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Desde tiempos inmemoriales acechan

entre nosotros los más temibles y


terroríficos monstruos que persona
alguna hubiese imaginado ni en sus
más escalofriantes pesadillas. No se
les conoce bien el rostro ni el cuerpo y,
sin embargo, se encarga de dejar
huellas implacables, huellas asesinas.
No por pequeños son inofensivos, sino
todo lo contrario.
Su microscópico tamaño les permite
ingresar al cuerpo de sus víctimas (sin
que ellas puedan darse cuenta) por los
más diminutos orificios o, incluso, por
la mismísima boca, para luego
desplegar toda su ferocidad y su
malicia.
Cuando yo estaba aún en pañales,
esos microorganismos malignos eran
indomables, y no hacían diferencias
entre bebés, niños, adultos o ancianos, aunque siempre prefirieron hacer sus tropelías
entre los más indefensos. Durante largos años, me dediqué a estudiar el
comportamiento de estás alimañas, tratando de descubrir su punto vulnerable para
derrotarlas definitivamente o, al menos, impedir su avance, Confieso que no fue nada
fácil y más de una vez creí que mi tarea era inútil, que jamás lograría detener su
endiablada acción devastadora.
Pero mi lucha fue, es y será sin cuartel, sin un minuto de descanso. Paso larguísimas
jornadas encerrada en mi laboratorio y sometida a una estricta disciplina de combate.
Allí fui aprendiendo diversas tácticas, técnicas y estrategias, a disfrazarme y resultar
irreconocible, a deslizarme por pequeñas tuberías, a convertirme en mínimas gotas …
pero, fundamentalmente a ser paciente. Casualmente, con esa misma palabra, se
nombra a las víctimas de mis terribles enemigos
En mi titánica tarea, conté desde principio con la valiosísima colaboración y asistencia
de notable señoras y señores dedicados al estudio de la ciencia, quienes eran los únicos
que parecían tenerme confianza. En realidad, yo nací de una vaca y a eso le debo mi
nombre, un tanto cómico para la seria e importante tarea que se me encomendó.
En un principio, tuve que lidiar con la desconfianza, la desinformación y la resistencia de
la mayoría, sobre todo de los más pequeños. Es tan feo saberse con destino de heroína
y no ser reconocida.
 Los niños siguen prefiriendo a Batman, Supermán y al Hombre Araña antes que, a mí
que me pongo a prueba diariamente con súper malhechores, mucho más difíciles de
vencer, más reales y harto más peligrosos.
Pero, en fin, la mía es una lucha silenciosa sin grandes explosiones ni producciones
espectaculares, aunque es de todos los días y, sin duda una lucha cuerpo a cuerpo a
favor de la vida. No por nada, en la actualidad me he ganado el voto de confianza entre
muchos humanos que piden mis servicios desde los más recónditos lugares del planeta.
¿Cómo pueden hallarme? Muy fácil. Casi todos me conocen como la “vacuna” y los
espero en todos los hospitales o dispensarios de salud pública.
Recuerden que juntos seremos imbatibles ante los virus y bacterias transmisores de
enfermedades.
Lorna Enright.

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