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Carta de navegacion
Las olas es un intento por aproximarse al cuidado de la salud mental propia y,
en ocasiones, ajena. Pero este libro no intenta reemplazar una terapia
acompañada por profesionales, sino compilar y compartir conocimientos y
herramientas probadas empíricamente para cualquier persona que busque
estar un poco mejor.
Con ese fin, hemos dividido el proyecto en dos: por un lado, el libro que
tenés en tus manos. Te recomendamos empezar por acá, leyendo los capítulos
en orden para incorporar algunos conceptos e ir empatizando con los distintos
casos —las distintas realidades particulares— que el texto te va a proponer.
Capitulo 0.2
Prologo
Todas las personas vamos a recordar el año 2020 de manera especial. Cuando
digo todas, me refiero a todas. No hubo lugar en el mundo donde no se
sufrieran los efectos de la COVID-19. En el futuro, las nuevas generaciones
nos verán como los sobrevivientes de una de las pandemias más grandes y
dañinas de la historia de la humanidad. Tendremos nuestros recuerdos más o
menos dramáticos que compartir, pero cuando me pregunten a mí,
probablemente les diga que fue el mejor momento para ser psiquiatra y
dirigir una institución de salud mental: en medio del caos social, económico
y sanitario, a mí y a mi equipo nos fue increíblemente bien. Algunos llegaron
a pensar que yo tuve algo que ver con este desastre. Mi instituto, el Centro
Integral de Salud Mental Argentino (CISMA), y Zoom serán tremendamente
sospechosos por varios años. Por supuesto, que nos vaya bien a quienes nos
dedicamos a la salud mental es algo que no deseo, ya que eso implica un
escenario de muchísimas personas sufriendo, entre las que también estamos
mis allegados y yo mismo.
Por otro lado, las emociones pueden ser complejas. Lo que es efectivo, útil, a
corto plazo, puede ser dañino en el largo plazo. Si bien el miedo o el estrés
nos permiten huir, evitar y/o afrontar eficazmente amenazas y resolver
problemas con rapidez mediante una activación de nuestro organismo, la
exposición crónica al estrés genera una serie de cambios neuroquímicos que
pueden generar mucho daño en nuestra salud. De la misma manera, mientras
que la tristeza es una emoción que nos puede ayudar a procesar una pérdida
irreparable, una persona triste que se aísla puede desarrollar depresión.
Además, la intensidad de las emociones varía entre personas. Algunas son
tranquilas y casi inmutables, y otras pueden tener comportamientos
autoagresivos o incluso llegar al suicidio debido a la dificultad para atravesar
estos estados.
Por supuesto, la vida no se trata solo de surfear la ola del sufrimiento. Todos
los seres humanos buscamos el bienestar en menor o mayor medida. Sin
embargo, como mencioné anteriormente, en nuestra cultura existen mandatos
erróneos (como “estamos en la vida para divertirnos”, “hay que poner más
voluntad” o “pensá en positivo”) que generan aún más sufrimiento que la
aceptación misma de la realidad de nuestro mundo interno. De acuerdo a los
descubrimientos realizados en la disciplina de la psicología positiva, el
verdadero bienestar y lo que nos motiva a vivir es estar alineados con
nuestros valores, alcanzar nuestras metas (que a veces pueden acompañarse o
no de emociones agradables) y vivir una vida valiosa.
A lo largo de este libro te voy a ofrecer herramientas teóricas y prácticas
basadas en las terapias de la tercera ola. Si te resultan de utilidad, vas a
poder: (1) definir tus problemas de una manera más precisa, entender cómo
motivarte y generar cambios en tu vida; (2) notar pensamientos y emociones
y el modo en que te afectan, ser consciente del contenido de la mente y de las
reglas arbitrarias que muchas veces la rigen; (3) aceptar la realidad y tus
emociones tal cual son, entenderlas, sabiendo que son parte de una vida llena
de sentido, y que brotan muchas veces de los mismos valores que nos
mueven; (4) esclarecer tus propios valores como nuevos contextos o reglas
libremente aceptadas que ahora dan sentido a nuestra conducta y al
sufrimiento que a veces tenemos que afrontar; y (5) identificar y entrenar
habilidades sociales para mejorar la relación con tus vínculos y tu entorno en
general. Parece un montón porque es un montón. Pero al final del día son
objetivos relativamente sencillos, al alcance de cualquier persona que quiera
estar un poco mejor y esté dispuesta a probar una nueva forma de lograrlo.
Capitulo 1.1
La felicidad y el bienestar
Tenés 43 años y un título habilitante en Medicina. Es más, tenés toda un área
de un hospital a cargo. Toda tu vida profesional transcurrió ahí adentro.
Siempre soñaste con ejercer esa carrera y te esforzaste mucho para lograrlo.
Sacrificaste amistades, familia, pareja, hobbies. Y finalmente llegó. Ahora
tenés un departamento que no necesitás compartir con nadie y trabajás de
lunes a sábado de 9 a 17 hs. Pero si bien estás en la cima de tu carrera
profesional, y esto es muy bien retribuido monetariamente, no estás tan feliz
como se supone que deberías estar. Algo te desilusiona, y no sabés qué.
Empezás a pensar que tal vez, si consiguieras un puesto superior, tal vez si
todo el hospital estuviera bajo tu mando…
Sin duda alguna, todos los seres humanos queremos ser felices y tener vidas
plenas, así como también deseamos esto para nuestros seres queridos (y, por
qué no, para todas las personas). Negarlo es como negar que existe la Luna.
Aspiramos a ser felices, y para ello intentamos descubrir qué es la felicidad,
ese concepto tan esquivo que ha ocupado a poetas, filósofas y artistas durante
siglos. Quizás no lo tengamos completamente claro, pero todo el tiempo
buscamos caminos que consideramos que nos van a hacer felices. Esto tiene
mucho sentido desde el punto de vista de la supervivencia: algunos estudios,
como el realizado por Choy-Lye Chei en 2018, muestran que las personas
que reportan ser felices tienen una mejor calidad de vida, se enferman menos
y viven más años. Sin embargo, cada persona posee una definición de
felicidad diferente, y es precisamente esa disparidad de opiniones ante una
cuestión tan trascendental la que ha motivado a un sinfín de pensadores y
pensadoras a dedicarle tiempo a su reflexión.
1. Sentido vital
Hay muchas frases de pensadores conocidos que resumen lo que quiero
transmitir cuando me refiero al sentido vital. Se adjudica a Friedrich Nietzche
lo de que “aquel que tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier
cómo”. También es muy citado y conocido el trabajo de Viktor Frankl sobre
el sentido de la vida, en el que dice cosas como “el éxito, como la felicidad,
es el efecto secundario inesperado de la dedicación personal a una causa
mayor que uno mismo”, o “la vida nunca se vuelve insoportable por las
circunstancias, sino solo por falta de significado y propósito”.
Muchas personas entregaron y entregan sus vidas por algo “superior”, tanto
literal como metafóricamente. Sacerdotes de diversas religiones, profesoras
de instituciones, líderes políticos. En ese camino, podemos experimentar
emociones desagradables debido a circunstancias adversas que naturalmente
se presentan al seguir lo que consideramos como aquello que le da sentido y
propósito a nuestra vida: decepción y tristeza por la propia profesión mal
remunerada, enojo por políticas y leyes que van en contra de las causas que
alguien defiende (como le sucede a activistas contra el cambio climático),
miedo generado por la persecución política (como en el caso de muchos y
muchas activistas asesinados por defender la naturaleza y la igualdad de las
personas más allá de su color de piel). Sin embargo, este sufrimiento se vive
en el contexto de un camino de valores elegido que le da sentido a la vida. Y
eso lo hace más tolerable.
2. Logros
Muchas veces la gente consulta a profesionales de la salud mental por tener
“baja autoestima”. En la práctica, esto se traduce en juicios negativos sobre la
propia persona, como por ejemplo: “soy un fracaso”, “soy un idiota” o “no
soy buena para nada”. A la hora de encarar estos temas, a veces es mejor
concentrarse justamente en que quien consulta tenga nuevos logros más que
en intentar cambiar esos pensamientos. Su mente no dejará de pensar que es
un fracaso solo porque yo se lo diga. Debemos darle nueva información: es
muy importante sentir, en la realidad, que somos buenos o buenas en algo.
Para tener logros hay que comenzar por ponerse metas, lo cual es todo un
arte. Es importante saber elegir las metas adecuadas, ya que si son demasiado
pequeñas, podés sentir que no crecés, pero si son demasiado altas, te frustrás
al percibirlas como inalcanzables o muy difíciles de lograr. Nadie empieza a
tocar la guitarra aprendiendo un solo de Slash (con esta referencia, revelo mi
edad), y al mismo tiempo te vas a aburrir terriblemente si tocás siempre “La
Bamba”.
3. Entrega o flow
Mihaly Csikszentmihalyi, profesor de Psicología en la Universidad de
Claremont y autor del libro Flow, una psicología de la felicidad, explica que
un determinante clave del bienestar es lograr en las actividades que nos
gustan un estado de disfrute, control y atención focalizada denominado flow
(“flujo” en inglés). Este estado puede ser alcanzado cuando las acciones que
realizamos emplean plenamente nuestras capacidades, es decir, cuando
coinciden los desafíos y las habilidades personales.
La historia de cómo llegó Mihaly a este concepto es interesante. En su
crianza en Europa, durante la Segunda Guerra Mundial, se dio cuenta de que
pocas personas adultas que conocía eran hábiles para afrontar las tragedias
causadas por la guerra. Pocas podían tener una vida feliz por lo menos en sus
trabajos o en sus hogares luego de que la guerra destruyera todo. Esta
situación lo llevó a buscar respuestas en la filosofía, el arte y la religión.
