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THE PILLOWMAN

(Adaptación para la materia de Taller de experimentación escénica)

ESCENA 1

Cuarto de interrogatorios de la policía. Katurian, sentado en una mesa, en el centro,


con los ojos vendados. Tupolski y Ariel entran y se sientan frentE a él. Tupolski trae
un archivador que contiene un enorme fajo de papeles.

KATURIAN: Mi nombre es Katurian.


TUPOLSKI: (pausa) ¿Su nombre es Katurian?
KATURIAN: Sí.
TUPOLSKI: ¿Y su apellido es Katurian?
KATURIAN: Sí.
TUPOLSKI: ¿Se llama Katurian Katurian?
KATURIAN: Mis padres eran gente rara.
TUPOLSKI: Mmm, ¿y la inicial de la mitad?
KATURIAN: K.

Tupolski lo mira. Katurian asiente con la cabeza y se encoge de hombros. Saca una caja
con 5 dedos ensangrentados.

TUPOLSKI: ¿Se llama Katurian Katurian Katurian?


KATURIAN: Como le dije, mis padres eran gente rara. no entiendo qué estoy haciendo aquí.
TUPOLSKI: Su hermano ha confesado que usted es la autora de todos los asesinatos y
encontramos esta caja en su casa.
ARIEL: ¿Sabe cómo murió la niña que encontraron en el cerro? Con dos cuchillas de afeitar
en su pequeña garganta, cubiertas por una manzana. ¿Curioso, no?
ARIEL: ¿Sabe cómo murió el niñito judío?...
TUPOLSKI: Su primer dedo, su segundo dedo, sus tercer dedo, su cuarto dedo, su
quinto dedo.
ARIEL: Esos son los dedos de ese pobre niño judío, y los encontraron en su casa, ¿y
no tienen nada que ver con usted?
KATURIAN: (llorando) ¡Yo sólo escribo cuentos!
ARIEL: Todos los niños murieron asesinados como se narra en los cuentos que escribes y
nadie más que tu ha leído esas asquerosas páginas… se te olvida que tu hermano te ha
delatado, me repugnan las personas como tu Katurian.
KATURIAN: ¡Que yo no hice nada, yo solo escribo cuentos!

ESCENA 2

Katurian sentado sobre una cama, rodeado de juguetes, pinturas, plumas, papel, en
el, parece ser, cuarto de un niño. Al lado se encuentra otro cuarto idéntico, hecho
quizás de cristal, pero cerrado con un candado y totalmente oscuro. Katurian relata
el cuento en el que actúan él, la madre, que lleva unos diamantes, y el padre, que lleva
barba de chivo y lentes.

KATURIAN: Había una vez un niño a quien su papá y su mamá cubrían con amor, dulzura,
calide y todas esas cosas. Tenía su propio cuarto en una casa grande, en la mitad de un
hermoso bosque. No le hacía falta nada: todos los juguetes del mundo eran suyos,
todas las pinturas, todos los libros, todo el papel, todos los lápices. Todas las semillas
de la creatividad habían sido implantadas en él desde muy temprana edad; y la
escritura se convirtió en su gran amor: cuentos cortos, cuentos de hadas, pequeñas
novelas, todas cosas felices y coloridas sobre ositos, cerditos, ángeles y todas esas
cosas, y algunos eran buenos; otros, muy buenos. El experimento de sus padres había
funcionado. La primera parte del experimento de sus padres había funcionado.
La madre y el padre, después de besar y acariciar a Katurian, entran al otro cuarto y
desaparecen de la vista.
Fue en la noche de su séptimo cumpleaños cuando empezaron las pesadillas. El
cuarto contiguo al suyo había estado siempre cerrado bajo llave y candado por
razones que el niño nunca supo con certeza, y que nunca cuestionó, hasta que el
ronroneo grave de taladros, el rechineo de tornillos apretándose, el desafilado chispeo
de aparatos eléctricos desconocidos, y los gritos camuflados de un niño amordazado,
empezaron a emanar a través de la gruesa pared de ladrillo. Noche tras noche. (A la
madre, con voz infantil) “¿Qué fueron todos esos ruidos de anoche, mami?”(con voz
normal) preguntaba después de cada larga y desesperada noche en vela. A lo que la
madre respondía…

MADRE: Ay mi pequeña Kat, no es más que tu maravillosa imaginación superactiva


que se burla de ti.
KATURIAN: (voz infantil) Ah. ¿Y todos los niños de mi edad oyen esos horribles
ruidos de todas las noches?
MADRE: No, mi amor. Sólo los que tienen mucho talento.
KATURIAN: (voz infantil) Ah. Qué guay. (voz normal) Y así era la cosa. El niño
siguió escribiendo y sus padres se lo acolitaban con el amor más grande, pero los
ruidos y los gritos continuaban..

En el cuarto contiguo, semioscuro, se sugiere una pesadilla. Aparece, por un


segundo, un niño de ocho años amarrado a la cama y torturado con taladros y
chispas de electricidad.

...y sus cuentos se volvían más y más y más extraños. Se volvían cada vez mejores
gracias a tanto amor y a tanto estímulo, como suele suceder, pero también se volvían
más y más oscuros, gracias al sonido constante de tortura infantil, como suele
suceder.

