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Raúl Fradkin, La historia de una montonera: bandolerismo y caudillismo en Buenos

Aires, 1826, Buenos Aires, Siglo XXI Argentina editores, 2006.

Sí una de las conclusiones más fuertes que expone Fradkin en su libro La historia de una
montonera es que dicha montonera, comandada por Cipriano Benítez, indudablemente no
tuvo una generación espontánea, antes de entrar en el desarrollo concreto de los contenidos
del libro, ejercitaremos la comparación lúdica y sostendremos que el mismo libro tampoco
tuvo una “generación espontánea”.
Con esto queremos, en primer lugar, situar o inscribir el libro en el marco general de la
renovación historiográfica que desde el regreso de la democracia ha investigado las
postrimerías del orden colonial en el Río de la Plata y la primera mitad del siglo XIX en el
mismo espacio, arribando a conclusiones sumamente diferentes a los postulados tradicionales.
Desarropándose de los prejuicios instalados, que durante décadas habían prefigurado los
análisis de innumerables historiadores, la renovación historiográfica desarticuló fuertes
premisas previas: entre otras cosas, y para lo que nos atañe, deconstruyó la figura del gaucho
como habitante de una campaña desolada, productora únicamente de bienes ganaderos y
dominada por grandes terratenientes que a su criterio decidían la suerte de los trabajadores
bajo su tutela por un lado y por otro presionaban fuertemente al gobierno de turno, mediante
la posibilidad de constituirse como dirigentes militares de dicho séquito. En lugar de estas
premisas y con la fuerte base construida a través de una serie de trabajos que agudizaron el
enfoque y el abordaje de las fuentes, se ha impuesto fuertemente una visión renovada que
básicamente contempla la campaña bonaerense como un espacio abierto, donde se observa
una gran movilidad de una población que tiene la posibilidad de acceder fácilmente al uso de
la tierra configurándose una importante presencia de labradores y por tanto una considerable
producción agrícola; la presencia escasa de terratenientes implicaba un escaso control de la
mano de obra y si había un liderazgo de los mismos, éste era producto de una negociación con
sus seguidores antes que una manipulación de súbditos.
En segundo lugar, este libro no va a ser espontáneo en la medida que condensa una serie de
trabajos mediante los cuales el propio Fradkin venía relevando las relaciones políticas de la
campaña bonaerense por un lado y la propia conflictividad del año 26 por otro. En este
logrado trabajo, Fradkin deja entrever diferentes influencias teóricas que no sirven como guía
sino como aportes para pensar junto con el lector y buscar explicar los sucesos que giran en
torno a la montonera de Cipriano Benítez. Hemos escrito “pensar junto con el lector” porque
el libro va presentando las limitaciones que las fuentes interrogadas le presentan y de esta
manera sincera los puntos oscuros que no permiten al autor resolver la totalidad de los
acontecimientos. Comenzando con una frase de Antonio Gramsci, la obra recupera en su
desarrollo los aportes de este autor para demarcar su objeto de estudio; a su vez se retoman los
análisis de Edward Thompson y Eric Hobsbawm para desentrañar en las prácticas de los
sectores subalternos el reflujo de costumbres arraigadas de antaño y desentenderse de las
visiones de la elite, que habían perdurado en la historiografía, y no veían más que
espontaneísmo y vocación de pillaje en las montoneras del siglo XIX.
Volviendo a la obra en sí, nos encontramos con cinco capítulos (con introducción y epílogo)
que se desarrollan en espiral: desde la descripción del propio acontecimiento hasta sus
interpretaciones más amplias. En la primera página del libro, Fradkin presenta el
acontecimiento, sus actores, los sucesos y el desenlace, con esto genera en el lector una suerte
de complicidad a la hora de continuar develando los motivos más transparentes y más
profundos que giran en torno a la montonera. Queda así expuesta en esa primera página que el
libro trata de una montonera comandada por Cipriano Benítez que a fines de 1826 asalta y
toma el pueblo de Navarro, apresando y destituyendo al comisario para instalar otro,
nombrando un nuevo juez de paz y capturando al recaudador de la Contribución Directa;
luego de aumentar su número y sumando adhesiones la misma montonera se dirige a Lujan
para ser repelida por el coronel Izquierdo y sus milicias, a pesar del esfuerzo de Benítez, la
desbandada es inevitable como también lo será luego su detención, enjuiciamiento y posterior
condena a muerte.
En el primer capítulo se realiza una reconstrucción de los hechos, revelando la visión de las
elites acerca de los mismos para luego tomar distancia de esta visión. La indagación en este
capitulo en la construcción de los rumores, su recorrido y su constitución en muchos casos
como versión oficial nos lleva a la cotidianeidad de la campaña bonaerense y nos plantea la
necesidad de tomar distancia de las fuentes y los relatos instituidos. El segundo capitulo se va
a ocupar de cómo fueron juzgados los montoneros capturados destacando la importancia de la
“fama” atribuida a cada uno de ellos, dicha fama va a ser determinante a la hora de ser
calificados como “llevado por la fuerza” o vago y mal entretenido, demás está resaltar que el
