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Feld, Claudia y Jessica Stites Mor - Imagen y Memoria - El Psado Que Miramos-25-42
Feld, Claudia y Jessica Stites Mor - Imagen y Memoria - El Psado Que Miramos-25-42
PAIDÓS
Buenos Aires • Barcelona • México
Feld, Claudia
El pasado que miramos : memoria e imagen ante la historia reciente /
Claudia Feld y Jessica Stites Mor ; compilado por Claudia Feld y Jessica
Stites Mor. - la ed. - Buenos Aires : Paidós, 2009.
384 p .; 22x13 cm.
ISBN 978-950-12-2731-4
• I a edición, 2009
Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los ti-
lulares del copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de es
ta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático.
ISBN 978-950-12-2731-4
Indice
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o traumáticos (guerras, masacres, genocidios, catástrofes de
todo tipo), se interroga especialm ente la carga, el “peso”, que
tiene aquel pasado: los restos, las huellas, los materiales de la
m em oria que provienen de lo que fue y -a u n cuando son re-
configurados- producen efectos sobre el presente y generan
una continuidad (Lavabre, 1991).
Oscilando entre estos dos polos de la elaboración de la me
moria, e} que pone el acento en el pasado (y su “peso” sobre el
presente) y el que enfatiza el presente (y su actividad de “cons
trucción”), se ubican las imágenes fotográficas y fílmicas, espe
cialmente aquellas que provienen del pasado y se utilizan
como “docum entos”. De algún m odo, estas imágenes expre
san en form a material lo que sucede con toda memoria, sujeta
a este doble proceso de continuidad y cambio. En su carácter
de índices, las imágenes traen al presente las huellas de lo su
cedido. Tal com o afirm ó R oland Barthes, en relación con la
imagen fotográfica, el referente captado por la cámara tiene
que haber existido para que la im agen se produzca: “Nunca
puedo negar en la Fotografía que la cosa haya estado allí Hay
u n a doble posición conjunta: de realidad y de pasado” (Bar
thes, 1990: 135 y 136).2 A unque Philippe Dubois afirma que
“el principio de la huella, p o r esencial que sea, solo marca un
momento del proceso fotográfico” (Dubois, 1986: 49) ,3 es este
2. El énfasis es del autor. Podría abrirse aquí una discusión acerca del
cambio de estatuto de la imagen fotográfica ante la actual capacidad tec
nológica para simular e inventar im ágenes fotográficas que carecen de
un referente “real”. Sin embargo, nos interesa enfatizar en el carácter de
huella de una presencia, que aproxima la fotografía al trabajo de la me
moria social.
3. “En efecto, antes y después de ese momento del registro ‘natural’
del mundo sobre la superficie sensible hay, de una y otra parte, ges.tos
absolutamente ‘culturales’, codificados, que dependen por completo de
opciones y decisiones humanas {antes, elección del tema, del tipo de apa
rato, de ¡a película, del tiempo de exposición, del ángulo de visión, etcé
tera - todo lo que prepara y culmina en la decisión última del disparo-;
después, todas las elecciones se repiten en ocasión del revelado y del tira
je; la foto entra en los circuitos de difusión, siempre codificados y cultu
rales - prensa, arte, moda, porno, ciencia, justicia, familia...). Es por
tanto solo entre dos series de códigos, únicamente durante el instante de
la exposición propiamente dicha, que la foto puede ser considerada
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registro de la cámara el que perm ite construir un reservorio
de imágenes del pasado que inform an sobre lo que h a sido y
colaboran para “traer” al presente lo que ya no es. A la vez, el
presente reconfigura y m oldea las imágenes del pasado. No
solo en el m om ento de captar imágenes se realiza un acto de
selección y creación. También en la posterioridad de su pro
ducción, las imágenes capturadas por la cámara están sujetas a
modificaciones, m oldeados y transfiguraciones que los grupos
e individuos, desde los sucesivos presentes, ejercen en ellas: les
dan sentidos, las borran, las reeditan, las configuran, valorizan
unas, rechazan otras, de algún m odo, las ponen al servicio de
sus múltiples m aneras de concebir y evocar los acontecim ien
tos pasados.
En la Argentina, esta problem ática se plantea con especial
énfasis en relación con la etapa que abarca este libro: la déca
da de los setenta, caracterizada p o r las experiencias de la vio
lencia política, la militancía revolucionaria, la lucha arm ada,
la dictadura y la represión. En particular,, la dictadura borró
las huellas materiales de sus actos más sangrientos de violen
cia. Hizo desaparecer los cuerpos y las historias cotidianas y
políticas de miles de personas. En ese proceso, la im agen co
mo índice presenta un blanco: salvo rarísimas excepciones
-com o se verá a lo largo de este lib ro -, no hay registros foto
gráficos ni fílmicos de esas acciones. Sin embargo, han queda
do registradas las iniciativas de quienes reclam aban durante
esos mismos años por los desaparecidos y de quienes habían
militado en los años anteriores. Los retratos fotográficos de los
miles de desaparecidos se h an transform ado en bandera de
lucha y en emblema. Las huellas cam biaron de sentido y el
presente les h a dado usos imprevistos, reconfigurándolas una
y otra vez.
Por otra parte, las décadas posteriores a la del setenta no
han dejado de producir nuevas imágenes, tanto documentales
como Acciónales, para intentar evocar e interpretar aquellos
años. H acer visible lo sucedido, configurarlo y otorgarle senti
dos son actos que constituyen una operación compleja realiza
corno un puro acto-huella (‘un mensaje sin código’)" (Dubois, 1986: 49.
El énfatsis es del autor).
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da en cada nueva producción fílmica, fotográfica o televisiva.
¿Qué valor tienen estas imágenes?, ¿cómo generan mem orias
o construyen sentidos en la m em oria social?, ¿hasta qué punto
perm iten representar lo sucedido?, ¿cuáles son los límites, los
obstáculos y las trabas para esa representación? Estos son algu
nos de los interrogantes que este libro recorre.
Las investigaciones y polémicas sobre la representación del
horror, realizadas en otros países y que abordan otros aconte
cimientos históricos, han constituido en la A rgentina u n mo
delo para pensar esta temática. En especial, el genocidio nazi
y los múltiples debates surgidos acerca de su (im) posible re
presentación en imágenes proveen conceptos y nudos proble
máticos que repercuten en la cuestión abierta de cómo repre
sentar el “h o rro r argentino”. De la vasta bibliografía que
desarrolla el debate acerca de la representación de la Shoah,
se desprenden, al menos, tres dilemas principales que se ha
llan profundam ente interrelacionados. Un prim er dilema, de
orden expresivo, se cuestiona sobre cuál es el lenguaje adecua
do para representar lo sucedido. Tal como lo expone Antón
Kaes, este dilem a puede definirse de la siguiente m anera: “Si
se acepta que la catastrófica destrucción masiva que tuvo lugar
hace cincuenta años desafía no solo la descripción histórica y
la determ inación cuantitativa, sino tam bién la explicación
racional y la articulación lingüística, entonces se requiere una
nueva m anera autorreflexiva de codificar la historia” (Kaes,
1992: 208). Lo que se plantea en este punto es u n a discusión
acerca de los lenguajes y las imágenes capaces de dar cuenta
del horror, de hacerlo narrable y visible. U n segundo dilema,
de orden ético, interroga sobre cómo com unicar la experien
cia límite sin profanar la m em oria del acontecim iento: ¿cómo
no trivializarlo?, ¿cómo no prolongar el h o rro r a través de su
representación?, ¿cómo incluirlo en form atos mass mediáticos
y de acceso a un público amplio?, estas son algunas de las
cuestiones que involucra este debate.4 Finalm ente, u n tercer
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dilema, de orden político, se centra en las oportunidades y los
m om entos históricos, y en las consecuencias políticas de deter
minadas representaciones que acceden al espacio público.5
Los artículos que aquí presentam os atraviesan algunas de
estas discusiones y emplean los recursos teóricos y metodológi
cos que brinda dicha bibliografía, pero a la vez intentan pen
sar en las especificidades del caso argentino, con el objetivo de
echar luz sobre utilizaciones y elaboraciones de la imagen que
no necesariamente coinciden con las de otros lugares y tiem
pos históricos.