Se apaga la iluminación del cuarto contiguo. La madre, el padre y el niño ya no se


pueden ver. Katurian hace a un lado todos los juguetes, etc.

Fue el día en que cumplió catorce años, el día en que esperaba el resultado de un
concurso literario en el que estaba inscrito, que una nota apareció por debajo de la
puerta del condenado cuarto…

Un papel con anotaciones en rojo aparece debajo de la puerta. Katurian lo recoge.

...una nota que decía: “A ti te han querido y a mí me han torturado durante siete años
por razón un experimento artístico, un experimento artístico que ha funcionado. Ya no
escribes sobre cerditos verdes, ¿o sí? La nota estaba firmada por “tu hermano” y estaba
escrita con sangre.

Con un hacha, Katurian irrumpe en el cuarto contiguo.

Con un hacha rompió la puerta para descubrir…

Se iluminan el padre y la madre solos en el cuarto, con taladros y la grabación de


los sonidos anteriormente descritos.

...a sus padres, adentro, sentados, sonriendo, y solos; su padre hacía ruidos con un
taladro, su madre daba gritos camuflados como un niño amordazado. Había una
pequeña olla con sangre de cerdo entre los dos, y su padre le pidió que leyera el otro
lado de la nota. El niño lo hizo y descubrió que se había ganado el primer premio de
cincuenta libras en el concurso literario. Todos rieron. La segunda parte del
experimento de sus padres había culminado.

El padre y la madre se acuestan juntos a dormir en la cama de Katurian.


Las luces bajan.

Se cambiaron de casa al poco tiempo, y aunque los sonidos de las pesadillas


terminaban, sus cuentos seguían siendo extraños y retorcidos, pero buenos, y logró
estar agradecido con sus padres por toda la locura a la que lo habían sometido. Y años
después, en el día en que se publicó su primer libro, decidió volver a visitar la casa de
su infancia por primera vez desde que se fue. Recorrió despreocupadamente su
antiguo cuarto, y todos sus juguetes y pinturas estaban aún tirados por ahí…

Katurian entra al cuarto contiguo y se sienta en la cama.

...luego entró al cuarto de al lado, en el que todavía estaban los viejos taladros
cubiertos de polvo, y los candados y los cables eléctricos, tirados por ahí. Y sonrió
pensando en cuán desquiciada era la idea en sí, pero su sonrisa se desvaneció cuando
se topó…

La superficie de la cama se ve muy irregular, como si estuviera llena de bultos. Saca


el colchón para descubrir el horrendo cadáver de un niño…

...con el cadáver de un niño de catorce años que habían dejado ahí para que se
pudriera, sin casi un solo hueso que no estuviera roto o quemado, y en cuyas manos
había un cuento, garabateado con sangre. Y el niño leyó ese cuento, un cuento que
sólo podría haber sido escrito bajo la más enferma de las circunstancias; y era la cosa
más dulce y más delicada con que jamás se había encontrado; pero, lo peor de todo es
que era mejor que cualquier cosa que él mismo hubiera podido escribir. O fuera capaz
escribir.

Katurian coge un mechero y le prende fuego al cuento.

Así que quemó el cuento, cubrió de nuevo a su hermano y nunca le dijo una palabra
de lo que había visto a nadie. Ni a sus padres, ni a sus editores, ni a nadie.
La parte final del experimento de sus padres había terminado.

Las luces bajan en el otro cuarto, pero suben ligeramente para iluminar la cama en
la cual la madre y el padre todavía siguen acostados.

El cuento de Katurian, “El escritor y su hermano”, se acaba ahí de manera moderna y


deprimente, sin hablar sobre los un poco más comprometedores detalles de la historia
real, en la que después de haber leído la nota escrita con sangre y de haber entrado al
cuarto vecino, fue en realidad…

El cadáver del niño está sentado, erguido, y sujeto sobre la cama, respirando con
dificultad.

...a su hermano a quien se encontró ahí, vivo, pero con un daño cerebral irreversible,
por lo que esa misma noche, mientras sus padres dormían, el niño de catorce años
sujetó una almohada sobre la cabeza de su padre.
Katurian ahoga a su padre con una almohada. Su cuerpo se sacude y muere. Le da

unos golpecitos sobre el hombro a su madre. Ésta abre sus ojos somnolientos para
ver a su marido muerto con la boca abierta.
...y, después de despertarla por un instante para que viera a su marido azul y muerto,
sujetó otra vez una almohada sobre la cabeza de su madre.

Katurian, pálido, coloca una almohada sobre la cabeza de su madre que grita. Su
cuerpo se sacude con violencia, pero él mantiene con fuerza la almohada, mientras
las luces bajan lentamente hasta apagarse.

ESCENA TRES

Una celda. Michal está sentado sobre una silla de madera, dándose golpecitos sobre
los muslos, mientras escucha los gritos intermitentes de su hermano, Katurian, que
está siendo torturado en otro cuarto. Sobre un delgado colchón, a unos metros, una
colcha y una almohada.

MICHAL: “Había una vez... en un sitio lejos, muy lejos de aquí...


Katurian vuelve a gritar. Michal lo imita hasta que desaparecen los gritos.

“Había una vez, en un sitio lejos, muy lejos de aquí, un cerdito verde. Había un
cerdito verde. Que era verde. Um…

Katurian vuelve a gritar. Michal lo imita hasta que desaparecen los gritos, se levanta
y camina vagamente.

