por la cual será de gran utilidad,
sus
conforme al mismo enunciado del tema propuesto por el
Ateneo de Madrid, el que nos entretengamos en esta
parte histórica de las novelas de Cervantes. En las más
de obras, en efecto, palpita algún pedazo del alma
sus
del que fué soldado heroico en Lepanto, valeroso comba¬
tiente y mísero prisionero en la galera Sol, intrépido
cautivo en Argel, amante tierno en Esquivias, injus¬
tamente perseguido y encarcelado en Ecija, Castro del
Rio, Sevilla y Valladolid, huérfano do verdadera protec¬
ción y aun desvalido en sus legítimas aspiraciones á un
16

empleo público en su edad madura, del varón generoso,


noble, agradecido y honrado desde mozo hasta los umbra¬
les de la eternidad.
[Concretándonos á las Ejemplares, en La Española ingle¬
sa cita Cervantes al corsario que
le apresó en la galera
del Sol, refiere voladamente algunas circunstancias de su
apresamiento (i) interesantísimas y hace el elogio ce los
Padres redentores del orden de la Santísima Trinidad, á
quienes debió su rescate; en El Amante liberal hay algu¬
nos de los propios sucesos ocurridos en la misma prisión

argelina y algún recuerdo de su expedición á Chipre con


la armada de Colonna; en La Señora Cornelia se reflejan
impresiones recibidas en Italia; encierran acaso algunos
hechos por el novelista presenciados en Toledo las fá-
bulas de La fuerza de la sangre y La ilustre fregona; es
casi seguro que reproduce el autor en La Tía fingida y El
Licenciado Vidriera sus recuerdos deSalamanca; El
Zeloso, Rinconete y la Gitanilla (aunque la acción de
ésta pasa en Madrid, Extremadura y Murcia) nos ofrecen
observaciones por él hechas en Sevilla; El casamiento,
El licenciado y La ilustre, contienen rasgos que denuncian
al que fué vecino de Valladolid por algún tiempo á ori¬
llas de la Esgueva; y por último El Coloquio viene á ser
el resumen y cifra de -sus aprovechadas correrías por los
cuatro reinos
andaluces^
Pero hemos insinuado que ofrecen un peligro grave
este linaje de investigaciones, y diremos dos palabras
para llamar la atención acerca del mismo, que no poco
atañe también á las Ejemplares.
Nos referimos á la ridicula manía de algunos escrito¬
res contemporáneos de leer á su antojo en ciertos pasajes
(salteando los renglones y haciendo anagramas) datos
autobiográficos de Cervantes, y aun de escudriñar y sor¬
prender en el autor ciertos intentos esotéricos; resultan¬
do de ello consecuencias absurdas y disparatadas, dado
que son muy pocas las ocasiones en que corren parejas
en las obras cervantinas las ficciones con las verdades.

(1) Nombra asimismo al Amante en el Quijote (P. 1.a e. 41)


y en los Tratos de Argel (jorn. 1.a), pero más explícitamente y
con detalles casi históricos relata eí poeta en el libro
quinto de
la Galatea su triste apresamiento, sin dejar de citar esta glo¬
riosa, aunque trágica jornada, en su epístola al Secretario
Mateo Vázquez.
17"
i

Convenimos con el abate Andrés en que si las Novelas

ejemplares no llegan al interés excitante que ofrecen


algunas novelas francesas, presentan en cambio tal re¬
lieve, tan portentosa naturalidad, que todos sus persona¬
jes se nos representan como seres reales; mas aunque
se complace también el autor en ocasiones en dar á
entender que reproduce hechos históricos, esto es lo que
nosotros negamos de todo en todo y en términos absolu¬
tos. Ni estas, ni ningunas otras obras cervantinas, pueden
servir de fuentes históricas, valiéndose á lo más el autor
de ciertos sucesos como de mera ocasión, ó punto de
partida, en los términos que vamos á exponer.
Para Cervantes la geografía, la cronología, la historia
propiamente dicha, sólo tienen el valor y la fuerza po¬
derosa que su genio les señala. De él puede decirse lo que
de Homero dice Horacio:
Non fumum ex fulgore, sed ex fumo clare lucem

Cogitat, ut speciosa dehinc miracula promat

Atque ita mentitur, sic veris falsa remiscet,


Primo ne médium, medio ne discrepet imum.
—Que con alguna libertad podemos interpretar así: No
pretende Cervantes convertir en humo oscuro la lumbre
de la historia, sino del humo de algunos sucesos sueltos
producir la hermosa luz que nos ilumina y encanta con
portentosas ficciones y con tal arte junta lo verdadero
con lo fingido, que en su conjunto ni el medio desdice del

principio, ni el desenlace del medio, sino que todo está


en admirable consonancia.
Y con tal bizarría, desenfado y humorismo (añadimos
nosotros,) se aprovecha á veces Cervantes para sus fic¬
ciones de nombres y hechos verdaderos, que refundidos
en su imaginación suelen trocarse en cosa muy distinta.
Prescindiendo de lo pueril que resultaría el entreteni¬
miento de ir confrontando todos los nombres de sus per¬
sonajes con otros iguales con quienes él trató ó qué en
su tiempo vivieron, en la cual tarea habría mucho de
coincidencia casual, es muy digno de tenerse en cuenta
que al discreto Caballero del verde gabán, prototipo del
personaje honesto y bonachón, le dió humorísticamente
el nombre del travieso D. Diego Miranda (de la causa de
Valladolid) varias veces castigado por amancebado; al
jefe militar con quien marchó á Flandes Vidriera le llama
15

Ó. Diego Valdivia,' como el Alcalde de la Real Audiencia


y Licenciado, que fué el primero que le colocó en Sevilla
en 1587; D. Quijote, que desde que vino al mundo se
había llamado Quijada (seguramente de los Gutiérrez
Quijadas de Esquivias,) en la segunda parte, tan solo por
contradecir á Avellaneda, nos dice el novelista que se
llamaba Quija.no; por impugnar á este mismo autor, la
aldea de D. Quijote, que por casualidad ó de propósito
resultaba coincidente con Argamasilla en la primera
parte, en la segunda se aleja muchas leguas, et sic de
céteris. Pero el testimonio más palmario, fehaciente y
expresivo de esta verdad nos lo dá la historia del capitán
Rui Pérez. Si el temor de extralimitarnos en nuestro
empeño no detuviese nuestra pluma, probaríamos aquí de
una manera cumplida cuán disparatadamente y fuera de

camino han ido en sus obras respectivas acerca de la


natividad manchega de Cervantes D. Ramón Antequera,
D. Juan Alvarez Guerra, D. Francisco Lizcano, etc., al
tomar por base la exactitud de los hechos públicos narra¬
dos El
capitán cautivo, para extenderlos á los hechos
en

privados, hijos de la mera inventiva del novelista, supo¬


niéndolos nada menos que autobiográficos. Pero no
podemos menos de recoger, por caer de lleno en nuestro
asunto, la atrevida especie del Sr. Lizcano (nota de la
página 367 de su Verdadera cuna, etc.) al convertir estas
sencillas palabras del Prólogo de las Ejemplares, «mi
edad no está ya para burlarse con la otra vida, que al
cincuenta y cinco de los años gano por nueve más, y pol¬
la mano,» (1) en estas otras: « que al cincuenta y
cinco de los años gano al Señor Conde por nueve meses
más y por la mano. Así es, (añade el temerario embro¬
llador) que desde 1558, que nació éste, 9 de Noviembre,
hasta el 13 de Julio de 1613, que. le dedicó al señor-
Conde sus novelas, resultan los 55 años, cuatro meses y
cinco días.» El antecedente de este embrollo (adornado
con una sustracción mal hecha) está en Antequera, quien

supone (página 326 de su Juicio crítico, etc.) que el legí¬


timo autor del Quijote, el Cervantes de Alcázar, se refie¬
re aquí á su pariente el de Alcalá, que «le ganó á él en
(1)
Efectivamente, de fines de 1547 en que nació Cervantes,
á mediados de 161*2 en que pudo terminar el Prólogo, aunque lo
retocó después de poner la Dedicatoria, van los 55 y 9 años ó
sean
64, hechos ya de mano, caminando para los 65.
19

edad por nueve años y por la mano.» ¿Risum teneatis?


En resolución: Conceptuamos como muy curiosa é
interesante toda investigación que tienda á aportar
algún dato histórico, tomando como punto de partida
algún hecho de las obras de Cervantes; pero considera¬
mos ocioso y aventurado cuanto tienda á hacer deduc¬

ciones infundadas y á convertir en hechos probados


conjeturas más ó menos especiosas ó deleznables; pues
tenemos pruebas repetidas y fehacientes de que Cervan¬
tes confundió de propósito los lugares, las fechas y los
nombres, para que nunca pudieran pasar en conjunto por
acontecimientos históricos, los admirables partos de su
ingenio. Han errado por tanto, tocando muy de cerca
los lindes de infantil candidez, cuantos han tomado al
pié de la letra las insistentes indicaciones de Cervantes
de que los buenos respetos y consideraciones atendibles
le vedaban puntualizar y comprobar con nombres, fechas
y demás señales la exactitud histórica da sus relatos.
Este recurso es muy humano y al emplearlo acredita su
autor una vez más su profundo conocimiento del cora¬
zón. Pero el crítico ha de avizorar mucho más los
en
escritos que el simple lector, por culto ó dilettante que se
le suponga, sin perder nunca de vista que si la verdad
poética es hija de la científica, separa á entrambas el
abismo de la fantasía creadora. Esto en lo general, mas
en lo que concierne á las Ejemplares no han tenido mu¬

chos en cuenta, como era debido, una interpretación


auténtica,que excusa todo otro alegato. Después de ase¬
gurarnos Cervantes al finalizar su Prólogo que no había
hurtado, ni traducido, ni aun imitado á nadie en sus
novelas, añade la siguiente categórica declaración, en
forma de hermosísimo y sentencioso climax: «mi ingenio
las engendró y las parió mi pluma, y van creciendo en
los brazos de la estampa;» insistiendo á seguida en la
Dedicatoria, en que dichos doce cuentos, «á no haberse
labrado en la oficina de mi entendimiento, presumieran
ponerse al lado de los más pintados». Son pues, las
Ejemplares hijas exclusivamente de la fecunda y pode¬
rosa inventiva del novelador ó poeta.
Segunda pafte

1, LA GITAN1LLA DE MADRID

i el arte literario consistiese en una copia


servil de la Naturaleza y en un cálculo mate¬
mático de probabilidades, no tan solo sería
defectuosa por este lado la primera novela de la colec¬
ción cervantina, sino que en modo alguno le cuadraría
el concepto de eminentemente realista en que la gene¬
ralidad de los críticos la han tenido; pues el hecho cul¬
minante de que un joven de la buena sociedad se
enamore de una muchacha de la más baja estofa, para
que al fin resulte robada en sus primeros años á unos
padres de la mayor distinción (caso también frecuentí¬
simo en las comedias clásicas,) no deja de ser una de las
casualidades más raras que ocurrir pueden en la vida.
Pero si admitido este convencionalismo y la necesidad
absoluta de la idealización que la personalidad del artista
ha de imprimir á su obra, penetramos de lleno en el
objetivismo y la realidad que palpitan en toda la fábula
de la Gitanilla, tacharemos con sobrada razón de nimios
y desacertados, tanto á los críticos que han encontrado
en ella pasajes adulterados por toques idealistas, como á
los que han señalado deficiencias de bulto en el estudio
de los caracteres, afectos y pasiones de los gitanos. Tan
cierto es que todos los personajes de esta novela pien¬
san, hablan y obran como deben hacerlo; que la conver¬
sión de un caballero en gitano no desdice de la psicología
22

social de la época, y que la animación y la vida del


cuadro son de primer orden, que desde el francés Hardy
y los españoles Montalbán y Solís hasta nuestros días,
son muchos los dramaturgos nacionales y extranjeros
que han sacado á la escena imitaciones de las aventuras
de Preciosa, no solo por el valor subjetivo de esta heroína,
sino precisamente por describirse á maravilla en la pro¬
ducción cervantina las costumbres y modo de ser de esa
misteriosa raza que aun hoy flota en atmósfera privativa
en medio de la sociedad española; vida y costumbres tan

perfectamente estudiadas por Cervantes, que vuelve á


presentárnoslas de nuevo con nuevas observaciones (aun
prescindiendo de la comedia Pedro de Urdemalas y del
entremés La elección de los Alcaldes) en el Coloquio de
los perros, con ocasión de entrar Berganza en cierto aduar
ó rancho granadino, el cual episodio viene á ser como un
boceto ó extracto de La Gitanilla.

Cabalmente llega con toda oportunidad á nuestras


manos un libro tan original como bien desenvuelto, en
el que las mismas ideas que dejamos ligeramente esbo¬
zadas aparecen diluidas y comprobadas con singular tino
y maestría; razón por la cual, no podemos resistir á la
tentación de trasladar aquí, aunque sea con alguna pro¬
lijidad, ciertos párrafos que nos hacen muy al caso de esta
concienzuda obra sobre la Hampa española, que acaba de
publicar (1898) el Sr. Salillas, y son á saber:
«De lacomparación de Rinconete y Cortadillo con La Gita¬
nilla, son las dos novelas que concretamente personifican
que
el asunto picaresco y el asunto gitano, se deduce que para
abordar (Cervantes) el primer asunto no necesitó recurrir al

artificio, iniciándolo, planteándolo y desenvolviéndolo con


intimidad de pormenores y espontaneidad de caracteres, resul¬
tando las figuras, con más ó menos detalle, siempre correspon¬
diendo á la perspectiva de su importancia, pero sin desdecir
del natural. Por eso se ha defendido con razón, que Monipodio
no fué imaginario, y podría defenderse de igual manera,
un ser

que no lo fueron otros de sus consortes.=En La Gitanilla los


gitanos no hablan. Lo narrativo y lo discursivo sustituye al
coloquio. Salvo el diálogo acerca de la muerte de la muía y el
discurso y las observaciones del gitano viejo, la única persona¬
lidad que destaca es la de la madre putativa de Preciosa. La

hija de D. Fernando de Acebedo y de doña Guioinar de Me-


23

neses, que titula personifica la novela, no es gitana de naci¬


y
miento y condición, y Andrés Caballero, el hijo de Ib Francisco
Cárcamo, es gitano circunstancia], lo propio que el paje-
poeta. =Si Cervantes se hubiera sentido con plenitud de cono¬
cimiento para abordar el asunto íntimamente, no cabe duda

que hubiera elegido, como personificación más concreta, á


aquel Monipodio agitanado á que alude en el Coloquio de los
perros. Elegir á persona tan enamorada, tan honesta y tan
cabal como D. Juan de Cárcamo, aunque tiene precedentes en
la literatura cervantina, por ejemplo, Avendafio el de La Ihis-
tre fregona, debe considerarse como un fenómeno de elusi^n

por deficiencia en el conocimiento del asunto.=Hay otro dato


revelador de esa misma deficiencia. En Rinconete y Cortadillo
los personajes hablan, no solamente con propiedad ajustada á

su naturaleza, índole y modo de-vivir, sino empleando por in¬

tercalación términos propios de su jerga. En La Gitanilla no


aparece la menor muestra del lenguaje gitano, aludiéndose
únicamente al decir ceceoso. Y que Cervantes no ignoraba que
tal idioma existía, lo demuestra lo que dice de Ginés de Pasa-
monte en el Quijote: «y por vender el asno, se había puesto en

»traje de gitano, cuya lengua y otras muchas sabia hablar


»como si fueran naturales suyas.»

Cervantes, que en de ese


ninguna ocasión alude al origen
pueblo vagabundo (el gitano), si le interesara más su
como
modo de ser que su procedencia, debuta como Mateo Alemán,
é indagando como él en el carácter, hace una afirmación antro¬

pológica, y aunque 110 dice como el otro, para calificar la


desenvoltura del ladrón, «alma de gitano», afirma por boca de
Berganza ÍColoquio), que «la que tuve con los gitanos fué con¬
siderar en aquel tiempo sus muchas malicias, sus embaimientos

y embustes, los hurtos en que se ejercitan, asi gitanas como


gitanos, desde el punto casi que salen de las mantillas y saben
andar»; precedente do aquella terminante declaración con que
La Gitanilla empieza: «Parece que los gitanos y gitanas,
solamente nacieron en el mundo para ser ladrones: nacen de

padres ladrones, crianse con ladrones, estudian para ladrones,


y finalmente, salen con ser ladrones corrientes y molientes á
todo ruedo; y la gana de hurtar y el hurtar son en ellos como
accidentes inseparables que no se quitan sino con la muerte.»=
La condición ladronesca destaca, en casi todas las alusiones
cervantinas como predominante y esencial.
24

Sin embargo, el señalar tales caracteres, que constituyen


una reputación bastante fundamental y tradicional en la época
de Cervantes, no quita qtie su agudo ingenio, más agudo que
el de los que le señalaron el camino, penetrara en intimidades
del modo de ser de los gitanos, en cuya senda ni le
precedió
ningún autor de los nuestros, ni tal vez de los de fuera, ni lo
siguió nadie en la literatura nacional. =En el elocuente dis¬
curso del gitano
viejo dice Cervantes muchas cosas de la vida
gitana, confirmadas después por los investigadores que se ocu¬
pan especialmente en este asunto. El nomadismo, y sobre todo,
la identificación con la naturaleza, caracteres
que como esen¬
ciales mencionan los dichos investigadores, están descritos con
realidad y precisión.

Si en (en lo de la fidelidad conyugal) anduvo muy bien


esto
informado Cervantes, lo está también en lo que concierne á la
siguiente particularidad de las relaciones gitanas: «¿Ves, dice,
la multitud que hay dellos esparcida por España? pues todos se
conocen
y tienen noticia los unos de los otros, y trasiegan y
trasponen los hurtos destos en aquellos, y los de aquellos en
éstos». Hoy en dia la comprobación no puede hacerse ni aqui
ni fuera de aqui, porque el gitanismo está alterado, donde no

atenuado, y sus primitivas costumbres ya casi sólo pueden


estudiarse en la estepa oriental. Pero un gitanista tan distin¬

guido como el que nos informa, estudiando los signos de


orientación que deben ser imprescindibles en todo pueblo

nómada, asegura haber «llegado á la convicción de que existe


una topografía aparte y un itinerario
propio para todo pueblo
de la Corte internacional de los Milagros» (pág. 181). =Lo que
es enteramente nuevo, y lo que en ninguna referencia se in¬
sinúa antes ni después de que Cervantes lo indicara, es lo re¬
ferente al modo de que se valían para poder pernoctar en la
inmediación de las pequeñas poblaciones. «De allí á cuatro
días (Gitanilla, pág. 108, 2.a) llegaron á una aldea dos
leguas
de Toledo, donde asentaron su aduar, dando
primero algunas
prendas de plata al alcalde del pueblo en fianzas de que en él
ni en todo su término no hurtarían ninguna cosa». Y más
adelante (pág. 112, 1.a): «después de haber dado en aquel lu¬
gar algunos vasos y prendas de plata en fianza, como tenían
de costumbre». Ninguna otra referencia puede citarse en com¬
probación de esta práctica, á no ser el refrán «en donde asien¬
tes no hagas daño», que constituye uno de los
preceptos tradi¬
cionales de estas gentes. Por eso la observación de Cervantes
25

es 2.a) que «todas las gitanas vie¬


justa cuando dice (pág. 108,
jas, y algunas mozas y los gitanos seesparcieron por todos los
lugares, ó á lo menos apartados por cuatro ó cinco leguas de
áquel donde hablan asentado su real».

«En suma, (así concluye este punto el Sr. Salülas) cuanto


dice Cervantes, que es tanto y algo más de lo que dijeron sus
predecesores, se acomoda al concepto bomún de 1a. reputación
gitana que se ha tenido y se tiene en el país, y no constituye
ni una intimidad psicológica, ni sociológica, pero es lo mejor
observado que puede ofrecerse entre nuestros investigadores
de este asunto». (1)

De todo lo transcrito, y de algo más que no trascri¬


bimos, se deduce que para el Sr. Salidas si Cervantes
no conocía la vida ypersonalidad gitana con la misma
identificación que la picaresca (que la conocía como si la
hubiera vivido), esto no quita para que penetrara en
intimidades del modo de ser de los gitanos como nadie
antes ni después de él; y aunque la intervención del
caballero Andrés, en vez de un Monipodio agitanado á
que se alude en el Coloquio, es reputada por el antro¬
pólogo á quien seguimos como una especie de deficiencia
en la plenitud de conocimiento para abordar el asunto
íntimamente, nunca deja de diputará Cervantes como el
primero y más perfecto gitanista español.
Ahora bien, una vez esbozado el carácter típico, origi-
nalísimo y único en nuestra literatura de La Gitanilla
'de Madrid; habiéndose .insinuado además que este mo¬
delo admirable ha servido para muchas copias, imitacio¬
nes y asuntos varios; puesto que no hay un lector
medianamente versado en la literatura contemporánea
que no sepa que la Esmeralda de Vietor Hugo está cal¬
cada sobre la Preciosa de La Gitanilla, y dado que hasta
los críticos traspirenaicos reconocen que si bien el gran
novelista francés « ha hecho una creación nueva que le
la ha realizado «apoderándose
pertenece,» la tal creación
de esta Emile Chasles,
graciosa figura» (Preciosa) (Mr.
p. 276); vamos á comenzar el análisis crítico de las
Novelas ejemplares valiéndonos de un paralelo entre el

(1) Corresponden todos estos párrafós al capítulo de la 2.a parte intitp-,


Jado: «Los gitanos en la novela picaresca».
26

primer cuento de la colección cervantina y Notre Dame


de París. (1)
Preciosa, que así se llamaba la heroína de La Gitanilla
de Madrid, era una discreta muchacha, que, habiendo
sido robada en su niñez y educada por una vieja gitana,
encantaba á los transeúntes de Madrid, por ser la más
única bailadora que se hallara en todo el gitanismo, no
siendo las calles el único teatro de sus triunfos,' pues
llamábanla también grandes señores á sus casas para
verla, admirar su honesta desenvoltura y oirle la buena
ventura. Mas es el caso que un caballero, tan gentil como
rico, se prendó de la hermosura y discreción de Preciosa
á tal extremo que le hizo proposiciones de matrimonio;
pero ¡cosa extraña! la gitana, que también quedó impre¬
sionada de la gallardía y calidad del apuesto doncel,
exigióle, si quería que al fin accediese á sus amorosos
deseos, que abandonando su familia y posición, la acom¬
pañase durante dos años, en los que habían de probarse
los quilates de su amor, tomando ingreso en la tribu de
que Preciosa formaba parte. Hízose tal como ella lo
deseaba (que á tales extremos conduce la fuerza de una
pasión) y el enamorado D. Juan, que tal era su nombre,
adoptó el de Andrés Caballero, y se convirtió en gitano,
aunque guardando siempre la honrada conducta que
aprendiera desde la cuna. Después de varios viajes y
aventuras por demás interesantes, llegando el aduar gi¬
tanesco á un lugar de la jurisdicción de Murcia, ocurrióle
á Andrés una desgracia que, si le puso en punto de per¬
der la vida, acrisoló más y más su verdadero y único
amor por Preciosa, y, lo que más interesa en el cuento,
fué causa y motivo del extraño desenlace. Habiéndose
enamorado la hija de un mesón del apuesto Andrés, y
desdeñada por éste, ideó para retenerlo una traza pare¬
cida á la usada por el patriarca José con el joven Benja¬
mín cuando salía de Egipto con sus hermanos. Con el
alboroto é intervención de la justicia, que produjo este
presunto robo, mezclóse en mal hora para él un soldado,
sobrino del Alcalde, faltando de palabra y obra al atribu¬
lado gitano Caballero, que acordándose entonces de que

(1) Respecto al españolismo de Y. Hugo y sus verdaderos


quilates vid. Historia cíelas ideas estéticas en España del señor
Menéndez y Pelayo t. Y. p. 369 y siguientes.
27

lo era hizo pagar con la vida el atrevimiento del mal


aconsejado mancebo; con lo que se empeoró la causa del
desdichado Andrés, que fué conducido con todo el aduar
á Murcia, para que se verificase en él pronta y terrible
justicia. Mas quiso Dios que la esposa del Corregidor á
quien se encomendó la causa, con la presencia de Pre¬
ciosa y noticias de la vieja abuela, viniese á descubrir
que aquella gitanilla era su hija, que les había sido roba¬
da cuando aun estaba en mantillas, con lo cual se trocó
toda tristeza en alegría, consiguiéndose saliese libre de
la causa D. Juan; y habiéndose obtenido el beneplácito
de los padres de Constanza (que así se había llamado
Preciosa en la pila) y de los de aquél, verificáronse
finalmente en Murcia las bodas con gran solemnidad y
contentamiento de todos.
Era á su vez Esmeralda una hermosa gitana, cuya voz
como su baile, como su hermosura, era indefinible y delicio¬
sa, pura, sonora, aérea, alada por decirlo así; su bondad
y dulzura rayaban con su discreción. Ejercía en la corte
de los Milagros grande imperio por su prestigio y belleza,
y eran en la calle sus cantos y bailes saludados con
estrépito. Catorce años antes había sido robada por
unos gitanos, tal vez procedentes de España. Perdi¬
damente enamorada Esmeralda de un capitán de los
arqueros del rey, que la había salvado de un peligro, y
objeto á su vez del candente y tempestuoso amor de un
arcediano, ambas circunstancias fueron bastantes para
que en su existencia la perdiese en
la primavera de
horroroso, afrentoso patíbulo. En efecto ¡que
inicuo y
horribles desventuras se precipitan sobre la inocente
Esmeralda! un sacrilego puñal desgarra el pecho de
su amante, el capitán Febo, y á la par el alma de aque¬
lla, cuando apenas comenzaban á gustar los apasionados
deliquios de una cita de amor. Impútasele entonces el
crimen, complícase su causa con delaciones de hechice¬
ría, vése atormentada, encerrada (mejor emparedada) en
un hediondo calabozo, sin luz, sin aire, sin vida, con
tinieblas, con fango, con cadenas; alocada, insensible,
condenada á muerte, es solicitada con ofertas de libertad
y dicha por el espantoso causante de sus desgracias, á
cambio de un amor del infierno, que enérgica y subli¬
memente rechaza la infeliz gitana; conducida medio
desnuda en un inmundo carretón, despreciada por quien
28

más amaba el
mundo, arrebatada de manos de los
en

sayones por otro ardienteapasionado, el horrible Quasi-


modo, halla el asilo de refugio, la inviolabilidad que
ofrecía la catedral de Nuestra Señora de París; conoce
luego á su madre, que había estado loca quince años,
cae otra vez en manos de la justicia, ¡sarcasmo
espanta¬
ble! y es por fin ahorcada.
A la vista de estos argumentos, probemos ya la con¬
gruencia de nuestro paralelo, que se encuentra preci¬
samente en los detalles, pues las aventuras capitales de
Esmeralda y Preciosa, así como la índole estética de
ambas producciones, ó si se quiere la escuela á que per¬
tenecen, tienen muy poco de común.
Constanza é Inesita, apenas concluida su lactancia,
son arrebatadas del regazo materno y educadas cual
gitanas, luciendo sus gracias en calles y plazas. Sus
nombres de batalla encierran análogo significado, pues
si la esmeralda es una piedra preciosa, cierto paje enamo¬
radizo de La Gitanilla madrileña comienza sus versos
á ella dedicados con el siguiente discreteo:
Gitanica que de hermosa
Te pueden dar parabienes,
Por lo que de piedra tienes
Te llama el mundo Preciosa.
—El pié y aun el cutis de Esmeralda, á pesar de ser
francesa, son de andaluza, y si sus ojos son de azabache,
los de Preciosa son de esmeraldas: aquella hace un gra¬
cioso mohín característico con el labio inferior, ésta
tiene un lindo hoyuelo en la barba. Ambas doncellas son
objeto de la pasión amorosa de dos poetas (Gringoire y
el paje Sancho), á quienes por su parte no corresponden;
no pocos rasgos de la entrada de Andrés en el aduar
gitanesco y de su admisión en el gremio del mismo
vense imitados en la introducción de Gringoire en la
Corte de los Milagros y en las ceremonias que preceden
á su conversión en hampón; (1) así como es igualmente

(1) Los hampones ó bravos de la hampa eran ciertos pica¬


ros, que más que en otros países en España y particularmente
en Andalucía, formabanuna especie de sociedad análoga á la
de los
gitanos, haciendo profesión de ladrones, asesinos y
aporreadores á sueldo: su lenguaje particular se llama gemia¬
nía ó gerigonza. Estas cofradías de gente perdida se hallan
admirablemente pintadas por Cervantes en Rinconete y Corta-
29

sencillo y desnudo de todo extraño requisito (fuera de la


quebradura del cántaro en la cueva de los hampones) el
modo de entregar á aquellos por esposas á Preciosa y
Esmeralda respectivamente el viejo gitano y el titulado
duque de Egipto. También es idéntica la situación en
que quedan los nuevos esposos respecto de sus mujeres,
pues si las leyes y estatutos por que gitanos y hampones
se rigen dan por legalizada la unión conyugal, la volun¬

tad de ambas consortes hace que los esposos no entren


en la plenitud de los derechos maritales, deseando Pre¬

ciosa aquilatar el amor de Andrés, y no habiéndose pro¬


puesto Esmeralda otra cosa al enlazarse con Gringoire
que salvarle de la horca; y si este poeta recibe tal distin¬
ción por parte de la que ama sin ser correspondido, aná¬
loga solicitud dispensa Preciosa al poeta Sancho, cuando
por su influencia es admitido en ei aduar y curado de
las mordeduras que unos perros le causaron al vagar por
aquel terreno. Las dos interesantes heroínas conservan,
en medio de la despreocupada, extraña y procaz socie¬
dad que les rodea, unas costumbres puras é intachables,
realzadas por su gracia y discreción y salpimentadas con
cierta honesta desenvoltura. Ambas gitanas encuentran
á sus madres frisando en los diez y ocho años. Preciosa
es reconocida por la corregidora, después de la declara¬

ción de la vieja ladrona, por unos brincos ó dijes de


criatura pequeña, por un lunar blanco con que había
nacido y que conservaba en ei costado izquierdo y por
que los dos últimos dedos de su pié derecho se trababan
por medio de un poquito de carne. Esmeralda es recono¬
cida por su madre Gudula por un zapatito bordado que
tenía guardado en un pequeño escapulario que llevaba
siempre al cuello á manera de amuleto, conservando la
madre el compañero, y además un lunarcillo en el cuello
contribuye á la identificación de aquella; siendo perfec¬
tamente natural que fuesen los mismos los extremos ele
las dos madres al encontrar á sus hijas, después de quince
años de haberlas perdido, trastornando sus vestidos por
examinarlas minuciosamente y sin hartarse de contem¬
plarlas.
dillo, en la que tampoco es difícil encontrar algunos rasgos
con los que Víctor Hugo nos describe la Corte de los Milagros
en la propia novela Nuestra Señora. Para el estudio de la
hampa, recomendarnos de nuevo el libro del Sr. Salillas.
30

Pero aun existe otra


analogía de carácter más elevado,
más psicológico, más estético si se quiere, entre ambas
heroínas. La libertad, el libre albedrío, que tanto nos
seduce en las obras de
imaginación, hállase claro y
patente en Preciosa y Esmeralda, haciéndoles sobrenadar,
tras victoriosa lucha, en la atmósfera letal y descuidada
existencia que las envuelven; y es tanto mas particular
este hecho en Nuestra Señora, cuanto que el móvil ó
resorte que arrebata como á la paja el viento á todos
sus personajes, móvil al que en su final destino no esca¬

pa la propia heroína, arrastrada por el torbellino que á


todos empuja, es la fatalidad, el hado, la necesidad, cuya
palabra griega ('ANAFKH), escrita con denegridas
versales en el oscuro rincón de una de las torres de la •

catedral (verdadero personaje de la novela), dió margen,


según el autor, á que viniese al mundo Nuestra Señora
de París.
Por lo demás, entre otras muchas diferencias que no
hacen al caso, se observa una capital entre ambas heroí¬
nas. Preciosa, que tanto nos seduce é interesa el alma
por su gracejo, belleza y habilidades, por su honradez y
demás bellas prendas, por su vida y sus costumbres, es
un carácter copiado de la naturaleza,vive en la vida
que
real, por más que el artista consiguiente lo
como es
.

realce y engrandezca con su poderoso talento: proba¬


blemente (aunque el comienzo de las aventuras es en
Madrid,) el autor estudió y tomó este tipo entre los va¬
rios que llamaban su atención en los lugares que reco¬
rrió en Andalucía como en la primera parte se dijo; la
misma gitana vieja cuenta un suceso burlesco que le
ocurrió en Sevilla con un gorrero. Esmeralda, por el
contrario, desvíase con frecuencia no ya de la naturaleza,
sino hasta de la verosimilitud, siendo un prototipo de
personajes románticos, con sus grandes bellezas y extra¬
vagancias. Es, sin embargo, una creación de admirable
idealidad (salvos los rasgos imitativos tomados de Pre¬
ciosa) que cual los demás caracteres creados por Víctor-
Hugo, merced á la magia del estilo de éste, queda pro¬
fundamente grabado en el alma.
Ahora bien, ¿ha eclipsado el autor de los Miserables
con su admirable novela histórica, romántico-idealista y

arqueológica á la bella producción realista cervantina?


¿Hace el carácter de Esmeralda, tan enérgicamente des-
31

evito, que nos olvidemos de la hermosa figura de la gita-


nilla su modelo? Tan lejos se está de semejante superio¬
ridad que, comparando las dos y producciones, quedando
ambas dentro de sus respectivas esferas, échase de ver
que impresión que
la grata causa la lectura de La
Gitanilla es muy distinta de la especie de malestar y
desabrimiento que produce en el ánimo el triste desen¬
lace y no pocos episodios un tanto repulsivos y hasta
inmorales de Nuestra Señora de París. Al paso que en
aquella nos encantan las suaves tintas y la frescura del
•cuadro, del que se exhala un suave perfume de hones¬
tidad y virtud; un fuego estraño, que despide miasmas
sofocantes como la lava de un volcán, ilumina fatídica¬
mente la segunda; mientras la Gitanilla nos agrada y
seduce en la tercera centuria de su existencia y seguirá
agradando mientras los hombres amen lo bello, Esmeralda
tiene otro aspecto local, ajustado, digámoslo así, á un
patrón exclusivo y parcial, tanto que en concepto de un
crítico juicioso (aunque algo exagerado en esta ocasión)
la producción romántica no tenía vida lozana más que
para veinte años. En una palabra, la gallarda cuanto
infortunada Esmeralda está ya marchita, al paso que
Preciosa goza aún de los perfumes y lozanía de la juven¬
tud. (1)
Como vamos el estu¬
extendiéndonos ya demasiado en
dio de esta otra ocasión (cuando
novela, dejaremos para
al hablar de La ilustre fregona hagamos un resumen de
la materia) un aspecto muy curioso que ofrecen algunas
de las novelas ejemplares y muy especialmente la que
nos ocupa por referirse á una raza especial. Aludimos á
la intervención del baile en el cuadro, como nuevo pri¬
mor en la expresión de costumbres, y diferimos también

para entonces el demostrar cómo la íntima relación


existente entre el compás coreográfico y el acento y
mensura en sirven para restablecer el
los versos, nos
texto primitivo en un pasaje viciado en casi
legítimo y
todas las ediciones de la Gitanilla, por faltarle dos meros
signos ortográficos, á saber un guión y un acento.

(1) Según D. Leopoldo Rins (Bibliografía crítica de las


Obras de Cervantes, t. II, p. un compatriota de Víctor-
323),
Hugo, que no nombra, ha escrito un paralelo entre la gitani¬
lla y Esmeralda, en el que también lleva aquella á la segunda
gran ventaja.
32

Solo nos resta añadir, para diputar á La Gitanilla


como uno de los más perfectos
modelos en su género
(ya carácter específico-gitanesco es único),
que en su
que contribuyen á darle mayor realce y valor las galas
y primores del estilo y lenguaje que en ellas se prodigan,
contentándonos con llamar la atención en este sentido
acerca de la elocuencia, vigor y armonía que resaltan en
el originalísimo discurso pronunciado por el gitano más
viejo de la tribu, al hacer la presentación de Preciosa
á su prometido Andrés, á que ya hemos aludido ante¬
riormente: hermosa apología de las.libertades y anchu¬
ras gitanescas. (1) También en este terreno de la elocu-

(1) «Esta muchacha, que es la flor y la nata de toda la her¬


mosura de las gitanas que sabemos que viven en España, te la
entregamos ya por esposa, ó ya por amiga, que en esto puedes
hacer lo que fuere más de tu gusto; porque la libre y ancha
vida nuestra no está sujeta á melindres ni á muchas ceremo¬
nias: mírala bien, y mira si te agrada, ó si ves en ella alguna
cosa que te descontente; y si la ves, escoge entre las doncellas
que aquí están la que más te contentare, que la que escogieres
te daremos; pero has de saber que una vez escogida, no la has
de dejar por otra, ni te has de empachar ni entremeter ni con
las casadas, ni con las doncellas; nosotros guardamos inviola¬
blemente la ley de la amistad: ninguno solicita la prenda del
otro: libres y exentos vivimos de la amarga pestilencia de los
zelos: entre nosotros, aunque hay muchos incestos, no hay nin-
gfm adulterio: y cuando le hay en la muger propia, ó alguna
bellaquería en la amiga, no vamos á la justicia á pedir castigo;
nosotros somos los jueces; y los jueces y los verdugos nuestras
.esposas y amigas: con la misma facilidad las matamos y las
enterramos por las montañas y desiertos, como si fueran ani¬
males nocivos: no hay pariente que las vengue, ni padres que
nos pidan su muerte: con este temor y miedo ellas procuran ser

castas, y nosotros, como ya he dicho, vivimos seguros. Pocas


cosas tenemos que no sean comunes á todos, excepto la muger

ó la amiga, que queremos que cada una sea del que le cupo en
suerte. Entre nosotros así hace divorcio la vejez como la muer¬
te: el que quisiere puede dejar la muger vieja, como él sea
mozo, y escoger otra que corresponda al gusto de sus años.
Con estas y con otras leyes y estatutos nos conservamos y vivi¬
mos alegres: somos señores de los campos, de los sembrados,
de las selvas, de los montes, de las fuentes y de los rios: los
montes nos ofrecen leña de balde; los árboles frutas; las viñas
uvas; las huertas hortaliza; las fuentes agua; los rios peces, y
los vedados caza; sombra las peñas; aire fresco las quiebras, y
casas las cuevas. Para nosotros las inclemencias del cielo son

oreos;refrigerio las nieves; baños la lluvia; músicas los truenos,


y hachas los relámpagos; para nosotros son los duros terrenos
colchones de blandas plumas; el cuero curtido de nuestros
33

ción se han querido ver defectos en las Ejemplares, que


alcanzan de lleno ála Gitanilla; nos referimos á las con¬
diciones ó aptitudes poéticas de Cervantes; habiéndose
llegado á proclamar tan en absoluto su ineptitud, que no
sé qué cervantista aconseja se salte por encima de los
versos en toda la coleccién. Lo que sí recuerdo perfec¬
tamente es que el abate Andrés asegura que «son gene¬
ralmente malos» (1). Como otros, por el contrario, han

cuerpos nos sirve de arnés impenetrable que nos defiende; á


nuestra ligereza no la impiden grillos, ni la detienen barran¬
cos, ni la contrastan paredes; á nuestro ánimo no le tuercen
cordeles, ni le menoscaban garruchas, ni le ahogan tocas, ni le
doman potros: del si al nó no hacemos diferencia cuando nos
conviene: siempre nos preciamos más de mártires quede confe¬
sores:para nosotros se crian las bestias de carga en los campos,
y se cortan las faldriqueras en las ciudades: no hay águila, ni
ninguna otra ave de rapiña que más presto se abalance á la
presa que se le ofrece, que nosotros nos abalanzamos á las oca¬
siones que algún interés nos señalen; y finalmente, tenemos
muchas habilidades que felice fin nos prometen. Porque en la
cárcel cantamos; en el potro callamos; de día trabajamos y de
noche hurtamos, ó por mejor decir, avisamos que nadie viva
descuidado de mirar donde pone su hacienda. No nos fatiga el
temor de perder la honra, ni nos desvela la ambición de acre¬
centarla: ni sustentamos bandos, ni madrugamos á dar me¬
moriales, ni á acompañar magnates, ni á solicitar favores. Por
dorados techos y suntuosos palacios estimamos estas barracas
y movibles ranchos; por cuadros y países de Flandes los que
nos dá la naturaleza en esos levantados riscos y nevadas peñas,

tendidos prados y espesos bosq ues, que á cada paso á los ojos
se nos muestran. Somos astrólogos rústicos, porque como casi
siempre dormimos al cielo descubierto, á todas horas sabemos
las que son del dia y las que son de la noche: vemos cómo arrin¬
cona y barre la aurora las estrellas del cielo, y cómo ella sale
con su compañera el alba alegrando el aire, enfriando el agua
y humedeciendo la tierra; y luego tras ellas el sol, dorando
cumbres, como dijo el otro poeta, y rizando montes; ni teme¬
mos quedar helados por su ausencia, cuando nos hiere á soslayo

con sus rayos, ni quedar abrasados cuando con ellos perpendi-

cularmente nos toca; un mismo rostro hacemos al sol que al


hielo, á la esterilidad que á la abundancia: en conclusión so¬
mos gente que vivimos por nuestra industria y pico, y sin
entremeternos con el antiguo refrán: iglesia, ó mar, ó casa real
tenemos lo que queremos, pues nos contentamos con lo que
tenemos. Todo esto os he dicho, generoso mancebo, porque no
ignoréis la vida á que habéis venido, y el trato que habéis de
profesar, el cual os he pintado aquí en borrón: que otras mu¬
chas ó infinitas cosas iréis descubriendo en él con el tiempo, no
menos dignas de consideración, que las que habéis oido.»
(1) Tomo IV, pág. 531, de la Historia de la literatura etc.
3
34

sublimado á Cervantes en el concepto de poeta, hacien¬


do una selección de sus mejores versos, no han faltado
los términos medios sustentados con moderación y pru¬
dencia. Acerca de todas estas encontradas opiniones
solo diremos ahora que consideradas en general no nos
toca á nosotros pasarles revista, ni siquiera meter nues¬
tra hoz en ese campo (1); pero sí es de nuestro deber
decir dos palabras del poeta de las Ejemplares, con oca¬
sión dé las ocho poesías que dán variedad á la Gitanilla
y que contienen versos desde los quebrados de cuatro y
seis silabas al magestuoso endecasílabo, que se gallardea
en un soneto y en unas artificiosas estancias amebeas
con repetición del último verso de cada una.
Nosotros creemos que en boca de Preciosa cuadra
muy bien el romancillo á Santa Ana cantado al son de
sus propias sonajas, á pesar de las pueriles metáforas
que lo esmaltan; y emitimos el mismo dictamen acerca
del que comienza «Salió á misa de parida—La mayor
reina de Europa,» pues dadas las circunstancias en que
se canta y su tono correntio y loquesco pasan perfec¬
tamente los amanerados alegorismos de decir que es la
joven reina Margarita parte de. un cielo; — que á un lado
lleva el sol de Austria —{el rey), al otro la tierna aurora—
(la infanta Ana Mauricia) y que —á sus espaldas la sigue
—un lucero (el recién nacido Felipe Dominico) que á
deshora—salió la noche del día—que el cielo y la tierra
lloran, (la noche del Viernes Santo); añadiéndose que
entre Saturno, Mercurio, Marte, etc., etc., vá Júpiter (el
duque de Lerma), todo lo cual con algo de lo que sigue
en igual tono, fuera de gusto bastante dudoso en una
colección de romances de cualquier poeta, aunque no se
llamase Cervantes. Lo mismo, poco más ó menos, deci¬
mos de otros dos romances que recita la misma Precio¬

sa, y de las demás poesías compuestas por Andrés Ca¬


ballero y el paje Sancho: la oportunidad, prenda de gran
estima en el estilo, sería suficiente á comunicar á estas
poesías la gracia de que per se pudieran carecer.

(1) Detenidamente han disertado sobre las dotes poéticas de


Cervantes los Sres. D. Marcelino 'Menéndez y Pelayo (Miscelá¬
nea científica
y literaria de Barcelona, año 11, números 8 y
9—23 de Abril y 1.° de Mayo de 1874); D. Martín Navarrete
(Vida de Cervantes desde la p. 271,) D. Adolfo Castro, D. Ra¬
món León Maínez, D. Juan José Bueno etc.
35

Con mayor motivo, pues, han de alabarse los versos


de las demás novelas, y líbrenos Dios por tanto de saltar
por ellos. Cuanto más, que como es en los pasajes joco¬
sos ó festivos donde preferentemente usó Cervantes de

este artificio de mezclar el verso y la prosa, son gracio¬


sísimas y oportunas todas las coplas que se leen sobre
todo en Rinconete, El zelo-so y La ilustre fregona, recor¬
dándonos á cada paso las sales y donaires de los regoci¬
jados y saladísimos entremeses cervantinos, como cua¬
dros dignos del pincel de Velázquez.
Concluyamos diciendo dos palabras acerca de la fecha
de los sucesos de la fábula y de la época en que se escri¬
bió La Gitanilla, ya que por esta vez ha querido Cervan¬
tes darnos datos muy concretos y fehacientes para fijar
ambos detalles históricos (1).
El citado romance descriptivo de la salida de la reina
Margarita á la misa de parida (suceso celebrado en San
Llórente de Valladolid,) que recita Preciosa delante del
gentío aglomerado en la calle de Toledo, debió de escri¬
birlo Cervantes en la misma ciudad del Pisuerga, con
ocasión del nacimiento de Felipe IV el 8 de Abril del
año de 1605; la acción de la novela supone ya la Corte
en Madrid (después de 1606); y por último se fija casi
terminantemente la fecha de los acontecimientos en el
verano de 1609, si tenemos en cuenta que la protagonis¬

ta, que frisaba en los quince años, había nacido el 29 de


Septiembre de 1591, siendo robada á sus padres preci¬
samente el día de la Ascensión de 1595. Compúsose,
pues, en Madrid La Gitanilla hacia 1610 ú 11, exclusi¬
vamente para completar y encabezar la colección de las
Novelas ejemplares.