Finalmente, encontró una conferencia de psicología y desde allí se abocó a
responder su pregunta. Así, comenzó a interesarse en aquellos momentos de
la vida diaria que producen verdadera felicidad. Relata: “Empecé a mirar a
personas creativas como artistas y científicos, tratando de entender qué los
hacía a ellos sentir que valía la pena dedicar toda su vida haciendo cosas de
las cuales no esperaban ni fama ni fortuna, pero que les daban significado y
valor a sus vidas”. Comprendió que estas personas, al compenetrarse tan de
lleno en una tarea de agrado con una dificultad acorde a sus capacidades y
recursos personales, entraban en un estado de disfrute, control y dominio, que
luego llamaría flow. Una experiencia similar al éxtasis, ya que durante ese
estado se experimenta esencialmente una realidad alternativa.
Este estado de experiencia óptima puede ser habitado por cualquier persona
independientemente de su edad, sexo, cultura o situación económica, y se
trata de un fenómeno universal, aun cuando las actividades que llevan a esa
experiencia puedan ser muy diferentes debido a la influencia cultural.
Podemos encontrar ese disfrute en el trabajo, en la música, en la
contemplación, en el deporte, en subir una montaña, en atender pacientes, en
bañar a un hijo, en cocinar y hasta en el sexo.
4. Emociones agradables
Las emociones agradables engloban sentimientos como la alegría, el placer,
el confort, el orgullo, el goce, la calidez y el consuelo. Experimentar estas
emociones ensancha y desarrolla nuestros recursos psicológicos, haciéndolos
duraderos, permitiéndonos recurrir a ellos en otros momentos de la vida,
expandiendo la creatividad y movilizándonos a la unión con los demás. Las
emociones agradables nos indican que se produce crecimiento interior y que
el capital psicológico se está acumulando. Es decir, estas emociones informan
que algo bueno está sucediendo y nos ayudan a expandir la atención y la
consciencia de un entorno físico y social más amplio, lo que facilita el
pensamiento tolerante y creativo, y la productividad.
Cabe hacer una pequeña aclaración. Los términos usados por la psicología
positiva y otros modelos para referirse a estas emociones suelen ser
“emociones positivas” y “emociones negativas”. Sin embargo, esta
terminología puede crear confusión, al dar a entender que unas son “buenas”
y las otras, “malas”. Por esto, y dado que a lo largo de buena parte del libro
trabajo con la idea de que todas las emociones tienen una función, y que
evitarlas sin criterio puede ser contraproducente, preferí cambiar estos
términos por “emociones agradables” y “emociones desagradables”.
5. Relaciones interpersonales
Tener vínculos estrechos con otras personas contribuye a nuestro bienestar:
somos seres sociales porque evolucionamos en convivencia con otras
personas, y la compañía es el mejor antídoto contra los momentos difíciles de
la vida.
Seligman nos pregunta: “¿Cuándo fue la última vez que reíste a carcajadas,
sentiste una dicha indescriptible, sentiste algo realmente significativo y con
un propósito, te sentiste enormemente orgulloso de un logro? Sin saber los
detalles, sé cuál es el contexto: la mayoría se produjeron en relación con otras
personas”. Incluso, compartir nuestras experiencias positivas con nuestros
seres queridos luego de que sucedan puede mejorar nuestra calidad de vida.
En un estudio que siguió a casi 5000 personas durante 20 años, James Fowler
y Nicholas Christakis encontraron que hablar sobre las cosas buenas que nos
pasan genera un mayor bienestar y un aumento de la satisfacción con la vida.
Es más probable que recibamos mensajes constructivos, alentadores,
entusiastas y positivos después de compartir una experiencia exitosa, lo cual
se traduce en sensaciones de felicidad, amor y aprecio. Por otro lado, nuestra
naturaleza social también se ve reflejada en lo bien que nos sentimos luego
de ayudar a alguien, de darnos cuenta de que una persona está pasando
necesidad y actuar para remediarlo. Francesca Borgonovi mostró en un
estudio que las personas que hacen voluntariado declaran tener mejor salud y
más felicidad que las personas que no lo hacen, incluso si es una vez por mes.
Capitulo 1.2
Valores y metas
Un día estaba en el colegio cuando, no recuerdo bien por qué, tuve que entrar
en la oficina de uno de los directores. Tenía uno de esos escritorios amplios
con un vidrio encima, debajo del cual había distintos papeles. Algo me llamó
fuertemente la atención. En medio de todo, ocupando un lugar especial, había
una imagen, como una estampita de un santo. Pero no era un santo, era
Arnold Schwarzenegger. Tamoco era la típica foto de Terminator 2, con la
Ithaca, los anteojos negros y la campera de cuero. Era una foto de cuando fue
siete veces Mister Olimpia, la máxima competencia de fisicoculturismo
profesional. Básicamente, se lo veía posando casi desnudo, mostrando toda
su hipertrofiada y abrumadora musculatura. Al lado de Arnold había otra
foto. Era de Steve Jobs, obviamente menos hipertrofiado y con bastante más
ropa. Me llamó la atención ese montaje visual y le pregunté al director qué
tenía que ver el uno con el otro. Me dijo que estas dos personas eran sus
fuentes de inspiración y que lo habían marcado para toda la vida, porque con
su ejemplo y sus ideas, le habían indicado un camino a seguir. “¿De
verdad?”, pensé. Sí. “¿Schwarzenneger y Jobs?” Sí.
Vamos ahora con Arnold. Para mí, como para cualquier persona que haya
crecido en los 90, Schwarzenegger era alguien conocido: cuando tenía unos 6
o 7 años, mi padre y mi madre alquilaron por primera vez una videocasetera
y la primera película que trajeron fue Terminator 2, pero no conocía entonces
su faceta de fisicoculturista. La descubrí el día que entré al despacho del
director y, naturalmente, quedé impactado.
Ahora bien, para ganar el premio de Mister Olympia tantas veces como él, se
necesitan muchísimas horas de entrenamiento en un gimnasio, siguiendo una
dieta extremadamente estricta durante años. Quizá alguna vez hayas
intentado ir al gimnasio, hacer dieta, mantenerte en forma o algo parecido,
por lo que seguramente sepas lo difícil que es. ¿Cómo hace alguien para
mantenerse haciendo eso durante años y a ese nivel?
Estas no son historias sobre el mérito. Este apartado no trata de decirte que si
te esforzás, vas a lograr convertirte en el próximo Jobs o en el nuevo
Schwarzenneger, o la persona que consideres digna de admiración. Este
apartado se trata de otra cosa. En el primer ejemplo, vimos que Steve Jobs
tenía sus valores bien definidos, lo cual le brindó un fuerte sentido de
propósito a su vida y lo ayudó a concretar sus objetivos. En el segundo
ejemplo, destacamos que Arnold Schwarzenegger tenía metas definidas que
le permitieron tener claro a qué apuntar para trabajar y realmente
conseguirlo. Por supuesto, Steve también tenía metas claras, ya que si no
generaba conductas orientadas a lograr sus objetivos, jamás hubiese logrado
lo que logró. Por su lado, Arnold también tenía valores, que orientaban
acciones comprometidas como entrenar muy duro durante muchos años.
No nos olvidemos que estos personajes son seres humanos que, como todos,
tuvieron sus aciertos y errores. Más allá de lo que pensemos sobre ellos dos,
de si nos gustan o no las grandes corporaciones o el fisicoculturismo, es
interesante estudiar cómo funciona la cabeza detrás de estos personajes y
entender qué herramientas y recursos operan. En este capítulo no te voy a
decir qué valores o metas tener en tu vida, pero sí vamos a tratar de entender
por qué son importantes.
Los valores son abstractos, representan la brújula que orienta nuestras vidas,
y son infinitamente perfectibles (siempre se puede ser una mejor ciudadana,
un amigo más presente o una mejor estudiante). Las metas son los lugares o
logros concretos que queremos alcanzar (usar más la bici y menos el auto,
ver a mis amigas y amigos durante los fines de semana, o rendir un examen
en la fecha que me propuse). Por último, las acciones comprometidas son las
que están alineadas a nuestros valores y sirven para alcanzar una meta
determinada (todos los viernes ir en bicicleta al trabajo, invitar a mis amigas
y amigos a mi casa una vez por semana, o estudiar 4 hs por día durante
quince días). En este sentido, buena parte de la clave del éxito de vivir una
vida valiosa es lograr alinear nuestras metas con nuestros valores, y
concretamente, establecer qué acciones comprometidas podremos realizar en
ese sentido.
Por otro lado, es bastante común confundir valores con metas, o apegarse
demasiado a las metas, que en el fondo es lo mismo. Cuando sea millonario,
seré feliz. Sí, bueno, tener una determinada cantidad de dinero es algo
concreto. Pero ¿y después qué? Muchas personas llenas de dinero viven
acomplejadas, deprimidas o incluso llegan al suicidio. De forma similar
aunque más sutil, mucha gente piensa también que cuando se casen o tengan
hijos, serán felices. De nuevo, la misma pregunta: ¿y después qué? Casarse o
tener hijos son cosas concretas; al igual que el dinero, no son un sentido o
una orientación para darle a mi vida. En estos casos, el valor subyacente
puede ser el amor, y el mero hecho de casarnos no garantiza que ese valor
esté de hecho presente en nuestras vidas, como sabe cualquiera.
