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Bulletin Hispanique

Un foco de judaismo en Cartagena de Indias durante el seiscientos


Manuel Tejado Fernández

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Tejado Fernández Manuel. Un foco de judaismo en Cartagena de Indias durante el seiscientos. In: Bulletin Hispanique, tome
52, n°1-2, 1950. pp. 55-72;

doi : https://doi.org/10.3406/hispa.1950.3218

https://www.persee.fr/doc/hispa_0007-4640_1950_num_52_1_3218

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UN FOCO DE JUDAISMO EN CARTAGENA DE INDIAS

DURANTE EL SEISCIENTOS

Introducción

La vida colonial americana o, por mejor decir, el periodo de


gobierno español (aceptando la denominación que el I Congreso
Hispanoamericano de Historia, celebrado en Madrid en Octubre
de 1949, acordó dar a aquella época) es de una gran complejidad
y de un interés cada vez más acuciante. La primera se debe a
la infinidad de factores y de corrientes que se entrecruzan en su
historia. El segundo, no sólo al auge alcanzado por el
americanismo en los últimos tiempos — y ésto, por sí mismo, ya
justificaría sobradamente aquella inquietud, — sino también al afán
de explicarse y comprender — en el genuino sentido en que Hui-
zinga aplica esta palabra al campo de la historia y a la suprema
aspiración del historiador — la historia americana que arranca
de la independencia, objetivo que no puede alcanzarse
cumplidamente sin el más exacto conocimiento de toda la problemática
anterior.
Uno de los grupos que da cierta nota de variedad a la, desde
tantos puntos de vista, uniforme tipología americana del período
español, es, sin duda, el formado por los judíos. Variedad que
es, no ya solamente de carácter étnico — la cual no nos interesa
ahora — , sino, sobre todo y fundamentalmente, ideológica. El
judaismo en América, que no conoció una edad dorada semejante
a la del español o portugués, tiene, no obstante, para los que lo
forman, la permanente atracción de lo prohibido y el estímulo y
el fervor que engendran las persecuciones. Lo que no quiere decir
que todos, pero ni siquiera la mayoría de los judaizantes en
América lleguen a la altura del heroísmo religioso.
Estas circunstancias, entre otras, han llamado la atención de
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los historiadores hacia el estudio de los judíos y su influencia


en la historia de América, abarcando desde los mismos
descubrimientos, como lo demuestran los trabajos de Fernández Duro *,
Kayserling2 y Levin3, hasta los intentos de estudios globales,
entre los que se cuentan los de Argeu Guimaráis 4 y de José Mo-
nin5. Pero, sin duda de ningún género, los grupos de judíos que
más trabajos han suscitado han sido los de Nueva España,
ejemplo de los cuales son los de Robert Ricard6, Rafael Heliodoro
Valle 7 y Pablo Martínez del Río 8, además de las notables
publicaciones documentales realizadas por el Archivo General.de la
Nación, de México, tales como la Causa criminal contra Tomás
Treviño de Sobremonte, por judaizante9, la Acusación contra doña
Juana Tinoco por hereje, judaizante, apóstata, impenitente, etc.
1640-1646 10 y Los judíos en la Nueva España. Selección de
documentos del s. XVI correspondientes al ramo de Inquisición11.
Tampoco faltan estudios sobre otros virreinatos, como lo demuestran
los de Boleslao Lewin 12, entre otros.
Como puede verse por las notas bibliográficas que anteceden,
son escasos los trabajos que se ocupan del judaismo en el
territorio que será, ya en el último siglo del gobierno español, el vir-

1. Los hebreos en el descubrimiento de las Indias, Madrid, Bol. de la Acad. de la


Historia, XX, p. 215-218.
2. Chr. Columbas und der Anteil der Juden an den spanischen und portugiesischen
Entdeekungen, Berlín, 1894.
3. Les Juifs et les découvertes géographiques espagnoles et portugaises, Paris, «
Cahiers juifs », n° 23, p. 481-487.
4. 0* judeus portuguezes e brasileiros na America hespanhola, Paris, 1926, Journal
de la Soc. des Américanistes, XVIII.
5. Los judíos en la América española, 1492-1810, Buenos Aires, 1939.
6. Pour une étude du judaïsme portugais au Mexique pendant la période coloniale,
Paris, 1939, Revue d'Histoire moderne, XIV, num. 39; Influences portugaises au
Mexique durant la période coloniale, Lisboa, 1937, Rev. da Faculdade de Letras, IV;
Fray Hernando de Ojea, apóstol de los judíos mexicanos, México, • Abside », 1937.
7. Judíos en México, « Rev. chilena de Historia y Geografía », LXXXI, núm. 89,
1936.
8. Alumbrado, México, Pomía, 1937. Reñere la vida de uno de los más conspicuos
judíos de la Nueva España : Luis de Carvajal, el mozo.
9. México, 1935-1937, vol. VI- VIII de las Publics, del Arch. Geni, de la Nación.
10. México, 1937, vol. VIII de las Pub. del Arch. G. de la Nación.
11. Recogidos y prologados por Alfonso Toro, México, 1932, vol. XX de las Pub.
del Arch. G. de la Nación. Vid. C. Bayle, Razón y Fe, 1934, CIV, 91-93.
12. El judio en la época colonial. Un aspecto de la historia rioplatense, Buenos Aires,
1939.
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remato de Nueva Granada. A acrecentar tales conocimientos


