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26. En el plano cultural, las diferencias son aún más acusadas que en la época
de Pablo VI. Entonces, las culturas estaban generalmente bien definidas y
tenían más posibilidades de defenderse ante los intentos de hacerlas
homogéneas. Hoy, las posibilidades de interacción entre las culturas han
aumentado notablemente, dando lugar a nuevas perspectivas de diálogo
intercultural, un diálogo que, para ser eficaz, ha de tener como punto de
partida una toma de conciencia de la identidad específica de los diversos
interlocutores. Pero no se ha de olvidar que la progresiva mercantilización de
los intercambios culturales aumenta hoy un doble riesgo. Se nota, en primer
lugar, un eclecticismo cultural asumido con frecuencia de manera acrítica: se
piensa en las culturas como superpuestas unas a otras, sustancialmente
equivalentes e intercambiables. Eso induce a caer en un relativismo que en
nada ayuda al verdadero diálogo intercultural; en el plano social, el
relativismo cultural provoca que los grupos culturales estén juntos o convivan,
pero separados, sin diálogo auténtico y, por lo tanto, sin verdadera
integración. Existe, en segundo lugar, el peligro opuesto de rebajar la
cultura y homologar los comportamientos y estilos de vida. De este modo, se
pierde el sentido profundo de la cultura de las diferentes naciones, de las
tradiciones de los diversos pueblos, en cuyo marco la persona se enfrenta a las
cuestiones fundamentales de la existencia[62]. El eclecticismo y el bajo nivel
cultural coinciden en separar la cultura de la naturaleza humana. Así, las
culturas ya no saben encontrar su lugar en una naturaleza que las
transciende[63], terminando por reducir al hombre a mero dato cultural.
Cuando esto ocurre, la humanidad corre nuevos riesgos de sometimiento y
manipulación.
Así lo indicó el Santo Padre al recibir a Stefan Gorda, de Moldavia; Narciso Ntugu Abeso
Oyana, de Guinea Ecuatorial; Henry Llewellyn Lawrence, de Belice; Hussan Edin Aala, de
la República árabe de Siria; Geneviève Delali Tsegah, de Ghana y George Robert Furness
Troup, de Nueva Zelanda.
El Papa pronunció un discurso común para todos los nuevos diplomáticos y después
entregó a cada uno un discurso específico para la nación que representaban. Refiriéndose
a las "innumerables tragedias que han afectado a la naturaleza, la tecnología y los
pueblos" en el primer semestre de este año,Benedicto XVI señaló que "los Estados
deberían reflexionar juntos sobre el futuro a corto plazo del planeta, sus responsabilidades
con respecto a nuestravida y a las tecnologías".
"La ecología humana es un imperativo. Adoptar un estilo de vida que respete el medio
ambiente y apoye la investigación y la explotación de energías limpias que preserven el
patrimonio de la creación y sean inofensivas para los seres humanos, deben ser
prioridades políticas y económicas".
El Papa subrayó que es necesario "un cambio de mentalidad" para "llegar rápidamente a
un estilo de vida global que respete la alianza entre el hombre y la naturaleza, sin la cual
la familia humana puede desaparecer".
"Todos los gobiernos se deben comprometer a proteger la naturaleza para que pueda
desempeñar su papel esencial en la supervivencia de la humanidad. Las Naciones Unidas
parecen ser el marco natural para una reflexión de este tipo, que no sea oscurecida por
motivos políticos y económicos ciegamente partidistas, privilegiando la solidaridad por
encima de intereses particulares".
Benedicto XVI señaló luego que "también conviene interrogarse sobre el papel apropiado
de la tecnología", porque "creer que es el agente exclusivo de progreso o de la felicidad,
lleva a una mercantilización del hombre que conduce a la ceguera y a la miseria".
"La técnica que domina al ser humano le priva de su humanidad. El orgullo que engendra
ha creado en nuestras sociedades un economicismo empecinado y un hedonismo que
determina subjetiva y egoístamente los comportamientos. El debilitamiento de la primacía
del hombre provoca una pérdida del sentido de la vida".
El Santo Padre resaltó además que "es urgente llegar a conjugar la tecnología con una
fuerte dimensión ética. (…) La técnica debe ayudar a la naturaleza a desarrollarse en la
línea prevista por el Creador. Al trabajar juntos, el investigador y el científico se adhieren al
plan de Dios, que ha querido que el hombre sea la cumbre y el administrador de la
creación. Las soluciones basadas en este fundamento protegerán la vida humana y su
vulnerabilidad, así como los derechos de las generaciones presentes y futuras".
Finalmente el Papa Benedicto XVI destacó que "la vida social se debe considerar sobre
todo como una realidad de orden espiritual, los responsables políticos tienen la misión de
guiar a los pueblos a la armonía humana y a la sabiduría tan deseadas, que deben
culminar en la libertad religiosa, rostro auténtico de la paz".