Por otro lado, si ponemos todas las fichas en conseguir una determinada meta
sin tener en cuenta nuestros valores, pueden surgir tres problemas. El primero
es que, una vez que consigas la meta, te des cuenta de que la vida sigue. Una
vez atendí a una paciente que estaba convencida de que, cuando aprobara una
materia que le parecía especialmente difícil, todo iba a ser distinto en su vida.
Pero la aprobó y vino a verme desconsolada, porque la alegría le duró solo
tres minutos (que es lo que suelen durar las emociones). Aprobar esa materia
era solo una meta más. El segundo problema es que finalmente nunca
consigas la meta, y te la pases pensando que en el fondo tu vida carece de
sentido porque solo importaba en la medida en que lograras tal o cual cosa.
Pero es un hecho que mucha gente nunca será millonaria. Sí, ya sé, terrible.
También es cierto que mucha gente no tendrá hijos ni se casará, aunque
quieran hacerlo. Aun así, pueden vivir una vida valiosa. El tercer problema es
que que te hayas apegado tanto a una meta que cada vez que estés cerca de
conseguirla, te estreses mucho, eso te genere un enorme sufrimiento y
finalmente, a causa de ese estrés, no consigas esa meta.
Otras veces, más que grandes reglas, lo que nos desvía del camino
son pequeños pensamientos, pequeños anzuelos que mordemos sin
darnos cuenta y nos llevan a donde no queremos ir. A veces, basta
pensar “mmm… qué ganas de chequear las redes sociales” para
distraerse del estudio; o “ahí nadie me quiere” para no asistir a una
reunión social… y así sucesivamente. La recomendación ante estos
pensamientos es no juzgarlos según si son correctos o incorrectos,
sino reflexionar sobre si me acercan o si me alejan de mis valores y
metas, de la persona que quiero ser. A veces, tendré que estudiar a
pesar de que me inviten a una fiesta si tengo que rendir en los días
siguientes, a veces tendré que entrenar por más de que no tenga
ganas porque sé que me hace bien, y a veces tendré que ser cordial
para evitar un conflicto innecesario con seres queridos.
La fiaca | Motivación
La motivación no es algo que podamos controlar de manera directa. Las
ganas y la motivación provienen de las emociones, que, por definición, son
fenómenos automáticos, transitorios y no responden a la voluntad. Si no me
creés, hacé el intento, sentí ya mismo un intenso asco: ¡ahora, vomitá! ¿Y?
¿Vomitaste? ¿Difícil, no? Ok, probemos con otra emoción, el enojo: ¡enojate!
¡Rompé todo! ¿No? ¿No sale? Es lógico. Ni siquiera un buen actor controla
sus emociones, lo que hace es justamente actuarlas. El secreto está en
comenzar el viaje sin ganas, sin motivación. Las ganas vienen durante el
viaje, si es que elegimos libremente iniciarlo. Cuando comenzamos a vivir de
acuerdo a nuestros valores, con metas claras, sobre la marcha aparece la
motivación, pero el viaje, el sentido de la vida, y las ganas o emociones son
cosas distintas.
Atención, depresión
Frecuentemente, lo que dicen muchas personas que están cursando un
episodio depresivo es que no se sienten motivadas o con ganas, como que les
faltan fuerzas. Como mencionamos anteriormente, en la sociedad occidental
está muy metida la idea de que hay que sentirse bien todo el tiempo y que
hay que tener el control de las emociones. Estas reglas absurdas generan
mucho sufrimiento y se suman a ciertas concepciones que suelen encontrarse
también en el paradigma médico clásico, como que la depresión se debe a un
problema neuroquímico que se resuelve con una medicación. Si bien es cierto
que las personas con depresión tienen una alteración en sus niveles de
neurotransmisores (y otros cambios en el cerebro), eso no quiere decir que
esa sea la causa de la depresión, o al menos no la única causa.
Frecuentemente, un problema de fondo suele ser que estas personas carecen
de la habilidad de clarificar sus propios valores y metas, y luego encaminarse
hacia ellos, aceptando el sufrimiento y los obstáculos como parte del camino.
Capitulo 1.3
Motivacion
En el capítulo anterior hablé sobre cómo identificar valores que nos marquen
el camino y proponernos metas concretas que nos acerquen hacia ellos.
Como vimos, las metas se consiguen poniendo en marcha comportamientos y
acciones comprometidas. Aunque a veces no tenemos ganas de hacer la tarea,
las metas claras nos van a ayudar a darle sentido a nuestras acciones y a
desarrollar disciplina. Es decir, si tengo metas, aumenta la probabilidad de
que haga cosas al respecto. A medida que vamos cumpliendo metas o
acercándonos a estas (más allá del esfuerzo y sufrimiento que pueden
acarrear), tenemos más ganas o más ilusión por esforzarnos para continuar
haciéndolo. Podríamos decir que encontramos una motivación, un motor,
algo que nos mueve hacia donde queremos llegar.
Uno de esos principios es que los comportamientos tienen una situación que
los desencadena y una consecuencia que les sigue, y ocurren dentro de un
determinado contexto. Es decir, no existen comportamientos aislados o puros.
Por ejemplo, cuando suena la alarma (situación), toco el botón para apagar la
alarma (comportamiento) y esta deja de sonar (consecuencia). Cuando tengo
frío (situación), prendo la calefacción (comportamiento) y dejo de tener frío
(consecuencia). Hasta acá todo bien. Lo interesante de la cuestión es que
muchos comportamientos se sostienen por sus consecuencias, es decir, por lo
que pasa después y no antes: esto es lo que se conoce como
condicionamiento operante. Por lo tanto, lo que funciona para modificar
comportamientos es jugar con su contexto o con sus consecuencias.
Una gran ayuda para esto es organizar una rutina que busque asegurar tiempo
para el descanso, ejercicio, comidas y ocio, al menos de forma básica. Esto
implica agendar y asignar día y hora a las actividades que quieras cumplir,
incluyendo horas de sueño, momento de ejercicio, esparcimiento y comidas.
Si bien armar una agenda no es sinónimo de éxito, organizarse aumenta
radicalmente las probabilidades de que esto ocurra. De hecho, para mucha
gente el orden, la previsibilidad y cumplir con fechas es muy útil. Pero
también hay personas que se niegan a establecer una rutina por prejuicio a
sentirse encerradas en una monotonía. Si bien eso es posible (y de hecho,
sucede), recordá que la idea de este ejercicio es que al construir esa rutina
podamos incorporar herramientas que nos permitan cuidar nuestra salud y
tener la energía para encarnar las acciones orientadas a cumplir las metas
alineadas a nuestros valores.
Supongamos que una de las metas más pequeñas que estableciste para
terminar la carrera es entregar una monografía: para eso, necesitás leer y
escribir el trabajo. Pero cuando mirás tu agenda, ves que tenés poco tiempo,
por lo que deberías empezar por levantarte más temprano (así que también
deberías intentar acostarte antes para no perder horas de descanso). Como
esto siempre te costó, decidiste hablar con un amigo que está en la misma y
quedaron en juntarse a estudiar temprano dos veces por semana de manera
presencial u online. Buena idea: el compromiso social es un buen aliado en
estos casos. Cumplir acuerdos, como quedar con un amigo, suele ser también
reforzante. El hecho de estar en contacto con otro ser humano, que además
me ayuda, es un refuerzo natural. Si a esto le sumamos que vas a ir notando
que avanzás, más ganas vas a tener de juntarte con tu amigo. Y si además se
juntan en una cafetería linda a tomar algo rico, hay aún más chances de que
esto ocurra. Como si todo esto fuera poco, te comunicaste con una de las
profesoras que te ayudan con la monografía y quedaron en juntarse en 15 días
con un informe preliminar. Esto también hace que avances, porque la fecha
límite te pone presión. No querés ir a la reunión con la docente con las manos
vacías. Estás modificando mucho tu contexto.
Claro que en tu caso las cosas pueden ser bien diferentes. No trabajás en un
banco, no estás intentando terminar una carrera, no tenés una agenda y el café
te parece una bebida de lo más insulsa. Es lo mismo. Lo importante es la
lista. Estoy seguro de que si lo pensás un rato, podés hacer una lista de
refuerzos que te ayudarían a alcanzar la meta que estás buscando. ¿Cómo vas
a modificar tu ambiente como para que este te lleve a hacer lo que querés?
Capitulo 2.1
Inteligencia emocional
En los seres humanos esto es bastante fácil de notar. Con mayor o menor
habilidad, nos damos cuenta de que una sonrisa significa alegría, que cuando
alguien grita con el rostro fruncido y los músculos de la cara contraídos
probablemente esté manifestando enojo, que si ante una pérdida alguien
quiera quedarse en su casa es que está triste, y así sucesivamente. Tanto las
expresiones faciales como la postura corporal, gestos, palabras y el tono de
voz están también conectados biológicamente con las emociones. Podríamos
decir que una expresión vale más que mil palabras.
Capitulo 2.2
Miedo y ansiedad
Cada vez que se acerca una fecha de entrega, empezás a tener problemas
gastrointestinales. Cuando vas al trabajo, podrías tomar un atajo que atraviesa
una plaza arbolada, pero siempre hay muchas palomas, así que tomás el
camino largo: las palomas te asustan y te da miedo que te choquen la cara.
Renunciaste a tu sueño de irte a estudiar a otra provincia porque temés volver
a tener una crisis de desesperación, de angustia, de sensación de falta de aire,
y que allá no haya nadie para socorrerte. Hace un tiempo que no vas a fiestas.
