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CERVANTES
Q 2.340
ESTUDIO HISTOBICO-CRITICO
sobre las
VITORIA
en¿uo¿aú¿a- rza/mú^a-e/o^,
yZ¿/¿án Qj//¿i4>a>¿K.
Don Aldolfo Bonilla y San Martin, Secretario
1.° del AteneoCientífico, Literario y Artís¬
tico de Aíadrid.
Corona de Arago [
En_ Madrid, por luán de la Cuesta:
Véndese en casa de Fracisco de Robles, librero del Rey
nro Sor.» En el centro de la segunda plana pone: «En
Madrid | por Juan de la Cuesta | Año MDCXIII.»—
2.a hoja. «Tabla de las Novelas: La Gitanilla, El Amante
liberal, Rinconete y Cortadillo, La Española Inglesa, El
Licenciado Vidriera, La fuerza de la sangre, El Zelosó
Estremeño, La Ilustre fregona, Las dos Doncellas, La
Señora Cornelia, El Casamiento engañoso, La de los
perros.»—En el mismo folio, á la vuelta. «Feede erratas.
Tassa» de 71 pliegos, que á 4 maravedís cada uno «mon¬
ta ocho reales y 14 maravedís en papel,» 12 de Agosto
de 1613.—3.a hoja. Traslado al P. Presentado fray Juan
Bautista, firmado por el doctor Cetina á 2 Julio 1612—
Aprovaciones: de fr. Juan Bautista 9 Julio id; del Dr. Ce¬
tina id, id. y de fray Diego de Hortigosa á 8 de Agosto
1612—4.a hoja. Otra aprovación, por encargo del Consejo
de Aragón hecha á 31 de Julio de 1613, por Alonso Ge¬
rónimo de Salas Barbadillo. Vuelta de la hoja 4.a y toda
la 5.a; suma del privilegio de Castilla al autor por diez
años, Madrid, 22 Noviembre 1612. «Yo el Rey.» Por
mandado del R. N. S. Jorge de Tovar.—6.a hoja y pri¬
mera plana de la 7.a Privilegio de Aragón por diez años.
San Lorenzo el Real, 9 Agosto 1613 etc.—Vuelta de la
7.a hoja, 8.a y 9.a; Prólogo [ al Lector.—Vuelta de la
hoja 9.a y hoja décima. Dedicatoria al conde de Lemos
suscrita por el autor en Madrid, 14 de Julio de 1613.—
Hoja 11 recto: Soneto del Marqués de Alcañices: verso,
dos décimas de Fernando Bermudez de Carvajal.—Hoja
12: Sonetos de D. Fernando de Lodeña y Juan de Solis
Mexía.=Al folio I comienza el texto con la Novela, | de
la Gitanilla y en todos los títulos sigue precediendo la
palabra Novela, incluso en el último, en que dice tex¬
tualmente: Novela, y Colo \ quio que pasó entre Cepión y
Ber | gama etc. etc.
Nos ha parecido muy conducente esta nimia indicación
bibliográfica del texto genuino que vamos á examinar,
porque no han faltado las supresiones y variantes de
diversa índole en las ediciones posteriores, en algunas de
las cuales, partiendo de la de Arrieta, amén de ciertas
alteraciones parciales, se ha llegado á cambiar audaz¬
mente el plan del autor, dislocando las partes del mismo,
ó sea trasponiendo el orden de las novelas.
7
1, LA GITAN1LLA DE MADRID
más amaba el
mundo, arrebatada de manos de los
en
ó la amiga, que queremos que cada una sea del que le cupo en
suerte. Entre nosotros así hace divorcio la vejez como la muer¬
te: el que quisiere puede dejar la muger vieja, como él sea
mozo, y escoger otra que corresponda al gusto de sus años.
