Es obra de misericordia suprema despertar al dormido y sacudir al parado y es obra de suprema
piedad religiosa buscar la verdad en todo y descubrir dondequiera el dolo, la necedad y la inepcia. Miguel de Unamuno. Mi religión y otros ensayos pp.34-35..
Contexto histórico desde el que hacemos esta reflexión.
El panorama internacional al día de hoy presenta un escenario complejo y contradictorio. Para describirlo, voy a hacer un resumen rápido de la conferencia que impartió en Bilbao el pasado mes de mayo el profesor Stefano Zamagni, catedrático de Economía Política en la Universidad de Bolonia, sobre el tema: “Humanizar la Economía. Elementos contra la resignación y la utopía”. El profesor Zamagni asesoró a Benedicto XVI para la elaboración de la encíclica “Caritas in veritate” y es consultor del Consejo Pontificio Justicia y Paz. De su comunicado recojo las datos siguientes: La capacidad de producción de la cuarta revolución industrial es inmensa, las posibilidades de controlar las enfermedades, las pandemias, etc., son más reales que nunca, la producción de alimentos y de bienes de consumo ha alcanzado cotas inimaginables hace 50 años. Sin embargo, el número de pobres absolutos (no llegan a disponer de dos dólares diarios) es terriblemente alto todavía y las estimaciones del Banco Mundial hace unos meses advertían que para el año 2050 habrá unos 250 millones de refugiados ecológicos. La civilización humana sigue soportando una herida abierta y dolorosa. Al día de hoy los poderes políticos están al servicio de los grandes bancos y corporaciones. La actual crisis ha sido provocada por ellos y su monumental saqueo se ha debido a la falta de control de las instituciones políticas sobre estos verdaderos centros de poder. Hace unos meses 300 economistas del mundo, entre los que se encuentran premios Nobel de economía, han pedido el cierre de los paraísos fiscales. Ningún gobierno ha respondido a esta demanda. En estos momentos la economía especulativa domina sobre la economía real. La crisis del 2008 ha sido el primer capítulo de una historia que promete ser larga si no se adoptan las medidas oportunas. Por otra parte, todos los indicadores señalan el creciente peso del hemisferio Sur y esta inmensa zona del planeta no se plantea, según el cardenal Kasper, el problema de articular la fe y la modernidad, sino los problemas de la pobreza, del hambre, de la salud, de la migración y de la violencia. En este contexto, desde nuestra pertenencia a la Iglesia Católica hacemos la reflexión siguiente, con la conciencia de que la afirmación de Aristóteles no es producto de la ingenuidad. El aseguró que “la virtud es más contagiosa que el vicio, pero debe ser conocida”. Como cristianos vamos a intentar hacer ahora una reflexión teológica que confirme esta verdad de la ética aristotélica. Las llamadas tradicionalmente “notas de la Iglesia” (una, santa, católica y apostólica) son las que manifiestan la verdadera Iglesia de Jesús. Pero digámoslo de otra manera: la Iglesia es la comunidad que se parece a Jesús. Ahora bien, ¿cuándo nos parecemos a Jesús? Cuando nos orientamos por el ejemplo de su vida. Su existencia es la que se ha presentado encarnada en la historia real y desde esa encarnación ha anunciado la buena noticia del Reino de Dios. Consecuentemente, ha cargado con el pecado del mundo; no se ha quedado “contemplándolo” desde la distancia y ha resucitado abriendo el horizonte a la vida, a la esperanza y a la alegría. La dimensión más vertebradora de su vida es la MISERICORDIA. Así lo ha entendido la Iglesia, al asumir en este tiempo el Jubileo de la Misericordia y se ha comprometido a ponerla como orientación de toda su acción pastoral. Es decir, la está proponiendo como PRINCIPIO y esto significa que lo asume como origen de todo y lo entiende como asistencia permanente a todo el proceso histórico de la misma. El ejercicio de la Misericordia nos transforma en una comunidad religiosa que representa un modelo concreto de unión corporativa. Los sociólogos suelen poner dos modelos de comunidad: el modelo de la cadena, que está hecha de eslabones, pero corre el peligro de que la rotura de uno de ellos suponga la rotura de toda la cadena. El segundo modelo es el de la cuerda: está hecha de muchos hilos trenzados y entrelazados y, si un hilo se rompe, el resto aguanta. Pero también es cierto que si solamente la cuerda tiene pocos hilos entrelazados no resistirá. ¡Cuántas veces hemos cometido el error de valorar el cristianismo de un país por el número de santos reconocidos por la Iglesia! La calidad