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Un Escrito desde la Prisión

Abril del 2021

Hola. De pronto os preguntáis quién soy y porqué os escribo, y es que el destino nos lleva
a dar giros un tanto inesperados; dándonos a entender que aún angustiados puede existir
algo de esperanza en tan sólo unas cuántas líneas en un papel arrugado. A lo mejor os
preguntaréis porqué algo tan sencillo puede ser importante para mí, pero primero que nada
quisiera presentarme: Mi nombre es José Ernesto Lasorsa Array. Soy médico graduado de
la UCV con dos especialidades aprobadas y un grado en cirugía toráxica. No me coloco mi
diminutivo profesional porque concibo que en el sitio donde me encuentro no es necesario
usarlo. Espero podáis leer completo la presente y extender mi testimonio.

Soy venezolano con nacionalidad española. Me crié en Cataluña, España desde los 11
años. Tengo seis hermosos hijos, de los cuales uno de ellos, el 22 de noviembre del 2020
falleció de forma lamentable, mi hijo Henry José de 22 años, pero ese tema quizá lo toque
más adelante. Yo era el tipo de médico que no creía en Dios, pues para mí, esos temas se
trataban un tanto de fanatismo, sin poder concebir lo realmente equivocado que estaba. Sin
embargo, por alguna extraña circunstancia, aunque nos encontremos distantes o no nos
hayamos acercado nunca a Él, llega el momento en que Él te busca. Para algunos como
yo, de una forma misteriosa marcada sin errores, para otros de una forma lacerante e
ineludible.

Desde el 16 de septiembre del 2016 fui diagnosticado de un carcinoma epidermoide de


antro maxilar (cáncer de antro maxilar), el cual pude superar en el año 2018.
Lamentablemente en mayo del 2020 tuve una recidiva donde volví a ser diagnosticado con
cáncer pero esta vez más agresivo y con extensión al seno edmoidal. Esto me llevó de
forma limitante a hacerme preguntas con las cuales me cuestionaba a diario, y es que,
¿cómo pudo ser posible que recayera de una forma aún más agresiva? Siendo esta no la
única tribulación que me perturbaría en ese instante, sino el inicio de una tela de araña,
constituida por situaciones entretejidas que me complicarían la vida que cómodamente
llevaba.

Fui detenido por el CICPC injustamente con un proceso viciado sin denunciante, en donde
se me imputaron nueve delitos, donde se podía observar ensañamiento. Este sin saberlo
fue el principio de todo, en el cual pude aceptar una herencia que tenía reservada para
encontrar el camino a Dios, donde podría hallar Su consolación para los días de fatalidad
que seguirían, siendo paciente de oncológico con un cáncer que comenzaba a asechar mi
vida como fiera rugiendo. En medio de todo aquello pude entender y darme cuenta que la
maldad existe y que el demonio puede aparecer disfrazado en cualquier expresión, pues la
única persona en la que confié comenzó a perturbar mi psiquis emocional provocándome
miedo, temor, angustia y más frustraciones, emociones que ya arrastraba desde mi
detención.
Sumado a esto se encontraban los maltratos y humillaciones que los funcionarios
realizaban contra mi humanidad a diario. Más aún aquellos días de requisas donde las
torturas se desbordaban en contra de una población sumisa, la cual no ameritaba este tipo
de maltratos considerables como crímenes contra la humanidad misma. A todas esas
adversidades se unía el hecho de no permitir el ingreso a mis calmantes, medicinas, y
alimentos, así como la prohibición hacia los demás detenidos que compartían pasillo
conmigo a que me prestasen apoyo o que simplemente se comunicasen conmigo. La única
persona que podía acercarse a mí o hablarme era aquel demonio que de forma misteriosa
gozaba de ciertos privilegios.

Recuerdo que la soledad comenzó a embargar mi corazón. El no poder conversar con nadie
y el pasar hambre pueden enloquecer a la persona más lúcida y centrada. Empecé a perder
el sentido de la cordura… En realidad, quería morir.

La maldad es ambiciosa. Aprovechándose de la debilidad limitante que me afligía, aquel


demonio jugando un juego macabro empezó a incitarme a acometer contra mi vida.
Recuerdo cómo me seducía con comentarios de suicidios que se fueron sembrando en mis
pensamientos, todo como un plan perfecto y bien orquestado.