(1) Respecto á la afirmación que al final de la novela se


hace do que festejó las bodas de la Gitanilla celebradas en
Murcia con inolvidables versos el famoso licenciado Pozo, han
sido infructuosos los esfuerzos de los literatos murcianos para
dar vida á e.sta personalidad, dado que ninguno de los poetas
Pozos de aquellos tiempos vivia en esa ciudad. (V un articulo
de Don Andrés Baquero Almansa, inserto en el Semanario
murciano, correspondiente al 21 de Abril de 1878).
36

II. EL AMANTE LIBERAL

De los muchos episodios


que constituyen la novelesca
trama de la vida de Cervantes, uno sobre todos
azarosa

absorbió constantemente su atención y recuerdos. Ver¬


dad és que este episodio
constituye por sí mismo una
verdadera epopeya: nos referimos á su cautiverio en
Argel.
En casi todas sus
obras, prosadas ó rímicas, hay por
lo ménos alguna digresión, algún rasgo
pasajero, relacio¬
nado con su cautiverio; y hasta en sus comedias
perdi¬
das podemos conjeturarlo lógicamente,
ya que conoce¬
mos los títulos de tres de esta clase,
cuyos asuntos son
la raza turca, la tierra Santa y
Lepanto, á saber: La gran
turquesca, Jerusálén y La batalla naval. Pero donde más
palmariamente resulta esta verdad es en las comedias
Los tratos de Argel, Los baños de
Argel, El gallardo Es¬
pañol y La gran Sultana, y entre las novelas, en El
amante liberal, La Española Inglesa y El Cautivo, amén
de algún pasaje del Persiles (1).
En todas ellas le sirve de
inspiración un cuadrohispano-
argelino, bien que exornado con detalles puramente fan¬
tásticos, que, como ya en otro lugar dejamos manifestado,
han contribuido á que algunos,
con más buena fé que
cordura, hayan tomado como rasgos auto-biográficos,
precisamente estos detalles completamente novelescos,
por no haber tenido en cuenta aquellas prudentes pala¬
bras del mejor biógrafo del autor del
Quijote: «Es tal el
artificio y la frecuencia con que Cervantes mezcla
sus
lances con los de otros compañeros ó conocidos
suyos,
que es preciso estar muy versado en la lectura de sus
obras y en la historia de su
tiempo para discernir en
ellas lo verdadero de lo figurado.» (2)
Mas aunque el asunto del cuadro, digámoslo
así, está
tomado en El amante liberal de costumbres
argelinas, el
marco del mismo lo
constituyen los recuerdos de la in¬
fructuosa expedición á la isla de
Chipre hecha por Cer-

(1) Libro tercero, Capitulo X.


(2) D. Martin Fernández de Navarrete, pág\ 350.
37

van tes bajo las banderas del general Colon na en los


momentos mismos los tarcos se apoderaban por
en que
asalto de Nicosia (9 Setiembre de 1570), después de dos
meses de asedio, entregándose á todos los horrores de un

desenfrenado saqueo y á horribles matanzas y violacio¬


nes; (1) siendo esta expedición y sus correrías por tod as
las ciudades de Italia y Sicilia las fructuosas fuentes de
su relato.
Este es su argumento:
Ricardo, joven natural de Trápana, puerto siciliano,
arde en amores por una paisana suya llamada Leonisa,
que en vez de corresponderle se deja prender
en las
redes del almibarado Cornelio. Apresados Ricardo y
Leonisa en una de las algaradas de los turcos, preci¬
samente cuando estos, después de la toma de Nicosia,
se aprestaban á apoderarse de Framagusta, para que así

quedase toda la isla de Chipre definitivamente en su


poder, piérdense muy pronto de vista ambos jóvenes
hasta el punto de tener Ricardo datos suficientes para
juzgar que su amada había muerto. Gimiendo prisionero
en los alrededores de Nicosia (siendo á la sazón esclavo
de Hazán, el nuevo virrey recién venido de Berbería,)
encuéntrase al acaso con un compañero de su infancia,
natural de Palermo, reducido también á la esclavitud en
casa del Cadí, y que había renegado, tomando el nombre
de Maham.ut, ya por debilidad de carácter, ya por conve¬
niencia del momento, ó lo que es más seguro, obcecado
por la ceguera de los pocos años.
En este estado las cosas, y hallándose reunidos en una
tienda junto á Nicosia, el saliente gobernador, bajá ó
virrey de Chipre llamado Alí, el que desde aquel instan¬
te iba á sustituirle en sus altas funciones y el anciano '
Cadí, supremo sacerdote ú Obispo turco, preséntase
inopinadamente un mercader judío á vender una esclava,
que, según dijo Ricardo secretamente á su amigo, era la
misma Leonisa. Y aquí comienza el nudo de la acción,
pues enamorados los tres turcos de la hermosísima
cautiva, tratan de adquirirla para sí, pretextando todos

(1) Aunque Nicosia era la llave y capital ele la isla de Chi¬


pre, completóse la posesión de la misma por parte de los turcos
con la toma de Framagusta (2 de Agosto de 1571,) todavía en
condiciones más sangrientas y feroces Vid. Rosell, sobre la
batalla de Lepanto, Madrid, 1853.
38

que la destinaban al Gran Señor; ocurriendo entonces


un incidente que casi con idénticas circunstancias repite
otras veces Cervantes.
Efectivamente, enEl trato ó los tratos cíe Argel, que
debe de ser la más antigua de las comedias que se con¬
servan, Zara se enamora de su esclavo Aurelio, su espo¬
so Izuf de su cautiva Silvia,
lograr ambos cónyu¬
y para
ges sus pecaminosos deseos se valen, respectivamente,
Izuf de Aurelio y Zara de Silvia, rompiendo el nudo
Hazán, rey de Argel, que envía rescatados á España á
los prometidos esposos cristianos. En Los baños de Argel,
calcados en el drama anterior, aunque introduciéndose
otros diversos elementos, el gobernador ó Capitán de
Argel se enamora de su cautiva Constanza, y su esposa
Halima del doncel D. Fernando, novio de Constanza;
logrando verse éstos en las prisiones y concertar su
fuga.(l)
Pues bien, en la novela que ahora tratamos de estu¬
diar existe la misma complicación de amores cruzados
entre los esposos moros y los jóvenes cristianos, que por
su parte no corresponden á sus amos con igual afecto,
aunque por conveniencia lo finjan; y aun hay tres deta¬
lles comunes entre El amante liberal y Los Baños, cuales
son: el ser cautivados á un tiempo los jóvenes cristianos

en una alharaca mora; el llamarse en ambas produccio¬


nes Halima las moras infieles, ó sean la esposa del Cadí

y la Gobernadora; y el encontrarse en las dos estas arti¬


ficiosas quintillas de consonantes repetidos á que tan
aficionado fué siempre nuestro poeta, aunque él las supo¬
ne improvisadas sucesivamente por un vate andaluz
y
otro catalán en presencia de Carlos quinto: (2)
Como cuando el sol asoma

Por una montaña baja


Y de súpito nos toma,
Y con su vista nos doma
Nuestra vista y la relaja;
Como la piedra balaja
Que no consiente carcoma;

(1) Otro episodio de esta comedia son los amores de un es¬


pañol y una mora, que están repetidos otras dos veces en otras
obras: pero que no son ahora del caso
(2) Esto en la novela; en la comedia se ponen en boca de un
sacristán, al principio de la tercera jornada.
39

Tal es el tu rostro, Aja,


Dura lanza de Mahoma,
Que las mis entrañas raja.
Tiene también de común nuestra novela con Los
tratos que el nombre de Izuf, que se dá en estos ai turco
enamorado de la española, es el mismo del arráez que se
apodera de Leonisa, se enamora de ella y perece en el
naufragio (l). Más de un toque en la descripción de una
tempestad y de un abordaje en el mar, que figuran en
El amante, están tomados en la misma paleta del libro V
de La G-alatea y aun lo del abordaje de La española in¬
glesa. Y son por último dignos de notarse en este labe¬
rinto de fábulas entremezcladas los siguientes pasajes,
tan parecidos, tomados respectivamente de El capitán
cautivo y de El amante liberal:
1.° Murió mi amo el Uchali los cuales (los esclavos)
después de su muerte se repartieron..... entre el Gran Señor
(que también es hijo heredero de cuantos mueren y entra á
la parte con los demás hijos que deja el difunto) y entre sus

renegados: y yo cupe á un renegado Llamábase Hazán Agd


y llegó á ser muy rico y á ser rey de Argel, con el cual yo vine
de Constantinopla Yo pues era uno de los del rescate, que
como se supo que era capitán, puesto que dije mi poca posibili¬

dad y falta de hacienda, no aprovechó nada para que no me

pusiesen en el número de los caballeros » (2)


2.° «Llegamos á Tripol de Berbería, donde á mi amo le
dió un dolor de costado tal, que dentro de tres días dió con él
en el infierno: púsose luego el rey de Tripol en toda su hacien¬

da, y el alcaide de los muertos que allí tiene el Gran Turco


(que como sabes es heredero de los que no le dejan en su
muerte): estos dos tomaron toda la hacienda de Fetala mi amo,
y yo cupe á éste (Hazán-bajá), que entonces era virrey de
Trípoli y de allí á quince días le vino la patente de virrey de
Chipre, con el cual he venido hasta aquí sin intento de resca¬
tarme, porque (aunque) (3) él me ha dicho muchas veces que
me rescate, pues soy hombre principal, jamás he acudido á

(1) Hay la diferencia de que los cristianos del Amante son


sicilianos, y peninsulares españoles los de las dos comedias;
siendo también la escena del Amante en posesiones de la Tur¬
quía europea y en Argel los sucesos de las comedias.
(2) Folios 236 y 37 de la 1.a cd. de El ingenioso hidalgo. (Cuesta, 1605 etc.)
(3) Este aunque falta en la ed. príncipe y está bien añadido.
40

ello, antes le he clicho que le engañaron los que le dijeron


grandezas de mi posibilidad.»
Mas dando ya de mano á tales coincidencias, reanude¬
mos el hilo de nuestra novela. Halima, la mujer del
Cadí,
se enamora perdidamente de Ricardo, haciendo á Leonisa
confidente de su pasión, como ya lo había hecho el Cadí
con Ricardo, su esclavo
(pues por trazas de Mahamut
había venido á serlo), de su amor por la cristiana. De
este modo lograron hablarse con gran espacio Ricardo
y
Leonisa (ya bastante humanizada con su antes desdeña¬
do amante), como si tratasen de sus cometidos de terce¬
ría, sirviendo esta entrevista, como es natural, para su
ulterior conducta. Alentados el Cadí y las
su esposa con
esperanzas respectivas que esclavos les hicieron
sus
concebir de ser correspondidos, dieronse prisa á embar¬
carse en un bergantín, con rumbo á
Constantinopla, lle¬
vándose consigo á Ricardo y
Leonisa, que el taimado
Cadí seguía fingiendo iba á entregarla al Sultán. Por su
parte Hazán, á quien el dios alado no dejaba sosegar,
había armado otro bajel y perseguía al primero con
ánimo de tomarlo en alta mar, como lo hizo,
si bien sus
soldados se dieron antes á robar que á matar. Pero no
fué solo la batalla entre el bajel del Cadí y el de
Hazán
lo que allí ocurrió, sino una verdadera carnicería
por
añadirse otro nuevo incidente, pues Alí, movido por la
misma lubricidad de los otros, atacó desde otro barco á
la gente de Hazán, posesionada ya del bergantín del
Cadí; siendo el resultado final que Ricardo y su amigo,
ayudados de dos sobrinos de Halima, del padre de ésta
y de algunos cristianos griegos, dieron buena cuenta de
los pocos turcos vivos (pues se habían combatido encar¬
nizadamente las gentes de los dos virreyes,) dejando solo
con vida á la gente del
Cadí, el cual se volvió mustio y
cabizbajo á Nicosia, separado para siempre de su codi¬
ciada siciliana y de su joven mujer, que quiso ir á tierra
de cristianos y restituirse ella misma á la
religión del
Crucificado. En resolución,, embarcados en la
goleta de
Alí, Ricardo y su amigo, Leonisa y Halima y los padres
de ésta, con los sobrinos
y los cautivos cristianos, llega¬
ron felizmente á
Trápana, donde Mahamut y Halima (am¬
bos renegados como queda
insinuado,) se reconciliaron
con la Iglesia
y se desposaron, así como Ricardo y Leo¬
nisa; mas no sin que el primero de estos invitase antes
41

á Cornelio á que se casase con su antigua novia, ofre¬


ciendo á ésta en dote todas las riquezas de los buques;
ante cuya liberalidad acabó de rendirse á Ricardo Leo-
n isa.

Dignas son de notarse en ésta como en otras obras


cervánticas la propiedad y exactitud con que el novelista
toca los asuntos pertenecientes á la marinería, viajes y
condiciones geográficas de los países todos y princi¬
palmente los recorridos por este verdadero juguete de la
fortuna; lo cual ha dado lugar á que tres cervantistas
hayan de propósito estudiado estas especialidades, á
saber: D. Fermín Caballero, D. Cesáreo Fernández Duro
y D. Manuel Foronda. Dejando nosotros para otra opor¬
tunidad el ampliar estos puntos, hace sin embargo ahora
á nuestro propósito el dejar sentado, no sólo que el señor
Fernández ratifica resueltamente de novelas marítimas
El Amante yLa Española inglesa (Cervantes, marino,p. 29,)
sino que diputa á nuestro autor por hábil hidrógrafo,
principalmente cuando nos habla de las condiciones de
las islas Terceras y Bermudas en el Océano y de las de
Pantanalea, Lampadosa, Malta, Chipre, Córcega y Cerde-
ña en el Mediterráneo, y por entendido piloto al señalar
las derrotas entre dichas islas, la de Inglaterra á las
Terceras y estrecho de Gibraltar, y al trazar la de núes-.
tra península á la italiana y viceversa, ó la de España á
Tierra-Firme, como en El celoso extremeño (pág. 35.) Y
añade el ilustrado marino y entusiasta cervantista: «La
situación de las galeotas turcas que roban á Leonisa,
ensacadas en la isla Pantalarea bajo1 temporal; las ma¬
niobras que ejecutan con desesperado esfuerzo para
montar una punta á barlovento; la pérdida de una de
ellas en la playa brava, mientras la otra logra su objeto
y toma abrigo al redoso de la tierra, están pintadas como
solo puede hacerlo un consumado hombre de mar.»
(p. 36.)
También debe llamar nuestra atención el gran conoci¬
miento, de que aquí y en otras novelas dá muestras el
autor, de las costumbres turcas, señalando cuidado¬
samente en ésta el respeto al Cadí, supremo sacerdote
entre aquellas gentes, la falaz residencia de los virreyes
ó bajaes, la venalidad reinante en la provisión de los
destinos públicos, la relación de su alta justicia con la
nuestra por medio de la comparación del Visir-bajá y lo§
42

cuatro bajaes menores, ó sea el gran Consejo del sultán


con el Presidente del real consejo y oidores, que enton¬
ces constituían nuestro Supremo tribunal de justicia; y

haciendo notar en fin una vez más, «que los moros son
en extremo celosos, y encubren de todos los hombres
los rostros de sus mujeres; puesto que (1) en mostrarse
ellas á los cristianos no se les hace de mal quizá debe de
ser que por ser cautivos no los tienen por hombres ca¬
bales.»
Mas en medio de estasdescripciones de costumbres,
ora enérgicas,
domina en
ora apacibles y siempre bellas, lo que
esta novela es el estudio psicológico.
^
La her¬
mosa y altiva Leonisa desdeña al apuesto, varonil y
generoso Ricardo por un mozo atildado, de blancas ma¬
nos y rizos cabellos, de voz meliflua
y amorosas palabras,
todo hecho de ámbar y de alfeñique, hasta que con la
experiencia propia y el desenvolvimiento de los sucesos
va labrando en su corazón la cualidad y nobleza de alma
del desdeñado, con ventaja á la falta de generosidad y
valor personal del elegante Cornelio, acabando por apa¬
sionarse decididamente por Ricardo, á quien vemos
también á su vez, ora víctima de rabiosos celos, ora
abatido y angustiado, pero siempre tierno, apasionado,
digno y valeroso y con abnegación suficiente para ver
casados á Cornelio y Leonisa, con tal de que ésta sea
feliz. En los tres moros domina la lubricidad, siquiera
los anime á empresas arresgadísimas, lo mismo que en
el arráez y en el judío mercader; y los renegados Maha-
mut y Halima vienen por fin, con abrir de nuevo los
ojos á la fé de Cristo, á realizar un buen matrimonio de
conveniencia.
Cuanto al mérito del Amante, las conceptuosas suti¬
lezas y expresiones relamidas de ciertos diálogos, la
languidez, nimiedad y exageración de algunos relatos
amorosos (2), el carácter frío é indeciso de Leonisa, la

(1) Sabido es que puesto que equivale siempre en Cervantes


á la conjunción aunque.
(2) «Hoy hace un año, tres días y cinco horas, Leonisa y sus
padres y Corneüo y los suyos se iban á solazar » «parece
que el aire de los suspiros, que el enamorado moro arrojaba,
impelía con mayor fuerza las velas que le apartaban y llevaban
el alma:» las lágrimas de Ricardo eran sin cuento y sus suspi¬
ros encienden el aire, y sus razones cansan al cielo; y en otra
43

incolora personalidad de Cornelio, la complicación un


poco violenta de los sucesos incidentales (nada menos
que seis personajes, amén del protagonista, se enamoran
locamente de la heroína) y lo difícilmente que la unidad
de acción queda salvada, hacen que esta novela sea la
menos afortunada de todas, y que echemos en ella de
menos al Cervantes tradicional de inimitables gracejos,
no tanto si se quiere en la concepción como en la eje¬
cución de la obra.
Respecto á la gestación de este cuento, si bien á juz¬
gar por algunos pasajes como el hermosísimo apostrofe
á las ruinas de Nicosia con que la novela se abre (1) y
los minuciosos detalles marítimos y topográficos que la
esmaltan parece como que la copia no podía estar muy
distante del original, y en tal caso, habiendo ocurrido los
principales sucesos de la fábula en los meses de Mayo y
Junio de 1572, podía sospecharse si el embrión por lo
menos de El Amante liberal fué un fruto en agraz de la

juventud del novelista (2); nosotros opinamos resuelta¬


mente,-no ya que El Amante sea una obra arreglada ó
restaurada en los últimos años del gran escritor, sino
entonces mismo trazada y compuesta con la inspiración

ocasión, contando el mismo Ricardo sus desventuras, «se le


pegó la lengua al paladar, de manera que no pudo hablar más
palabra ni detener las lágrimas que, como suele decirse, hilo á
hilo le corrían por el rostro en tanta abundancia que llegaron
á humedecer el suelo.»
(1) »¡Oh lamentables ruinas de la desdichada Nicosia, ape¬
nas enjutas de la sangre de vuestros valerosos y mal afortuna¬
dos defensores! Si como carecéis de sentido le tuvicrades ahora,
en esta soledad donde estamos, pudiéramos lamentar juntas
nuestras desgracias, y quizá el haber hallado compañía en
ellas, aliviaría nuestro tormento. Esta esperanza os puede
haber quedado, mal derribados torreones, que otra vez (aunque
no para tan justa defensa como la en que os derribaron,) os
podéis ver levantados; mas yo, desdichado, ¿qué bien podré
esperar en la miserableestrecheza en que me hallo, aunque
vuelva al estado en que estaba antes deste en que me veo? Tal
es mi desdicha, que en la libertad fui sin ventura, y en el
cautiverio ni la tengo ni la espero.» (Palabras de Ricardo).
j(2) Así lo sostiene Mr. Chasles (p. 226), basándose en la
especie de inexperiencia que resulta en la creación del carác¬
ter de Ricardo, con sus exageradas ternuras, su platonismo
amoroso etc., si bien se equivoca al suponer que Ricardo es

español, (pues no lo era sino en el sentido de pertenecer Sicilia


á España). Bien es verdad que á no asegurarnos Cervantes
44

de un viejo hermoso recuerdo, pero rellena de episodios


y
allegadizos tomados á la vista de casi todas sus obras,
y
á modo de centón, como lo dejamos evidentemente de¬
mostrado al principio.
Parece también más conforme con las leyes de la
que podemos llamar mecánica artística el que una obra
se
constituya con elementos de otras análogas, guar¬
dando la posible unidad y conveniencia, que 110 el que
se descoyunte aquella para que sus miembros vayan
integrando otras producciones en distintas épocas y
circunstancias. Y aunque pocas veces puede darnos
suficiente luz cronológica el final de cada una de las
Ejemplares, dado caso que suele ser añadido y retocado
á última hom, creemos que por esta vez queda corro¬
borada nuestra opinión de que El Amante es una de las
últimas novelas con las siguientes palabras, que son las
finales del cuento, de las que se induce claramente que
ambos esposos habían ya muerto: «La fama de
Ricardo,
saliéndose de los términos de Sicilia, se extendió por
todos los de Italia y de otras muchas partes,
debajo del
nombre del Amante liberal y aun hasta hoy dura en los
muchos hijos que tuvo de Leonisa, que fué ejemplo
raro
de discreción, honestidad, recato y hermosura.» De
donde puede sacarse lógica y naturalmente en conse¬
cuencia, cuando menos
que habrían transcurrido de
treinta yocho á cuarenta años desde el casamiento de
Ricardo y Leonisa hasta que tales palabras brotaron de
la pluma del novelista: cómputo que nos dá la fecha
aproximada de 1610 al 12 para la composición de la
novela.

II!. RINCONETE Y CORTADILLO

En este admirable mosaico; en esta mesa de trucos


donde cada puede llegar á entretenerse sin daño de
uno

barras, según afirma en su Prólogo el mismo Cervantes;

que era del lugar de Trápana, lo misino podía ser español que
siciliano y aun esta misma vaguedad nos suministra el indicio
de que si este personaje no era andaluz ó catalán ó castellano
fué únicamente para diferenciarlo por su nacionalidad de los
otros varios personajes ya citados quo tuvo á la vista para
copiar de ellos las aventuras de El Amante liberal.
45

después de dotar éste á la literatura nacional del único


ejemplarque poseemos de novela propia, exclusiva y
eminentemente gitana, asegundada por genial y bizarro
contraste con un cúmulo de episodios, rasgos y escenas
patéticas que en conjunto un tanto abigarrado acabamos
de contemplar en el Amante liberal; de ningún modo po¬
día faltar una novela genuinamente picaresca. ¿Ni cómo
era esto posible, cuando una de las gl andes glorias y
méritos de Cervantes, con que salpica con lluvia de oro
gran parte de sus escritos, tiene por fuente su profundo
estudio de la picaresca española? No pocos rasgos de este
género (compenetrados, como hemos visto, en la Gitani-
lla) se advierten en el Quijote y en El Rufián dichoso,
sobre todo en la jornada primera, y se arrojan á manos
llenas en Pedro de TJrdemalas, en los entremeses {La
guarda, El retablo, Los alcaldes), en La ilustre fregona y
en La tía fingida. «El mapa picaresco de España {ha di¬

cho Cabaltero), esto es el catálogo de sitios que en las


ciudades y pueblos grandes servían de centro á la gente
corrompida y desalmada, lo sabía Cervantes de coro;»
y como en su lugar queda insinuado no solo por influen¬
cias literarias conocía el autor la vida truhanesca, sino
que se había visto obligado á vivirla en las cárceles pú¬
blicas de Andalucía. (1) Véanse dos pasajes en que se
apuntan lugares de esta geografía especial. Decía el pri¬
mer ventero, natural de Sanlúcar, con quien topó Don
Quijote al salir de su aldea, «que él ansímismo en los
años de su mocedad se había dado á aquel honroso ejer¬
cicio andando por diversas partea del mundo buscando
sus aventuras, sin que hubiese dejado los percheles de
Málaga, islas de Riarán, compás de Sevilla, azoguejo de
Segovia, la olivera de Valencia, ronctilla de Granada,
playa de Sanlúcar, potro de Córdoba, y las ventillas de
Toledo.» «En tres años que tardó (Carriazo) en parecer
y volver á su casa aprendió á jugar á la toba en Madrid,
y al rentoy en las vistillas de Toledo, y á presa y pinta
en pie en las barbacanas de Sevilla,» sin dejar de cursar

«en las almadrabas de Zallara, donde es el finibusterre

(1) También le sirvió de lección práctica y amarga en su


vejez el brutal sesgo dado por el injusto juez Villarroel (toda
cuya energía se redujo á encarcelar gente inocente, como
Cervantes y su familia) en la causa de Valladolid, tan famosa
en los anales cervantinos.
46

de la picaresca» más de «dos cursos en la academia de


la pesca de los atunes.» (1)
No sería del todo inoportuno en este lugar, y con oca¬
sión de hablar de la literatura truhanesca, el entrar en
un estudio de la psicología social que representa la
picardía en España; pero opinamos de todas suertes que
la materia ofrece de suyo un campo suficientemente
extenso, para ser tratada aparte. Así lo ha entendido el
ilustre antropólogo criminalista Sr. Salillas, quien entre
otros trabajos sobre la delincuencia española acaba de
ofrecernos un libro sapientísimo, producto de largos años

de vigilia (puesto ya á contribución por nosotros en el


estudio de la Gitanilla,) en el que desenvuelve en admi¬
rables capítulos las tres fases, hampa social, gitanismo y
hampa delincuente, correspondiendo á la primera todo
lo referente á la picaresca. En la imposibilidad de seguir¬
le in extenso en tan importantes disquisiciones, tomamos
por via de axiomas, corolarios ó postulados estos cuatro
párrafos que á guisa de preparación para nuestro estudio
vienen á iluminar nuestro campo.
«Vida picaresca quiere decir, en suma, vida alegre y des¬
preocupada. Por eso la picardía que se descubre en un modo
de engañar para adquirir, se desenvuelve después en un modo
de engañar para contentarse, y se afina luego en su música

peculiar y genérica.»
«Más de una vez un caballero de la mayor alcurnia mereció
el apodamiento nacional, y más de una vez aparece en escena
el picaro, virtuoso, limpio, bien criado y más que medianamen¬
te discreto, como en La ilustre fregona. El Carriazo de esta
novela de Cervantes no es una excepción.»
«Resulta, pues, que en los lugares truhanescos aparecen
especificadas casi todas las condiciones y tendencias nacionales
que dan color á nuestra nacional picardía, tendencias que unas
veces no consisten en otra cosa que en manifestaciones de un
parasitismo que bien puede llamarse laborioso, aunque por su
apego á la industria se desenvuelva en industrias inmorales:
en un apicaramiento colectivo que califica de hería á gentes
determinadas ó indeterminadas de una localidad; en una afi¬
ción á la fiesta y á la holganza, y en un alarde de valor que,
sirviéndonos de la alusión mitológica de Céspedes, podremos
decir que junta á Marte con Venus, naciendo de aquí el ager-

(1) La ilustre fregona, al principio.


47

manamiento de la prostituta y el rufián. =Pero con todo, en


esos lugares no se debe confundir al picaro propiamente dicho
con las demás gentes que con él se codean, y que pueden con¬
siderarse transitoriamente desgarradas, como les ocurrió á
Carriazo y á otros muchos.»
«Los 'ugares truhanescos se distinguen, no por su carácter
de picardía, sino por su condición de centros comerciales ó
industriales. Las islas de Riarán no eran otra cosa que un
establecimiento de adobo, salazón y tráfico de pescados, y cosa
equivalente las famosas almadrabas de Zahara; el Azoquejo de
Segó vi a y el Zocodover de Toledo eran, por decirlo así, repre¬
sentación de dos centros mercados pode¬
industriales y de dos
rosos; la playa de Sanlúcar representaba el brazo fluvial del
comercio de Sevilla y la reunión de las flotas de Indias; y por
último, el Compás de Sevilla y el Corral de los Olmos, y pro¬
bablemente la Olivera de Valencia, eran centros de prostitu¬
ción que convidaban al ejercicio de Ja inmoral industria de los
rufianes.=En una palabra, el fenómeno picaresco, lejos de ser
esencialmente una manifestación degradante, 110 es más que
una manifestación parasitaria, pero no como restringidamente

se entiende el parasitismo, sino como manifestación de una


vigorosa actividad potencial que en las estrecheces de nuestra
constitución no podía desenvolverse de otro modo, y de aqui
que sea justa la distinción entre el parasitismo que se mani¬
fiesta en la lucha por la existencia buscando adaptaciones y

compensaciones ine'udibles, y el parasitismo de temperamento


que singulariza á los seres notoriamente degradados.» (1)
Así como la Gitanüla es la única novela exclusiva¬
mente consagrada á la raza cíngara ó gitana, así las
aventuras de Rincón y Cortado, sirven de marco á un
estudio el más completo sobre la picardía española.
Sí; Binconete y Cortadillo es una novela picaresca de los
pies á la cabeza, tan fresca, tan interesante, tan gallarda
y tan juguetona como El lazarillo de Tormes y El Guz-
man Álfarache, tan intencionalmente satírica como
de
El Buscón, y con mayores horizontes y superior finalidad
moral que El escudero Marcos de Obregón y que todas las
novelas de esta clase anteriores y posteriores.
El desarrollo de la fábula es como sigue:
Dos muchachos castellanos, de diez y seis años, poco
más ó menos, ya probados en toda clase de hurtos y

(1) Todo lo copiado se lee en los cap.» 5, C y 7 de la Primera parte.


48

fullerías, entraron juntos en Sevilla, teniendo á poco


ocasión de tomar parte cofradía de ladrones
en una
capitaneada por un tal Monipodio; y lo que en una sesión
vieron y aprendieron dá lugar, si no al más sabroso, á
uno de los más sabrosos cuentos picarescos que se han
escrito. Y este sí que con razón puede llamarse un ver¬
dadero entremés en el que entre lo que se presencia
y
lo que se cuenta (aut agitur res in scenis, aut acta refertur),
con un diálogo chispeante, ingenioso y lleno de sales é
idiotismos de la gemianía, se pasa un rato regocijadí¬
simo. Todos los personajes se salen del cuadro. Tenemos
como protagonista á Monipodio, jefe, mayor y director
de la chusma, «alto de cuerpo, moreno de rostro, ceji¬
junto, barbinegro, y muy espeso, los ojos hundidos; venía
en camisa y por la abertura de delante descubría un
bosque, tanto era el vello, que tenía en el pecho ;"las
manos eran cortas y pelosas, los dedos gordos,
y las
uñas hembras y remachadas, las piernas no se le
pare¬
cían, pero los pies eran descomunales de anchos y juane¬
tudos. En efecto, él representaba el más rústico y dis¬
forme bárbaro del mundo.» Los muchachos Rincón
y
Cortado tienen algo de los personajes protáticos de la
comedia clásica, y son al mismo tiempo una especie de
parodia bufa del coro trágico, con su constante presencia
en escena; por lo demás están pintados de mano maes¬
tra. Siguen todavía en primer término, el Repolido y su
manceba la Cariharta, más amante cuanto más azotada,
y las cantadoras la Escalan ta y la Gananciosa con sus
cuyos Chiquiznaque y Maniférro; en segundo lugar, la
comadre Pepota, beata fingida y borrachona, un estu¬
diante y un soldado (que aparecen solo en la exposición),
robados por Rinconete y Cortadillo, el Ganchuelo especie
de introductor de embajadores, ladrón para servir
á Dios
y á la buena gente,el centinela Tagaroteóos dos abispones
(de gran provecho en la hampa) y los dos palanquetas;
algo más lejos el Silbatillo, trainel ó criadillo de uno
de los rufianes, y un caballero en representación de
los parroquianos que encargaban á la cofradía la solu¬
ción de sus agravios por medio de
cuchilladas, palos y
cencerradas á precios estipulados; allá en lontananza el
sobornado alguacil de los vagamundos, el Alcalde de la
justicia con dos alguaciles neutrales; más desvanecidos
los bravos secutores (ejecutores) el Lobilla de Málaga, el
49

Desmochado, el Narigueta etc. etc.; y en el fondo, la


sociedad y la justicia sevillana burladas y escarne¬
cidas Este si que es uu cuadro goyesco, admirable¬
mente pintado por Cervantes para llamar la atención de
los tribunales, á fin de que remediasen tanto escándalo,
y salpimentado con rasgos descriptivos y observaciones
de primer orden, esfumándose un fondo de superstición y
bellaquería dignos del látigo de Juvenal.
Yernos de todas suertes que la decadencia iniciada en
España desde los promedios del siglo xvi es la que ins¬
pira constantemente la sátira de Cervantes. En su vida
de estudiante, en su primera juventud, y en su larga
práctica después de 18 años de sus servicios militares,
pasando como escritor en Madrid, como alcabalero y
encarcelado en Andalucía y como pretendiente en Va-
lladolid, tuvo acasión de ver y palpar que el estado social
de su querida España desastroso. Sin dejar de apre¬
era
ciar los vicios de la aristocracia y la clase media, des¬
cubre sobre todo la hedionda llaga de las ínfimas capas
sociales, viéndose precisado á fustigar á la justicia civil
más que á la militar, como encubridora y cómplice de
los crímenes de las inmundas cuadrillas ce ladrones,
poniendo al propio tiempo al descubierto el cortejo
sórdido de escribanos, alguaciles y ministros de la baja
justicia como intermediarios entre el tribunal y los de¬
lincuentes.

De El Rinconete y Cortadillo sabemos positivamente


que salió de manos de su autor antes de 1604, pues él
mismo dice en el Quijote: «El ventero se llegó al cura y
le dio unos papeles, diciéndole que los había hallado en
un aforro de la maleta donde se halló la novela del Cu¬

rioso impertinente El cura se lo agradeció, y abrién¬


dolos luego vio que al principio de lo escrito decía: No¬
vela de Rinconete y Cortadillo y coligió que pues la del
Curioso impertinente había sido buena, también lo sería
aquella, pues podría ser fuesen todas de un mismo
autor.»(Parte 1.a cap. 47.)
Y efectivamente, el ejemplar manuscrito que poseía el
amo de Maritornes no sería el único, sino que habría
seguramente algunos más, que de 1590 á 1600 correrían
en Sevilla; uno de los cuales vino á manos del licenciado

Porras, cuyas variantes respecto al retocado ó impreso


4
50

en 1613son en bastante número; (1) mas antes de hacer


este cotejo conviene nos encaremos con Bosarte, por
quien fué descubierto el códice del Racionero sevillano
en los términos en la primera parte descritos.

Fundándose el futuro Secretario de la Academia de


San Fernando en que la crítica «es un arte libre en la
república literaria, aunque en la civil sea restricta;»
señalando la exacta circunstancia de que no se habían
estudiado las Novelas ejemplares como el Quijote tan
gloriosamente ensalzado por nacionales y extranjeros;
y sin dejar de blasonar á cada paso de que lejos de ser
un envidioso de Cervantes es su sincero admirador;
empréndela conbastante descomedimiento contra el
Binconete y el Zeloso de 1613 y á favor del códice sevi¬
llano, (2) insistiendo en que este fué echado á perder
por Cervantes, quien llegó hasta bastardear el lenguaje
del siglo XYI para dar gusto á los lectores del siglo
XVII. De todo este galimatías deduce ei vacilante crí¬
tico que bien pueden considerarse las copias de Porras
como verdaderos bocetos ó borradores de lo que después

fueron las Ejemplares, hechos por el mismo pintor, si


bien le atosiga un poco el concertar las dos especies de
que los hechos de las novelas sean verdaderos, como él
parece creerlo, y sin embargo hayan sido engendrados
por el ingenio del gran escritor. Cuatro son los capítulos
de cargo contra Cervantes que se le ocurren á Bosarte
al comparar el Binconete de Porras con el publicado por
Cuesta y son á saber: 1.° Supresiones, 2.° Alteración de
hechos y circunstancias, 3.° Añadiduras y 4.° Discrepan¬
cia y discordia de palabras. Considerando nosotros com¬
pletamente ocioso el seguir al erudito bibliotecario por
su camino, y sin preocuparnos de tomar
la defensa de
Cervantes contra su opugnador, tarea que ya ocupó á
un crítico anónimo del siglo pasado, (3) vamos á presen¬

il) Nos referimos, tanto en estas variantes como en las del


Celoso, de qne más tarde trataremos, á la edición del Gabinete
de lectura, de que extensamente se habló en la primera parte.
(2) El diario de Madrid á 9 y 10 de Junio de 1788 y los
Prólogos de los números 4 y 5 del Gabinete de lectura (sin
fecha,) publicados en los meses de Agosto y Septiembre del
mismo año.

(3) Vide los números 70, 72 y 73 del Memorial literario, ins¬


tructivo y curioso de la corte de Madrid, correspondientes al
51

tar de nuestra cuenta las variantes más notables exis¬


tentes entre la edición cervantina y el borrador sevilla¬
no exhumado y puesto en letras de molde en Madrid
más de ciento ochenta años después de escrito.
He aquí el comienzo del Rinconete, puesto en distilo,
según ambas versiones, para que se echen de ver de una
ojeada sus diferencias:
Éd. de 1613 Ed. de Bosarte (1788)
En la venta del Molinillo, En la venta del Molinillo,
que está puesta en los fines de que está los campos de Al¬
en
los famosos (1) campos de Al¬ cudia, viniendo de Castilla pa¬
cudia, como vamos de Castilla
ra la Andalucía, ya en la en¬
á la Andalucía, un dia de los trada de Sierra morena, un

calorosos del verano se halla¬ dia de los calurosos del vera¬

ron en ella acasodos mucha¬ no del año 1569 se hallaron


chos de hasta edad de catorce dos muchachos zag-alejos, el
de edad de quince años, y
á quince años: el uno. ni el uno

otro no pasaban de diez y el otro de diez y siete; ambos


de buena habilidad y talle, pero
siete: (2) ambos de buena gra¬
cia pero muv descosidos, rotos muy rotos, descosidos y maltra¬
X v maltratados: capa no la tie¬ tados: capa no cubría sus hom¬

nen, los calzones eran de lien¬ bros, los calzones eran de lien¬
zo, y las medias de carne. zo,y lasmedias calzas decarne1

No decir que la distinta manera de


hay para qué
localizar el autor la ventadel Molinillo consistió en que
la primera vez residía él en Sevilla y la segunda en Ma¬
drid; y respecto á la supresión definitiva de la palabra
colzas consistió en que el uso había ido sustantivando el
vocablo medias, como ahora sucede, en los quince ó
veinte años transcurridos desde el borrador á la primera
impresión.
Entre las varias diferencias de forma que echamos de
ver en ambas ediciones, desde que los muchachos entran
en la casa de Monipodio, hay una variante de bastante

tomo XV y año de 1788 Me inclino á creer que este adalid que


salió en defensa de Cervantes lo fué el propio D. Juan Antonio
Pellicer.

(1) (2) El carg-o de Bosarte de que los campos de la Alcudia


no eran famosos es una verdadera triquiñuela, tratándose de
una obra festiva; y el afirmar que Cervantes se burlaba de sus
lectores por decir de dos modos la edad de los pilletes, es tan
irrespetuoso como temerario.
52

consideración, pues al paso que en lo impreso se concede


y permite por unanimidad á Rincón y Cortado «gozar de
las inmunidades de su cofradía» (después de las pruebas
de su examen,) tan solo porque su presencia agradable
y su buena plática lo merecía todo, asistimos en el borra¬
dor á la escena siguiente, completamente suprimida
después.
«Rebueno ¡vive el cielo! dijo Monipodio: y haciendo del ojo á
uno de los
bravos, se llegó uno de ellos á Rinconete y cogién¬
dolo descuidado, le dió un gran bofetón
en medio del rostro,
y no lo hubo bien dado, cuando echando mano al de cachas,
y Cortadillo á su espada media, ó terciado, arremetieron al
bravo con tal
denuedo, que si el otro no se metiera de por
medio lo mataran, lo cual hicieron con tal presteza y ánimo,
mostrando tanta cólera y orgullo, que todos quedaron admi¬
rados. Ni todos bastaban á detenellos y apaciguallos, ni basta¬
ran otros tantos, si Monipodio
les dijera: teneos, hijo Rin¬
no
conete, que con este bofetón quedáis armado caballero, y os
habéis ahorrado seis meses de noviciado; porque con el ánimo

que habéis mostrado, os diputo, señalo y consagro á entrambos,


para que podáis comunicar desde luego con los matasietes y
asesinos de nuestra cofradía, que es el primero privilegio, y
entrar en lo guisado con todo género de armas

.Como sea, yo me allano, respondió Rinconete; pero


eso

si fuera porotra guisa, aunque mozo, y sin barbas, yo se las


quitara al mismo Satanás pelo á pelo en mi venganza y satis¬
facción. Vive el dador que eres milagroso, dijo el bravo Chi-
quiznaque: daca mocito la mano y tenme de aqui adelante por
tu favorecedor,, que lo haré, ¡vive Roque! con muchas veras.»

Pero donde Cervantes puso todos sus conatos al en¬


mendar los escritos de años anteriores, como ya lo
indicó en el Prólogo, es en lo referente á limpiarlos de
pinturas deshonestas. Así es que habiendo puesto en el
borrón de Rinconete que para enseñar la Cariharta á los
ladrones los cardenales que le produjo la azotaina de su
cuyo «se descubrió hasta los muslos,» luego puso que se
alzó «las faldas hasta la rodilla y aún un poco más.»
Dábansenos en aquél bastantes detalles de cierta noche
que la misma Cariharta pasó «con un bretón, que liedia
á vino y brea á tiro de arcabuz» (hermano de cierto com¬
patriota que anda en iguales pasos en El Coloquio de los
53

perros,) y de otra dormida con un perulero, que obsequió


á la Cariharta con seis reales de á ocho, (1) la primera
de las cuales niñerías nos sirve para explicarnos por
qué al socarrón de Rinconete «especialmente le cayó en
gracia cuando dijo (la moza) que el trabajo que había
pasado en ganar los veinticuatro reales (2) (los del bre¬
tón, que según el ms. solo fueron veintidós) lo recibiera
el cielo «en descuento de sus pecados.»
Tampoco nos quiso explicar Cervantes al publicar su
novela lo que significaba la frase estropeada «marinero
de Tarpeya» cuando pensaba Rincón con gran risa «en
los vocablos que había oído á Monipodio y á los demás
de su compañía y bendita comunidad; y más cuando por
decir per modum sufragii, había dicho por modo de nau¬
fragio, y que sacaban el estupendo, por decir estipendio,
de lo que se garbeaba; y cuando la Cariharta dijo que
era Repolido como un Marinero de Tarpeya y un tigre
de Ocaña, por decir Hircania con otras mil impertinen¬
cias.» Sin embargo, su primera idea debió de ser (á lo
menos así está escrito por Porras) poner enseguida de
Marinero de Tarpeya «por decir Mira Ñero de Tarpeya,»
(3) con alusión al antiquísimo romance, á que tantas ve¬
ces aludió en el Quijote y que se cita también en la Ce¬

lestina, que comienza así:


Mira Ñero de Tarpeya
A Roma cómo se ardía
Gritos dan niños y viejos
Y él de nada se dolía. (4)

(1) Segiin Ciemencín (comentarios al cap. XXI, 1.a parte


del Quijote) los reales antiguos tenían 34 maravedises equiva¬
lentes á, 89 de los imaginarios modernos, asi es que los reales
sencillos, los de á dos, de á cuatro y de á ocho podían regular¬
se respectivamente por nuestros extinguidos columnarios de
dos y medio y cinco reales y por los existentes de diez y de
veinte (escudo y peso duro): en tal caso lo recibido por Ja Cari¬
harta fueron seis pesos duros ó treinta pesetas de las actuales.
(2) Sesenta reales ó quince pesetas délas actuales, según la
nota anterior.