de la fe de una comunidad no depende del altísimo nivel alcanzado por unos pocos de sus miembros, sino por el nivel conseguido por la comunidad cristiana. Demos un par de vueltas más alrededor del término PRINCIPIO En las ciencias sociales el término se usa para describir el conjunto de experiencias, creencias y valores que afectan a la forma en que un individuo percibe la realidad y al modo en que responde a esa percepción. Son las dos dimensiones del pensamiento humano: la interpretación de lo que está ahí (lo real) y la toma de postura, que desencadena la acción transformadora, que orienta la acción práctica. Pero no olvidemos que los principios que sustentan un pensamiento pueden colapsar. ¿Cuándo? Cuando enferman. ¿Cómo se manifiesta esa enfermedad? Puede ser descrita como una grave enfermedad de la mente humana que no permite pensar ni dudar respecto a la validez del modelo vigente y que puede volverse crónica. Pongamos un ejemplo que todos pueden entender: Colón había observado que, a medida que un barco se alejaba, el casco desaparecía del horizonte visual y después se ocultaba el velamen. Los demás veían lo mismo, pero como el modelo de pensamiento era que la tierra es plana, explicaron que el barco desaparecía a medida que se alejaba del observador. Magallanes, al dar la vuelta al mundo, rompió con la idea de que la tierra era plana y su parálisis. De este modo, podemos llegar a la conclusión de que el principio Misericordia está expuesto a contraer una enfermedad en su propio significado interior, cuando reducimos su amplio horizonte al estrecho marco de una acción concreta. Me explico. Dar de comer al hambriento es una buena acción, pero radicalmente incompleta si no nos lleva a preguntarnos por qué se da el hambre en una tierra fértil y rica. Esa cuestión nos debe llevar al corazón de lo real y no a la mera realización de una simple acción, que evita la pregunta. Para reforzar esta idea traigo a colación la reflexión de Boris Cyrulnik, psiquiatra francés, y uno de los autores más leídos en Europa: ”…cuando cada sufrimiento procede de otro sufrimiento, como una catarata, será conveniente actuar sobre todas y cada una de las fases de la catástrofe: habrá un momento político para luchar contra esos crímenes, un momento filosófico para criticar las teorías que preparan esos crímenes, un momento técnico para reparar las heridas y un momento resilente (cuando la persona supera circunstancias traumáticas como la muerte de un ser querido, un accidente o situaciones adversas) para retomar el curso de la existencia”. Los cristianos traducimos el momento resilente de Cyrulnik en el ejercicio de la Misericordia, que abre nuestra conciencia de par en par, para dar entrada a la experiencia del amor misericordioso de Dios y, de este modo, tomar el curso de la existencia. La lectura del Éxodo, repetida en la liturgia católica cada año, es un pasaje emblemático, de sobra conocido y con frecuencia invocado, para recordar la sensibilidad misericordiosa de Dios ante situaciones colectivas de injusticia: “He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto, he oído el clamor que le arrancan sus opresores y conozco sus angustias. Voy a bajar para librarlo del poder de los egipcios. (…) El clamor de los israelitas ha llegado hasta mí. He visto también la opresión a que los egipcios les someten”. (Ex. 3, 7- 9) Este es el sufrimiento ajeno interiorizado y el comienzo de la reacción misericordiosa de Dios hacia las víctimas. Esta reacción supone la apuesta de Dios a favor de los que sufren. Esta es la fundamentación de los creyentes que asumen la misma acción de Dios y, de este modo, se hacen afines a Dios. Y una prueba de esta afinidad la muestra Etty Hillesum, la joven judía holandesa que se presentó voluntaria en el campo de concentración de Westerbork en 1942 y fue asesinada en la cámara de gas de Auschwitz al año siguiente. Esta víctima de la barbarie nazi oraba de una forma paradógica: “Quiero ayudarte, Dios, para que no me abandones… Con cada latido del corazón comprendo más claramente que no puedes ayudarnos, sino que debemos ayudarte a ti y defender tu morada dentro de nosotros hasta el último momento”. Es la otra dimensión de la Misericordia que va desde el ser humano a Dios. Dios es digno de Misericordia. Deberíamos concluir nuestra reflexión aquí y permitir que el silencio sedimente la inmensa oración de Etty Hillesum. Aunque tenemos que avanzar en el desarrollo del tema que estamos tratando, no quisiera perder en ningún momento la perspectiva abierta por su testimonio.