“Había una vez, en un sitio lejos, muy lejos de aquí, un cerdito verde...” ¿Sí era en
un sitio lejos, muy lejos de aquí? ¿Dónde sería? (Pausa.) Sí, sí era en un sitio lejos,
muy lejos de aquí y había un cerdito verde…

Katurian grita. Michal lo imita, pero esta vez, irritado.

¡Cállate, Katurian! ¡Estás haciendo que se me olvide el cuento del cerdito verde con
todos esos gritos! (Pausa.) ¿Qué era lo que hacía el cerito verde después? Le... le
dijo a un tipo... Le dijo a un tipo: “Hola...señor...”

Katurian grita. Michal sólo escucha.

Mmm, en todo caso no sé contar cuentos como tú. Me gustaría que se dieran prisa y
que dejaran de torturarte. Estoy aburrido. Este sitio es muy aburrido. Me gustaría…

Se oye que abren el cerrojo del otro cuarto. Michal escucha. La celda de Michal no
tiene llave y Katurian, ensangrentado y sin aliento, es arrojado dentro por Ariel.

ARIEL: Volveremos a trabajar en usted en un minuto. Voy por mi comida.


Michal lo aprueba levantando los pulgares. Ariel cierra con llave la puerta. Michal
mira a Katurian, quien tiembla sobre el piso, va a acariciarle la cabeza, pero no lo
logra y vuelve a su silla.
MICHAL: Hola.
Katurian lo ve, gatea hacia él y se abraza a la pierna de Michal. Michal lo mira,
sintiéndose inútil.
¿Qué haces?
KATURIAN: Me estoy abrazando a tu pierna.
MICHAL: Ah. (Pausa.) ¿Para qué?
KATURIAN: ¡No sé, me duele! ¿No puedo abrazarme a la pierna de mi hermano si
tengo dolor?
MICHAL: Claro que sí, Katurian. Pero me parece raro.
KATURIAN: (pausa) En fin, ¿y tú cómo estás?
MICHAL: Muy bien. Sólo un poquito aburrido. Oye, ¡qué de ruido hacían? ¿Qué
hacían, torturarte?
KATURIAN: Sí.
MICHAL: (chasquea la lengua en señal de desaprobación. Pausa) ¿Te dolió?
Katurian suelta la pierna de Michal.
KATURIAN: Si no doliera, Michal, no sería tortura, ¿no crees?
MICHAL: No, supongo.
KATURIAN: ¿A ti te dolió?
MICHAL: ¿Si me dolió qué?
KATURIAN: Que te torturaran.
MICHAL: No me torturaron.

KATURIAN: ¿Qué?
Katurian lo observa por primera vez, viendo que no tiene ni cortes, ni moretones.
MICHAL: No. El tipo dijo que iban a torturarme, pero pensé: “Uy no, eso puede
doler mucho”, entonces le dije al tipo lo que quería oír y todo estuvo bien.
KATURIAN: Pero te oí gritar.
MICHAL: Sí, me pidió que gritara. Me dijo que lo hacía muy bien.
KATURIAN: ¿Así que sólo te dijo qué decir y tú lo admitiste?
MICHAL: Sí.
KATURIAN: (pausa) Júrame por tu vida que no mataste a esos tres niños.
MICHAL: Te juro por mi vida que no maté a esos tres niños.
Katurian suspira aliviado, abrazándose de nuevo a la pierna de Michal.
KATURIAN: ¿Firmaste algo?
MICHAL: ¿Qué? Tú sabes que no puedo firmar nada.
KATURIAN: Entonces tal vez aún podemos librarnos de esto.
MICHAL: ¿Librarnos de qué?
KATURIAN: De ser ejecutados por matar a tres niños, Michal.
MICHAL: Ah, libarnos de ser ejecutados por matar a tres niños. Sería genial, ¿cómo?
KATURIAN: Lo único que tienen en nuestra contra es lo que tú dijiste, y las cosas
que dicen que encontraron en la casa.
MICHAL: ¿Qué cosas?
KATURIAN: Una caja llena de dedos de pie. No, un momento. Dijeron que eran
dedos de pie. No parecían dedos de pie. Podrían haber sido cualquier cosa. Mierda,
joder. (Pausa.) Además dijeron que te habían torturado, y sus manos estaban llenas de
sangre. ¿Me estás diciendo que no te tocó para nada?
MICHAL: No, me dio un sándwich de jamón. Sólo le tuve que quitar la lechuga. Sí.

KATURIAN: Déjame pensar un minuto. Déjame pensar un minuto.