(3) Bien es verdad que esto último no resultaba correcto en


buena gramática, pues no se trataba aquí solamente de desfi¬
gurar el nombre de Nerón, sino de convertir el verbo mirar
en primera parte de dicho nombre, y sin duda por no entrar en
explicaciones de la operación léxica de la Cariharta optó Cer¬
vantes por no decir nada.
(4) Véase acerca de este romance Clemencin notas al capí¬
tulo XIV de la primera parte del Quijote,
54

Dejando á un laclo otras muchas diferencias de poca


significación como el ser Cortadillo en el ms. de Mollori-
do y en lo impreso del Pedroso, el tropezar en el primero
los muchachos al entrar en Sevilla con un gallego y con
un asturiano en el segundo, el que en éste hay un judío
ladrón á quien en aquél se le llama solamente el cojuelo,
el que un trainel se llame Cabrillas ó Culebrilla, el cal¬
zarse la Cariharta y Escalanta sus chapines al revés, ó
calzarse la segunda el suyo y enmudecer la primera, el
haber suprimido Cervantes la numeración de cuenta
castellana del libro de caja de la casa de Monipodio que
/antes puso, así como la noticia que dá un viejo á Moni¬
podio de haber entrado por la puente de Carmona cuatro
carros de mujeres, según Bosarte (1), ó sea «cuatro casas
movedizas en cuatro carros bien cargados etc., etc.;» con¬
cluiremos esta confrontación dando cuenta de la varian¬
te final, que hace juego con la primera en el caracterís¬
tico colorido sevillano del borrador. Terminando lo
impreso con prometerse una segunda parte de las aven¬
turas de Rinconete y Cortadillo (mero artificio novelesco
tomado en serio por Bosarte,) había una coleta en el
manuscrito (si no es añadidura de Porras) que decía así:
«que todas son cosas dignas de consideración, y que
pueden servir de ejemplo y aviso á los que las leyeren,
para huir y abominar una vida tan detestable, y que
tanto se usa en una ciudad, que había de ser espejo de
verdad y de justicia en todo el mundo, como lo es de
grandeza.»
Respecto á la época de la acción no quiso el autor
puntualizarla (al menos de propósito) ni en esta ni en
casi ninguna otra de sus Ejemplares; sin embargo, en el
manuscrito de Porras, ó sea en la edición de El gabinete
de lectura, pone á la cabeza y después del título: «Famo¬
sos ladrones que hubo en Sevilla, la cual pasó así en el
año de 1569,».confirmando D. Luis Zapata (según Pelli-
cer, Vicia p. 131) que esta cofradía era verdadera, que

(1)El impugnador de Bosarte antes mencionado se burla


muy graciosamente de éste por las tales carretadas de mujeres,
que, según aquél, eran simplemente muebles, y como ya se
expíicó en la novela para qué servían los abispones y palanqui¬
nes no hacia ya falta pintar un caso concreto de robar durante
una mudanza de casa; estando por lo mismo bien suprimido el
pasaje.
55

subsistió en su tiempo (ñnes del siglo XVI) y que temía

que durase aún muchos años. De suerte que, á no ser de


la cosecha del Racionero esa coletilla, pensó por de pron¬
to el novelista en señalar la fecha indicada, aunque luego
desistió de ello.
Con ocasión de hablar de la fecha de los sucesos de
Rinconete, conviene rectificar cierto error ó confusión pa¬
decida por el Sr. D. Adolfo de Castro, quién, después
de copiar en sus Obras inéditas de Cervantes un breve
pasaje de El coloquio, en que se cita al Asistente Sar¬
miento de Valladares dice: «Por esta cita sabemos con
toda certeza el tiempo en que Cervantes quiso poner los
acontecimientos de sus novelas (subrrayamos de nuestra
cuenta estas palabras) referentes á Monipodio. El licen¬
ciado D. Juan Sarmiento de Valladares, que vino de la
Real Chancillería de Granada, era Asistente el año de
1589, (1) empezando á firmar las actas capitulares en 20
de Febrero, según consta del Archivo municipal. En 1590
va había dejado el cargo,=Cpmo se vé, así por lo del
tiesto de albahaca en el jardín [de Rinconete,) como por
lo de la cena toda una noche en el patio (del Coloquio) se
infiere que los sucesos descritos pasaron ó se fingieron
pasar en el verano de 1589.» (2) Esta cita y fecha, que es
muy conducente y oportuna para el Coloquio, es comple¬
tamente aventurada por lo que hace á Rinconete. Las que
sí son curiosas, son las averiguaciones del Sr. de Castro
acerca del lugar de Sevilla, en que se encontraba la casa
de Monipodio (8). Infórmanos el sabio cervantista gadi¬
tano de que en 1579 se quemó el molino de la pólvora
con grandísimo estrépito y ruinas, y puesto que el des¬
truido reunía las circunstancias de hallarse entre calles
y en el barrio de Triana discurre que á este molino
antiguo y nó al nuevo, que estaba en el campo, debió de
referirse Cervantes, ya que expresamente consignó en
el Coloquio, que se hallaba la casa de Monipodio «en
Triana, en una casa junto al molino de la pólvora.» En
tal conceptp supone el comentador que la casa de Moni-

Así, en efecto, lo consignan los dos Navarretes;


(1) D. Mar¬
tín en la página 412, y D. E. páginas XLIY y XLV, notas,
tomándolo ambos de Ortiz de Zúñiga en sus ya mencionados
/ Anales de Sevilla.
(2) (3) Páginas 366, 367, 368 y 376.
56

podio «debió de estar por la calle de la Cruz (hoy de


Troya) que desemboca en la Rivera frente de la Torre
de oro.»

Mas,
ya que tenemos delante al ingenioso autor del
Buscapié',queremos hacernos cargo do- una enmienda
que atinadamente propone en la lectura de un pasaje
viciado. Todavía en las primeras páginas de la novela y
con referencia á dos valientes que estaban en casa de
Monipodio se lee lo siguiente: «Se quitaron los'capelos
y luego volvieron á su paseo. Por una parte del patio y
por la otra, se paseaba Monipodio;» debiendo leerse,
según Castro, de este modo: «Se quitaron los capelos y
luego volvieron á su paseo por una parte del patio, y por
la otra se paseaba Monipodio.» (1)
Si el ilustre cervantista gaditano hubiese tenido oca¬
sión de manejar las ediciones primitivas de las Ejempla¬
res, hubiera observado el texto de las mismas es
que
exactamente igual á lo él
propone; pero habiéndose
que
introducido muy pronto (es decir en el mismo siglo
XVII,) por descuido de algún impresor, dos puntos des¬
pués de la palabra paseo, esta versión vino á cambiarse
luego en un punto, que con tanta razón rechaza Castro.
Como el privilegio de propagación de los errores sea tan
notorio, sólo recordamos que se halle restablecido este
texto genuino, ó sea tal como lo escribió Cervantes, en
sus Obras completas (1864,) de donde se tomó en la
esmeradísima edición de la Biblioteca Clásica madrileña
(1883.) Por cierto que en el tomo V del Gabinete ele
lectura, se dá á este pasaje el siguiente giro: «Los cuales
(los dos bravos) de través y al desgaire le quitaron los
sombreros. Paseábase Monipodio con mucha gravedad, y
á cada vuelta que daba, hacía su pregunta á los dos
novicios.» (2)
Pero volvamos á la fecha de la acción de la novela.
¿Por qué varió Cervantes la edad del matasiete al poner

(1) Obra citada, p. 379.


(2) Nada hemos dicho de la edición del Rinconete ilustrada
bajo la dirección de Don Y. Castello (Madrid 1846 imprenta y
establecimiento de grabado de los Sres. González y Castelló,
Hortaleza 89, 8.u Francés, de 72 páginas), por que no tiene otra
cosa de
particular que el estar calcada al principio en la edi¬
ción de Cuesta, continuando después con el
texto del Gabinete
de lectura, fuera de
apartarse de ambas, alguna que otra vez,
57

en limpio suborrador sevillano? Efectivamente (y con


esto apuntamos una última variante,) por más que la
minuciosa prosopografía de Monipodio no varía en lo
esencial, según la leamos en la edición de Cuesta ó en la
de Bosarte (aunque sí bastante en la forma,) hay una
diferencia, que algo debe de significar y es á saber: En la
primera, la edad del matón era de «cuarenta y cinco á
cuarenta y seis años» y en la segunda se dice: «el cual
era un hombre de hasta cuarenta años.» ¿Supondrá esta

variante que al comparar Cervantes la fecha de la fábula


de Rinconete (1569) con la de uno de los episodios del
Coloquio (1589) le pareciese demasiado largo el reinado
de un bandido para extenderlo bastante más que á
veinte años, dado que según este cómputo empezó su
jefatura cuatro años antes deP69 y terminó después del
89? Sea de ello lo que quiera, siempre resultará que si
damos por buena la indicación del borrador de que la
fábula pasaba en 1569 y entonces tenía Monipodio cua¬
renta años, al abandonar el autor en su novela definiti¬
vamente corregida esta fecha de la acción y ponerle á
dicho personaje cinco ó seis años más de edad, quiso re¬
sueltamente retrasar la época de los sucesos de Rinco-
nete, para que siendo éstos posteriores á 1574 ó 75, se
acercasen al breve período de mando del Corregidor
Sarmiento (1589,) en que todavía aparece Monipodio en
el Coloquio al frente de su * cuadrilla de hampones en
Sevilla, aunque en términos dubitativos, pues las pala¬
bras del texto son las que siguen: «al Asistente, que
si mal no me acuerdo, lo era entonces el licenciado Sar¬
miento de Valladares.» (Promedio del Coloquio).

como cuando dice, que Monipodio tenia «chatas las narices y


algo torcidas hacia dentro,» siendo asi que en las demás edi¬
ciones no se mientan las narices (quedando á lo más en su
lugar unos puntos suspensivos) y lo de torcidas, se aplica á la^
piernas.
58

IV. LA ESPAÑOLA INGLESA

La fábula de esta novela tiene por


base y punto de
partida el hecho histórico sigue:
que
Durante las luchas, más religiosas que políticas, entre
nuestro Felipe II é Isabel de Inglaterra sostenidas, una
poderosa escuadra de esta nación presentóse sigilosa¬
mente en la bahía de Cádiz el dia 30 de Junio de 1596.
Sorprendida la armada española y escasamente guarne¬
cida la plaza, obtuvieron una fácil victoria los generales
ingleses de mar y tierra el conde de Howard y el
conde de Essex, debiendo notarse la particularidad del
horoismo de los frailes que á la sazón se hallaban en
Cádiz, de los que algunos murieron en la lucha. Dedicados
los ingleses al incendio, al saqueo y al pillaje durante
quince ó más dias, obtuvieron un rico botin, que se
hace ascender al valor de veinticinco millones de pesetas
(en moneda actual) por lo menos, y varios rehenes, como
canónigos y otras personas de distinción, por las que
pidieron los subditos de Isabel ciento veinte mil escudos
(1).
Con gran donaire y finísima ironía burlóse Cervantes,
á raíz de los sucesos,de los grandes aparatos militares
que en Sevilla y Cádiz hacía el Duque de Medina Sido-
nia para entrar triunfalmente en esta última ciudad
cuando ya los ingleses la habian evacuado. He aquí el
soneto cervantino referente á este suceso, en el cual
soneto el nombre de Becerro alude al Capitán Becerra,
que había ido expresamente á Sevilla (donde se encon¬
traba Cervantes), para adiestrar á los soldados:

(1) Sin contar las varias historias generales de España y


particulares de Cádiz en que hemos leido el relato de esta
tragedia, hemos tomado a'gunos de estos curiosos detalles de
un artículo del cervantista andaluz Sr. D. José María Sbarbi
inserto en la Ilustración Española y Americana de 8 de No¬
viembre de 1895. Mas ya que son autores que figuran en este
estudio recordaremos á este propósito los Anales de O. de
Zúñiga y citaremos la Historia de Cádiz de D. Adolfo de
Castro. También hemos visto en la Biblioteca Nacional un ms.
de Gaspar de Añastro que publicó Castro en la Historia del
saqueo en Cádiz, 1886, por el fr. Pedro de Abreu
59

Vimos en Julio otra Semana Santa


atestada de ciertas cofradías
que los soldados llaman compañías,
de quien el vulgo, y no el inglésase espanta.
Hubo de plumas muchedumbre tanta,
que en menos de catorce ó quince dias
volaron sus pigmeos y (¿olías
y cayó su edificio por la planta.
Bramó el Becerro y púsolos en sarta;
tronó la tierra, escurecióse el cielo
amenazando una total ruina;
Y al cabo enQádiz con mesura harta,
ido ya el Conde sin ningún recelo
triunfando entró el gran Duque de Medina (1)
El argumento de la Española Inglesa es como sigue:
«Entre los despojos que los ingleses llevaron de la
ciudad de Cádiz, Clotaldo, un caballero inglés, capitán
de una escuadra de navios, llevó á Londres una niña de
edad de siete años poco más ó menos, y esto contra la
voluntad y sabiduría del Conde de Essex, que con gran
diligencia hizo buscar la niña para volvérsela á sus
padres.» (2) Esta, que Isabela se llamaba, una vez
llevada á Londres, fué educada como hija de Clotaldo
V de su esposa, que por fortuna eran católicos secretos.

Bien inclinado hácia la niña desde los primeros momen¬


tos el hijo único de la casa llamado Ricaredo, trocóse
esta inclinación en vehementísimo amor al llegar Isabela
á los doce y el doncel á los diez y ocho años, amor
correspondido por la española con toda la honestidad de
su alma y con la discreción que las circunstancias le
imponían, no sin que antes sufriese el joven una gra¬
ve enfermedad de melancolía durante la cual sé decidió
á declarar sus sentimientos á Isabela.
En lo más crítico de dulcísima para los
esta situación
dos amantes, obtenida la venia de Clotaldo y su esposa
y próximos á expirar en honestas relaciones los dos años
de plazo que se habían fijado para el matrimonio, he
aquí que la Reina Isabel, noticiosa de la discreción y

(1) Pellicer o. c. pág's. 46 y 47, y antes en su «Ensayo de


una biblioteca de traductores» (1778), p. 160; después en mu¬
chas colecciones Cervantinas.

(2) Así comienza la novela.


60

hermosura de la española-inglesa la reclama á Clotaldo


para tenerla en su servicio, y exigiendo para que se
verificasen los esponsales de que le dieron cuenta, no
ya
los cuatro días que faltaban, sino que Recaredo llevase
á cabo tales hazañas que le hicieran
por sí mismo digno
déla posesión de tan estimable joya.
Aquí comienza á complicarse el enredo ó nudo de la
fábula,que sigue favorablemente con las hazañas marí¬
timas de Ricaredo, su encuentro en aguas de Gibraltar
con los
padres de Isabela que iban á Londres con ánimo
de hacergestiones para el hallazgo de su hija y el reci¬
bimiento cariñoso y entusiasta que ésta y la Reina les
hacen; mas oponiéndose obstáculos tan desagradables y
difíciles de dominar como el amor de cierto caballero
inglés por Isabela; la venganza de la madre de este nue¬
vo
amante, la cual intoxicó á la española que quedó viva
por milagro, pero horriblemente fea; la presencia en
Londres de cierta escocesa, con quien un tiempo pensa¬
ron los padres de Ricaredo casar á
éste, y las noticias
de haber sido asesinado en país lejano el gallardo Rica¬
redo por su traidor rival.
El rápido, inesperado y satisfactorio desenlace se veri¬
fica en Sevilla y enseña... «cuánto puede la virtud y
.

cuánto la hermosura, pues son bastante juntas y


cada
una de por si' á enamorar aún hasta los mismos enemi¬

gos, y de cómo sabe el cielo sacar de las mayores adver¬


sidades nuestras nuestros mayores provechos » Efecti¬
vamente, estando Isabela para tomar el hábito de
religiosa profesa en el convento de Santa Paula, á los
dos años justos de su tierna despedida en Londres de su
amante, presentóse éste inopinadamente, identificó su
persona, contó sus aventuras ó hizo cambiar el llanto en

regocijo las tocas de la que iba á ser esposa del Señor


y
con las profanas galas de
desposada.
Como en la pintura de los afectos por
lo que hace á
los amores y rivalidades y hasta en el resorte de haber
noticia de la muerte de uno de loo amantes etc., etc.,
hay
bastantes analogías entre la Española-Inglesa y
Él
Amante liberal, no hemos de repetir aquí lo dicho enton¬
ces, notando únicamente que hay mucha más naturali¬
dad en los coloquios amorosos y mejor conducción en la
fábula que ahora examinamos que en la otra.
Iguales
puntos de contacto advertimos en los viajes, batallas y
61

accidentes marítimos y aun en las reminiscencias argeli¬


nas de arabas novelas, con la cita expresa que aquí se
hace del por Cervantes varias veces nombrado Arnaute
Mamí, corsario dueño de dos naves turquescas echadas á
pique por la escuadra mandada por Ricaredo; (1) siendo
muy dignas de meditación y encomios estas nobilísimas
palabras con que Cervantes muestra, á través de más
de treinta años del suceso su agradecimiento á los pa¬
dres redentoristas en general y en particular á Fray
Jorge de Olivar, su amigo, á quien alude al final del
pasaje, que dice así:
«Trujáronme á Argel donde hallé que estaban resca¬
tando los padres de la Santísima Trinidad; hablóles, dí-
jeles quién era y movidos de caridad, aunque yo era
extranjero, me rescataron en esta forma: que dieron por
mí trescientos ducados, los cien luego, y los doscientos
cuando volviese el bajel de la limosna á rescatar al padre
de la redención quequedaba en Argel empeñado en
se
cuatro mil ducados había gastado más de los que
que
traía; por que á toda esta misericordia y liberalidad se
extiende la caridad de estos padres que dan su libertad
por la ajena, y se quedan cautivos por rescatar los cau¬
tivos.» (2) Todo esto lo decía «aquel cautivo que habién¬
dosele caido un bonete azul redondo que en la cabeza

(1) También se mienta en esta novela á las islas Terceras


donde Cervantes estuvo después de su cautiverio en Argel y
en sus últimos años de soldado. Ni es para echado en olvido, en

el relato final de Recaredo, aquella especie de reminiscencia


del apresamiento de la Sol junto á Marsella, que se vé desde
luego en el cautiverio del inglés y otros españoles «en las Tres
Marías, que es en la costa de Francia:» en ambas ocasiones son
los cautivos llevados por los turcos á Argel, para ser luego res¬
catados por los trinitarios, como se vé ai fin de la narración de
Ricaredo.
Este pasaje es curiosísimo, pues para mí viene á resolver
definitivamente el ignorado paraje donde Cervantes fué cauti¬
vado, á saber: junto al puerteeito de las Santas Marías, en el
golfo de su nombre, costa del delta ó gran isla de la Cainargue,
departamento de las Bocas del Ródano.
(2) En otras varias ocasiones dá también testimonio de esta
misma gratitud; por ejemplo, en la jornada quinta de Los tra¬
tos de Argel, en qiie habla expresamente
«del fraile trinitario, cristianísimo

Fray Juan Gil,» que fué su libertador.


62

traía, descubrió una confusa madeja de cabellos de oro


ensortijados y un rostro como el carmín y como la nie¬
ve, colorado y blanco, señales que luego le hicieron co¬
nocer y juzgar por extranjero de todos;» y en verdad,
que cualquier lector español reconoce en estas pincela¬
das á un inglés, como lo era efectivamente el que habla¬
ba, pues no era otro que el prometido de Isabela, el
católico Ricaredo, hijo de los católicos ingleses Clotaldo
y Catalina.
Debemos parar igualmente la atención acerca de la
circunspecta moderación y respeto con que trata Cervan¬
tes á la dura é intolerante reina de Inglaterra, mezcla,
en verdad, de grandes dotes de gobernadora y mujer de

sólidos conocimientos científicos con otras cualidades


dignas de censura y de todas suertes tan aborrecida de
los españoles; pero á quien solamente se aventura á
presentar el novelista, y eso por boca de algún personaje,
como mujer de altiva condición
y dura de corazón, pon¬
derando en cambio su gran liberalidad, su espíritu seve¬
ramente justiciero y hasta su tolerancia religiosa para
con la católica niña española; todo en medio de otras
altos prerrogativas de que aparece revestida. Ni pode¬
mos olvidar la consideración ó imparcialidad con que al.
comienzo de su interesante relato nos habla del desgra¬
ciado Conde de Essex, (1) si bien estas simpatías por
Inglaterra no deben extrañarnos, si admitimos que Cer¬
vantes fué el autor de cierta anónima Relación impresa
en Yalladoiid en 1605, en que festejaba las paces con
aquella nación.
Pero en lo que sí nos parece conveniente insistir es
en que en esta novela de carácter el estudio subjetivo
es lo
principal, y su consecuencia los hechos exteriores,
cuyo valor es tan secundario que aun los históricos
están más influidos por la imaginación que por la reali¬
dad, siendo completamente convencionales la cronología
y aun las costumbres. Por esta iazón, y dado que si en
muchas ocasiones la afirmación del autor del carácter
histórico de sus obras se halla desmentida á cada paso

(1) Esta serenidad de espíritu y alteza de miras fué una de


las cualidades más relevantes de nuestro insigne escritor, pues
hasta á los moriscos, á quienes por razones de raza y por sus
sufrimientos de Argel no era inclinado, les consagra algunas
páginas favorables.
63

por los hechos (ya lo dejamos dilucidado


en otro lugar)
no han andado muy acertados los comentadores en de¬
dicarse á estudiar minuciosa y seriamente los cómputos
ó las fechas de los sucesos de la Española inglesa.
Pellicer, Ticknor, los Navarretes y otros muchos cal¬
cularon que puesto que el hecho histórico del saco de
Cádiz ocurrió en 1596 y el padre de Isabela dice al en¬
contrarse en el mar con Ricaredo que habían transcurri¬
do quince años desde aquel suceso, el desenlace de la
novela podía señalarse poco después de 1611. A esto
apunta oportunamente D. José M.a Asensio que dichos
señores no han tenido en cuenta que después de las pa¬
labras del español pasaron más de dos años hasta el
desenlace de la fábula, y que con tal cómputo y con
estos dos años de añadidura resultaría el absurdo de que
habiéndose acabado la novela antes de 1612, en que se
dió á la estampa, los últimos sucesos de ella debían
ocurrir después de 1613. Para obviar este inconveniente
y siguiendo el Sr. Asensio en su idea de dar con la ver¬
dadera fecha del nudo de los novelescos sucesos, propo¬
ne una variante, mediante la cual resultaría que á lo
que quería referirse el interlocutor al hablar de los quin¬
ce años no era al tiempo transcurrido desde el saco de
Cádiz, sino á la edad de la muchacha, en el cual caso,
habiendo tenido siete años en 1596 cumplía los quince
en 1664, pudiendo calcularse el desenlace, según el mis¬

mo cervantista, en Marzo de 1606. La variante que el


Sr. Asensio propone, suponiendo que el copiante del
borrador de Cervantes, ó el cajista de la imprenta no
entendieron bien una enmienda entre-renglonada es la
siguiente: En vez de decir, como dice el texto, «Sabrás
señor, que en la pérdida de Cádiz, que sucedió habrá
quince años, perdí una hija que los ingleses debieron de
llevar á Inglaterra,» léase en esta forma: «Sabrás, señor,
que en la pérdida de Cádiz, perdí una hija que tendrá
ahora (Cervantes escribía aora y aura, fáciles de confun¬
dir según el Sr. Asensio) quince años.» (1)
La enmienda es ingeniosísima y aun podría ser acep¬
table si no se tratase de Cervantes, á quien según sus
comentadores y principalmente el minucioso Clemencín

(1) Nuevos documentos para ilustrar la vida do Cervantes,


etc (Sevilla, 1864,) p. 60.
64

se
ceje centenares de veces en semejantes renuncios,
en unas ocasiones por descuido, en otras intenciona¬
damente y en las más por negligencia voluntaria. En
esta misma novela hay los siguientes anacronismos y
contradicciones, han fijado los mencionados
en que no se
literatos Afirma la señora Catalina en un diálogo de
familia ocurrido ocho días ántes de indicar el español lo
de los quince años, que tenían prisionera á Isabela hacía
ocho años, (1) sin haber dado cuenta á la Reina de ello.
Pues bien, ni aun con estos siete años de rebaja, ni po¬
niendo las cosas en 1604, como quiere Asensio, puede
aceptarse esta fecha en modo alguno, pues hacía ya un
año que había muerto la Reina Isabel (24 Marzo,
1603,)
si bien es claro que si anacronismo hay en suponer viva
á la hija de Enrique VIII en 1604, mucho mayor resul¬
taría el suponerla también con vida en 1611 (ó sea quin¬
ce años después del
saco de Cádiz) ocho años después de
su muerte. Y que Cervantes no prescindió en absoluto
del hecho del fallecimiento de Isabel de Inglaterra lo
prueba una velada alusión al mismo, pues cuando á
vivas instancias de esta Señora le dieron los padres de
Isabela las nuevas de su feliz arribo á Sevilla, así como
á los padres de Ricaredo, «de la Reina no tuvieron res¬
puesta,» lo cual nos autoriza á suponer que por entonces
acababa de morir. ¿Pero es que Cervantes, que siempre
fué distraído y más en los aledaños de su ancianidad,
cuando los meses y los años pasan con una rapidez ver¬
tiginosa, tendría presente al escribir -su novela en 1611
ó doce la fecha de la muerte de Isabel, ni siquiera la del
saco de Cádiz? El, que siempre se burló de la erudición
y minuciosidad de acotaciones y apostillas de sus doctos
ó indigestos contemporáneos y principalmente de Lope,
citaba casi siempre de memoria, sin tomarse el trabajo
de compulsar ó evacuar sus citas. Por eso en esta nove¬
la se vé palpablemente que descuidó en absoluto la ave¬
riguación de los años que en ella transcurren, sin que el
cúmputo de los que indica pueda resistir la más ligera
observación ó examen.
Cervantes era poeta ante todo, y aunque estuviese en

(1) A no ser por esta nueva dificultad, para nosotros hubiera


sido más sencillo sustituir un cinco
por el quince, tomando esta
cifra por errata de caja.
65

cierto modo en contradicción con sus teorías críticas,


para él la clepsidra de Saturno, regula el tiempo
que
astronómico, ya lo hemos indicado antes de ahora, no
regía en la vida del arte. Así es que quien se atrevió á
escribir en su vejez
ya la comedia es un mapa
donde no un dedo distante
verás á Londres y á Roma
á Yalladolid y á Gante,

el pensamiento es ligero,
bien pueden acompañarme, (1)
bien podía aplicar también á sus novelas la fórmula
estética de que el tiempo y el espacio no están sometidos
á las mismas leyes en la realidad que en la poesía. No
es pues la exactitud de las fechas lo que debemos buscar
en las Ejemplares, por lo cual observamos (concretán¬
donos ya á La Española Inglesa) que ni el autor señala,
ni tal vez lo tenía presente, el año del saco de Cádiz, con
cuya reminiscencia se abre el cuento. Pero aun supo¬
niendo que lo tuviese en cuenta no hay que perder de
vista que Cervantes era algo dado á la hipérbole y acaso
le parecería natural que la madre de Ricarodo, apurada
por no haber dado parte á su Soberana en tanto tiempo
de la presa hecha por su marido en España, abultase la
falta aumentando en tres ó cuatro los años transcurri¬
dos; al padre de Isabela, podríamos también
y en cuanto
suponer (á falta de otra explicación auténtica) que su
dolor por la pérdida de su única hija le hiciese casi tripli¬
car los años que hacía que en tal desgracia se hallaba el

matrimonio sumido. Mas, sea de todo esto lo que quiera,


es lo cierto que lo que' envuelve á la novela desde el
principio casi'hasta el fin en una especie de atmósfera
uniforme, es el estado de hostilidades constantes de
España con Inglaterra; y como estas hostilidades cesa¬
ron en 1604 con la paz ajustada en Londres por el
condestable de Castilla Don Juan Fernández de Yelasco,
ratificada al año siguiente en Yalladolid por el Almirante
Howard, estos son hechos que sobrados motivos tenía

(1) El rufián dichoso, al principio de la 2.a jornada, por


boca de la Comedia.
66

Cervantes para tenerlos muy presentes y no los meses


y los años
en que se verificaron. Recuérdase este estado
de guerra á que nos referimos, entre otros pasajes, un
poco antes de la peripecia final, al advertir el esmero y
cuidado con que atendió la reina Isabel á los españoles
en su despedida con escás dos precauciones.

1.a El mercader francés residente en Londres convi¬


no con la reina en que «él escribiría á París para que
allí se hiciesen las cédulas {letras ele cambio por valor de
diez mil escudos) por otro correspondiente suyo, á causa
que rezasen las fechas de Francia y no de Inglaterra,»
las cuales cédulas ó letras serían cobraderas en Sevilla.
2.a «Y no contenta con esto {la misma reina) mandó
llamar á un patrón de una nave flamenca que estaba

para partirse otro día á Francia á solo tomar en algún


puerto della testimonio para poder entrar en España á
título de partir de Francia y no de Inglaterra,» para de
este moco poder poner con toda seguridad y buen trata¬
miento, tanto á Isabela como á sus padres, en un puerto
de España.
Esto pues lo que tuvo Cervantes siempre á la vista
es

en La
Española Inglesa y no otro género de cómputos y
comprobaciones numéricas.
Así es que tenemos que prescindir completamente del
testimonio de la inglesa Catalina y del del español padre
de Isabela respecto á los ocho y á los quince años trans¬
curridos desde la toma de Cádiz; y puesto que la Reina
Isabel murió en 1603, para hacer posible su intervención
en la fábula, es necesario poner alguno^ meses antes de

esta fecha el comienzo del nudo novelesco, y su desenla¬


ce en 1604: en tal caso Isabela fué capturada, no de siete
años, sino de nueve, y el tiempo que transcurre hasta
ese casamiento no son 17 años, ni siquiera 10, sino tan
solo ocho.
En este concepto, esto es, dado el poco caso que por
regla general podemos hacer de las cronologías cerván¬
ticas, tampoco admitimos consecuencia de ningún género
de una observación muy curiosa que el Sr. Asensio toma
del final de la novela, en el que figuran el Asistente, el
Provisor y el Vicario del Arzobispo de Sevilla, los cua¬
les (los dos eclesiásticos) «rogaron á Isabela que pusiese
toda aquella historia por escrito para que la leyese su
señor el Arzobispo y ella lo prometió.» Leyendo este
67

final (viene á decir el Sr. Asensio) ¿no se recuerda invo¬


luntariamente al Licenciado Porras de la Cámara y su
Miscelánea escrita para lectura del Arzobispo Niño? (1)
Ciertamente, contestamos nosotros, que esta frase podría
tener relación con el hecho de que Cervantes hubiese
facilitado alguna copia de sus novelas para entonces es¬
critas al Racionero sevillano, (por más que lo probable,
es que no se conociesen); pero de ahí á deducir con el
Sr. Asensio que La Española Inglesa fuera una de éstas
y que la escribiese en 1606 en Sevilla, máxime tomando
por base la supuesta estancia de Cervantes en esa fecha
en la ciudad andaluza, donde se dice escribió su carta
sobre el Torneo burlesco en San Juan de Alfarache, no
podemos hoy por hoy admitirlo de ningún modo, porque
no hay probabilidad alguna (por falta absoluta de noti¬
cias) de que Cervantes estuviese en Sevilla en 1606, á
pesar de todas las analogías de estilo que con sus obras
encuentren en la tal epístola á D. Diego de Astudillo,
Fernández Guerra, Labarrera, Hartzenbusch, el mismo
Asensio etc. etc.
En resolución, y por todo lo expuesto, nosotros nos
inclinamos á creer que La Española Inglesa así como
El Amante, La Gitanilla, La Ilustre Fregona, y tal vez
alguna otra, están exclusivamente destinadas á com¬
pletar la colección de las doce ejemplares dedicadas al
Conde de Lemos, y por consiguiente escritas todas ellas
en Madrid oe 1610 á 1612.

V. EL LICENCIADO VIDRIERA

pobre Tomasillo Rodaja, cuya patria y alcurnia no


El
se declaran, fué insigne estudiante de leyes y letras hu¬
manas en Salamanca, sirviendo á dos jóvenes andaluces
desde los once á los diez y nueve años, y pasando des¬
pués con ellos á residir á Málaga. Mas cansado de esta
vida sedentaria partióse á Italia, embarcándose en Car-

(1) Obra citada, pág. 61.


68

tagena con el capitán Diego de Valdivia (1), y recorrien¬


do detenidamente todas sus ciudades y las de Sicilia y
luego Flandes, regresó por fin por Francia (sin visitar á
París por estar á la srzón en armas) á Salamanca, donde
se graduó de licenciado en leyes-
Tras esta hermosísima descripción de viajes, que foi>
ma la introducción de la novela, comienza la trama en
Salamanca en el momento en que una dama extranjera,
apasionada de Tomás, y no siendo correspondida, trató
de hechizarlo membrillo, logrando tan sólo into¬
con un
xicarlo. Después de seis meses de cruel enfermedad,
quedó loco el infeliz Rodaja de la más extraña locura
que jamás se ha visto, pues se imaginó que era de
vidrio, teniendo siempre un miedo horrible á que cual¬
quiera lo quebrase: de ahí el ser llamado el licenciado
Vidriera. Mas como no había perdido, en medio de su
locura ó monomanía, los destellos de su razón y de su
inmensa ciencia, sus contestaciones asombran por lo
sabias, agudas y oportunas.
Recobrada al fin la cordura, al cabo de dos años, no
sin que antes hubiese permanecido el licenciado algún
tiempo en Valladolid, y como siguiesen los muchachos
de Salamanca tras él lo mismo que cuando estaba loco,
pasó desesperado á Flandes, junto á su protector el ca¬
pitán Valdivia, hallando allí la muerte como valentísimo
soldado.
Resaltan en este cuento, á más de las rápidas descrip¬
ciones de las ciudades de Italia,, Sicilia y Flandes, la pin¬
tura de las costumbres de muchos países y en particular
de estudiantes, soldados y aventureros, y una sátira
finísima á manos llenas
prodigada por el pobre loco en
chispeantes salidas é ingeniosísimas réplicas contra mé¬
dicos, farmacéuticos, poetas, libreros, escribanos, letra¬
dos, jueces, procuradores, solicitadores, músicos, sastres,

(1). Nótese que este mismo nombre y apellido eran los del
alcalde de la Audiencia real de Sevilla que en 1587 dió algunas
comisiones á Cervantes (V. Moirán, t. III p. 335). Y aunque
también pudiera envolver algún misterio el traer aquí á cola¬
ción á Valdivia (como lo envuelve el personaje Isunza en la
Señora Cornelia), tal como que el
Alcalde protector
de Cervan¬
tes pudiese tener hijo de su mismo nombre dedicado á las
un
armas, es punto éste que hasta hoy no creo haya sido diluci¬
dado por ningún cervantista.
69

zapateros, envidiosos, roperos, dueñas, muchachos, mal


casadas, maldicientes, carreteros, arrieros, mozos de mu-
las, tahúres, murmuradores, cortesanas, irreligiosos,
gaiteros, frailes y hasta contra los que se teñían las
barbas.
de si se tuvo presente Cer¬
Disputan los críticos acerca
vantes ásí mismo en su personaje Vidriera ó al desdi¬
chado matemático alemán, traductor latino de la Celes¬
tina, Gaspar Bartio. Pero no se necesita gran sagacidad \
para comprender que dado que tuviese presente la
locura de Bartio y aun las discretas réplicas que Luciano
nos ha trasmitido del filósofo Demonax, en el diálogo de
este nombre, Cervantes mismo es el que inspira todas
las satíricas observaciones del licenciado Vidriera con
su humorismo sano y castizo.
También abrigan algunos críticos ciertos escrúpulos
para conceder á este cuento el título de verdadera no¬
vela por la falta de acción propiamente dicha que en
ella notan. Pero aparte de que en el Quijote la falta de_,
verdadera acción, según nota un insigne cervantista
(1), por ser especial la índole del libro, no empece que
sea el libro de entretenimiento más maravilloso del
mundo ¿qué más acción que la producida por la inter¬
minable serie de hechos viciosos de la vida real, hábil¬
mente conducida por el autor á su mejora y perfeccio¬
namiento? Sí, que la sátira cervantina no es la bacante
furiosa del mundo pagano, que con sus descompuestos
ademanes hace retirar la vista con repugnancia y horror;
es más bien la triste musa de la elegía que lamenta los

desaciertos, y aunque alguna vez aplique el cauterio


indispensable á la hedionda llaga, siempre se vale de los .
miramientos de la caridad cristiana.
Novela es, todo bien considerado, la narración de las
desdichas y agudezas del sabio cuanto infortunado To¬
más ocasión da al autor de mos¬
Rodaja, que tan buena
trar su provechosa lectura de los libros sagrados y de
los poetas latinos; novela característica á la par que
humorística, con su principio, medio y fin, por más que
los escasos incidentes.y sencillez déla trama de éste
como de otros breves cuentos del mismo autor (como

Rítibónete, El Casamiejito y La lía) no presenten el corn¬

il) D. Juan Valora, discurso de 1864.


70

plicado enredo de las novelas muy extensas y preñadas


de muchos y variados lances. Pues á más de quedar
cumplido el fin satírico-humorístico del autor, con las
intencionadas y maduras observaciones del licenciado,
tan alegórico en cierto modo como los porta-linternas
del Hospital de la Resurrección, ofrécese la historia de
, aquél suficientemente enredada con su locura, que tiene
dichoso desenlace con la curación de Tomás, así como
definitivo y glorioso término su asendereada vida, per¬
diéndola en Flandes al frente del enemigo de su patria.
Aunque no ha faltado quien suponga al Licenciado
anterior al Quijote (1), hay un dato que lo desmiente en
absoluto. Hallábase Vidriera en Valladolid al mismo
tiempo que la Corte, la cual no fué á esta ciudad hasta
1600; pasó después bastante tiempo hasta su muerte,
pudiéndose fijar esta fecha prudencialmente en 1604 ó
1605, y algún espació tenemos también que conceder á
Cervantes para inmortalizar al infeliz Rodaja.

VI. LA FUERZA DE LA SANGRE

«Leocadia ó La fuerza de la sangre» es indudablemente


una de las novelas más artísticas, interesantes y per¬
fectas de la colección, y para su entusiasta traductor
(ó abreviador) francés, Florián, la mejor conducida de
todas (2). Esta es la verdad; mas no parece que ci¬
frase Cervantes en sus novelas amatorias ó urbanas,
como denomina Navarrete (D. E.) á las que nosotros

(1) La Señora Chesner, quiere suponer, no sólo que precedió


al Quijote, sino que «fué como el germen de esta obra inmor¬
tal,» y aunque reconoce la necesidad de que se escribiese el
tal germen después de trasladada la corte á Valladolid, calcu¬
la que pudo ser de 1602 á 1601. Mas como de todas suertes la
locura es asunto que preocupó mucho á Cervantes en su vida
literaria, no creemos necesario hallar en Vidriera el antece¬
dente del hidalgo manchego, máxime cuando la Cárcel en que
éste se engendró es hoy opinión corriente que fué la de Sevilla
en 1597.

(2)
Y eso que para Florián sólo cuatro de las Ejemplares
eran dignas del autor del Quijote. Otra de su predilecta era el
Coloquio, que también tradujo.
71

llamamos psicológicas ó de carácter, el empeño de su


peregrina inventiva. Así es que incurre en ellas en cierta
uniformidad de estilo, y en la monotonía de repetir con
frecuencia, como ya hemos visto, ora los nombres de los
personajes, ora rasgos, situaciones y aventuras, tomán¬
dolos en unas novelas de otras. Más todavía: fija la vista
del novelista en la suprema virtud de la moralidad, de
que tan admirablemente dotó á toda la colección, y juz¬
gando acertadamente como suficientes títulos de origi¬
nalidad los caracteres, la conducción de la fábula y la
magia de su estilo incomparable, llegó á prescindir en
la novela que ahora nos toca examinar de inventar gran
parte de los sucesos, tomándolos de un argumento ya
conocido, aunque de remota fecha. Esta circunstancia,
que aunque sumamente rara en Cervantes no rebaja en
lo más mínimo los relevantes méritos al principio apun¬
tados, nos sugiere la idea de cambiar el monótono aná¬
lisis de nuestro estudio por un paralelo, en el que nada
perderá nuestro autor. Y ya que al principio de esta
segunda parte hemos visto cómo uno de los corifeos de
nuestra moderna literatura no vaciló en tomar á Cer¬
vantes por modelo al idear uno de sus más interesantes
personajes, la Esmeralda, vamos á ensayar un estudio
comparativo entre La fuerza de la sangre y la comedia
terenciana la Hécyra, que ó mucho nos equivocamos ó
ha servido á Cervantes para idear la trama de su fábula
y aun para la figuración de sus principales personajes,
sin que esto empezca para que, como suponen algunos
críticos (Mr. Chasles por ejemplo) puedan encerrar algún
fondo histórico las aventuras de la interesante Leocadia.
He aquí nuestro paralelo.
Filomena es desflorada á oscuras por Pánfilo, sin cono¬
cerse uno ni otro, arrebatando éste á su víctima un
anillo. (1) Leocadia, al regresar una noche de las orillas
del Tajo con su familia, sufre suerte parecida y con igual
misterio por parte de Rodolfo, mas no sin apoderarse de
un pequeño crucifijo en la estancia que fué la tumba de

su honor.—Olvidando Pánfilo su aventura, sale de Ate-

(1) Acto tercero, escena 3.a (soliloquio de Pánfilo), verso


383; acto 4.° escena 1.a al fin; acto 5.° escena 3.a al fin. Me
va'go fie la edición de Faerno. No hacemos anotaciones de la
novela por seguirse en ella el orden cronológico.

72

nas (ya casado, pero sin haber usado de sus derechos


conyugales) y pasa á la isla de Imbros á recoger la heren¬
cia de un pariente. (1) Rodolfo marcha á Nápoles, dando
igualmente al olvido la violencia cometida en Toledo.—
Transcurre el tiempo que la naturaleza tiene prescrito y
las violencias dan sus frutos: Filomena y Leocadia son
madres; pero con tal sigilo que las suyas, sabedoras á
tiempo del estupro, hacen oficio de parteras (2)—Regre¬
san los mancebos á los
hogares de sus padres, muy aje¬
nos de serlo ellos, y
el anillo y el crucifijo contribuyen en
gran manera á que entre los jóvenes y las doncellas por
ellos fecundadas se verifique la (ignición, que se corrobo¬
ra con la intervención
respectiva de una antigua mance¬
ba de Panfilo (3) y de los camaradas de Rodolfo
que fue¬
ron sabedores oportunamente del audaz atentado.—En
suma, los protagonistas de la comedia y de la novela
quedan reconciliados y unidos con verdadero amor con
las que en otro tiempo fueron sus víctimas, reconocien¬
do sin género de duda su paternidad, en los niños. (4)
No
son empero en menor número las diferencias que
en estas dos producciones se advierten, sino antes al
contrario son tantas y tales que bien puede reclamar
para sí el título de original la novela del manco de Lepan-
to. El, en efecto, ha creado el carácter de Leocadia, que
tan simpática se nos presenta desde las primeras pági¬
nas por su desgracia, virtud y discreción, cuando en la
producción del poeta latino es un personaje que no llega
á presentarse en escena. Completamente suyo es tam¬
bién el episodio en que Luisico, tan parecido á su
padre,
es atropellado por un caballo
y amorosamente socorrido
por el ilustre anciano padre del suyo, extraordinaria y
fuertemente conmovido como por intuitiva adivinación
á la vista de la sangre del niño. En la comedia no apare¬
ce Pánfilo tan bien delineado como debía ni tan conse¬
cuente como fuera menester, pues habiendo violado las

leyes de la conciencia y del pudor por un capricho pasa¬


jero, renuncia después, movido por sutiles escrúpulos, á
los más dulces deberes
conyugales, menospreciando á su

(1) Acto 1.° escena 2.a


(2) Acto 4.° escena 4.a
(3) Acto 4.° escena 4.a
(4) Id. ibid.
73

legítima consorte. (1) ¡Con cuan bellos toques se presen¬


ta en cambio dibujado Rodolfo, ya apareciendo doncel
fogoso y esclavo de sus pasiones, desvanecido por el
brillo de su cuna; ya, años después, desinteresado y jui¬
cioso cuando su madre, usando de un ardid, le propone
una boda ventajosa; ora en fin tierno y apasionado en
los decisivos momentos que preceden á sus desposorios
con Leocadia! Mientras esta continúa gozando concepto
de doncella, después de un sigiloso alumbramiento, pa¬
sando Luisico por primo suyo, la maternidad de Filome¬
na deja de ser un misterio en cuanto nace el niño. (2)
Las madres de las comedias apenas se hallan caracteri¬
zadas más que por la tirante resistencia al despotismo
marital; así es que la prudente, sensata y respetable
D.a Estefanía es en Terencio una pobre señora, víctima
de la misoginia de su más suspicaz que avisado esposo
Laques, que importunamente le achaca la culpa de la
natural reserva y disgusto de la nuera. (3) Mirrina, algo
más sagaz y astuta, y su esposo, que reproduce en cier¬
to modo los reproches y sutilezas de Laques, (4) en nada
se parecen á los cristianos é hidalgos padres de Leoca¬
dia. Es á más exclusivo de la Hécyra el absoluto miste¬
rio en que queda envuelta entre la familia la fuerza
hecha á Filomena á fui de que no suceda corno en las co¬
medias, dice Pánfilo, donde todos vienen á saberlo todo (5).
Los papeles correspondientes á la cortesana Baquis y el
locuaz siervo Parmenón v el insignificante de Sosias, (6)
esclavo de Pánfilo, no hacen falta ni existen en La fuerza
de la sangre, ni tampoco la vieja Syra y la meretriz Fi-
lotis, personajes protáticos, que juntamente con Parme¬
nón, llenan el primer acto: en su lugar tenemos en la
novela un hermanico y una criada de Leocadia y el Mó¬
dico que cura á Luisico. También la diversidad de tiem¬
pos y costumbres se deja mentir en estas producciones,
dando la ventaja al escritor cristiano; el desenfado de

(1) Acto 3.° escena 3.a (soliloquio de Pánfilo).