Basándose tanto en conceptos teóricos como en material em
pírico y entrelazando preguntas e interpretaciones, estos ar
tículos ponen como centro la imagen para analizar los proble
mas específicos que su producción, su uso y su circulación,
generan con respecto a los “trabajos de la m em oria”6 social. La
noción de “memoria” adquiere, de este m odo, u n a dimensión
analítica y una función conceptualizadora. No es una simple
herram ienta retórica para hablar del pasado o para referirse a la
historia reciente argentina, sino que se transforma en eje de las
investigaciones, opera como “puerta de entrada” y “guía” para
analizar e interrogar imágenes y producciones audiovisuales.
Un campo de debates
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América Latina, han tom ado la m em oria como objeto para
hacer de ella un centro de gravedad en el estudio del pasado
reciente. Estos trabajos presentaron im portantes avances que
sirvieron para reconstruir procesos políticos y sociales ocurri
dos duránte las décadas del setenta y. del ochenta en la región,
para estudiar las luchas por in terp retar y redefinir sentidos
acerca de esos períodos del pasado, para situar actores e insti
tuciones involucrados en la tarea d e recordar y hacer recordar
a otros las experiencias de sufrim iento y violencia vividas en
tonces.7 Más allá de la variedad de temáticas y abordajes que
presentan estas investigaciones, p odría decirse que el campo
de los estudios sobre m em oria constituye hoy, en la Argentina,
un fructífero terreno de debates desde el que se construyen
categorías, se realizan innovaciones metodológicas y se crean
lazos entre las diversas disciplinas; y esta actividad académica
tam bién tiene efectos de diverso alcance en las discusiones éti
cas y políticas acerca del pasado reciente y en la configuración
de políticas públicas de m em oria.
Dicho cam po de estudios reconoce, en prim er lugar, in
fluencias provenientes de u n a sociología de la m em oria (des
de los trabajos pioneros de M aurice Halbwachs hasta las in
vestigaciones de Michael Pollak sobre el recuerdo de las
experiencias lím ite),8 que estudia los lazos entre pasado y pre
sente, la actividad de construcción de memorias individuales y
colectivas, las agencias y los actores encargados de llevar al es
pacio público sus visiones sobre el pasado, los conflictos entre
m em orias divergentes, los vínculos entre m em oria e identi
dad. U na segunda corriente de influencias es la de u n a histo
ria de la m em oria (que se reconoce fundam entalm ente en las
investigaciones realizadas en Francia' por Pierre Nora y Plenry
Rousso) ,9 qué analiza las condiciones sociales y políticas en las
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que se configuran las distintas visiones sobre el pasado y pone
el acento en la necesidad de historizar tanto las memorias
como los relatos históricos. Finalm ente, u n a tercera línea de
influencias puede situarse en una filosofía de la m em oria (de
sarrollada, entre otros, p o r Paul Ricoeur y Tzvetan Todorov),
que analiza la dialéctica entre m em oria y olvido, el estatuto
del recuerdo, las características de la conciencia histórica, las
“figuras de la m em oria herida” y los dilemas ligados a los “abu
sos” y “excesos” de la m em oria.10
Desde mediados de los años noventa, principalm ente, estos
trabajos son releídos en la Argentina y dan lugar a numerosas
investigaciones sobre la m em oria social en las que confluyen
estos distintos abordajes. En el campo de debates é investiga
ciones argentino, esta temática es retom ada en u n contexto
específico regional, en el que los estudios sobre m em oria bus
can, por una parte, ayudar a gestionar y elaborar experiencias
traumáticas o dolorosas ligadas a situaciones de violencia y
represión dictatorial; y, p o r otra, abordar los nuevos m om en
tos de transiciones democráticas en el Cono Sur, intentando
diferenciar el presente “democrático” del pasado “autoritario”
(Jelin, 2004). En este marco, las investigaciones sobre m em o
ria no apuntan solamente a reconstruir la historia de aquellos
años, sino —como afirma Elizabeth J e lin - a “analizar el proce
so social de rem em orar (y de olvidar), estudiando los diversos
niveles en los cuales se d a” (Jelin, 2002: 2). Investigar sobre
m em oria implica, por lo tanto, “pensar y analizar las presen
cias y sentidos del pasado en nuestras sociedades”, exam inan
do “las marcas simbólicas y materiales en las cuales se anclan
estos procesos de rem em oración” (Jelin, 2002: 2).
El presente libro se inserta en este campo de trabajo y, al
centrarse en las imágenes, procura realizar u n a contribución
específica abordando una línea poco frecuentada en los estu
dios realizados hasta ahora.
En prim er lugar, porque propone tratar la imagen fótográ-
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fica y fílmica como u n objeto de investigación en sí mismo y
no como una m era fuente para la reconstrucción histórica.
Las imágenes son consideradas como construcciones: involu
cran actores y agentes, reglas y lógicas propias, contextos socia
les y culturales precisos, soportes concretos, elecciones y estra
tegias. En el presente libro, su análisis no se desvincula de
estos elementos.
En segundo lugar, porque los artículos no solo trabajan
con las representaciones y sus m odos de significar los aconte
cim ientos pasados, sino que además intentan - d e múltiples
m aneras y m ediante distintos abordajes- analizar el espesor
, histórico de las imágenes. En los textos de este volumen, di
chas imágenes son estudiadas en sus diversas temporalidades:
los m om entos políticos e históricos de su producción que res
ponden a u n tiem po de la enunciación, las tem poralidades
múltiples - a veces dislocadas- de su circulación, y el tiem po
heterogéneo y difícilmente asible de la m irada y la recepción.
Esta tem poralidad m últiple de las imágenes, que se vincula a
su vez a los tiempos plurales de la m em oria m encionados más
arriba, provee nuevos recursos para analizar e historizar las
mem orias sociales.
En tercer lugar, las imágenes fílmicas, fotográficas y televisi
vas - e n tanto objeto de investigación- perm iten u n acceso
complejo al pasado y a la actividad de construcción de m em o
rias. Tejiendo vínculos entre lo privado y lo público, entre la
información y la emoción, entre lo ficticio y lo “real”, entre el
registro y la creación, estas imágenes se convierten en vehícu
los privilegiados a la hora de construir e interpretar el pasado,
darle sentidos y reflexionar sobre la transmisión hacia las nue
vas generaciones. En sus complejidades, paradojas, dilemas éti
cos y am bigüedades, las imágenes se revelan como poderosos
instrum entos no solo para conocer el pasado y estudiar repre
sentaciones que generan nuevas memorias, sino tam bién para
hacer inteligibles los complicados mecanismos de la m em oria
social. En este sentido, el presente volumen intenta aportar no
solo la mirada hacia un objeto de estudio poco abordado, sino
también nuevas herram ientas metodológicas y teóricas que sir
van para realim entar este campo de investigación -los estudios
sobre m em oria-, introduciendo y dando estatuto a una nueva
línea de trabajo.
