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Frente a tales dicho cabe aclarar, en primer lugar, que la teoría que se utilizó entonces
fue la “teoría del control de los actos” de Hans Welzel, y no de Klaus Roxin.
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Segundo, debe decirse que el empleo de dicha doctrina germánica no resuelve ni
responde al problema que hoy enfrentamos (como si en el Juicio se hubiera recurrido a
herramientas jurídicas sólidas, que ahora se eluden o de las que hoy se carecen).
Por el contrario, lo agrava: resultó decisiva, entonces, una doctrina foránea que -a
diferencia de la asociación ilícita- no está receptada en el Código Penal, y resulta ajena,
obviamente, a nuestra Constitución. Tercero, la teoría de Welzel es demasiado
controvertible (Carlos Nino sostuvo, por caso, que la Cámara se equivocó al usar “la
extremadamente vaga teoría alemana del control del acto”).
Tanto es así que la Corte Suprema rechazó y dejó de lado a la misma en su condena a los
comandantes, para optar en su lugar por la figura de la “instigación” (Nino, en cambio,
consideró a los comandantes, directamente, “coautores” de los delitos en cuestión. Para
él no había interrupción de la cadena causal por un acto voluntario ulterior del
subordinado).
Ante todo, alguna aclaración adicional frente a lo señalado por algunos defensores de la
ex Presidenta, que se apresuraron a descalificar a la figura de la asociación ilícita
afirmando que ella no se utilizó en el Juicio a las Juntas.
En todo caso, y para quienes duden, cabe subrayar que la asociación ilícita sí se usó en
algunas sentencias por crímenes de lesa humanidad, y que muy pocos años atrás (agosto
del 2015) el propio CELS -una institución en general cuidadosa en el uso del derecho-
alegó en el juicio por delitos de lesa humanidad vinculados con el Plan Cóndor, fundando
enteramente su posición a partir de la figura de la asociación ilícita.
Es decir, el CELS entendió que no representaba un serio problema (como hoy se alega)
“probar” la existencia de la asociación ilícita siquiera en un caso de la magnitud del
citado, que exigía demostrar la existencia de una asociación ilícita vinculada no con un
gobierno, sino con el gobierno de varios países.
Valga lo dicho contra lo sostenido por algunos políticos, como Pichetto (preocupados por
distanciarse de todo rastro de asociación ilícita durante el kirchnerismo): la asociación
no requiere, para verificarse, que todos los miembros de la organización (un gobierno,
un país) intervengan: basta con que unos pocos lo hagan, desde posiciones decisivas.
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servicio de la causa de los derechos humanos.
Dicho fallo fue firmado por la repudiable “mayoría automática”, a favor de Emir Yoma, y
con la digna disidencia de Petracchi y Bossert. Por ello, quienes hoy quieran citar ese
fallo deberán aclararnos antes por qué es que ocultan la pobreza de su contenido y el
vergonzoso contexto del mismo.
El derecho está acostumbrado a lidiar con figuras que no “vemos” (una sociedad
comercial, una asociación de hecho).
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