Con estas y con otras leyes y estatutos nos conservamos y vivi¬
mos alegres: somos señores de los campos, de los sembrados,
de las selvas, de los montes, de las fuentes y de los rios: los
montes nos ofrecen leña de balde; los árboles frutas; las viñas
uvas; las huertas hortaliza; las fuentes agua; los rios peces, y
los vedados caza; sombra las peñas; aire fresco las quiebras, y
casas las cuevas. Para nosotros las inclemencias del cielo son
tendidos prados y espesos bosq ues, que á cada paso á los ojos
se nos muestran. Somos astrólogos rústicos, porque como casi
siempre dormimos al cielo descubierto, á todas horas sabemos
las que son del dia y las que son de la noche: vemos cómo arrin¬
cona y barre la aurora las estrellas del cielo, y cómo ella sale
con su compañera el alba alegrando el aire, enfriando el agua
y humedeciendo la tierra; y luego tras ellas el sol, dorando
cumbres, como dijo el otro poeta, y rizando montes; ni teme¬
mos quedar helados por su ausencia, cuando nos hiere á soslayo
haciendo notar en fin una vez más, «que los moros son
en extremo celosos, y encubren de todos los hombres
los rostros de sus mujeres; puesto que (1) en mostrarse
ellas á los cristianos no se les hace de mal quizá debe de
ser que por ser cautivos no los tienen por hombres ca¬
bales.»
Mas en medio de estasdescripciones de costumbres,
ora enérgicas,
domina en
ora apacibles y siempre bellas, lo que
esta novela es el estudio psicológico.
^
La her¬
mosa y altiva Leonisa desdeña al apuesto, varonil y
generoso Ricardo por un mozo atildado, de blancas ma¬
nos y rizos cabellos, de voz meliflua
y amorosas palabras,
todo hecho de ámbar y de alfeñique, hasta que con la
experiencia propia y el desenvolvimiento de los sucesos
va labrando en su corazón la cualidad y nobleza de alma
del desdeñado, con ventaja á la falta de generosidad y
valor personal del elegante Cornelio, acabando por apa¬
sionarse decididamente por Ricardo, á quien vemos
también á su vez, ora víctima de rabiosos celos, ora
abatido y angustiado, pero siempre tierno, apasionado,
digno y valeroso y con abnegación suficiente para ver
casados á Cornelio y Leonisa, con tal de que ésta sea
feliz. En los tres moros domina la lubricidad, siquiera
los anime á empresas arresgadísimas, lo mismo que en
el arráez y en el judío mercader; y los renegados Maha-
mut y Halima vienen por fin, con abrir de nuevo los
ojos á la fé de Cristo, á realizar un buen matrimonio de
conveniencia.
Cuanto al mérito del Amante, las conceptuosas suti¬
lezas y expresiones relamidas de ciertos diálogos, la
languidez, nimiedad y exageración de algunos relatos
amorosos (2), el carácter frío é indeciso de Leonisa, la
que era del lugar de Trápana, lo misino podía ser español que
siciliano y aun esta misma vaguedad nos suministra el indicio
de que si este personaje no era andaluz ó catalán ó castellano
fué únicamente para diferenciarlo por su nacionalidad de los
otros varios personajes ya citados quo tuvo á la vista para
copiar de ellos las aventuras de El Amante liberal.
45
peculiar y genérica.»
«Más de una vez un caballero de la mayor alcurnia mereció
el apodamiento nacional, y más de una vez aparece en escena
el picaro, virtuoso, limpio, bien criado y más que medianamen¬
te discreto, como en La ilustre fregona. El Carriazo de esta
novela de Cervantes no es una excepción.»
«Resulta, pues, que en los lugares truhanescos aparecen
especificadas casi todas las condiciones y tendencias nacionales
que dan color á nuestra nacional picardía, tendencias que unas
veces no consisten en otra cosa que en manifestaciones de un
parasitismo que bien puede llamarse laborioso, aunque por su
apego á la industria se desenvuelva en industrias inmorales:
en un apicaramiento colectivo que califica de hería á gentes
determinadas ó indeterminadas de una localidad; en una afi¬
ción á la fiesta y á la holganza, y en un alarde de valor que,
sirviéndonos de la alusión mitológica de Céspedes, podremos
decir que junta á Marte con Venus, naciendo de aquí el ager-
nen, los calzones eran de lien¬ bros, los calzones eran de lien¬
zo, y las medias de carne. zo,y lasmedias calzas decarne1
Mas,
ya que tenemos delante al ingenioso autor del
Buscapié',queremos hacernos cargo do- una enmienda
que atinadamente propone en la lectura de un pasaje
viciado. Todavía en las primeras páginas de la novela y
con referencia á dos valientes que estaban en casa de
Monipodio se lee lo siguiente: «Se quitaron los'capelos
y luego volvieron á su paseo. Por una parte del patio y
por la otra, se paseaba Monipodio;» debiendo leerse,
según Castro, de este modo: «Se quitaron los capelos y
luego volvieron á su paseo por una parte del patio, y por
la otra se paseaba Monipodio.» (1)
Si el ilustre cervantista gaditano hubiese tenido oca¬
sión de manejar las ediciones primitivas de las Ejempla¬
res, hubiera observado el texto de las mismas es
que
exactamente igual á lo él
propone; pero habiéndose
que
introducido muy pronto (es decir en el mismo siglo
XVII,) por descuido de algún impresor, dos puntos des¬
pués de la palabra paseo, esta versión vino á cambiarse
luego en un punto, que con tanta razón rechaza Castro.