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Este libro se incluye, a su vez, en un terren o de debates
que, especialmente en los últimos años, h a aportado ideas
para pensar las imágenes que evocan los años setenta y sus vín
culos con la m em oria social. Nos referimos, al menos, a dos
temáticas centrales:
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co denom inado “siluetazo”, el volumen preparado por
Alain Brossât y Jean-Louis Déotte (2000) acerca de las
representaciones artísticas de la desaparición, y los traba
jos de Leonor A rfuch (2007) sobre imagen, política y
poética en relación con la m em oria de la historia recien
te argentina.
S4
Algunos autores fueron convocados especialmente para este
volumen y se les pidió un artículo vinculado a problemáticas
que ya habían abordado en trabajos anteriores. Otros participa
ron de u n proceso de selección que involucró una convocato
ria abierta y una evaluación de más de cuarenta propuestas.
También hemos querido incluir trabajos de naturaleza diferen
te, como el que presenta el texto de Carm en Guarini, basado
en su propia experiencia como realizadora fílmica. En esta
variedad de abordajes, disciplinas y generaciones, hemos en
contrado, sin embargo, algunos puntos de convergencia.
El prim ero es el que se refiere a la relación entre imagen y
desaparición. La problem ática de lo visible y de lo secreto,
central en este crim en perpetrado po r la últim a dictadura
m ilitar en la Argentina, se articula con diversos interrogantes
alrededor de la imagen. Así, Emilio Crenzel se pregunta por
su estatuto de “p ru eb a” cuando analiza las fotografías que in
cluyó la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas
(CONADEP) en el informe Nunca más; Ludiqila Da Silva Cate-
la examina el poder de denuncia y revelación frente a “lo invi
sible" que tienen los retratos de los desaparecidos portados
por sus familiares; y Sandra Raggio y Valeria Manzano obser
van en los filmes de ficción las reconstrucciones de las escenas
inciertas del h o rro r al interior de los centros clandestinos de
la dictadura. El trabajo de Claudia Feld se interroga sobre las
imágenes que hacen “visible” la desaparición al acom pañar los
testimonios de sobrevivientes en docum entales televisivos, y el
de Carmen Guarini exam ina la noción de “imagen de archi
vo” develando su carácter de construcción y la m ultiplicidad
de sus utilizaciones. En todos estos casos, las imágenes se ana
lizan en su lugar de tensión frente a la problem ática de la ver
dad: ¿qué revelan estas imágenes?, ¿qué alcanzan a mostrar?,
¿qué perm anece de todos modos oculto e indecible?, estos son
algunos de los interrogantes que guían esta línea interpretati
va del libro. La recurrencia de esta temática, además, pone de
manifiesto el peso de la desaparición como nudo problem áti
co del pasado reciente y de su m em oria en la Argentina,
dando cuenta de uno de los desafíos específicos ligados a la
“representación del h o rro r” en este país.
El segundo punto de convergencia es el que aborda la
materialidad de la imagen. Los artículos analizan los soportes
35
materiales en que se incluyen las diversas imágenes y se inte
rrogan sobre sus espacios de reproducción y circulación. Mirta
Várela, por ejemplo, propone observar las múltiples aparicio
nes de dos fotos emblemáticas de la “masacre de Ezeiza” en un
itinerario de símbolos, mem orias y montajes que perm ite dar
sentido a la experiencia histórica y escrutar sus puntos oscuros
y ocultos; Kerry Bystrom analiza los m odos en que las fotogra
fías son intervenidas y se com binan con otros materiales (tie
rra, m adera, vidrio, cartón) en las obras artísticas de Marcelo
Brodsky y León Ferrari, de tal m odo que el referente de esas
fotos pasa a tener una significación m enor si se lo com para
con la fuerza de evocación que crea su nueva m aterialidad.
Para Da Silva Catela, las imágenes se convierten en elementos
a ser portados, como ocurre con. las fotografías de desapare
cidos que las madres llevan estampadas en süs pañuelos o col
gadas en sus cuerpos. Sandra Raggio ve en las movilizaciones
de cada 16 de septiembre en La Plata u n a dramatización de la
experiencia colectiva de la desaparición de seis jóvenes de esa
ciudad. Según su análisis, las imágenes del filme La noche de los
lápices proveen u n a guía y u n escenario m aterial para el desa
rrollo de dichas manifestaciones. En todos los casos, los textos
analizan un a acción sobre el m aterial y el soporte de las imá
genes echando luz sobre las modalidades en que estas operan
ya no tan solo como huellas, sino tam bién como objetos -e n el
sentido de materiales productivos y tam bién en el de objetivos
o territorios a conquistar- de la m em oria social.
Finalm ente, un tercer punto de convergencia es el que si
tú a el análisis en los distintos actores, individuales o colecti
vos, que producen las imágenes, las portan, las reeditan y las
hacen circular. Las imágenes pueden ser producidas po r los
hijos de desaparecidos, como se observa en el texto de Lorena
Verzero; generadas por instancias institucionales muy articula
das, como la CONADEP, según propone Crenzel; creadas por
figuras individuales y altam ente significativas de la cultura
argentina, tal como plantea el artículo de Jessica Stites Mor,
que exam ina la figura de Fernando Solanas en su doble con
dición de cineasta y militante; portadas po r colectivos más o
menos estables, como los familiares de desaparecidos que ana
liza Da Silva Catela; o recreadas por instancias más impersona
les en las que se entrecruzan y superponen m últiples niveles
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de producción y enunciación, como es el caso de los medios
de comunicación que se examinan en los artículos de Várela y
Feld. En esta línea interpretativa, se in terro ga la pluralidad
del “quiénes” y el vínculo entre im ágenes y “em prendedores
de la m em oria”: ¿por qué estos diversos actores individuales y
colectivos se valen de las imágenes para tratar de instalar, en
el espacio público, sus interpretaciones sobre el pasado?,
¿cómo se relaciona su “acción en im ágenes” con su “acción en
palabras”?, ¿en qué momentos estos “em prendedores” adquie
ren o pierden legitimidad?, ¿qué diálogos con o.tros se estable
cen o se interrum pen? j
37
La segunda parte del libro se refiere a la problemática rela
ción entre imagen y política en la construcción de una memo
ria social sobre la década del setenta. El trabajo de Mirta Vare-
la sobre las imágenes y representaciones simbólicas de la
masacre de 1973 en el A eropuerto Internacional de Ezeiza ana
liza la imposibilidad de clausurar los significados de este acon
tecimiento. Varela se concentra en los discursos alrededor de
las persistentes imágenes fotográficas y televisivas de “Ezeiza”
y las vincula con interpretaciones literarias y artísticas, recons
truyendo de este m odo algunos de los m omentos en que se ela
boraron las imágenes símbolo de “Ezeiza”, a la vez que se inte
rroga por los sentidos que quedaron obturados en ese proceso.
El texto de Valeria M anzano considera la película Garage
Olimpo, de Marco Bechis, y su recepción pública, como un
ju eg o de espejos que relaciona el pasado con el presente y
viceversa. Estudia la relación entre la intervención urbana pre
via al estreno de la película, las imágenes de la ciudad que
m uestra el filme y las representaciones de la desaparición en
sus símbolos más contundentes: la venda que tapaba los ojos
de los secuestrados y el centro clandestino de detención. Man
zano sostiene que este tipo de representación cinematográfica
y de intervención en el espacio urbano fue clave para una
interpretación de los años setenta inscripta en el contexto
político y social de finales de los noventa. Un contexto que
vaciaba de densidad las referencias a lo político y a la subjetivi
dad política propias de aquella década.
