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Los derechos reales, como su etimología lo dice (del latín realis, derivado de res, rei
‘cosa’), son los derechos que se constituyen sobre las cosas, en oposición a los derechos
personales que se constituyen sobre las personas (derechos de hacer, o sobre su
patrimonio).
Un buen ejemplo de derecho real es el derecho de propiedad sobre una vivienda, puesto que
permite utilizarla, disponer de ella y percibir sus frutos.
Con la obviedad de que un derecho implica una obligación, hay juristas para quienes, un
derecho real, es en realidad un derecho personal, que trae la obligación erga omnes (para
todos) de respetar ese derecho real.
Los derechos reales no se constituyen sobre todas las cosas, sino sobre aquellas que son
objeto de apropiación, naturalmente eso es un espectro amplio, por lo que es más fácil
enunciar cosas que no son objeto de apropiación como las estrellas, el sol, los mares, las
personas. A estas cosas que son objeto de apropiación se les denomina "bienes".
LOS DERECHOS REALES EN EL DERECHO ROMANO
Derechos Reales: Derechos patrimoniales:
El patrimonio:
Derechos reales:
Uno de los rasgos diferenciales más típicos está dado por los distintos elementos
constitutivos de ambos derechos. En los derechos reales como lo señalamos, solo concurren
el sujeto y el objeto, en tanto que en los derechos creditorios o personales existen dos
sujetos: el activo o acreedor y el pasivo o deudor, debiendo este procurar al primero el
objeto o la prestación. El objeto del derecho real es siempre una cosa y una cosa
determinada.
En dos grandes categorías pueden clasificarse los derechos reales: los que se ejercen sobra
la cosa propia (iura in re) y los que se constituyen sobre cosa ajena (iura in re aliena).
Pertenece a la primera clase el derecho de propiedad o dominio, que reúne en si todos los
caracteres de los derechos reales y que tiene contenido económica más alto. Se agrupan en
la segunda categoría los derechos reales llamados, con terminología moderna, limitados,
parciales o fraccionarios, entre los cuales se cuentan los que provienen del derecho civil,
como las servidumbres, y los que tienen su origen en el derecho honorario, como el ius in
agro vectigali, la enfiteusis, la superficie y la hipoteca, aunque más propiamente a propósito
de esta última se habla de derechos reales de garantía.
La posesión:
El término posesión deriva de la voz latina possessio, que a su vez proviene de possidere,
palabra compuesta del verbo sedere y del prefijo pos, que significa “poder sentarse o
fijarse”.
Se presentan en la posesión dos elementos que ya fueron distinguidos por los jurisconsultos
clásicos. Uno externo y material, que entraña el contacto o poder físico que el sujeto tiene
respecto de la cosa; el segundo, interno, subjetivo o espiritual, que consiste en la intención
de someter la cosa al ejercicio del derecho de dominio, con lo que el titular actua respecto
de la misma como la haría un verdadero propietario. El primer elemento constitutivo se
expresa por lo romanos con las palabras tenere o detinere, ese in possessione, possessio
corporalis, possidere corpore, o simplemente corpus. El segundo elemento lo designaban
con los términos animus possidende, affectio possidendi, animus rem sibi habendi, o
sencillamente animus.
Naturaleza jurídica: a los problemas que ha dado lugar la posesión, se suma el más
intrincado de ellos que es el de su naturaleza jurídica, sosteniendo unos tratadistas que la
posesión es un “hecho”, en tanto otros la consideran un “derecho”. Ambas teorías tienen
cabida en las fuentes romanas, pero a partir de los glosadores y comentaristas contó con
mayor adhesión el sistema que atribuye a la posesión la calidad de simple hecho.
