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LA SANTIDAD, TAREA DE TODOS

Por: Diác. Juan Cleofas Villarruel Salcido

Todos estamos llamados a ser santos, es la más alta misión a la que debemos aspirar
y se trata de la voluntad de Dios, pues Él quiere que todos nos salvemos y lleguemos al
conocimiento de la verdad (cf. 1Tim 2, 4) y que seamos perfectos como el Padre Celestial
es perfecto (cf. Mt 5, 48). En realidad, la santidad es como un motor que debe impulsar la
realización de todos nuestros esfuerzos, actividades y vivencias, haciendo que cada
momento, por ordinario que sea, adquiera sentido y plenitud; esto no es posible sin dejar
actuar al Espíritu Santo que vive en nosotros y que, como un guía, nos orienta a vivir en la
justicia, la bondad, la verdad, la belleza y, en definitiva, en el amor, pues el Señor nos
eligió «para que fuésemos santos e irreprochables ante Él por el amor» (Ef 1, 4).

Pero, ante todos los ruidos y propuestas del mundo presente, pareciera que el alto
ideal de alcanzar la santidad se ha opacado y se ha llegado a considerar como una meta
inalcanzable, un destino reservado solo para algunos o, incluso, ha desaparecido del
horizonte de muchos cristianos al pensar equivocadamente que se trata de una vida aburrida
y poco atractiva. Por eso, es preciso replantearnos personalmente si existe en nosotros el
deseo de ser santos y si existe la convicción de que hemos sido llamados por Dios para ser
santos. En efecto, nos recuerda la Constitución Dogmática Lumen Gentium, que «los fieles
todos, de cualquier condición y estado que sean, fortalecidos por tantos y tan poderosos
medios, son llamados por Dios cada uno por su camino a la perfección de la santidad por la
que el mismo Padre es perfecto» 1, de manera que ni uno solo queda excluido de este
llamado. Podríamos hacer la siguiente expresión: Todos pueden ser santos, pero no todos
quieren ser santos.

El Papa Francisco nos ha regalado una bella exhortación apostólica que se llama
«Gaudete et exultate» en la cual habla sobre el llamado a la santidad en el mundo actual,
recordándonos desde sus primeras líneas que hemos sido creados, no para llevar una vida
sin sentido o carente de un alto ideal, sino que «el Señor lo pide todo, y lo que ofrece es la
verdadera vida, la felicidad para la cual fuimos creados. Él nos quiere santos y no espera
que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada»2.Así pues, estas
palabras usadas por el Romano Pontífice expresan la grandeza de la vida que Dios nos ha
regalado y la exigencia de no conservarla estancada, conformista y sin esfuerzo, sino al
contrario.

 CONCILIO VATICANO II, Constitución Dogmática Lumen Gentium, 11.


1

 FRANCISCO, Exhortación Apostólica Gaudete et exultate, 1.


2
En la historia de la Iglesia contemplamos grandes testimonios de personas que
supieron adherir sus vidas al plan de Dios, respondiendo a esa llamada universal a la
santidad. Por eso, el Papa Francisco expresa que «la santidad es el rostro más bello de la
Iglesia»3 porque, pese a las equivocaciones y desaciertos que ha habido en los que la
conformamos, en realidad son más las expresiones de santidad a través de tantas personas
alcanzadas por la gracia que el Espíritu Santo derrama por todas partes.

Es cierto y debemos creérnosla, que todos podemos alcanzar la santidad en donde


cada uno nos encontramos, viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las
ocupaciones de cada día, de manera que la santidad no está reservada sólo para aquellos
que responden a Dios en las vocaciones del ministerio ordenado, religiosos o consagrados,
sino que la santidad se extiende para todos. En esta visión, la santidad no se minusvalora,
no se reduce a algo simple o fácil de lograr, pues a lo que nos invita es a entregarse en
cuerpo y alma y dar el mejor empeño de sí en cada uno de los esfuerzos diarios,
identificándose gradualmente con Jesucristo, «viviendo en unión con él los misterios de su
vida»4.

«No tengas miedo a la santidad», menciona el Papa Francisco, pues es dejarse amar
y liberar por Dios y apuntar a algo más alto que cualquier otra cosa, pero, ¿tenerle miedo a
una propuesta tan conveniente? Lo paradójico del asunto es que, aunque la santidad es un
proyecto de plenitud en nuestra vida, lo cual no debería causarnos sino el deseo de querer
ser santos, dejamos muchas veces opacar ese anhelo al fijarnos en las propias debilidades y
a querer alcanzar la santidad por los propios méritos de una vida en “perfección” y con
fuerzas propias sin tener en cuenta la gracia que Dios concede a los que se acercan a Él con
sincero corazón, los que pertenecen a Él.

Las bienaventuranzas y las obras de misericordia son las que deben identificar al
cristiano, y a través de la vivencia de ellas es posible configurarse con Jesús, quien las vivió
en grado supremo. Finalmente, es importante la mencionar que: «somos frágiles, pero
portadores de un tesoro que nos hace grandes y que puede hacer más buenos y felices a
quienes lo reciban», aquí está el compromiso, ¡seamos santos!

 FRANCISCO, Exhortación Apostólica Gaudete et exultate, 9.


3

 FRANCISCO, Exhortación Apostólica Gaudete et exultate, 20.


4

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