La Misericordia en la vida y la acción de Jesús.
Todos recordamos el texto del evangelio de San Mateo. “Al ver a la gente, sintió compasión de ellos, porque estaban cansados y abatidos como ovejas sin pastor” (Mt 9, 36). No fue un gesto anecdótico, sino una actitud que configuró su vida y su misión, que acabó por provocar su destino. La parábola del buen samaritano no es una simple narración, es una proclamación de lo que significa “ser humano” y lo hizo “movido a misericordia”. El samaritano ejemplifica a la persona que interioriza el dolor ajeno. La misericordia en este contexto es la prueba de autenticidad del ser humano, es una definición del ser humano. No practicar la misericordia significa “viciar”, “corromper” la raíz de lo humano, como sucedió con el sacerdote y el levita. Así se manifiesta Jesús en las curaciones, cuando responde a la petición del enfermo: “ten misericordia”. El ejemplo más impactante lo protagoniza el padre de la parábola del hijo pródigo. La misericordia es la descripción del ser humano, de Cristo, de Dios Padre y del Espíritu. Por lo tanto, estamos ante algo fundante, no solo fundamental. Quiero decir que sin misericordia no hay ser humano, ni divino, por eso se puede hablar del PRINCIPIO MISERICORDIA. Con ello, no estamos motivando el simple y concreto ejercicio de las obras de misericordia, sino descubriendo la forma radical del ser humano. Es decir, es mucho más que cumplir unos mandamientos. Hay que superar de una vez la esclavitud de la LEY. Desde la LEY no puede realizarse el PRINCIPIO MISERICORDIA: -Los 9 leprosos cumplieron la ley de Moisés, pero no fueron agradecidos. Cumpliendo solo la ley no llegaron a ser humanos. -El hijo mayor, hermano del hijo pródigo, cumplía la ley, pero no era capaz de sentir misericordia. -El sacerdote y el levita cumplieron la ley, pero dejaron al herido en el suelo. -Los dispuestos a apedrear a la mujer adúltera cumplían la ley. -Los que protestaban, porque Jesús curaba en sábado, reivindicaban el respeto a la ley. La ley, cumplida literalmente, alimentaba la dureza de corazón y la tiranía de la letra (Mc 3,5). Y esta dureza de corazón fue la plataforma desde la que fundaron la denuncia que llevó a Jesús a la cruz. Me tomo la libertad de contarles a ustedes una leyenda oriental que puede colocarse al lado de una teología narrativa cristiana: “Tet Su Chen era un monje que tenía el proyecto de hacer una nueva edición de las Escrituras Sagradas y, como necesitaba reunir dinero para su impresión, empezó a recorrer los pueblos que rodeaban el monasterio. Cuando ya había recogido una buena cantidad, sobre toda aquella región se produjeron enormes aguaceros que anegaron tierras de cultivo y destruyeron multitud de viviendas. Entonces el monje repartió el dinero recaudado entre los más pobres. Comenzó de nuevo a recorrer los poblados para reunir dinero suficiente para la edición de las Escrituras. Cuando ya tenía la cantidad necesaria, un terremoto desoló la región que acababa de recuperarse de las inundaciones y nuestro monje entregó el dinero a los más necesitados. Por tercera vez recaudó el suficiente dinero para editar las Escrituras Sagradas y esta vez pudo llevar a cabo la ilusión de su vida. Y todos estuvieron de acuerdo en reconocer que Tet Su Chen había hecho tres ediciones de las Escrituras, pero que las mejores fueron las dos primeras”. No podemos invocar ni provocar desde el PRINCIPIO RADICAL DE LA MISERICORDIA un sentimentalismo degradante y