MICHAL: Te gusta pensar, ¿no?
KATURIAN: ¿Por qué estamos siendo tan estúpidos? ¿Por qué nos estamos creyendo
todo lo que nos dicen?
MICHAL: ¿Por qué?
KATURIAN: Esto es como cuando cuentas un cuento.
MICHAL: Lo sé.
KATURIAN: Un tipo entra a un cuarto y dice: “su mamá está muerta”, ¿no?
MICHAL: Ya sé que mi mamá está muerta.
KATURIAN: No, ya lo sé, pero en un cuento... un tipo entra a un cuarto y le dice a
otro: “su mamá está muerta”. ¿Qué sabemos? ¿Sabemos que la mamá del otro tipo
está muerta?
MICHAL: Sí.
KATURIAN: No, no lo sabemos.
MICHAL: No, no lo sabemos.
KATURIAN: Lo único que sabemos es que un tipo entra a una habitación y le dice a
otro: “su mamá está muerta”. Eso es lo único que sabemos. La primera regla para
contar un cuento es: “no creerse todo lo que lee en los periódicos.”
MICHAL: No leo los periódicos.
KATURIAN: Muy bien. Estarás siempre un paso adelante de todos los demás.
MICHAL: No sé de qué estás hablando, Katurian. Pero, eres muy gracioso.
KATURIAN: Un tipo entra a una habitación y dice: “Su hermano acaba de confesar
que mató a tres niños, y encontramos el dedo del pie de un niño en una caja en su
casa”. ¿Qué sabemos?
MICHAL: ¡Ajá! ¡Ya entiendo!
KATURIAN: ¿Sabemos que el hermano mató a tres niños?

MICHAL: No.
KATURIAN: No. ¿Sabemos que el hermano confesó que mató a los tres niños?
MICHAL: No.
KATURIAN: No. ¿Sabemos que encontraron los dedos de los pies de un niño en una
caja en su casa? No. ¿Sabemos... Dios mío...
MICHAL: ¿Qué?
KATURIAN: Ni siquiera sabemos si mataron a algún niño.
MICHAL: Salió en los periódicos.
KATURIAN: ¿Quién dirige los periódicos?
MICHAL: La policía. Ah. Eres muy astuto.
KATURIAN: Dios mío. “Un escritor en un estado totalitario es interrogado sobre el
espeluznante contenido de sus cuentos y sus semejanzas con un número de asesinatos
infantiles que vienen ocurriendo en su ciudad. Una número de asesinatos infantiles,
que, de hecho,... no están ocurriendo para nada”. (Pausa.) Me gustaría tener un
cuaderno. Podría escribir un cuento bastante bueno con todo esto. Si no fueran a
ejecutarnos en una hora. (Pausa.) Cualquier cosa que hagan, Michal, no importa qué,
no firmes nada. No importa lo que te hagan, no firmes nada. ¿Entendido?
MICHAL: Me hagan lo que me hagan, no firmo nada. No importa lo que me hagan,
no firmo nada. (Pausa.) ¿Puedo firmar con tu nombre?
KATURIAN: (sonriendo) Sobre todo, no firmes con mi nombre.
MICHAL: “Maté a un montón de niños”, firma Katurian Katurian. ¡Ja!
KATURIAN: Cabroncete de mierda...
MICHAL: “Y no tuvo nada que ver con su hermano, Michal, ni un poquito”. Firma
Katurian Katurian. ¡Ja!
KATURIAN: Te voy a dar...
MICHAL: No...
Katurian lo abraza. Michal también, pero demasiado fuerte para las heridas de

Katurian.
KATURIAN: ¡Aargh, por Dios, Michal!
MICHAL: Perdón, Katurian.
KATURIAN: Está bien. (Pausa.) Vamos a estar bien, Michal. Vamos a estar bien.
Saldremos de aquí. Si nos mantenemos unidos.
MICHAL: Sí. Me pica mucho el culo hoy. No sé por qué. ¿Nos queda un poco del
talco ese?
KATURIAN: No, ya te lo acabaste. Y es muy caro, por cierto.
MICHAL: Mm. Y no vamos a ir a casa en un buen rato, ¿verdad?
KATURIAN: Verdad.
MICHAL: Me va a tocar quedarme aquí sentado con picor en el culo.
KATURIAN: Sí, y por favor sigue hablándome del tema, me levanta el ánimo.
MICHAL: ¿En serio? No, no seas bobo. Un culo no puede levantarte el ánimo ¿o sí?
KATURIAN: Depende del culo.
MICHAL: ¿Qué? Idiota. (Pausa.) Bueno, de todas maneras me pica. Eso te cuento.
Estoy tratando de no rascarme ni nada, porque estás aquí, pero, te juro que me pica
mucho. (Pausa.) Me pica el culo. (Pausa.) Cuéntame un cuento, Katurian. Para
distraerme de....
KATURIAN: Para distraerte de la picor de culo...
MICHAL: Del picor de mi culo, sí...
KATURIAN: ¿Qué cuento quieres?
MICHAL: Mm. “El cerdito verde”.
KATURIAN: No. Ese es muy idiota.
MICHAL: No es muy idiota. Es bueno. “El cerdito verde”. Hace un rato estaba
tratando de acordarme de él.
KATURIAN: No, te cuento uno distinto. ¿Cuál quieres?

MICHAL: “El Hombre almohada”.