tiende el presente artículo, mediante la aportación de piezas
documentales inéditas.
Las fuentes utilizadas son, exclusivamente, siete procesos
seguidos por el Tribunal del Santo Oficio de Cartagena de Indias,
contra otros tantos judíos, durante la primera mitad del siglo xvii,
época que es, también, la inicial de este tribunal inquisitorial,
que no se creó hasta el 25 de Febrero de 1610, en virtud de Real
Cédula de Felipe III dirigida al gobernador y capitán general de
la provincia de Cartagena, don Diego Fernández de Velasco1.
Estos procesos se encuentran en el Archivo Histórico Nacional,
de Madrid, en la Sección de Inquisición y legajo 1620 2.
No es el momento de discurrir acerca de las razones por las
que se encuentran, no ya en el Archivo Histórico, sino en España
estos procesos y otros muchos — aunque su número, para
nuestra desgracia, no es excesivo —, pero sí el de indicar que la
relación de los incoados por el Tribunal de Cartagena era conocida
desde la obra de J. T. Medina, que acabamos de citar3, y, por-
tanto, los que se han utilizado para este trabajo 4. Mas el citado
autor no ha entrado a desmenuzar los procesos — ni tampoco se
lo propuso, pues no era ese su objetivo —, con lo que, a pesar de
ser conocidos en su nombre, podríamos decir, queda mucho por
hacer para agotar su estudio. Porque, en verdad, las noticias que
contienen son del más alto interés para coadyuvar al
conocimiento del cultur complex de los siglos xvi al xviii. No es
solamente que por ellos desfilan, con frecuencia, aunque no con
exclusividad, gentes de las más bajas clases sociales, sino que, además,
reflejan sus preocupaciones, sus costumbres, su manera de pen-

1. Cf. J. Toribio Medina, Historia del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición
en Cartagena de Indias, Santiago de Chile, 1899.
2. Como, repito, todas las referencias documentales proceden de este legajo, en lo
sucesivo me limitaré a indicar el número de cuaderno y folio, sin necesidad de otra
aclaración.
3. Lo mismo puede decirse con respecto a todos los demás tribunales
inquisitoriales de Ultramar y esta afirmación puede constatarse con sólo consultar las obras
que el propio J. T. Medina ha dedicado a los de México, Lima, Chile, La Plata, etc.
4. Aunque también es verdad que hemos manejado algún proceso que no cita
J. T. Medina, a quien, sin embargo, no es achacable tal omisión, sino a falta en las
Relaciones Sumarias o en la correspondencia de los inquisidores de América con el
General y Supremo Consejo de la Inquisición.
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sar y de obrar y tantos otros datos menudos de la vida cotidiana,


para cuyo estudio completo habrá que contar, sin lugar a dudas,
como una de las fuentes primordiales, con los procesos de la
Inquisición.
Por lo que respecta a los judíos de que vamos a ocuparnos,
hemos de advertir que sus nombres han pasado desapercibidos
para la Historia y quizá sigan lo mismo en adelante, al menos
mientras la Historia se haga pensando solamente en las
personalidades relevantes. En efecto, no son figuras destacadas de la
política, de la administración o de la economía. Ni alcanzan,
tampoco, las altas cimas de fervor mosaico a que llegan, por
ejemplo, los Carvajales de Méjico *. Por el contrario, se trata de gentes,
en su mayoría, vulgares, sin un acusado relieve social, religioso
etc. Pero que, no obstante todo esto, tienen para nosotros un
fundamental valor de contraste, al tiempo que nos permiten
conocer la existencia de un foco de judaismo en Cartagena de
Indias durante la primera mitad del siglo xvn.

LOS JUDÍOS PROCESADOS

De no haber tropezado con la Inquisición, los nombres de estos


judíos, como los de tantos otros, se hubieran perdido para la
posteridad. Pero no ha ocurrido así y hoy podemos reconstruir, si
bien esquemáticamente, sus biografías.

a) Luis Franco y Pedro López.


De los numerosos judíos que llegaron al Nuevo Reino de
Granada y que tanto que hacer dieron a la Inquisición de Cartagena,
los dos primeros, en orden cronológico, cuyos procesos se
conservan en el Archivo Histórico Nacional son : Luis Franco
Rodríguez « portugués, cristiano nuevo, vecino de Zaragoza en las
Indias y natural de Lisboa en Portugal », procesado en el año
1624 2; y Pedro López, también portugués y cristiano nuevo,
« descendiente de hebreos, natural de la villa de Castelblanco, del

1. Cf., además de la obra, anteriormente citada, de Martínez del Rio, la muy


meritoria de Julio Jiménez Rueda, Herejías y supersticiones en la Nueva España (Los
heterodoxos en México), México, Imprenta Universitaria, 1946.
2. Inquisición, leg. 1620, cuaderno nüm. 5.
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obispado de La Guardia, Reino de Portugal1 », en el año 1625.