Como el privilegio de propagación de los errores sea tan
notorio, sólo recordamos que se halle restablecido este
texto genuino, ó sea tal como lo escribió Cervantes, en
sus Obras completas (1864,) de donde se tomó en la
esmeradísima edición de la Biblioteca Clásica madrileña
(1883.) Por cierto que en el tomo V del Gabinete ele
lectura, se dá á este pasaje el siguiente giro: «Los cuales
(los dos bravos) de través y al desgaire le quitaron los
sombreros. Paseábase Monipodio con mucha gravedad, y
á cada vuelta que daba, hacía su pregunta á los dos
novicios.» (2)
Pero volvamos á la fecha de la acción de la novela.
¿Por qué varió Cervantes la edad del matasiete al poner
se
ceje centenares de veces en semejantes renuncios,
en unas ocasiones por descuido, en otras intenciona¬
damente y en las más por negligencia voluntaria. En
esta misma novela hay los siguientes anacronismos y
contradicciones, han fijado los mencionados
en que no se
literatos Afirma la señora Catalina en un diálogo de
familia ocurrido ocho días ántes de indicar el español lo
de los quince años, que tenían prisionera á Isabela hacía
ocho años, (1) sin haber dado cuenta á la Reina de ello.
Pues bien, ni aun con estos siete años de rebaja, ni po¬
niendo las cosas en 1604, como quiere Asensio, puede
aceptarse esta fecha en modo alguno, pues hacía ya un
año que había muerto la Reina Isabel (24 Marzo,
1603,)
si bien es claro que si anacronismo hay en suponer viva
á la hija de Enrique VIII en 1604, mucho mayor resul¬
taría el suponerla también con vida en 1611 (ó sea quin¬
ce años después del
saco de Cádiz) ocho años después de
su muerte. Y que Cervantes no prescindió en absoluto
del hecho del fallecimiento de Isabel de Inglaterra lo
prueba una velada alusión al mismo, pues cuando á
vivas instancias de esta Señora le dieron los padres de
Isabela las nuevas de su feliz arribo á Sevilla, así como
á los padres de Ricaredo, «de la Reina no tuvieron res¬
puesta,» lo cual nos autoriza á suponer que por entonces
acababa de morir. ¿Pero es que Cervantes, que siempre
fué distraído y más en los aledaños de su ancianidad,
cuando los meses y los años pasan con una rapidez ver¬
tiginosa, tendría presente al escribir -su novela en 1611
ó doce la fecha de la muerte de Isabel, ni siquiera la del
saco de Cádiz? El, que siempre se burló de la erudición
y minuciosidad de acotaciones y apostillas de sus doctos
ó indigestos contemporáneos y principalmente de Lope,
citaba casi siempre de memoria, sin tomarse el trabajo
de compulsar ó evacuar sus citas. Por eso en esta nove¬
la se vé palpablemente que descuidó en absoluto la ave¬
riguación de los años que en ella transcurren, sin que el
cúmputo de los que indica pueda resistir la más ligera
observación ó examen.
Cervantes era poeta ante todo, y aunque estuviese en
el pensamiento es ligero,
bien pueden acompañarme, (1)
bien podía aplicar también á sus novelas la fórmula
estética de que el tiempo y el espacio no están sometidos
á las mismas leyes en la realidad que en la poesía. No
es pues la exactitud de las fechas lo que debemos buscar
en las Ejemplares, por lo cual observamos (concretán¬
donos ya á La Española Inglesa) que ni el autor señala,
ni tal vez lo tenía presente, el año del saco de Cádiz, con
cuya reminiscencia se abre el cuento. Pero aun supo¬
niendo que lo tuviese en cuenta no hay que perder de
vista que Cervantes era algo dado á la hipérbole y acaso
le parecería natural que la madre de Ricarodo, apurada
por no haber dado parte á su Soberana en tanto tiempo
de la presa hecha por su marido en España, abultase la
falta aumentando en tres ó cuatro los años transcurri¬
dos; al padre de Isabela, podríamos también
y en cuanto
suponer (á falta de otra explicación auténtica) que su
dolor por la pérdida de su única hija le hiciese casi tripli¬
car los años que hacía que en tal desgracia se hallaba el
en La
Española Inglesa y no otro género de cómputos y
comprobaciones numéricas.