(2) Acto 4.° escena 1.a
(3) Acto 2.° escenas 1.a, 2.a y 3.a
(4) Acto 5.° escena 1.a
(5) Id. escena 4.a al final. En La fuerza presencian el rapto,
á más de la madre, el padre, un hermanico y una criada de
Leocadia.
(6) Acto 3.° escena 4.a
74

Fidipo, á cambio de la devolución del dote se confor¬


que
ma con el divorcio de
su hija para casarla de nuevo, (i)
y la dureza de entrañas de su esposa, que proyecta ex¬
poner al recién nacido para que desaparezca, (2) se opo¬
nen á nuestras ideas religiosas y sociales, que inspiran
por el contrario á Cervantes la mayor ternura y efusión
de afectos.
Partiendo de la diversa índole estética de los géneros
dramático y novelesco (á pesar de su afinidad bajo el
concepto de ser ambos eminentemente poéticos), y del
distinto modo de desenvolverse el asunto (con mucha
más holgura en la novela, pues en el teatro apenas hay
tiempo para nada), sería muy fácil encontrar abundantes
diferencias entre La fuerza de la sangre y la Hécyra.
Basta á nuestro propósito el indicar las siguientes: Al
paso que en la novela van sucediéndose los episodios y
desenvolviéndose la acción á la vista del lector hasta
completarse 7 años 10 meses (orden simple ó natural,
y
según los preceptistas); en la segunda, bajo el plan de
las unidades dramáticas, la acción principal se verifica
en el transcurso de un solo dia, el del alumbramiento de

Filomena, sirviéndose el poeta de la narración ó exposi¬


ciones indirectas de aquellos antecedentes y circustan-
cias que concurren en los personajes para la cumplida
inteligencia de su rápida aparición en la escena (fábula
compuesta ó artificial). Mientras en la producción latina
el hecho que motiva toda la trama es el haberse casado
Pánfilo únicamete por la voluntad de su padre, sin ver¬
se completamente libre de otras relaciones amorosas,

La fuerza ele la sangre arranca del rapto y atropello de


Leocadia. El enredo de la comedia, motivado por la es-
traña situación del matrimonie al no considerarse Pán¬
filo padre del hijo de al atribuir el padre y
su esposa, y
el suegro el despego y desabrimiento del joven á su amor
por Baquis, la vis cómica de algunas escenas, la anagnó-
risis y peripecia ocasionadas por la extraña y generosa
conducta de la cortesana poseedora del anillo y sus no
menos inesperadas declaraciones que rompen el nudo
con alguna violencia; todo esto es sustituido en nuestra
novela por el episodio del niño herido á quien socorre

(1) Acto 4.° escena 1.°


(2) Acto 3.° escena 3.a
75

un caballero que resulta después ser su abuelo natural;


sigúese á más en ella un curso sereno, pausado y apa¬
cible, que se precipita naturalmente por la patética es¬
cena del desmayo de la protagonista al presentarse
delante de Rodolfo en el banquete con que su madre
festejaba su venida y por los tiernos extremos del
amante (sin reconocer todavía á Leocadia); siendo, en fin,
el desenlace de la novela, en oposición al de la comedia,
perfectamente natural y admirablemente preparado.
Ambas producciones son verdaderos cuadros de familia;
mas al paso que la acción de la Hécyra es fría y el argu¬

mento el menos interesante de los terencianos, sin


episodios y por tanto excesivamente sencilla á pesar del
número no pequeño de personajes, Cervantes supo sacar
partido de la misma fábula, animar sus figuras, darles
colorido ó interés y conducirlas de un modo admirable¬
mente artístico.
En cuanto al fin moral yinterpretación de la hu¬
á la
mana conciencia, ambos poetas son dignos represen¬
tantes de los más severos principios. Vitupérase el vicio,
siquiera se revista con las atenuantes formas de la moce¬
dad, se dá la fórmula del arrepentimiento y la virtud
queda triunfante y recompensada. Mas proponiéndose
Terencio aleccionar á los padres, que abusando de las
omnímodas facultades que les daba la ley romana, dis¬
ponían ios matrimonios de los hijos sin consultar su vo¬
luntad, el desenlace es contraproducente. Así es que al
paso que en nuestra novela la moralidad que se despren¬
de es intencionada, profunda y duradera, la de la come¬
dia es fortuita, ligera, accidental. Pero aun hay más:
la casualidad (resorte tan poderoso como delicado en las
obras de imaginación) prepara ya un más que probable
resultado al casarse.Panfilo, sin saberlo, con la que fuera
su víctima, legitimándose con solo este hecho y casi
involuntariamente su primitiva falta, dando luego la
clave del enigma y removiendo todos los obstáculos la
altamente inverosímil metamorfosis moral de Baquis.
Por el contrario en la novela; al aprovechar Cervantes
la casual el padre de Rodolfo
circunstancia de presenciar
la caída el medio de una re¬
de Luisico, sólo proporciona
paración, que es cumplida después de una lucha moral,
libre y deliberadamente desarrollada en el corazón de
Rodolfo con la ayuda de su virtuosa madre. Y para que
76

esta reparación no aparezca con el carácter de un verda¬


dero sacrificio, hecho en aras del cumplimiento de un
deber, sino antes al contrario abra las válvulas de una
completa y perenne felicidad, la sensual impresión que
por Leocadia sintiera el joven ocho años antes, truécase,
al verla de nuevo, en profundo
y verdadero amor, acri¬
solado por el placer de legitimar al hermoso retoño de su
frivola juventud.
Hé aquí cómo, á pesar de conocer Cervantes el teatro
terenciano, como lo conocian todos los humanistas de su
tiempo (y aun lo había traducido Pedro Simón de Abril),
pudo refundir la Récyra en el laboratorio de su prodijiosa
inventiva y producir un hermoso cuadro que reuniese
en alto grado moralidad y
originalidad, al que dió el bello
y pintoresco título de La fuerza ele la sangre.
Tenemos varios dates para fijar la fecha de ios sucesos
de La fuerza de la sangre,
bien sean hijos exclusivos de
la fantasía cervantina ó ya encierren
alguna alusión
histórica (1); pero el más señalado é importante el
es
siguiente: El casamiento de Rodolfo y Leocadia se veri¬
ficó «cuando con soia la voluntad de los contrayentes,
sin las prevenciones justas y
santas que ahora se usan
quedaba hecho el matrimonio.» Y como las disposiciones
del Concilio de Trento á que
aquí se alude, empezaron á
cumplirse en España merced á la Real cédula de 12 de
Julio de 1564, que es hoy la ley 13, tit.° I, libro I de la
Novísima Recopilación, claro es que los sucesos de la
fábula ocurrieron algo antes de esta fecha, lo cual se
corrobora con la indicación final de los muchos hijos y
nietos, (ilustre descendencia dice en otro sitio), existen¬
tes en este matrimonio al publicarse la novela
en 1613.
Lo que no podemos señalar, y menos basándonos en
este último dato, (que pudo
muy bien ponerse en la

(1) Clemencia supone que entre las


Ejemplares tienen fun¬
damento histórico La Española
Inglesa, Rinconete y Corta¬
dillo, La Gitanilla, El Licenciado Vidriera, El Coloquio
y
ésta en
que nos ocupamos (Notas al cap. XXXVI de la primera
parte, nota 33). Se quedó corto, si solo se refería á
algún mero
rasgo histórico: no fué exacto, si al epíteto histórico le dió
todo el valor y estricto sentido
que debe dársele en la litera¬
tura novelesca, si se ha de
distinguir de otro concepto ámplio,
en el
que ha podido decirse que la novela de costnmbres puede
considerarse como una rama de la novela histórica
y que al¬
guna de éstas son más verdaderas que la misma historia.
77

corrección definitiva), es la fecha en que se escribió esta


novela, aunque le dá cierto color de antigüedad un indicio
precioso, basado en un hecho de la mayor curiosidad.
En efecto, en la colección de comedias de Mr. Alexandre
Hardy, impresas en el siglo XVII, hay tres calcadas en
sendas novelas ejemplares: una de ellas es la tragicome¬
dia La forcé clu sang, confesando el propio Hardy que
«este asunto está representado con las mismas palabras
de Cervantes, su primer autor.» Pero es el caso que de
las mejores fuentes de los orígenes del teatro francés
(según el Sr. Rius en la pág. 353 del 2.° tomo de la
Bibliografía crítica ya citada) y por testimonio del mis¬
mo poeta, venimos en conocimiento de que La fuerza
de la sangre francesa se escribió muchos años antes de
1613; de donde se deduce que disfrutó Hardy de algún
manuscrito, que para pasar á Francia desde Madrid, Va-
lladolid ó Sevilla
hay que calcular necesitase un lapso de
alguna consideración (1): no sería, pues, extraño que la
Fuerza se escribiese á fines del siglo XVI ó los pri¬
meros años del siguiente.

VII. EL CELOSO EXTREMEÑO

En la colección completa de las obras cervantinas


hallamos tratado este mismo asunto en dos ocasiones:
en la novela en que vamos á ocuparnos y en un saínete
ó entremés; mas no con las notables variantes que he¬
mos advertido en otras ocasiones análogas, sino calcando
y copiando todo el argumento. En efecto, los dos ancia¬
nos celosos y burlados, el de nuestra novela y el del
entremés intitulado El viejo zeloso son hermanos geme¬
los; mejor dicho, son una misma persona, representando
su papel genuino y característico en dos diferentes cla-

(1) Otra curiosidad digna de notarse es que entre las pe¬


queñas variantes de la comedia francesa hay la de que la
joven Leocadia se apodera en el cuarto de Rodolfo, no ele un
Crucifijo, sino de un Hércules precioso, ahogando en la cuna
las dos culebras consabidas. ¿Será esta innovación hija de las
aficiones mitológicas del poeta francés, ó lo pondría asi Cer¬
vantes en su primitivo manuscrito?
78

ses de la sociedad. Los rápidos, sobrios y desgarrados


rasgos que se emplean en el saínete son apropiados á un
cuadro desenfadado, naturalista, inmoral, aunque lleno
de las sales y gracias características en el autor, que
hacen reir sin querer y sin concepto alguno de finalidad.
El estudio psicológico, serio, pausado, de un conflicto
moral, que deja en el alma un gran fondo de tristeza,
forma el cuadro de la novela, que tiende á demostrar,
como consecuencia inmediata, «lo poco que hay que
fiar dellaves, tornos y paredes, cuando queda la volun¬
tad libre;
y de lo menos que hay que confiar de verdes
y pocos años, si les andan al oido exhortaciones de estas
dueñas de mongíl negro y tendido y tocas blancas y
luengas.»
En ambas producciones hay un viejo setentón que
toma por esposa á una preciosa muchacha de quince
abriles, dotándola riquísimamente; en ambas son tan ce¬
losos estosviejos que no consienten haya en su casa
gato ni macho, sino hembras; en ambas las jóvenes
perro
señoras, excitadas, soliviantadas, aleccionadas y ayuda¬
das por una Celestina, sin que para nada éntre el verda¬
dero amor, se echan en brazos de un guapo y atrevido
doncel, movidas solo por la sensualidad, y en ambas se
quiere probar en definitiva, como después lo han hecho
Moliere y Moratin, que los celos exagerados son malos
consejeros, y sobre todo que los matrimonios desiguales
entre muchachas y viejos rara vez dan buenos resulta¬
dos. Sólo hay la diferencia, según queda dicho, que el
asunto se trata en broma y con harta desenvoltura en el
sainete y en serio y con fines verdaderamente ejempla¬
res en el cuento. Las dos muchachas que figuran en el

sainete, la recién casada y una mozuela su sobrina, son


un par de bribonas/edomadas, sin decoro, sin vergüenza,
llegando la tal sobrinica á lamentarse de que no le haya
traído también á ella la alcahueta algún frailecico para
refocilarse con él, al par que su tía; en cambio en la
novela no existe esta cínica desenvoltura, al menos pol¬
lo que hace á la heroína, que es arrastrada más bien
por cierta especie de fatalidad ó determinismo casi insu¬
perable. En la novela, los cónyuges se llaman Carrizales
y Leonora, y en el sainete Cañizares y Lorenza. ¿Cuál
es anterior? Aunque á primera vista parece que el
primitivo es el entremés, yo me atrevo á aventurar la
79

hipótesis, por razones que se explanarán en lugar más


oportuno, de que lo primero que se escribió fué la novela,
pero no como la publicó Cervantes.
Baste ya del entremés y pasemos á detallar el argu¬
mento de la novela ejemplar.
Preséntasenos en la introducción ó exposición á un
hidalgo extremeño, Felipe de Carrizales, gastando, triun¬
fando y derrochando su patrimonio en diversas partes
de España, Italia y Flandes; viéndose obligado, á los
cuarenta y ocho años, á ir á rehacer su fortuna á Amé¬
rica, lo cual logra con creces, merced á su industria,
fortuna y diligencia. Vuelto el perulero á España, des¬
pués de veinte años de ausencia, no quiso pasará su
tierra extremeña, sino establecerse en Sevilla, como lo
hizo, si bien notando, muy á su pesar, que no había
ganado en sosiego lo que en riquezas había ganado;
razón por la cual se resolvió á casarse con una mu¬
chacha noble, honesta, hermosa y pobre, llamada Leo¬
nora, de quien se había enamorado. Verificado el matri¬
monio, Carrizales, que aún de soltero y joven era celoso,
tomó todo género de precauciones para que nadie viese
á su mujer en la calle, ni entrase en su casa; pero el
diablo, que no duerme, inspiró á un mozalvete llamado
Loaysa el capricho de seducir á aquella mujer tan guar¬
dada, para lo cual tenía que ir sobornando á toda su nu¬
merosa servidumbre. Comenzó al efecto por el viejo ne¬

gro guardián, (que era eunuco, por supuesto), fingiéndose


mendigo y maestro de música, con el cual embuste lo¬
gró entrar en la casa y hacerse admirar de todos por su
destreza en cantar coplas y puntear la guitarra; y como
la dueña (contra quienes tanta inquina tuvo siempre
Cervantes) se enamorase del doncel, prometióle éste col¬
mar todos sus deseos, con tal de que ella le entregase
antes á su ama. Cumplió bien la dueña su papel de Ce¬
lestina, y fué vencida Leonora; pero héteme aquí que en
lo más crítico de la situación despierta el viejo, á quien
tenían anestesiado por medio de un ungüento propor¬
cionado por Loaysa, y sorprende á su esposa en los bra¬
zos del galán, tomándole á él un desmayo que le hizo

volverse al lecho, excitado á un tiempo por el coraje y


por su impotencia senil.
Pocas palabras más tendríamos que decir acerca del
desenlace, si no ocurriese aquí una de esas inverosimi-
80

litudes indisculpables,
que nos hacen recordar el que
alguna bonus dormitat Romeras. No queriendo el
vez
autor que en sus Ejemplares asistiésemos á ningún
adulterio (por lo menos de mujer), y sacrificándolo todo
á la mayor moralidad de su cuadro, ocúrresele hacernos
creer que Leonora sólo había sido culpable de pensa¬
miento é intercala, un poco antes de la sorpresa del
marido, este absurdo párrafo: «Pero, con todo esto, el
valor de Leonora fué tal que en el tiempo que más le
convenía lo mostró contra las fuerzas villanas de su
astuto engañador, pues no fueron bastantes á vencerla
y él se cansó en balde y ella quedó vencedora, y en¬
trambos dormidos».
Aun admitiendo que en trances tales acostumbra
Cervantes dotar de fuerzas extraordinarias á las heroí¬
nas de sus cuentos (1), y que por este lado'fuese admi¬
sible el que sin auxilio de nadie pudiese Leonora defen¬
der su honor viéndose forzada; no es verosímil ni
probable bien inclinada al joven por los procedi¬
que
mientos analítico y sintético (el primero para el marido
y el segundo para el amante), pues desde el momento en
que lo vió «le iba pareciendo de mejor talle que su ve¬
lado» ó marido, y habiendo entrado en la habitación
donde el galán la aguardaba, si con escrúpulos y remilgos,
de su completo grado y movida por las encendidas pin¬
turas y excitación al deleite de la dueña; no es creíble,

(1) Cierto: aunque D. Diego Carriazo sorprendió á solas á


una señora en La Ilustre Fregona y la «gozó contra su volun¬
tad y á pura fuerza,» y aunque Leocadia fué también gozada
en un
desmayo por Rodolfo (La fuerza de la sangre), en otras
mil ocasiones salen bien libradas las mujeres
las más vio¬
en
lentas luchas. La misma Leocadia, volviendo
sí, para evitar
en
un nuevo
atropello del libertino «se defendió con los pies, con
las manos, con los dientes» y sucedió que en tan gallarda
porfía «las fuerzas y los deseos de Rodolfo se enflaquecieron.»
Dorotea, en el Quijote, supo huir de la lascivia de su amo, y
castiga después la de su criado, dando con éste por un derrum¬
badero (Part. 1.a c. XXVIII); siendo por último sabida la opi¬
nión de Sancho (Quijote P. 2.a c. XLV). «si el mismo aliento y
valor que habéis mostrado para defender esta bolsa, lo mos¬
trarais y aun la mitad para defender vuestro cuerpo, las fuer¬
zas de Hércules no os hicieran fuerza.» En otras ocasiones la
sorpresa la pasión de la mujer secundan la audacia del
y
amante (Dorotea etc). De todas suertes Cervantes hizo un es¬
tudio profundo de los mil matices y gradaciones que ofrece la
pasión amorosa.
81

repetimos, que la razón proporcionase tales fuerzas á su


cuerpo, ya quebrantado y casi indefenso por la pasión.
Pero lo que llega al absurdo es el suponer que el tal
Loaysa, quetales empeños había arrostrado por gozar
de la hermosa, cuando ya la tiene rendida y dormida en
sus brazos, vaya á perder el fruto de su victoria, y no
por un heroico desistimiento voluntario, sino por que¬
darse neciamente dormido. Y como este detalle no hace
ganar ya nada á la moralidad de la fábula, aunque otra
cosa pensase su autor (pues el lector ó lectora ha asis¬
tido ya moralmente á la consumación del adulterio por
la fuerte pintura del relato), tampoco sirve absoluta¬
mente de nada en el desenlace, ni aun para que muera
el viejo algo consolado. Muere éste, en efecto, á los siete
días, plenamente convencido del adulterio de su esposa
(á la que le aumenta sin embargo la dote para que se
case con Loaysa, lo cual ella no acepta, pues entra en
un convento recién enviudada), y sube más con esto de
punto el pueril empeño de hacer más dulce y piadosa la
novela. De tal zurcido, sólo viene ganando (y es lo menos
que podía resultar) el carácter de Leonora, cuyos ante¬
cedentes, en verdad, la hacían más digna de perseveran¬
cia; pero á costa del talento de Cervantes, quien harto
conocía la incontrastable fuerza de las pasiones, y que
otra cosa muy distinta de la que él puso tenía que su¬
ceder entre un joven desenfrenado como Loaysa y una
muchacha como Leonora, enfocada en una situación pa¬
sional no menos extraordinaria é incontrastable. Esto
es lo que á prior i ocurre, á poco que se medite acerca de
este pasaje, criterio, como ahora veremos, que era el
mismo de Cervantes y que por una punible inconse¬
cuencia trató de abandonar.
Ya sabemos que el Zeloso figuraba en el manuscrito
de Porras con otras dos novelas cervantinas y que fué
publicado en El gabinete ele lectura por D. Isidoro Bo-
sarte. Pues bien, entre las no pocas variantes que ob¬
servamos en el manuscrito respecto á la edición prínci¬
pe, refiérese la más notable al incidente de que venimos
hablando, que demuestra que de ningún modo escapó á
Cervantes la necesidad de dar por consumado el adul¬
terio, según las exigencias de la fábula, decidiéndose por
mal entendidos escrúpulos á poner el pegote que cen¬
suramos. Efectivamente, en lugar del párrafo que co-
82

mienza «Pero con todo esto, el valor de Leonora fué


tal etc.» dice el manuscrito: «No estaba ya tan llorosa
Isabela en los brazos de Loaysa, á lo que creerse puede,
ni se extendía á tanto el acopiado ungüento del untado
marido, le hiciese dormir tanto como ellos pensaban,
que
porque el cielo,
que muchas veces permite el mal de algu¬
nos por el bien y beneficio de otros hizo que Carrizales _

dispertase ya casi al amanecer;» siguiendo desde aquí


todas las mismas escenas de tentar la cama por todas
partes, saltar de ella despavorido y sorprender á los
amantes abrazados y dormidos.
Pero acabamos de ver que á la heroína se la denomina
en el códice Isabela de Leonora y no es solo este
en vez

nombre el que después varió el autor, sino que á Carri¬


zales le llamó varias veces en el manuscrito Cañizales
y á la dueña María Alonso, González. A vuelta de mu¬
chas variantes de dicción, que no afectan al sentido, los
ojos de Loaysa que en la edición de cuesta «son verdes,
que no parecen sino que son de esmeraldas,» son ala¬
bados en el borrador «de negros y adormecidos»; en la
conclusión de la novela definitiva, en congruencia con la
gran modificación anotada, manifiesta el autor su estra¬
ñeza de que Leonora no hubiese puesto más ahinco en
pregonar su inocencia, en lugar de cuyas frases concluía
la copia de Porras con estas palabras; «el cual su¬
ceso, aunque parece fingido y fabuloso, fué verdadero,»
et sic de ceteris.
Una supresión hizo Cervantes al trasladar su Extre¬
meño del borrador á las cuartillas de imprenta, que,
aunque según él afirma fué motivada por buenos respetos,
no encajará aquí mal el subsanarla, no solo por la cu¬
riosidad que encierra sino porque al fin y al cabo no
deja de ser un trozo cervantino que solo se lee en los
escasísimos ejemplares que andan por el mundo del
Gabinete de Bosarte (1). Nos referimos á la descripción
de la gente de barrio de Sevilla, que es como sigue:
«Estos son los
hijos de vecinos de cada collación, y de los
más ricos de ella, gente más holgazana, valdía y murmurado¬

ra; la cual vestida de barrio, como ellos dicen, estienden los

(1)
En el Apéndice se dará cuenta de una edición del Rin-
conete y del Zeloso que basada en la de Bosarte se acaba de
publicar en Sevilla (N. de 1901).
83

términos de su jurisdicción, y alargan su parroquia á otras


tres ó quatro circunvecinas, y asi casi se andan toda la ciudad
con media de seda de color, zapato justo blanco ó negro, según
el tiempo, ropilla y calzones de jergueta, ó paño de mesela,
cuello y mangas espada, y á veces con
de telilla falsa, ya sin
ella, empero dorada, ó plateada, cuello en todas maneras gran¬
de y almidonado, las mangas del jubón acañutadas, los zapa¬
tos que revicutan en el pié, y el sombrero apenas se les puede
tener en la cabeza, el cuello de la camisa agorguerado, y con

puntas que so descubren por debazo del cuello, guantes de


polvillo, y mondadientes de lantisco, y sobre todo copete riza¬
do, y alguna vez ungido con algalia. Júntanse las fiestas de
verano, ó ya en las casas de Contratación del barrio, (que
siempre está proveído de tres ó quatro) ó ya en los portales de
las Iglesias á la prima noche, y desde allí gobiernan el mundo,
casan á las doncellas, descasan á las casadas, dicen su parecer

de las viudas, acuérdanse de las solteras y no perdonan á las

Religiosas; califican exentorias, desentierran linages, resuci¬


tan rencores, entierran buenas opiniones, y consumen casas de

gula, fin y paradero de toda su plática. Espantan juntos, no


admiran solos, ofrecen mucho, cumplen poco, pueden ser va¬

lientes, y 110 lo parescen, y en esta parte los alabo, porque la


valentía no'consiste en la apariencia, sino en la obra. Cada

parroquia ó barrio tiene su titulo diferente, como las Acade¬


mias de Italia; y en una de ellas á los viejos ancianos, y hom¬
bres maduros, que toman de asiento las sillas, y se las clavan
al cuerpo por 110 desalías desde en acabando de comer hasta la
noche, llaman Mantones; á los recien casados, que asín tienen
en los labios las condiciones y costumbres de los mozos solte¬
ros, llámanlos Socarrones, porque como digo, participan de la
sagacidad de los antiguos casados, y de la libertad de los mo¬
zos; á los mozos solteros llaman también Birotes, porque ansí
como los birotes se disparan á muchas partes, estos no tienen

asiento ninguno en ninguna, y andan vagando de barrio en

barrio, como se ha dicho. Los de otra collación se llaman los


Perfectos, de otra los del Portalejo; pero todos son unos en el
trato, costumbre y conversación.»
Esta descripción nos lleva como de la mano á meditar
sobre otros varios aspectos, á más del característico que
la novela nos ofrece. El primero es el de las costumbres
sevillanas, en que tan maestro era Cervantes, y en las
que nos instruye en varios pasajes y principalmente en
el transcrito, que aunque suprimido in extenso queda
84

todavía suficiente color, siquiera sea rudimentaria¬


con
mente. Hállase asimismo el elemento cómico, admira¬
blemente representado en infinidad de rasgos felicísimos
de diversas situaciones, cmno la nota de los exagerados
celos de Cañizares y sus intempestivos amores (cómico
pasional ó de sentimiento); las arterias y liviandad de la
dueña (cómico moral); las marrullerías y embustes de
Loavsa, contrastando con la candidez del negro portero
y de la protagonista; el remedo en el hablar de la liviana
negra Guiomar (cómico característico y de situación);
las coplas intencionadísimas cantadas por la dueña al
son de la guitarra tañida por Loaysa y el desenfrenado
baile del rebaño mujeril ó banda de palomas torcaces,
que tan mal servían al desdichado Cañizales etc., etc.
Tenemos, pues, en este sentido que no es El celoso
una novela completamente sentimental, á pesar de
ostentar cierto aspecto psicológico, una trama pasional,
un conflicto dramático por la seducción de una joven
recien casada y un desenlace semi-trágico, sino que no
poco entra en ella el elemento objetivo-descriptivo, como
pintura de las costumbres sociales de Sevilla en el siglo
XVI, con no escasos rasgos cómicos y aún alguna pince¬
lada picaresca. Así es que si en las clasificaciones de la
vieja retórica (y aún puede decirse otro tanto de la mo¬
derna, llámese krausista, positivista ó naturalista) no
hubiese mucho de convencional, dado que la naturaleza
y la realidad nos tienen más acostumbrados á la síntesis
que á los aspectos parciales (subjetivismo y objetivismo,
cómico y trágico, serio y festivo, etc.); si hubiese necesi¬
dad, en una palabra, de encerrar El Celoso extremeño
dentro del cajetín de las novelas de carácter ó dentro del
de las de costumbres, entre éstas agruparíamos nosotros
este precioso estudio cervantino, que hace que nuestras
lágrimas caigan abundantemente sobre nuestros labios,
abiertos todavía por la risa franca y
regocijada, y que
solo tiene el defecto prolijamente señalado.
Dejando para otra oportunidad el hacer mérito de lo
que principalmente Bosarte y Pellicer nos enseñan acer¬
ca del baile la zarabanda, con referencia á la frase cer¬
vantina de que era «el endemoniado son de la zaraban¬
da, nuevo entonces en España,» (1) consignemos aquí,

(1) En la tierra, es decir en Sevilla, según el borrador del Zeloso.


85

siguiendo á eruditos que debió de introducirse


esos
entre los años de 1580 al 88, correspondiendo por tanto
á este período el final de la novela; mas como al princi¬
pio de ella se dice, para tomar el hilo de las aventuras
de Carrizales, «no ha muchos años que en un lugar de
Extremadura salió un hidalgo etc.,» y estos años eran
algunos más que veinte (que son ios que pasó en Amé¬
rica) y tal vez que treinta, necesariamente habremos de
suponer que la obrita se escribió á más tardar hacia 1588
ó 90. A esto puede objetarse con mucha razón que
habiendo publicado Cervantes sus Ejemplares en 1613
y no en 1590, es absurdo decir que cincuenta, se¬
senta ó setenta años (1) que hacía que Carrizales salió
de su tierra no eran muchos; y nosotros contestamos que
efectivamente al dar á luz nuestro insigne escritor una
novela que tenía escrita hacía más de veinte años debía
haber modificado su comienzo quitando aquello de que
hacía poco tiempo y poniendo en su lugar que hacia ma¬
cho cuando empezaron las aventuras de la introducción
del Zeloso. He aquí otra opinión curiosa acerca de fechas.
Bosarte (2) Navarrete (D. M) (3) y Arrieta (4) suponen
que el nudo y desenlace de la acción debieron ocurrir
hacia 1570, y efectivamente había una frase en el ma¬
nuscrito que autoriza esta versión, pues dice que deses¬
perado y corrido Loaysa ante la negativa de Leonora de
casarse con él, se fué á una famosa jornada de España-
contra infieles y como por entonces no hubo otras que
las de la liga contra los turcos, bien puede suponerse
que esta famosa jornada fué la de Lepanto. A lo cual
replicamos nosotros que como esta frase la borró des¬
pués Cervantes y puso en su lugar que Loaysa «despe¬
chado y casi corrido se pasó á las Indias,» no hay para

Sale Felipe de su casa, y «anduvo gastando asi los años


(1)
como la hacienda» hasta que murieron sus padres; bien supone
esto diez ó quince años; pasa veinte en América, vuelve y se
casa, y he aquí treinta y cinco, y otros veinte y cinco, hasta
1613, he ahí los sesenta. Y ya veremos en seguida que otros
han supuesto todavía más atrás que nosotros los años en que
ocurrió el desenlace (es decir cu 1570), equivaliendo en tal caso
el «no ha muchos años» á cerca de ochenta.
(2) El gabinete, n.° 5. notas al Prólogo.
(3)Vida, p. 129.
(4) Prólogo del editor á las Ejemplares, t. VII de sus Obras
escogidas efe.
86

que dar valor á lo que Cervantes rectificó en uso de un


libérrimo derecho, ya que no se trata de hechos histó¬
ricos, manteniendo por tanto por buena la fecha aproxi¬
mada de 1590 para el desenlace y primer borrador de
tan interesantes sucesos.
Es, pues, indudable que El Celoso es fruto de los esca¬
sos ocios de Cervantes en Sevilla, que sobre él escribió
el entremés y que luego retocó la novela para la
estampa.

VIII. LA ILUSTRE FREGONA

liemos dicho al estudiar Binconete y Cortadillo que si


La ilustre fregona no es una novela picaresca de cuerpo
entero encierra no solo rasgos sino verdaderos esbozos
truhanescos, y en efecto, aunque el título de la misma y
aun todo su marco desde el comienzo del nudo prometen
una novela de carácter, toda la introducción y aun el
cuadro casi en su totalidad corresponden á la novela de
costumbres picarescas.
Aleccionado en tres años de viajes, antes del verdade¬
ro comienzo de la acción, el joven Diego Carriazo (ó sea
el Rinconete de esta novela) en la vida picaresca, por
haberse desgarrado de su casa solar burgalesa (1), en él
«vió el mundo un picaro virtuoso, limpio, bien criado y
más que medianamente discreto.» Los cuales aventuri-
llas dan ocasión al autor para enumerar como de paso
los juegos de los truhanes de Madrid, ventillas de Toledo
y barbacanas de Sevilla. Mas al llegar á «las almadrabas
de Zahara donde es el finibusterre de la picaresca,»
prorrumpe el novelista en este brioso, desgarrado é
inimitable apostrofe:

(1)Tanto en la vida picaresca como en la soldadesca y aun


en la gitana no faltaban en aquellos tiempos jóvenes de fami¬
lias distinguidas que echasen su cuarto á espadas: recuérdese
é mayor abundamiento el Andrés Caballero de la Gitanilla.
Pero Cervantes, imitando en esto al teatro latino, casi siempre
que casaba á un caballero con una mujer de las malvas resul¬
taba ésta al fin de familia principal.
87

«¡Oh picaros de cocina, sucios, gordos y lucios: pobres fingi¬


dos, tullidos falsos, cicateruelos de Zocodover y de la Plaza de
Madrid, vistosos foracioneros, esportilleros de Sevilla, mandi-
lejos de la hampa, con toda la caterva innumerable que se
encierra debajo de este nombre picaro! Bajad el toldo, amai¬
nad el brío; nollaméis picaros si no habéis cursado dos
os
cursos en de los atunes: alli, allí, está,
la academia de la pesca
en su centro el trabajo junto con la poltronería; allí está la
suciedad limpia, la gordura rolliza, la hambre pronta, la har¬
tura abundante, sin disfraz el vicio, el juego siempre, las pen¬

dencias por momentos, las muertes por puntos, las pullas á


cada paso, los bailes como en bodas, las seguidillas como en

estampa, los romances con estribo, la poesía sin acciones; aquí


se canta, alli se reniega, acullá se riñe, acá se juega y por
todo se hurta; alli campea la libertad y luce el trabajo; allí van
ó envían muchos padres principales á buscar á sus hijos y los

hallan; y tanto sienten sacarlos (1) de aquella vida, como si los


llevaran á dar la muerte.»

El regreso de Carriazo al hogar paterno y el decidir á


su amigo Tomás Avendaño á que socolor de ir ambos á
estudiar á Salamanca se fuesen á visitar (él por cuarta

vez) las dichosas almadrabas, es el comienzo de la acción.


Puestos en camino en compañía de un ayo bobalicón, no
bien llegaron á Valladolid, con pretexto de querer visitar
la fuente de Argales, cuyo viaje á la ciudad se empren¬
día por entonces y habiéndole sustraido cuatrocientos
escudos de oro, en tres días se plantaron en Madrid, de
donde, vestidos á lo payo y sin espadas (aunque con
.

dagas ocultas,) emprendieron cid peclem, iitterce el camino


de Toledo. Mas las blandas entrañas de Avendaño,
conmovidas hasta lo profundo en Illescas al oir la plática
de dos mozos de muías que pintaban como de perlas á
una moza del mesón del Sevillano en la imperial ciudad,

cambia ya desde luego los planes de los mozos. Así es


que poco después de este momento asistimos realmente
á dos acciones, la del legítimo picaro Carriazo y la del
enamorado A vendaño; pero la mágica virtud del narra¬
dor hace marchar tan estrecha é íntimamente unidas á
entrambas acciones que en realidad de verdad vienen á
formar una sola. La marcha de la amorosa consiste en
que Avendaño, disfrazado de mozo de muías, entra de
(1) En varias ediciones modernas se lee <ser sacados,
criado en dicha posada donde
enamora, aunque sin éxito
alguno, á la criada ó fregona (si bien no fregaba sino
plata,) y después de varios incidentes, (las pretensiones
entre ellos del hijo del corregidor de Toledo hacia Cons¬
tanza, que es el nombre de la heroína,) viene por fin un
desenlace tan dichoso como impensado; pues como resul¬
tase que Constanza era hija de padres
distinguidos (fruto
de la fuerza hecha en otro tiempo por D.
Diego de Car nia¬
zo, precisamente el padre del picaro, á una gran señora,)
se desenreda el cuento con el casamiento de ambos
amantes, la cual, juntamente con otras dos bodas (la del
hijo del corregidor con una hermana de Avendaño y la
de Carriazo con una hija del corregidor) dá
lugar á que
todos queden contentos y satisfechos.
La otra acción, que decimos, de carácter cómico y pi¬
caresco refiérese
principalmente á las aventuras ocurri¬
das en Toledo á
Carriazo, que en su profesión de picaro
adoptó el sobrenombre de Lope el asturiano; si bien una
de dichas aventuras la orilló solidariamente con su ami¬
go al repudiar las pretensiones amorosas de la Argüello
y la gallega (mozas del mesón) en nocturna aventura
con bastantes semejas con la de Maritornes
y el arriero
de Aróvalo, aunque aquella terminó menos ruidosamen¬
te que ésta. Es también episodio graciosísimo el de la
compra de un asno hecha por Lope para su nuevo oficio
de aguador, con el desgraciado juego que hizo
con él y
con todo su
dinero, y su petición de la cola, que acabó
en paz milagrosamente entre
aquella gente de pelo en
pecho. Mas no acabaron tan pacíficamente, sino en san¬
grienta batalla, otras dos aventuras que tuvieron por
héroe al mismo Carriazo: una en que agarrado
con otro
aguador casi se hicieron pedazos, y otra, casi al fin del
cuento, en que después de zurrar la badana á un mu¬
chacho que se burlaba de él con el daca la cola, asturia¬
no, que le había quedado por apodo, hubo de batirse con
los alguaciles antes de entregarse á
partido, recibiéndo
no pocos golpes en la
refriega.
El baile de la puerta de la posada parece hermano
ge¬
melo del de uno de los saínetes del mismo Cervantes (1)

(1) En El rufián viudo un barbero toca y canta un romance


que lo bailan la Repulida, emparejada con Escarramán, la
Pizpita con Chiquiznaque y la Mostrenca con Juan Claros, y
89

por su verdad y enérgicos toques. Lope tocando la guita¬


rra hasta hacerla hablar y cantando un romance bailable
sobre la chacona (baile no menos desenvuelto que la za¬
rabanda); haciéndose rajas la turba multa de los mulan¬
tes y fregatrices del baile, que llegaban á doce entre las
que se distinguía la Arguello emparejada con Barrabás,
—andaluz, mozo de muías.—canónigo del compás—(1) y
las dos mozas gallegas, la más carigorda de las cuales
brincaba con Torote; ofrécennos una escena tan admira¬
blemente pintada que parece que la estamos viendo y
digna también del pincel de Goya en sus inimitables
cuadros de bailes populares.
Y he aqui una nueva fase que nos ofrecen las Novelas
ejemplares, que aunque no ha motivado por nuestra
parte un capítulo especial, nos ha salido ya al paso en
otras dos ocasiones: nos referimos á lo que Mayans lla¬
ma las fábulas sálticas de Cervantes, distinguiéndolas de

las psálticas ó meramente musicales. En efecto, en La


Gitanilla y en el Extrameño hicimos notar, como en este
pasaje de la Fregona, la intervención de la danza en la
acción de dichas novelas.
Mas aunque en ambas ocasiones anteriores y muy
especialmente al estudiar las aventuras de Preciosa
anunciábamos para este momento, no solo un resumen
de tan interesante materia musical, sino la rectificación
de un pasaje viciado en todas las ediciones de la Gitani¬
lla, consideramos ahora más conforme al método y á la
armonía de este libro el tratar este aspecto de las cos¬
tumbres populares españolas en el lugar correspondiente
á la tercera sección, ó parte sintética y orgánica de
nuestro trabajo, máxime habiendo de referirnos con tal
motivo nada menos que á tres novelas ejemplares.

pues fatigarse y hacerse rajas en su furiosa


Dejando
chacona á los huéspedes de escalera abajo en la posada del
Sevillano, terminaremos el estudio de La ilustre fregona,
investigando el orden cronológico que le corresponde en

lo mismo que en la Fregona se van señalando en el canto los


movimientos de los danzantes.

(2) Entiéndase el Compás de Sevilla, vestíbulo de la no


menos famosa Mancebía, al cual compás alude varias veces
Cervantes en sus obras. El Sr. Arsonio tiene un folleto sobre
El Compás,
90

la génesis cervantina. Lo primero que en esta tarea hay


que hacer es comenzar por descartar un dato que con
cualquier otro escritor que no fuera el nuestro podría te¬
ner alguna importancia. Nos referimos al pasaje en que
alude al Guzmán de Alfarache en estos términos: «final¬
mente él (Carriazo) salió tan bien en el asunto de picaro
que pudiera leer cátedra en la facultad al famoso Alfara¬
che» (1). Con lo que parece desde luego (á no contar con
un anacronismo más ó menos voluntario) que hay que

suponer la existencia de este émulo de Guzmán, el tal


Carriazo, bastante posterior á la publicación de la rego¬
cijada novela picaresca de Mateo Alemán, pues aunque
esta obra se hizo pronto famosa (dado que en el mismo
año de 1599 en que se publicó se dieron otras cinco edi¬
ciones), teníamos de todos modos que convenir en que
Carriazo hizo su aprendizaje de picaro entrado "ya el
siglo XVII. Pero, como veremos enseguida, no pudo re¬
ferirse Cervantes á la aparición del Guzmán de Alfaraclie
como novela, sino á la supuesta existencia anterior del

personaje por Alemán creado.


Otro indicio al parecer más decisivo y que ha sido
aceptado como tal por el señor Rosell (t. 8.°, Obras com¬
pletas) es á nuestro modo de ver completamente ilusorio.
Se trata de un diálogo habido entre dos mozos de muías,
.
casi al principio de la novela, en que uno de los interlo¬
cutores dice que el conde de Puñonrostro estaba siendo
á la sazón el terror de los picaros y ladrones en Sevilla
«aunque ya se suena que dejará pronto el cargo de Asis¬
tente». Y como según los informes que nos dá Ortíz de
Zuñíga en sus citados Anales, este Asistente desempeñó
su cargo en la ciudad del Guadalquivir desde 1596 á
1599, en este último año ó el anterior hay que fijar la
fecha del nudo y desenlace de la fábula. Mas es el caso
que tan preciso dato lo echa por tierra el mismo nove¬
lista al fin del cuento al asegurar que en aquellos dias
tres hijos nada menos de Carriazo estaban estudiando
en Salamanca, lo cual revelaría en los retoños del noble

picaro burgalés, aunque hubiesen nacido en años conse¬


cutivos, una precocidad descomunal. ¿Cómo, en efecto,

(1) Asi en las primeras ediciones: en las modernas se dice


«ai famoso de Alfarache.»
«1

suponer á tres niños ele nueve, diez y once años luciendo


el manteo y tricornio estudiantil.?
Queriendo nosotros apurar más la materia (aunque
convencidos de lo inútil de estas investigaciones por lo
que hace á las Ejemplares), hemos procurado asirnos de
otro hilo, el de Ja fuente de Argales, y no satisfaciéndo¬
nos las noticias truncadas que dá Don Matías Sangrador

sobre la traída de aguas de. dicha fuente á la ciudad


del Pisuerga, (1) hemos acudido á la misma en demanda
de luces, y aunque las que se nos han suministrado no
son muy luminosas y difieren poco de las que del mis¬
mo origen tomó Sangrador, deducimos que las obras á
que puede referirse Cervantes que fueron á visitar Ca-
rriazo y Avendaño convienen aproximadamente con los
años de 1590 á 92,(2) sin que demos importancia al
hallazgo. Mas, todo bien considerado, nosotros calcula¬
mos que al componer ó inventar las aventuras de Ca¬

rduzo y Avendaño, no se le ocurrió á Cervantes recordar


en qué año conoció en Sevilla al Conde de Puñonrostro,

razón por la cual debió de adelantar en ocho ó diez años


su cargo de Asistente y de este modo, ocurriendo el
nudo de la novela de 1590 á 92, podian muy bien sin

(1) Historia de Valladolid. Valladolid 1851-54. 2 vol 4.°, pá¬


ginas 441 y 42.
(2) He aquí esas noticias textuales. «En la historia inédita
de este monasterio de San Benito, hay un capitulo que se titula
De la fuente de Argales y en él se dice que el rey Don Juan II
había hecho merced al monasterio de la huerta y fuente de
Argales, lo cual confirmó el Papa Eugenio IV. Esta donación
se hizo en 1440. El venerable Prior (fray García de Frias) creó
la huerta, hizo casa y en traer al monasterio la fuente de Ar¬
gales, que fué negociada de pecho grandioso porque asi por la
falta de dinero, como por las contradicciones que tuvo, aun de
los mismos monjes, fué el negocio muy trabajoso y dificultoso.
El Prior con ayuda de amigos y devotos del monasterio y con
la carta real para que nadie lo impidiese dió principio á las
obras en 1441 que se terminaron tres años más tarde: Hicieron
tres fuentes. En el año 1587, considerando el monasterio los
crecidos gastos que ocasionaba por la suma distancia del origen
y continuas roturas del encañado, hizo concordia con la Ciu¬
dad, cediendo dicha fuente para su servicio y del público con
condición de que le pusiese dentro de él medio real de agua.
Más tarde empezaron las obras que se interrumpieron al poco
tiempo, habiendo levantado los planos el célebre Juan de
Herrera; pero en 1621 se dió nuevo trazado á ellas, terminán¬
dose al fin bajo la dirección de Francisco de Praves.»
92

necesidad de niñera pisar los tres jóvenes Carriazos las


aulas Salmantinas en 1611.
En cuanto á la redacción de la novela y aun sin tener
en cuenta el no ha muchos años tan
vagamente puesto
aqui como en otras partes, creemos que fué de última
hora, como ya en otro lugar dejamos apuntado, ó sea
para llevarla á la imprenta con las demás.
Olvidábasenos de decir que nos parece completa¬
mente destituida de fundamento la presunción del sa¬
bio Hartzenbuch, de que en Lope el asturiano pueda
aludirse á Lope de Vega, á pesar de encontrarse en am¬
bos cinco especies de
coincidencias, á saber: el nombre,
la patria del padre del fénix de los ingenios (asturiana
como la supuesta del burgalés), el haberse escapado el
insigne dramaturgo de su casa á la misma edad (trece ó
catorce años) que el picaro, el ser ambos poetas
y músi¬
cos, y aún la paracomasia que resulta de los nombres
Carriazo y Carriedo que era el pueblo nativo del padre
de Lope de Vega.
Más acertado estuvo el Señor Don Antonio Martin
Gamero al suponer, en vista del sabor local y exactitud
de las pinturas de la Ilustre fregona, que Cervantes la
escribiría en la misma posada del Sevillano, que hoy se
llama de la Sangre de Cristo, (1) y los toledanos se enor¬
gullecen justamente en hacerlo constar así en una lápida
de mármol colocada en el dintel de la puerta principal
de dicha posada-

IX. LAS DOS DONCELLAS

Abrese la acción de esta novela en un mesón de un

lugar que está á cinco leguas de Sevilla, en uno de cuyos


cuartos se encuentran dos jóvenes de ambos sexos,
(aunque con sendos hábitos de hombre,) que resultan
luego hermanos. Mas como hiciese algún tiempo que no
se habían comunicado y
se hallasen á la sazón á oscuras,
la joven dió cuenta á su hermano sin gran empacho de