Portugueses, judíos y vecinos de Zaragoza ambos, Pedro López
y Luis Franco entablaron, con tantos lazos comunes, una íntima
amistad que les llevó, denunciados por los mismos testigos, y
casi al mismo tiempo, a las cárceles de la Inquisición. Pero el
destino de uno y otro fue totalmente diferente, como lo habían sido
las historias de su vida anterior. Veámoslas.
Luis Franco fue el mayor de los siete hijos que tuvo el
matrimonio Gaspar de Lucena y Margarita Rodríguez, que vivía
precariamente en Lisboa cuando, en 1598, nació aquél. Tantos eran
sus apuros que, a poco de nacer, Luis fue recogido por Manuel
de Matos, « hombre rico y principal » de la capital portuguesa.
En casa de Matos aprendió Luis las primeras letras y bajo su
protección estuvo hasta que, a los diez años, sus padres, sin duda
acuciados por necesidades mayores y con la carga de nuevos
hijos, decidieron regresar a su villa natal, San Vicente, llevando
consigo al primogénito, quizá porque hubiese muerto ya su
protector o porque pensaran que podría ser para ellos una buena
ayuda. El traslado no debió resultar muy halagüeño para Luis,
quien, hasta entonces, poco o nada sabría de estrecheces y
apuros. Mas su resignación se agotaría pronto.
A medida que crecía en años y en vigor, su alma iba
alimentando fuertes deseos y profundas ilusiones que no cabían en el
ámbito estrecho de la villa a que la necesidad y la voluntad de
sus padres le habían llevado. De su mente, camino ya de la
adolescencia, no se apartaban los recuerdos de una niñez cómoda y
envidiable. San Vicente era para Luis un verdadero y estrecho
cerco. Más allá, Lisboa, Sevilla, las Indias... : todo un ancho
mundo lleno de sorpresas, incitando a la aventura, tras la que su
despierta imaginación le arrastraba.
No pudiendo contenerse más, un buen día, cuando contaba
quince años, desapareció de su casa y, en lugar de dirigirse a
Lisboa, donde tal vez hubieran podido encontrarle sus padres,
encaminóse sin parar, antes que pudiera embargarle la tentación del
regreso, a la ciudad de Sevilla, la opulenta metrópoli del
comercio indiano y meta inicial de los que, como Luis Franco, tenían

1. Inquisición, leg. 1620, cuaderno núm. 6.


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puestas sus esperanzas en las lejanas y atrayentes Indias. Pero


todo no era tan fácil. En Sevilla transcurrieron muchos días,
semanas y aún meses en la vigilancia de las entradas y salidas
de buques, escuchando las conversaciones de los que llegaban e
ingeniándose para poder acompañar a los que se iban. Por fin,
al cabo de seis largos meses — que a Franco Rodríguez debieron
parecerle años — embarcó en la flota de D. Luis Fajardo, como
paje de un caballero sevillano. Descendió en Cartagena y
entonces comenzó para Luis un trasiego prolongado, del uno al otro
confín del Nuevo Mundo, en busca de un acomodo que tardó en
encontrar : Nueva España, Panamá, Cartagena, Perú...
sintieron sobre sus tierras los inquietos pasos del joven.
En efecto, desde Cartagena marchó a Nueva España
contratado por un mercader de negros ; a los seis meses regresó a
Cartagena con un comerciante de telas ; dos meses después iba a
Panamá, con un tal Villalta, también mercader de negros, al que
acompañó por bastante tiempo en sus viajes, en el Perú y
nuevamente de vuelta a Panamá. Por fm, cansado de viajar, quizá
desanimado, fue por tercera vez a Cartagena, de dónde marchó
a Zaragoza (Gobernación de Antioquía) y aquí se estableció
definitivamente, con los dineros que había ahorrado, sentando plaza
de comerciante.
Pronto fue conocido de todos en Zaragoza : los negocios
marcharon bien, el oro colmó sus arcas, al tiempo que su despierta
inteligencia y su afición a los libros le convirtieron en la pesadilla
de los doctos, pues no había predicador o teólogo al que Luis
Franco no hiciese cavilar con dificultades y problemas religiosos.
Era versado en cuestiones bíblicas, hablaba o conocía el hebreo
y practicaba en secreto la religión de Moisés, aunque tapándose
con la máscara de un cristianismo formulista y puramente
externo.
La acción de la Inquisición no tardó en ejercerse sobre la
familia de Luis Franco : sú madre, Margarita Rodríguez, sus
hermanos Manuel Franco y Simona Lucena, así como su cuñada Juana
Rodríguez (mujer de Manuel) fueron encarcelados por el Santo
Oficio de Sevilla. El padre, con otros tres hijos (María y Beatriz
Franco y Catalina Diez), por temor a seguir la misma suerte que
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el resto de su familia, abandonó la Península y marcharon a


Flandes, donde era fama que gozaban todos de amplia libertad
religiosa. Atemorizado por tales noticias, que no tardaron en ser
conocidas de Luis, éste dejó pasar el tiempo entre el miedo a la
Inquisición y los deseos de unirse en Flandes a su padre, cosa a
que éste le instaba vivamente. Pero, ya fuese por lazos de sangre
(tuvo, de una mulata, dos hijas naturales, Felipa y María) o ya
porque no quería marcharse sin cobrar las cantidades numerosas
que le debían, lo cierto es que Flandes se convirtió, desde
entonces, en la tierra de promisión y de libertad a la que el errante
Luis no pudo llegar.
Y no pudo llegar, entre otras razones, porque, al fin, cayó en
manos de la Inquisición, delatado por dos reos de judaismo,
Manuel Antonio de Paz y Baltasar Araujo — más adelante
volveremos a encontrárnoslos — y por el testimonio de Beatriz
Hernández, casada con Andrés de Sosa, tío de Luis Franco y
penitenciado, también por judío, en Lima. El 8 de Octubre de 1624
entraba en las cárceles de la Inquisición, no sin antes haber
logrado salvar parte de sus tesoros de la confiscación
inquisitorial, con la complicidad de uno de los funcionarios del Tribunal1.
A pesar de que las acusaciones contra Luis Franco eran muy
concretas, como procedentes de personas que le conocían muy
bien, él negó rotundamente todos los delitos que se le imputaron
y ni siquiera el tormento consiguió arrancarle más palabras que
las continuas protestas de inocencia y el culpar de sus acusaciones
a la mala voluntad de los delatores. Penas espirituales, destierro
de Cartagena y Zaragoza por cinco años, pérdida de la tercera
parte de sus bienes, fueron la condena del Tribunal;