Lorena Verzero aborda la cuestión de la transmisión entre
generaciones y del papel de la im agen cinematográfica en el
trabajo de duelo de los hijos de desaparecidos. La autora ana
liza diversos documentales realizados por hijos e hijas de aque
llos militantes de los años setenta y com para dichos filmes con
algunas obras realizadas en el m arco del “cine m ilitante” se-
tentista. Las visiones, del pasado y del futuro construidas en
ambos tipos de cine se entrecruzan para foijar representacio
nes que, o bien ayudan a elaborar los hechos traumáticos, o
bien obstaculizan esta elaboración.
Esta segunda parte del libro reú n e diferentes perspectivas
sobre el modo en que sé ha interpretado la cuestión de la mili-
tancia de los setenta en los enfoques ficcionales y documenta
les posteriores, y -d e form a más g en eral- analiza las maneras
38
en que las imágenes construyen el pasado y las formas de pen
sarlo. Al examinar los vínculos entre recuerdos íntimos, viven
cias subjedvas y espacio público, se interrogan las experiencias
setentistas para dar lugar a matices y claroscuros difícilmente
perceptibles en los relatos heroicos o victimizantes sobre aque
lla década.
La tercera parte aborda las estrategias de representación
ante las experiencias de violencia y h o rro r vividas en la Argen
tina. Las autoras se interrogan sobre las fronteras de la repre
sentación y sobre la agencia de determ inados productores cul
turales, especialm ente cineastas, en la tarea de establecer
imágenes e imaginarios desde los cuales visualizar el pasado.
Los “lím ites” que se interrogan aquí no solo tienen que ver
con los ya m encionados obstáculos para representar la expe
riencia límite, sino también con el peligro de que las imágenes
se cristalicen y pierdan su capacidad transform adora a la hora
de evocar el pasado y darle sentidos.
Jessica Stites Mor analiza la trayectoria de Fernando “Pino”
Solanas y ve en sus películas filmadas durante los años ochen
ta u na clave para la estructuración de u n a narrativa fuerte
sobre el pasado argentino. Para Stites Mor, la representación
se crea desde u n desplazamiento y una dislocación: exilios
internos y externos, m arginación, derrotas políticas y luchas
inacabables definen al imaginario del “sur” tal como lo recons
truye y comunica Solanas. La autora interpreta que la imagen
del “sur” h a servido para construir un filtro de inteligibilidad
a fin de entender una m em oria política de la izquierda, antes
y después de la dictadura.
Carm en Guarini escribe sobre el papel de los filmes docu
mentales en el registro y la denuncia de los crímenes del régi
men militar. Guarini cuestiona la noción de “imagen de archi
vo” para desentrañar sus m odos de construcción y sus usos:
estas imágenes fijas y repetitivas circulan insertas de un filme a
otro, a veces vehiculízando significaciones unívocas, a veces
m ostrando versiones aerificas del pasado. O tras imágenes, en
cambio, pueden servir para estimular la rem em oración y la
interrogación sobre el vínculo entre pasado y presente. Por
medio del análisis de los distintos tipos de imagen utilizados
en los llamados “filmes de m em oria”, la autora señala elemen
tos para reflexionar sobre los dilemas éticos y estéticos que se
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ponen e n ju e g o en la representación del pasado a través del
cine.
La cuarta y última parte del libro se refiere a las prácticas
sociales y políticas vinculadas a la fotografía, especialm ente en
torno a la cuesdón de los desaparecidos. Las fotos se analizan
en su doble condición de representación icónica y de objeto
material. Emilio Crenzel analiza la inclusión de fotografías en
el inform e Nunca más, interpretando los aspectos técnicos y
visuales de estas imágenes en relación con los sentidos asigna
dos p o r el texto. Ante un crim en secreto y oculto, las fotos
operan como evidencias visuales que restituyen la veracidad
del crimen. Pero esta “verdad” se encuentra, nuevamente, des
plazada: las fotos reproducen lugares vacíos, espacios en los
que las huellas del crimen han sido borradas. Es el anclaje de
la palabra de los testigos lo que perm ite darle a esas fotos su
valor de “p ru eb a” legitim ando, al mismo tiem po, la propia
investigación de la CONADEP. Este texto dem uestra la utili
dad de las lecturas intertextuales de la palabra y la imagen
para com poner una narración testimonial del pasado capaz de
revelar la presencia y la m aterialidad de la desaparición en el
espacio público argentino.
El artículo de Kerry Bystrom tam bién perm ite reflexionar
sobre el vínculo entre texto e imagen. La autora centra su aná
lisis en las obras de Marcelo Brodsky y León Ferrari, artistas
plásticos que utilizan las imágenes fotográficas para cuestionar
los límites de la fotografía misma como herram ienta de repre
sentación del h o rro r y para desafiar la relación entre imáge
nes fotográficas y narración en el m arco de construcción de
una m em oria colectiva. Bystrom utiliza la noción de “ilegible”
como una alternativa para señalar la m anera en que lo aparen
tem ente indecible e inimaginable encuentra, de todos modos,
algún tipo de expresión en imágenes; imágenes que, sin em
bargo, se encuentran siempre al límite de la imposibilidad.
Desde un abordaje etnográfico, Ludm ila da Silva Cátela
estudia la relación entre fotografía, desaparición y m em oria,
centrando su análisis en los retratos de los desaparecidos que,
desdé fines de los años setenta, han sido vehículo de visibiliza-
ción y denuncia, de reclam o y rem em oración. El artículo
toma tres escenas de análisis: la presencia de fotografías de los
desaparecidos en la esfera privada, en donde se analizan los
40
rituales de los familiares ante fotos ubicadas en las casas y
en los álbumes para recordar a las personas desaparecidas; la
circulación de esas fotografías en el ámbito público, más espe
cíficamente en las prácticas de protesta y denuncia sobre la de
saparición; y finalm ente la reproducción de estas mismas imá
genes en otros soportes, como libros, salas de exposición y
folletos, elaborados en el marco de las actuales “políticas esta
tales de la m em oria”. El texto de Da Silva Catela analiza en
profundidad los fuertes vínculos y superposiciones entre los
distintos ámbitos en que se transmite la memoria: lo familiar y
lo público, lo íntimo y lo político, lo individual y lo Colectivo.
Los tres artículos de esta sección p erm iten exam inar la
imagen en su carácter de práctica: es la acción sobre la imagen
tanto como la imagen misma la que genera u n a fuerza con
tundente de evocación y de interpretación del pasado.
Más que sistematizar ideas y cristalizar resultados definiti
vos, el recorrido que planteamos propone u n a apertura y una
exploración hacia un terreno poco investigado; p o r esa razón,
las preguntas que aquí quedan form uladas son, a nuestro
entender, uno de los resultados más significativos que ofrece
este libro. Es nuestra esperanza que sirvan como punto de par
tida para futuras investigaciones.
Bibliografía
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336
10. Lo invisible revelado. El uso de
fotografías com o (re) p resen ta ció n
de la d esaparición de personas
e n la A rg en tin a
337
co para la denuncia, tanto en el contexto nacional como inter
nacional. U na foto en blanco y negro utilizada en una marcha,
portada sobre el cuerpo de u n a Madre, colgada en una plaza,
estam pada en u na bandera argentina, raram ente reciba la pre
gunta de “¿quiénes son?” o “¿qué significa?”. Hay un sustrato
cultural y político, com partido y establecido entre la memoria
de los desaparecidos, su recuerdo y las fotografías en blanco y
negro.