(1) Discurso sobre La Ilustre, fregona y el mesón del Sevi¬


llano, Toledo, 1872, 4." mayor de 32 pág-inas.
93

la triste situación que se había creado al dar oídos á un


caballero de su lugar, quien con palabra de casamiento
había adelantado con ella los goces del matrimonio,
ausentándose después, razón por la cual ella iba en su
seguimiento á través de toda España. Verificado el reco¬
nocimiento de los dos hermanos, y perdonado por el varón
(que D. Rafael se llamaba) el agravio inferido al honor
de la familia por su incauta hermana Teodosia, se apres¬
taron incontinenti á atajar la fuga del facedor del entuer¬
to á su paso por Barcelona, en donde había de hacer esca¬
la el buque que desde el Puerto de Santa María lo
conducía para Ñapóles, según relato de un pasajero
amigo de D. Rafael.
Puesta en planta tan arriesgada resolución, camina¬
ron los dos
hermanos, en los propios hábitos masculinos,
sin novedad alguna y en sendas muías montados, acom¬
pañados de un mozo, hasta llegar á un bosque á dos
leguas de Igualada, donde tropezaron con cuarenta per¬
sonas atadas, que habían sido despojadas por una cua¬

drilla de bandoleros. (1) Entre estos pasajeros topó


Teodosia con un jovencillo, en quien pronto notó señales
de que disfrazaba el sexo, y aun identificó su persona,
sabiendo que era hija de un caballero, vecino de un lugar
próximo al suyo. Y no fué esto sólo, sino que muy luego
vino Teodoro (pues así continuó llamándose Teodosia por
saber mejor guardar el incógnito que Leocadia, que era
el nombre de la viajera despojada) á caer en la cuenta
de que aquella doncella perseguía para hacerlo también
su esposo al propio Marco Antonio, de quien ambas
tenían palabra de casamiento. Llegados á Barcelona
ambos hermanos y Leocadia, no bien se acercaron á la
marina cuando presenciaron una verdadera batalla (tra¬
bada entre la gente de unas galeras que estaban en la
playa y la de la ciudad,) en la que se distinguia un joven
que peleaba rodeado de enemigos y en quien reconocie¬
ron las dos mujeres desde luego á su amante Marco
Antonio. Entre ambas, nuevas Bradamante y Marfisa,

(1) Este rasgo de las costumbres catalanas del siglo XVI nos
trae á la memoria el episodio de Timbrio (Galatea, t, 11,) roba¬
do por la cuadrilla de un valeroso caballero catalán y las
aventuras del famoso Roque Guinart en el Quijote, acerca de
cuya personalidad é historia largamente disertaron Pellicer y
Clemencin, en su lugar oportuno.
94

prestáronle auxilio con sus espadas hasta que él cayó


casi mortalrnente herido, siendo llevado juntamente con
Leocadia en el esquife de la galera capitana, quedando á
la orilla los dos hermanos, llenos de sobresalto y rabia;
Teodosia por su rivalidad y D. Rafael por estar ya
locamente enamorado de Leocadia. Mas curado el herido
y regresando los cuatro á Andalucía, todo quedó por fin
arreglado (amén de un doble desafío que empezaban á
llevar á vías de hecho en su tierra los padres respecti¬
vos de Teodosia, Leocadia y Marco Antonio y que estos
llegaron á tiempo de atajar,) concertándose el casamien¬
to de Marco Antonio con Teodosia y D. Rafael con
Leocadia en el propio lugar del primero, «los cuales (los
dos donceles) luengos y felices años vivieron en compa¬
ñía de sus esposas, dejando de sí ilustre generación y
descendencia.» Y he aquí uno de los pocos vestigios que
tenemos para calcular que la fecha de la acción de Las
clos doncellas es bastante remota respecto del autor,
quien, comosiempre, dá á entender basarse en hechos
sucedidos; mas si recordamos que al principio del capí¬
tulo 28 de la primera parte del Quijote se asegura con
igual formalidad que los cuentos y episodios del mismo
no son menos agradables y verdaderos que la misma
historia, deduciremos el poco valor que podemos dar una
vez más á semejantes aseveraciones. Corrobora, sin

embargo, nuestra hipótesis de lo atrasada que debemos


suponer nuestra fábula este párrafo que precede al
antes copiado: «Otro día, después que llegaron, con real
y espléndida magnificencia y suntuoso gusto hizo cele¬
brar el padre de Marco Antonio las bodas de su hijo y
Teodosia, y las de Rafael y Leocadia,» de donde tal vez
podríamos deducir que no obligaban todavía las disposi¬
ciones del Concilio Tridentino respecto á amonestaciones,
no habiendo llegado á contarse por consiguiente los años

de mil quinientos sesenta y cuatro. (1)

(1) Algo habrían de modificar, sin embargo, esta fecha, si


les aplicásemos rigurosamente el escalpelo de la crítica histó¬
rica, estas palabras de un alguacil, al principio de la novela,
que preguntaba «nuevas de la Corte y de las guerras de Flan-
des y bajada del turco, no olvidándose de los sucesos del tran-
silvano, que nuestro Señor guarde,» pues tanto las guerras de
Flandes como el reinado de Maximiliano de Austria, primo de
D. Felipe II, á que parece aludirse aquí, son posteriores á 1564,
95

Poco hemos de extendernos en la crítica de Las dos


doncellas. Ya queda dicho y repetido que con raras ex¬
cepciones el género serio, sentimental y amatorio
no es
la cuerda mejor pulsada por Cervantes: los mayores
defectos del Quijote estriban en la hipérbole (más pasa¬
bles y oportunas en el estilo festivo,) conceptismo, suti¬
leza y estilo relamido con que describe las más violentas
pasiones, ó lo que es peor con que hace hablar á sus
amantes. Si en Las dos doncellas no se notan tan de
relieve estos defectos, y los rabiosos celos de Teodosia,
Rafael y Leocadia no dán lugar á escenas violentas, hay
que atribuirlo precisamente á que el conflicto no ofrece
campo para grandes luchas, dado que siendo mayores
los derechos de la por galantería llamada doncella Teo¬
dosia que los de Leocadia para casarse con Marco Anto¬
nio (carácter .medianamente dibujado y sostenido) y el
encontrar ésta última tan buen partido como lo era
D. Rafael, ofrecen desde luego un desenlace naturalísimo
y agradable.
En cambio el conspicuo Mr. Chasles trata de amen¬
guar en cierto modo, y en nuestro concepto sin razón
suficiente, el mérito de la originalidad de esta novela,
asegurando que tanto ella como La fuerza de la sangre y
La Señora Cornelia tienen por objeto emular á los italia¬
nos, apoderándose Cervantes del género y estilo de sus
cuentos; añadiendo con respecto al cuento que ahora
nos ocupa, que si bien el teatro de sus aventuras
princi¬
pales se refiere á Barcelona y Cataluña, siendo también

aunque de todos modos anteriores á 1570. De todas suertes ya


tenemos repetido que Cervantes no se fijaba en estas filigranas
cronológicas.
Para lo que no tenemos dato
alguno es para averiguar la
fecha en que el autor ideó esta fábulá: si como nosotros
sospe¬
chamos, es anterior al Quijote 110 habia que discurrir mucho
para rastrear dónde se encuentra el esbozo de los amores de
Luscinda con D. Fernando, seducción de éste á Dorotea
y
doble y satisfactorio casamiento de la anulación del
(después
rato) entre Luscinda y Cardenio, Dorotea y Fernando.
Si, por el contrario, el Quijote fuese anterior kLas doncellas,
esta novela sevillana estaría calcada en el episodio cordobés.
Pero insistimos más bien en que en
toda nuestra fábula senti¬
mos un aliento
juvenil ó por lo menos muy anterior al Quijote
y un constante espíritu heroico y caballeresco, reforzado con
el episodio final del desafío á muerte de los tres
ancianos, á
caballo y á lanzadas.
96

españoles el cuadro, personajes y resortes morales de la


acción, «á pesar de estas precauciones, yo pienso siem¬
pre que copia (Cervantes) un género, que no se abandona
á su propia originalidad, y que en fin el arte xtranjero
que imita domina en estas producciones á la observación
personal.» Todo el argumento de Las dos doncellas, llega
á decir en otro lugar, «es italiano, salvo algunos rasgos
de gongorismo venidos directamente de Madrid.» (Obra
citada, págs. 242 y 243).
Nosotros consideramos no poco recargadas y exage¬
radas estas tintas del entusiasta cervantista francés,
pues sin negar por las apuntadas consideraciones que
Las dos doncellas es una de las novelas más endebles de
la colección, nopodemos admitir de ninguna manera que
pueda calificarse de un cuento de amor italiano casi por
el mero hecho de que se compare á las heroínas del mis¬
mo con Bradamante y Marfisa; ni que lo sea tampoco

La fuerza de la sangre porque Rodolfo pase algún tiem¬


po en Ñapóles; ni siquiera El Curioso impertinente
(aunque parece inspirado en un episodio del Orlando
furioso) ni La Señora Cornelia, porque la acción de am¬
bas pase on Italia. Después de todo, la afición, apasio¬
namiento y aun culto que Cervantes sentía por Boyardo
y Ariosto en primer término y en segundo por otros
varios poetas italianos, á quienes tan frecuentemente
imita en infinitos pasajes del Quijote y por cuyo profundo
estudio y su larga estancia en aquella península hubo de
incurrir en no pocos italianismos en todas sus obras
(aunque número en el Quijote que en las Ejem¬
en mayor
plares), no pueden
despojar de la nota de originalísima á
esta producción sin igual en los fastos literarios. ¡Cuánto
menos á sus novelas Ejemplares,
en que con tanta sin¬
ceridad y empeño reclamó para las doce el dictado de
originales, sin admitir siquiera que pudiesen calificarse
de imitadas de nadie, y en las que hizo brillar «la alteza
y fecundidad de la lengua castellana!» (1)

(1) Estas palabras forman parte de la concesión del privi¬


legio de Castilla en las primeras hojas de las Novelas ejem¬
plares.
97

X. LA SEÑORA CORNELIA

La síntesis, cifra y compendio de las varias novelas


cervantinas cuajadas y esmaltadas de las propias obser¬
vaciones hechas en Italia es La Señora Cornelia, cuyo
apellido Bentivoglio nos traslada desde luego á aquel
país, donde se desarrolla toda la acción. Mas al par de la
elegancia y hermosura italianas, tan gratamente recor¬
dadas por el autor, ingiérese armoniosamente en la no¬
vela toda la bizarra cortesía española, representada en
dos nobles mancebos, á quienes indudablemente tenía
también Cervantes en su imaginación cuando afirmaba
en uno de los cuentos anteriormente estudiados (1) «que

no eran caballeros los que solamente lo eran en su


patria, que era menester serlo también en las ajenas.»
.Estos dos camaradas españoles, D. Antonio de Isunza
y D. Juan de Gamboa, tan discretos como caballeros,
determinaron de dejar sus estudios que hacían en Sala¬
manca, llevados del deseo de ver mundo y de consagrar¬
se al ejercicio de las armas, sirviendo con ellas á su

patria en Flandes. Mas como al llegarse á Amberes


encontraron las cosas pacíficas, propusiéronse pasar á
Italia, en donde, después de visitar sus más famosas
ciudades, decidieron terminar sus estudios en la insigne
universidad de Bolonia. Pero el diablo, que nunca des¬
cansa, metió á nuestros dos estudiantes en una aventu¬
ra de ajenos amores en la que desempeñaron un papel
decisivo. Es el caso que la hermosísima Cornelia de Ben-
tibolli habia inspirado una volcánica pasión, en iguales
términos correspondida, al poderoso duque de Ferrara
Alfonso de Este, dándose el muy grave accidente de que
viniese al mundo un delicado fruto de estos amores,
'completamente ignorados por el hermano de Cornelia, el
caballero Lorenzo, quien al conocerlos dispúsose á tomar
venganza sangrienta del ultraje inferido al honor de su
hermana. En una oscura noche libra Gamboa con su

(1) La fuerza de la sangre, por boca del padre de Rodolfo,


cuando envió á su hijo á Nápoles.
98

pujanza al Duque, de las espadas de sus enemigos, y


como á aquella misma hora acogiese D. Antonio en su
casa á Cornelia y su niño, que por diversos azares á
ella habían concurrido, propusiéronse los españoles desde
aquel momento, como lo consiguieron, contribuir al feliz
resultado de los sucesos de aquella trama, que concluyó
efectivamente con los desposorios de los amantes, una
vez reconciliados con su hermano; siendo el epílogo el
regresar los nobles vizcaínos (pues vascongados eran
Isunza y Gamboa) á su tierra, adonde se casaron con
ricas, principales y hermosas mujeres, teniendo siempre
correspondencia con el Duque y la Duquesa y con el
Sr. Lorenzo de Bentibolli.
Esta al parecer sencilla urdimbre, tan bien conducida
como galanamente narrada y con caracteres y pasiones
tan admirablemente dibujados y sostenidos, encierra no
pocos episodios, de colorido local algunos, que contribu¬
yen á entretener á los lectores. Hállase entre los más
interesantes el del cura ó piovano de una aldea próxima
á Ferrara, donde se verifican los desposorios del Duque
y Cornelia, una vez ocurrido allí el encuentro de todos
los personajes de la fábula; siendo también muy gráfica
y apropiada la charla indiscreta de la masara ó ama de
D, Juan y D. Antonio con Cornelia, á quien obliga á
huir de Bolonia por miedo de que Lorenzo volviese á
darle muerte, aprovechándose de su soledad. (1) Mas
disuenan, en cierto modo, tanto el incidente del atrevido
paje Sulpicio, que mientras la ausencia de sus amos se
refocila en su cuarto con una moza que por llamarse
Cornelia dá no pequeño susto á los principales persona¬
jes que la sorprenden en el lecho, como la humorada del
Duque de comunicar solemnemente á Lorenzo y los es¬
pañoles, á quienes hizo montar justamente en cólera,
que se había decidido á casarse con una labradora con
quien tenía obligaciones antes que con la hermosa bolo-
ñesa, si bien al poco tiempo se vió que la fingida labra¬
dora era ni más ni. menos que la mismísima Cornelia,
que en casa del piovano se hallaba la primera. Sin duda

(1) Esta nota aventurera propia de las novelas de intriga y


enredo 110 debe extrañarnos ni
aquí ni en otros pasajes, pues
la monotonía es lo más enojoso que puede encerrar una obra
de entretenimiento. Ya lo dijo Cervantes, «sus novelas tienen
de todo,» si no no fueran buenas.
99

que estos rasgos de buen humor del espíritu esencial¬


mente chancero y jovial de Cervantes los ponía en las
novelas serias ó amatorias (1) para salpimentar un poco
largos pasajes harto sentimentales, que aquí se mani¬
fiestan principalmente por el carácter demasiado perfec¬
to (aunque vehemente y apasionado) de los dos devotos
españoles, cuyo platonismo se presenta un tanto para-
dógico con el hervor de sus años y vida necesariamente
aventurera.
No deja de aparecer también, á primera vista, repug¬
nante á las leyes de la naturaleza el ver á una mujer
(que por añadidura es dama principal de vida regalada)
correteando de noche por calles y plazas, sin detrimento
de su salud, inmediatamente después de un alumbra¬
miento, tanto más angustioso cuanto así lo exigía el
sigilo del mismo. Mas hay que tener en cuenta que Cer¬
vantes abrigaba una idea singular acerca de esta función
fisiológica de la mujer, pues teniendo en cuenta sin duda
lo que algunos historiadores nos cuentan (2) de que
entre los cántabros, tracios, escitas, etc. solían las muje¬
res en pariendo salir á las labores del campo, y con lo
que éi había observado en el mediodía de Italia y sobre
todo en Sicilia, donde las mujeres apenas tienen sufri¬
mientos en el parto, estando dispuestas al día siguiente
del mismo á la conversazione con sus amigas; puso en
otro pasaje de sus obras á otra mujer en idéntica situa¬
ción que Cornelia, llegando á decir entonces un pastor
lo siguiente: «Después de un parto...., la mujer podría
sin otro regalo alguno acudir á sus ejercicios, sino que el
uso había introducido entre las mujeres los regalos y
todas aquellas prevenciones que suelen hacer con las
recién paridas Cuando Eva parió el primer hijo no
se echó en el lecho, ni se guardó del aire, ni usó de los
melindres que ahora se usan en los partos.» (3)

En Las dos doncellas representa la nota cómica el mozo


(1)
de muías Calvete, que acompaña en sus viajes y peregrinación
á Santiago de Galicia, á Rodolfo y su hermana; en La fuerza,
la broma de D.a Estefanía, presentando á su hijo el retrato de
una mujer fea en son de ser su futura, etc., etc.

(2) Strabón, acaso el primero, 1. Til, cap. IV.


(3) Persiles y Sigismundo, lib. III, c. IV. En el episodio de
que forma parte la opinión del pastor, acababa de presentarse
delante de los peregrinos la joven Feliciana de la Voz, tam¬
bién recién parida y correteando por calles y campos.
100

¡Pero qué máximas de decoro, moralidad y


rasgos y
delicadeza salpica Cervantes en esta y en todas las
no

Ejemplares á cada paso! (1) Detalles completamente


inapreciables para otro menos observador que Cervantes
serían, por ejemplo, los respetos y consideraciones exqui¬
sitos que, en medio de sus entradas y salidas y á pesar
de la mala lengua de la masara, prodigan los jóvenes
españoles á Cornelia cobijada en su casa, y el cubrirse
los pechos la misma Cornelia, delante de sus salvadores
y en medio de lo crítico de la situación, para dar de
mamar con honestidad á su niño: y eso que como dijo el
poeta francés en Nuestra Señora ¿le París, refiriéndose á
la pobre Esmeralda, «no se hizo el pudor para tales
trances.»
Y á todo esto, ya que los lugares donde pasan estas
aventuras están tan exactamente descritos ¿no tendre¬
mos algunos datos por los que podamos colegir el tiempo
en que aquellas se verificaron?
Teniendo en cuenta que Alfonso II de Este, todavía
joven cuando los acontecimientos de la novela,
ocurren
gobernó el estado de Ferrara desde 1559 á 97, siendo el
Ariosto (2) ornamento de su corte, como lo fué el Taso
de la de su abuelo el primer Alfonso; recordando que en
las historias de Italia figuran varios Cornelios de Benti-
voglio, uno de los cuales, que tomó parte activa en la
conjuración de Génova de 1547 contra los Dorias, (3)

(1) De las del Coloquio ha hecho D. Eustaquio Navarrete


una colección nutrida (páginas XLVIII y XL1X en las notas,) y
conocido es el propósito de García de Arrieta en El espíritu de
Miguel de Cervantes, al coleccionar las reflexiones, moralida¬
des y caudal filosófico de la biblioteca cervantina.
(2) No deja de venir á cuento, tratándose de los Duques de
Este y del Ariosto, el recordar que este poeta trató de compla¬
cer
y lisonjear á aquella casa, como lo hizo Virgilio con Augus¬
to, suponiendo en su Orlando que los Estes eran descendientes
del héroe principal del poema,
Rugero, por su matrimonio con
Bradamante, á quien profetizó la encantadora Melisa todos los
sucesos de la familia de los
Duques de Ferrara. Ariosto dedicó
el Orlando al Cardenal
Hipólito de Este, tío de nuestro 2.° Al¬
fonso, que tanto figura en Da Señora Cornelia.
(3) Véase, por ejemplo la «Storia d' Italia continuata da
quella del Guicciardini, sino al 1789, di Cario Botta, Parigi,
1837,» tomo 2.°, libro 7.° página 157. En las «Guerras do Flan-
des» del Cardenal
Bentivogdio se lée que un sobrino sirco,
101

pudo muy bien ser el padre (ya difunto) de los hermanos


Lorenzo y Cornelia; y que efectivamente los Bentivoglios
de Bolonia, aunque á menos venidos, seguían aun años
después brillando todavía por sus riquezas y siempre
por el lustre de su cuna; fijándonos en que nuestras
guerras de Flandes comenzadas en 1566 presentaron la
primera tregua después del terror que causaron en aque¬
llos países las ejecuciones de los Condes de Egmont y de
Horn, ó sea del 71 al 72; y dando por último por buenas
mis prolijas investigaciones (1) acerca de la existencia
sincrónica de los Isunzas y Gamboas vitorianos, fami¬
lias íntimamente relacionadas y cuyos individuos, efec¬
tivamente, viajaron mucho por Italia y Flandes; no solo
podríamos fijar la fecha de los novelescos sucesos hacia
1572, sino que casi, casi, tendríamos comprobado el
carácter histórico del cuento que examinamos, máxime
cuando en aquella época estaba Cervantes en Italia y
pudo tomar algunos datos sobre los recientes sucesos.
Mas, si consideramos que este linaje de investigaciones,
á no servirse de datos fehacientes é incontrovertibles
que descontentadizo una
lleven al ánimo del juez más ¿yy
convicción prudente, son juguetes pueriles y aun cizañas /$'
perjudiciales en el campo de la investigación Cervantes-
ca, precisa usar de cautelosísima parsimonia en tales ■ Vfv;í) «*•/
deducciones. Así es, que no constando que ninguna de
las tres sucesivas esposas del fastuoso descendiente de
los Estes y de los Borgias fuese ninguna Bentivoglio, (2)

Cornelio de Bentivoglio, murió en la batalla de las Dunas ó


de Nieuport.
Es curioso el hecho de que en una de las primeras traduccio¬
nes italianas que se hicieron de las Ejemplares (Venetia, 1629)

por el signore Guglielmo Alessandro Novilieri cada vez que


debe nombrarse al Duque Alfonso ó 11 los Bentivoglios se vale
el traductor de pudibundos puntos suspensivos.
(1) Cervantes Vascófilo. Quinta edición. Vitoria, 1899 Se¬
gunda parte, capitulo 3.° y Apéndice III.
(2) Las tres mujeres de este último duque de Ferrara (con
soberanía,) de quienes no tuvo sucesión, fueron: Lucrecia de
Médicis, hija del gran Duque de Toscana, con quien casó en
1558; Bárbara Beatriz de Austria, hija del Emperador Fernan¬
do 1 (1565) y Margarita Gonzaga, hija del Duque de Mántua
(1579). Por cierto que una vez se cita en la novela á Livia, hija
del Duque de Mántua, como la mujer elegida para esposa de
Alfonso por la Duquesa madre de éste, elección que se supone
una de las dificultades del nudo para llevar adelante el casa¬
miento de Alfonso con Cornelia.
102

bien podrían ser estos amores hijos exclusivamente de


la inventiva del autor (ó á lo más uno de los entreteni¬
mientos galantes de Alfonso,) así como la existencia de
Lorenzo y Cornelia y la presencia de Gamboa ó Isunza
en Bolonia.

Una cosa queda, sin embargo, suficientemente proba¬


da en el estudio del Sr. Apraiz, y es, á saber: que el Pro¬
veedor Pedro de Isunza, de quien fué Cervantes comisa¬
rio de 1591 á 93, era vascongado, y que á su amistad
rindió nuestro autor valioso tributo, inmortalizando el
apellido Isunza y haciendo en obsequio de aquél un calu¬
roso panegírico del'pueblo vasco y de sus virtudes y cos¬

tumbres. (1)
Ahora bien, la mayor parte de las obras de Cervantes
ofrecen tanta vida y tales atractivos que, ya en su inte¬
gridad, ya en diversos episodios de algunas, se han ins¬
pirado para las suyas, no sólo nuestros dramaturgos
Lope, Moreto, Castro, Montalbán, Solis, Castillo ¡áolór-
zano, sino otros franceses, iugleses y alemanes. Pero
nadie ha demostrado tanto cariño y empeño en su imi¬
tación como Tirso, al apoderarse de todo el argumento
de Cornelia para su comedia Quien cía luego da dos ve¬
ces. (2) No vamos á hacer un detenido paralelo entre
ambas producciones, pues no es conducente. Solo dire¬
mos lo estrictamente necesario para que quede sentado
su estrechísimo parentesco y aquello que nos parece

(1)
Además de ser los jóvenes Gamboa é Isunza los caracte¬
res quizás más perfectos ó bondadosos que Cervantes ha traza¬
do en sus obras, be aquí lo que dice una patrona de huéspedes
en Bolonia: «He venido á ser masara de españoles, á quien
ellos llaman ama: aunque á la verdad no tengo de que
quejarme de mis amos, porque son unos benditos, como no
estén enojados;
y en esto parecen vizcaínos, como elíosdicen
que son; pero quizás para consigo (así en la edición príncipe,
lo
contigo en la de 1614) serán gallegos, que es otra nación, según
es fama, algo menos puntual
y bien mirada que la vizcaína.»
(2) Hacen mención de ella, en sus meritorios trabajos acer¬
ca del ilustre mercenario, Mesonero
Romanos, Hartzenbusch,
laBarrera, Schak, Muñoz Peña y Cotarolo; fijándose en sus
coincidencias con Cornelia el Sr. Hartzenbusch y más decidi¬
damente el Sr. Cotarelo. Por ellos sabemos que esta novela so
ha impreso suelta alguna vez. Nosotros no hemos podido hallar
más ejemplar que un cuaderno de letra moderna que se custo¬
dia en el departamento do manuscritos de la Biblioteca Na¬
cional.
103

más apropósito para que podamos apreciar algunas be¬


llezas nuevas que en la novela resultan al ser comparada
con la comedia.
Cambiados en ésta los nombres, los tiempos y los

lugares (aunque no en absoluto,) resulta como en su


modelo: que los ocultos amores de un príncipe italiano
con una doncella principal de Bolonia dan por resultado
el nacimiento de un niño, venido al mundo de improviso
por los sobresaltos que en crítico momento la madre-
experimenta, y que, al ser entregado, á las once de la
noche, á los emisarios del príncipe, cae por equivocación
en manos de un estudiante español, que por delante de
aquella puerta á la sazón pasaba, el cual estudiante se
lleva á su posada al recién nacido. Sale á poco tiempo
la dama, intranquila y temerosa del furor de su herma¬
no; tropieza á la salida con otro estudiante, camarada
del primero, y ñando en la proverbial hidalguía espa¬
ñola, se deja conducir al mismo albergue de su hijo, á
quien se provee de nodriza, y á ella de los cuidados que
su estado reclama. Ma& la noche, que agranda los peli¬
gros, y la intervención de una mujer no muy bien in¬
tencionada, ó mal pensada por lo menos, son parte para
que, cuando ya reconciliados el hermano y el amante de
la hermosa boloñesa (á muerte desafiados antes,) merced
á la eficaz intervención de los españoles, van conducidos
por éstos en busca de la madre y el niño, una y otro
han desaparecido, hasta que al fin se encuentran todos
estos personajes y otros secundarios en una quintad
posesión, fuera de Bolonia; se desata el enredo; se hacen
las paces entre los antes enemigos; y al propio tiempo
que se obtiene la promesa definitiva del casamiento de
ios protagonistas (desembarazado el estorbo de una rival,
más que de amor, de razón de estado ó conveniencia de
familia,) se preparan ó proponen otros diversos himeneos.
Mas, paralelamente á estos sucesos, entremezclándose
con ellos y completándolos en una más vasta concepción,
hay en la comedia una valiente dama toledana
que per¬
didamente enamorada de uno de los estudiantes se dis¬
fraza de hombre, parte para las aulas boloñesas, pone
completamente á su disposición al otro estudiante (único
que la conoce de vista,) se convierte en paje suyo, y
logra al fin el cumplimiento de sus ansias matrimoniales.
¿Y será temerario advertir aquí un nuevo trasunto cer-
104

vantino, si echamos de ver que además de llevar á cabo


la heroína toledana lo propio que consigue Teodosia en
Las dos doncellas con Marco Antonio, tiene este mismo
nombre en la comedia el hermano de la dama boloñesa
y bautiza también Tirso al gorrón (el gracioso) con el
apellido de Calvete que usaba un de muías de la
mozo
novela, igualmente compañero inseparable de los princi¬
pales personajes de la misma?
Pero el principal objeto que nos hemos propuesto al
traer á la vista la casi desconocida, aunque hermosa
producción tirsesca, es el hacer observar que su estudio
comparativo nos sirve de verdadera piedra de toque para
apreciar nuevas bellezas en la novela; para poner de
relieve en ésta ciertos rasgos que casi resultaban inad¬
vertidos; para dar patente á ciertas inverosimilitudes y
convencionalismos; para deshacer, en fin, con la autori¬
dad, finura y buen gusto de Tirso algún otro reparo que
podría ofrecérsenos al estudiar la novela. Advertimos,
leyendo la comedia, que Cornelia y Alfonso son más
apasionados de lo que al principio creímos; que Lorenzo
es completamente irresponsable del desliz de su herma¬
na; que no es un despropósito fisiológico el salir á la calle
una recién parida en países meridionales; que no son
demasiado artificiosos los recursos de reunirse en una
casa la madre y el recién nacido; ni las aprensiones ni
malicias de la masara, sacando de su casa á la hermosí¬
sima Bentivoglio para que la novela no se acabe á la
mitad; que lejos de ser un defecto del novelista el no
contarnos desde el principio los amores de la protagonis¬
ta, es un nuevo encanto é incentivo, que aguijonea más
nuestra curiosidad, el introducirnos inopinadamente en
el corazón de la trama; y en fin, que hasta los caracteres
de D. Antonio y D. Juan, que al principio creíamos más
dispuestos para usar la cogulla y el cerquillo que para
manejar la espada ó requebrar á una mujer, tienen
toques vigorosos y verdaderamente humanos, dentro
del papel que les corresponde, como jóvenes de mundo
y de sangre caliente.
Para terminar con La Señora Cornelia, debemos hacer
en ella una observación curiosa referente al siguiente
párrafo que se lee casi al final de la novela. «Ellos—
Isunza y Gamboa, replicando al Duque que les ofrecía clos
primas suyas para esposas—dijeron que los caballeros
105

de la nación vizcaína por la mayor parte se casaban en


su y que no por menosprecio, pues no era posi¬
patria,
ble, sino por cumplir su loable costumbre y la voluntad
de sus padres, que ya los debían de tener casados, no
aceptaban tan ilustre ofrecimiento.»
Pues bien, vascongado, suponemos, el refrán
no es
que dice «quien á fuera va á casar vaengañado ó va á
engañar,» y el mismo Cervantes hace notar repetidas
veces en sus obras la conveniencia de que los jóvenes de
ambos sexos y principalmente las mujeres consulten y
aun obedezcan la voz de sus padres para tomar estado;
(1) pero en ninguna de esas ocasiones hizo notar que
hubiese país alguno donde esas máximas suyas consti¬
tuyesen una loable costumbre; y como Cervantes jamás
hablaba á humo de pajas, fuerza es que tuviese bien
aprendido lo que afirmaba y no lo supiese meramente
por las comentas generales de la opinión, sino por
hechos ó sucesos de que él fuese noticioso, y he aquí
una anécdota oportuna á este propósito.
Tenía Pedro de Isunza en Vitoria una tía (hermana
de su padre,) que siendo viuda y con un hijo de más de
treinta años tuvo empeño en que éste se casase con
determinada doncella principal de la ciudad, y como su
hijo la desobedeciese, casándose en 1585 en Italia con
una dama de la corte de Saboya, española, llevó tan á
mal la madre este casamiento que no solo cortó para lo
sucesivo todo género de relaciones con su hijo, nuera y
nietos, sino que los exheredó completamente, desoyen¬
do sus incesantes ruegos, y aun faltando á la justicia y
á las leyes (que un siglo después restablecieron esta
ilegalidad.) Este suceso lo sabía Cervantes, no sólo por
Isunza, con quien mantuvo cordialísimas relaciones, sino
por el mismo interesado, que no era otro que el Gaspar
de Añastro é Isunza, que sucedió á su primo en el cargo

(1) Véase principalmente el juiciosísimo discurso pronun¬


ciado por D. Quijote (en réplica á Sancho que reprocha lo
contrario,) que se lee en el CapituloXIX de la Segunda parte
del Quijote y que comienza así: «Si todos los que bien se quie¬
ren se hubiesen de casar, dijo D. Quijote, quitaríase la elección

y jurisdicción á los padres de casar á sus hijos con quien y


cuando deben, y si á voluntad de las hijas quedase escojer los
maridos etc.» Respecto á los hombres, véase La Gitanilla por
boca del paje Sancho, y en La Galatea se especifica la doctri¬
na para ambos sexos en diversos pasajes,
106

de Proveedor en el Puerto de Santa María y en cuyos


libros se comprobaron las cuentas que se hicieron pre¬
sentar á Cervantes en Sevilla en 1598. (1)
Ahora bien, en dos ocasiones hemos hablado del pre¬
cursor de los grandes dramaturgos franceses Mr. Alexan-

dre Hardy como entusiasta imitador de Cervantes; pero


en esta tercera viene á resolvernos el problema de cuándo

se escribió el primer borrador de Cornelia. Efectivamen¬


te, en el tomo segundo de la colección de obras dramá¬
ticas de Hardy (París, 1625) aparece entró otras cinco
piezas la tragicomedia Cornelia en cinco actos, comple¬
tamente calcada en nuestra novela, según declara el
mismo poeta francés, á vueltas de grandes elogios de
nuestro autor. Pero héteme que en estos mismos preli¬
minares estampa el hispanófilo estas luminosísimas pa¬
labras, refiriéndose á las seis comedias del tomo: «es
solamente un abigarrado ramillete de seis flores, enveje¬
cidas desde la época de mi juventud que las produjo,
pero que la injuria de los años no ha podido extinguir
completamente su colorido y perfume.» Y como Hardy
nació hacia 1560 es consiguiente que no se consideraría
joven después de los treinta y cinco años, pudiendo por
tanto calcularse, según este dato (2) que para que dis-

(1) Viole D. Martín Navarrete para lo referente á las cuen¬


tas rendidas por Cervantes y á la diligencia evacuada en los
libros de Añastro (v. c. páginas 41.5, 16 y 17) y mi obra Los
Isunzas de Vitoria, Bilbao, 1898.
Las conversaciones de Cervantes con Tsunza pudieron muy
bien dar origen á la aventura del Vizcaíno que se relata en los
capítulos 8.° y 9.° de la Primera parte del Quijote, pues efecti¬
vamente la señora de Pedro de lsunza hubo de hacer un viaje

parecido al de la señora del coche, desde Vitoria á Sevilla y al


Puerto de Santa María con sus hijos hacia 1592, y es de supo¬
ner que siendo su marido un opulento
banquero y Proveedor
de S. M. llevase análoga servidumbre (doncellas dentro de!
coche, cuatro ó cinco de á caballo y dos mozos de muías d
pié,) á la de la novela: hay que advertir además que del apelli¬
do Azpeitia había entonces familias en Vitoria.
Clemencín también sospechó (notas al cap. VIII) que en esta
aventura se aludiría á algún suceso real.
(2) Con algunos otros argumentos prueba además Kius
(t. II, páginas 358 y 54) que Cornelia fué compuesta años
antes de publicarse ias Ejemplares.
Algunas ligeras variantes
hácennos sospechar también que Cervantes retocó su novelita
al publicarla, por ejemplo al ama Sulpicia la llama Harry
Simplicia, Lorenzo de Bentivoglio en vez de estar en decadencia
es Señor de Bolonia y de los más
completos de su tiempo, etc.
107

frutase del borrador ó uno de los borradores cervantinos,


que nosabemos cómo iría de Sevilla á París, hubo Cer¬
vantes de zurcir las aventuras de la hermosa boloñesa
de 1591 á 93 época de la constante comunicación entre
Pedro de Isunza y su benemérito comisario.

XI. EL CASAMIENTO ENGAÑOSO

Aunque esta breve narración directa hecha por el mis¬


mo protagonista de los sucesos puede considerarse como
una ingeniosa introducción ó Prólogo del Coloquio ele los
perros (1), nosotros respetaremos la voluntad del autor,
^estudiando separadamente ambas producciones, como
dos verdaderas novelas ejemplares.
El personaje que cuenta su aventura es el alférez Cam-
puzano, y Valladolid el lugar de la acción. ¿Pero el alférez
Campuzano era un personaje de carne y hueso como
pretende Navarrete (D. E.)? (2). Distingamos. Existió
efectivamente en el siglo XYI un D. Alonso Campuzano,
alférez de la compañía de Navarra, de que era capitán
su padre D. Rodrigo, y el tal alférez pudo verdadera¬

mente ser amigo ó conocido de Cervantes; mas de esto


no podemos en manera alguna deducir que la aventura

del Casamiento engañoso, ocurrida ya entrado el siglo


XVII, haya de atribuírsele á dicho militar. Ya tenemos
manifestado en la primera parte nuestro modo de pensar
en el asunto. Cervantes utilizó para los personajes de sus

producciones los nombres de sus conocimientos, y si en


alguna ocasión, como la presente, les hacía coincidir en
profesión ó alguna otra circunstancia, las más veces los
disfrazaba completamente, ó, mejor dicho, adoptaba sola¬
mente el nombre y no las circunstancias del personaje,
como se dijo del discretísimo y honesto Caballero del
Verde Gabán, á quien dió caprichosamente el nombre de

(1) En algunas ediciones, siguiendo un consejo de Gallardo,


se convierten las dos en una.
(2) Según noticias tomadas del archivo de Simancas por
D. Tomás González y comunicadas á D. Martin Fernández de
Navarrete (O. c. p. XLI),
108

D. Diego Miranda, que figuró en la causa de Valladolid


como un atolondrado libertino, etc. etc.
Vamos al cuento del alférez Campuzano, según la
novela. Saliendo éste del hospital de la Resurrección de
suclar catorce cargas de bubas, topó á la entrada de la
población con su amigo el licenciado Peralta, quien para
satisfacer su curiosidad convidó á comer al
alférez, el
cual, de sobremesa, tomó la palabra y contó, en resu¬
midas cuentas: Que cortejando á una buscona, fueron
tales los paliques y engaños de ella, atraída principal¬
mente por el deseo de robar y saquear algunas
joyas
falsas del alférez, que por buenas ella las tenía, que al
fin se engañaron mutuamente, es decir que se casaron.
Mas al cabo de pocos días, los verdaderos dueños de la
lujosa y elegante habitación, que por propia la había
hecho valer la D.a Estefanía (tal era el nombre de
recién
laf
casada), presentáronse en ella, procedentes de
Extramadura, y aunque quedó parado el golpe por de
pronto con mil embustes de aquella, hubo de saber al
fin el engañado esposo la clase de hembra con quien se
las había, al propio tiempo que ésta, huyendo de la
quema, ponía piés en polvorosa, dejando á Campuzano,
que también había ido por lana, completamente trasqui¬
lado, y lo que es peor con una tiña, lupecia ó palarela
tan intensa que hubo de
someterla, por carecer de dine¬
ros, á los sudores que solían dar en el Hospital.
Parecerá á primera vista que este festivo cuadro de
costumbres, á pesar de su finalidad moral que á nadie
puede ocultarse, es demasiado vivo y que encierra un
fondo completamente naturalista. Pero no es
así, por la
sencilla razón de que lo que en el naturalismo es fin es
en Cervantes medio simplemente, hacienda perfecta¬
mente llevadero este arte realista, lo ligero, chistoso,
festivo y expedito del estilo y lenguaje, que no dan mar¬
gen á considerar como trascendental, lo que no es otra
cosa, en último término, que levantar un poco el velo
de una parte de costumbres sociales
pecaminosas, para
señalar inmediatamente el
escarmiento, y prepararnos
para presenciar en la novela siguiente vicios de mucho;
mayor alcance y trascendencia, aunque aplicando re¬
sueltamente el cauterio á la llaga,
y ofreciendo, como
vamos á ver, la triaca de la instrucción
satírica, tra» el
veneno que corroía y corroe las entrañas de la sociedad.
109

Las dos últimas noches que Campuzano pasó en el


Hospital, oyó unas conversaciones á dos perros (guar¬
dianes del establecimiento y porta-linternas para las
limosnas nocturnas), las cuales no sabía él á punto fijo
si fueron reales, ó hijas de su imaginación calenturienta,
ó producto de ensueños. Apuntó el primer diálogo al
■pié de la letra, al día siguiente de oído, y en cuanto al
segundo, como más fresco, conservábalo en la memoria
con ánimo de escribirlo en ocasión oportuna. Fué leído
el manuscrito, aunque no sin protesta, por Peralta,
mientras el alférez descabezaba un sueño; pero nos
hemos quedado sin el relato que hizo de sus aventuras
el segundo perro.
Despréndese de lo dicho que, tanto en El Casamiento
como en el Coloquio, abandonó Cervantes el procedi¬
miento narrativo constantemente seguido en las diez
novelas anteriores (sin perjuicio de su inimitable diálogo),
adoptando exclusivamente el diálogo como forma gene¬
ral expositiva, la cual no se emplea aquí solamente en
las preguntas y reflexiones del licenciado Peralta á su
amigo el alférez, una vez presentados en breves frases
por el novelista, sino que es utilizado con bastante fre¬
cuencia por el propio dialogante en el cuento de sus
aventuras.
Esta forma deelocución, tan predilecta de Fenelón, es
antiquísima yfué inmortalizada por el divino Platón en
sus enseñanzas filosóficas, queriendo presentarse hasta
en esto como fidelísimo discípulo de Sócrates. Jactábase,

sin embargo Luciano, siglos adelante, de haber unido


dos géneros tan alejados y discordantes como la sátira y
el diálogo, y lo cierto es que él contribuyó á dar á este
género literario (si tal puede llamarse) fijeza, carácter
propio y estabilidad.
Pasemos ya á las aventuras del perro Berganza ó sea
al manuscrito del alférez Campuzano, leido por Peralta,
en el que quedó ya completamente desterrado el dijo

Cipión y replicó Berganza, para seguirse la forma dialo¬


gística en su más pura expresión dramática.
110

XII. COLOQUIO DE LOS PERROS

CIPIÓN Y BERGANZA

En esta primorosa novela y coloquio, pnes con este'


doble título apareció en las primeras ediciones (1), cam¬
pea la más fina ironía y la más sana intención, junta¬
mente con las galas más gallardas de dicción y estilo,
siendo por ello reputada por la mayor parte de los crí¬
ticos nacionales y extranjeros como la primera de las
Ejemplares. ¡Tan profundamente filosófica es, á vueltas
de sus formas ligeras y agudas!
A la vista de los vicios y defectos de la sociedad y
estimulado por los ultrajes que de la misma recibía; pero
levantando noblemente la dirección y alcance de sus
tiros, muchos más altos que los particulares objetos de
su resentimiento; devorando sus lágrimas, no de rabia y

odio (que estas pasiones menguadas no tuvieron cabida


en su generoso pecho,) sino de amargura y de justa
queja; devolviendo á las sangrientas diatribas y criminal
desprecio de sus contemporáneos severerísimas lecciones,
aunque disfrazadas bajo la alegoría y las formas cómicas;
así deposita el autor del Quijote toda su alma en ejem¬
plares como El Licenciado y El Coloquio. Poco importa
que estas producciones salgan en cierto modo de los
límites en que los preceptistas tienen encerrado el géne¬
ro novelesco, habiendo sido calificado el segundo, por lo

mismo, de sátira y de apólogo en prosa. Tampoco aquí,


como ya lo vimos al tratar del Licenciado, encuentran
algunos verdadera acción. Mas con solo suprimir el per¬
sonaje Cipión, haciendo Berganza la narración de sus
aventuras, (2) quedaría ajustada la composición á la ma¬

lí) En las ediciones modernas se ha suprimido la palabra


Novela, si bien es cierto que idéntica supresión se ha hecho
en la cabeza de las once anteriores.
(2) Tan-empapado estaba Mr. C. Chasles de que bajo la for¬
ma canina se esconde la propia personalidad de Cervantes que
supone transformado este nombre, por una asonancia pura¬
mente meridional, en Berganza (páginas 295 y 299,) y hasta
creyó había nacido en Alcalá el perro como el novelista, ó
que
por lo menos que allí comenzaron sus aventuras (página 400).
111

ñera y traza que emplearon en la antigüedad Petronio,


Luciano y Apuloyo y que, recibida tan en boga por los
novelistas de la décima sexta y décima séptima centu¬
ria, vuelve á estarlo en nuestros dias, dejando el autor
contar al héroe su propia historia. El ser un animal el
que la narra no quita el interés, según han convenido
todos los críticos al juzgar las novelas de Luciano y
Apuleyo; y si en las obras de estos escritores asistimos
á la metamorfosis del hombre en asno, también Cer¬
vantes engarza, aunque no en tan precisos términos, la
problemática transformación de Berganza, que no está
del todo seguro de pertenecer por su abolengo á la fide¬
lísima raza canina sino á la humana (1).
Mas no había para qué convertir el Coloquio en mo¬
nólogo; y aún á alguno que otro crítico que alambicando
defectos han señalado entre ellos lo pesado y pedantesco
de las interrupciones de Cipión en el diálogo, nosotros
les replicaremos á nuestra vez que no resulta tal pedan¬
tería desde el momento en que el mismo interruptor
reconoce y malicia que etimologías griegas, por ejemplo,
como las de filósofo y cínico las conocen hasta los niños
de la escuela, habiendo también muchos latines falsos
en boca de meros romancistas; y en cuanto á la pesa¬
dez de Cipión, resulta para nosotros por lo contrario un
nuevo primor en el fino contraste entre los caracteres
de ambos personajes caninos.
Ahora bien, no nos proponemos nosotros introducir
aquí una larga disertación acerca de si Cervantes cono¬
ció ó nó el Asno griego ó el latino; mas concretándonos
al segundo no será ocioso el recordar que intencionada
ó descuidadamente incurrió nuestro autor en un error
muy común que encontramos desde los tiempos de San
Agustín, cual es el confundir el nombre y aventuras del
autor Apuleyo, con el de su héroe Lucio; pues hablando
la bruja Cañizares del modo con que el perro Berganza
había do recobrar su primitiva forma humana se expre¬
sa así: «el cual modo quisiera yo que fuese tan fácil como

(1) Entre las renombradas novelas de Erkmán-Chatrián


figura El príncipe perro, fundada en idéntica transformación
del hombre en perro, que recobra por fin su prístina natu¬
raleza.
112

el que se dice de Apuleyo en el Asno de oro, que con¬


sistía solo en comer una rosa» (1)
Dejaremos también ahora intactas las observaciones
que podríamos hacer á Mayáns por haber calificado el
Coloquio de sátira lucilio-horaciana, así como las analo¬
gías que por nuestra cuenta podríamos hallar entre
Cervantes y Juvenal, á quien alude aquél por boca de
Cipión al recordar aquellas palabras de la primera sátira
del bufón de Aquino: «difficilte est satiram non scribere;»
y los no pocos rasgos comunes que positivamente obser¬
vamos (aunque con todas las salvedades necesarias)
entre el blasfemo satírico Luciano de Samosata y nues-
tro piadosísimo Cervantes (2).