1. Andrés Garcia, zapatero y compadre de Luis Franco, nos refiere ésto en la


declaración que hizo en el proceso de Pedro López : regresaba el tal García de Cartagena
a Zaragoza, cuando, al llegar a « la çabaneta, halló rancheado en ella a Luis Franco,
que lo llebaban preso por el Sancto Officio de la Inquisición » ; trató de acercarse a
él, pero no lo consiguió, pues Alonso de Cortinas se opuso ; siguió el zapatero su
camino y, al final de la jornada, descargó sus caballerías y se acostó. No había
transcurrido hora y media, cuando le despertó quién él menos esperaba : el propio Luis
Franco, quien apresuradamente le encargó que, en cuanto llegase a Zaragoza, pidiese
a Pedro López « un cintillo de esmeraldas que estaba en su poder, y otro de... piezas
de oro y tres pedazos de oro fundido... y que lo guardase », pues era lo que había
logrado hurtar a la confiscación con la ayuda de Alonso Moreno, cuya complicidad
compró por ochenta pesos (Cuad. n° 5, fol. 15 à 18, y cuad. n° 6, fol. 15 y 16 r.).
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Mas las relaciones de éste con Luis Franco no acabaron ahí,


pues inmediatamente después del auto de fe en que salió el
propio Luis Franco, el 17 de junio de 1626, se le inició otro proceso
y a trancas y barrancas andaba aún, por el año- de 1650, con la
Inquisición y con el Consejo de ésta, en apelaciones y solicitudes.
Veamos ahora cuál fue la historia y la suerte que le deparó el
judaismo al íntimo amigo y correligionario de Luis Franco, Pedro
López.
Nació éste último en la ciudad portuguesa de Castelo Branco,
en 1569, hijo de Manuel de Lucena y Elena López, en cuya
compañía vivió, sin oficio ni beneficio, hasta los treinta años en que,
cansado de holgazanear y, probablemente, huyendo de cargar con
la vejez de sus padres, marchó a Sevilla, donde se dedicó algún
tiempo al comercio callejero de lencería, para pasar, después,
como soldado circunstancial, a América. Una vez aquí anduvo
de un sitio para otro, al igual que Luis Franco años después, de
Cartagena a Panamá, de ésta al Perú, donde fue arriero y
cobrador de diezmos, y luego sucesivamente a Cartagena, Nueva
España, Cuba, Cartagena y Zaragoza, donde puso « tienda de ropa
de Castilla »..., hasta que fue encarcelado por la Inquisición el
13 de Abril de 1625.
Los mismos testigos, cuyas declaraciones habían servido para
apresar a Luis Franco, unidas a las de éste, fueron causa de que
Pedro López perdiera su libertad. Y, al igual que Franco, López
negó todos los cargos que se le hicieron, protestó y contrarreplicó
que no era judío..., y cuando su causa había sido conclusa y
estaba lista para sentencia, no hubo lugar a pronunciarla, pues el
reo murió en las cárceles de la Inquisición, sin haber dejado de
declararse inocente.
Como es de suponer, en torno a los nombres de Luis Franco y
de Pedro López surgen otros muchos, también de judaizantes,
encartados por el Santo Oficio, pero cuyos procesos no se
encuentran en el Archivo Histórico Nacional, ni, con toda verosimilitud,
en ningún otro español. No obstante, de sus declaraciones en los
citados se deducen noticias claras, que procuraremos sintetizar.
Uno de ellos es Manuel Antonio de Paz, natural de Oporto y
vecino de Tenerife (gobernación y obispado de Santa Marta, en
UN FOCO DE JUDAISMO EN CARTAGENA DE INDIAS 63

