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1.1.1.

Espacialidad, Arquitectura en Tierra y Paisaje La acción social produce formas que son el resultado
material y/o efecto de ella. La acción social se produce y reproduce a través de prácticas sociales concretas en
todos los ámbitos de la vida social (doméstico, productivo, religioso) y se concreta a distintos niveles:
individual, familiar y colectivo. Cuando estas formas son el resultado de prácticas intencionales estamos frente
a productos o artefactos, y cuando son el resultado de prácticas no intencionales estamos frente a efectos o
huellas de esas prácticas (Criado-Boado 1993b; 1999). Parte del problema de investigación pasa por analizar y
discutir si los cerritos de indios son un producto o efecto de la acción social, o ambas cosas a la vez. Ambos
resultados tienen implicaciones a la hora de discutir aspectos organizativos, socioeconómicos, simbólicos y
políticos (pero volveremos sobre ello más adelante). Las prácticas sociales son ante todo relacionales (Nielsen
2001), entendiendo por ello, no solo la dimensión afectivo-cognitiva, sino también la relación física (espacial)
de las relaciones sociales, y de éstas con el entorno. En este sentido, en tanto que formas y relaciones, la acción
social tiene un claro componente espacial que reproduce parte de ese sistema de relaciones y que es tributaria
de mecanismos culturales de representación de la realidad que tiene la sociedad que las produce (Criado-Boado
1991, 1993, 1999). Todos los ámbitos de la vida social que se materializan en productos o efectos tienen un
componente espacial, y por tanto, construyen Paisaje. Es así que llegamos a la definición de Paisaje utilizada en
esta tesis, en dónde éste es concebido como el resultado de la objetivación, es decir la materialización, sobre el
medio físico y en términos espaciales, de prácticas sociales cargadas de sentido (Criado-Boado 1991). El
registro arqueológico sobre el que se sustenta nuestra investigación está conformado por montículos en tierra
que representan el primer horizonte de modificación antrópica, visible y permanente del entorno. Son formas
producidas por la acción social; son el resultado visible de un proceso en el que entran en juego una dimensión
conceptual y simbólica y una dimensión material. Esta conceptualización es la que habilita, como defenderemos
en esta tesis, y como hemos sostenido en otras oportunidades (Criado et al 2006; Gianotti 2000a; Gianotti
2005a, 2005c; Gianotti y Leoz 2001;) su tratamiento como monumentos en tierra. La discusión en torno al
carácter monumental o no de los cerritos, y las consecuencias que de ello derivan, ha tenido otras visiones e
interesantes aportes en el contexto anglosajón (Ingold 2010) y también en contextos locales (Bracco 2006;
Suárez-Villagrán 2006), lo que promueve mantener abierta la discusión y reflotarla como parte de los objetivos
específicos de nuestro trabajo. Tanto en contextos arqueológicos europeos como americanos, el origen de la
monumentalidad viene a mostrar nuevas formas de entender la relación sociedad-naturaleza y de pensar el
espacio social (Criado-Boado 1989a). Son construcciones que imponen un efecto humano permanente sobre el
espacio creando los primeros paisajes humanizados. La visibilidad de los monumentos, sean funerarios o de
otro estilo, conformen un poblado permanente, o sean ceremoniales, representa ante todo la reivindicación
social del territorio (Criado-Boado 1989a,b). Toda construcción de monumentos debemos pensar que abarca un
amplio repertorio de elementos que comprenden una monumentalidad exterior que incluye desde el
emplazamiento y distribución de los montículos en el entorno, cómo se organizan éstos en conjuntos, hasta el
proceso o la historia de vida, cómo han sido construidos y el propio registro interno que nos habla de recursos
materiales que dotan de sentido y función a los monumentos (monumentalidad interior). La monumentalidad es
la consecuencia de la conjugación y articulación de espacios diversos que se escalonan desde el exterior del
monumento hasta su interior y entre los cuales, a menudo, se establecen relaciones de oposición o tensión
espacial (Criado- Boado 1989). La relación frecuente de los monumentos con la muerte, y sus usos como áreas
formales para los muertos de una comunidad, introduce una nueva conceptualización del tiempo y materializa
la tradición con base en la relación entre presente, antepasados cercanos y lejanos como los ancestros (Clastres
1981; Criado Boado 1989; Bradley 1993; Dillehay 1996). Es por ello que Criado-Boado (1989) sostiene que
son “una disculpa para pensar”. Como elemento sustancial de la cultura material y del espacio habitado, la
arquitectura en general, y como tal los montículos, también delimitan, acotan y reproducen espacios de
cotidianidad, socializando e imponiendo a los individuos esquemas espaciales que ratifican una determinada
lógica social (McGuire y Paynter 1991; Miller y Tilley 1994; Parker y Richards 1994a, 1994b). Entendido así,
el espacio construido es regulador físico y cognitivo del comportamiento y de la interacción, y un mecanismo
de reproducción de las relaciones sociales y la cultura (Nielsen 2001). Es también un medio para inhibir o
exhibir la diferencia, para la manifestación de identidades individuales o comunitarias y para mantener y
reproducir el orden social en un contexto histórico determinado (Nielsen 2001). Pero también como espacios
donde tienen lugar ceremonias y perfomance rituales de carácter colectivo, los montículos y en particular los
funerarios, tienen una función importante a través de rituales corporativos en la reproducción del orden político,
en el establecimiento de alianzas y la expansión de linajes (Dillehay 1991). Es por ello que la arquitectura, en
tanto que dispositivo material y espacio de negociación social, es sobre todo una tecnología de poder (en el
sentido de Foucault 1984). La arquitectura es forma material que se concreta en el registro arqueológico; y
como tal no está exenta de contenido. El espacio construido es al mismo tiempo objeto formal y objeto
simbólico, ya que trasmite un mensaje asimilado de manera inconsciente dentro de un marco físico (espacial)
durante la vida cotidiana. Ambas cosas -materialidad y lógica social- , son coherentes entre sí y con el patrón de
racionalidad de la sociedad que las produce (Criado-Boado 1989a, 1991b, 1993a y b). El análisis del espacio
construido y de sus formas (en nuestro caso los montículos en tierra) posibilitan reconocer prácticas sociales
cotidianas, aproximarse a la estructura y la organización social de las comunidades, a las formas de relacionarse
con el medio, al territorio social, a las formas cómo se expresan y negocian las identidades individuales y
colectivas, entre otros aspectos. El reconocimiento de regularidades espaciales y de las estrategias sociales
subyacentes nos acerca a la estructura del paisaje monumental sudamericano, de los elementos que lo
componen y sus relaciones. En este contexto, el análisis de estas dimensiones del paisaje se transforma en el
análisis de los procesos de decisión social, económica y simbólica que han configurado una determinada
morfología del paisaje definida, tanto por los factores físicos como por los criterios de decisión propios del
sistema socio-económico que estamos investigando. El hacerlo desde la perspectiva de la Arqueología del
Paisaje supone analizar estas dimensiones y los procesos sociales que las definen, en términos espaciales,
intentando establecer la correspondencia entre estos tipos de paisaje, formas de relación sociedad - naturaleza y
estructuras o formaciones sociales concretas. Es por todo lo anterior que entendemos que la arquitectura en
tierra prehistórica de las tierras bajas uruguayas (cerritos de indios) es un caso de estudio excepcional para
estudiar las formas a través de las cuáles se construyó un tipo particular de paisaje cultural y social: el paisaje
monumental.

Material extraído de: Gianotti, C. (2015). Paisajes sociales, monumentalidad y territorio en las tierras bajas de Uruguay.
pp. 15-18.

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