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Octubre, sin duda, ya no volverá a ser tan solo un bello mes primaveral, ni la efeméride roja de un

lejano sueño revolucionario. Hoy, octubre, se recordará como aquel mes en que nuestra sociedad
sepultó la mayoría de sus angustias, excretó su ira, doblegó al poderoso e intentó saborear la
autodeterminación. Octubre, no solo será una simple fecha, se convertirá en un llamado eterno,
en un furioso grito de la memoria que año a año juzgará sin indulgencia el pomposo espectáculo
de nuestro teatral compromiso “revolucionario”. Octubre hará sentencia de las miles de
publicaciones proclamando el poder de las asambleas y de la “organización”, hará revista de las
innumerables declaraciones de dolor por la muerte, mutilación, tortura y heridas de la
insurrección, octubre, desafiará a la inerte empatía por lxs presxs de la rebelión; rumiará cada
frase de empaquetado progresismo que osaba presagiar la consumación (adelantada) de un
modelo; en fin, octubre, nos juzgará cómplices, o, derramará jubilo sobre un pueblo organizado
presto a dar batalla desde aquel atardecer del viernes 18.

Sabemos compañerxs que organizarse es una tarea difícil, más, si reconocemos y asumimos
nuestra triste herencia neoliberal, rubricada por la atomización sistemática de las relaciones
sociales, consecuencia traumática de una enfermiza exaltación del individuo, exacerbación que
poco a poco fue mellando los escasos vestigios de una remota convivencia comunitaria. Lograr
acuerdos, planificar actividades, compartir y debatir ideas, confiar, responsabilizarse; son quizás,
algunas de las acciones que hoy hemos aprendido a valorar y que, indudablemente, preferimos
resaltar por sobre aquellas que perjudican el trabajo en común.

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