KATURIAN: (sonríe) ¿Por qué “El Hombre almohada”?
Michal se encoge de hombros.
Uy, ese es de hace tiempo, ¿no?
MICHAL: Sí, es de hace tiempo.
KATURIAN: A ver, ¿cómo empieza...?
MICHAL: “Había una vez...”
KATURIAN: Sí, ya sé, pero estoy tratando de recordar cómo empieza en realidad...
MICHAL: (irritado) “Había una vez...”
KATURIAN: Muy bien. ¡Dios! (pausa) Había una vez... un hombre que no parecía
un hombre normal. Medía casi tres metros...
Michal, atento, silba silenciosamente.
Y estaba hecho de esas almohadas rosadas, suaves y blanditas: sus brazos eran
almohadas, sus piernas eran almohadas y su cuerpo era una almohada; sus dedos eran
almohaditas pequeñas y hasta su cabeza era una almohada, una almohada grande y
redonda.
MICHAL: Una almohada circular.
KATURIAN: Da lo mismo.
MICHAL: Pero yo prefiero “una almohada circular”.
KATURIAN: Su cabeza era una almohada circular. Y en la cabeza tenía dos botones
como ojos y una boca grande y sonriente que siempre sonreía, para que siempre se le
vieran los dientes, que también eran de almohadas. Unas almohaditas blancas.
MICHAL: “Almohadas”. Pon tu boca como la sonrisa del hombre almohada.
Katurian pone una enorme sonrisa idiota. Michal le toca suavemente los labios y las
mejillas.
KATURIAN: Bueno, el Hombre almohada tenía que ser así, tenía que ser blandito e

inofensivo, porque su trabajo, porque su trabajo era muy triste y muy difícil...
MICHAL: Oh-oh, ahí viene...
KATURIAN: Cada vez que un hombre o una mujer estuviera muy, muy triste por
haber tenido una vida dura y horrible, y quisiera acabar con todo, quitándose la vida
para ahogar el dolor; bueno, cada vez que alguien estuviera a punto de hacerlo ya
fuera con una navaja, con una bala, con gas o...
MICHAL: O saltando de algo muy alto.
KATURIAN: Sí. Por el método preferido de suicidio–“preferido” quizás no es la
mejor palabra, pero en todo caso, cada vez que alguien estuviera a punto de hacerlo,
el Hombre almohada se les aparecía, se sentaba con ellos, los abrazaba suavemente y
les decía: “Espera”, y el tiempo, curiosamente, se ralentizaba, y mientras se
ralentizaba, el Hombre almohada viajaba a la época en que ese hombre o esa mujer
era un niño o una niña, cuando el horror de su vida todavía no había comenzado. Y
bien, el trabajo del Hombre almohada era muy muy triste, porque consistía en
convencer a cada niño de matarse, para evitar los años de dolor que vendrían, y que
de todas formas terminarían de la misma manera: frente a un horno, frente a una
pistola, frente a un lago. “Pero nunca he oído de algún niño que se mate”, podría
decirse. Pues bien, el Hombre almohada siempre les sugería hacerlo de manera que
pareciera un accidente trágico: les mostraba el frasco de pastillas que parecía un
frasco de dulces; les mostraba la parte del río en la que el hielo era más delgado; les
mostraba las carreteras en medio de lo cuales era peligroso jugar; les mostraba las
bolsas de plástico sin huecos para respirar y les mostraba cómo apretarlas. Esto
porque los papás y las mamás digieren con más facilidad la pérdida de un niño de
cinco años, en un accidente trágico, que la perdida de un niño de cinco años que ha
visto lo jodida que es la vida y ha decidido tomar medidas para evitarla. Ahora, no
todos los niños le hacían caso al Hombre almohada. Había una niñita, una pequeña
feliz que no quiso creer al Hombre almohada cuando éste le dijo que su vida iba a ser
horrorosa. Ella lo despreció y él se fue llorando, derramando lágrimas gigantes que
formaban unos charcos así de grandes. La noche siguiente volvieron a golpear en el
cuarto de la niña y ésta dijo: “vete, Hombre almohada, ya te dije que soy feliz. Siempre
he sido feliz y siempre seré feliz”. Pero no era el Hombre almohada. Era otro hombre.
Su mamá no estaba en casa y este hombre vendría a visitarla cada vez que su mamá
no estuviera. Y muy pronto la niña se empezó a volver muy, muy triste, y a los
veintiún años, sentada frente al horno, le dijo al Hombre almohada: “¿Por qué no
trataste de convencerme?” Y el Hombre almohada le contestó: “Traté de convencerte
pero eras demasiado feliz”. Y mientras abría por completo la llave del gas, dijo: “Pero
nunca he sido feliz. Nunca he sido feliz”.
MICHAL: Mm, ¿podrías saltarte hasta el final, por favor? Esta parte es un poco
pesada.

KATURIAN: Pues, eso me parece un poco grosero, Michal.