Así es que tenemos que prescindir completamente del
testimonio de la inglesa Catalina y del del español padre
de Isabela respecto á los ocho y á los quince años trans¬
curridos desde la toma de Cádiz; y puesto que la Reina
Isabel murió en 1603, para hacer posible su intervención
en la fábula, es necesario poner alguno^ meses antes de
V. EL LICENCIADO VIDRIERA
(1). Nótese que este mismo nombre y apellido eran los del
alcalde de la Audiencia real de Sevilla que en 1587 dió algunas
comisiones á Cervantes (V. Moirán, t. III p. 335). Y aunque
también pudiera envolver algún misterio el traer aquí á cola¬
ción á Valdivia (como lo envuelve el personaje Isunza en la
Señora Cornelia), tal como que el
Alcalde protector
de Cervan¬
tes pudiese tener hijo de su mismo nombre dedicado á las
un
armas, es punto éste que hasta hoy no creo haya sido diluci¬
dado por ningún cervantista.
69
(2)
Y eso que para Florián sólo cuatro de las Ejemplares
eran dignas del autor del Quijote. Otra de su predilecta era el
Coloquio, que también tradujo.
71
72
litudes indisculpables,
que nos hacen recordar el que
alguna bonus dormitat Romeras. No queriendo el
vez
autor que en sus Ejemplares asistiésemos á ningún
adulterio (por lo menos de mujer), y sacrificándolo todo
á la mayor moralidad de su cuadro, ocúrresele hacernos
creer que Leonora sólo había sido culpable de pensa¬
miento é intercala, un poco antes de la sorpresa del
marido, este absurdo párrafo: «Pero, con todo esto, el
valor de Leonora fué tal que en el tiempo que más le
convenía lo mostró contra las fuerzas villanas de su
astuto engañador, pues no fueron bastantes á vencerla
y él se cansó en balde y ella quedó vencedora, y en¬
trambos dormidos».
Aun admitiendo que en trances tales acostumbra
Cervantes dotar de fuerzas extraordinarias á las heroí¬
nas de sus cuentos (1), y que por este lado'fuese admi¬
sible el que sin auxilio de nadie pudiese Leonora defen¬
der su honor viéndose forzada; no es verosímil ni
probable bien inclinada al joven por los procedi¬
que
mientos analítico y sintético (el primero para el marido
y el segundo para el amante), pues desde el momento en
que lo vió «le iba pareciendo de mejor talle que su ve¬
lado» ó marido, y habiendo entrado en la habitación
donde el galán la aguardaba, si con escrúpulos y remilgos,
de su completo grado y movida por las encendidas pin¬
turas y excitación al deleite de la dueña; no es creíble,
(1)
En el Apéndice se dará cuenta de una edición del Rin-
conete y del Zeloso que basada en la de Bosarte se acaba de
publicar en Sevilla (N. de 1901).
83
(1) Este rasgo de las costumbres catalanas del siglo XVI nos
trae á la memoria el episodio de Timbrio (Galatea, t, 11,) roba¬
do por la cuadrilla de un valeroso caballero catalán y las
aventuras del famoso Roque Guinart en el Quijote, acerca de
cuya personalidad é historia largamente disertaron Pellicer y
Clemencin, en su lugar oportuno.
