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UN DÉCIMO DE LOTERÍA

Madrid, Puerta del Sol, 7:00 AM, 23 de Diciembre.


El sol no había salido todavía cuando me dirigía a la famosa
administración de lotería “Doña Manolita”. Toda mi familia me había encargado
comprar el décimo de navidad y no podía irme de Madrid sin cumplir ese
recado. Me quedé muy sorprendido al ver que a pesar de lo temprano que era,
ya había una cola considerable. Me coloqué el ultimo dispuesto a echarle
paciencia.
Al cabo de una hora, cuando ya estaba a punto de abrir la
administración, la fila ya se había convertido en una riada de gente que no se
podía distinguir de la muchedumbre que transitaba por las calles del centro,
camino de sus trabajos o para hacer las compras navideñas de última hora. Tal
era el grado de mi aburrimiento que me puse a inventar historias sobre las
personas que había en la cola y los motivos que le habrían llevado hasta ella.
Justo detrás de mí se encontraba una señora muy elegante con un abrigo
negro largo, ceñido a la cintura con un cinturón y con el cuello de piel. Se
cubría las manos del frio con unos finos guantes de cuero color granate y un
sombrero de paño del mismo color. Tendría algo más de cincuenta años. Iba
acompañada de un chico joven, mas bien desaliñado y con aspecto de estar
extenuado.
En mi mente, la señora era una aristócrata, mientras que el chico
seguramente trabajaría para ella, ya que había detectado una actitud un tanto
servil con ésta. También se me pasó por la cabeza que el chico era un
secuestrador o estaba chantajeando a la señora de alguna manera.
Mientras que me entretenía con estos pensamientos, llegó mi turno y
compré la tan ansiada lotería.
A la salida, como no tenía gran cosa que hacer hasta que saliera mi tren
por la tarde, me puse a pasear sin rumbo. Había llegado a la Plaza Mayor
cuando me topé de frente con el muchacho que acompañaba a la mujer de la
fila, que venía corriendo perseguido por la policía. Iba tan rápido que los
agentes no lograban alcanzarlo, pero un osado transeúnte logró interceptarlo y
de inmediato los policías lo esposaron y metieron en un coche patrulla que
salió a toda velocidad. Me quedé muy intrigado, pero ya tenía que dirigirme a
Atocha para coger mi tren con destino a Málaga.
Ya en el AVE, tras un rato leyendo las noticias buscando sin éxito algo
que relatara el hecho que había vivido hacía un par de horas, me dirigí al
vagón-cafetería y me quedé totalmente desconcertado al ver a la señora
elegante en ese lugar. Tenía que hablar con ella así que la abordé
directamente:
—¡Hola! Disculpe mi atrevimiento, pero esta mañana estaba usted con un joven
justo detrás de mí en la cola de Doña Manolita y unas horas más tarde he
presenciado como la policía se llevaba detenido a ese joven, y la verdad es que
me pica mucho la curiosidad.
La señora se puso un poco tensa cuando le dije esto y lo primero que me
contestó es que no conocía al chico de nada. Tras un rato de conversación, de
pronto, me dijo:
—¿Tienes coche en la estación? Necesito que me hagas un favor.
Como mi espíritu aventurero me puede y tenía el coche en el parking de la
estación, le dije que sí, y la señora me contó que trabajaba para la Interpol, que
estaba infiltrada en un grupo de mafiosos y que el chico que habían detenido
pretendía delatarla, pero que no me podía contar mucho más por mi seguridad.
Necesitaba que la llevara hasta un famoso y exclusivo club en Marbella, así
que fuimos hasta allí. Durante el trayecto, trataba de sacarle algo de
información, pero ella me daba evasivas, solo me dijo cuando llegamos que
probablemente le hubiera salvado la vida al llevarla en mi coche, ya que la
estaban esperando a la salida de la estación. Y así sin más, se despidió
después de pedirme total discreción y de volverme a dar las gracias.
Al rato ya estaba entrando en casa con mis decimos de lotería en el bolsillo y
una historia que no debía de contar jamás.

Óscar Donoso Gémar

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