MICHAL: Ah. Perdón, Katurian. (Pausa.) Pero, ¿podrías saltarte hasta el final, por
favor?
KATURIAN: (pausa) Bueno... el final del Hombre almohada... Entonces, cada vez
que al Hombre almohada le iba bien en su trabajo, algún niño se moría horriblemente.
Y cada vez que al Hombre almohada le iba mal en su trabajo, algún niño tenía una
vida espantosa, y luego se convertía en un adulto que tenía también una vida
espantosa, y luego se moría de alguna forma espantosa. Así que el Hombre almohada,
siendo tan alto y tan blandito, se pasaba llorando todo el día, y su casa estaba siempre
llena de charcos por todas partes, y entonces un buen día decidió llevar a cabo su
trabajo final. Se fue a un sitio que quedaba al lado de una hermosa ladera que
recordaba de tiempo atrás...
MICHAL: Me gusta esa parte.
KATURIAN: Y llevó una lata de petróleo, y había un viejo sauce llorón, y se sentó
debajo a esperar un rato, y vio que ahí mismo había un montón de juguetes, y...
MICHAL: Dí qué juguetes había.
KATURIAN: Había un carrito, y un perrito de juguete y un calidoscopio.
MICHAL: ¡¿Había un perrito de juguete?! ¿Ladraba?
KATURIAN: Eeh... sí. Bueno y entonces, cerca de ahí, había un pequeño coche casa,
y el Hombre almohada oyó que se habría su puerta y que salían unos pequeños pies, y
oyó la voz de un niño que decía: “Salgo un ratito a jugar, mami” y la madre le
contestó: “Bueno, pero no vayas a llegar tarde para el té, hijo”. “No, mamá”. El
Hombre almohada oyó que los pasitos se acercaban, y que se abrieron las ramas del
sauce, pero no era un niño, era un pequeño niño hecho de almohadas, un Chico
almohada. El Chico almohada saludó al Hombre almohada y el Hombre almohada
saludó al Chico almohada los dos jugaron con los juguetes un rato...
MICHAL: Con el coche y con el calidoscopio y con el perrito de juguete que ladraba.
Pero te apuesto que sobre todo con el perrito de juguete, ¿o no?
KATURIAN: Y el Hombre almohada le contó todo lo de su triste trabajo y lo de los
niños muertos y todo eso, y el pequeño Chico almohada lo entendió inmediatamente
pues era un pequeño muy feliz y lo único que quería era ayudar a los demás, y
entonces se roció con la lata de petróleo, mientras su boquita sonriente seguía
sonriendo. El Hombre almohada, en medio de sus grandes lágrimas, le dijo: “gracias”
al Chico almohada y el Chico almohada dijo: “No pasa nada. ¿le dirías a mi mamá
que esta noche no voy a tomar el té?” El Hombre almohada le dijo: “sí, claro”,

mintiendo. El Chico almohada encendió un fósforo y el Hombre almohada se sentó a


verlo quemarse. Y mientras el Hombre almohada empezaba a desaparecer
suavemente, lo último que pudo ver fue la boquita feliz y sonriente del Chico
almohada que se derretía lentamente, consumiéndose hacia la nada. Eso fue lo último
que vio. Lo último que oyó fue algo que ni siquiera se había imaginado. Lo último
que oyó fueron los gritos de los cientos de miles de niños a los que él había ayudado
a morir, que regresaban a la vida para lidiar con la fría y maldita existencia que les
estaba destinada, pues ahora él ya no estaría ahí para prevenirlos. Oyó también los
gritos de las tristes y autoprovocadas muertes, que esta vez, claramente, habrían sido
realizadas enteramente a solas.
MICHAL: Mmm. (Pausa.) No entiendo el pedazo del final final, pero... ah... ¿así que
el Hombre almohada simplemente desapareció? Ah.
KATURIAN: Simplemente desapareció, sí, como si nunca hubiera existido.
MICHAL: Hacia el aire.
KATURIAN: Hacia el aire. Hacia la nada.
MICHAL: Hacia el Cielo.
KATURIAN: No. Hacia la nada.
MICHAL: Me gusta el Hombre almohada. Es mi favorito.
KATURIAN: Es un poco deprimente, lo admito. ¿Ya no te pica el culo?
MICHAL: ¡No me picaba hasta que me lo recordaste! ¡Aargh! (Se acomoda.) Mmm.
Pero todavía no lo puedo entender.
KATURIAN: ¿Entender qué? ¿Entender al hombre almohada?
MICHAL: No, pensé que la había escondido lo suficientemente bien.
KATURIAN: ¿Escondido suficientemente bien el que?
MICHAL: La caja con los dedos del pie del niño. Pensé que la había escondido lo
suficientemente bien. Primero la puse debajo de mis calcetines y mis pantalones en el
cajón, donde, acepto, no estaba muy bien escondida, pero cuando empezaron a oler la
escondí entre la tierra de la maceta del árbol de Navidad que está guardado en el
ático, porque sabía que no íbamos a sacar el árbol de Navidad en años. O digamos,
que hasta Navidad. Y eso les hubiera dado bastante tiempo para que se enmohecieran.
Ya estaban medio enmohecidos.
¿Estaban medio enmohecidos cuando los viste?

Katurian asiente con la cabeza, exhausto.


Deben haber usado perros rastreadores o algo. ¿Sabes cuáles son los perros
rastreadores? Deben haberlos usado. Porque si no... los escondí muy bien. En la
maceta del árbol de Navidad. Sólo se saca una vez al año.
KATURIAN: Me acababas de decir...Me acababas de decir que no tocaste a esos
niños. Me acabas de mentir.
MICHAL: No. Lo que te acabo de decir es que llegó un tipo y me dijo que me iba a
torturar si no le decía que había matado a esos niños, así que le dije que había matado
a esos niños. Eso no quiere decir que no haya matado a esos niños. Yo sí maté a esos
niños.
KATURIAN: Tú me juraste por tu vida que no habías matado a esos tres niños.
MICHAL: Ah. Lo de: “júrame por tu vida que no mataste a esos tres niños”, era por
molestar. Perdón, Katurian.
Katurian se aleja de él y se dirige al colchón.