Tus excompañeros de colegio te incomodan mucho. Ahí viene esa persona
que tanto te gusta, actuá normal…
Si bien una cuota moderada de estrés puede incluso resultar beneficiosa para
despertar el sentido de alerta ante una situación de posible peligro, para
prepararnos para un escenario que no contemplamos, o para lograr
enfocarnos frente a una situación de alta intensidad (como rendir un examen,
correr una carrera o acercarnos a una persona que nos atrae), no existe ningún
tipo de duda de que la prolongación en el tiempo de los estímulos estresantes
exacerbados y una sobreadaptación a ellos puede causar problemas graves en
la salud psicofísica de las personas. Problemas que van desde trastornos de
ansiedad hasta gastritis y enfermedades cardiovasculares. Es por eso que en
este capítulo vamos a intentar desentrañar la emoción característica de la
modernidad para aprender a distinguir cuándo esa respuesta es efectiva, y
cuándo está desregulada.
Por otro lado, la ansiedad es una emoción orientada hacia el futuro, que surge
al percibir que no se tiene el control de sucesos impredecibles y
potencialmente peligrosos. Un estado remanente y más duradero ante una
amenaza que aún está distante.
Recordá alguna situación en la que hayas estado frente a frente con un perro
u otro animal que claramente estaba a punto de morderte o lastimarte, o en la
que casi chocás con alguien de frente mientras estabas en la ruta, o cuando
mirabas una película de terror y de repente apareció el asesino serial detrás
del protagonista. En todas estas situaciones, es esperable que reacciones
gritando, saltando, o sintiendo una fuerte activación de diversos órganos.
Solemos decir “tenía el corazón en la boca” por la intensidad de las
palpitaciones, sentimos un fuerte dolor de estómago por la contractura que se
genera en las vísceras, o referimos que nos falta el aire porque se disparan
reflejos que aumentan intensamente nuestra actividad respiratoria. Estas
situaciones y respuestas son típicas del miedo.
Por otro lado, seguramente te pasó que en los días previos a un examen difícil
no podés parar de pensar intensamente en lo que pueden preguntarte, en todo
lo que creés que no sabés. También te puede pasar que antes de tener una
conversación difícil con tu papá y tu mamá, pareja, hijos o amistades pienses
en todos los escenarios posibles y qué vas a responder ante cada quien, como
un jugador de ajedrez que mentalmente se adelanta varias jugadas a lo que va
a pasar. A veces, puede incluso llegar a dolerte el estómago al pensar en estas
cosas, o podés sentir contracturas y molestias en todo el cuerpo, a pesar de
que en ese exacto momento no está pasando nada de todo eso. Estas
situaciones y respuestas son típicas de la ansiedad.
Pero ¿por qué tres respuestas y no una? Porque el linaje evolutivo de los
humanos estuvo a la mitad de la cadena alimentaria hasta hace relativamente
poco tiempo. Durante millones de años, los humanos cazaban animales más
pequeños y recolectaban lo que podían, al tiempo que eran cazados por los
depredadores mayores. Es decir que, durante gran parte de la historia, a los
humanos les fue muy útil contar con herramientas tanto para luchar, como
para huir o para quedarse completamente quietos ante los potenciales
peligros del entorno. Estas respuestas han quedado grabadas a fuego en
nuestro cerebro. Y si bien hoy hemos saltado hacia la cima de la cadena
alimentaria, este proceso en realidad ocurrió en los últimos 400.000 años, lo
cual es muy poco tiempo para que nuestra biología se adapte. Mientras que la
mayoría de los depredadores que representan la cima de la cadena alimentaria
en los ecosistemas que habitan son animales majestuosos y temerarios, los
humanos aún nos sentimos como pequeños monos desvalidos en una sabana
grande y repleta de peligros.
Ahora bien, estas reacciones distintas tienen algo en común. Sea cual sea la
respuesta que surja, la reacción del organismo es más o menos similar
(aunque puede variar de persona a persona): el corazón bombea más fuerte y
rápido, lo que lleva sangre a todos los músculos, y, al mismo tiempo,
respiramos más rápido y hondo, lo cual aumenta la cantidad de oxígeno en la
sangre. A pesar de haber más sangre y oxígeno disponible, paradójicamente
algunas personas tienen sensación de desmayo, asfixia o ahogo. Perciben
dificultades para respirar, cuando lo que en realidad está ocurriendo es que
están tratando de meter aire en un pulmón que ya está lleno, y el oxígeno en
concentraciones altas marea. Además, los músculos se tensan, hay
sudoración fría, palidez en la cara y boca seca, entre otros síntomas. También
aparecen sensaciones raras en muchas partes del cuerpo, como hormigueos o
dolores de estómago. En ese momento, en nuestras mentes suelen aparecer
pensamientos de tipo anticipatorios como “¿y si pasa esto o aquello?”, “¿y si
me dice lo otro?”, y generalmente, de tinte negativo, como “¿qué ocurrirá si
me va mal?”, “¿qué pasa si fracaso?”.
Ahora bien, ¿hay que enfrentarse a cualquier miedo, todo el tiempo? No,
tiene que ser razonable, tengo que tener algún beneficio, esa exposición debe
ayudarme a acercarme a mis valores. Si no es así, no tiene sentido sufrir por
sufrir. Como siempre, nos será muy útil tener claridad en nuestros valores y
metas para saber si efectivamente vale la pena exponernos a una situación
estresante.
A mis pacientes suelo darles un ejemplo un poco personal. Cuando era chico
me daba miedo nadar en la pileta, tenía miedo de ahogarme. Esa situación me
limitaba bastante porque en el verano no podía disfrutar del agua, y si había
una reunión con mis amigos y había pileta, de alguna forma me excusaba. Me
daba vergüenza no saber nadar siendo ya relativamente grande. Mi padre,
también psiquiatra, amablemente me fue ayudando a entrar al agua. Se metió
conmigo, me mostró cómo moverme, cómo respirar, animándome a avanzar,
a dar más pasos, aunque con su supervisión. Finalmente logré dominar el
asunto y esto ya no es un problema para mí. Ahora puedo nadar
tranquilamente en piletas, lagos, ríos o el mar. Ese trabajo de paulatina
exposición me permitió conectarme con amistades, con la naturaleza, con
muchas oportunidades de disfrute. Si mi padre no hubiese hecho esto
conmigo hoy usaría el agua solo para bañarme o cocinar, y cocino bastante
mal. Es decir, es clave tener un para qué a la hora de exponerse a algo que
nos da miedo o ansiedad.
1. Alimentación saludable
La alimentación cumple un rol central en el proceso de ganar o perder salud,
y prestarle atención a este punto puede (sin exagerar) cambiarnos la vida.
Está ampliamente demostrado que la alimentación saludable puede prevenir,
detener y hasta revertir enfermedades. Durante mucho tiempo, la comida fue
dejada de lado por la medicina, pero en las últimas décadas ha cobrado un rol
cada vez más importante debido al efecto significativo que tiene sobre la
salud individual y colectiva. La comida que ingerimos no solo puede
impactar directamente sobre nuestra salud a través de los compuestos
químicos que se encuentran en ella, sino que también puede hacerlo de
manera indirecta al ejercer un efecto modulador sobre nuestra microbiota, la
comunidad de microorganismos que habitan nuestro interior y que
interacciona con nuestro organismo mediante la secreción de diversas
sustancias. De hecho, está estudiado que nuestra alimentación afecta también
a nuestra salud mental: una alimentación saludable se relaciona con menos
incidencia de ansiedad y depresión, y mejor humor.
2. Actividad física
Otro aspecto fundamental de un estilo de vida saludable es la actividad física.
Como animales que somos, hemos desarrollado a través de la evolución un
cuerpo adaptado al movimiento. Antes no quedaba otra, o nos movíamos o
no comíamos. Pero los avances tecnológicos y la organización social
moderna (urbana) crearon ambientes en donde cada vez nos movemos
menos. Trabajamos sentados o sin movernos demasiado, pasamos largas
horas frente a pantallas, tenemos delivery que nos lleva la comida a casa y
hasta diseñamos robots que nos lavan los platos y barren el piso. Toda esta
quietud se vio acentuada durante la cuarentena que nos impuso la pandemia.
No atender la necesidad fisiológica de movimiento tiene graves
consecuencias para la salud, y muchas de las enfermedades actuales tienen
una relación directa con el sedentarismo. Su impacto es tan grande que ha
llegado a conocerse como “el tabaquismo del siglo XXI”. Como dice Jorge
Drexler en una de sus canciones, “si quieres que algo se muera, dejalo
quieto”.
4. Descanso reparador
Algunas cosas que podés hacer para mejorar tu descanso son: tratar de
acostarte todos los días a la misma hora; evitar el uso de pantallas y luces
blancas una o dos horas antes de irte a dormir (podés leer un libros); intentar
conciliar el sueño en silencio (si hay ruido podés conseguir tapones de oído);
limitar a 20 minutos las siestas durante el día; mantener la habitación lo más
oscura que puedas (podés usar algo para taparte los ojos); evitar el consumo
de bebidas con cafeína después del anochecer; y evitar irte a la cama con la
panza muy llena.
Desde hace muchos años, en Japón están muy extendidos los Shinrin-yoku o
“baños de bosque”, donde las personas se sumergen en la naturaleza mientras
prestan atención a sus sentidos, caminan o simplemente se sientan a escuchar
los sonidos de pájaros, agua o árboles. Diferentes estudios han demostrado
que los “baños de bosque” pueden ayudar a reducir significativamente la
presión arterial, la ansiedad o mejorar la función inmunitaria. De hecho, en
un estudio reciente donde se analizaron los datos de más de 20.000 personas
del Reino Unido, el investigador Matthew White encontró que aquellas que
pasaban al menos 120 minutos por semana en la naturaleza tenían una mayor
probabilidad de reportar buena salud y bienestar. El estudio también indica
que los beneficios se podrían obtener exponiéndose 20 minutos al día o 2
horas un solo día. Aparentemente, exponernos a la naturaleza reduce los
niveles de cortisol y adrenalina, lo que nos permitie activar más fácilmente el
sistema de calma (el parasimpático). Pequeñas píldoras de naturaleza podrían
atenuar el impacto negativo de las ciudades: ruido, contaminación,
sedentarismo o estrés.