el Nuevo Reino), donde se había dedicado al comercio. Tendría


unos sesenta y tres años cuando entró en las cárceles del Santo
Oficio, el día 10 de mayo de 1624.
Cristiano nuevo y descendiente de judíos, como todos los de
su familia, el de Paz declaró que hubiese vivido ajeno a toda
práctica que no fuera la de la religión católica, a no ser por las
instancias de un su cuñado, de nombre también Manuel Antonio,
cuando el reo contaba ya treinta años. De edad ya madura
emigró a América, donde casó con una mestiza, a la que, con gran
cuidado, ocultaba sus inclinaciones y prácticas judías. El
matrimonio, los negocios y, por último, los achaques — al final llegó
a quedarse ciego — le impidieron marcharse a Flandes, adonde
habían ido huyendo de la Inquisición algunos de sus parientes.
Uno de ellos, primo hermano suyo, Antonio Hernández (el cual,
en unión de su hermana Blanca Rodríguez, había sido
penitenciado por la Inquisición de Coímbra), aconsejó vivamente a
Manuel Antonio de Paz que se refugiase también en Flande3. Pero
el propio Hernández, que aconsejaba esto al de Paz y que le
recriminó el haberse casado con una mestiza que le impedía
abandonar las Indias, fue la causa de que a Manuel Antonio de Paz
le denunciaran como judaizante ante la Inquisición. Veamos
cómo.
Al marchar a América un pariente de Hernández, éste le
recomendó a Manuel Antonio de Paz, poniéndole en antecedentes de
su ideología. El sobrino — que lo era, a la vez, de Hernández y
de Manuel Antonio de Paz — sonsacó a éste y, cuando fue
apresado por la Inquisición, con sus confesiones arrastró a su misma
suerte al tío, ya sexagenario, Manuel Antonio de Paz. Y de las
confesiones del de Paz se derivó la sospecha sobre Luis Franco,
sospecha que vino a confirmar la declaración de otro judío, del
que nos ocupamos seguidamente.
Baltasar de Araufo nació en Bayona (Galicia) y toda su vida
fue un verdadero peregrinar en busca de los lugares donde,
libremente, poder practicar la religión de Moisés.
Descendiente de hebreos y, por su madre — según tradición
familiar —, de la tribu de Judá, cuando Araujo tenía sólo diez
años se formó una verdadera caravana, compuesta por el abuelo,
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la madre y los ocho hermanos de nuestro Baltasar, que salió de


su villa natal, huyendo de la Inquisición, en dirección a Salónica,
pasando antes por Flandes y Venecia.
Gomo buena judía y religiosa mujer, la madre de Baltasar
empezó a instruir a éste, ya en la misma Bayona, haciéndole ayunar
« el día grande que llaman Equipuz * ». En Venecia, donde la
familia se detuvo algún tiempo, la madre hizo circuncidar a sus nueve
hijos y allí aprendió Baltasar de Araujo a ser un buen judío y a
observar todos los preceptos contenidos meticulosamente en la
Mischna. A los cuatro meses de estancia en Venecia la caravana
se encaminó a Salónica y Baltasar, aparte de continuar asistiendo
a la sinagoga y a la escuela, para perfeccionar el hebreo, empezó
a acompañar a su hermano mayor a las ferias, hasta que un buen
día se marcharon los dos a Alejandría, donde murió el hermano
de Baltasar, para el que empezó entonces, ya solo, una serie de
viajes que iban a llevarle a América.
Efectivamente, desde Alejandría vino a España, deseoso de
volver a su villa natal, cosa que consiguió, aunque tuvo que
abandonarla inmediatamente por miedo a la Inquisición. Regresó con
su familia, que entonces estaba ya en Constantinopla,
encargándose del cuidado de una tienda que su madre había puesto. Aquí
entró en relaciones con un cautivo cristiano, quien, al decir del
propio Araujo, instruyó a éste en su religión, y, siguiendo los
consejos del cautivo, Araujo salió de Constantinopla, pasó por
España y se embarcó para las Indias.
Sin duda su conversión al cristianismo no fue sincera, pues en
América entró en relaciones con los de su estirpe, declarándose
judío y vanagloriándose de sus andanzas y conocimientos en la
Ley de Moisés, lo que fue causa de que, al fin y después de tanto
huir de ella, cayera en manos de la Inquisición, arrastrando con
sus declaraciones a los personajes, entre otros, de quienes nos
hemos ocupado anteriormente.

b) Luis Gómez Bárrelo y otros.


En este desfile de figuras encausadas por judaizantes, la que

1. Es el Gran Ayuno del séptimo mes o Tischri (según el calendario judaico)


llamado Kippur : se llamaba también día de la Expiación o del Gran Perdón.
UN FOCO DE JUDAISMO EN CARTAGENA DE INDIAS 65

llegó a adquirir mayor relieve social en Cartagena es la de Luis


Gómez Barreto1, portugués como los anteriores, que contaba
sesenta y cinco años cuando, en 1636, cayó en manos de la
Inquisición ; hombre previsor que ya en 1623 había ordenado su
testamento temiendo no sobrevivir a los achaques que padecía, a
pesar de lo cual gozó de prolongada longevidad, resistiendo las
inquietudes de su proceso y los dolores del tormento, llegando a
los ochenta y dos años, edad alcanzada cuando sobrevino la, para
él inesperada, segunda causa.
Hijo de Francisco Rodríguez Barreto e Isabel Gómez, nació en
Viseo (Portugal), ciudad natal igualmente de sus padres. Cuando
Luis contaba cinco años, la familia salió de Viseo, yendo a parar,
los padres, a Santo Tomé donde murieron ; y Luis, con sus
hermanos Juan de Oliveira, Manuel Lira y Clara Gómez, a Lisboa.
Dedicado al comercio de negros, azúcar y otros artículos, Juan
de Oliveira se encargó de la educación de su hermano Luis y le
inició en los negocios, que tenían sus escalas en Santo Tomé,
Lisboa, Angola, Brasil y Santo Domingo. Emancipado más
adelante Luis Gómez, se dedicó también a la trata de negros, que
desde Angola llevaba al Brasil, a Santa Marta, a Cartagena y a
Lima, hasta que, establecido definitivamente en Cartagena de
Indias, donde casó con Bárbara Pereira, abandonó el negocio,
que le había producido pingües ganancias, y compró el oficio de
Depositario General de Cartagena, viviendo cómoda y solazada-
mente... hasta que lo prendió la Inquisición.
Las denuncias contra Gómez Barreto partieron de otros
judaizantes : el mercader Juan Rodríguez Mesa, natural de Estremoz,
y Francisco Pinero, natural de Viseo también y que, como Gómez
Barreto, en otro tiempo se había dedicado a « conprar negros en
cacheo » ; a las cuales se añadieron las de un cirujano nacido en
Ëvora, Blas de Paz Pinto, y las de un mercader lisboeta de nombre
Manuel de Fonseca Enríquez.
Pero la causa de Gómez Barreto había de chocar — con
ventajas para el reo — con la inexperiencia del secretario metido a
fiscal del Santo Oficio, con la abundancia y elevada categoría