Sé que estuvo mal. De verdad. Pero fue muy interesante. Sobre todo aquella niñita que no
se dejaba crucificar como en tu cuento de la pequeña Jesus. En el cuento
no explicas cómo se hace, ¿verdad? Yo miré. Bueno, en fin, tuve que forzarla para
que lo hiciera. Con dos golpes bastó. No es por ser malo, pero al menos eso la dejó
callada.
KATURIAN: Pero, ¿por qué tenía que haber sido “La niña Jesús”?
MICHAL: Ah, Katurian, lo hecho hecho está y no se puede deshacer. ¡Tan-tan!
Bueno como me está dando sueño, voy a dormirme un rato, si es que logro distraerme
de mi culo que todavía me me pica como loco, y eso que no lo he vuelto a mencionar.
Michal se acuesta sobre el colchón.
KATURIAN: ¿Te vas a dormir?
MICHAL: Mm.
KATURIAN: Pero van a volver en cualquier momento a torturarnos y ejecutarnos.

Katurian relata el cuento en el que actúan la niña y los padres. Ligero cambio de vestuario
quemarque la diferencia entre los padres elegantes y los padres adoptivos, actuados por la
mismapareja.

KATURIAN: Había una vez, en una tierra no muy lejana, una niña que, aunque sus
amables padres no la habían educado tan religiosamente, tenía la firme determinación
de ser la segunda encarnación del Señor Jesucristo.
La niña se coloca una falsa barba, unas sandalias y empieza a bendecir las cosas, etc.
Lo cual era un poco raro para una niña de seis años. Usaba una pequeña barba y
andaba de sandalias, bediciendo cosas. Se la encontraba siempre caminando entre los
pobres y los desamparados, consolando a los borrachos y a los drogadictos, y
generalmente tratando con el tipo de personas que no le parecía adecuados a su mamá
y a su papá para una niña de seis años. Cada vez que se la separaban de esa
desagradable gente, pataleaba, gritaba y tiraba sus muñecas por todas partes, y
cuando sus padres le respondían que ...
PADRES: Jesús nunca pataleaba, ni gritaba, ni tiraba sus muñecas...
KATURIAN: Ella respondía: “¡Ese era el otro Jesús! ¿Sabéis?” Bueno, un día, la niña
se escapó una vez más, y durante dos horribles días sus papás no encontraron rastro
de ella, hasta que por fin recibieron una angustiosa llamada de un sacerdote al que no
conocían, que les decía: “Más vale que vengan a la iglesia. Su hija está aquí dándonos
una lata de mierda. Al principio nos pareció muy maja, pero se está volviendo
realmente insoportable”.
Las luces bajan lentamente sobre los sonrientes y agradables padres.
A sus papás no les importó eso, se sintieron aliviados de que estuviera sana y salva, y
se apresuraron a buscarla, pero en su afán, chocaron contra un camión de carne que
venía de frente, quedaron decapitados y murieron.
Los agradables padres sangran, salen luces.
A la niñita le dieron la noticia, lloró sólo una lágrima, y ni una más, pues pensó que

Jesucristo así lo habría hecho si hubiera perdido a sus padres en una decapitación en
coche. Y el estado la mandó a vivir en un bosque con unos padres adoptivos abusivos
...
Entran los padres adoptivos que llevan a la niña de la mano, apretándosela muy fuerte.
...que no le habían informado al estado que eran abusivos, que odiaban la religión,
que odiaban a Jesús, que odiaban a todo el mundo que de hecho no odiara a todo el
mundo y que, como era de suponerse, odiaban a la niñita.
Los padres adoptivos le arrancan la barba y la arrojan.
Ella aguantaba ese odio con un corazón feliz y los perdonaba, pero eso no parecía
funcionar. Cuando insistió en ir a la iglesia un domingo, le quitaron sus sandalias,
forzándola a caminar descalza y sola por los caminos empinados y llenos de vidrios
rotos. Sin embargo, cuando llegaba, se arrodillaba durante horas, pidiéndole a su
Padre en el Cielo que los perdonara, sólo para que la regañaran por entrar sangrando
a la iglesia. La golpeaban por llegar tarde a casa, aunque no se hubiera fijado alguna
hora para su regreso. La golpeaban por compartir su comida con los niños
pobres en la escuela; la golpeaban por levantarle el ánimo a los niños feos; la
golpeaban por andar por ahí buscando leprosos. Su vida era una constante tortura; sin
embargo, la soportaba con una sonrisa, y eso la volvía más fuerte, hasta que un día se
encontró con un ciego limosnero en el camino...
Katurian representa al ciego. Ella le unta tierra y saliva sobre los ojos.
Mezcló un poco de saliva y tierra y se la untó en los ojos. Él la denunció a la policía
por estarle untando saliva y tierra en los ojos, y cuando sus padres adoptivos la
recogieron de la comisaría le dijeron...
PADRES ADOPTIVOS: ¿Así que lo que quieres es ser como Jesús?
KATURIAN: Y ella respondió: “¡Por fin lo entienden!” (Pausa.) Se quedaron mirándola
un momento y luego empezó todo.
Los terribles detalles a continuación son representados en escena.
Su madre adoptiva le puso una corona de espinas en la cabeza, hecha de alambre de
púas, pues le daba demasiada pereza hacer una corona de espinas de verdad;
mientras, su padre adoptivo la azotó con un látigo de nueve colas y después de una o
dos horas, cuando recobró la conciencia, le preguntaron...
PADRES ADOPTIVOS: ¿Todavía quieres ser como Jesús?
KATURIAN: Y a través de sus lágrimas, ella dijo: “Sí”.

