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Heriberto Baltazar Rincón.

Ensayo
2o.Semestre
MECFDAR

La idea de capital cultural se ordena en primera instancia como una premisa imprescindible
para ofrecer cuenta de las diferencias en los resultados estudiantiles que muestran chicos de
diferentes clases sociales respecto del "triunfo estudiantil", o sea, las ventajas específicos
que los chicos de diversas clases y fracciones de clase tienen la posibilidad de obtener del
mercado estudiantil, respecto a el reparto del capital cultural entre clases y fracciones de
clase. Pese a que su medición del rendimiento estudiantil únicamente toma presente las
inversiones y los ingresos monetarias (o de forma directa convertibles en dinero), como los
costos que conllevan los estudios y el equivalente en dinero del tiempo designado al análisis,
no tienen la posibilidad de ofrecer cuenta de las piezas relativas que los diferentes agentes o
clases proporcionan a la inversión económica y cultural, ya que no toman presente,
sistemáticamente, la composición de oportunidades diferenciales del beneficio que les es
prometido por los diferentes mercados, en funcionalidad del volumen y de la composición
de su patrimonio. Además, al dejar de reubicar las tácticas de inversión estudiantil en el
grupo de las tácticas educativas y en el sistema de las tácticas de la reproducción, se
condenan a dejar huír, por una paradoja elemental, la más esconde y la más definida
socialmente de las inversiones educativas, a saber, la transmisión del capital cultural. Si a
partir del paradigma del equilibrio todos las personas tienen que constantemente recibir el
mismo procedimiento; a partir del marco de la igualdad las personas son diferentes entre sí
y merecen, por consiguiente, un procedimiento diferenciado que elimine o disminuya la
diferencia de partida. La oposición se declara una vez que, a partir del marco de la igualdad,
el procedimiento desigual es justo constantemente que logre favorecer a las personas más
desfavorecidas. Además, en sentido general, la justicia como igualdad es un sistema social
con base en criterios que todos logren admitir a partir de una postura de equidad. El
derecho a la enseñanza está vinculado, como universalización, al paradigma del equilibrio;
por su lado, garantizar el triunfo educativo para todos se asocia al paradigma de la igualdad.
Si bien condecorar el esfuerzo voluntario podría ser un modo para rescatar los
condicionamientos externos, evitando que éstos contribuyan a la exclusión, responde a una
equidad de oportunidades meritocrática en unos casos, liberal en otros. La estabilidad
equitativa de oportunidades, por su lado, no se disminuye a la probabilidad puramente
formal para cualquier persona de entrar a cualquier funcionalidad en la sociedad. Por su
lado, la estabilidad de educación tiene relación con proveer una calidad de educación
equivalente a todos los estudiantes, que un modelo comprensivo puede asegurar por medio
de no solamente un currículum común sino además en unos centros y profesorado
formalmente iguales. Pretender una calidad de educación con aspiraciones de equidad
involucra proteger dichos 4 recursos para que logre darse una relación provechosa y en
condiciones formalmente equitativas. Una calidad para todos implica asegurar una buena
enseñanza a todo el alumnado, lejos de cualquier forma de exclusión social y personal; de
otra parte, un currículum y vivencias de educación importantes culturalmente. Las enormes
sumas de dinero público que se han inyectado en nuestras economías han inflado
drásticamente los precios en los mercados bursátiles, resultando en ganancias sin
precedentes para los milmillonarios. Los Gobiernos deben promover estrategias ambiciosas
adaptadas al siglo XXI, haciéndose eco del poder de los movimientos sociales y de la
ciudadanía de a pie a nivel mundial, y de la ambición demostrada por Gobiernos
progresistas, tanto a nivel histórico (como en el contexto de la Segunda Guerra Mundial)
como del proceso de liberación colonial en un gran número de países. Por ejemplo, un
impuesto excepcional del 99% sobre las ganancias acumuladas durante la pandemia por los
diez hombres más ricos del mundo permitiría recaudar 812 000 millones de dólares. Esto
debe evolucionar hacia la aplicación de impuestos progresivos de carácter permanente
sobre el capital y la riqueza para reducir la desigualdad de riqueza de una manera drástica y
decisiva. Los Gobiernos deben invertir en la lucha contra la violencia de género para ponerle
fin mediante programas de prevención y respuesta, acabando con leyes sexistas, y
respaldando económicamente a las organizaciones de derechos de las mujeres. Esto implica
la eliminación de leyes sexistas, incluidas aquellas que hacen que casi 3000 millones de
mujeres no puedan acceder por ley a las mismas opciones laborales que los hombres. Esto
incluye también la derogación de las leyes que socavan los derechos de sindicalización y
huelga de los trabajadores y trabajadoras, y la aplicación de normas jurídicas para su
protección y albergar esperanza. Es la gran elección de nuestra generación, y ha llegado el
momento de tomarla. Desde el punto de vista histórico, su implantación en América Latina
se remonta al año 1973 bajo el amparo de la dictadura chilena de Augusto Pinochet
(1973-1989), año a partir del cual se extiende por todo el continente. Finalmente, en la
década de los noventa, funcionó a plenitud en toda América Latina. En América Latina se
plantea a partir de tres grandes líneas maestras: el anticomunismo, el desmontaje del
desarrollismo interpretado como intervencionismo promotor de ineficacias (burocratización,
estatalismo , monopolios nacionales ineficientes, gasto social y reconocimiento
institucionalizado de los conflictos de clase), y el mercado como elemento mesiánico que
servirá de eslabón para insertarlo en el mercado mundial, para tener acceso a los beneficios
del progreso técnico, y, en un sentido más amplio, a la modernización. En el caso de América
Latina, el fracaso de los modelos desarrollistas impulsados en las décadas de los 50-70
marca el inicio del período neoliberal. Dentro de la llamada "economía de mercado",
cualquier posibilidad de desarrollo relativo para América Latina en las próximas tres décadas
o más, dependerá estrechamente de que la transformación productiva de nuestros países
descanse sis- temáticamente en la ciencia y en la tecnología y, en consecuencia, en la
formación de recursos humanos calificados, lo cual está estrechamente vinculado a la
efectividad y la eficacia de las universidades públicas. Si analizamos la situación mundial en
el nuevo siglo que comienza, la base económica de las sociedades occidentales continúa
siendo de corte eminentemente capitalista, aspecto que nos impone como tarea urgente,
dar respuesta a los enormes e inaplazables retos que el subdesarrollo impone a los países de
América Latina.

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