94
X. LA SEÑORA CORNELIA
tumbres. (1)
Ahora bien, la mayor parte de las obras de Cervantes
ofrecen tanta vida y tales atractivos que, ya en su inte¬
gridad, ya en diversos episodios de algunas, se han ins¬
pirado para las suyas, no sólo nuestros dramaturgos
Lope, Moreto, Castro, Montalbán, Solis, Castillo ¡áolór-
zano, sino otros franceses, iugleses y alemanes. Pero
nadie ha demostrado tanto cariño y empeño en su imi¬
tación como Tirso, al apoderarse de todo el argumento
de Cornelia para su comedia Quien cía luego da dos ve¬
ces. (2) No vamos á hacer un detenido paralelo entre
ambas producciones, pues no es conducente. Solo dire¬
mos lo estrictamente necesario para que quede sentado
su estrechísimo parentesco y aquello que nos parece
(1)
Además de ser los jóvenes Gamboa é Isunza los caracte¬
res quizás más perfectos ó bondadosos que Cervantes ha traza¬
do en sus obras, be aquí lo que dice una patrona de huéspedes
en Bolonia: «He venido á ser masara de españoles, á quien
ellos llaman ama: aunque á la verdad no tengo de que
quejarme de mis amos, porque son unos benditos, como no
estén enojados;
y en esto parecen vizcaínos, como elíosdicen
que son; pero quizás para consigo (así en la edición príncipe,
lo
contigo en la de 1614) serán gallegos, que es otra nación, según
es fama, algo menos puntual
y bien mirada que la vizcaína.»
(2) Hacen mención de ella, en sus meritorios trabajos acer¬
ca del ilustre mercenario, Mesonero
Romanos, Hartzenbusch,
laBarrera, Schak, Muñoz Peña y Cotarolo; fijándose en sus
coincidencias con Cornelia el Sr. Hartzenbusch y más decidi¬
damente el Sr. Cotarelo. Por ellos sabemos que esta novela so
ha impreso suelta alguna vez. Nosotros no hemos podido hallar
más ejemplar que un cuaderno de letra moderna que se custo¬
dia en el departamento do manuscritos de la Biblioteca Na¬
cional.
103
CIPIÓN Y BERGANZA
rese que ellos son muchos, y cada dia ganan ó esconden poco ó
mucho, y que una calentura lenta acaba la vida como la de un
tabardillo; y como van creciendo, se van aumentando los es-
condedores, que crecen y han de crecer en infinito como la
experencia lo muestra. Entre ellos no hay castidad, ni entran
en religión ellos ni ellas: todos se casan, todos multiplican,
porque el vivir sobriamente aumenta las causas de la genera¬
ción: no los consume la guerra, ni ejercicio que demasia¬
damente los trabaje. Róbannos á pié quedo, y con los frutos de
nuestras heredades, que nos revenden, se hacen ricos. No tie¬
nen criados, porque todos lo son de si mismos. No gastan con
sus hijos en los estudios, porque su ciencia no es otra que la
del robarnos. De los doce hijos de Jacob, que he oido decir que
entraron en Egipto cuando los sacó Moysés de aquel cautiverio,
salieron seiscientos mil varones, sin niños y mujeres; do aquí
se podrá inferir lo que multiplicarán las destos, que sin compa¬
ración son en mayor número. (2)=Cipión=Buscado se ha
remedio para todos los daños que has apuntado y bosquejado
ca.» (1)
A pesar de todas las reminiscencias á que los Nava-
rretes se refieren, y mal que pese al bien intencionado
resumen de Chasles, El Coloequio, lo mismo que su intro¬
ducción El casamiento engañoso, tienen un saborete, un
dejo especialísimo, que nos persuaden que fueron escri¬
tos en Valladolid, á orillas de la Esgueva y á espaldas
del Hospital de la Resurrección, de 1604 á 1606: no
siendo cierto que Cervantes aludiese en modo alguno á
la expulsión de los moriscos en el Coloquio, ni este pro¬
cedimiento (entre tantos que por entonces estudiaban
los teólogos) lo tuvo él en cuenta, á no ser como medi¬
da futura, ni hay nada claro y terminante acerca de
acontecimientos ocurridos en el siglo XVII: todavía, si
alguna frase, noticia ó reflexión hay en él (y no dejamos
de comprender que las hay alusivas al régimen político
del duque de Lerma) por Cervantes aprendidas de 1610
á 1612, pudó entrar en el retoque definitivo del Coloquio
al darse á la estampa. La única fecha positiva de este
apólogo, (valga lo que valiere) es la de 1589 referente al
Asistente Sarmiento; pero como efectivamente habíase
propuesto Cervantes que su sátira no solo correspon¬
diese al siglo XVI y principio del XVII, sino que alcan¬
zase á todos los tiempos, una vez más y ésta con más
(i) O. c. p. 401.
120
conjunto.