La dim ensión m aterial del recuerdo, que asocia imágenes
fotográficas a cuerpos de asesinados y desaparecidos, nos per
m ite reco rrer huellas y marcas, e n ten d er prácticas sociales,
políticas y religiosas, asociadas á objetos concretos que pasan a
ser definidos y significados como símbolos activos, pasibles de
ser leídos e interpretados en diversos contextos.
Este texto recorrerá tres escenas de análisis sobre las modi
ficaciones que una misma im agen sufre a partir de los contex
tos de enunciación do n d e fue y es usada. La prim era escena
registrará, en el ámbito de la casa, la presencia de la fotografía
de los desaparecidos. Se analizarán los rituales en torno a sus
usos. La segunda observará la circulación de esas fotografías
fuera del ám bito doméstico, más específicamente en las prác-
, ticas de protesta y denuncia pública sobre la desaparición. Se
observarán los usos de la fotografía en espacios urbanos y cul
turales como plazas, m onum entos y exposiciones. Finalmente,
detendré la m irada en u n a tercera escena: la derivación de
estas im ágenes en el proceso de producción de otros soportes
com o libros, muestras, folletos, listas de desaparecidos que,
nacidos de las “políticas estatales de la m em oria”, hacen uso
de esas fotografías. En la m edida de lo posible, perseguiré el
análisis de estas tres esferas a partir de una misma fotografía
-y de la historia de u n desaparecido-, para poder observar la
génesis de producción, modificaciones, circulación y apropia
ción.1 De esta m anera, el texto realizará una etnografía dé la
338
relación fotografía-desaparición-memoria, tom ando a la ima
gen como (re) presentación, soporte y objeto a partir de los
cuales pensar el pasaje de lo privado a lo público y su significa
ción en el campo de luchas por las memorias sobre el pasado
reciente en la Argentina. Es necesario aclarar que, cuando me
refiero a las esferas de lo público y lo privado (o dom éstico),
no percibo estos espacios como estancos, sino que justam ente
m e interesa observar sus porosidades, sus dobles relaciones y
sus vínculos. Sin em bargo, como espacios, m arcan u n a dife
renciación espacial y territorial, en relación con el uso “dentro
de la casa” o en “la calle” de las fotos, sus significados y sus
rituales.
Para este recorrido utilizaré mis registros de trabajo de
campo, realizados en diversas regiones de la Argentina, desde
el año 1997 hasta la actualidad, en contextos urbanos y rurales
como La Plata, Jujuy y Córdoba. También recurriré a diversos
m ateriales y fuentes de archivos, como el de la Comisión Na
cional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP), Archi
vo Provincial de la M emoria (APM) de Córdoba y páginas
electrónicas.2
339
comunicación y diálogo. Frente a las fotos de seres queridos
muertos, las personas “conversan” en voz alta o en silencio, les
comunican novedades, les piden consejos,, los saludan, les
colocan flores, los acarician. En estos casos, la foto funciona
como una fuente de recreación de lazos sociales y parentales
que han cesado con la ausencia física del muerto.
Durante la última dictadura militar en la Argentina, desapa
recieron y fueron asesinadas -según las denuncias a la CONA-
D EP-aproxim adam ente 15.000 personas, aunque ese núm ero
podría ascender a B0.000.3 A diferencia de las guerras, donde
las imágenes de la catástrofe muchas veces nos indican la mag
nitud de las m uertes y las desapariciones, en la Argentina care
cemos de esas imágenes. La desaparición fue una de las accio
nes de la represión clandestina del Estado hacia sus oponentes
políticos, sindicales, agentes de la cultura, la educación, el ám
bito universitario y el estudiantil. Un mensaje a la sociedad
como un todo. La clandestinidad de la acción del Estado impli
caba, entre otras cuestiones, el secuestro de las personas en sus
casas o en la vía pública por comandos que no se identificaban;
su cautiverio en centros clandestinos de detención, donde se las
torturaba física y psicológicamente para obtener información
que perm itiera, en u n lapso corto de tiempo, lograr secuestrar
a otros “enemigos”. Finalmente, este círculo represivo concluía
con la definición del destino de los secuestrados. Ellos podían
ser liberados, pasar a cárceles y ser así “blanqueados” o legaliza
dos, o, como pasó en la mayoría de los casos, ser asesinados. El
asesinato implicaba, mayoritariamente, la desaparición de sus
cuerpos, ya sea en fosas comunes o arrojados al mar, en lo que
se conoce como los “vuelos de la m uerte”. Todo este proceso se
daba dentro de una aceitada m aquinaria del Estado. Si bien
sabemos, por los archivos que fueron rescatados, que se regis
traba cada paso en documentos, listas, informes, boletines, no
340
conocemos hasta el m om ento fotografías que hayan plasmado
los pasos de estas acciones y m ucho m enos la desaparición.4
Como dice Victoria Langland, “quedan fotos de lo que hubo
antes, pero no se pudo fotografiar u n a desaparición en sí. No
hay fotos de los vuelos de la m uerte. No hay fotos del acto de
tortura [...] En general podemos decir que no existe una foto
grafía que resuma, o pueda representar, la atrocidad masiva del
terrorismo de Estado en el Cono Sur” (Langland, 2005: 88) .5
De m anera proporcionalm ente opuesta, ante la ausencia
de esas imágenes, las fotografías de los rostros de jóvenes ase
sinados y desaparecidos durante la dictadura argentina consti
tuyen u n a de las formas más usadas para recordarlos, repre
sentarlos, vivificarlos. A partir de esas imágenes-, se enfrenta
simbólicamente la categoría colectiva de “desaparecido”, “ase
sinado” o simplemente “m uerto” (la cual engloba todas las
individualidades sin distinguir sexo, edad, tem peram ento, tra
yectoria) , y perm iten m ostrar u n a existencia individual, una
biografía. Estas fotos devuelven u n a noción de persona, aque
lla que en nuestras sociedades condensa los rasgos más esen
ciales: u n nom bre y un rostro. De esta form a, la imagen per
mite la constitución de la noción de persona, haciéndola salir
del anonim ato de la m uerte, para recu perar u n a identidad y
u na historia, em pezando por el rostro, u n rasgo que, como
341
dice Elias (1989: 160), “más que cualquier otra parte del cuer
po es la vitrina de la persona”.
Estas pequeñas fotos carnet en blanco y negro no fueron
pensadas para “hacer historia”. G eneralm ente pertenecían a
los docum entos de identidad o carnet de filiación a clubes,
bibliotecas, sindicatos, partidos políticos o universidades. De
m anera m inoritaria, en el inicio del uso de las imágenes de los
desaparecidos en el espacio público, hubo fotos que retrata
ban m om entos de la vida de estos desaparecidos. De esta for
ma, el origen de esas fotografías no tenía nada que ver con su
uso posterior. Realizadas ante la necesidad de ser usadas en los
docum entos o para retratar m om entos felices de la vida en
familiá, a posteriori, con la desaparición, adquirieron un objeti
vo particular: ser u n instrum ento de denuncia sobre la ausen
cia de personas en la A rgentina. Inauguraron, así, una forma
diferente de protesta contra la violencia intranacional. De allí
que lo que se quiso ocultar con la desaparición fue poco a
poco revelado po r la fotografía de miles de rostros que, en
diversos rituales y lugares, interpelaron e interpelan aún al
pasado, al Estado, a la Justicia y a la Nación como un todo.
342
La foto con el rostro del desaparecido pasó a ser, en esos
m omentos iniciales, una herram ienta de búsqueda, una espe
ranza frente a la incertidum bre. Muchas m adres de desapare
cidos m e relataron, durante mis trabajos de campo en La Plata
y Jujuy, que iban a las comisarías con la foto de su hijo para ver
si alguien lo había visto allí. La foto era u n a estrategia para
individualizar al ser querido de cuyo destino nada se sabía.