Capitulo 2.3
Tristeza y depresion
La tristeza es el estado de ánimo del que la gente más quiere despojarse. Hoy
en día, y aunque no se diga de manera explícita, hay una tendencia cultural
fuerte hacia el feelgoodismo, una forma de decirle al mandato de estar
siempre alegres. Este estilo de vida propone básicamente que hay que
sentirse bien todo el tiempo, que siempre hay que estar alegres, evitar todo
tipo de sufrimiento, divirtiéndonos sin parar. Como te imaginarás, esta
“filosofía” tiene severos problemas para la vida cotidiana. Primero y
principal, su propuesta es imposible: la alegría, como ya vimos, es una
emoción más y, por definición, dura algunos minutos. Por otro lado, el
sufrimiento es parte de la vida y no podemos simplemente borrarlo; incluso
es parte de una vida valiosa como mencionamos anteriormente. Es común
que la pasemos mal antes de un examen importante, madres y padres sufren
cada vez que sus hijos se enferman y, sin ir más lejos, estoy escribiendo este
libro en días feriados, en momentos que son supuestamente de descanso, pero
elijo hacer ese esfuerzo (y exponerme a ese sufrimiento) porque está muy
alineado con mis metas y valores. Esta aceptación del sufrimiento como parte
de la vida es muy contraintuitiva y contracultural.
El avance de la ciencia y la tecnología nos ha dado mucho confort. Entre las
personas con recursos económicos, el acceso a las comodidades modernas
nos volvió poco resilientes ante las adversidades de la vida, y quizás nos
llevó a ser personas más caprichosas e insatisfechas. Si hace frío, nos
abrigamos y prendemos el calefactor. Si tenemos calor, tenemos el aire
acondicionado. Si nos aburrimos, prendemos la tele o miramos el celular.
Cuando me preguntan sobre si ahora hay más problemas de salud mental que
antes, suelo responder que no sé (no hay datos para comparar con el
presente), pero me arriesgo a aventurar que antes la gente estaba más
“curtida” porque tenía experiencias muy fuertes con mayor frecuencia, por lo
que su umbral era distinto. La vida era más dura para toda la población. Una
hipótesis que valdría la pena explorar es que quizás esas condiciones de vida
hostiles, propias de vivir en mayor contacto con la naturaleza y que fueron
las prevalentes en casi toda la historia de la humanidad, representaban una
especie de entrenamiento protector ante los trastornos de salud mental que
observamos hoy.
Por supuesto, nuestros antepasados carecían de muchos recursos con los que,
afortunadamente, hoy sí contamos (como antibióticos, mayor disponibilidad
de comida y vacunas), que aumentan mucho nuestra calidad de vida actual,
por eso no creo que todo tiempo pasado haya sido mejor. Pero quizás los
estilos de vida del pasado puedan enseñarnos algunas cosas.
“Lo que no te mata te hace más fuerte”, dice el dicho, y con razón.
Este proceso, en el cual la exposición a un factor estresante puede
generar una adaptación beneficiosa, se denomina hormesis y ha
sido ampliamente estudiado en muchas disciplinas relacionadas a
la biología y a la salud. Por ejemplo, si bien la actividad física es
interpretada por el organismo como un agente lesivo, su
dosificación adecuada genera las adaptaciones fisiológicas que son
responsables de los reconocidos beneficios del ejercicio. Lo mismo
aplica para la salud mental: exponerse a estímulos estresantes que
generan “incomodidad psicológica” en dosis y contextos
controlados ayuda a prevenir y combatir la depresión, como el
ejercicio vigoroso (el que te agita), duchas de agua fría y pasar
tiempo en la naturaleza (que para mucha gente urbana suele ser
algo incómodo). El concepto puede aplicarse también a la crianza
de niños y niñas, importante en estas épocas de padres y madres
sobreprotectores: permitir que los niños y las niñas experimenten
un poco de estrés, como lastimarse una rodilla jugando, los entrena
para soportar tensiones mucho mayores en la vida.
Si bien la tristeza es una emoción desagradable, no por ello hay que huir de
ella o evitarla. Si huimos de las emociones negativas, tarde o temprano, esas
emociones se manifestarán de alguna forma. Es como una olla a presión que
explotará si la presión no se libera por algún lado. De hecho, para transitar
eficazmente un duelo, es necesario experimentar la tristeza, aceptarla como
parte de la adaptación que estamos sufriendo ante una pérdida. El duelo es un
proceso que puede durar meses, pero el estado de ánimo no es permanente,
sino que la emoción se activa cada vez que se recuerda conscientemente la
pérdida. Hay un fenómeno llamado duelo inhibido: aquella forma de querer
superar una pérdida negándola, no reconociendo lo que verdaderamente
ocurrió, disociándose, evitando el contacto con la emoción. Por supuesto,
este tipo de duelo es inefectivo, y trae asociado diferentes consecuencias
negativas.
Hoy sabemos que todas las mentes son pesimistas, pero en la depresión, por
diversos motivos, este fenómeno está exacerbado. Las personas deprimidas
suelen, entre otras cosas, ser poco habilidosas para manejar el hábito de
rumiar sobre lo mal que se sienten. Piensan que sus seres queridos se van a
cansar y alejar, o se preguntan una y otra vez si van a padecer otra noche de
insomnio. El resultado de esta “masticación” de ideas es el agotamiento
constante, la escasa motivación, la falta de energía o el bajo rendimiento, así
como las interpretaciones de tinte catastrófico, negativas, displacenteras,
desesperanzadoras y pesimistas que caracterizan el pensamiento de una
persona deprimida. De aquí la importancia de que las terapias no sean una
continuación de la rumiación o de un pensamiento improductivo al ahondar
en posibles historias de la infancia. Las investigaciones demuestran una y
otra vez que la reflexión acerca del pasado no es un protocolo efectivo para el
tratamiento de la depresión, sino todo lo contrario: entregarse sin más a la
preocupación y los pensamientos circulares puede contribuir a que la
depresión se agudice y se prolongue más todavía.
Capitulo 2.4
Enojo
¿Cómo se te va a cruzar así? ¿Está loco? Vos venís por la bicisenda con todo
en regla, casco, luces, semáforo en verde. Y el inconsciente va y te tira el
auto encima para doblar. Ni luz de giro puso. Y vos sabés que la calle no está
para pelearse, que nunca sabes quién está del otro lado y que, al fin y al cabo,
vos tenés cosas mejores que hacer que ponerte a explicarle las reglas de
tránsito a cada uno que te cruzás. Por suerte no pasó nada grave. Una frenada,
un volantazo. Igual te dan ganas de romperle todo el auto. Cerrás los puños
en el manubrio y se te hinchan las sienes. Te lo querés comer crudo. Sí, es
cierto, hay una pequeña voz adentro tuyo que, con cautela, sugiere la
posibilidad de que haya sido un error. No te vio. Sin ir más lejos, vos hace
dos cuadras no viste a una señora que cruzaba y le pasaste finito. Pero lo que
cuesta escuchar esa voz por encima de la otra voz, esa que te grita que este
salame te lo hizo a propósito porque no le importa nada. Que no te conoce
pero que, de algún modo, es personal…
Al rojo vivo | ¿El enojo es malo o bueno?
El enojo es una emoción con la que reaccionamos ante una situación en la
que percibimos un ataque o una injusticia, o ante una situación en la que
sentimos frustración. Nuestro organismo experimenta repentinamente una
sobrecarga de energía y el deseo imperioso de descargarla, de acercarnos, de
aclarar, de discutir e incluso de pelear. Hace que nos enfoquemos en la
autodefensa, el dominio y el control con el objetivo de ganar la pelea y
sobrevivir.
Esta emoción suele estar condenada socialmente por el hecho de que nos
lleva a reaccionar de una forma agresiva y despierta sensaciones no muy
agradables. Tendemos a juzgar negativamente nuestras emociones
displacenteras y por eso evitamos las situaciones que nos las pueden
provocar. Sin embargo, por más que nos esforcemos en evitarlas o en tratar
de no sentirlas (“no estés triste, no te enojes, no tengas miedo”), las sentimos
igual y, de hecho, son una valiosa fuente de información para saber qué nos
está pasando en determinado momento. El enojo no es malo. Sirve para
marcar límites, para detener las conductas de los demás. Levantar la voz a
veces es muy útil. Cuando las personas son atacadas físicamente, el enojo las
puede activar rápidamente para defenderse y responder al ataque, para
protegerse. De forma similar, el enojo en un partido de fútbol (o de casi
cualquier deporte) puede llevar a que se juegue con más ímpetu. Es
importante reconocer que esta emoción se mantiene presente porque nos ha
servido para nuestra supervivencia, y que intentar taparla o negarla es
contraproducente e inefectivo. Si bien es cierto que una desregulación del
enojo puede llevarnos a actuar de forma impulsiva y destructiva, esta
emoción en su justa medida también nos pone en marcha para buscar
soluciones cuando tenemos un problema y para marcar límites.
Debido a que el enojo suele ser una emoción que escala rápidamente si no
prestamos atención, es muy importante chequear bien los hechos para
asegurarnos de que nuestro evento disparador se ajusta lo suficiente como
para activar la emoción apropiada y en su justa intensidad. De este modo, nos
centramos en el objetivo de intentar obtener lo que queríamos en un
principio, sin poner en riesgo, cuando no sea necesario, nuestra relación con
la otra persona.