destino de los primeros era la libertad para que vuelvan a sus ocupaciones y la derivación a las
milicias o el ejecito como castigo para los segundos; por su parte, la mala fama de Benítez,
sumada a la necesidad de generar un escarmiento social, van a dar por tierra con las variantes
estrategias que presentará en sus tres declaraciones para terminar finalmente siendo
condenado a muerte. En el capítulo tercero se vuelve a la montonera para intentar entender su
constitución y lógica de funcionamiento, Fradkin advierte una composición subalterna, un
liderazgo en el que encuentra concesiones por parte de Benítez a sus seguidores y una
constante recuperación de problemáticas instaladas en las acciones de la montonera siendo
emblemática la persecución y el cambio de las autoridades o la presión sobre los “Portugueses
y Gallegos” para obtener recursos. El cuarto capítulo, es quizás el más importante para
desmitificar el espontaneísmo del movimiento ya que se sitúa a la montonera en su contexto
demostrando como las prácticas cotidianas o la costumbre de los habitantes de la campaña se
estaba viendo desequilibrada y atacada por la presión de un gobierno urgido en reclutar
miembros para sus ejércitos combatientes frente al imperio de Brasil y para la frontera; esta
presión reclutadora se hizo sentir mas fuerte en el oeste (la zona de la montonera) y el aviso
de una inminente leva general sirvió a Benítez como argumento a la hora de sumar paisanos a
la montonera; por otra parte el aumento del precio de la tierra era sinónimo del aumento de la
presión sobre los usufructuarios por uso y costumbre pero sin concesión legal. El último
capítulo toma mayor distancia y entiende a la montonera desde una perspectiva más amplia,
advirtiendo que si entendemos el movimiento de 1829 como un levantamiento autónomo
sobre el que Rosas, utilizando su reconocido prestigio, más tarde se montará para llegar al
poder, entonces el levantamiento que encabeza Benitez puede leerse como un “rosismo antes
del rosismo”.
En este recorrido espiralado, Fradkin ha partido de un estudio puntual, del estudio de “una”
montonera, agudizando el enfoque pero sin desentenderse de las discusiones más amplias; un
estudio que cuenta con diversas fuentes (expedientes judiciales, sumarios policiales,
información periodística, circulares oficiales, folletines, etc.) para dar una visión “realista y
empíricamente fundada” de un suceso circunscripto y específico. Mediante este enfoque tan
minuciosos Fradkin encuentra entre otras cosas, un líder, Cipriano Benítez, que lejos de ser un
terrateniente, no es más que un pequeño propietario; encuentra una composición de la
montonera en la que predominan los pequeños labradores que no se condice con la
anteriormente atribuida conducta pacífica de los mismos (a diferencia de los gauchos) y
encuentra un alto nivel de negociación entre el líder y sus seguidores. Estas conclusiones son
una fuerte réplica a los presupuestos de las visiones que Fradkin denomina esencialistas que
entendían que la composición básica de una montonera era un terrateniente al frente y su
séquito de peones o esclavos detrás realizando lo que el caudillo quisiese.
Si compartimos con el autor la toma de distancia acerca de las concepciones esencialistas
que interpretaban estos sucesos sin indagarlos y subordinándose (algunos sin saberlo) a las
visiones que las elites habían construido de los mismos, dejamos abierta la posibilidad de
lograr interpretaciones más fidedignas solo a través de un estudio tan específico. Quizás la
suma de este tipo de estudios sea la que nos lleve a una interpretación lograda, con matices
pero con confluencias sólidas, de las montoneras que en la primera mitad del siglo XIX
arruinaron la tranquilidad de algunos y que luego llenaron los días de cuantiosos
historiadores.
Para concluir es interesante destacar el esfuerzo de Fradkin por brindar la posibilidad de
interpretar su obra a lectores profanos, sin hacer uso barroco del lenguaje y delimitando
claramente que se lee en cada momento. La lectura permitirá a un público amplio seguir el
recorrido propio del historiador con los marcados sinceramientos ante los infortunios que
deparan las fuentes tan inasibles que deja el registro histórico de los sectores populares;
quizás es hora que dicho público sea testigo y piense acerca de la validez de los relatos que se
presentan totales, completos y generadores de empatías por doquier. Sin embargo, un repaso
por las listas de Best Sellers de temas históricos (presuponiendo que uno las toma por
verídicas) nos deja una mirada escéptica en este punto y nos revela las escasas posibilidades
de la obra de constituirse en libro “masivo”. Los relatos históricos que hoy son populares se
presentan como desmitificadores y anti-oficiales para terminar siendo condescendientes con
algunos pilares que reproducen y hacen al discurso que busca instalar el gobierno de turno; en
el fondo, las relaciones políticas que estudia Fradkin son las que históricamente se han
revelado como más peligrosas para el poder hegemónico, aquellas que pregonan y desarrollan
los sectores subalternos buscando su autonomía y descarriándose de los caminos que otros
han preparado para andar.

Fernando Gómez y Lucas Rebagliati.

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