dulzarrón, porque la conciencia inspirada en tal principio busca la erradicación del sufrimiento del otro y trabaja por superar la injusticia de la situación humana doliente. El camino para hacer efectiva esta dimensión solidaria con el dolor no es solamente una atención al individuo que padece una situación límite, aunque deberá existir siempre: el ser humano doliente es siempre un ser humano concreto y sobre él deberá ejercerse siempre la caridad personalizada. Pero no podemos evitar encontrarnos con situaciones injustas y dolorosas que tienen su origen en estructuras injustas. De ahí nace la necesidad de comprometernos a cambiar las leyes económicas y de mercado que son el origen del dolor de millones de seres humanos. Por eso se ha hablado desde hace bastante tiempo de la solidaridad compasiva, eficaz e inteligente, que debe incidir en la vida política nacional e internacional. Esta realidad fue calificada por el Concilio como “caridad política” (GS 74) y Benedicto XVI de “caridad social”. Thomas Merton fue un monje estadounidense que marcó luminosamente la espiritualidad de nuestro tiempo reformulando la teología del Cuerpo Místico de Cristo. En una de sus obras más famosas, No somos islas, nos ofrece esta reflexión antológica: "Sólo cuando nos vemos en nuestro contenido humano verdadero, como miembros de una raza que está planeada para ser un organismo y un "cuerpo", empezamos a comprender la importancia positiva, tanto de los éxitos como de los fracasos y de los accidentes de nuestra vida. Mis éxitos no son míos: El camino para ellos fue preparado por otros. El fruto de mis trabajos no es mío: Porque yo estoy preparando el camino para las realizaciones de otros. Únicamente puede verse en la integración total de mis éxitos y mis fracasos, junto con los éxitos y fracasos de mi generación, mi sociedad y mi época. Pueden verse, sobre todo, en mi integración dentro del misterio de Cristo. Eso fue lo que el poeta John Donne comprendió durante una grave enfermedad, al oír que las campanas doblaban por otro. "La Iglesia es Católica, universal -dijo-; luego todos sus actos, todo lo que ella hace, pertenece a todos... ¿Quién no inclina el oído a la campana que en alguna ocasión tañe? Y, ¿quién puede suprimir de ese tañido la verdad de que un pedazo de uno mismo está saliendo de este mundo?" Todo hombre es un pedazo de mí mismo, porque yo soy parte y miembro de la humanidad. Todo cristiano es parte de mi cuerpo, porque somos miembros de Cristo. Lo que hago, para ellos y con ellos y por ellos lo hago también. Lo que hacen, en mí y por mí y para mí lo hacen. Con todo, cada uno de nosotros permanece responsable de su participación en la vida de todo el cuerpo. La caridad no puede ser lo que se pretende que sea, si yo no comprendo que mi vida representa mi participación en la vida de un organismo totalmente sobrenatural al que pertenezco. Únicamente cuando esta verdad ocupa el primer sitio, encajan las otras doctrinas en su contexto adecuado. La soledad, la humildad, la negación a uno mismo, la acción y la contemplación, los sacramentos, la vida monástica, la familia, la guerra y la paz: Nada de esto tiene sentido sino en relación con la realidad central que es el amor de Dios viviendo y actuando en aquellos a quienes Él ha incorporado en Su Cristo. Nada, absolutamente nada tiene sentido, si no admitimos, con John Donne, que "los hombres no son islas, independientes entre sí; todo hombre es un pedazo del continente, una parte del todo".