1. Contra él existen dos procesos, el segundo de 481 folios, en el cuaderno núxn. 9,


siempre del mismo legajo, 1620.
Bull, hispanique. 5
66 BULLETIN HISPANIQUE

social de los testigos de abono y con la influencia y pertinacia


del procesado. Hasta el punto de que se absolvió de todos los
cargos que se le habían hecho, aunque años después, en 1648, con
motivo de la visita a la Inquisición de Cartagena del Inquisidor
de Sevilla Dr. D. Pedro de Medina Rico, éste descubrió en la causa
de Gómez Barreto tantas irregularidades que ordenó remitirla al
Consejo y de aquí salió la orden de instruir un nuevo proceso.
Luis Gómez entró nuevamente en las cárceles inquisitoriales y,
sentenciado, se le condenó, entre otras cosas, a dos años de
destierro de Cartagena y su término.
A los ochenta y dos de su edad abandonaba Gómez Barreto
por vez segunda y definitiva las cárceles del Santo Oficio y hemos
de creer que, también para siempre, la ciudad de Cartagena. En
ella había gozado, por mucho tiempo, de los honores y riquezas
que aquellos sus primeros años de intenso vagar, del África a las
Indias y a España, comerciando con esclavos, le habían
proporcionado. Durante la mayor parte de su vida parecía haber
olvidado el destino trágico de los de su raza. Pero ahora, casi a las
puertas del más allá, cargado de años y vacío de esperanzas,
renacía en Gómez Barreto el recuerdo de la maldición simbolizada en
Ashaverus, el judío errante.
Por efecto de las confesiones de los anteriormente citados Juan
Rodríguez Mesa y Francisco Pinero, unidas, ahora, a las de
Francisco Rodríguez de Solís, comerciante natural de Lisboa, fue
encarcelado Luis Fernández Suárez, residente en Cartagena desde
el año 1634 \ Era hijo de Fernán Suárez Rivero (natural de
Torres Nuevas, en Portugal) y de Leonor de Gramajo (de
Lisboa). Fue acusado, no sólo de ser judaizante, sino también de
haberse « assentado por cofrade en la cofradía de Olanda,
contribuyendo (con) mucha cantidad de plata en favor de los
erejes, para que, con armada que con ella se despachare, venga
a estas partes, a Fernambuco (sic) contra su rrey y sseñor
natural2 ».
Como todos, negó los cargos que se le hicieron y de la condena
del Tribunal apeló al Consejo Supremo de la Inquisición, menes-

1. Su proceso se encuentra en el cuaderno núra. 11 del citado legajo.


2. Cuad. núm. 11, fol. 59 v.
UN FOCO DE JUDAISMO EN CARTAGENA DE INDIAS 67

ter en el que transcurrió más tiempo del que el propio Fernández


Suárez hubiera deseado.
Otro de los judíos procesados es Sebastián Rodríguez1, nacido
en Villa Nueva de Famaliedo (Famalicâ?), anduvo por tierras
de Castilla ; fue estudiante en Coímbra ; paje de don Fernando
Dallo, hijo del caballero veinticuatro de Sevilla don Pedro Dallo ;
criado de don Andrés de Castro y Bobadilla, hijo del conde de
Lemos ; zapatero remendón de « zapatos viejos, por las calles »,
en su ciudad natal y en Sevilla... Hasta que, con doscientos reales
que ahorró en un invierno, se embarcó para Nueva España, en
cuya capital, México, según él mismo dijo en su primera
declaración, « buscaba la vida remondando zapatos y, pasando un año,
puso tienda de zapatero de obra prima, en compañía de
Francisco Gonzalez, natural de Jerez de la Frontera, en cuia compa-
ñia busco trescientos pessos de a ocho reales y, viéndose con ellos,
se bolbio a España en la toda pobreza ».
De España regresó nuevamente a Nueva España y de aquí
marchó al Perú y luego a Panamá, estableciéndose
definitivamente en la Villa de los Santos (del distrito inquisitorial de
Cartagena de Indias), donde residía cuando fue encarcelado por el
Santo Oficio.
Para terminar, citaremos a otros dos judíos procesados, cuyas
causas se conservan en el Archivo Histórico : Manuel Alvarez
Prieto2 y Luis Méndez Chaves3. Ambos a dos son, como todos
los que hasta ahora hemos enumerado, portugueses de origen.
El primero de ellos fue delatado por los ya citados varias veces
Juan Rodríguez Mesa, Francisco Pinero, Manuel de Fonseca En-
ríquez, Blas de Paz Pinto y Francisco Rodríguez de Solís, además
de Duarte López ; pasó la mayor parte de su vida dedicado al
comercio de esclavos y murió en las cárceles de la Inquisición,
sin haber hecho ninguna declaración, fingiéndose loco o están-
dolo realmente. El segundo se confesó judaizante y fue condenado
a tres años de cárcel, cumplidos los cuales había de salir
desterrado de España y sus Indias, aparte de perder todos sus bienes.