Como la descripción física que se detallaba en las cartas envia
das a las diversas autoridades nacionales, la foto acompañaba
la búsqueda individual de cada familiar con la esperanza de
que alguien lo reconociera y pudiera dar algún dato. Las
Madres pensaban que el rostro estam pado en esos papeles
fotográficos de 4 x 4 podía perm itir un reconocim iento que el
nom bre y el apellido no siempre aseguraban en las institucio
nes a las cuales recurrían.7
Con el pasar de los años, esas mismas fotos fueron llevadas
a los encuentros con algunos “liberados” de los centros clan
destinos de detención, nuevam ente con la desesperada inten
ción de que alguien pudiese reconocerlos, “decir algo sobre su
destino”.8 Muchas imágenes de desaparecidos y de niños apro
343
piados9 recorrieron el m undo en manos de exiliados o de ins
tituciones que se hacían eco de la desaparición de personas en
la Argentina. Con el retorno de la democracia, esas fotos fue
ron adjuntadas a las listas y fichas de desaparecidos construi
das por diversos organismos de derechos hum anos como la
Asamblea Perm anente por los Derechos Hum anos, la Liga
A rgentina por los Derechos del H om bre, Familiares de Desa
parecidos y Detenidos por Razones Políticas. Finalríiénte, todo
ese acervo configuró el archivo de la CONADEP. Posterior
m ente, esas fotos fueron reproducidas u n a y otra vez para
diversos usos y circulaciones.
U na vez que esas imágenes fueron elegidas en el espacio
privado para ser usadas como herram ientas de búsqueda y
denuncia de la desaparición de personas, pasaron a confor
m ar diversos acervos en el contexto nacional e internacional.
Dejaron, de esta forma, de pertenecer a la familia del desapa
recido para conform ar un corpus “de todos” los que d en u n
cian o se preocupan por el problem a de la desaparición.
A unque, en esta prim era etapa de denuncia, los usos eran
lim itados a la realización de pancartas y a la confección de
fichas, su circulación fue m uchas veces inusitada. Por este
motivo, du ran te m i trabajo de cam po, les he p reguntado a
familiares de desaparecidos de Jujuy, por ejem plo, cómo fue
que la foto de su herm ano o hijo llegó hasta la Plaza de Mayo
en Buenos Aires, o a ocupar las páginas de tal libro, o a ser
parte de u n a exposición en u n reconocido centro cultural.
Las respuestas m ayoritariam ente fueron: “N o lo sé”. De esta
344
form a, son esas fotografías -q u e inicialm ente se usaron para
“buscar al desaparecido”- las que m ayoritariam ente todavía
circulan en diversos soportes y con innum erables sentidos en
el espacio público. Por otro lado, sin que haya sido con u n a
intencionalidad manifiesta, esas fotografías pasaron a ser u n
instrum ento de contrapropaganda política, usadas p ara de
n unciar el accionar clandestino del Estado que negaba la
existencia de dichas personas. Sensibilizaron principalm ente
a organism os extranjeros y al periodism o internacional, que
pasaron a denunciar el problem a de los desaparecidos de la
Argentina. j
Si inicialmente identificaban a u n ciudadano buscado p o r
su familia, a m edida que pasó el tiem po y sobre todo con la
judicialización de los casos, esas imágenes, generalm ente foto-
copiadas, pasaron a tener un valor docum ental diferente. Pen
semos, por ejemplo, en el juicio a las ju n ta s en 1985, en los
Juicios por la Verdad (a mediados de los años noventa) y ac
tualm ente en las causas elevadas aju icio después de 2003: en
todos los casos, la fotografía carnet en blanco y negro de los
desaparecidos es usada y mostrada a los testigos com o u n o de
los recursos fundamentales e indicíales10 de búsqueda de la ver
dad sobre lo que se está juzgando.11
Lo interesante es la m odificación que u n a m ism a im agen
sufre a p artir de los elem entos que se le van agregando o de
los contextos de acción donde fueron y son usadas. Si inicial
m ente eran una simple foto que identificaba a u n ciudadano
en un docum ento público, a m edida que la p ropia noción de
desaparecido fue construyéndose políticam ente, se lé fueron
asociando núm eros de legajos, fechas, procesos judiciales,
345
que am pliaron su significado y su valor tanto simbólico como
político y judicial. Esta conversión del uso de la fotografía,
que originalm ente retrató a u n ciudadano y luego a ese
mismo individuo com o desaparecido, nos m uestra que, más
allá de la intención de su producción, lo que interesa como
dato etnográfico es el m odo en que pasa a inform ar de esta
nueva noción de persona que es la de desaparecido.12 Los diversos
espectadores pasan a leerla, observarla, en sus nuevos contex
tos de significación, donde lo que se da es un a interpretación
y u n a transform ación de lo real, u n a creación arbitraria y
codificada.
En la página electrónica <sinolvido.org>, vemos mayorita-
riam ente fotos 4 x 4, en blanco y negro, de hom bres y mujeres
desaparecidos.13 Las que originalm ente no pertenecían al
docum ento nacional de identidad, fueron recortadas de
m anera tal (como en el caso de Miguel Angel Garnica14 y
Roberto Luis C ristina)15 para que se asemejaran y pudieran
ser incluidas en la form alidad de u n legajo. Fueron esas imá
genes las que se usaron inicialm ente para denotar su nueva
condición de personas: de ciudadano, estudiante, profesora,
obrero, etc., a la de desaparecido o desaparecida. Son esas
.imágenes, congeladas en el tiempo, las que por más de treinta
años perduraron en el espacio público, en soportes como pan
cartas o banderas. Estas imágenes, originalm ente pertenecie
ron a legajos de denuncia de desaparición (APDH, CONADEP
ú otras denuncias puntuales) y hoy pueden ser observadas en
esta página electrónica. M uestran la generación de series, cla
sificadas p o r apellidos y nom bres, que pasan a dotar de una
nueva identidad a esos rostros, m ediante la seriación de fotos
346
4 x 4, la palabra “desaparecido”, una fecha y un núm ero de
legajo.
. U na misma imagen adquiere diversos usos sociales; sin
em bargo, como dice Bourdieu (1965), ellas siguen constitu
yendo un sistema convencional. Las imágenes no pueden ser
concebidas friera de sus circunstancias de producción y circu
lación, pero fundam entalm ente no pueden ser pensadas fuera
de sus actos de recepción. Recortar una foto para que se “ase
m eje” a un a foto carnet implicará com partir un sistema simbó
lico que ordena finalm ente su contem plación y lectura. Así, a
lo largo de la historia del uso de estas fotografías que repre
sentan la desaparición, que tornan visible lo oculto y que reve
lan lo velado, no están en juego solamente las dimensiones
técnicas que provocaron cambios y diversos circuitos de consu
mo y apropiación, sino tam bién las dimensiones sociales, polí
ticas e históricas que hicieron que estas fotografías —inicial
m ente usadas para registrar a ciudadanos en sus docum entos
nacionales de id en tid ad - hayan sido eficazmente simbólicas
p ara representarlos tam bién en su condición opuesta, la de
desaparecidos, negados p or el mismo Estado que los instituyó
y registró con u n a fotografía en sus D.N.I.