El perro Berganza, natural de Sevilla, lo primero que


vio fué las costumbres livianas y hurtonas de los jife¬
ros (matarifes ó cortadores); luego las de los pastores,
que, lejos de ser tan limpios y tan honestos como los
de la Arcadia que él conocía de oídas, eran sucios y la¬
drones, echándole la culpa al lobo de sus robos, por lo
cual eran castigados los diligentes perros (problamente
se encierra aquí
alguna alusión política); sirvió después
en casa de un rico mercader de Sevilla, donde le iba
muy bien, acompañando á los hijos de la casa al estudio
de los jesuítas, llevándoles los libros en la boca, hasta
que por tratar de castigar á un negro y una negra de la
casa, que estaban amancebados, hubo de huir de ella
por no ser muerto. Pasa después el perro á zaherir las
truhanerías y trampas de muchos corchetes (con ocasión
de haber servido á uno de éstos) y escribanos, volvien¬
do aquí á la casa de Monipodio, que ya cono¬
aparecer
cemos por Rinconete; continúa la sátira contra los rufia¬

nes y titereros, viniendo á seguida un largo incidente

(1) «En tal hora comieses el diacitrón, como Apuleyo el


venenc^que le convirtió en asno» (Celestina, fin del acto 8.°)
(*2) Juan Valdés, su hermano Alonso, Hurtado de Mendoza
y el ignorado autor del Crótalon precedieron á Cervantes en
la sátira lucianesca; habiendo sido también traducidos algunos
opúsculos del Samosatense por los médicos Laguna y Jarava,
el heresiarca Enzinas, el lusitano Coelho, el gran humanista
Abril, el cronista Valencia, el canónigo Argensola, Villegas,
etc. Hoy disfrutamos completo en nuestro idioma á Luciano,
gracias á la laboriosidad de los catedráticos D. Cristóbal Vidal
y 1\ Federico Baráibar.
113

acerca de las brujas y hechiceras con motivo de sus


relaciones con una tal Cañizares, que le contó noticias
de la Montiela y de la famosa Caniacha, ya difuntas. Se
presentan luego á nuestra vista los hurtos y malicias de
los gitanosy los moriscos; los trabajos y aprietos de los
malos poetas; la vida, costumbres, ignorancia y agudeza
de las compañías de comediantes; concluyendo esta obra
admirable, donde tan sorprendente contraste juegan la
fina, graciosa y maleante ironía con las profundísimas
enseñanzas morales, por ponerse de relieve las ilusiones
y desvarios de cuatro desdichados que ocupaban sendas
camas juntas en el Hospital donde los perros
servían, y
que eran: un poeta, un alquimista, un matemático y un
arbitrista. Sirven finalmente de ultílogo al Coloquio al¬
gunas agudas observaciones del perro filósofo acerca del
desprecio con que muchos grandes soberbios tratan á
los humildes y pequeños y de cómo los cobardes y de
poco ánimo son atrevidos é insolentes cuando son favo¬
recidos, adelantándose á ofender á los que valen más
que ellos.
Pero antes de tratar otros particulares concernientes
á la novela en que nos ocupamos, hagamos una breve
digresión acerca de las tendencias satíricas de la huma¬
nidad.
Todos cuantos poetas satíricos se han inspirado en la
justicia y enel decoro, amén de los encantos literarios
de sus producciones, han realizado una misión laudable
y meritoria, arrastrando en pos de sí las simpatías de
los más; pero el historiador y el filósofo tienen obligación
de recoger en conjunto todas las enseñanzas y poner las
cosas en su verdadero punto de vista.
Porque al fin y al
cabo, no suele salirse, de ordinario, la sátira de un terreno
meramente negativo y de protestas, desvaneciéndose
casi siempre entre brumas las intenciones docentes del
poeta; y si á los hombres de todos los tiempos nos suelen
agradar las declamaciones contra los vicios de una época
determinada habría que averiguar, (si esta época es la
nuestra) que es lo que por nuestra parte hacemos para
la debida regeneración, y en otro caso tampoco nos sería
muy fácil probar que no estamos contaminados de las
mismas enfermedades que nuestros antepasados; pues
la consoladora idea del progreso indefinido hay que reci¬
birla á beneficio de inventario. Ciertamente que al echar
114

una ojeada al estado actual de la administración de jus¬


ticia, la instrucción elemental, el bienestar relativo de
las clases productoras, las libertades públicas, la tole¬
rancia mutua, la igualdad ante la ley, el mejor reparto
contributivo, el respeto á la conciencia, el premio al
mérito, el menor número de religiosos de ambos sexos
tan favorable al aumento de
población, la abolición de
los mayorazgos y de las muertas, el inmenso
manos
desenvolvimiento, en fin, de los progresos materiales
parecen inclinarnos á primera vista á tan bella teoría;
pero en cambio el descreimiento actual con su cortejo
de secuelas perniciosas como el abatimiento moral, los
horribles crímenes de la secta anarquista, los suicidios
de impúberes, la centralización administrativa, la em¬
pleomanía, la inmoralidad é impotencia en el régimen
colonial, causa de la absoluta pérdida de nuestras pose¬
siones ultramarinas, la decadencia de nuestro influjo
político, militar y naval, la plaga del caciquismo, la com¬
pleta carencia de ideales de todo género nos hacen des¬
confiar de nuestro mejoramiento. Y si á todo esto nos
causan alguna extrañeza, volviendo la vista á nuestras

Ejemplares, escenas tan poco edificantes como las fáciles


seducciones, estupros y violaciones de La Fuerza, Las
doncellas, La fregona y Cornelia; las cofradías de gitanos,
hampones, moriscos y ladrones; las anómalas batallas
libradas entre los barceloneses y los soldados de la flota;
aquellos caballeros jóvenes mezclándose y viviendo con
gitanos, picaros y bandidos; la devoción hermanándose
con los más bajos crímenes, y aquel supernaturalismo
fanático, vicioso, infame y antisocial, mezcla de brajas,
magos, encantamientos y exorcismos que desde Feijóo
han casi desaparecido de nuestra sociedad; volvamos
también la vista á nuestra corrupción de costumbres, á
las escandalosas libertades en que nuestra juventud se
educa, á la falta de freno y todas las clases,
disciplina en
á la falta de instrucción de nuestros obreros que relaja en
ellos todo vínculo religioso y á los cohechos y prevarica¬
ciones que marchan al unísono con los de los tiempos de
Cervantes, y no podremos menos de declarar que la ba¬
lanza está en el fiel; y es que la psicología social de una
nación persiste á través de los tiempos y de las vicisitu¬
des históricas.
Lo más curioso en la sátira cervantina es tanto la
115

gran extensión numérica como la comprensión cualitati¬


va queabarcó. No solo recorre todas las regiones nacio¬
nales, bien que su tendencia natural es á la síntesis
social de la península, sino que no echó en olvido ni lo
ultrasocial ni lo extrasocial. Habiendo ya dedicado
nosotros muchas páginas al estudio del gitanismo y de
la hampa, no ofreciendo materia particular las trapison¬
das y tracamundanas de escribanos, corchetes y matari¬
fes, y dejando también á un lado á la España histriónica
y á la soldadesca, materias todas apuntadas en el Colo¬
quio; nos fijaremos tan solo en dos de sus aspectos, casi
intactos para nosotros hasta ahora, y son, á saber: las
artes mágicas y la España muslímica, tal como en el
Coloquio se reflejan.
Ciertos atisbos nigrománticos (prescindimos en abso¬
luto de los que puedan observarse en otras obras cer¬
vantinas fuera de las Ejemplares) que encontramos en la
Gitanilla, como los ensalmos y conjuros que Preciosa
usaba para curar los males de cabeza y vaguidos de co¬
razón, así como sus habilidades quirománticas en la
buenaventura, más bien parece tomarlos el autor como
tretas y socaliñas ladronescas que como barruntos si¬
quiera de facultades adivinatorias; pero en la represen¬
tación de los transportes hechiceros de la bruja Cañiza¬
res, ofrece ya más miga al crítico.
No es, pues, extraño que los dos Navarretes al tratar
del Coloquio (Vida y Bosquejo, tantas veces citados,) así
como el Sr. Menéndez y Pelayo en los Herejes, hayan
largamente disertado sobre la creencia en brujas por
aquellos dias, los aquelarres de Zugarramurdi (claramen¬
te aludidos en la novela «en un valle de los montes Pi¬
rineos,») dictámenes de los sabios acerca del particular,
proceso inquisitorial de Logroño en 1610, existencia real
é histórica de la bruja Garnacha etc. (1)
Por cierto que, según estos autores, es digna de no¬
tarse la coincidencia en un prudente y saludable escep-

(1) También son muy curiosas las noticias que D. Martin y


D. Eustaquio nos suministran acerca de los famosos arbitristas
de aquel tiempo y en especial sobre los personajes de carne y
hueso á quienes pudo aludir Cervantes en los cuatro desdi¬
chados recogidos en el Hospital vallisoletano de la Resurrec¬
ción.
116

ticismo entre elautor del Coloquio y el doctor Pedro de

Valencia, quien contristado ante la lectura en letras de


molde del auto de Logroño, presentó en 20 de Abril de
1611 un discurso muy sensato al Inquisidor
general
D. Bernardo de Sandoval, protector como es sabido de
Cervantes, el cual en resumen pensaba como Cipión:
«grandísimo disparate sería creer que la Garnacha mu¬
dase los hombres en bestias, y que el sacristán en forma
de jumento la sirviese los años que dicen
que la sirvió;
todas estas cosas y las semejantes son
embelecos, men¬
tiras ó apariencias del demonio así que, la Camacha
fué burladora falsa, y la Cañizares
embustera, y la Mon-
tiela tonta, maliciosa y bellaca, con perdón sea
dicho, si
acaso es nuestra madre de
entrambos, ó tuya, que yo no
la quiero tener por madre.»
Las opiniones de Cervantes son,
pues, en este punto
bastante serenas y adelantadas, aunque en alguna obra
posterior como el Pensiles haya dejado ciertas dudas
nos
acerca de si estaba ó completamente limpio de las
no

supersticiones que tan en boga andaban en su época.


Cuanto á la raza turca, árabe y berberisca, así como á
la turba-multa de renegados de todo el mediodía de
Europa, pocos en mejores condiciones que el heroico
cautivo de Argel para conocerlos
profundamente; pero
se necesitaba una ecuanimidad sobre humana
para tratar
generosamente á los que, á más de segar en flor las ilu¬
siones de su vida, tanto y tan largamente le habían
hecho sufrir.
Así es que al paso que observamos en nuestro insig¬
ne escritor una tolerancia no muy seguida en aquel
entonces con los protestantes de Inglaterra
(recuérdese
lo dicho en la Española inglesa,) de Alemania etc. (1)
y
aún con los cristianos cismáticos, tuvo una constante
ojeriza, tal vez más política que religiosa, con toda la
grey mahometana, no ocultando nunca sus simpatías y
admiración por las empresas antimuslímicas de D. Fer¬
nando, Cisneros, Carlos V, D. Juan de Austria, el Mar¬

ti) Sin duda esta mal entendida ecuanimidad y grandeza


de alma de Cervantes ha dado
lugar á las A todas luces infun¬
dadas sospechas de Jarvis,
Puig-blanch, Kaulbach, Benjumea,
Polinous, etc., respecto A las
ideas religiosas de nuestro autor,
suponiéndole nada menos un protestante moralmente
que
amordazado por sus temores inquisitoriales. ¡Que absurdo!
117

qués de Santa Cruz, etc., etc., como señalando siempre


con el dedo este lema de su bandera: «nuestro porvenir
estcá en el Africa.» Pero concretémonos á los moriscos del
Coloquio.
Mucho ha escrito en nuestros tiempos, y es ya vul¬
se

garísimo, acerca del pro y el contra de la terrible expul¬


sión decretada por Felipe III; pero no fué poco asimismo
en ambos sentidos lo que se dijo y escribió en su tiempo.

No son dudosas las opiniones de Cervantes acerca ele esta


morisca canalla, á juzgar por lo que leemos en el Colo¬
quio.
Habla Berganza:
«Por maravilla se hallará entre tantos uno que crea dere¬
chamente en la
sagrada ley cristiana. Todo su intento es acu¬
ñar y.guardar dinero acuñado, y para conseguirle trabajan

y no comen: en entrando el real en su poder, como no sea


sencillo, le condenan á cárcel perpetua y á escuridad eterna:
de modo que ganando siempre, y gastando nunca, llegan y
amontonan la mayor cantidad de dinero que hay en España:
ellos son su hucha, su polilla, sus picazas y sus comadrejas:
todo lo llegan (1), todo lo esconden y todo lo tragan. Considé¬

rese que ellos son muchos, y cada dia ganan ó esconden poco ó
mucho, y que una calentura lenta acaba la vida como la de un
tabardillo; y como van creciendo, se van aumentando los es-
condedores, que crecen y han de crecer en infinito como la
experencia lo muestra. Entre ellos no hay castidad, ni entran
en religión ellos ni ellas: todos se casan, todos multiplican,
porque el vivir sobriamente aumenta las causas de la genera¬
ción: no los consume la guerra, ni ejercicio que demasia¬
damente los trabaje. Róbannos á pié quedo, y con los frutos de
nuestras heredades, que nos revenden, se hacen ricos. No tie¬
nen criados, porque todos lo son de si mismos. No gastan con
sus hijos en los estudios, porque su ciencia no es otra que la
del robarnos. De los doce hijos de Jacob, que he oido decir que
entraron en Egipto cuando los sacó Moysés de aquel cautiverio,
salieron seiscientos mil varones, sin niños y mujeres; do aquí
se podrá inferir lo que multiplicarán las destos, que sin compa¬
ración son en mayor número. (2)=Cipión=Buscado se ha
remedio para todos los daños que has apuntado y bosquejado

(1) «Allegan» en algunas ediciones.


(2) En el c. XI del 1. III del Persües, á que enseguida liaremos referencia
se reproducen, por boca del jadraque valenciano, casi todas estas reflexio¬
nes de Berganza.
118

en sombra: quebien sé que son más y mayores los que callas


que los cuentas, y hasta ahora no se ha dado con el que
que
conviene: pero celadores prudentísimos tiene nuestra república,
que considerando que España cria y tiene en su seno tantas
víboras como moriscos, ayudados de Dios, hallarán á tanto
daño cierta, presta y segura salida: di adelante.»

¿Podemos suponer que en este juicio entraría por


mucho la opinión de su protector el Arzobispo de Toledo?
De la honradez y entereza de Cervantes no puede sos¬
pecharse una adulación tan rastrera. ¿Pero opinó siem¬
pre lo mismo? Aunque en el fondo y sustancia dé la
cosa no varió en su modo de pensar, es indudable que
acaso por los muchos atropellos y violencias que presen¬
ció en los tres horribles años que duró la expulsión en
toda España, al publicar la segunda parte del Quijote, dos
años después de las Ejemplares, tuvo sus dedadas de
miel para una parte de los moriscos, como se vé en los
dos pasajes de Ricote, uno al salir Sancho de su gobier¬
no y el otro en una de las galeras de Barcelona, delante
de la interesante morisca Ana Félix, en los cuales pasa¬
jes se reconoce ya que había moriscos honrados y bue¬
nos cristianos, y hasta dase el caso de casarse la tal
Ana Félix con un gran caballero español; y otro tanto
puede decirse de la sinceridad católica de los moriscos
Rafala y el jadraque,tan ventajosamente presentados en
su obra postuma el Persües. Es decir que aún sin variar
en el fondo de sus ideas, á pesar de asegurar en el Co¬
loquio que por maravilla se hallará entre tantos uno que
sea cristiano, luego en el Quijote, y más tarde en el
Persües se complace en presentar individuos moriscos
casi santos.
Pasando, concluir, á la cuestión cronológica, tan¬
para
to de los del Coloquio como de la época en que
sucesos
los esbozó Cervantes, es muy del caso no proceder á
bulto y con ligereza. Si la vida de escritor de Cervantes
(y dejamos á un lado La Galatea), aún contando sus no¬
velas manuscritas que andaban por Sevilla, apenas
llega á veinte años, en este breve período la diferencia
de dos ó tres años tiene mucha importancia y hé aquí
por qué de ningún modo-podemos conformarnos con los
Navarretes al dar á entender que El Coloquio debe ser¬
la última novela ejemplar, dando por bueno que se es¬
cribió no solo después de los comienzos de la expulsión
119

morisca y las hazañas de cierto arbitrista que se quiere


ver retratado en el Coloquio (1609), y después del auto
de Logroño (1610), sino casi casi después del profundo
discurso ms. presentado por Valencia á Sandoval (1611).
Consideraciones que han dado motivo á cierto entusiasta
crítico extranjero para hacer este resumen, que será to¬
do lo bonito, redondo y sintético que se quiera, pero que
no está autorizado por ninguna figura retórica, por ser

de todo en todo contrario á la verdad. «Es el Diálogo ele


los perros {ha dicho Mr. Chasles) la última palabra de
Cervantes sobre la España social. Y en'este punto he
venido á poner derechamente en claro y fuera de toda
cuestión el pensamiento final del autor; el cual pensa¬
miento ilumina en un brillante haz de luz las páginas
humorísticas que Cervantes ha sembrado á través de
sus novelas, su Quijote y su.teatro, las cuales formarían

en conjunto una bizarra revista de España y de la épo¬

ca.» (1)
A pesar de todas las reminiscencias á que los Nava-
rretes se refieren, y mal que pese al bien intencionado
resumen de Chasles, El Coloequio, lo mismo que su intro¬
ducción El casamiento engañoso, tienen un saborete, un
dejo especialísimo, que nos persuaden que fueron escri¬
tos en Valladolid, á orillas de la Esgueva y á espaldas
del Hospital de la Resurrección, de 1604 á 1606: no
siendo cierto que Cervantes aludiese en modo alguno á
la expulsión de los moriscos en el Coloquio, ni este pro¬
cedimiento (entre tantos que por entonces estudiaban
los teólogos) lo tuvo él en cuenta, á no ser como medi¬
da futura, ni hay nada claro y terminante acerca de
acontecimientos ocurridos en el siglo XVII: todavía, si
alguna frase, noticia ó reflexión hay en él (y no dejamos
de comprender que las hay alusivas al régimen político
del duque de Lerma) por Cervantes aprendidas de 1610
á 1612, pudó entrar en el retoque definitivo del Coloquio
al darse á la estampa. La única fecha positiva de este
apólogo, (valga lo que valiere) es la de 1589 referente al
Asistente Sarmiento; pero como efectivamente habíase
propuesto Cervantes que su sátira no solo correspon¬
diese al siglo XVI y principio del XVII, sino que alcan¬
zase á todos los tiempos, una vez más y ésta con más

(i) O. c. p. 401.
120

resuelta intención aparecen indecisas y desdibujadas las


alusiones cronológicas.

XIII. LA TIA FINGIDA

Por hermana gemela de Rinconete, El Casamiento,


etc., han diputado casi todos los críticos á esta hija
desheredada de Cervantes, que probablemente sería
parto de su juventud, recién empapado en la Celestina,
de la que él mismo dijo en el Quijote-, «libro en mi opinión
diví—si encubriera más lo huma.»—Y ya que hablamos
de la Celestina, y puesto que los malos tragos es mejor
pasarlos pronto, véanse éstos dos deshonestísimos trozos
que se comparan por sí mismos:
«Esto de los virgos, hacia de vegiga, y otros curaba de
unos
punto. Tiene en un tabladillo
en una cajuela pintada unas
agujas delgadas de pellejeros, é hilos de seda encerados, y col¬
gados allí raices de hojaplasma y fuste sanguino, cebolla
albarrana, y cepacaballo; hacía con esto maravillas. Cuando
vino aquí el embajador francés, tres veces vendió por virgo
una criada que
tenía.» (Celestina, acto 1.° por boca de Par-
meno;) «pasan de cinco mil los virgos que se han hecho y
deshecho por su autoridad en esta ciudad» (Id. algo antes,

Sempronio,) y hasta siete veces renovó á una su virginidad la


propia Celestina, segiin se lee al final del acto.séptimo.
«Mas una sola cosa le quiero decir y le aseguro (son palabras
de la muchacha á su Tía fingida,) para que
de ello esté muy
cierta y enterada, y es: que no me dejaré más martirizar de su
mano
por toda la ganancia que se me pueda ofrecer. Tres
flores he dado ya, y otras tantas las ha vuesa merced
vendido,
y tres veces he pasado insufrible martirio. ¿Soy yo por ventura
de bronce? ¿No tienen sensibilidad mis carnes? ¿No hay más
sino dar puntadas en ellas como ropa descosida? ¡Por el siglo
de mi madre, que no conocí, que no lo tengo más de consentir!

Deje, señora tia, ya rebuscar mi viña: que á veces es más sa¬


broso el rebusco que el esquilmo principal; y si todavía está
determinada que mi jardín se venda por entero y jamás tocado,
busque otro modo más suave de cerradura para su postigo;
porque el del sirgo y aguja no hay pensar que llegue más á mis
carnes.=¡Ay, boba, boba—replicó la vieja Claudia,—y qué
121

poco sabes de estos achaques! No hay cosa que se iguale para


este menester á la de la aguja y sirgo encarnado; que todo lo
demás es andar por las ramas. No vale nada el zumaque y
vidrio molido; vale mucho menos la sanguijuela; la mirra no es
de algún provecho, ni la cebolla albarrana, ni el papo de pa¬

lomino, ni otros impertinentes menjurjes que hay, que todo es


aire: porque no hay riistico ya, que si tantico quiere estar en
lo que hace,caiga en la cuenta de la moneda falsa. Vívame
no
mi dedal y mi aguja, y vívame juntamente tu paciencia y buen

sufrimiento, y venga á embestirme todo el género humano,


qiie ellos quedarán engañados, tú con honra y yo con hacienda
y más ganancia que la ordinaria.» <,

Injusticia grande fuera suponer que la lectura de la


Tía sea tan obscena y tan inmoral como la de la Celesti¬

na (por más que esta encierre un desenlace ejemplar;)


pero son del mismo ruedo, y según lo copiado y mucho
más que podría traerse á colación, se ve que Celestina y
Claudia nada tenían que echarse en cara.
He aquí el argumento de la Tía fingida:
D.a Claudia de Astudillo presentóse en Salamanca en
el otoño de 1575 (1), con su supuesta sobrina Esperanza
y rodeada de gran servidumbre, siendo lo chocante que
en medio de esta empingorotada exhibición y con toda
su apariencia de honestidad y recato se hospedasen en
una casa «en la cual, por ser de buen peaje, siempre se

había vendido tinta, aunque no de la fina.» Dos estudian¬


tes manchegos y mancebos que son los primeros que
echan de ver su presencia en Salamanca (adonde calcu¬
lan ellos piuy bien que aquella gente, á pesar de su
boato y apariencia, más habría venido á quebrantar que
á cursar leyes,) acordaron prepararles para aquella noche,
como lo hicieron, una estrambótica serenata, que fué
mal recibida, y despedida por una dueña á las voces de
¡huy, huy!...., (2) asegurando que su joven señora no se
asomaría á la ventana así la cubriesen de perlas. Mas
una vez levantada la caza, trató de forzar el coto un ca¬

ballero rico, comenzando por ganar á la repulgada dueña

(1) Al frente del manuscrito de Porras decía, y asi consta


en las impresionas de 1814
y 1818: «Novela de La Tía fingida,
cuya verdadera historia sucedió en Salamanca el año 1575.»
(2) Interjección casi tan proverbial en Salamanca come
el ¡to, to|
122

del de las perlas, la cual le introdujo sigilosamente,


hay y
á la noche siguiente, en el mismísimo cuarto de Espe¬
ranza, desde donde oyó sabrosísimas pláticas entre la
tía y la sobrina, parte de las cuales quedan ya transcri¬
tas. Sorprendido por la tía el caballero, á causa de un
estornudo indiscreto, viene un diálogo, al principio vio¬
lento y luego ya más blando con el talismán de las dádi¬
vas del galán; debiendo de llegar el asunto, según toda
probabilidad, á feliz desenlace, á no ser por la impacien¬
cia de la dueña servir pronto á aquel parroquiano,
por
mejor, según ella, que un canónigo (quod magi-s est) (I),
la cual impaciencia provocó una graciosa batalla á uñate
y chapinazo entre ella y la señora D.a Claudia, paciñcada
por la presencia en la casa del Corregidor con buena
cohorte de corchetes, que se llevaron á todos á la cárcel.
Pero los primeros estudiantes, los manchegos, con otros
amigos bien armados y convenientemente apostados,
lograron rescatar á Esperanza de manos de la justicia,
viniendo ya rápidamente el desenlace tan feliz como
inesperado, pues queriendo los dos camaradas gozar de
la presa, uno de ellos se decidió á casarse con ella, como
lo verificó al llegar á su pueblo, para donde aquella mis¬
ma madrugada partieron. Epílogo. La
nueva Celestina, á
quien se descubrieron todas sus tretas de corromper
doncellas, vendiéndolas por tales muchas veces, y por
supuesto avara, (2) averiguándose á más que tenía sus
puntas de hechicera, fué condenada á cuatrocientos azo¬
tes y á estar en una escalera con una coroza en medio
de la plaza; y después de ponderar el autor la astucia,
discreción y hermosura de Esperanza, que logró hacerse
querer de á pesar de los malos informes que
su suegro,
le llegaron, concluye así: «y tal fin y paradero tuvo la
señora Claudia de Astudillo y Quiñones, y tal le tengan
todas cuantas su vida y proceder tuvieren.» (3)

(1) Según Gallardo este latín es añadidura de Porras (Cri¬


ticón-, ¿Es la Tía etc.?)
(2) Hé aquí un inciso que solo se lee en las ediciones del 14
y el 18: «y que las otras tres mozas se le hablan ido, enfadadas
de su codicia ymiseria.» (casi al fin).
(3) En las ediciones de Navarrete y Fernández Guerra se
añade á continuación (tal vez de la cosecha de Porras*): «y no
(*) Al describir D. Aureliano su códice sospecha que puede atribuirse
también al racionero: verdad es que en estas noticias padece el Sr. Guerra
bastantes equivocaciones.
123

Lo quemás llama la atención en esta novela, como


ya indicó el discreto cervantista D. Luis Yidart y antes
el insigne autor de «Pepita Jiménez» es el nuevo y pre¬
maturo problema que en aquella sociedad dejó planteado

Cervantes, acerca de la rehabilitación de una desventu¬


rada, educada desde niña para el vicio; asunto moderna¬
mente renovado por el abate Prevost (en Manon Les-
caut), los dos Dumas (en Fernanda y La dama de las
Camelias), Víctor Hugo (en Marión de Lorme), de Musset
(en Bernarette) etc. etc., si bien las enseñanzas de Latía
fingida dan una solución más concreta, favorable y defi¬
nitiva que las de las sucesivas traviatas, horizontales y
vengadoras.
Como del indudable mérito literario de La Tía
acerca
hemos dicho lo suficiente en la primera parte de nuestro

trabajo, con ocasión de describir las variantes que ofre¬


cen las ediciones de la misma y opiniones más notables
acerca de ellas, presentaremos ahora otro punto de vista,
el de la moralidad. ¿Es inmoral La Tía? ¿es obscena?
¿es acaso una novela naturalista? Desde luego nos atre¬
vemos á contestar categóricamente con tres noes. Estu¬

dio de costumbres determinadas como Binconete, como


El casamiento, registra Cervantes con ocasión de la
estancia de una mercadería de sensualidad en Salaman¬
ca el estado de aquella sociedad en este punto; mas
aunque salgan á plaza canónigos, peruleros, fúcares y
caballeros particulares, son los estudiantes los que for¬
man la masa de la novela, estudiantes vascongados y
manchegos; aragoneses, valencianos y catalanes; cas¬
tellanos nuevos; extremeños y andaluces; gallegos, as¬
turianos y portugueses; cuyos caracteres y costumbres'
salen de mano maestra pintados.
Para penetrarnos de que, dadas las libertades de len¬
guaje del siglo XYI, La Tia no encierra nada de inmo-

habia otra Esperanza en la vida, qne de tan mala como ella la


vivía, salga el descanso V buen paradero que ella tuvo, porque
las más de su trato pueblan las camas de los hospitales y mue¬
ren en ellas miserables y desventuradas,» y á más en la 1.a:
«permitiendo Dios que las que cuando mozas llevaban tras sí
los ojos de todos no haya alguno que ponga los ojos en ellas
etc» (sic); el cual filial por lo deslabazado y redundante, sin
duda, se ha suprimido en casi todas las modernas ediciones.
124

ral y macho menos su desenlace (1), no habrá más que


fijarnosen cualquiera de los escritores contemporáneos
de Cervantes y observaremos que este es el más casto
de todos; y si en La Tía fingida y en algunas otras oca¬
siones se vale de expresiones que disuenan con la deli¬
cadeza de forma que generalmente domina en nuestros
dias, esa era la corriente de su tiempo; y si las Moline¬
ras, las Tolosas, las Maritornes, las Claudias, las Cristi¬
nas, las Brígidas, etc., dejan mucho que desear en punto
á moralidad ¡cuántos y cuántos son los personajes boní¬
simos que abundan en sus obras! Todavía hay sin em¬
bargo un trozo escabroso del que aún no hemos hecho
mérito, y es aquella desgarrada enumeración de Espe¬
ranza en el diálogo con su tía que dice así: «¿Hay más
que hacer que incitar al tibio, provocar al casto, negarse
al carnal, animar al cobarde, alentar al corto, refrenar
al presumido, despertar al dormido, convidar al descui¬
dado (2), escribir al ausente, alabar al necio, celebrar al
discreto, acariciar al rico, desengañar al pobre, ser ángel
en la calle, sonta en la iglesia, hermosa
en la ventana,
honesta en la casa y demonio en la cama?» Pues bien,
compárese, aún con esto- y con todo, La Tía con cual¬
quiera de las novelas de Zola y se verá en éstas, ade¬
más de pinturas más libres y obscenas y amontona¬
miento voluntario de sensuales groserías, una completa
ausencia de principios de moral y religión (3).
¿Pero es ejemplar La Tía, como pretenden algunos, é
hizo mal Cervantes en desterrarla de su campo, ó andu¬
vo, por el contrario, cuerdo y acertado al adoptar seme¬
jante determinación?
Nosotros creemos paladinamente que para cumplir
Cervantes con toda exactitud su plan de no pintar con
atractivos el deleite y no excitar imágenes peligrosas,

(1) Bien puede servir de dadoras en este punto á nuestro


autor el Racionero Porras y aun el mismo Cardenal Niño de
Guevara.
En la edición de Navarrete intercala aquí «requerir
(2)
al luego se ha suprimido. Hay que advertir que el
,» que
diálogo que en su mayor parte hemos ido trasladando á trozos
entre la tía y la sobrina, falta casi completo (por lo menos todo
lo trascrito) en la 1.a edición de Arrieta.
(3) Véase la pintura que de Germinal hace D. Juan Valera
en su Arte de hacer novelas, páginas 211 y 12.
128

hizo muy bien en no considerar á La rlía fingida como


una novela ejemplar. Cervantes no era Quevedo, ni
D.a María de Zayas, ni Avellaneda, ni siquiera Lope,
sino el más casto de sus contemporáneos, en cuyo tiem¬
po había más libertad de pinturas y sobre todo de pala¬
bras. De todas suertes, dado el esmero y pulcritud con
que Cervantes limó y corrigió sus novelas en punto á
moralidad, nosotros nos atrevemos á preferir con leves
enmiendas el texto publicado por Arrieta al de Nava-
rrete, es decir suprimiendo todo lo que en este estudio
hemos copiado, si La Tía fingida ha de figurar digna¬
mente y sin desentono al lado de las doce antonomásti-
camente llamadas ejemplares.
Y ya que
nuestro primer novelista conocía tan bien á
Salamanca ¿podremos afirmar que residió algún tiempo
en dicha ciudad?
Podemos deducir de La Tía, del licenciado y de al¬
gunos otros pasajes de sus obras (1) que Cervantes tenía
muchas noticias de aquella ciudad, que difícilmente se
adquieren sin hablar ele visu, tratándose de cualquier
escritor; mas tratándose del nuestro la persuasión raya
ya en los linderos de la certeza, pue» casi casi se puede
recorrer por sus obras fácilmente el mapa de sus viajes,
siendo sumamente parco cuando trata de paises por él
no visitados. (2) Por ejemplo, al hablar dos ó tres veces
de Búrgos lo hace como pudiera hacerlo y de hecho lo
hace hablando de Méjico (en El Licenciado Vidriera,
comparando á esta ciudad con Venecia); las muchas ve¬
ces que habla de las provincias vascas y alguna de Na¬

varra (3) es siempre vagamente, sin especificar nada, y


aún la ciudad de Vitoria, á pesar de ser el país de dos
de sus personajes, como se ha visto en Cornelia, ni la
mienta siquiera; de Santiago de Galicia, á donde van en
peregrinación los principales personajes de Las dos don-

(1) Vid. ]ca comprobación de esto en mi articulo al Homena¬


je á Menendez y Pelayo, Madrid, 1899.
(2) Hay que descontar los semifantásticos, como los del
Persiles en su primera parte
(3) Es decir, á las provincias vascongadas, á los vascos en
general y aún á alguno en particular, los cita y nombra con
la invariable denominación de Vizcaya y vizcaínos, tal vez
más de veinte veces en todas sus obras. En cuanto á Navarra
es sumamente raro que apenas se acuerda de esta región y de
sus habitantes.
126

celias, nada dice;y es que como la geografía de Cervan¬


tes es más
práctica que teórica, sin que neguemos por
eso sus provechosas lecturas en este punto, no se atrevía

á entrar en detalles de países que no había recorrido.


Nosotros creemos, por todo lo dicho, que se ha aban¬
donado con alguna ligereza la idea de que en su juven¬
tud hubiese estado algún tiempo en la ciudad del Tor-
mes, pues cuando una persona tan grave como el canó¬
nigo y catedrático D. Tomás González afirma haber visto
su nombre y apellido en los libros de matrículas de
aquella Universidad (1) hay que creerle, pues ya no
resulta como antes inverosímil el que existiendo estu¬
dios superiores también en Alcalá saliese fuera Cervan¬
tes á profesar en ellos, por la sencilla razón de que la
familia se avecindó en Madrid, al poco tiempo de su
nacimiento, y después en Sevilla, según el Sr. Rodríguez
Marín (2). ¿Qué fundamento tenemos hoy, una vez
probado que todas las tradiciones manchegas son rela¬
tivamente modernas é inventadas á posteriori, para ase¬
gurar que Cervantes recorrió la Mancha, sino las admi¬
rables pinturas que nos hizo de ella en el Quijote?

(1) Navarrete, Vida, páginas 12 y 271. Posteriormente se


lian hecho diligencias infructuosas para dar con las tales ma¬
trículas, pero esto nada prueba, pues pudieron extraviarse
cuando las pesquisas de González. Los escritores que última¬
mente han sostenido con más empeño la legitimidad de los datos
de González han sido el Sr. Benjumea y D.a Blanca de los
Ríos. Fundándose el primero en cierto aspecto autobiográfico
que en Vidriera trasciende ha emitido algunas atinadas obser¬
vaciones en el particular. En cambio no podemos menos de
rechazar en absoluto la hipótesis de D.a Blanca al hacer trocar
á Cervantes en 1580 el uniforme militar por las bayetas estu¬
diantiles en Salamanca (Revista Esp a moderna. Abril 99).
(2) De los Documentos cervantinos del Sr. Pérez Pastor y
de la circunstancia ya antes comentada de que después de
Rodrigo (cuya partida bautismal de 1550 se ha hallado recien¬
temente) no se volvió á inscribir en las partidas bautismales
de Alcalá ningún hermano suyo se deduce que ni Magdalena
ni Juan nacieron en Alcalá. V. el Apéndice 2.°
Tereera Pafte

Sacción orgánica.—Relación Novelas ejemplares


de las
con las demás obras cervantinas.—Bases parala cla¬
sificación del género novelesco.—Fundamento de la
que adoptamos.—Novelas ejemplares de carácter.—Id.
de costumbres.—Id. humorísticas.—Relación y enlace
de las trece ejemplares entre sí y armonía de su

conjunto.

na vez estudiadas las novelas ejemplares tari-


to en su unidad y cualidades generales como
f en la distinción interior de su contenido y rica
variedad, correspóndenos dar cumplimiento á la tercera
ley de composición orgánica, presentando la obra cer¬
vantina como verdadero organismo producido la por
composición y relación de los diversos géneros
abra¬ que
za; procurando en una palabra hacer ver la relación de
todas las partes entre sí, dada una clasificación sintéti¬
ca que ofrezca de relieve la armonía de la variedad de

las novelas con la unidad general del pensamiento cer¬


vantino.
Comenzaremos por recoger una observación que hici¬
mos alprincipio de este estudio, ya varias veces llevada
á la piedra de toque de la experiencia, y que sin dejar
de converger á la materia de la clasificación es lumino¬
sísima como indicación sintética. Nos referimos á la con¬
veniencia (si hemos de conseguir abarcar é interpretar
todo el pensamiento cervantino), no solo de poner en esa
relación de armonía que decimos, á todas las novelas
ejemplares, sino á todas las demás hijas de su robusto
128

espítitu, norma de conducta aconsejada también por toda


buena hermenéutica.
De sobra hemos visto que aquellos sucesos que más
impresión hicieron en la vida de Cervantes, sácalos á
relucir constantemente, ya en breves rasgos, ya en epi¬
sodios prolongados. Aquella su cautividad en la galera
del Sol y luego su larga estancia en Argel, (1) que tan
enérgicamente le enseñó á tener paciencia, le ocupan en
su primer
trabajo literario de importancia, la epístola á
Vázquez (1577) (2); insiste en ellas en sus primicias im¬
presas, la Galatea (1584); sácalas á la escena en diversas
comedias del 1584 al 88; ocupan un hermoso episodio
del Ingenioso hidalgo; vuelve á tratarlas en las comedias,
antes publicadas que representadas y figuran en fin, no
sólo en diversos lugares de las Novelas, sino hasta en su
obra postuma el Pensiles.
Hay que tener en cuenta que aún los asuntos de
pura inventiva gustó de repetirlos, aunque siempre con
alguna novedad de importancia, por ejemplo la de con¬
vertir una novela en un saínete ó en una comedia.
Ya Avellaneda le echaba en cara que eran como come¬
dias ó entremeses las novelas de Cervantes, lo cual no
las perjudica en lo más mínimo; pero lo que sí más
cierto resulta, es que casi siempre trató un mismo asun¬
to dos veces, existiendo infinidad de detalles que son
comunes ó repetidos en diferentes obras. Así lo hemos
hecho notar bien de propósito (y despacio) principal¬
mente en el Zeloso) señalando las diferencias de los tres
que se conservan, y no hemos dejado de advertirlo sobre
todo en la coreografía (valga el neologismo) comparando
una danza de la Ilustre fregona con la del sainete El
rufián viudo.
Y en este terreno comparamos también las baílalas 6
romances bailados con La gitanilla y ahora hemos toda¬
vía de insistir aquí en las analogías existentes entre la
comedia Pedro de Urdemalas y el entremés La elección
de los Alcaldes, á que ya nos referimos en la página 22.
Efectivamente, á reserva de tratar luego con más exten¬
sión del sainete, advirtamos por el pronto que tanto en

(1) Más todavía que Lepanto con servirle de tan grato y


sostenido recuerdo.
(2) En Los Gatos se reproducen treinta ó cuarenta versos
de esta carta.
129

la novela como en la comedia hay un aduar de gitanos y


una niña de casa principal educada con gitanos, hasta
que es restituida á su familia, por más que en esta oca¬
sión ha rebuscado el autor el modo de que todas las
demás circunstancias sean distintas, como el desamor de
Bélica á Pedro con todos sus adjuntos; bien que los ro¬
mancillos cantados y bailados se parecen mucho, el de
San Juan á Santa Ana (tal vez del mismo troquel), así
como el conde Maldonado es el mismo de que se habla
en el Coloquio y los ceceos de Preciosa los mismos de

Bélica etc., y hay grandes afinidades entre el discurso


delviejo gitano á Cárcamo y el de Maldonado á Pedro,
y el relato de éste al primero es el de una especie de
Rinconete ya hombre. (1) Todo revela la unidad de estilo
y por tanto la unidad del artista.
Pasemos ya á agrupar en síntesis parciales (para acer¬
carnos á la unidad orgánica) las trece novelas que dejó
Cervantes, aunque solo quiso fuesen juntas doce.
Se equivocó de medio á medio Mr.deViardot al suponer
que Cervantes dividió las Ejemplares en serias y jocosas.
Quien ha tenido ese mal gusto, seguido después por algu¬
nos editores,
ha sido D. Agustín García de Arrieta, en
su Colección varias veces citada en este estudio. Y cali¬
ficamos de malo y aún de pésimo gusto el ordenar y
clasificar estos primorosos cuentos en tal sentido, porque
tanto vale esa tarea como la del rústico que se entretu¬
viese en arrancar las piedrecillas trabajosa y hábilmente
taraceadas por el artista en primoroso mosaico, con el
pretexto de que harían mejor efecto reunidas y aglome¬
radas en uniformes montones según sus colores. De
mesa de trucos, con su genial llaneza, las calificó su artí¬
fice, y no solo debe el lector entretenerse sin daño de
barras, como aquel previno, sino que hay que respetar
la colocación que á él plugo dar á las bolas, tablillas,
etc., una vez concluido el juego. Cuanto más, que mu¬
chas veces hemos admirado, como uno de los grandes
méritos de estas novelas el afortunadísimo y sorpren¬
dente artificio de su colocación, que por no alargar este

(1) En la comedia La gitanilla de Madrid de D. Antonio


Solís(no conozco la de Montalbán, de la qne se supone es aquella
un
arreglo) no solo se utiliza toda la novela cervantina, sino
todo lo gitanesco de Pedro de Urdemalas con su Maldonado á
la cabeza.
130

sujetodo detallamos; pero sí diremos, en conclusión, que


habiendo hecho repetidas veces la prueba de leer estas
composiciones, ora según el capricho de Arrieta, ora
según ias colocó el insigne novelista, en no pocas ocasio¬
nes nos invadió el fastidio por el primer procedimiento,
sin que por el segundo se interrumpiese ni un momento
el deleite y admiración, que crecen por la rica variedad
de las narraciones. Y es que comenzando la lectura por
la Gitanilla y terminándola por el Coloquio, ó si se quiere
por La Tía fingida, desaparecen todos los defectos que
nuestro deber de críticos nos ha hecho poner de relieve
en el análisis precedente, como desaparecen las manchas

del Sol cuando cara á cara lo miramos. Desechamos


pues desde luegc demasiado empírica la mencionada
por
clasificación en serias y
jocosas. Tampoco admitimos,
según en otros lugares queda manifestado la división en
históricas y no históricas, pues no concedemos al primer
grupo valor alguno en el sentido estricto que suele darse
al calificativo histórico, dado que en amplio sentido
puede decirse que todas las novelas son históricas. Y
dejamos asimismo rechazada de todo en todo la separa¬
ción que alguien ha hecho en las Ejemplares de un
supuesto grupo de novelas imitadas de los maestros
italianos enfrente de las originales: para nosotros todas
participan de este carácter.
Efectivamente, si Cervantes dió muestras harto fre¬
cuentes en sus obras de estar bien nutrido de las ense¬
ñanzas poéticas del Petrarca y del Boccaccio (fué califica¬
do por Tirso de el Boccaccio español), Boyardo, Ariosto,
Tansillo, Bembo y Cinthio; si probablemente conoció las
novelas de Giovanni Sachetti, Morlino, G-ranucci, Porto,
Cornazzano, Cadamosto, Strapparola, Julia Bigolina,
Bandello y Erizzo y aún obras diversas de otros poetas
y novelistas; nosotros de buen grado renunciamos al
inquisitorial expurgo de levantar muertos, (1) tomando

(1) Tan poca importancia damos nosotros á la reminiscencia


que hemos creído encontrar en La fuerza de la sangre del
teatro greco latino, que solo como recurso de variedad de for¬
ma lo liemos
adoptado, en sentido inverso al otro paralelo de
La Gitanilla.
t
Pero si con los nimios y prolijos desvelos de algunos cer¬
vantistas vamos á deducir que nuestro sublime ingenio nece¬
sitó para hacer una dedicatoria saquear al divino Herrera y ai
131

como artículo de fé estas palabras del Prólogo; «las mu¬


chas novelas que en ella {en España) andan impresas,
todas son traducidas de lenguas extranjeras, y estas son
mías propias, no imitadas ni hurtadas.» Finalmente, á
quien intentase distinguir entre las Ejemplares (para
una verdadera clasificación de las mismas) aquellas que
pudieron estar escritas en la juventud del autor de las
que fueron fruto de sus últimos años, saldríale al paso
él mismo con este dictamen: «mi edad no está ya para
burlarse con la otra vida,» con lo cual quiso dar á enten¬
der, al explicar en el Prólogo todo su pensamiento y
todos sus conatos, que si entre sus novelitas había algu¬

nas de su juventud, escrupulosamente habían sido todas


revisadas y retocadas y todas ellas tenían ya la sanción
y el sello de su vejez. Por eso precisamente desechó La
Tía y retocó tan cuidadosamente El Binconete y El
Zeloso.
Para hacer, pues, la síntesis de nuestro trabajo, esta¬
bleceremos una clasificación de las trece novelas ya
estudiadas, que sin oponerse á los principios generales
en que hoy se inspira la Preceptiva literaria, no nos
haga tampoco descender á minuciosos lugares comunes,
inaplicables al asunto propuesto. (1)

Licenciado Medina; copiar á Guevara (fray Antonio) para co¬


menzar Quijote; tener á la vista las aventuras de los libros
el
de caballerías para idear las del hidalgo mancliego; remedar
en su armoniosísima descripción de la edad de oro á la vida de

Ceres de Las ilustres mujeres de Bocaccio según un crítico, ó


á Virgilio y Ovidio según otro; si á pesar de citar él con gran
frecuencia el Ariosto, Tansilo, etc., se apura la materia, apor¬
tando nuevas imitaciones, llegando hace pocos años un crítico
italiano á exhumar un madrigal del Bembo traducido por el
caballero manchego en la cerdosa aventura (y
con singular
elegancia por cierto,) vendrá á resultar, según apunta gracio¬
sa é irónicamente nuestro gran Valera, que el escritor más
genial de todos los siglos era un miserable plagiario.
Solamente del cuento de la pastora Torralva hace Clemencin
(nota al c. XX, 1.a parte Quijote) el siguiente viaje: Cuentos
orientales, nuestro judio Per Alfonso, un cuento francés, en
verso, del siglo XII y Sansovino {Cento novella scelta, Vene-
cia, 1575;) y Dios sabe las filtraciones que habrá tenido.
(1) No tienen, en verdad, aplicación á las Ejemplares las
denominaciones que hoy suelen darse á las novelas en su pro¬
ceso
general-histórico, á saber; religiosas, políticas, marítimas,
militares, de intriga y enredo, cómicas, fantásticas, pastoriles,
tilosófico-sociales, etc.
132

A tres pueden reducirse las clases de novelas que en


las Ejemplares hallamos, dada la necesidad de clasificar¬
las; de carácter, de costumbres y humorísticas. El fun¬
damento de esta clasificación estriba en la naturaleza
misma de las obras de imaginación, según el orden de la
realidad en que el artista se inspira de preferencia, ora
predomine en ellas la belleza subjetiva, ora la objetiva,
ora se combinen ambas en un aspecto artístico que
aunque individual y aun caprichoso tiene por base,
motivo y fundamento los hechos exteriores. Es decir
que en las novelas de carácter refleja el poeta la con¬
cepción ideal de lo que debe ser la conducta humana,
valiéndose de la pintura de caracteres y afectos y de
toda la vida del espíritu, sirviendo meramente de medio,
reflejo y aun consecuencia la acción exterior, aunque á
veces se complique á fin de excitar el interés con varia¬
dos y dramáticos sucesos. Muéstrase el sello de las del
segundo grupo en la descripción de costumbres y pintu¬
ra de la vida real. Y la expresión del sentimiento de
dolor y amargura producidos en el alma del escritor (no
embargante las formas cómicas,) en vista del contraste
y oposición entre el ideal y lo real, entre el deber y las
pasiones humanas, son los rasgos distintivos de las satí¬
ricas ó humorísticas.