Lo que
sí juzgamos muy oportuno y conveniente es
recoger y ampliar ahora algunas de las indicaciones
hechas ya sobre un aspecto muy curioso de las costum¬
bres populares tan bien estudiadas por el autor de las
Novelas ejemplares, es á saber, la cuestión de los bailes
de su época.
Por más que todavía están en embrión los datos para
un estudio analítico de la psicología del baile es induda¬
(1) Al margen dice: «Cédula Real del Rey Felipe Segundo, despachada
en Cante á 25 de Agosto de 1559 dirigida al Conde de Niebla, Virrey del
Perú.»
I
138
10
146
signa las papeletas de la Biblioteca Nacional. En cambio elSr. Rius (1. c.)
en
se expresa asi: «Asigno la fecha de 1788 A los dos números que comprenden
estas dos novelas porque hablan de ellos, como de cosa reciente, las entregas
del Diario de Madridcorrespondientes A las 9 y 10 de Junio del propio año.»
Y como esto es inexacto y A mAs imposible (por que son posteriores los
números del Gabinete A los del Diario) falla el razonamiento. Quien ha dado
que zahieren A Cervantes, siendo así que es uno mismo, A saber el bibliote¬
cario D. Isidoro Bosarte.
148
(1) Tanto éste como Wolf y Francesóh fijan de 1(506 al 10 la fecha del
manuscrito de Torras, pero el 0 murió el Arzobispo.
(2) Tales son: «Comidos que fueron (y no de perros) ; D. Juan de Bra-
camonte (no el Arcediano de Jerez).....-, ¿Hay Príncipe en la tierra como
este ni perulero ni aún Canónigo (quod mayis est) etc. Y efectivamente,
tan bien han sido recibidas estas observaciones de Gallardo que los tales
intercalares (ya suprimidos antes por Arrieta) no han vuelto á copiarse, así
como lo de las golondrinas, el hierro vizcaíno, lo de los cordobeses en la
teca nacional hay una copia manuscrita en doce hojas útiles con la signa¬
tura P. V. Fol.—C. 18—N.° 8, de la edición de Berlín (en todo exactísima
menos en la ortografía), cuya procedencia se ignora, pero cuyo objeto está
1835-36.
Desde aquí para en adelante viene siempre acompañando
La tía á sus (ya que como poéticamente dice Ga¬
hermanas
llardo nació y se crió con dos de ellas), siguiéndose la lección
definitiva de Arrieta, que valiéndose del texto berlinés, hizo
dúos para que recorriese los lugares en que vivió el pastor Grisóstomo;
anécdota narrada por Navarrete y sabida de todos los españoles algo ilus¬
trados, pues en los diez años transcurridos se leyó con gran avidez la mag¬
nífica biografía del académico riojano, de la que se hizo una tirada extraor¬
dinariamente numerosa.
(1) Subrrayamos la palabra todas porque los castos oídos del editor vuel¬
ven nuevamente y suprime el soneto A un ermitaño,
A sentirse molestados
que figura la colección de Arrieta: lo mismo había hecho con una nota A
en
la Tía en que Arrieta hablaba de los v déla Celestina. Advertimos, A fuer
de escrupulosos y concienzudos, que no hemos comparado letra por letra las
ediciones madrileña y parisiense y nada tendría de extraño que hubiera
entre ellas alguna otra diferencia de poca monta A más de las indicadas,
152
(1) Que Arrieta continuase (no solo en las obras no publicadas por Cer¬
vantes como La tia y
Los habladores, sino en algunas otras como El viz¬
caíno fingido) en su ofuscación de poner usted por vuesa
merced, todavía se
concibe; pero que después que en la La tía berlinesa se modificó este error y
sobre todo desde que Gallardo hizo notar lo impropio de este tratamiento
en obras de Cervantes se venga empleando en una y otra y otra edición es
inconcebible. Una de las poquísimas, ya por nosotros elogiada antes de
ahora (págs.56 y 138, n.), en que se ha subsanado casi totalmente esta falta es
la excelente de la Biblioteca clásica de Madrid (calcada
la edición Obras
en
completas), y decimos casi por que todavía se comete este descuido en Los
dos habladores, si bien han pasado muchos años, pues el Teatro es de i8!)tí
y
87, y habrán cambiado las manos.