Los padres colocan una pesada cruz sobre la espalda de la niña. Ella camina con dolor.
Así que la hicieron cargar una pesada cruz de madera y la hicieron caminar cien
veces alrededor de la sala hasta que se le doblaron las piernas y se le rompieron las
espinillas, y hasta que no pudiera hacer nada diferente a mirar sus piernas torcidas y
lastimadas. Entonces le preguntaron...
PADRES ADOPTIVOS: ¿Todavía quieres ser como Jesús?
KATURIAN: Ella casi se enferma por un instante, pero se lo tragó para no mostrar
ninguna debilidad, los miró a los ojos y les dijo:
“Sí”.
Los padres la clavan a la cruz y la levantan.
Y entonces clavaron sus manos en la cruz, le doblaron las piernas en la dirección
correcta y le clavaron los pies en la cruz, y luego levantaron la cruz para posarla
contra la pared y la dejaron ahí mientras se fueron a ver la televisión, y cuando
terminaron todos los programas buenos, la apagaron, afilaron una lanza y le dijeron...
PADRES ADOPTIVOS: ¿Todavía quieres ser como Jesús?
KATURIAN: Y la niñita se tragó sus lágrimas, respiró profundamente y dijo: “No.
No quiero ser como Jesús. ¡Soy Jesús, puta!” (Pausa.) Y sus padres le hundieron la
lanza en un costado...
Lo hacen.
... dejaron que se muriera y se fueron a la cama.
La cabeza de la niña cae lentamente. Tiene los ojos cerrados.
Luz de día, los padres adoptivos regresan.
Pero por la mañana se quedaron sorprendidos al ver que no había muerto...
La niña abre lentamente los ojos y saluda con la cabeza. Ellos la bajan suavemente de la
cruz. Les
toca el rostro como si los perdonara. La colocan en un ataúd de cristal y sellan la tapa.
...así que la bajaron de la cruz y la sepultaron viva en un pequeño féretro, con el
suficiente aire para que sólo viviera tres días...
Echan tierra sobre la tapa del ataúd.
...y las últimas voces que escuchó fueron las de sus padres adoptivos que desde

arriba le decían...
PADRES ADOPTIVOS: Bueno, si eres Jesús, en tres días te levantarás, ¿no?
KATURIAN: Y la niñita tomó esto en consideración por un momento, sonrió para sí
y murmuró: “exacto, exacto”. (Pausa.) Y esperó. Y esperó. Y esperó.
Las luces se van desvaneciendo sobre el féretro mientras la niña rasga lentamente por
debajo de la
tapa. Katurian se acerca.
Tres días después, un hombre, que caminaba por el bosque, se tropezó contra una
pequeña tumba recientemente cavada, pero, como el hombre estaba bastante, bastante
ciego, siguió avanzando, tristemente, sin escuchar el horrible rasguño de hueso contra
madera, un poco detrás de él, que lentamente se desvanecía perdiéndose para siempre
en la negra, negra penumbra de un bosque vacío, vacío, vacío

Lentamente la luz se va apagando.


ESCENA 4

ARIEL: (pausa) Sé que todo esto no es culpa suya. Sé que no mató a los niños. Sé que
no quería matar a tu hermano, y sé que mató a sus padres por los motivos correctos y
siento tristeza por usted. De verdad siento tristeza por usted y nunca antes le había
dicho esto a nadie bajo custodia. Pero, a fin de cuentas, nunca me gustaron sus
cuentos, ¿sabe?
Ariel le quita los cuentos a Tupolski.
Póngase la capucha.
Katurian va a ponerse la capucha. Se detiene.
KATURIAN: ¿No se suponía que primero me iban a llevar al cuarto de al lado y me
la pondría allí? ¿Prometanme que dejaran mis cuentos intactos y encerrados en esa caja
para que dentro de 50 años alguien los abra, es lo único que tengo, por favor haganlo.
TUPOLSKI : No, no, le vamos a disparar aquí. Era un chiste. Solo arrodíllese un
poco más allá para que no me vaya a salpicar.
KATURIAN: ¿Pero me van a dar diez segundos después de que me ponga la capucha,
o también era un chiste?
TUPOLSKI: Mmm...
ARIEL: Le vamos a dar diez segundos.
TUPOLSKI: Le vamos a dar diez segundos.
Katurian se arrodilla. Tupolski saca su pistola y la amartilla. Katurian mira tristemente a Ariel.
KATURIAN: Fui un buen escritor. (Pausa.) Eso es todo lo que quise ser. (Pausa.) Y lo
fui. Y lo fui.
TUPOLSKI: “Fui” siendo la palabra vigente.
KATURIAN: (pausa) Sí. “Fui” siendo la palabra vigente.

Katurian se pone la capucha. Tupolski apunta.


TUPOLSKI: Diez. Nueve. Ocho. Siete. Seis. Cinco. Cuatro...
Tupolski le dispara en la cabeza. Katurian cae al suelo, muerto. La sangre se derrama
lentamente
por debajo de la capucha.

Tupolski: Termine de organizar estos papeles, limpie el cuarto y queme esos cuentos.

Oscuro

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