Pertenecen al primer grupo, El amante liberal, La


española inglesa, Las dos doncellas, La señora Cornelia,
La fuerza de la sangre y La ilustre fregona, y en todas,
en efecto, observamos reflejadas, vaciadas por decirlo
así como en didáctica exposición las ideas morales y re¬
ligiosas de Cervantes; ora exprese los nobles, generosos
y desinteresados sentimientos de un doncel que sin es¬
peranza de recompensa en sus amores solo se acuerda
de los peligros que la señora de sus pensamientos corre,
procurando salvarla á propia costa y recibiendo por fin
con la mano de la hermosa el justo galardón de su cris¬
tiana y liberal conducta; ora presente el matrimonio
133

como Jordán único de los deslices de la juventud, bien


queencareciéndose el grandísimo peligro de que las
doncellas den oidos á ningún género de sugestiones y
promesas, correspondiendo con más de lo que el decoro
y honra permiten al amor de sus galanes, como en Las
dos doncellas y La señora Cornelia', ora enseñe cuánto
pueden la discreción y ia hermosura realzadas por la
virtud en La española inglesa, La ilustre fregona y La
fuerza de la sangre.
Estos pensamientos, estas concepciones de la belleza
moral y religiosa, toman vida, movimiento y existencia
real con el fingimiento de personajes, la figuración de los
caracteres y la manera de conducirse la acción, todo lo
que constituye la forma interna, que á su vez asoma,
se manifiesta y expresa en una forma de elocución que
si no es predominantemente enunciativa ó subjetiva,
sino mixta de narrativa, descriptiva y dialogada, consis¬
te en que no se compadece con aquella el género nove¬
lesco, que por su manera de ser estética (épico-dramá¬
tica) es esencia] y predominantemente objetivo; pero
como en el estudio de los caracteres humanos y de las
luchas de la conciencia pone el autor tanto de su parte
ha de imprimir necesariamente á la composición un tono
al propio tiempo subjetivo.
La variedad de la forma interna, para dar más incen¬
tivo á la lección, estriba en la diversidad de las fábulas
ó incidentes (que asimismo prestan nuevo interés á la
narración,) y en la novedad del plan, pues al paso que
en La española inglesa y en La fuerza de la sangre, por
ejemplo, adopta el autor para el desenvolvimiento de la
acción un orden rigurosamente cronológico, entra de
lleno en otras en el medio de los hechos, yendo de repen¬
te al asunto principal (ad eventum festinat, et in medias
res auditorem rapit) como en El amante liberal, Las dos
doncellas y La señora Cornelia, ó ya combinando ambos
modos narra en La ilustre fregona por orden cronológico
la acción principal, reservando para que sirva al desen¬
lace el relato de los sucesos anteriores á la misma.
Dejamos verdadero sentimiento de tratar de la
con
riqueza, vitalidad y fijeza de los caracteres inventados
por Cervantes y sobre todo del decoro y moderación con
que en medio de sus rasgos satíricos nos presenta á los
personajes históricos que en forma de galería ó cinema--
134

tógrafo pasan á nuestra vista. Algo se dijo de su profun¬


dísimo respeto hacia la Reina Isabel en La Española
inglesa, que contrasta con la violencia é inconsideración
rayana en grosería con que Góngora en su canción Al
armamento de Felipe II contra Inglaterra y Lope en su
Corona trágica, tratan á dicha señora, bien que en armo¬
nía con el común sentir de España en aquel entonces
Y asimismo podríamos hacer hincapié en la serenidad
con que el novelista reconoce los merecimientos de los
Asistentes de Sevilla el Licenciado Sarmiento, el famoso
y gran cristiano marqués de Priego, señor de Aguilar de
Montilla {El Coloquio,) y al Conde de Puñonrostro {La
ilustre), y al Corregidor vallisoletano conde de Gondo-
mar (si es que acertó en la alusión D. E. Navarrete,
Bosquejo, p. XLVIII,) al aludirle (Coloquio) con los epí¬
tetos de gran caballero y muy gran cristiano.
No es el mismo en verdad el mérito en la ejecución
de las seis novelas psicológicas cervantinas, aun dando
por sentado que la concepción es siempre admirable, los
caracteres perfectamente delineados, las descripciones
bellísimas, el lenguaje rico y armonioso y delicadísima
la pintura de afectos. Con gran dificultad se llega á man - \
tener la unidad en los intrincados y confusos episodios
de El amante liberal, hay alguna inverosimilitud en toda
la fábula de Las dos doncellas, lo que ño escapó en parte
á la penetración del autor cuando trata de justificar al
llegar al desenlace la ligereza de los deseos y el súbito
mudar de trajes de sus heroínas; y la hay igualmente en
La señora Cornelia entre otras cosas al presentarse en
diferentes aventuras inmediatamente después de su
alumbramiento. No siendo por otra parte el género serio
y sentimental el verdadero, propio y genuino terreno de
Cervantes adolecen estas novelas de desmayo y langui¬
dez en algunas situaciones, de cierta pobreza ó monoto¬
nía al repetir ó copiar muchos rasgos de las mismas;
emplea ciertos diálogos una elocución conceptuosa;
en j
usa á las de pensamientos alambicados á trueque
veces
de profundizar ó filosofar demasiado, por lo que hay
momentos en los cuales aunque nos interese no consigue
mover el corazón. El Amante liberal es la novela en que
más de relieve presentan estos defectos. Por contrario
se
motivo al apuntado, y teniendo el humor festivo y talen¬
to cómico del autor del Quijote no poca entrada en La
135

Ilustre fregona, que puede muy bien considerarse como


un ejemplar de transición de las novelas de carácter á
las de costumbres, injustamente se podrían hacer apli¬
cables á ella las indicadas censuras.

Pasando ya á las novelas de costumbres, tenemos á


Cervantes en tal concepto por uno de los más admira¬
bles pintores de ellas que han existido. Observador aten¬
to del mundo, no parece percatarse de otra cosa que de
fotografiarlo, casi como si prescindiese de sus propias
impresiones yvaliéndose de los modos más genuinos de
r la forma objetiva de la elocución, el narrativo y el des¬
criptivo. La Gitanilla, El celoso extremeño, El casamiento
engañoso y Rinconete y Cortadillo trasladan con la posi¬
ble fidelidad hechos y escenas que presenció el autor en
su dramática existencia, aunque embelleciéndolos con
un nervio, donaire y gracia inimitables. Retrata en la
primera á lo vivo el género de vida de los gitanos; pinta
en la segunda los celos exagerados de un viejo casado
con mujer joven y hermosa y sus funestas consecuen¬
cias, pero describiendo al propio tiempo con extraordi¬
nario relieve diversas costumbres de aquellos días y aun
de todos los tiempos; narra en la tercera la aventura de
un mal aconsejado alférez que buscando primero livian¬

dad y luego ventajoso acomodo tropieza con una bribona,


que, después de inventar diabólicas, bien pensadas y
mejor conducidas trazas para casarse y robar al militar,
se fuga con su amante; y cuenta y describe en la última

con sin igual gracejo, y valiéndose constantemente de


un diálogo de inimitable realismo, las artes, trapacerías,

tretas y ardides de una especie de cofradía de ladrones


existente en Sevilla; notándose ya en esta celebérrima
novela picaresca la fina crítica, á que de lleno se consa¬
gra el autor en las satírico-humorísticas.
Al mismo género de estas últimas novelas de costum¬
bres pertenece La tía fingida, según extensamente queda
expuesto, y si Cervantes no la incluyó entre las Ejem-
136

piares, á pesar de que, refiriéndose á ella ha dicho un


crítico extranjero (1) que «desde Regnier hasta Balzac
no se ha estudiado mejor la comedia social,» es porque
desentona algún tanto de las demás desde el punto de
vista de la moralidad, dado que el mismo Cervantes nos
anunciaba en el Prólogo «que si por algún modo alcan¬
zara que la lección de estas novelas pudiera inducir á
quien las leyere á algún mal deseo ó pensamiento,
antes me cortaba la mano con que las escribí que sacar¬
las en público,» pues «hasta los requiebros amorosos son
tan honestos y tan medidos con la razón y discurso
cristiano que no podrán mover á mal pensamiento al
descuidado ó cuidadoso que las leyere.»
También en este lugar de nuestro estudio sintético
dilataríamos gustosísimos la pluma, recorriendo con
Cervantes, no solo los viajes de sus personajes por la
península y extranjero, por mar y por tierra, de que se
dió alguna muestra en El amante liberal, sino de los
mismos del propio Cervantes, aunque ya en los de fuera
de la patria
entretuvo con provecho D. Manuel Fo¬
se
ronda. Mas contentaremos con presentar aquí los
nos

comprobantes de la afirmación, que estampábamos en


la p. 161, n.° 1.a al estudiar La Española inglesa, de
haber tenido la dicha de descubrir el ignorado lugar en
que fué hecho cautivo Cervantes por los piratas ber¬
beriscos.
Estos dos documentos que se prestan gran fuerza
mútua, son, á saber: el 1.° un pasaje de una obra
histórica del ilustre alavés D. Francisco Ruiz de Vergara,
quien hablando de los hijos de su bisabuelo se expresa
así:

«El qnarto hijo, D. Iuan Bautista Ruiz de Vergara Alava


y Esquivel, Cavallero del Orden de San Juan, recibido en 25
de Diziembre de 1553 siendo Gran Maestre Juan
de Leveque
la Casicrra (2). Fué Governador de la Provincia de Alacama
en el Piru, y Recibidor General de su Religión en Castilla;
hallóse en servicio del señor Emperador Carlos V en la famosa
batalla del Alvis contra el Duque de Saxonia, año de 1547 y

(1) Mr. Chasles, o. c. pág. 259.


(2) Al margen dice: «Consta de Bula del Gran Maestre, despachada en
Malta en 15 de Febrero de 1553.»
137

en la batalla Naval de Lepanto, año 1571. A y una cédula (1)


del señor Felipe Segundo, que refiere sus servicios, y los de
sus pasados, y dize: Han servido a esta Corona con sus perso¬
nas y Ixazienda cumpliendo con las obligaciones de su sangre:
Murió peleando valerosamente junto á Marsella, en defensa de
su galera, llamada el Sol, contra tres galeras de Turcos (2).»
El 2.° documento es el mismo pasaje cervantino que
se extractó en la pág. 61 y que por extenso es como
sigue:
«Vine á Genova, donde no hallé otro pasaje sino dos
falucas que fletamos yo y otros dos principales españoles, la
una para que fuese delante descubriendo, y la otra donde
nosotros fuésemos: con esta seguridad nos embarcamos, nave¬
gando tierra á tierra con intención de no engolfarnos; pero
lleg-ando á un paraje que llaman las Tres Marías, que es en la
costa de Francia, yendo nuestra primera faluca descubriendo,
A deshora salieron de una cala dos galeotas turquescas y to¬
mándonos la una la mar y la otra la tierra, cuando íbamos á
embestir en ella nos cortaron el camino y nos cautivaron »

Lo que
sí juzgamos muy oportuno y conveniente es
recoger y ampliar ahora algunas de las indicaciones
hechas ya sobre un aspecto muy curioso de las costum¬
bres populares tan bien estudiadas por el autor de las
Novelas ejemplares, es á saber, la cuestión de los bailes
de su época.
Por más que todavía están en embrión los datos para
un estudio analítico de la psicología del baile es induda¬

ble que éste suele ser la expresión gráfica del carácter


de algunos pueblos, razas y agrupaciones; así es que los
gitanos, que aunque carecen por regla general de ele¬
mentos artísticos no dejan de participar del sentimiento
musical, habrán de tener también sus danzas primitivas
más ó menos influidas por medio ambiente. Todo lo
su
que Cervantes nos dejó en este punto, como hijo de sus
profundas y minuciosas observaciones, es aquel pasaje
del principio de La Gitanilla en que nos habia de «una
danza en que iban ocho gitanas, cuatro ancianas y cuatro

(1) Al margen dice: «Cédula Real del Rey Felipe Segundo, despachada
en Cante á 25 de Agosto de 1559 dirigida al Conde de Niebla, Virrey del
Perú.»

(2) Al inárgen dice: «Ay papelea, c instrumentos, que se guardan en el


Archivo de la Casa.»

I
138

muchachas, y un gitano gran bailarín que las guiaba,»


indicando que bailaban «al son del tamboril y castañetas.»
En cuanto á Preciosa, como la más única bailadora de
todo el gitanismo, la encontramos casi constantemente
apercibida á la danza crotalística (ó de las castoñuelas) y
cantando romances, sin que tengamos que advertir otra
cosa en esto sino una curiosísima particularidad hija de

la muy frecuente relación que observamos entre las


Ejemplares y los entremeses cervantinos, con tanto más
motivo en el asunto presente cuanto que casi todos ellos
acaban en baile. Esta particularidad se refiere á una pro¬
nunciación viciosa que casi todas las ediciones de la
Gritanüla nos ofrecen, cuando después del por Preciosa
sonajeado, bailado y cantado romancillo de Santa Ana
un espectador más humano, más basto y más modorro,

viéndola andar tan ligera en el baile, le dijo: «á ello, hija,


á ello, andad, amores,— y pisad el polvito á tan menu-
dito.» Y ella respondió sin dejar el baile: «Y pisarélo yo
á tan menudo.» Yo se hace referencia alguna en toda la
novela á estas frases que debían de ser muy populares á
principios del siglo XYII (si no es todo invención de
Cervantes): pero en el entremés de La elección de los
Alcaldes cantan unos músicos, también gitanos, lo si¬

guiente: «Pisaré yo el polvico—á tan menudico — pisaré


yo el polvo—á tan menudo:—Pisaré yo la tierra —por
más que esté dura, —puesto que me abra en ella—amor
sepultura,—pues ya mi buena ventura—amor la pisó,—
á tan menudo.—Pisaré yo lozana—el más duro suelo,—
si en él acaso pisas—el mal que recelo;—mi bien se ha
pasado en vuelo; —y el polvo dejó—á tan menudo.» De
hoy más sabemos pues que Preciosa contestó, cantando,
al entremetido, con este ritmo: «pisarélo yó—á tan me¬
nudo.» (1)

(1) En la edición principe que tenemos frecuentemente á la


vista está efectivamente acentuada la palabra menudo, si bien
se conoce que entonces escaseaban en la tipografía de
por
Cuesta los acentos agudos y casi constantemente se emplea
el grave ó francés; en la de Í614, sea de Cuesta ó sea apócrifa,
tiene ya el acento agudo; pero muy pronto, en el mismo siglo
XVII, desapareció el acento, dejando ya sancionada la lectura
viciosa. Solamente recuerdo haber visto restablecido el ge¬
nuino texto cervantino, ó sea, á ton menudo, en la Colección
de obras completas (1864) y en su copia de la Biblioteca cldsi-
139

Ahora como nuestro objeto no ,es otro que le¬


bien,
vantar acta del aspecto sáltico ó mejor orquéstico de
algunas de las ejemplares, no haremos ahora mérito
especial de la discordante orquesta de casa de Monipodio
formada por un qhapín á modo de pandero, una escoba
rasgada y el contrapunto de las dos tejoletas ó cascos
de plato, en la cual canción solo metafóricamente «se
metió en danza» la Cariharta «tomando otro chapín;» ni
diremos nada de las habilidades coreográficas de Ber-
ganza, tanto en la zarabanda y chacona, como en otros
ejercicios gimnásticos, por tratarse de un perro, bien
que semihumano; tampoco nos entretendremos en des¬
cribir los dos famosos bailes que se dieron en casa del
viejo zeloso, como preludios del adulterio que maquinaba
Loaysa; ni seguiremos á Bosarte y Pellicer en el pugilato
de erudición que con este motivo entablan para poner
en claro los orígenes de la zarabanda (de que tanto habla

Cervantes en sus obras), ora acudiendo á las fuentes de


Marcial, Mariana, Gerónimo de Huerta, el Canónigo
Córdoba, Covarrubias, P. Sarmiento y los extranjeros
Huet, Menage y Boudelot, ora discurriendo sobre si su
nombre vino de un baile romano gaditano, ó de Francia,
ó de un instrumento músico, ó de una voz persiana, ó de
los sarracenos españoles, ó de la ciudad de Samarcanda,
ó de Portugal, ó de si zarabanda en fin es corruptela de
zaranda, ya como instrumento músico ó ya como sím¬
bolo de los meneos de los bailes. Si los sabios conten¬
dientes hubiesen creído á Cervantes, se hubieran ahorra¬
do tanta fatiga, pues él descorre el velo de tan oscuros
orígenes en este diálogo de la Cueva de Salamanca:—
«¿Dónde se inventaron todos estos bailes de la zara¬
banda,, zambapalo y de ello me pesa con el famaso del
nuevo escarramán?—¿A dónde? en el infierno: allí tu¬
vieron su origen y principio.»

ca (1883), aunque siempre hubiera sido conveniente poner un


guión entre los dos versos, de este «iodo: «Y pisarelo yo—A tan
menudo.»
140

Pero donde libremente campea, el genio cervantino es


en la sátira humorística.
No son en efecto El licenciado y el Coloquio á que nos
referimos como aquellos sermones furiosos contra los
vicios, ni aquella carcajada escéptica que nada enseña,
ni aquella irónica parodia que solo sirve para rebajar los
objetos, Cervantes es dulce y tolerante con las fla¬
pues
quezas que excitan la bilis del satírico vulgar y perdona
el olvido de sus contemporáneos y los ultrajes de la
suerte. Son, por el contrario, dos hermosos ejemplares
del género humorístico.
Efectivamente, si el humorismo es, como desde Juan
Pablo hasta Schopenhauer se ha venido explicando,
el predominio del subjetivismo en lo cómico y en la sá¬
tira, ya en simbolismos parciales, ya en la totalidad de
las grandes antítesis de la vida, la risa donde se mezclan
el dolor y la grandeza ocultando un fondo profundamente
serio y filosófico; si es lo cómico subjetivo-objetivo; si en
la obra humorística imprime el autor toda la fuerza de
su yo, aunque bajo el disfraz de otro personaje; si es una

verdadera síntesis de lo cómico y lo trágico, como llega


á decir Krause, fundada en la oposición entre los fines
esenciales de la vida y los límites y contrariedades del
mundo; si es común opinión entre nacionales y extran¬
jeros que desde ios atisbos humorísticos del Arcipreste
de Hita, por la forma auto-biográfica de algunos de sus
relatos, el castizo humorismo español sigue su curso y
llega á su apogeo en el Quijote-, humorismo legítimo y
sin violencia alguna encontramos en el Licenciado y el
Coloquio.
«El humorismo legítimo (ha dicho uno de ios mayores
enemigos de esta forma estética), (1) quiera ale¬
que
jarse de ciertas excrecencias del arte debe juntar á
una gran riqueza de imaginación mucho sentido y pro¬

fundidad de espíritu, á fin de representar como verdade¬


ramente lleno de vida lo que á primera vista parece pu¬
ramente arbitrario y hacer sobre nadar cuidadosamente
ciertas particularidades accidentales con virtiéndolas en
una idea sustancial y verdadera ; es menester que ba¬
jo una apariencia frivola se dé precisamente la más alta

(1) Hegel, Estética, Versión francesa de Bernard (París,


1875), t. I, p. 286.
141

idea de la profundidad del pensamiento y que de esos


rasgos que aparecen al azar y desordenadamente surja
la idea del encadenamiento interior iluminada por el
rayo luminoso del espíritu.» ¿Y á quién mejor que á Cer¬
vantes en el Quijote y en las dos sátiras de que venimos
hablando puede cuadrar esta pintura del profundo filósofo
alemán?

En resolución: la especie de comunicación, compene¬


tración ó encarnación de Cervantes en sus novelas se
vé de tres modos diversos, aunque esta separación de
ningún modo sea absoluta. En las novelas sentimentales
predominan los fenómenos subjetivos, se vé su ma¬
nera de pensar, sus impresiones íntimas, una fantasía
algo melancólica y cierto resplandor de las tempestades
de su alma: los sucesos sirven solamente demarco á la
tesis,que en ellos encarna. Se echa de menos en ge¬
neral el gracejo cervantino, la animación, el interés pal¬
pitante, á cambio de dulces y apacibles sentimientos y
cariñosos afectos, hijos de la conformidad y resignación
cristianas.—Los sucesos en que Cervantes es casi mero
testigo, tomando escasa ó ninguna parte en ellos, apare¬
ciendo como simple narrador y pintor, aunque siempre
interesándose por el bien y la justicia, hállanse tra¬
zados de mano maestra en las novelas de costumbres:
domina en ellas la gracia, el donaire negligente y festivo
y el diálogo picaresco que les dá tono, vigor y relieve.
—Las vivas impresiones, la indignación, el desprecio, la
compasión que en Cervantes produce el espectáculo de
los vicios,-liviandades, crímenes y miserias de la vida se
hallan enérgica y vigorosamente retratados en las dos
producciones satírico-humorísticas; la forma es cómica,
el fondo serio, grave, profundo, filosófico en alto grado,
(el cual carácter resalta más en esa admirable epopeya
de los siglos que se llama el Quijote)-, unas veces honda
intención, detenimiento analítico y acerbas censuras;
otras, rapidez y nervio, el dé clonde diere de Berganza ó
142

el señala y no hieras, murmura, pica y pasa y sea tu in¬


tención limpia de Cipión.—Campean, en ñn, en todas las
Ejemplares la más exquisita pureza y primor en la frase,
riqueza de elocución, oportunidad y brillantez de estilo,
inventiva digna del autor del Persiles, un aticismo in¬
comparable (mayor en esta colección que en sus demás
obras), modelos de buen decir y elocuencia descriptiva,
cierto color sui géneris en los cuadros de costumbres y
en los caracteres, el interés y amenidad que ofrece el
contraste en los diversos incidentes y episodios, cons¬
tante limpieza de pensamiento y castidad en la fábula,
y en una palabra ese sabroso y honesto fruto que se puecle
sacar, asi de todas juntas, como de cada una de por sí. (1)
Y como tan primorosas medallas no se han acuñado en
troqueles clásicos ni románticos, idealistas ni naturalistas,
utilitarios ni decadentes, tampoco están sujetas á las
caprichosas corrientes de la moda, sino que en todos los
tiempos han sido, son y serán reputadas como justo y
admirable tributo (sin menoscabo del fuero propio) por el
Arte pagado á la Moral.

(1) Palabras del Prólogo.


Apéndices
'•)+o
I
Bibliografía crítica española
de las Novelas ejemplares y breve noticia de las más notables
imitaciones tanto nacionales como extranjeras.

Edición princeps, 1613. A la minuciosa descripción que ha¬


cemos en páginas 5 y 6 solo tenemos que añadir lo
nuestras

siguiente. El 9 de Septiembre de dicho año de 1613 cede Cer¬


vantes á Francisco de Robles, (librero con quien aquel se en¬
tendió para la venta de casi todos sus libros,) por escritura
pública y mediante la mezquina cantidad de 1600 reales y
veinticuatro cuerpos del libro, el privilegio que el rey le había
concedido de imprimir durante diez años en los reinos de Cas¬
tilla y Aragón las Novelas ejemplares, otorgando á más un

poder el autor para que dicho Robles pidiera también privile¬


gio para Portugal (Pérez Pastor, Documentos, páginas 178 y
307).
El ya difunto Sr. Rius, cita tan solo cinco ejemplares de esta
edición, á saber: uno de la biblioteca de Gayangos, otro del
Museo británico, otro de la Biblioteca del Rey, que se llevaron
los franceses, y dos que ha visto mencionados en catálogos

(Bibliografía crítica, etc. Novelas ejemplares). Nosotros hemos


visto, á más del ejemplar á que hemos venido refiriéndonos
en todo nuestro trabajo, perteneciente á la Biblioteca nacio¬

nal, otro que se custodia en la Real Academia Española.


1614-1617 Aunque en la portada y colofón se considera im¬

presa por Cuesta en Madrid, es opinión corriente qite la 2 a


edición de las Ejemplares la publicó furtivamente Antonio
Alvarez en Lisboa, reimprimiéndola en 1617. Hemos visto un

ejemplar en la Biblioteca cervantina más completa que existe,


ó sea la que posée en Barcelona el Abogado D. Isidoro Bonsoms

(con la base de la que perteneció al Sr. Rius), otro en la Acade¬


mia Española, con más detención, y otro del Sr. Asensio.

10
146

Aunque calcada en la princeps, carece de fé de erratas (sin


embargo de que las hay en abundancia, unas copiadas de la
anterior y otras nuevas) y tiene bastantes variantes.
Consta de ocho hojas sin foliar y 236 folios: el valor de la
tasa, por tener menos pliegos que la de 1613, es menor, pues en
vez de los 8 reales y 14 maravedís en que
la primera se halla
tasada, la segunda solo asciende á 7 rea1 es y 10 maravedís.
La tal edición, madrileña ó lisbonense es inferior de todos
modos á la primera aún tipográficamente considerada.
1614-1615-1617. Otras dos ediciones del año 1614 hemos visto
en la Biblioteca Nacional, y en casa de Asensio: una de Bruselas
y otra de Pamplona, quenada de particular contienen: también
en la Academia española hay otro ejemplar de la de Bruselas.
La de Pamplona, por Nicolás de Assiayn, impresor del reino
de Navarra
se reimprimió en 1615 y 1617, burlando los privi¬

legios de Cuesta. Este reimprimió su primera edición en 1617


y es de suponer haría entonces una gran tirada.
1627. En este año cita Rius (1. c.) una edición de Sevilla con
bastantes variantes.
1664-1665. Al hablar el mismo Sr. Rius de una edición de
Madrid de 1664 dice que ya por estos tiempos iban empeorando
las impresiones y haciéndose supresiones caprichosas como el

Prólogo, Dedicatoria etc. y asi hemos tenido ocasión de com¬


probarlo en alguna que otra, como la de Zaragoza de 1665, á
dos columnas.
A fines del siglo XVII también á hacerse edicio¬
comenzaron
nes de novelas sueltas, Rinconete y Cartadillo de
como un
Sevilla (sin fecha) plagado de variantes, segrin Rius (1. c.)
1739-1743-1769-1783. La edición de 1739, La Haya, dos volú¬
menes 8.°, está dedicada á la condesa de Westmorland; es la
primera, ó una de las primeras que se adornaron con estampas
muy bellas, según Navarrete, asi como la parte tipográfica; el
primer tomo comprende siete novelas y el segundo las otras
cinco y además El curioso impertinente: cada una tiene al
frente su estampa en cobre. Se omitió en cambio la Dedicatoria
de Cervantes.
Desde esta fecha ya frecuentes las estampas, como la de
son

Amberes (1743),lleva á más el retrato de Cervantes; y dos


que
de Valencia (1769 y 1783). (1)
1783. La oficina tipográfica de D. Antonio Sancha en Madrid,

(1) Da cuenta de este y otros particulares sobre las Novelas ejemplares,


el nieto de D. Martin, D. Eustaquio, en su Bosquejo histórico tantas veces
citado en nuestro estudio.
147

que ya en 1777 había dado una esmerada edición del Quijote


en 4 tomos 8.°, marquida, publicó igualmente, de 1781 al 84 en
otros siete de ig'ual marca todas las demás obras cervantinas,
excluyendo el teatro, aunque por compensación incluyó por
primera vez en el último tomo la La Numancia y El trato de
Argel. Los dos tomos (3 0 y 4.°) de esta excelente edición ilus¬
trada con buenos grabados que comprenden las doce Novelas

ejemplares llevan la fecha de 1783. En el palacio de Abalos


existe un ejemplar en el que de puño y letra del Sr. Navarrete
se hallan corregidos y rectificados
infinidad de pasajes viciados
y pervertidos en concepto de dicho D. Martín, aunque la elogia
por otros conceptos. Y no satisfecho todavía el entusiasta San¬
cha con lo hecho, proyectó levantar un verdadero monumento
á las Ejemplares, que con los malos tiempos que vinieron se

malogró completamente. He aquí lo que sobre el particular


dice Gallardo (1. c.): «El viejo D. Antonio había intentado una

impresión en folio de las Novelas ejemplares, que hiciese juego


con la grande del Quijote de la Academia, y aún compitiese

con ella en lujo tipográfico y artístico. Con esta segunda parte

de los adornos y estampería corrió Paret, y le desempeñó tan

lucidamente, que estas estampas son á juicio de peritos su obra


maestra, y lo mejor que en esta línea se ha hecho en España.»
1788. Quedan estudiadas en las páginas 7 y 8, 50 á 54
y 81 á 83, las ediciones del Rinconete y el Zeloso tomadas
por Bosarte del códice sevillano del licenciado Porras, y prin¬
cipalmente en las páginas 8 y 50 decimos que las fechas de
Agosto y Septiembre de 1788 que señalamos á estos dos fascí¬
culos, respectivamente, eran de todo punto desconocidas de los
bibliógrafos (1). Nos resta probar la exactitud de nuestro
cómputo. En la Gaceta de Madrid, á 11 Diciembre del 87 se
anuncia, á dos reales ejemplar, el mímero 2 del Gabinete; á 18
Enero del 88 figura en los anuncios del Diario el del 3.°; y en

(1) Sin entretenernos en demostrarlo citaremos tan solo los siguientes


hechos. Los Sres. Hartzenhusch se lijan en el año 03, y así también se con¬

signa las papeletas de la Biblioteca Nacional. En cambio elSr. Rius (1. c.)
en
se expresa asi: «Asigno la fecha de 1788 A los dos números que comprenden
estas dos novelas porque hablan de ellos, como de cosa reciente, las entregas
del Diario de Madridcorrespondientes A las 9 y 10 de Junio del propio año.»
Y como esto es inexacto y A mAs imposible (por que son posteriores los
números del Gabinete A los del Diario) falla el razonamiento. Quien ha dado

lugar A esta confusión es Pellicer, como se dijo en la pAg. 8, por citar


antes el Gabinete que el Diario, y aún suponer que son dos escritores los

que zahieren A Cervantes, siendo así que es uno mismo, A saber el bibliote¬
cario D. Isidoro Bosarte.
148

19 de Agosto y 12 Septiembre del propio año se auncian por


primera vez, respectiva y separadamente, en la Gaceta, los
números 4 y 5: en cnanto al 6.° y último no aparece anunciado
en ella hasta el 13 de Septiembre (no el 23 de Abril como
asegura Hartzenbusch) de 1793. De hoy más podemos, pues,
asegurar que los dos primerso números del Gabinete vieron
la luz en 1787; el 3.", 4 o y 5.° el 88 y el 6.» el 93.
1797. Al dar cuenta el Sr. Rius de una edición de Valencia
de este año hace la observación de que
está adicionada con
El curioso impertinente (V. la ya citada de 1739 en la Haya).
1814. «El espíritu | de Miguel de Cervantes ¡ Saavedra | etc.
¡ Va añadida al fin de él [ una novela cómica, intitulada La
tía \ fingida; obra postuma del mismo Cervantes hasta ahora
inédita etc. | por D. Agustín Garcia Arrieta | bibliotecario de
los estudios reales | Madrid | Imprenta de la Viuda deVallin. |
Año de 1814» | 16.°
1818. A las noticias que
damos de la edición berlinesa de
La tía fingida las páginas 8, 9 y 10 de nuestro texto, y
en
dado que no hemos visto en ninguna parte una descripción
formal de este libro, que es bastante raro, añadiremos ahora las
siguientes. 'Forma un dozavo francés de VII—34 páginas.
En la portacTa dice: La tía fingida | Novela inédita de Miguel |
de Cervantes Saavedra ¡ Berlín ¡ En la librería de G. C. Nauck

| Año de 1818. En la segunda y tercera hoja hay un Prólogo


en alemán (Vorbericht) firmado por G. C. Francesón y F. A.
Wolf en Mayo 1818, en que se hace la historia del manuscrito,

según el siguiente extracto: «La tía fingida es indudablemente


cervantina descarriada, que no publicó su autor por lo esca¬
broso de la materia. Su analogía con todas las demás es evi¬
dente desde el principio hasta el fin. Perteneció el códice al

colegio de San Hermenegildo y luego pasó á la biblioteca de


San Isidro de Madrid. Arrieta la acaba de publicar, pero muti¬
lando lo menos honesto. Esta impresión dió lugar
á que un
compatriota que estaba en Madrid buscase el manuscrito va¬
liéndose del académico D. Lorenzo de Carvajal, por cuyo con¬
ducto facilitó D. Martin de Navari'ete
copia que poseía
una

hacía algunos años, habiéndose podido así publicar La tía

completa por primera vez: la única alteración que se ha hecho


es en la ortografía.
El valor poético de la novela es evidente,
pero si alguno arguyese sobre su moralidad, entre otras cosas
que se podían contestar no es de poco pesó que se destinase
aquella copia á un arzobispo y que tal vez otro arzobispo (el
de Toledo) la conociese también. Esto nos autoriza en cierto
149

modo á finalizar nuestro tercer fascículo de las Analectas con


tan preciosa joya.» Comienza la novela en la página 8 y ter¬
mina en la 33 y en esta misma y la 34 hay una especie de certifi¬
cación de Navarrete, (1) en la cual asegura á 7 de Diciembre
de 1810 que su manuscrito, que es el mismo que envió á Berlín,
era copia exactísima del mismo códice original de Porras,
como luego volvió á compulsarlo Gallardo, calificándolo de
demasiado fiel por contener algunos intercalares bastardos,
á que era aficionado el Racionero sevillano. (2)
1821. Edición de Madrid hecha por D. Miguel Burgos en dos
tomos: ofrece la particularidad de incluirse por primera vez
con susTTermanas La tía al fin del segundo volumen. Al no
hacerse cargo de esta circunstancia, supongo que el Sr. Rius
no vió esta edición, aunque la cita: en cambio D. Cayetano
Rosell (t. 7.° Obras completas) pone á esta edición la fecha de
1822. Dice el editor en una advertencia que andando muchas
copias desfiguradas de La tía se decide á publicarla tal como
la di ó Arrieta.
1826. escogidas de Miguel de Cervantes Saavedra.
«Obras
Nueva edición arreglada, corregida é ilustrada con
clásica
notas históricas, gramaticales y críticas por D. Agustín García

de Arrieta, individuo de número de la Academia española

etc.,» París, librería de Bossange, 10 vol. en 12.° con láminas.


Ofrece de particular esta edición de las Ejemplares (tomos

7.°, 8.°, 9.°) que, á más de incluirse en ellas El curioso, El cau¬


tivo y La tía (siguiendo esta vez el texto de la edición berline-

(1) Tanto éste como Wolf y Francesóh fijan de 1(506 al 10 la fecha del
manuscrito de Torras, pero el 0 murió el Arzobispo.
(2) Tales son: «Comidos que fueron (y no de perros) ; D. Juan de Bra-
camonte (no el Arcediano de Jerez).....-, ¿Hay Príncipe en la tierra como
este ni perulero ni aún Canónigo (quod mayis est) etc. Y efectivamente,
tan bien han sido recibidas estas observaciones de Gallardo que los tales

intercalares (ya suprimidos antes por Arrieta) no han vuelto á copiarse, así
como lo de las golondrinas, el hierro vizcaíno, lo de los cordobeses en la

reseña de los estudiantes salamanquinos y una frase final de la novela com¬


pletamente redundante (Vid. nuestra página 10, y las notas de las páginas
122 y 123). Por cierto que en el departamento correspondiente de la Biblio¬

teca nacional hay una copia manuscrita en doce hojas útiles con la signa¬
tura P. V. Fol.—C. 18—N.° 8, de la edición de Berlín (en todo exactísima
menos en la ortografía), cuya procedencia se ignora, pero cuyo objeto está

patente. En efecto, fuera de la curiosidad de señalarse al margen casi todo


lo suprimido en la edición del 14 se hallan tachados de otra tinta más negra
todos los ripios, que, como queda, indicado, se han suprimido en las edicio¬
nes posteriores; luego ha sido el modelo de estas, hecho de 1820 al 25, quizás
por el mismo Arrieta,
150

sa, con algunas variantes, y no el suyo anterior) que alteró


temerariamente el orden de ellas dividiéndolas en serias y jo¬
cosas en esta forma: Serias; El curioso, El cautivo, El Amante,
La Española, La fuerza, Las doncellas y Cornelia. Jocosas;
La tía, La gitanilla, Rinconete, Vidriera, El extremeño, La

ilustre, El casamiento y El coloquio, terminando el tomo 9.° con


la Adjunta al Parnaso y algunas poesias escogidas. Si bien las
notas de Arrieta en toda su meritoria colección son muy curio¬
sas han sido muy explotadas, en cambio la Introducción á las
y
Ejemplares está completa y literalmente tomada de La vida de
Navarrete. En 1827 se reprodujo la edición, también en París.
1829. «Obras escogidas de Miguel de Cervantes Saavedra, Ma¬

drid, imprenta de los hijos de Doña Catalina Piñuela, calle del


Amor de Dios núm. 14.» Son once volúmenes en 8.° men. con

cincuenta y seis buenos grabados, si bien he visto varios


ejemplares que carecen de ellos. Difícilmente puede emplearse
mayor frescura y desahog-o en un fraudulento despojo como el
empleado por este escrupuloso editor. Copiando textual y des¬
caradamente casi todas las notas y casi todo el plan de la
colección de Arrieta, no le nombra más que una sola vez para

censurarle, como diremos en seguida, y en cambio tiene la au¬


dacia, en una breve advertencia encabezada El editor, de ase¬
gurar que hasta que á él se le ha ocurrido hacerlo «acaso Cer¬
vantes es el único cuyos escritos, aunque tantas veces reimpre¬

sos, no han visto la luz pública bajo la forma de una colección


seguida.» Véase sumarísimamente toda la enorme labor de este
desconocido cervantista. El Quijote y las Ejemplares están co¬

piados de la edición de Arrieta, sin más diferencia que resta¬


blecer El curioso y El capitán en su debido lugar; valerse de
la edición de Arrieta de 1814 y no la del 26 al copiar La tía

fingida; (1) poner, en seguida de las Ejemplares, el Persiles,

(1) Aquí donde tiene el editor la dignación de citar á su modelo (Véase


es
nuestras y 17) tan solo para dar su parecer de que «eri paz sea
páginas 16
dicho del Sr. Arrieta y de cualquier otro que pueda ser de su opinión» La tía
no es de Cervantes. Lo gracioso del caso es que tal como aparece esta novela

en la colección que nos ocupa (según


la dió por primera vez Arrieta) no pue¬
den encontrarse ni á tiro de arcabuz las «chocarrerías,» «frases no muy lim¬

pias» etc., etc., que tanto escandalizaban al anónimo coleccionador, de donde


se deduce que la única vez que se menciona al despojado es con la mayor
inoportunidad posible. Es igualmente muy donoso, y abona mucha la inmen¬
sa laboriosidad y erudición del Sr. editor, que las seis escasas páginas de
prefación, único fruto de su cosecha, rellena de lugares comunes, contenga
el hecho tan recóndito, no muy conocido, dice modestísimamente su cuasi

descubridor, de que la Academia de Troycs comisionase á uno de sus indiví-


151

sin una nota plan,) una vez


siquiera (afeando así la unidad del
que se había agotado el arsenal colocar inme¬
de su modelo;
diatamente el teatro escogido de Arrieta (cuando éste lo dejó
para el final;) aumentar la Galatea y el Viaje al Parnaso, tam¬
bién sin notas, puesto que Arrieta omitió estas obras; y poner
la Adjunta y todas (1) las poesías escogidas (que Arrieta las

incluyó antes) para remate y conclusión de una obra, que con


solo declarar la verdad dando á cada cual lo suyo hubiera toda¬
vía podido pasar, como licita y hasta meritoria, pues realmente
resulta una colección tan escogida como bien hecha.
1831-32. Sin duda recordando el refrán de «quien roba á un
ladrón » en la edición miñona barcelonesa que tanto le
gustaba á Gallardo, por no haber visto las anteriores, y que
citamos en las páginas 10 y 11, se copian ad pedem litteroe de
la madrileña todo el texto y notas, repitiendo como suya la

gansada contra La tía; mas para poner algo de su cosecha este


otro desconocido editor catalán siguió este orden: Las donce¬

llas, La gitanilla, Einconete, Zeloso, La fuerza, El liberal,


Cornelia, el Casamiento, Vidriera, El coloquio (¡¡¡separado
del casamiento!!!) La española, La ilustre y La tía.
Solo añadiremos que esta colección microscópica, que salió
de las oficinas de A. Bergues y compañía en los años dichos en
cinco voliímenes 16.°, se reprodujo en cuatro tomos 8.° en

1835-36.
Desde aquí para en adelante viene siempre acompañando
La tía á sus (ya que como poéticamente dice Ga¬
hermanas
llardo nació y se crió con dos de ellas), siguiéndose la lección
definitiva de Arrieta, que valiéndose del texto berlinés, hizo

algunas pequeñas modificaciones y supresiones (entre ellas un


párrafo desmazalado con que termina la obrita), como algunas
cualidades de vizcaínos y andaluces que prolongan demasiado
la reseña. Una corruptela (ya reprendida por Gallardo) viene

dúos para que recorriese los lugares en que vivió el pastor Grisóstomo;
anécdota narrada por Navarrete y sabida de todos los españoles algo ilus¬
trados, pues en los diez años transcurridos se leyó con gran avidez la mag¬
nífica biografía del académico riojano, de la que se hizo una tirada extraor¬
dinariamente numerosa.

(1) Subrrayamos la palabra todas porque los castos oídos del editor vuel¬
ven nuevamente y suprime el soneto A un ermitaño,
A sentirse molestados

que figura la colección de Arrieta: lo mismo había hecho con una nota A
en
la Tía en que Arrieta hablaba de los v déla Celestina. Advertimos, A fuer
de escrupulosos y concienzudos, que no hemos comparado letra por letra las
ediciones madrileña y parisiense y nada tendría de extraño que hubiera
entre ellas alguna otra diferencia de poca monta A más de las indicadas,
152

leyéndose sin embargo en casi todas las ediciones, cnal es el


tratamiento anacrónico de usted, qne jamás nsó Cervantes ni
aún en los versos (qne es donde tuvo su primer empleo). (1)
1835-1838-1848. Otras tantas ediciones dió la casa Baudry
de París de las trece novelas ejemplares.
1842 y 43. En Madrid, en la Imprenta del Colegio de Sordo¬

mudos, se publicaron en estos años seis fascículos que luego


formaron un tomo (4.° menor con el retrato de Cervantes) con
sendas ejemplares, entre ellas La tía siguiendo textualmente
á Porras, ó sea la edición berlinesa.
1846. A este año corresponde, á más del Rinconete de Cas-
telló (v. pág. 56 n.), el tomo primero de la Biblioteca de A. A.

españoles de Rivadeneyra, que contiene todas las obras de


Cervantes menos el teatro arregladas por D. Buenaventura
Carlos Aribau con una buena biografía preliminar: se ha repro¬
ducido dos veces.

