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DE LA IGLESIA
Por revelación divina se entiende la manifestación sobrenatural que Dios ha hecho a los
hombres se Sí mismo y de sus designios salvíficos. El “debar” o palabra de Yahvé en la
biblia no es sólo palabra pensada o pronunciada, sino palabra y evento. El Dios que se
revela se expresa mediante un lenguaje lleno de consecuencias y actúa en la creación y
en la historia, poniendo en acto una presencia operante.
Es una decisión enteramente libre por parte de Dios (placuit Deo, precisa DV 2).
Manifestarse a Sí mismo significa que la revelación pone al ser humano en presencia de
Alguien: Jesucristo. Él es el centro de toda la economía salvífica, único camino de
salvación tanto para judíos como para paganos (cf. Ef 2, 14). Él es mediador y plenitud
de toda la revelación (DV 2).
Por la revelación, Dios habla a los hombres como amigos (DV 2; cf. Ex 33, 11; Jn 15,
14 - 15), mora con ellos (Ba 3, 38) para invitarlos a la comunicación consigo y
recibirlos en su compañía. La aceptación de la Revelación es lo único que puede llenar
las aspiraciones de felicidad del ser humano. La Biblia no es un tratado teológico, sino
el ámbito de un encuentro existencial, interpersonal entre el hombre y Dios.
Con Cristo la revelación entra en una fase escatológica irreversible y está destinada a
transmitirse y perpetuarse a través de los siglos a través de la Tradición (T). La T. está
presente no solamente en la doctrina apostólica y en los escritos de tradición apostólica,
sino también en la organización y la vida de la Iglesia, en su actividad litúrgica y
sacramental y en su interpretación de la SE (DV 8). La T, en contacto con la realidad
que en cada tiempo la Iglesia debe evangelizar, está llamada a crecer con la ayuda del
espíritu “en la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas” (DV 8).