De acuerdo con la forma como habría sido adquirida la posesión, es decir, cuál hubiese sido
la causa de su nacimiento, podía ser justa o injusta. La posesión justa es la que había tenido
una fuente legítima de adquisición; mientras que la posesión injusta, era la nacida por
efecto de un vicio o por lesión para el anterior poseedor. No obstante la diferencia existente
entre la possessio iusta y la iniusta en cuanto a las consecuencias prácticas, la tutela
posesoria alcanzaba tanto al poseedor justo como a quien ejercía la posesión vi, clam o
precario.
La posesión podía ser de buena o mala fe, en el caso de ser de buena fe, era aquel que creía
tener un derecho legítimo sobre la cosa poseída; mientras que poseía de mala fe el que
actuaba como poseedor a sabiendas de que carecía de derecho alguno sobre la cosa objeto
de su señorío. Así era posible que un poseedor de buena fe tuviera una posesión injusta.
De acuerdo con los efectos jurídicos que la posesión podía acarrear, los antiguos intérpretes
distinguieron la possessio ad usucapionem de la possessio ad interdicta. La primera era la
posesión de buena fe que por el transcurso del tiempo hacía que el poseedor adquiriera la
propiedad del poseído; mientras que la segunda, era aquella que no provocaba la anterior
consecuencia, pero que otorgaba al poseedor tutela para su señorío, por medio de los
interdictos posesorios.
Los autores han distinguido la possessio civilis de la possessio naturalis. Savigny identifica
la possessio civilis con la possessio ad usucapionem, y la possessio naturalis con la ad
interdicta.
La posesión se integra por dos elementos, uno material, que consiste en la aprehensión de la
cose y que da al poseedor la posibilidad de disponer de ella con exclusión de cualquier otro
sujeto; y otro intencional, que importa la convicción de comportarse respecto de la cosa
como si fuera propietario.
Protección de la posesión.
Podemos afirmar que la tutela de la posesión se vincula al principio del respeto al orden
constituido, dentro del cual el individuo no puede modificar una situación jurídica o de
hecho: se necesita la intervención de la autoridad jurisdiccional, que ordene se desista de la
posesión. De ellos se sigue que cualquier especie de posesión goza de la protección del
derecho. Se puede admitir que se debe defender la posesión como un medio de evitar una
perturbación del orden público y la paz social o coincidir con Ihering en cuanto entiende
que la tutela de la posesión es un complemento necesario de la defensa de la propiedad.
Para proteger la posesión, el derecho creó una defensa especial, los interdictos; que habría
aparecido en la época de las XII Tablas con el objeto de proteger las cosas privadas y más
singularmente las cosas públicas. El magistrado, en ejercicio de su imperium intimaba al
demandado una prohibición o expedía una orden con el objeto, de hacer efectivas las
pretensiones del peticionante de mantener o restablecer una situación jurídica privada digna
de tutela. Este procedimiento extra iudicium, se caracterizaba por su concisión y rapidez.
La doctrina de la época clásica agrupaba los interdictos posesorios en: interdictos que
tienden a retener, a recuperar o a adquirir la posesión.
Por el uti possidetis el pretor prohibía toda perturbación o molestia contra la persona que en
el momento de entablar el interdicto estuviera en posesión del inmueble sin los
acostumbrados vicios de violencia, clandestinidad o precario. Por su parte el interdictum
uturbi no se daba a quien estuviera poseyendo la cosa mueble en el momento de su
interposición, sino al que le año anterior la hubiese poseído más tiempo que el adversario,
sin los vicios de violencia, clandestinidad o precario. Con el derecho justinianeo desaparece
la diferencia entre los uti possidetis y los uturbi.
La facultad de decidir en mayor o menor medida el destino de los bienes es la idea central
que caracteriza lo que se conoce como derechos reales.
Usar, gozar y disponer de los bienes son los tres grandes atributos del principal y más
completo de los derechos reales, la propiedad. También se contempla la posibilidad de
destruirlos, cederlos, y en general de disfrutar de los frutos que éstos produzcan, o
beneficios que rindan, sin más limitaciones que las que pueda imponer la ley.