1. Cuaderno núm. 12.


2. CuaJ. núm. 15.
3. Cuad. núm. 20.
68 BULLETIN HISPANIQUE

La practica del judaismo en Cartagena de Indias

Salta a primera vista, como regla general, que la emigración


de judíos a las Indias no se hizo en masa y pocas veces en grupos
o familias. Llevóse a efecto, por el contrario, de manera aislada
y sin gran frecuencia, pues no sin razón temían que en América
continuasen las dificultades y cortapisas que en la Península. El
trasplante de la Inquisición a aquellas latitudes era razón de más
para que los conversos no afluyeran alegremente.
Asimismo, podemos afirmar que no fue la libertad religiosa lo
que, general y fundamentalmente, persiguieron los judíos
portugueses (todos los que aquí hemos citado, a excepción de Araujo,
son de esta nacionalidad) al establecerse en las Indias. Antes
bien, el principal incentivo que les atrajo fue el dinero : conseguir
una holgada posición económica que les permitiera, como en el
caso de Luis Franco, unirse a sus hermanos de Holanda y, una
vez allí, « judaizar » sin ningún reparo ; o comprar algún oficio
lucrativo, como Luis Gómez Barreto ; o, en el último de los casos,
vivir con mayor holgura que en su país natal. Dedicados algunos
de ellos — como tuvimos ocasión de ver — , primeramente, al
comercio de esclavos y, después, con las ganancias, establecidos
én América, donde las acrecentaron en el mismo o en distintos
negocios...; otros pasaron por un largo aprendizaje hasta
conseguir « holgar » y muchos tuvieron en diversas localidades «
encomiendas y representaciones » de comerciantes fuertes,
seguramente de su misma ideología.
A mediados del siglo xvn, los judíos portugueses dedicados al
comercio contaban con una tupida red de factorías que tenían
establecidas en los puntos vitales de la América española : en
Perú, Nueva España, Panamá, Cartagena... Hasta que las
respectivas Inquisiciones comenzaron a percatarse de que aquellos
portugueses, a más de ricos comerciantes, eran malos cristianos.
De su número y del peligro que representaban para la fe nos dan
una idea estas palabras de Toribio Medina : « Apenas despachado
el asunto de las brujas, se vieron — se refiere a los
inquisidores de Cartagena — envueltos en otro más amplio : tratábase
UN FOCO DE JUDAISMO EN CARTAGENA DE INDIAS 69

de hombres acaudalados y de posición, acusados de judíos1. »


A ese grupo pertenecen los hombres que hemos visto desfilar
por estas páginas, aunque no destacan precisamente — como
decíamos al principio — por su elevada posición o por un alto
rango social. Pero, no obstante eso, practicaron determinados
ritos de la religión mosaica y en su descripción y detalle abundan
los procesos inquisitoriales. De su lectura se deduce que estos
portugueses judaizantes, debido, por una parte, a la baja escala
social de que procedían y, por otra, al ambiente hostil en que se
habían formado y desenvuelto, olvidaron o no llegaron a
aprender nunca la totalidad de los ritos de la Ley de Moisés. El
conjunto de sus prácticas se reducía al ejercicio de muy escasos
preceptos : la observancia del « Gran Ayuno » ; la guarda del sábado
como día festivo ; ponerse ropa limpia los viernes por la noche
y abstenerse de comer carne de cerdo... Además de ésto
aprovechaban cuantas ocasiones tenían para demostrar su odio a la
religión cristiana, como tendremos ocasión de ver más adelante.
Por último, practicaban la circuncisión, atendiendo a lo cual el
Consejo Supremo de la Inquisición dio instrucciones concretas a
todos los Tribunales para que hicieran examinar por personas
competentes — médicos o cirujanos — a los reos acusados de
judaismo.
Casi no es necesario decir que ni en Cartagena, ni, con
seguridad, en parte alguna de América, contaron los judíos con barrios
especiales para ellos, así como tampoco con sinagogas para el
culto. Y ello no sólo porque no se les hubiera consentido, pero
también porque su número fue relativamente escaso en cada
localidad. Sin embargo, la falta de sinagogas la suplieron estos
judaizantes portugueses con juntas o reuniones en la casa de alguno
de ellos, a las que asistían los allegados y correligionarios
conocidos, y en las que se practicaban la oración dialogada y la lectura
de los libros sagrados.
El mulato Diego López, que fue procesado por la Inquisición,
acusado de brujería2, persona por demás entrometida que tuvo