Supongamos que tu hijo no solo no se lava los dientes, sino que además le
saca los juguetes a los hermanos más chicos y cada tanto llega a golpearlos
de alguna forma. Sería efectivo que le digas en un tono de voz firme, fuerte,
que se detenga, quitándole los autos por un rato, pidiéndole además que se
disculpe con su hermanito más chico. Lo que seguro no será efectivo es que
le pegues. Esto es muy importante. En primer lugar, porque como padre o
madre le estás modelando comportamientos a tu hijo. Por un lado, sabés y le
decís que golpear está mal, pero si lo hacés igual, él aprenderá a hacerlo. Este
fenómeno es el famoso aprendizaje social. En segundo lugar, a primera vista
puede parecer efectivo golpear o agredir, porque frecuentemente de ese modo
conseguimos lo que pedimos, pero por otro lado tiene una consecuencia
social muy fuerte (entre otras cosas): genera que la gente nos tenga miedo, se
nos aleje, y degrada nuestras relaciones interpersonales.
3. Resolución de problemas
Tal como vimos antes, el enojo puede ser una manifestación de que nos faltan
habilidades o herramientas para conseguir algo, por lo que terminamos a los
gritos cuando no lo conseguimos. Como dice Isaac Asimov en su saga
Fundación: "la violencia es el último recurso del incompetente”. Suele ser
muy útil, si nos enojamos con frecuencia, practicar entonces la habilidad de
resolución de problemas. Básicamente, esto es:
¿Cómo hacer esto? Básicamente, te tomás unos minutos por día, entre 5 y 10
aproximadamente, para volver a ver lo que pasó el día anterior, reviviendo
paso a paso cada cuadro de la escena en la que terminás gritándole a tu hijo.
Con los ojos cerrados, vas relatando el suceso en voz alta, diciendo qué
estabas haciendo, cuándo y dónde, y qué pensamientos habías tenido en cada
escena. Con el solo hecho de rememorar lo sucedido, tu enojo se irá
activando, de hecho, vas a sentir un nivel de enojo muy similar al del hecho
concreto. Comenzás a notar cómo se te frunce el ceño, se te cierran las
manos, sentís presión en la garganta, tenés incluso el impulso de gritarle a tu
hijo. Además, notás que vuelven a aparecer los mismos pensamientos de
siempre, y que además, redisparan el enojo.
5. Acción opuesta
Vimos hasta ahora que el enojo es una emoción que nos impulsa a
acercarnos, a discutir, a querer aclarar las cosas, enumerar todo lo que
sentimos que es un problema, elevar el tono de voz, gritar, insultar y,
finalmente, golpear.
Ahora bien, cuando el enojo no está justificado o no es efectivo seguir los
impulsos de esta emoción, puede ser una buena ocasión para practicar la
habilidad de acción opuesta descrita por Marsha Linehan. Por ejemplo, es
conveniente evitar a la persona con la que te enojaste en lugar de atacarla;
evitar pensar en él o ella en lugar de rumiar sobre todas las cosas “terribles”
que hizo; distraerte haciendo otra actividad e incluso tratar de tomar el punto
de vista de la otra persona en lugar de culparla.
● Cambiá tu postura: aflojá las manos, con las palmas hacia arriba y los
dedos relajados; hablá de forma lenta, pausada y grave; soltá los
músculos del pecho y del estómago, aflojá la mandíbula y relajá los
músculos faciales; esbozá una media sonrisa (es increíble el impacto
que tiene sobre nuestro cerebro simular una sonrisa).
● Cambiá la química de tu cuerpo: respirá de forma pausada, inhalando
profundamente y exhalando lentamente. En casos extremos puede serte
útil meter la cabeza en agua fría, tomar hielos con las manos y luego
ponértelos en la cara durante varios segundos (por lo menos 20 o 30).
● Intentá empatizar con la otra persona: metete en sus zapatos y tratá de
ver la situación desde su punto de vista. Esto puede ser particularmente
difícil, pero muy efectivo. Saber que todo comportamiento tiene sus
causas y que muchas veces las demás personas no tienen las
herramientas o los aprendizajes necesarios para lidiar con diversas
situaciones puede ayudarnos a calmar nuestro enojo.
6. Aceptación radical
Vamos a admitir que no solo te enojás con tu hijo, también lo hacés con otras
personas. Esta emoción aparece frecuentemente en tu trabajo. Tenés un jefe
con el que no compartís valores y, como si esto fuera poco, sentís que no está
capacitado para ocupar el puesto que tiene. Esto te lleva a discutir
frecuentemente con él en las reuniones. En este caso concreto (porque no
siempre es necesariamente así), no podés hacer nada por cambiar de jefe, y
dependés de él profesionalmente. También resulta que justo en este momento
de la vida, intentar cambiar de trabajo podría tener más consecuencias
negativas que positivas. ¿Qué hacemos? Esta es una buena oportunidad para
practicar la habilidad de aceptación radical: aceptar aquello que no puedo
cambiar y el dolor que me provoca, y dejar a un lado el sufrimiento que me
genera pelearme, enojarme o rechazar esa realidad. Aceptar no quiere decir
que te guste o apruebes la realidad, quiere decir que dejás que la realidad sea
la realidad que a pesar de tus mejores esfuerzos, no pudiste cambiar. Es más,
frecuentemente, la aceptación de la realidad es el primer paso para cambiarla.
Si te diagnostican diabetes tipo I, algo que por el momento no se puede
cambiar, debes aceptarlo rápidamente. Eso te permitirá poner los medios
necesarios para llevar adecuadamente la enfermedad. No aceptar el
diagnóstico puede tener severas consecuencias para tu salud.
“Estas son las cartas que me tocaron, debo jugar con ellas.”
Pero cuando empezaste a hacer varias comidas por día (antes hacías solo dos
y alguna colación) y a salir a correr un par de veces por semana, notaste que
tu ánimo en general se tornó más manejable. Además, te diste cuenta de que
estabas durmiendo en promedio seis horas, muy por debajo de lo
recomendado. Te costó aumentar tus horas de sueño, pero lograste cambiar tu
horario para poder dormir alrededor de siete horas en promedio. Sentís que
estos cambios fueron como un trasplante de cerebro. ¿Para tanto? Sí. Como
mencioné en un capítulo anterior, cuando descuidamos nuestro cuerpo, tarde
o temprano nos pasará factura a nivel psíquico: debemos recordar que mente
y cuerpo no son dos entes separados. Mantener un sano equilibrio en nuestro
cuerpo favorece la regulación emocional, y por el contrario, someternos a
descuidos en la alimentación, en el sueño, en la regulación del estrés, entre
otros factores, nos deja emocionalmente vulnerables.
Relacionarse con personas que tienen la mecha corta, que suelen expresar su
enojo rápidamente y de forma muy intensa, puede ser complicado. Esta
expresión desregulada del enojo puede tener que ver con la historia personal
de aprendizaje de estas personas, que han vivido situaciones que les han
reforzado estas manifestaciones. Por eso es útil prestar atención a nuestra
respuesta ante estas emociones. Frecuentemente, por miedo a cómo
reaccionará esa persona, le concedemos cosas que naturalmente no
aceptaríamos. Es decir, el enojo suele recibir mucho refuerzo negativo (se
alivia la emoción nuestra y del enojado) y positivo (el enojado suele obtener
lo que desea). Por ejemplo, si cada vez que un niño está enojado, le doy lo
que quiere, le estoy reforzando su enojo: le transmito el mensaje “vos obtenés
lo que querés cuando te enojás”. De esta forma le va a resultar cada vez más
difícil regular esta emoción.
Por más que sea desafiante, es útil mantener la calma ante una persona que se
enoja, haciendo acción opuesta al enojo si es necesario (hablando lentamente
y en voz baja, buscando desescalar la situación) y, a su vez, mantener una
postura de validación del enojo del otro: transmitirle con nuestras
expresiones o palabras que entendemos que está enojado y que es válido que
se enoje, aunque (tal vez) no estemos de acuerdo con su forma de
manifestarlo o no veamos que esté justificado. Por ejemplo, si un niño de
cuatro años grita y pega porque le quitamos el celular, podemos decirle que
entendemos que le moleste que se lo quitemos, que es entendible que se
enoje, pero que aun así no tiene que pegar. Y, obviamente, no tenemos que
devolverle el celular, ya que esto reforzaría que la próxima vez actúe de
forma similar.
Esto también es aplicable en la adultez. Si quien se enoja nota que me
mantengo firme, mirando a los ojos, sin ceder necesariamente a sus
demandas, pero validando lo que le pasa y siendo respetuoso al mismo
tiempo, manteniendo un tono de voz lento, pausado y grave, es probable que
la persona se vaya “desenojando”, sin necesidad de que la situación empeore.
Siempre, claro, priorizá tu integridad física.
Capitulo 2.5
Verguenza
Algunas personas podrían decir que la prohibición del eructo es una norma
social arbitraria, que eructar no es ni bueno ni malo, e incluso en algunas
culturas está bien visto, por lo tanto eructemos todo lo que queramos. Es
cierto que puede ser una norma arbitraria de educación, pero así funciona la
cultura en la que estamos inmersos en este momento, y darle batalla tiene su
costo. En otras palabras, nuestra sociedad aún no está preparada para
semejante nivel de libertad. Por supuesto que esto puede cambiar, y de hecho
en algunos contextos específicos el eructo es algo muy valorado, como en los
grupos adolescentes donde se hacen competencias de eructos. En grupos de
niños también. Y conozco varios adultos que… Bueno, pero en muchos
contextos no suele ser un comportamiento aceptable.