Sin embargo, el uso de estas fotografías no se limita al espa
cio inicial de la búsqueda y posteriorm ente a la judicialización
de los casos. A m edida que pasaron los años y la. creación de
símbolos y rituales, acom pañaron esta nueva form a de hacer
política instituida por los familiares de desaparecidos y especí
ficamente por las Madres de Plaza de Mayo. Las imágenes fue
ron y son, un a y otra vez, usadas para despertar sentimientos y
emociones, así como para denunciar y recordar, tanto en la
esfera de lo doméstico como en el espacio público. De esta
m anera, la imagen pasa a adquirir tanto la condición de (re)
presentación, como de soporte, objeto y territorio16 a partir
347
del cual pensar el campo de luchas por las memorias sobre el
pasado reciente.
348
te la entrevista, lo difícil que fue conseguir fotos de sus her
manos. En el caso de Paulino, la única foto existente era la
im agen tom ada al inicio del servicio m ilitar obligatorio. En
cambio, de Crescente no había fotos en la casa. Buscando e
indagando entre vecinos, consiguieron u n a en la que se lo
aprecia ju n to a sus amigos. A su lado se en cuentra Rosalino
Ríos, tam bién desaparecido. De esa im agen colectiva, en la
que aparecen tres jóvenes sonrientes, distendidos y posando
(véase figura 2Ba del Anexo), recortaron la foto que hoy
denuncia su desaparición y que la mayor parte del año p er
m anece colgada en el living de la casa (véase figura 23b del
A nexo). En fechas claves, sale del interior del hogar para ser
m ostrada en m archas y manifestaciones. - . ■
Las imágenes usadas al interior de los hogares para recor-,
dar a los seres queridos desaparecidos realizan así un circuito
singular. Fueron en su mayoría fotos sacadas po r la necesidad
de docum entar a u n a persona. Seguram ente pasaron años
como parte de documentos de identidad, de carnets de clúbes o
bibliotecas, hasta que adquirieron otros sentidos y destinos.
Empezaron a tener un principio de atestiguamiento inusitado,
pero característico de la fotografía “del docum ento” que testi
monia, certifica y ratifica la existencia .de ese individuo. Es la
evidencia de lo que existió. De esta form a, no es casual que
sean esas y no otras las fotografías que los familiares, y más
específicamente las madres de los desaparecidos, hayan elegido
tam bién para “exponer” en sus hogares. Casi sin excepción, en
todas las casas que visité en mi trabajo de campo, en La Plata y
en Jujuy, las fotos que se exponen son las mismas qúe se llevan
a las marchas y manifestaciones. Hay, sí, algunas variantes a
remarcar. Las fotos pueden ser directam ente la pancarta, como
en el caso de los herm anos de don Federico Galean, o pueden
estar enmarcadas en u n retrato, como en el caso de Eulogia
Garnica.19 Cuando las fotos están dentro de un portarretrato o
349
colgadas en la pared, generalm ente hay otros objetos que nos
indicarán la diferencia de esas imágenes con otras de la casa.
En general, serán flores o su disposición aislada del resto. Siem
pre alguna referencia nos interpelará como observadores. Pero
estas imágenes están despojadas de nom bres o fechas -que sí
tienen las pancartas- y, aunque en general son las mismas que
se pueden encontrar en los legajos de denuncia, no reprodu
cen ningún dató sobre la desaparición. O sea, aquí, al interior
de la casa, se resignifican como fotos de familia.
Es interesante n o tar que hay diferencias generacionales a
la hora de “m ostrar” las fotos de los familiares desaparecidos.
Los hijos de desaparecidos, siém pre que les es posible, exhi
ben im ágenes de sus padres en situaciones cotidianas, donde
está retratada la familia y principalm ente en las que ellos apa
recen en brazos de sus padres.20 Por otro lado, m uestran a sus
padres, de ser posible, en fotos en color. En sus casas o depar
tam entos, raram ente encontram os que la foto elegida para
recordarlos sea la misma que se lleva a las marchas. Esto mar
ca, de alguna m anera, no tanto la necesidad de testimonio y
certificación de las fotos carnets, más usadas por la generación
de las m adres de los desaparecidos, sino la necesidad de mar-
350
car la singularidad que rem ite a esa huella física que ya no
está, a ese individuo que fue particular y único.21
De esta y muchas otras m aneras, la foto del desaparecido
cumple con la función ritual del recuerdo en el espacio priva
do. Así, si están en la pared de u n a sala, habrá alguna indica
ción que nos perm ita en ten d er que esa no es una foto cual
quiera. En la casa de m uchas Madres, las fotos de sus hijos
desaparecidos están, por ejemplo, cerca de afiches o cuadros
que representan a la Asociación Madres de Plaza de Mayo o
ju n to a sus pañuelos blancos. G eneralm ente, son en blanco y
negro y, como ya afirmé más arriba, son la versión original de
las utilizadas en fotocopias ampliadas en las pancartas duran
te las manifestaciones públicas. Con frecuencia, en los hoga
res de los familiares de desaparecidos, las fotos están coloca
das ju n to a u n ram ito de flores que, en algunos casos, es
cambiado cotidianam ente. En otros, las flores aparecen en
referencia a días especiales: el cumpleaños, la fecha de secues
tro o las fiestas de fin de año. Más allá de las similitudes con
otros retratos fotográficos y sus usos recordatorios, el tamaño,
la centralidad, la asociación con objetos de reclamo de justicia
crean u n a distancia entre las fotos del desaparecido y las fotos
de otros parientes. En la exhibición está en ju eg o una lógica
de clasificaciones que rem ite a lo extrem o de una in terru p
ción violenta, traum ática, prem atura del ciclo de vida, una
mala muerte, por oposición a las buenas muertei22 que se produ
351
cen al final de la vida. En un extremo, la total ausencia de
fotos en el espacio dom éstico puede representar tanto una
form a para no reáctivar cotidianam ente el dram a com o un a
manifestación contra la situación estática de la m uerte y los
rituales asociados con ella.
23. En “La mort en images”, Faeta (1993) analiza el uso de las fotos
en el cuerpo de viudas en varias regiones de Italia.
352
solam ente retratar al desaparecido, sino más bien las relacio
nes sociales que la ausencia de este ser querido evoca. Son
así, al decir de Koury (2001: 71), “fotografías para uso social”,
que representan lo querido e im portante que era y es ese
individuo que está desaparecido. Finalm ente, p o rtar la foto
del desaparecido es revelar públicam ente la em oción y los
sentim ientos de sus parientes próxim os ju n to a u n a imagen
-queuréemplaza al cuerpo que nó está—, com o form a de refe-
renciar la pérdida en cada acto de evocación po r m edio de su
fotografía.
Más allá de las voluntades por construir memorias o de los
legados que se desean transm itir sobre los desaparecidos, la
práctica de llevar la imagen de un m uerto sobre el propio
cuerpo, actualmente en el contexto argentino, es utilizáda por
otros grupos sociales y políticos como form a de denuncia. Así,
otras madres, como las Madres del D olor o los familiares de
las víctimas de Crom añon24 -m uy distantes en térm inos de
clase social y de experiencias de vida-, se han apropiado de
esta estrategia de representación del dolor en prácticas políti
cas. Fotos, objetos que identifican a individuos que ya no es
tán, nom bres que denotan la pertenencia de sangre pasan a
ser accionados rápidam ente como eficaces vehículos de me
m oria y de denuncia, como una de las más claras expresiones
de los límites de tolerancia que la sociedad argentina - o me
jor, grupos pertenecientes a ella- im pone frente a la m uerte,
la violencia y los asesinatos.