Se preguntarán cuál era la intención de los funcionarios y de ese demonio. Solamente podía
vislumbrar a una persona que podía sacar pleno provecho de todo esto. Sin yo saberlo,
esta persona mantenía una relación con la madre de uno de mis hijos, siendo su objetivo
pleno el interés que tenía por ciertos bienes que yo poseía. De igual forma todos sacaban
provecho, debido a que los demás funcionarios tenían luz verde para los desmanes que ya
mencioné; y el beneficio de ese demonio era simplemente el disfrutar de su sociopatía
sádica de un psicópata congénito, descargando su maldad en mi contra. Éste sería un tema
contradictorio, el cual me llevaría a encontrarme y a conocer a Dios.

Aquellos días, en plena perturbación dicho demonio introdujo un pensamiento suicida en mi


mente, facilitándome de forma mas aberrante las herramientas. La primera vez, me otorgó
una hojilla. Como leyendo su pensamiento sabía lo que yo debía hacer para llevar a cabo
la acción por mis conocimientos de anatomía: Esto era cortar de una forma precisa la arteria
aorta. En tan sólo tres minutos sufriría muerte cerebral por desangramiento. Comencé a
ubicar la pulsación con mi dedo índice hasta que la ubiqué, y pasando la hojilla intentaba
cortar, mas no tenía filo. Me armé de ira pensando en todo lo que ocurría, y corté y corté,
hasta llegar a la profundidad de donde debería estar la arteria, pero de forma misteriosa,
aquella arteria no se encontraba en su lugar. Pasó ese día, y cubriendo la herida con el
tapabocas, el demonio con tono de burla me indicó que sabía que no lo haría; en su
segundo intento, me soltó el cordón de unas agujetas, dándome a entender qué era lo que
debía hacer. En la madrugada, tomé el cordón, lo até a mi cuello, lo fui apretando de forma
que cortara la circulación del torrente sanguíneo a mi cerebro, de manera que cuando
comencé a sentir que me iba a desmayar, me acosté tapándome por completo con la
sábana. Siendo otro misterio, desperté mas descansado al día siguiente, y comencé a
cuestionarme, surgiéndome preguntas de si acaso el destino me reprendía, siendo todo una
especie de juicio.
En su tercer intento, el cruel personaje lanzó a mis pies una jeringa de insulina de 0,5cc. Yo
sabía que con 20cc de aire en las venas podría llegar a causar un paro cardíaco, por lo que
la tomé y decidí colocarme 31cc de aire. Me inyecté 62 veces, lo cual no me generó ni una
bradicardia, taquicardia o dolencia alguna. Este demonio al ver que no logró nada, se le
ocurrió notificar a los detectives de guardia que me intenté suicidar, lo que ocasionó cuatro
días de castigo esposado a una reja sin poder bañarme, sin poder hacer mis necesidades
fisiológicas, tan sólo orinar en una botella de refresco. Me sentí tan frustrado, siendo estos
momentos propicios para cuestionarme ante Dios, pasando frío en esas noches de angustia
y de calamidad, donde cada día y noche se me hacían largos e interminables. En medio de
ellos, cuando ya no sin esperanza alguna, en ese preciso instante, comencé a percatarme
que no hacía falta estrellarme mil veces contra la vida para poder encontrarme con Dios,
ese fue el verdadero comienzo, dándome a entender que mi vida tan sólo es un suspiro de
Él.

Actualmente, a pesar de mi necesidad y mi enfermedad, Dios me ha dado a entender que


la vanidad y lo material, no lo es todo. Donde la oscuridad no nos permite ver, sumergidos,
afrontando una cruda realidad, como lo es mi enfermedad, la cual ha limitado hasta mi
movilidad, pues el temor ha tapado parte del tallo cerebral ocasionando cierta minusvalía
que no me permite caminar. Aunado a esto, las parálisis temporales que me dejan casi en
estado vegetativo, donde los mismos funcionarios en compañía de un detenido, tomaron
un yesquero, quemando mis manos, ocasionando ampollas y quemaduras, solo para saber
si no mentía. Lo insólito es que no sentí ni una pizca de dolor.

Afirmo un dicho que escribí en mi libro “Luchando con Samuel”:

Los caminos en la batalla contra el cáncer nos unen

Y es que uno debe aprender que las pérdidas pueden convertirse en ganancia. Manifiesto
esto con gran propiedad, pues todos los bienes materiales y el dinero es tiempo perdido
acá en la prisión, en el que muchos dirán que esto era un castigo por parte de Dios, pero
para mí era la única forma donde obtendría un Peniel con Jehová. Me siento en calma y
acepto mi situación junto con esta enfermedad terminal, tan solo me mantengo en oración
pidiendo mi salida de este sitio y poder sucumbir en paz con mi familia.

Dr. José Ernesto Lasorsa Array

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