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LECCIÓN 2
Muchos de nosotros nos sentimos familiarizados, con lo que sintió ese funcionario.
Por más que hacemos el intento muchas veces, al final siempre el resultado es lo
mismo. ¡NO ENTENDEMOS NADA!
“(…) este Esdras (…) Era escriba diligente en la ley de Moisés, (…) Porque (…)
había preparado su corazón para inquirir la ley de Jehová y para cumplirla, y para
enseñar en Israel sus estatutos y decretos.” Esdras 7:6,10.
Habían pasado muchos años, desde que el pueblo de Dios, fue llevado cautivo a las
tierras de Babilonia. Los que habían viajado inicialmente llevado como prisioneros,
seguramente habían muerto. Sus hijos, nietos se habían habituado a la lengua y
escritura de los caldeos, tal es así, en el momento en que Dios (fiel a su promesa),
les ordena que regresen a Jerusalén, casi todos eran bilingües.
Esdras, fiel a su llamado era un “escriba diligente en la ley de Moisés”. Cuando llegó
a Jerusalén, él les hizo entender claramente lo que Dios tenía planificado con su
pueblo.
Pero, ¿Dónde, cuándo, cómo comenzó Esdras este ministerio? En 7:10, nos revela,
que Esdras “había preparado su corazón”, note el verbo “había”, esta en tiempo
pasado. Esto significa que Esdras residiendo en la cuna de la idolatria (Babilonia),
había determinado preparar su corazón, para estudiar la Palabra de Dios.
El primer recurso, que tienes para estudiar la Palabra de Dios, es: PREPARAR TU
CORAZÓN. En el hebreo las traducciones para el verbo “preparar”, son: disponer,
arreglar, acomodar, andar sobre aviso. Esto es grandioso. Tienes que arreglar tu
vida, acomodar tus prioridades, disponer tu tiempo, andar sobre aviso que tienes un
enemigo. ¿Entiendes?
Nadie con un corazón sucio, puede comprender lo que Dios tiene para su vida.
Muchos lo han intentado, el autor de este módulo, también ha pasado por esto.
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Uno puede tener los grados académicos más altos, una posición social privilegiada,
una mente sin igual; pero si tu corazón esta sucio, ningún esfuerzo o mérito, te hará
entender la Palabra de Dios. Dios siempre nos ayude a limpiar nuestro corazón a
través, de su sangre preciosa.
2 a Pedro 1:19-21, nos dice que: “Tenemos también la palabra profética más segura,
a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar
oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros
corazones; entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de
interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana,
sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu
Santo.” En resumen, el Espíritu Santo, es el autor de la Biblia.
Si el Espíritu Santo es el autor de cada uno de los libros de la Biblia, sería bueno,
cuando estudiemos dependamos de él continuamente.
La Biblia nos dice que el Espíritu Santo tiene como funciones: enseñarnos las
verdades de Dios (Jn. 14:26); guiarnos a toda verdad (Jn. 16:13); capacitarnos
para discernir el error (1 Jn. 2:20, 26, 27); Iluminar nuestra mente para entender y
aceptar la verdad (1 Co. 2:12-14); fortalecernos para hacer su voluntad (Col. 1:29).
Y por último, el tercer recurso espiritual para estudiar la Biblia, es: LA ORACIÓN.
El que escribió este salmo (algunos eruditos aseguran que fue Esdras), vez tras vez
se refirió a la Palabra de Dios con muchos sinónimos, como: Ley, palabra, dicho,
mandamiento, estatutos, juicio, precepto, testimonio, camino y senda. Muchos son
los beneficios de aquellos que estudian la Palabra de Dios, según este salmo. A la
vez, da a conocer que hay ciertos requisitos para el que se acerca a la Palabra de
Dios.
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Estas versiones nos declaran las diferentes traducciones, de este versículo. Sin
embargo, todos coinciden en la siguiente idea: “la necesidad de abrir los ojos para
comprender la Palabra de Dios”.
No seamos como los saduceos, fariseos o los escribas en el tiempo de Jesús, que
eran “ciegos guiando a otros ciegos” (Mt. 23:16).
Recuerde siempre que el éxito de nuestro estudio, depende de utilizar los tres
recursos espirituales descritos: (1) Un corazón limpio, preparado, arreglado; (2) El
Espíritu Santo; y, (3) La oración.
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