153
que al Sr. Marín habrá costado averiguar que el documento de carne y hueso
á quien representa Loaysa, no es otro que el poeta sevillano Alvarez Soria)
ahorcado en la misma Sevilla por robos en cuadrilla en la 2.;i mitad del
siglo XVI. En cuanto á la edición del liinconete, en términos análogos al
Zeloso, déjala el Sr. Marín para más tarde.
154
P áginas
Castelló (D V.) 56 n.
Castro (D. Adolfo de) ¿Cervantes fué ó nó poeta?
Biblioteca AA. españoles t. 42 al principio | Ma¬
drid,— 1857 34 n.
«Varias obras inéditas de Cervantes sacadas de
códices de la Biblioteca colombina con nuevas
93 n. 106 n.
1799, 3 vol.
161
Páginas
de Cervantes en
Argel, de mencionar á sus más
antiguos panegiristas, los Haedos, en una obra
que se había oscurecido^ hasta que la hizo célebre
el P. Sarmiento en 1752, y que desde entonces ha
sido justamente explotada (de primera ó segunda
mano) por todos los que se han ocupado en la vida
de nuestro autor. Esta obra, escrita á fines del siglo
XVI por el Arzobispo, fué corregida por su sobri¬
no en primeros días del XVII, que sin embargo
los
no pudo darla á luz hasta 1612; siendo sus noticias
Krause 140.
Laboulaye (Eduardo), escritor francés muy cono¬
cido, autor de El Príncipe perro. Por una ofus¬
cación se puso en su lugar Erchman Chatrian. 111 n.
Laguna (Andrés) ilustre médico del siglo XVI,
traductor de Luciano 112 n.
Vidart , 123.
D. Luis Vidart, que ha hecho una critica com¬
Aubray.»
Villegas (Esteban M. de), ilustre poeta riojano
(siglo XVII traductor de Luciano 112 n.
Villegas (D. Baldomero), Burgos, 1899 163.
Virgilio, el gran poeta latino 100n,
Weber, pone en música Preciosa, de ... . 154.
Wolf (Pío Alejandro).alemán, autor de la comedia
Preciosa, del siglo XIX 154.
Wolf (F. A.) insigne hispanófilo alemán, editor
con Francesón, de La tía fingida 8,9, 10 y 148.
Zapata 54.
Zayas (D.a María) novelista algo desenvuelta. 125. .
13 ANAFKH ANANKE
37 goleta galeota
7 mal mal:
22 de
20 y tienen tenían
21
28 (1883) (1878)
18 cuesta Cuesta
.
SUMARIOS DE ESTA OBRA
PágS.
Advertencia 1
Primera Parte
De la novela en general
Cervantes novelista
Publicación de las Ejemplares y descripción de la edición principe
El códice de Porras 7
La tía fingida es de Cervantes 8
Ediciones y variantes de La tia 10
¿En qué concepto fué Cervantes el primer novelador español? . 11
Qué hay acerca de la moralidad en la novela? .... 11
Entusiasmo las novelas
por ejemplares 12
Ci-iterioque seguimos para juzgarlas 13
Valor histórico que puede concedérseles 15
Temeridad de algunos cervantistas y prudente parsimonia que hay
que guardar en esto de las apreciaciones históricas. . . 16
Segunda Parte
Análisis de La Gitanilla 21
Id. de El amante liberal 36
Id. de Rinconete y Cortadillo 41
Id. de La Espailola Inglesa 58
Id. del Licenciado Vidriera 67
Id. de La fuerza de la sangre 70
Id. del Zeloso extremeño 77
Id. de La Ilustre fregona 86
Id. de Las dos doncellas 02
Id. de La Señora Cornelia 07
Id. Cíe El casamiento engañoso 107
Id. de Coloquio de los perros 110
Id. de La Tía fingida 120
Tercera Parte
Sección orgánica.—Relación de las Novelas ejemplares
con las demás obras cervantinas
Bases para la clasificación
Fundamento de la que
del género novelesco
adoptamos
127
132
Novelas de carácter . 132
Id. de costumbres 135
Id. humorísticas 140
Relación y enlace de estas novelas entre sí y armonía de su conjunto. 141
Apéndice l.°
Ediciones más notables de las Novelas Ejemplares y noticia de
algunas imitaciones -
Apéndice 2.°
Indice alfabético de los autores que se~~
citan en este^-libro.
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173
Addenda et corrigenda
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