Una posible solución es buscar hablar sobre estos temas de forma clara y
objetiva. Nombrar como “pene” al pene y “vulva” a la vulva es una
recomendación general efectiva. Estas intervenciones son importantes porque
ayudan a prevenir o encontrar a tiempo posibles situaciones de abuso sexual.
Si al niño o niña le genera mucha vergüenza hablar de estos temas, tendrá
dificultades para contar a los adultos responsables si alguien abusó o intentó
abusar de él o ella.
Colorados y titubeantes | Manejo efectivo de
la vergüenza
Para regular esta emoción y realizar un manejo efectivo, es necesario primero
verificar los hechos y/o interpretaciones que están disparando la emoción. Si
realmente se nos escapó algo indebido, contrario a nuestros valores o normas
sociales, es efectivo aceptar la emoción, dejando que nuestros cambios
fisiológicos sean visibles. Al vernos colorados y titubeantes, naturalmente la
gente a nuestro alrededor interpretará que lo que hicimos no fue algo
voluntario, que compartimos las mismas normas sociales y de educación. En
cambio, si la vergüenza no está justificada, es decir, si no estamos haciendo
nada en contra de normas sociales razonables, debemos practicar la
exposición, empezando por realizar aquello que nos avergüenza de forma
imaginada; luego, frente a personas que podrían criticarnos
constructivamente y, por último, en la situación real.
Capitulo 2.6
Culpa
Nuestra especie desarrolló formas de lidiar con los conflictos y eventos en los
que inadvertidamente o a propósito dañamos a otros. Si una persona se siente
culpable cuando daña a otra o al no ser recíproca ante la amabilidad de sus
pares, es más probable que no dañe a los demás o evite volverse demasiado
egoísta. Además, si alguien causa un daño a otro y luego se siente culpable y
demuestra arrepentimiento y pena, es probable que la persona perjudicada
perdone. Así, la culpa hace posible el perdón y ayuda a mantener el tejido
social al aumentar la cohesión de la tribu y, por lo tanto, su supervivencia.
A pesar de ser considerada una emoción negativa, a veces la culpa puede ser
buena ya que genera el impulso para restaurar el daño causado. De hecho, las
investigaciones sugieren que la propensión a la culpa es más frecuente en
personas empáticas y confiables, que también tienen una mayor
predisposición a cooperar y a comportarse de forma altruista. Sin embargo,
cuando la culpa se presenta en exceso, puede agobiar innecesariamente a
quienes la experimentan.
Puede ser interesante además saber que, para ciertas personas, el bien o mal
moral es algo absolutamente opinable o relativo, pero otras personas suponen
que hay valores y códigos morales absolutos. En general, aquellos que tienen
una visión positivista del derecho sostienen que los códigos morales son
establecidos por quien tiene autoridad para determinarlos. Quienes, por otro
lado, se alinean bajo el derecho natural sostienen que hay principios
universales que toda sociedad debe respetar para garantizar un orden justo. El
típico ejemplo que pone en evidencia la complejidad del problema es el
juicio de Núremberg. Las personas juzgadas por los crímenes de guerra del
nazismo sostenían que solo seguían órdenes dentro de un régimen
preestablecido, socialmente legitimado. Como se imaginarán, esto no les
sirvió de mucha defensa: fueron juzgados como culpables, siguiendo los
principios del derecho natural, por el cual se sostiene que un ser humano no
puede atentar contra la vida de otro.
Si esto no está claro para vos, podés hacerte preguntas sobre qué te parece
admisible o no a nivel familiar, laboral, de pareja, económico, social,
etcétera. Es importante meditar para saber si estás de acuerdo con principios
como “el fin justifica los medios”, o si estás parcialmente de acuerdo, hasta
qué punto. Por regla general, nuestras posturas morales se ubican en un
gradiente. Un ejemplo conocido es el del Dr. Carlos Salvador Bilardo,
director técnico de la selección Argentina de fútbol entre 1983 y 1990. Para
él, lo importante era ganar, no importaba cómo. Si tenía que pinchar con
alfileres, cegar con cremas mentoladas o poner sedantes en el agua, lo hacía.
Por lo menos en el fútbol, el fin justificaba los medios. Otras personas están
totalmente en desacuerdo con esta postura. La mayoría, probablemente,
encontremos algunos matices. Cosas permisibles y cosas que no. El fin
justifica ciertos medios.
Si eso está claro, podés meditar sobre tus comportamientos, a la luz de tus
valores o de tus códigos. Una buena pregunta para hacerse podría ser: este
comportamiento, ¿me acerca o me aleja de la persona que quiero ser? Las
personas y las culturas tienen distintas visiones sobre qué conductas son
inmorales o no. Esta moralidad puede aprenderse por observación, por estar
en contacto con consecuencias o por la enseñanza indirecta, a través de
charlas con maestros o familiares.
Una vez hecho el paso anterior, será más fácil fijarnos si la aparición de la
emoción está justificada por los hechos, es decir, si realmente hemos atentado
contra nuestros códigos morales. Si este es el caso, experimentar culpa puede
resultarnos efectivo para motivarnos a reparar el daño. Es decir, cuando la
culpa está justificada y es efectivo seguir su impulso, seguilo, reparando o
mejorando algo, según el caso. A veces esto implicará cambiar un
comportamiento, otras, pedir perdón, reparar la relación teniendo un detalle
con la otra persona, dejar de tener un comportamiento o tomarnos un
momento para reflexionar y buscar la forma más adecuada de enfrentar una
situación.
Por otro lado, existe una forma de culpa que aparece en personas
que salieron vivas de un accidente o de un conflicto donde otras
murieron, aún a pesar de no ser responsables de la muerte de los
demás. Esta se llama la culpa del sobreviviente.
Capitulo 2.7
Amor
Pero más allá de la particularidad de los humanos, existe una forma de amor
que compartimos con todos los demás mamíferos: el vínculo entre una madre
y su cría. La universalidad de este vínculo sugiere que esta es la forma
original y ancestral de vinculación, el primer tipo de amor del que
evolucionaron todos los demás.
Quizás fue en algún momento cercano a la muerte de esa madre con sus 38
crías cuando nuestros antepasados dejaron de vivir como los reptiles, que
experimentan solo emociones y sensaciones primitivas como el miedo, el
hambre y la lujuria. En algún punto, nuestros antepasados empezaron a
cuidarse entre sí. A lo largo de millones de años, comenzaron a vincularse
cada vez más, a protegerse y a buscar protección, a intercambiar calor
corporal, a acicalarse entre ellos, a jugar, a enseñar y a aprender unos de
otros. Una vez que los mamíferos desarrollaron esta capacidad de formar
vínculos, esta adaptación se pudo utilizar en otros contextos, y así
aparecieron los lazos de familia y amistad en los mamíferos más complejos:
manadas de elefantes, tropas de monos, vainas de orcas, jaurías de perros y
tribus humanas. En algunas especies, los machos y las hembras comenzaron a
formar vínculos de pareja.
En la mayoría de los mamíferos, los machos son padres ausentes, que aportan
a su descendencia genes y nada más. En nuestros parientes más cercanos, los
chimpancés y los bonobos, los cuidados paternos son mínimos. Pero en
algunas especies, como los castores, los lobos, algunos murciélagos, algunos
topillos y el Homo sapiens, las parejas forman vínculos a largo plazo para
criar a sus hijos de forma cooperativa (por supuesto, hay excepciones). En su
libro Anatomía del amor, la antropóloga Helen Fisher dice que el vínculo de
pareja apareció en algún momento después de que nuestros antepasados se
separaran de los chimpancés y los bonobos hace unos 6-7 millones de años.
Capitulo 3.1
Efectividad interpersonal
Por otro lado, en muchas oportunidades, las relaciones con otras personas son
complicadas. Sin ir más lejos, en los ámbitos laborales, la mayoría de los
problemas se dan por conflictos interpersonales: es probable que de tu último
trabajo recuerdes más los problemas o roces con tu jefa, un colega o el de
recursos humanos que los nervios por el cumplimiento de alguna tarea. ¿Te
pasó alguna vez que por haber transmitido alguna opinión perdiste un trabajo,
te peleaste con una amiga o un familiar se fue de un grupo de WhatsApp?
Atender a nuestras relaciones significa cuidar los modos de decir, saber pedir
cosas, decir que no, escuchar lo que la otra persona piensa y quiere, e intuir
lo que siente.
Si bien tener una vida social es una parte importante del bienestar,
las interacciones con otras personas pueden ser realmente
cansadoras. En el año 2016, los investigadores finlandeses Sointu
Leikas y Ville-Juhani se propusieron investigar por primera vez el
efecto que tienen las interacciones sociales sobre el cansancio, la
fatiga y el estrés. Durante 12 días, los 48 voluntarios que
participaron del estudio tuvieron que describir sus
comportamientos, emociones y pensamientos, así como la cantidad
y calidad de las interacciones sociales que tenían durante el día.
Descubrieron que el nivel de fatiga dependía del número de
personas con las que se habían reunido y de la intensidad de las
interacciones sociales, y que los mayores niveles de fatiga ocurrían
en aquellas interacciones que duraban varias horas. Curiosamente,
estos efectos se encontraron tanto en las personas a las que les
gusta socializar como en las que no.
Los zapatos ajenos | Empatía
Dentro de las habilidades a desarrollar, quizás la más importante sea la
empatía. Existen muchas definiciones de empatía, pero todas coinciden en el
siguiente aspecto: “sentir lo que otra persona siente, ponerse en sus zapatos”.
