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LA REVELACIÓN COMO AUTOCOMUNICACIÓN DE DIOS Y LA TRADICIÓN

DE LA IGLESIA

Por revelación divina se entiende la manifestación sobrenatural que Dios ha hecho a los
hombres se Sí mismo y de sus designios salvíficos. El “debar” o palabra de Yahvé en la
biblia no es sólo palabra pensada o pronunciada, sino palabra y evento. El Dios que se
revela se expresa mediante un lenguaje lleno de consecuencias y actúa en la creación y
en la historia, poniendo en acto una presencia operante.

La revelación que Dios hizo de sí mismo se manifestó desde el principio de la creación


y ofrece a través de ella un constante testimonio de Sí (Sal 9, 2 – 5; Rm 1, 18 - 23). Sin
embargo, Dios quiso manifestar de modo más pleno a los hombres “para comunicarles
los bienes divinos que superan totalmente la comprensión de la inteligencia humana”
(DV 6).

Es una decisión enteramente libre por parte de Dios (placuit Deo, precisa DV 2).
Manifestarse a Sí mismo significa que la revelación pone al ser humano en presencia de
Alguien: Jesucristo. Él es el centro de toda la economía salvífica, único camino de
salvación tanto para judíos como para paganos (cf. Ef 2, 14). Él es mediador y plenitud
de toda la revelación (DV 2).

Por la revelación, Dios habla a los hombres como amigos (DV 2; cf. Ex 33, 11; Jn 15,
14 - 15), mora con ellos (Ba 3, 38) para invitarlos a la comunicación consigo y
recibirlos en su compañía. La aceptación de la Revelación es lo único que puede llenar
las aspiraciones de felicidad del ser humano. La Biblia no es un tratado teológico, sino
el ámbito de un encuentro existencial, interpersonal entre el hombre y Dios.

DV 2 indica que la Revelación se realiza con hechos y palabra intrínsecamente conexos


entre sí, de modo que las obras realizadas por Dios en la historia manifiestan y
confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras, y las palabras
proclaman las obras y esclarecen el misterio contenido en ellas. Las palabras divinas se
encuentran prediciendo o anunciando el evento o recordándolo, narrándolo,
proclamándolo o explicándolo. La palabra desentraña la verdad que contiene los eventos
y la eventual polivalencia de su significado (p.e. la historia del éxodo es más que un
hecho político, cf. Dt 26, 5 - 9).
DV 3 recuerda que Dios preparó con antelación a través de sus ministros (Abrahán,
Moises, etc) y de los profetas cada momento de la historia salvífica. Cristo, que es la
cumbre de la revelación, es él mismo el evento, pero a la vez, es el intérprete: su palabra
revela el más hondo significado de su existencia y de su misterio que se prolonga en el
tiempo. El verbo hecho carne, hombre enviado a los hombres que habla palabras de
Dios (Jn 3, 34).

Con Cristo la revelación entra en una fase escatológica irreversible y está destinada a
transmitirse y perpetuarse a través de los siglos a través de la Tradición (T). La T. está
presente no solamente en la doctrina apostólica y en los escritos de tradición apostólica,
sino también en la organización y la vida de la Iglesia, en su actividad litúrgica y
sacramental y en su interpretación de la SE (DV 8). La T, en contacto con la realidad
que en cada tiempo la Iglesia debe evangelizar, está llamada a crecer con la ayuda del
espíritu “en la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas” (DV 8).

Esta constante actualización de la revelación oral y escrita, interpretada por la tradición,


instaura un diálogo permanente entre la Palabra, históricamente dirigida por Dios en
Jesucristo, y su esposa, la Iglesia, por ella va induciendo a los creyentes a la verdad
entera (DV 8).

Escritura y Tradición no son dos vías independientes o paralelas de la Palabra de Dios


(PdD): cada una afirma la existencia de la otra, y sin la una la otra quedaría sujeta a la
arbitrariedad de la subjetividad del pensamiento. La S.E. posee características de un
texto escrito fijo y definitivo mientras que la T. es una realidad llamada a crecer por la
profundización creciente de lo que en el contenido originario estaba sólo presente de
modo implícito.

El oficio de interpretar auténticamente la PdD escrita o transmitida ha sido confiado


únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en nombre de
Jesucristo (DV 10). Interpretar, para el Magisterio de la Iglesia, significa descubrir el
verdadero sentido.

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