1863-1864. Estos años forman época en los anales cervan¬


tinos porla publicación de la lujosísima y esmeradísima edición
siguiente, de la que se tiraron pocos ejemplares: «Obras comple¬
tas de Miguel de Cervantes dedicada á S. A. R. el infante D. Se¬

bastian Gabriel de Borbón, Madrid. Imprenta de Rivadeneyra »


Son doce volúmenes en 4.° mayor, bajo la dirección de los se¬
ñores Hartzenbusch y Rossell. Ocupan las Ejemplares los tomos
VII y VIII y ya queda indicado que de La tía se dan dos textos,
siendo el segundo el de la Colombina que aparte alguna ligera
alteración de poca importancia es un verdadero extracto del
de Porras.
En estos treinta años últimos son muchos los tomitos que
andan por ahí con una, tres, cinco ó más novelitas ejemplares
pertenecientes á ciertas empresas de lecturas populares, tales
como ocho en Los mil
y mil cuentos (Enciclopedia popular,
1870); tres en la Biblioteca universal (1873): otras tres en la

(1) Que Arrieta continuase (no solo en las obras no publicadas por Cer¬
vantes como La tia y
Los habladores, sino en algunas otras como El viz¬
caíno fingido) en su ofuscación de poner usted por vuesa
merced, todavía se
concibe; pero que después que en la La tía berlinesa se modificó este error y
sobre todo desde que Gallardo hizo notar lo impropio de este tratamiento
en obras de Cervantes se venga empleando en una y otra y otra edición es
inconcebible. Una de las poquísimas, ya por nosotros elogiada antes de
ahora (págs.56 y 138, n.), en que se ha subsanado casi totalmente esta falta es
la excelente de la Biblioteca clásica de Madrid (calcada
la edición Obras
en
completas), y decimos casi por que todavía se comete este descuido en Los
dos habladores, si bien han pasado muchos años, pues el Teatro es de i8!)tí
y
87, y habrán cambiado las manos.
153

Biblioteca universal económica (1879); una en la Biblioteca de


la Correspondencia de España (1895); alguna que otra en la
Biblioteca popular (1898), todas de Madrid, etc. etc. (1)
1876-1883-1886. Citaremos por último las tres ediciones que

representan las cifras anteriores, á saber: la de la Biblioteca


universal ilustrada en folio, la de la clásica de Madrid (la más
esmerada que nosotros conocemos) y la clásica de Barcelona (2)
Casi otra cuarentena de ediciones españolas más ó menos

completas de las Novelas ejemplares, á más de las que acaba¬


mos de inventariar,
cataloga Rius, pero no creemos contengan
nada notable. También dá cuenta de basta 40 traducciones
francesas, 23 alemanas, 21 ingdesas, 8 italianas, 4 holandesas,
2 dinamarquesas, 2 suecas y 1 latina, algunas de las cuales son
muy incompletas, como la riltima, de 1631, que solo contiene
El Licenciado Vidriera (Ilomo vitreas).
Describiremos, en conclusión, una traducción italiana que
citamos en las notas de la página 101: TI | Novelliere Catigliano
de Michiel di Cervantes | Saavedra | Nel quale mescolandosi
lo stile grave co '1 faceto, si narrano | auvenimenti curiosi,
casi strani, é successi digni | d' ammiratione | Tradatto
della lingua Spagnola nell'Italiana | Dal Sig | Guglielmo Ales-
sandro | de Novilieri, Clavelli | In Yenetia MDCXXIX,
12.° de hojas sin foliar y setecientas veinte páginas
ocho
Una gran parte de los versos de las novelas, y entre ellos los
de La gitanilla, van en castellano, sin duda por no atreverse
el traduttore á ser traditore.'Probablemente le serviría de mo¬

delo la castellana que se hizo en la misma Venecia en 1616, en


12.° citada por I). Nicolás Antonio en su Biblioteca nova, tomo
II, página 133.

Es (le advertir, que á más de estar impreso el precioso tomo I del


(1)
Br. en 1895, tampoco se encuentra en su catálogo alguna que otra
Rius
edición anterior á esta fecha de las que nosotros citamos.

(2) Aludíamos en la n. de la p. 82 á una reciente edición del Zeloso, y en el


momento en que corregimos estas cuartillas (19 de Abril) aún no se ha pu¬
blicado. Pero la persona mejor enterada de estas cosas nos asegura que el

próximo 23 de Abril, en conmemoración del aniversario de la muerte de


Cervantes, publicará el cervantista sevillano I). Francisco Rodrigue/. Marín
dicha edición en que á dos columnas aparecerá» los dos textos: el borrador
de Porras publicado por Rosarte en 1788 y el ejemplar dado á luz por Cer¬
vantes en 1813. La idea es excelente, aunque no nos parece tanto la fatiga

que al Sr. Marín habrá costado averiguar que el documento de carne y hueso
á quien representa Loaysa, no es otro que el poeta sevillano Alvarez Soria)
ahorcado en la misma Sevilla por robos en cuadrilla en la 2.;i mitad del
siglo XVI. En cuanto á la edición del liinconete, en términos análogos al
Zeloso, déjala el Sr. Marín para más tarde.
154

Por haberse mencionado algunas de ellas, ó haberse por lo


menos hecho alusión á otras, pondremos aqui las siguientes
imitaciones teatrales, tanto españolas como extranjeras de las
Novelas ejemplares:
El celoso extremeño ó los celos de
Carrizales, Huesca, 1632
etc. Aunque se imprimió con el nombre de Lope afirma Rius
ser de D. Antonio Coello.
La Gitanilla, de Montalbán, impresa suelta, sin año.
La ilustre fregona, de Lope, Zaragoza, 1641.
Xjuien da luego da dos veces, de Tirso. Tengo un ejemplar,
copiado del ms. de la Biblioteca nacional.
El licenciado Vidriera, de Moreto, Madrid, 1653.
La hija del mesonero, ó la ilustre fregona, de D. Diego de

Figueroa y Córdoba, Madrid, 1660.


La gitanilla de Madrid, de D. Antonio de Solís, Madrid, 1671,

después en 1681, y luego en 1831: por último en el tomo 47


(1858) de laBib. de AA. esps., arreglada, según Rius de la de
Montalbán.
La más ilustre fregona, de D. José Cañizares, impresa suelta
sinaño, según Rius anterior á 1750 y reimpresa varias veces.
La Gitanilla, de D. Gabriel Estrella, Madrid, 1851.
La Gitanilla, zarzuela escrita en 1890, que según Rius se

separa de la de Cervantes, á pesar de ser los principales per¬


sonajes Preciosa y D. Juan.
De los seis tomos de producciones en verso de Mr. Alexandre

Hardv, en el 2.°, París 1625, figura Cornelie; en el 3.° 1626. La


forcé du sang y en el 5.°, 1628 La belle egyptienne.
I? amant liberal, de Georges Scudérv, tragicomedia que
según Rius, aparte alguna ligera variante, está calcada en la
novela cervantina.
Les deux pucelles, tragicomedia en cinco actos y en verso
de Jean de Rotron, cuyo asunto, según Rius, es en general el
de Las dos doncellas.
Leocadia, ópera-cómica de Ang. Eug. Scribo. representada
en París en 1824, está tomada, según Rius, de La fuerza de
la sangre.

Preciosa, comedia en cuatro actos de Pió Alejandro Wolf,


puesta en música por Weber y estrenada en Berlin en 1615.
La mayor parte de estas noticias están tomadas del segundo
tomo de la Biblioteca cervántica de Rius desde la p. 332 á 375.
II
INDICE ALFABÉTICO
de todos los autores que se citan en este libro,
con expresión de las obras á que en el mismo se hace referencia

P áginas

Abreu (fr. Pedro) sobre el saco de Cádiz en 1596. 58, n.


Abril (Pedro Simón)—Las seis | comedias de Le¬
rendo escritas \ en latín y traducidas | en vulgar
castellano por etc. Zaragoza, 1577—Alcalá. 1583

—Barcelona, 1599.—Traductor de Luciano . . 76 y 112 n.


Agustin (San); confunde el Asno con su autor . .111.
Alcañíces (Marqués de), poeta. Ya un soneto suyo
al frente de las Ejemplares 6.
Alemán (Mateo)—Ai Guzmán de Alfarache (1599). 11, 47 y 90.
Alfonso (Pero) Judío converso del siglo XII, es¬
critor hispano-latino 131, n.
Alvarez Guerra (D. Juan) Sol de Cervantes Saa-
vedra, su verdadera patria Alcázar de San
Juan, Madrid 1878. : 18.
Andrés (abate Juan) Historia, origen, progresos y
estado actual de toda la literatura etc. traduci¬
da del italiano por D. Carlos Andrés, Madrid,
1784 tomo IV págs 529 y siguientes 17, 33.
Anónimos (dos editores de Obras de Cervantes). . 10, 150y 151
Anónimo, zarzuela Preciosa 154.
Anónimo (Pellicér ?), impugnador de Bosarte. .50yn.v54n.
Anónimo, autor del Crotalon lucianesco .... 112 n.

Antequera (D. Ramón) Juicio analítico del Quijote,


Madrid, 1863 18.
Añastro (Gaspar de), Carta sobre el saco de Cádiz
en 1596 58 n., 105,
156
Páginas

Apraiz (Julián) Cervantes Vascófilo 5.a ed. Vitoria


1899 101,102 y 106
Apuleyo Metamorphosis (libri 11) ó sea el Asno
de oro 111 y 112.
Aquilles Tacio Alejandrino (s. V ) Los amores de
Leucipa y Clitofonte en 8 libros 4.
Argensola (Bartolomé Leonardo), insigne poeta
aragonés (siglo XVI-VII), traductor de Luciano. 112 n,
Aribau (D. Buenaventura Carlos) Vida de Cer¬
vantes, 1816. Bib. AA.. españoles, tomo I y
Obras completas 152.
Ariosto (Luis) poeta italiano de principios del siglo

XVÍ, autor del Orlando furioso 96, 100, 130


y 131 n.
Aristides de Mileto (siglo II antes de J. C.), á

quien deben su nombre los cuentos milesios . . 4.


Arrieta V. Garcia de Arrieta
Asensio (D. José M.a) «Nuevos documentos para
ilustrar la vidade Cervantes; con algunas ob¬
servaciones y artículos sóbrela vida y obras del
mismo autor, y las pruebas de la autenticidad
de su verdadero retrato. Precedidos de una carta

escrita por D. Juan Eugenio Hartzenbusch é


ilustrados con la copia del retrato que pintó
Francisco Pacheco, sacado de un dibujo del
Sr. D. Eduardo Cano» Sevilla, 1864, un 4.° may.
de XVIII—95 págs. | El compás de Sevilla, Se¬
villa, 1870 63,64,66,67
y 89 n.
Avellaneda V. Fernandez de Avellaneda. . .

Bacon (Gran canciller de Inglaterra) apud Blair,


(Literatura) . 3.
Balzac (citado por Chasles) 136.
Bandello (Mateo), novelista italiano de principios
del siglo XV 130.
Baquero (D. Andrés),.cervantista murciano. . . 35 n.
Baráibar (D. Federico) Traductor de Luciano . . 112 n.
Barthio (Gaspar) alemán, traductor latino de la
Celestina 69.
Barrera (D. Cayetano Alberto de la), distinguido
cervantista y gran bibliógrafo. Catálogo bio-
bibliográfico del teatro español 67, 102 n
157
Páginas

Bembo (Cardenal Pedro), ilustre poeta veneciano


(s. XVI) 130 y 131 n.
Benjumea. V. Díaz de Benjumea. Bentivoglio (Car¬
denal) 100 n.
Bermúdez de Carvajal (Fernando), poeta, cuyas
décimas preceden á las Ejemplares 6.
Bigolina (Julia) novelista imitadora del Boccaccio
(s. XVI) 130.
Boccacio (Juan) ilustre escritor italiano del siglo
XIV, autor de 11 Deccimerone 130, 131 n.
Boudelot, sobre la Zarabanda 139.
Bonsoms (D. Isidoro): poseedor en Barcelona de
la mejor biblioteca cervántica 145.
Borrow (aludido por Salilías), sobre gitanismo . 24. .

Bosarte (D. Isidoro;: cartas en el Diario de Ma¬


drid y dos números del Gabinete de lectura

española (Madrid 1788) 7,8,9,50,51,


54, 81, 82,84,
85,139 y 147.
Botta(Carlos), Historiador italiano del siglo actual. 100 n.
Boyardo (El conde de) poeta italiano del siglo XV,
autor del Orlando inamorato 96, 130.
Bueno (D. Juan José) Cervantes poeta y versifica¬
dor (discurso) Sevilla 1876 34 n.
Caballero (D. Fermín) Pericia geográfica de Cer¬
vantesdemostrada en la historia de D. Quijote
de la Mancha, Madrid 1840 41, 45.
Cadamosto: novelista italiano del siglo XVI . . . 130.
Cañizares (D. José) dramaturgo del siglo XVIII . 154.
Capmany (D. Antonio) Teatro de la elocuencia,
largam.e sobre Cervantes 13 n. y 134.
Castillo Solórzano, y Castro, dramaturgos. . 102.
. .

Castelló (D V.) 56 n.
Castro (D. Adolfo de) ¿Cervantes fué ó nó poeta?
Biblioteca AA. españoles t. 42 al principio | Ma¬

drid,— 1857 34 n.
«Varias obras inéditas de Cervantes sacadas de
códices de la Biblioteca colombina con nuevas

ilustraciones sobre la vida del autor y el Quijote»


Madrid, 1874, 4.° de XXXVI—477págs—El Bus¬
capié, Cádiz, 1848.-Historia de Cádiz y su saco. 55y56,58n.
Cervantes (Miguel de) Passim
158
Página?

De queCervantes es autor de la Relación de las


fiestas de Valladolid al nacimiento de Felipe IV
tan solo hay hasta hoy dos indicios, pero son tan
vehementes y decisivos que apenas pueden dejar
duda en el ánimo del más suspicaz. Es el primero
la terminación de un. soneto atribuido á Gong-ora
en el que aseg-ura que dicha relación (que pode¬
mos decir oficial)
se mandó escribir— á Don Qui¬
jote, á Sancho y su jumento—con alusión sin duda
alg-una al autor del Quijote, el cual libro se había
publicado aquel mismo año. Ahora bien, no se co¬
noce más relación oficial de aquella jornada que
la que se publicó en Valladolid á 8 de Octubre de

1605, sin nombre de autor, y desde lueg-o Pellicer


(o. c. desde la p. 86 á la 92) y D. Martin Navarrete
(o. c. pág-. 112 y siguientes, y 456) dan por autor
de la misma á Cervantes. El segundo indicio es

que en una relación manuscrita y anónima que


vió Gallardo en Sevilla de unas fiestas celebradas
en aquella ciudad en 1620 se menciona el opiísculo
en cuestióncomo de Cervantes (Labarrcra, Nue¬
vas
investigaciones sobre la vida y obras de Cer¬
vantes, tomo 1.° de las Obras completas). Lo cual
no solo es un indicio de por sí sino que corrobora
el anterior.
No vamos á hacer una lista de los críticos que
afirman, dudan ó niegan acerca de este punto;
pero si nos atrevemos á asegurar que no hemos
visto una razón sólida en los liltimos, que se fun¬
dan tínicamente pobreza del estilo de esta
en la

descripción, que la encuentran á inmensa distan¬


cia del de Cervantes. ¡Como si la índole y el gé¬
nero de un escrito no influyese á veces tanto en el

estilo como la propia subjetividad del artífice!


Puede leerse esta Relación de lo sucedido en la
ciudad de Valladolid etc. en el tomo 2.° de las
Obras completas de Rivadeneyra. Como dijo él
mismo al principio de la Gitanilla «esto del ham¬
bre tal vez hace arrojar los ingenios á cosas que

no están en el mapa.» 62.


Cetina (doctor Gutiérrez de), aprobador de las
Ejemplares 6.
159
Páginas

Cintliio (J. B. Giraldi) poeta y novelista italiano


del
siglo XYI 130.
Clemenein (D. Diego), Edición y notas al Quijote.
Madrid 1835-39, 6 vols 53 n. 63,76 n.

93 n. 106 n.

Coelho (Jorge) abad lusitano del siglo XVI tra¬


ductor de Luciano 112 n.

Coello (D. Antonio), dramaturgo del s. XVII. . . 153 y 154.


Córdoba (Canónigo), sobre la Zarabanda. . . . 139.
Cotarelo (D. Emilio), Investigaciones bio-biblio-
gráficas sobre Tirso, Madrid, 1893 102 n.
Covarrubias, sobre la zarabanda 139.
Chasles (Mr. Emilio) Michel de Cervantes sa vie,
son
temps, son oeuvre politique et litteraire
Deuxieme editión, París, 1866 25, 43 n. 95,
96, 110 n. 119
v 136.
Chesner (D.a Matilde), escribió seudónimo
con el
Eafael Luna, sobre las Ejemplares. 1878 70 . . . n.
Diaz deBenjumea (D. Nicolás) V. Jarvis. . . .124n yl26n.
Dumas (padre é hijo) 123.
Ems (Caspar) traductor del Licenciado con el ti¬
tulo de Homo vitreus 153.
Enzinas (Francisco de) helenista del siglo XVI,
traductor de Luciano 112 n.
Erizzo (Sebastian) novelista veneciano del siglo
XVI 130.
Estala (D. Pedro) opina en carta que insertó el
Correo de Madrid (antes de los ciegos) á 3 No¬
viembre de 1787 que El curioso impertinente
no es de Cervantes
8, 9 y 10.
Estrabón (de Capadocia) geógrafo del siglo I antes
de C. Geografía en 17 libros: el 3.° trata de
lo concerniente á España 99.
Estrella (D. Gabriel) 154.
Fenelón (Francisco Salignat de la Motlie), amante
del Diálogo 109.
Fernandez de Avellaneda (Alfonso). 12 y 125.
Las cuatro ediciones castellanas más conocidas
del Quijote de Avellaneda son: la de Tarragona,
1614; la de Nasarre (con el nombre de D. Isidoro
Perales) Madrid 1732: la del tomo XXXIV de la
160
Páginas

Biblioteca de Autores españoles de Rivadeneyra,


Madrid 1851 y la de la Biblioteca clásica, Bar¬
celona, 1884.
Fernandez de Navarrete (D. Eustaquio) Bosquejo
histórico sobre la novela española, t. XXXV de
la Biblioteca de Autores
españoles Passim.
Fernandez de (D. Martin), Vida de
Navarrete
Miguel de Cervantes Saavedra, Madrid en la
imprenta real, 1819 Passim.
Fernandez Duro (D. Cesáreo) Cervantes marino,
Madrid 1869 41.
Fernandez Guerra (D. Aureliano) 10, 67, 122.
«Noticia de un precioso códice de la Biblioteca
colombina: algunos datos nuevos para ilustrar el

Quijote; varios rasgos ya casi desconocidos, ya


inéditos de Cervantes, Cetina, Chaves y el Bachi¬
ller Eugrava.» Madrid, 1864, un vol. de 82 págs. en
4.° mayor á dos columnas y letra muy ceñida.
Las obras que se suponen de Cervantes son: la
carta descriptiva del Torneo, una tercera parte de
una relación de la cárcel de Sevilla y los entre¬
meses La cárcel de Sevilla y El hospital de podri¬

dos. Todo ello se había


publicado textualmente
en el año anterior Apéndice del tomo 1 de la
en el
excelente obra bibliográfica de los Sres. Zarco del
Valle y Sancho Rayón, intitulado «Ensayo de una
biblioteca española de libros raros y curiosos, for¬
mada con los apuntamientos de D. B. J. Gallardo
etc.» Imp. y estereot- de M. Rivadenevra. En las
Obras completas de Cervantes va el Torneo en el
2.° tomo y La tía fingida, que también forma par¬
te del códice, con bastantes variantes y supresio¬
nes respecto á la de Porras en el tomo VIII.

Ferreiro (D. Martin) Un mapa de Cervantes, viajero.


V. Foronda.

Figueroa (Diego), dramaturgo del s. XVII. . . 154.


Florián, hispanófilo francés de s. XVIII . . . . 70.
A más de haber trasladado á la lengua francesa

el caballero Florián La Calatea compendiada y


cuatro novelas ejemplares (entre ellas Leocadia y
El coloquio) tradujo asimismo el Quijote, Paris

1799, 3 vol.
161
Páginas

Foronda (D. Manuel), Cervantes, viajero, Madrid,


1880 41 y 136.
Francesón (G. C.) Editor, en colaboración con
Wolf, de La tía fingida 8, 9,10y 148.
Gallardo (D. Bartolomé José) I0,122n. 149.
«El criticón | papel volante | de | Literatura y
Bellas-artes| por D. Bartolomé José Gallardo- |
Madrid ¡ Imprenta de Sancha | 1835»—Son 5 n.°s
con paginación
especial. Después del prospecto
(XI págs.) á la cabeza del primer número dice:
La tíaFingida ¿es novela de Cervantes? ....

Gamero (D. Antonio Martin) La ilustre fregona


y el mesón del Sevillano, Toledo, 1872. . .92. .

García de Arrieta (D. Agustín) 6, 9, 85,129 y


148.
«El espíritu de Miguel de Cervantes y Saavedra;
va añadido al fin La tíafingida por D. Agustín
García de Arrieta, bibliotecario de los estudios
reales.» Madrid, imprenta de la viuda de Vallin,
año de 1814, 16.° de XLTI —228 págs. El mismo
Arrieta dio otra edición de ella, vista ya la de

Navarrete, en su «Colección de obras escogidas de


Miguel de Cervantes Saavedra. Nueva edición
clásica arreglada, corregida é ilustrada con notas

históricas, gramaticales y criticas»—10 vol.s 8.°


París 1826. En los tomos 7.°, 8.° y 9.° se contienen
las novelas, incluyendo El curioso impertinente y
El capitán cautivo, la Adjunta al Parnaso y

poesías; en el décimo La Numancia, La. Entrete¬


nida y nueve entremeses. (1)
Giovanni, novelista florentino del siglo XIV. . . 130.
Góngora (D. Luis) 134.
González (D. Tomás). . 107 n , 126
y 126 n.
Granucci (Nicolás) novelista italiano del siglo XVI. 130.
Guevara (Obispo D. fr. Antonio) 131 n.
Guicciardini, historiador italiano continuado por
Bolta 100 n.

Haedo (Diego), abad, y D. Diego, Obispo).

(l) En los seis primeros tomos van: Advertencias, Vida de Cervantes, de


Navarrete (abreviada), Análisis de Ríos y El Quijote, con notas en cada tomo.
11
162
Páginas

No puede prescindir, al hablar del cautiverio


se

de Cervantes en
Argel, de mencionar á sus más
antiguos panegiristas, los Haedos, en una obra
que se había oscurecido^ hasta que la hizo célebre
el P. Sarmiento en 1752, y que desde entonces ha
sido justamente explotada (de primera ó segunda
mano) por todos los que se han ocupado en la vida
de nuestro autor. Esta obra, escrita á fines del siglo
XVI por el Arzobispo, fué corregida por su sobri¬
no en primeros días del XVII, que sin embargo
los
no pudo darla á luz hasta 1612; siendo sus noticias

tanto más auténticas y dignas de aprecio cuanto

que debió conferirlas con el mismo Cervantes en


Valladolid, según indicios vehementísimos admi¬
tidos por todos los cervantistas. He aquí una copia
exacta de su portada «Topographia | é Histo [

ría general de Ar | gel, repartida en cinco


tra | tados, do se verán casos extra- | ños, muertes

espantosas, y tormentos exquistos, | que convie¬


nen se entiendan en la Christian- | dad: con mu¬
cha doctrina, y ele- | gancia curiosa. | Dirigida al
Ilust | isimo (sic) señor Don Diego | de Haedo,
Arzobispo de Palermo, Presidente, y Capitán ge¬
neral I del Reino de Sicilia.| Por el Maestro fray
Diego de Haedo Abad de Fromerta, de la Orden
del Patriar- | ca San Benito, natural del valle de
Carranza (1). (Escudo del arzobispo | Con privile¬
gio.) En Valladolid, por Diego Fernandez de Cór-
dova y Oviedo Impresor | de libros. Año de
M.D.C.XII | A costa de Antonio Coello mercader
de libros.» | Consta la obra de 210 hojas foliadas,
en 4.° á dos columnas cada plana: al final va la
Tabla de materias en ocho hojas sin foliar.
Hardy (Alexandre), uno de los precursos del tea¬
trofrancés, entusiasta imitador de Cervantes 22, 77, 106. .

Hartzenbusch (D. Juan Eugenio) 67,92 v 102 n.


«Las 1633 notas puestas por el Excmo. é Ilus-
trísimo Sr. D. Juan Eugenio Hartzenbusch á la

(1) Este valle no pertenece ó la provincia de Santander, ni ha pertene¬


cidojamás, como creen algunos, siguiendo á D. Nicolás Antonio (montanai
Burgensis), sino á la de Vizcaya. (N. del A).
168
Páginas

primera edición del Ingenioso Hidalgo, reprodu¬


cida por D. Francisco López Fabra con la foto-
tipografía,» Barcelona 1874, pág. 191. Dice el se¬
ñor Hartzenbusch que el Sr.
Rosell creía encontrar
también, aunque algo confusamente bosquejado,
á Lope de Vega descendiente
del valle de Carrie-
do en el joven
Diego de Carriazo, poeta, músico
etc , como el Fénix de los
ingenios.
Hegel (J.e G.° Federico) Esthetique. traductión
íranqaise, París, 1875 140.
Heliodoro, obispo fenicio (siglo IV) citado por
Cervantes en el Prólogo de las Ejemplares
(por
errata pone en las primeras ediciones
Cliodoro,)
con quien quería emular en su Pensiles. Es
autor de la novela, ó Historia de Teagenes y
Caridea, en 10 libros 4.
Herrera (el Divino, Fernando de) 131 n.
Homero 17.
Horacio 17.
Hortigosa(fray Diego), aprobador délas Ejemplares. 6.
Huerta (Jerónimo) sobre la zarabanda 139.
Huet—Traité de ll origine des romans (París, 1711). 4 n. y 139.
Hugo (Víctor) genio francés, obras han lle¬
cuyas
nado casi todo el siglo XIX—Níiestra Señora
—Marión de Lorme 25, 26 n., 29
n., 31, 100 y
123.
Hurtado de Mendoza (D. Diego), insigne poeta,
autor del Lazarillo y helenista, traductor de
Luciano 112 n.

Jarava (Juan) médico del siglo XVI, traductor de


Luciano 112 n.
Jarvis . * 124 n.
En Jarvis (Quijote en inglés, 1742) parece se
encuentra el primer hilo del supuesto protestan¬
tismo de Cervantes, ó por lo menos de sus sátiras
á la Iglesia Católica, (1) que sigue en Puigblanch
(La inquisición sin máscara, Cádiz, 1811 y Lon¬
dres (en inglés)
1816); continuando en nuestros

(1) Ya combatió Pellicer esta pretensión de Jarvis (Nota 3.a al c. 52 de


la 2.a parte del Quijote).
164
Páginas

dias ingrata y absurda tarea Diaz de Benju-


esa

mea (Varias obras, de 1859 ¿L 1881) (1), el encara-


tado Polinous (Interpretación del Quitóte, 1893)

y casi D. Baldomero Villegas (Burgos, 1899). . .

Jenofonte de Efeso, completamente desconocido,


autor de la novela Historia de Antía y Abro-
como. (Efesiacas) 4.
Juvenal, el gran satírico de Aquino 112.
Kaulbach, pintor alemán que en los frescos del
Museo berlinés ha pintado á Cervantes, como
uno de tantos genios que forman el pedestal de
Lutero 124 n.

Krause 140.
Laboulaye (Eduardo), escritor francés muy cono¬
cido, autor de El Príncipe perro. Por una ofus¬
cación se puso en su lugar Erchman Chatrian. 111 n.
Laguna (Andrés) ilustre médico del siglo XVI,
traductor de Luciano 112 n.

Lemos (Conde de), á quien van dedicadas las


Ejemplares 5.
León Mainez (D. Ramón) ilustre cervantista que á
más de su Crónica de los cervantistas, y una
edición del Quijote, está en estos momentos pu¬
blicando en Jerez, por entregas, Obras comple¬
tas de Cervantes precedidas de un magistral
estudio intitulado Cervantes y su
tiempo. . .

«Vida de Miguel de Cervantes Saavedra, Cádiz,


1876.» Un vol. 8.° en el que se analizan minucio¬
samente todas las obras de Cervantes. Este tomo
va á la cabeza de la edición delQuijote con notas
del mismo Sr. Mainez en 4 vol.
1877, 78 y 79.
Lizcano (Francisco) Verdadera cuna de Cervan¬
tes. 1892. . 8.

(1) Comentarios filosóficos del Quijote, 1859; La estafeta de Urganda, 1861;


El correode Alquije, 1886; El mensaje de Merlin, 1875; La verdad sobre el

Quijote, 1878; Biografía de Cervantes y notas al Quijote, es una edición de


lujo del mismo Quijote, Barcelona, 188-83 etc. Este cervantista empezó
muy bien y escribió perfectamente, pero luego se extravió, siendo fuerte¬
mente combatido por Valera, Asensio, Revilla, Tubino y Pereda, en dife¬
rentes obras,, muy principalmente censurando los sentidos esotéricos á

que Benjumea era muy aficionado. ¡Verdaderamente exotéricos é internos


tenían que ser, cuando nadie ha podido llegar á entenderlos basta que vino
al mundo el cervantista andaluz!
165
Páginas

Lodeña (D. Fernando), autor de un hermoso sone¬


to, que precede á las Ejemplares ...... 6.
Longo (desconocido), en su Novela pastoral de los
amores de Dafluis y Cloe ha servido de modelo
á Pablo y Virginia y ha sido elegantemente
traducido por nuestro D. Juan Valera, con el
pseudónimo un aprendiz de helenista. . . . 4.
Lope de Vega (fray Félix) 12, 92, 102,
124 y 134.
Entre los muchos competidores que quisieron
emular á las Ejemplares de Cervantes, figura á
la cabeza el fénix de los ingenios Lope de Vega,
que como todos quedó muy por debajo del inventor
del género. En 1621 publicó ya en Madrid Las
fdf tunas de Dianacon la Filomena: en 1623 otras
tres novelas y la Circe, y desde 1642 se imprimie¬
ron ya juntas ocho novelas, aunque
algunos dudan
de las cuatro últimas. Las palabras A que nos
referimos en el texto de la pág. 12 aparecen al

principio de una especie de introducción ó dedica¬


toria en que encabeza Las fortunas de Diana.

Lucilio, poeta satírico (siglo I)


romano 112.
Luciano de Samosata (siglo II), autor del por la
posteridad llamado El asno de oro 69, 109, 111
y112.
Luna(D. Rafael) Y. Chesner (Sra.)
M. V. Mesonero Romanos
Mainez. V. León Mainez
Manuel (D. Juan), insigne procer y escritor del
siglo XIV, autor del Conde de Lucanor, ó libro
de Petronio 11.
Marcial, poeta latino 139.
Mariana (P. Juan), historiador de spectáculis. . 139
Mavans (D. Gregorio) biógrafo de Cervantes . . 89 y 112.
Medina (Licenciado) 131 n.
Menage, sobre la zarabanda b .139.
Menendez y Pelavo (D. Marcelino), La novela en¬
tre los latinos, Santander 1875. Ideas estéticas y
Heterodoxos 4 n., 26 n.,
34 n. y 115.
Mesonero Romanos (D. Ramón) redactor de las
Cartas españolas. Catálogo bio-bliográfico etc. 10, 102 n.
166
Páginas

Milá (D. Manuel) Literatura general y española,


Barcelona, 1877, p. 340, sobre las Ejemplares. . 11.
Moliere, el primer poeta cómico francés, L' ecole
de maris etc 38.
Montalbán (el doctor Juan Pérez de) como dra¬
maturgo 22,102yl29n
Morán (D. Jerónimo) 68 n.
Lujosa edición de El Quijote por Dorregaray
Madrid, Imprenta Nacional 1862-63—3 vol. in fol.
En el tercero vá el Análisis de Rios y extensa
biografía de Cervantes de D. Jerónimo Morán.
Moratin (D. Leandro Fernandez de) El si, La
escuela etc 38.
Moreto (Agustín) 102.
Morlino (Jerónimo)poeta italiano, bastante bueno,
de principios del siglo XVI 130.
Muñoz Peña, catedrático 102 n.
Musset (Alfredo de) autor de Bernarette .... 123.
Nassarre (D. Blas) 159.
Navarrete, V. Fernandez de
Novilieri (Guillermo A ) 101 y 153.
Ortiz de Zúñiga (D. Diego) 55 n. y 58 n.
«Anales eclesiásticos y seculares de la muy no¬
ble y muy leal Ciudad de Sevilla por D. Diego
Ortiz de Zúñiga. Madrid 1677. in fol.»—La edición
á que nos referimos en el texto es la publicada
con bastantes adiciones por D. Antonio María Es¬

pinosa, Madrid 1795-96, 4 vol. 4.°


Pardo Bazán (D.a Emilia) La cuestión palpitante

(4.a edición Madrid, 1891). art. ó cap. 5.° Genea¬


logía 4.
Pellicer (D. Juan Antonio) 8, 59 u., 63,
93 n. y 139.
El laborioso bibliotecario Pellicer habia ya da¬
do Ensayo de una biblioteca de traductores
en su

españoles (1788) unas curiosas Noticias para la


vida de Cervantes, pero la biografía completa á
que se alude en el texto la incluyó en su edición
del Quijote rotulada asi: «El ingenioso hidalgo
D. Quijote de la Mancha. Nueva edición, corregi¬
da de nuevo, con nuevas notas, con nuevas es¬
tampas, con nuevo análisis, y con la vida del
167
Páginas

autor nuevamente aumentada.» En Madrid por don


Gabriel de Sancha, 5 vol. 8 0 1898. Contiene dedi¬
catoria al Principe de la Paz. Discurso preliminar,
Vida de Cervantes, El Quijote, Indice, Descrip¬
ción geográfica histórica, un mapa y lista de sus-
criptores. Otra calcada en la anterior y en la
misma imprenta en 9 tomitos 1798-1800, forma el
Tomo 9.° la Vida de Cervantes, á cuyo tomo nos
referimos en el texto.
Pérez (fr. Andrés) autor de la Pícara Justina . .11.
Pérez Pastor (D. Cristóbal) Documentos cervan¬
tinos 126 y 145.
Petrarca 130.
%■

Petronio Arbiter (siglo I) novelista latino autor


del Satyricón 111.
Platón, diálogos
sus 109.
Polinous, V. Jarvis 124 n.
Porto (Luis) italiano, á principios del siglo XVI
dió á luz Romeo y Julieta 130.
Porras de la Cámara (Lic.*10 Francisco) curioso
papelista del siglo XVI 7,8, 81, 121
n.,124 y 153n
Prevost (el abate) autor de Manon Lescaut . . . 123.
Piugblane, V. Jarvis 124 n.
Quevedo (D. Francisco) . 125.
Regnier citado por Chasles 136.
Richter (J. P.) l.er tratadista del humorismo . . 140.
Ríos (D.a Blanca) 126 n.
Rius (D. Leopoldo) 31 n., 77,106
n., 145 y s.
Rodríguez Marín (I). Francisco), cervantista se¬
villano que en un folleto acaba de publicar
que
(4 de Marzo de 1901) sostiene en vista de docu¬
mentos fehacientes la siguiente tesis:. Cervantes
estudió en Sevilla de 1564 d 1565. Ha hecho
una edición del Zeloso y hará pronto otra de
Rinconete 82 n., 126 y
153 n.

Rojas (Fernando de), autor de la Celestina (siglo


112 120.
XV) n
y
Rosell (D. Cayetano) 7 n., 37 11.,
90.
168
Páginas

Rotrón (Mr. Jean), imitador francés de Cervantes. 154.


Aunque en cualquier historia general puede
verse lo concerniente á la conquista de Chipre
por los turcos, hemos consultado especialmente
la Historia del combate naval de Lepanto etc. por
D. Cayetano Rosell. Madrid. 1853 en sus capítu¬
los I y II.
Ruiz (Juan), Arcipreste de Hita 140.
Ruiz de Vergara (D. Francisco) 136.
Sachetti (Franco), florentino de la escuela del
Boccaccio, siglo XIV 130.
Salas Barbadillo (Jerónimo), novelista siglo XVII. 6, 12.
Salillas (D. Rafael), Hampa (antropología pica¬
resca) 1898 22 y 29 n.
Sánchez (D. Tomás Antonio), ilustre cervantista
del siglo XVIII 8.
Sangrador (D. Matías), historiador moderno. . . 91.
Sansovino, biógrafo y poeta italiano del siglo XVI. 130 y 131 n.
Santa Maria (D. Ramón), como descubridor muy
reciente de la partida de bautismo de Rodrigo
de Cervantes en Alcalá de Henares en 1550, se
alude á él en la página 126 n.
Sarmiento (P. Martin) 139.
Sbarbi (D. José M.a) articulo sobre el saco de
Cádiz por los ingleses . . 58 n.

Scribe (Aug. Eug.), dramaturgo imitador de Cer¬


vantes : . . 154.

Scudery (M. Georges), imitador francés de Cer¬


vantes 154.

Schak, ilustre critico alemán 102 n.


Schopenhauer (id.) 140.
Sócrates (el gran filósofo griego) 109.
Solís (D. Antonio) como dramaturgo La Gitanilla
se imprimió por 1.a vez en colección, en Madrid,
1671; luego en 1681; Madrid, 1831 y por iiltimo
en la Biblioteca de Autores
españoles t. 47 (1858) 22,102,129n.
Solis Mejia (Juan de), autor de un soneto que
precede á las Ejemplares 6.
Strapparola novelista italiano del siglo XVI más
licencioso aún que el mismo Boccaccio .... 130.
Suarez de Figueroa (Cristóbal) enemigo de Cer¬
vantes 11.
169
Página»

Tacio—V. Aquilea Taclo. . ¡ . . , . » . ¡


Taime (Hipólito) tino de lOs corifeos de la crítica
moderna.. » > 14.
Tansillo (Luis) poeta italiano del sigdo XVI . . . 130, 131 n.
Taso gran poeta italiano (siglo XVI) 100.
Tellez (Gabriel; V. Tirso de Molina
Terencio, poeta cómico latino, autor de la Hécyra
ó la suegra. . 71 v sig.s
Ticknor (Mr. Jorge) aludido p. 34 (t. 2.°p. 220). . 63.
«Historia de la Literatura española por Mr. G.
Ticknor, traducida al castellano con adiciones
por I). Pascual de Gayangos y D. Enrique de Ve-
dia, Madrid, 1856, 4 vols. en 4.°»—En el 2.° habla
extensamente de nuestro autor.
Timoneda (Juan), autor del Patraiiuelo (cuentos). 11.
Tirso de Molina, En los Cigarrales llama á Cer¬
vantes el Boccaccio español, Quien da luego. 102 y sig.s y
130."
Valdés (Alonso y Juan) helenistas de la escuela
lucianesca (siglo XVI) 112 n.
Valencia (Pedro de), cronista de Felipe III, tra¬
ductor de Luciano 112 n., 116 y
116 n.

Valera (D. Juan) 123,124, 124


n. y 131 n.
«Sobre el Quijote y sobre las diferentes mane¬
ras de comentarle y juzgarle. Discurso leido por
el Sr. D. Juan Valera en la Eeal Academia
Española el dia 25 de Setiembre de 1864.» Ma¬
drid 1864. «Apenas si hallo en el Quijote una ver¬
dadera acción en el sentido rigoroso.» (Págs. 32 y

33). «Los amores de Dorotea y Luscinda los de


Grisóstomo, la historia del cautivo, las bodas de
Camacho, todo esto es ageno á I). Quijote Re¬
pito, con todo, que esto es culpa del asunto, y no
del poeta, y que, á pesar de esta culpa, es el Qui¬

jote uno de los libros más bellos que se han es¬


crito, y la primera con una inmensa superioridad
entre todas las novelas del mundo.» (Pág. 34).
«Estudios críticos sobre literatura, política y eos?
tumbres de nuestros días por D. Juan Valera de
la Real Academia Española,» tomo 2.° Madrid,
170
Páginas

1864 pág. 207. «Marión de Lorme y la Dama de las


Camelias han tenido sus predecesoras en Manon
Lescaut y la Doña Esperanza de Meneses de la
Tía fingida.»

«Apuntes sobre el nuevo arte de escribir nove¬


las.» Diez artículos publicados por D. Juan Vale-
ra en la Revista de España en 1887 y después en

varios libros. El que á la vista tenemos es el to¬


mo 3.° de las obras de Yalera. «Nuevos estudios
críticos» (de la colección de escritores castellanos)
Madrid, 1888. A pesar de que el Sr. Yalera consi¬
dera á Germinal como la mejor novela, la más

briosa, la más épica de todas las de Zola espanta


el extracto de obscenidades é inmundicias que
resulta de las cosas que atribuyen á niños de
se
ambos sexos, á viejos decrépitos etc. y sobre todo
la pintura repugnante de unas mujeres ensañán¬
dose en el cadáver del dueño de
un
figón y muti¬
lándolo asquerosamente, (Y. todo el articulo IX
y especialmente págs. 211 y 212).
Yiardot (M. Luis) 129.
Mr. Luis de Yiardot, hizo una traducción del
Quijote Francia (París, 1836—Id. 1864, 2 volú¬
en
menes 1.°)
quien también hace grandes elogios de
las Ejemplares (que publicó en francés en 1838)
en su obra «Estudios sobre la historia de las ins¬

tituciones, literatura, teatro y bellas artes en Es¬


paña,» París, 1835, 8.° (tenemos á la vista una edi¬
ción castellana de surtido, Logroño, 1841), así
como de las demás obras cervantinas en la parte
tercera, Prosa.
Vidal (D. Cristóbal) catedrático que fué de Sevilla,
traductor de Luciano 112 n.

Vidart , 123.
D. Luis Vidart, que ha hecho una critica com¬

pleta y concienzuda de todos los biógrafos espa¬


ñoles de Cervantes, dice asi en «Un historiador
francés (Mr. Chasles) de la vida de Cervantes»

Madrid, 1891 en la página 16. «El soberano inge¬


nio, más claramente dicho, el genio de Cervantes,
se elevaba por cima de la cultura general de la
época en que floreció; asi en el desenlace de la
171
Páginas

Tía fingida se casa un estudiante con cierta bellí¬


sima pucela ilustre antecesora de la Dama de
las camelias tan célebre hoy en óperas, dramas y
novelas Aquí se vé que el padre que Cervantes
presenta en La tía fingida pone en práctica en
el siglo XVII lo que Alejandro Dumas, hijo, aún
considera como un ideal en los tiempos presentes
al escribir su bella comedia Les idees de Madame

Aubray.»
Villegas (Esteban M. de), ilustre poeta riojano
(siglo XVII traductor de Luciano 112 n.
Villegas (D. Baldomero), Burgos, 1899 163.
Virgilio, el gran poeta latino 100n,
Weber, pone en música Preciosa, de ... . 154.
Wolf (Pío Alejandro).alemán, autor de la comedia
Preciosa, del siglo XIX 154.
Wolf (F. A.) insigne hispanófilo alemán, editor
con Francesón, de La tía fingida 8,9, 10 y 148.
Zapata 54.
Zayas (D.a María) novelista algo desenvuelta. 125. .

Zola (Mr. Emile) Germinal 124 y 124 n.


A
ADDENDA ET CORRIGENDA

Linea Dice Debe decir

Penúltima todas algunas de

32 y la envió , enviándola más tarde

4 primero segundo (Espíritu, págs. 18


y 22)

22 contra contra la primera parte de

13 Italia; Italia, y su gran cariño


hacia los vascos;

13 ANAFKH ANANKE

37 goleta galeota

7 mal mal:

22 de

20 y tienen tenían
21

28 (1883) (1878)

4 de las n.s echado echada

última de las n.* cervantista. cervantista, aunque lo in¬


tentó Moran

18 cuesta Cuesta

última de las n.s se acabe se trata

1.a de la n. Erchmán Chatrián Laboulaye

30 (valga el neologismo) cervantina,

23 161, n.s 61, nota

7 de la n. XVII XVII (empezando por las


mismas de Bruselas y
Pamplona del 1614)

15 homo vitreus. 1lomo vitreus. Este traduc¬


tor lo fué el gran his¬
panófilo alemán Caspar
Ems, y recientemente se
ha reproducido su tra¬
ducción en la Revue his-
paniqice, año de 1837.

.
SUMARIOS DE ESTA OBRA
PágS.

Advertencia 1
Primera Parte

De la novela en general
Cervantes novelista
Publicación de las Ejemplares y descripción de la edición principe
El códice de Porras 7
La tía fingida es de Cervantes 8
Ediciones y variantes de La tia 10
¿En qué concepto fué Cervantes el primer novelador español? . 11
Qué hay acerca de la moralidad en la novela? .... 11
Entusiasmo las novelas
por ejemplares 12
Ci-iterioque seguimos para juzgarlas 13
Valor histórico que puede concedérseles 15
Temeridad de algunos cervantistas y prudente parsimonia que hay
que guardar en esto de las apreciaciones históricas. . . 16
Segunda Parte
Análisis de La Gitanilla 21
Id. de El amante liberal 36
Id. de Rinconete y Cortadillo 41
Id. de La Espailola Inglesa 58
Id. del Licenciado Vidriera 67
Id. de La fuerza de la sangre 70
Id. del Zeloso extremeño 77
Id. de La Ilustre fregona 86
Id. de Las dos doncellas 02
Id. de La Señora Cornelia 07
Id. Cíe El casamiento engañoso 107
Id. de Coloquio de los perros 110
Id. de La Tía fingida 120
Tercera Parte
Sección orgánica.—Relación de las Novelas ejemplares
con las demás obras cervantinas
Bases para la clasificación
Fundamento de la que
del género novelesco
adoptamos
127
132
Novelas de carácter . 132
Id. de costumbres 135
Id. humorísticas 140
Relación y enlace de estas novelas entre sí y armonía de su conjunto. 141
Apéndice l.°
Ediciones más notables de las Novelas Ejemplares y noticia de
algunas imitaciones -

Apéndice 2.°
Indice alfabético de los autores que se~~
citan en este^-libro.
/ \ y y'\
. . 155
173
Addenda et corrigenda
h.

•M"' V
7%>£

.a . *rSí» T ....
1103686765

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