353
Identificar. La calle y las fotos
354
las fotos iniciales de la serie “denuncias” y tomamos la de Ro
berto Luis Cristina,26 podem os observar esta diferencia. Mien
tras la imagen que representa la desaparición de Roberto Luis
Cristina en su legajo CONADEP se asemeja a la de un a foto
carnet, en otras instancias públicas, donde la intervención de
su hija, esposa u otros integrantes de la familia, ha sido activa,
como en hom enajes o actos públicos, las fotos elegidas pue
den reproducir instantes de su vida cotidiana o se lo puede ver
a Cristina maestro, rodeado de alumnos en una escuela (véan
se figuras 24a y 24b del A nexo).
Detengamos la mirada, ahorá, sobre el Pasaje Santa Catali
na de la ciudad de Córdoba, un a pequeña calle entre la Cate
dral y el Cabildo. Frente al lugar donde funcionó en los años
setenta el centro clandestino de detención conocido como D2
de la policía provincial, todos los jueves, acom pañando la
ronda de las Madres, el Archivo Provincial de la M emoria
(APM) cuelga las fotos de todos los desaparecidos y asesinados
de la provincia.27 Esas imágenes quiebran la rutina del peatón
que concurre al centro de la ciudad. Im ponen otro ritmo y
generan, casi inevitablemente, una interrupción en el paso,
una m irada sostenida sobre algún grupo de los centenares de
fotos. Los grupos escolares que pasan por casualidad por el
lugar o que vienen de visita al Archivo hacen las preguntas de
rutina a sus maestros y profesores: “¿Por qué los m ataron?”, _
“¿qué hicieron sus familiares para buscarlos?”. Muchos amigos
de la adolescencia de estos desaparecidos se paran por largos
m inutos a observar alguna foto y luego entran, algunos con
lágrimas en los ojos, preguntando: “¿Cómo puede ser que ‘mi
amigo’ esté desparecido y yo no sabía nada?”. Estas fotos actú
an como un disparador de memorias: familiares que ingresan
al Archivo a contarnos la historia de “su desaparecido”; amigos
o com pañeros que desean que les demos datos sobre el desti
355
no de ese individuo; sobrinos, nietos o prim os de desapareci
dos que nos acercan fotos porque sus familiares más directos
no quieren traerlas. Las situaciones que generan esas imáge
nes a veces son inexplicables o solo explicables si pensamos en
el “m ana”28 que transm iten y portan. Así, estas fotos, recuer
dan al desaparecido, lo individualizan dentro de un colectivo
que comparte un destino trágico común: el asesinato y la desa
parición en manos del Estado represor.
Pero también, como en la pared de un antiguo cem ente
rio, esas fotografías parecen reem plazar las tumbas p o r un
tiem po efímero. Esenciales en este ritual, las fotos no pasan
desapercibidas. Conducen un efecto de imposición de respeto
y reverencia. No es u n m uro de los lam entos ni un santuario
adonde se dirige u n a procesión, pero esas imágenes provocan
u na especie de culto secular que refuerza la unión entre todos
.los que participan de las m archas po r m edio de u n a acción
colectiva de vigilancia sobre el “problem a de nuestros m uer
tos, desaparecidos, asesinados”. Las fotografías aparecen como
el centro de una estrategia de transmisión de memorias, actua
lizando identidades y reforzando estrategias políticas de recla
mo de verdad y de justicia.
35 G
Esta “museificación” del pasado implica, entre otras cues
tiones, la pérdida relativa del control sobre la difusión y el uso
de las imágenes por parte de los familiares de desaparecidos.
U na vez que las imágenes pasan a exponerse públicam ente en
muestras, catálogos y libros, la circulación nacional e interna
cional de esos rostros puede derivar en diversos usos. Los visi
tantes de los museos con sus cámaras, los alum nos con sus
celulares, registran rostros e historias de vida que potencial
m ente serán observadas y contadas en otros espacios, cerran
do nuevamente un círculo de lo público a lo dóméstico.
Diversas experiencias del uso público dé las fotografías de
los desaparecidos en instituciones de la m em oria podrían ser
analizadas aquí.29 Sin embargo, voy a d eten erm e en u n tipo
de uso institucional en especial: la sala “Vidas p ará'ser conta
das” d el APM de Córdoba (véase figura 25 del Anexo). En
este espacio se da un proceso particular del uso de la fotogra
fía de desaparecidos. Esta sala p rop on e reconstruir la vida de
cada uno de los 700 desaparecidos de la provincia de Córdo
ba, por m edio de álbumes de fotos que contienen, además,
poem as, anécdotas, objetos pertenecientes al desaparecido,
etc. Estos son organizados por familiares o amigos de las per
sonas desaparecidas o asesinadas. M uchos d e ellos se acerca
ron al APM luego de ver las fotografías que se cuelgan los ju e
ves en la calle.
En esta sala del APM, trabaja u n grupo de jóvenes que cola
bora, si es necesario, con el arm ado de los álbumes, acompaña
a los familiares escaneando las im ágenes y, finalm ente, entre
vistándolos en relación con los sentim ientos generados p o r el
álbum y su lugar dentro del APM. Clarisa, la sobrina de Alicia
357
D ’Ambra (desaparecida el 12 de ju n io de 1976), relata el ori
gen del álbum que ella confeccionó:
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En este contexto, las fotografías se revelan como recursos
simbólicos esenciales: con o sin el apoyo de leyendas u otros
soportes, son el eje del relato de esta parte del APM. Ellas fun
cionan allí como prueba de existencias hum anas interrum pi
das. De cierta form a, tanto para la m am á de “Pelusa” como
para los desconocidos visitantes del lugar, las fotos rem iten a
prácticas usuales en los rituales fúnebres. Por otro lado, las fo
tos, en dicha sala, son “objetos fuera de lugar” al decir de Tur-
n er (1990). Como en los cuartos de milagros de los santuarios,
no son los objetos sagrados los que causan mayor impacto,
sino, al contrario, los objetos fuera de lugar, los objetos ordi
narios que despiertan emociones (vestidos de novias, partes
de autos, etc.). Los álbumes y sus fotos también son objetos
fuera de lugar: im pactan y generan emoción porque no están
en el cajón de un m ueble familiar, sino que pueden ser reco
rridos, observados y adm irados en u n a institución pública de
la memoria. Es desde ese lugar que provocan impacto y solida
ridad. Expuestas en la sala ‘Vidas para ser contadas”, esas imá
genes están unidas y se sustentan en u n a misma red de inten
ciones y de significados. Esto es porque su exhibición está
precedida de u n a serie de acontecim ientos y de usos compar
tidos, como los que analizamos más arriba, cobijados ahora en
un espacio público-institucional de la memoria.
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el tiempo, sean usadas luego de treinta años desde su desapa
rición es una especie de pacto de m antenim iento de lo social,
una evocación constante del m om ento y de la form a extrema
de su deceso.
Finalm ente, m e gustaría rem arcar que, como bien recuer
da Susan Sontag (1980: 27), “las fotografías no pueden crear
u n a posición m oral, pero pueden colaborar para consolidar
la”. La em oción y el comprom iso social y político provocados
po r cada imagen de un desaparecido portada p o r uñ a Madre
o contada en la sala de un m useo ganan fuerza y se reactuali-
zan por las diversas aproximaciones que cada espectador tiene
frente a la noción de violencia extrem a y desaparición, o de
las que puede llegar a adquirir sugeridas por la imagen. Los
espectadores ven apenas rostros de quienes ya no están, pero
esos ojos, esos rasgos inevitablem ente evocan imágenes pre
vias, así como interpelan sobre otras m uertes y violencias que
cotidianam ente se suceden y provocan, o deberían provocar,
la indignación de los ciudadanos del m undo.
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