La empatía suele describirse con dos componentes. Uno es la capacidad de
comprender los estados emocionales de las demás personas, lo que supone un
componente cognitivo. Esto implica entender, por ejemplo, que es lógico que
alguien se ponga triste si sufre una pérdida. El otro es el componente afectivo,
que consiste en percibir el estado en el que se encuentra la otra persona: en
este caso, uno puede llegar a sentir esa tristeza del otro, en mayor o menor
medida.
A la hora de tener una conversación difícil, puede ser útil seguir los pasos de
la habilidad en el orden que se presenta a continuación, pero eso no es
excluyente.
A: Sé Asertivo en tus pedidos o cuando decís que no. Las otras personas no
tienen la capacidad de leer nuestra mente, no saben y quizás no pueden
imaginarse lo duro que es para vos decir que no o hacerles un pedido.
Ejemplo: “Me gustaría que hagan su parte del trabajo y me la envíen mañana
a la mañana, antes de las 11. ¿Es posible?”.
Ejemplo:
B—¿No tenés otras cosas en tu vida además de este proyecto? Yo tengo otras
preocupaciones y otras cosas de las que ocuparme.
A—Entiendo que hay otras cosas de las que preocuparse más allá de este
proyecto, muchos temas que necesitan esfuerzo y tiempo, pero por eso mismo
creo que nos va a favorecer ir al día con este trabajo para no atrasar a los
demás, que lo podamos terminar lo antes posible, así podremos ocuparnos
de las otras cosas que tenemos. Por eso te pregunto nuevamente si es posible
que avancen con su parte del trabajo.
Dentro de este punto hay una subhabilidad que solemos nombrar quienes nos
dedicamos a la clínica: el AJÍ. Se expresa en negativas:
No Aconsejes
No Juzgues
Por ejemplo, ante una pareja que llega a casa cansada, de mal humor, luego
de preguntarle qué le pasa, por qué se siente así, podemos decirle cosas como
“entiendo que estos meses fueron muy complicados en el trabajo, tu jefa te
estuvo llamando muy seguido, estabas con cierres en el laburo y eso te
preocupa y te cansa. Es lógico que vengas a casa y no quieras pensar en otra
cosa más que en descansar. Debe ser difícil manejar toda esa presión. Por otra
parte, siento que no has tenido buenos tratos conmigo y que no me estuviste
dando la atención que necesito. No quiero agregarte más exigencias a las que
ya tenés, pero me gustaría que tengamos un trato más cariñoso y si necesitás,
que me digas lo que te gustaría que yo haga para ayudarte a descansar”.
Notá que este ejemplo conecta más de una habilidad. Las primeras tres
oraciones del entrecomillado son validaciones. Las otras dos son partes del
DEAR MAN. En general, me animo a decir que en toda interacción humana
hay que empezar por validar.
E: Easy manner. Tranquilizá a la otra persona, sonreí, hacé uso del humor. En
general siempre nos cae más simpática la gente graciosa, que sonríe, que
hace chistes. Alguno podría pensar que a veces el que trata de hacerse el
gracioso en el fondo cae peor. Y sí. Porque ser verdaderamente gracioso
(tener gracia) implica estar atento al contexto, saber elegir el lugar y
momento correcto para hacer un comentario. Pero en líneas generales, rara
vez te vas a arrepentir de mostrar un rostro sonriente.
D: No te Disculpes en exceso por tener una opinión, por tus valores, por pedir
algo, por opinar diferente, por respirar. Pedir disculpas es suponer un error, y
es una gran habilidad saber hacerlo en tiempo y forma. Si la otra persona
supone que te equivocaste cuando en realidad no lo hiciste, pedir disculpas es
validar esa suposición, admitir una falta que no es cierta. Esto después nos
hace sentir mal con nosotros mismos. Por otro lado, pedir disculpas de
manera frecuente puede ser simplemente molesto para los demás.
Capitulo 3.2
Si llegaste hasta este capítulo, te felicito. Primero, por tolerarme hasta acá.
Segundo, porque se requiere de mucha valentía para enfrentarse a nuestras
sombras, asumir que hay cosas que no nos gustan, querer cambiarlas, y tener
la motivación para ponerse manos a la obra.
Hasta el momento vimos varios conceptos importantes que te van a ser útiles
en este trayecto, como comprender que la felicidad es mucho más que un
estado emocional efímero, sino un conjunto de elementos que deben ser
fertilizados y cuidados. También exploramos consejos y herramientas para la
motivación, el cambio y la gestión de nuestras emociones.
Siempre necesitamos un poco de las dos mentes. Como hemos visto, a veces
puede ser efectivo dejarse llevar por las emociones, y a veces necesitamos un
poco de frialdad y pragmatismo.
Por más que la mente ser parezca muy bonita y simpática, sus extremos
pueden ser tan destructivos como los de la mente hacer, ya que solo se enfoca
en las experiencias inmediatas sin pensar en objetivos o en las consecuencias
de la acción actual o de la ausencia de acción. Demasiada mente ser puede
centrarnos en la experiencia personal a expensas de los demás y sus
necesidades. Puede ser destructiva si hay algo que debe hacerse o un lugar a
donde se debe ir y no lo estamos haciendo. Disfrutar un día en la playa puede
ser muy agradable, pero tarde o temprano tenés que abandonar ese estado
para ir a cocinarle a las personas que dependan de vos, pagar la luz, volver a
trabajar o enfocarte en lo que sea que esté alineado con tus valores.
Cambio vs. aceptación
Como te imaginarás, también necesitamos un equilibrio entre el cambio y la
aceptación. Demasiado cambio puede ser agobiante e imposible. Demasiada
aceptación se llama “resignación”. Bajar los brazos, no querer cambiar algo
que podemos y debemos cambiar. Y lo cierto es que realmente se puede
cambiar, se puede tener un entendimiento más completo y profundo de
nuestro comportamiento y de nuestras emociones.
Al mismo tiempo, tengo que decirte que no todo se puede ni se debe cambiar.
Muchas veces les digo a mis pacientes que la idea no es que dejen de tener
emociones gracias a la terapia. No deben cambiar tanto como para
convertirse en heladeras, no hacemos trasplantes de cerebro. Las personas
suelen ser sensibles, talentosas, especiales cada una a su manera: no quiero
que cambien tanto. Probablemente alcanza con que sepan aceptar sus
emociones, su forma de pensar, el dolor propio de tener una vida valiosa.
Como ya te habrás imaginado, adoptar una mente sabia no es tarea fácil para
la mayor parte de las personas, ya que solemos estar casi siempre en algunos
de los polos. Afortunadamente, como toda habilidad cognitiva, la mente sabia
se puede entrenar y desarrollar. Hay (por lo menos) dos caminos para
hacerlo.
Acá van algunos ejemplos sobre temas a meditar, pero vos podés encontrar
las preguntas que se adecúen a tu situación:
En este último paso pueden ocurrir varias cosas. A veces vas a notar que no
hay una respuesta clara, puede que tengas dudas sobre alguna cuestión. No
pasa nada, quizás la respuesta es que hay que esperar, que hay que aceptar la
incertidumbre y continuar hasta tener una idea más clara sobre el asunto.
También puede ocurrir que no haya respuesta, por lo que quizás necesites
pedir ayuda, recurrir a otro ser humano. Y, finalmente, puede que brote una
respuesta clara. Esto ocurre y no es para nada raro. Lo difícil es tener el valor
y la disposición para escucharla.
Las respuestas de la mente sabia tienen ciertas cualidades que las hacen muy
fácilmente distinguibles de las respuestas provenientes de las otras
mentalidades: son radicalmente ciertas, casi obvias; son coherentes con tus
valores, con tus metas y con tu historia personal; son intuitivas e inmediatas,
por lo que no necesitás una cadena de razonamientos para llegar a ellas; y son
suaves y amables, por lo que requieren de este silencio y desapego para poder
escucharlas. De ahí la importancia de practicar la meditación.
Como te imaginarás, tanto este último capítulo como todos los anteriores dan
para mucho más. Podríamos escribir libros enteros sobre cada uno de los
temas tratados. Pero no sirve de mucho que solo leas este texto. Te
recomiendo practicar, hay que experimentar cada una de estas cosas. El
cuaderno de ejercicios que hicimos junto a este libro tiene por objetivo,
justamente, que pongas estas herramientas en práctica. Dirás “qué fiaca”.
Pero, cuando vas a clases de natación, no te dan solo un libro o una
presentación en Power Point sobre cómo nadar. Tenés que nadar, tirarte a la
pileta, tragar algo de agua. Al principio, probablemente hagas cualquier cosa,
pero vas a ir viendo cómo de a poco tus movimientos se estilizan, te sale todo
cada vez con más naturalidad, te da el aire para seguir.
Capitulo 4.1
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TEXTO
Texto
Ángel Gargiulo
Médico especialista en Psiquiatría. Se desempeña como psiquiatra y director en el Centro
Integral de Salud Mental Argentino. Posee una extensa formación y experiencia en psicoterapias
basadas en evidencia científica (TCC, ACT, DBT y mindfulness). Realizó diversos
entrenamientos en estas terapias tanto en Argentina como en Estados Unidos, dictados por
Marsha Linehan, Tony Dubose, Robyn Walser y Jonathan Kanter, entre otros. Fue residente del
Hospital Borda, y psiquiatra y psicoterapeuta en la Fundación Foro. . Es investigador del IBCN
(Instituto de Biología Celular y Neurociencias) y docente de grado y posgrado de diversas
instituciones (Universidad Austral, Fundación Foro, Universidad de Buenos Aires). Posee
publicaciones científicas en libros y revistas nacionales e internacionales.