1. Ob. cit., cap. viii, pág. 221.


2. Inquisición, legajo 1620, cuaderno núm. 7.
70 BULLETIN HISPANIQUE

relaciones con hechiceras, brujas, herejes y judíos, nos describe


lo que pudo averiguar de las juntas que, en su tiempo, celebraban
algunos portugueses en casa de Blas de Paz Pinto, en Cartagena.
En cierta ocasión, cuando Blas de Paz vivía « en las cassas del
capitán Diego de Rebolledo, pared en medio de las de Alonso
Martin, hidalgo, que hazen frente a las que solian ser de don
Martin Félix, difuncto », la mulata Rufina — perteneciente a la
« cofradía » de las brujas de Cartagena —, que había descubierto
a Diego « que en cassa de Blas de Paz... tenían los portugueses
junta de sinagoga », tuvo deseos de que su amigo viese « algo de
aquello que leyan en las Juntas que ella savia se hacian
ocultamente en cassa de dicho Blas de Paz, unas vezes de noche y otras
a la ora del mediodía ». Para este efecto, Rufina hizo llamar a el
mulato « con un chino yndio de los que vivían en su cassa, de
cuyo nombre no tiene noticia y, yendo este reo..., se anticipo la
dicha mulata y entro en casa de dicho Blas de Paz y salió luego
y dijo este : aora es buena ocassion ; entra y veras lo que hazen.
Y al tiempo que este reo llegaba a la puerta de la sala, que estaba
medio cerrada, la cerraron de golpe... por la parte de adentro 1... »,
con lo que el mulato se quedó sin ver lo que pasaba en el
interior, aunque tuvo la suficiente paciencia para esperar que
saliesen reconociendo a dos de los diez que se reunieron : a Juan
Rodríguez Mesa y a un tal Núñez. En otra ocasión, « como a las siete
de la noche, viviendo el dicho Blas de Paz en las cassas... de la
plazuela de los Jagüeyes (sic), llamo a este reo la dicha Rufina,
que vino en cuerpo y sin tocador a llamarle y le dixo : ven acá
y veras lo que pasa en cassa de Blas de Paz ; y pues sabes leer,
arrímate a essa ventana y procura oyr lo que están leyendo ».
Siguiendo sus indicaciones, el mulato Diego López « se arrimo a una
ventana todo lo que pudo y oyó a una persona que hablaba
haciendo pausas en baxa voz y nunca pudo entender ni percebir
raçon alguna, mas de que algunas vezes paraba y dexaba de
hablar la dicha persona y replicaban los demás, de forma que a
este le pareció que el que hablaba haciendo pausas era como
diciendo proposiciones, porque daba palmadas sobre el brazo de la

1. Cuad. núm. 7, fol. 16 v. a 19 v. (sin numerar en el proceso).


UN FOCO DE JUDAISMO EN CARTAGENA DE INDIAS 71

silla reciamente y como lamentándose de lo que decía1 ». Era,


indudablemente, la forma de marcar el ritmo y la señal de turno
en el rezo dialogado, así como entonación litúrgica lo que a Diego
López pareciéronle lamentaciones.
A pesar de sus posteriores intentos, esto fue todo lo que el
mulato brujo pudo averiguar de las reuniones « de sinagoga » de
los judíos portugueses de Cartagena ; sin embargo, es lo suficiente
para demostrarnos que, en la medida de sus posibilidades y
conocimientos, permanecían fieles a las prácticas talmúdicas. Como
claramente se deduce de lo transcrito, el más riguroso secreto
rodeaba aquellas juntas que ni la curiosidad ni el « poder » de
los brujos logró romper. Y si de alguien se guardaban con
verdadero interés estos judíos portugueses era de sus propios
compatriotas, cuando sospechaban que no compartían la misma fe.
En su vida privada, cada uno de estos judíos no desperdiciaba
motivo ni ocasión para demostrar su inquina hacia la religión
cristiana y, a este respecto, las confesiones del varias veces citado
Diego López abundan en noticias de este tipo : unos que azotan
el crucifijo o las imágenes de Jesucristo ; otros que realizaban
toda clase de suciedades, etc.. Lo que demuestra que, tras un
aparente cristianismo, los judíos ocultaban un incalculable y
fanático odio a todo lo que se relacionase con la religión de
Cristo.
Sin duda alguna, podríamos pensar fundadamente que tales
prácticas estuvieron en proporción inversa de los conocimientos
acerca de los principios y preceptos de la Ley de Moisés : con
aquellas trataban de suplir la ignorancia de éstos y se
enfervorizaban manifestando tal odio. Y es que, en general, los judíos de
que hemos hablado carecían de formación religiosa. El caso del
instruido e inquieto Araujo, que fue aleccionado por doctos
rabinos y bajo la vigilante mirada de su madre ; que conoció los focos
más importantes del judaismo de su época : Flandes, Venecia,
Salónica, Constantinopla... ; que había visitado no pocas de las
más brillantes sinagogas europeas ; es muy poco frecuente.
La estampa más típica nos la ofrece Luis Franco, quien, cons-

1. Cuad. núm. 7, fol. 16 v. a 19 v. (sin numerar en el proceso).


72 BULLETIN HISPANIQUE

cíente de su ignorancia, aunque hombre aficionado a la lectura,


llevado por un afán de superación, tuvo su espíritu siempre
abierto a todas cuantas sugerencias pudieran venirle del
exterior. Por ello trabó amistad con Araujo, a quien hacía frecuentes
preguntas sobre la forma de « judaizar » en los países que había
recorrido. Y puestos su pensamiento y su corazón en Holanda,
donde libremente podría él ejercer su religión, debió quedar en
América para siempre.
Los demás — ya lo decíamos al principio — son gentes
vulgares en su mayoría, pero que nos ofrecen un contraste digno de
tenerse en cuenta, no sólo para el conocimiento del judaismo en
América, sino también para el completo conocimiento de la época.
Manuel TEJADO FERNÁNDEZ.

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