Jesús proclama dichosos a los misericordiosos
Esto significa que quien vive según el Principio Misericordia realiza lo más hondo del ser humano y se hace afín a Jesús y al Padre celestial. La “teoría social” de Jesús está guiada por el principio de que hay que erradicar el sufrimiento masivo e injusto. El Principio Misericordia informa todas las dimensiones del ser humano: la del conocimiento (percibiendo con claridad las causas del sufrimiento), la de la esperanza (trazando una estrategia de acción realista y necesaria), la de la celebración (desde la alegría de la fe en un Dios comprometido en la historia humana) y la de la praxis (movilizándose en la acción transformadora). No otra cosa pedía Miguel de Unamuno: “Es obra de misericordia suprema despertar al dormido y sacudir al parado y es obra de suprema piedad religiosa buscar la verdad en todo y descubrir dondequiera el dolo, la necedad y la inepcia”. Según este Principio se rige Dios y debe regirse todo ser humano. Según Mt 25, quien ejercita la misericordia “se ha salvado”, ha llegado a ser para siempre el ser humano auténtico. Este Principio Misericordia debe informar y configurar la Iglesia de Jesús. El “lugar” de la Iglesia es el herido del camino; por eso, la Iglesia debe pensarse a sí misma desde el “exterior”, aunque es urgente la humanización de la Iglesia en su interior. Cuando la Iglesia sale de sí misma para ir al camino en el que se encuentran los heridos, entonces se descentra realmente y, al hacerlo, la Iglesia colabora de forma magistral en la construcción del Reino de Dios. Hay que situar los clamores y la misericordia en el marco histórico y geográfico concreto, para no caer en una nueva abstracción. A día de hoy contemplamos en todas partes heridas físicas y espirituales. ¿Todas las heridas son iguales? Todas deben sanarse, pero la herida más grande es la pobreza que lleva a la muerte y a la indignidad que le es aneja. Esto significa que está herida la misma creación de Dios. Ahora bien, atender al herido supone enfrentarse a los “salteadores”. Si nos centramos en las obras de misericordia, nunca habrá oportunidad para denunciar a los salteadores. Estos no se oponen a que se curen las heridas de las víctimas, pero no soportan que se luche para que éstas no vuelvan a caer en sus manos. Cuando la Iglesia es perseguida, se manifiesta que ha ido más allá de las obras de misericordia y se hace patente que se ha orientado por el Principio Misericordia. Entramos entonces en los escenarios de los riesgos compartidos. El hecho de que Jesús señalase al que atendió al herido como “samaritano”, término que sonaba mal en los oídos de un judío, significa que denunciaba a los representantes de una religión sin misericordia. Desde la perspectiva de la Iglesia de la Misericordia que se reconoce como verdadera Iglesia de Jesús, la Teología asume la presentación de Dios como Dios de los heridos, como Dios de las víctimas. La liturgia celebrará la vida de los sin-vida y la resurrección de un crucificado. La Iglesia comprende que la misericordia es una bienaventuranza y lo hace con alegría. La alegría de la fe es una manifestación de que ha acogido la Buena Noticia de la misericordia. Y esta vivencia, expresada celebrativamente y en la vida pública, genera credibilidad. No será la condición absoluta y única de la conversión de agnósticos e increyentes, sino la razón cordial de la respetabilidad. Quiero recordar en esta catedral las palabras pronunciadas por una periodista catalana en la Iglesia de la Sagrada Familia de Barcelona hace pocos días. Esta mujer se declara públicamente agnóstica y, sin embargo, ha sido invitada por el arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, a pronunciar el pregón del Domund: “El papa Francisco ha pedido, en su Mensaje para este DOMUND, que los cristianos “salgan” de su tierra y lleven su mensaje de entrega, pero no porque les obliga una guerra o el hambre o la pobreza o la desdicha, como tantas víctimas hay en el mundo, sino porque los motiva el sentido de servicio y la fe trascendente. Es un viaje hacia el centro de la humanidad. Esta llamada nos interpela a todos: a los creyentes, a los agnósticos, a los ateos, a los que sienten y a los que dudan, a los que creen y a los que niegan, o no saben, o querrían y no pueden. Las misiones católicas son una ingente fuerza de vida, un inmenso ejército de soldados de la paz, que nos dan esperanza a la humanidad, cada vez que parece perdida. Solo puedo decir: gracias por la entrega, gracias por la ayuda, gracias por el servicio; gracias, mil gracias, por creer en un Dios de luz, que nos ilumina a todos”. Tampoco puedo olvidar las palabras que el Papa Francisco trasmitió al periodista Eugenio Scalfaro el 3 de octubre del 2013: “Por mi parte, tengo una certeza dogmática: Dios está en la vida de toda persona. Dios está en la vida de cada uno. Y aun cuando la vida de una persona haya sido un desastre, aunque los vicios, las drogas o cualquier otra cosa la tengan destruida, Dios está en su vida. Aunque la vida de una persona sea terreno de espinas y hierbajos, alberga siempre un espacio en el que puede crecer la buena semilla”. Concluimos esta breve reflexión recordando a un gran testigo de nuestro tiempo, anteriormente citado: Thomas Merton: “El tiempo galopa, la vida se escapa: esta puede escapar de nuestras manos como la arena, pero es necesario que escape como semilla”. Orientados por nuestra afinidad con Dios por la gracia, debemos poner la semilla de la Misericordia en el espacio interior de la vida de cada persona y en nuestro propio interior y desde allí “defender su morada dentro de nosotros”. Pbro José Luis Villacorta Trujillo. 3 de noviembre del 2016