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Para que nunca más en

Chile
¿Qué ha hecho el Estado de Chile para que –de
verdad– «nunca más» existan actos de tortura en
nuestro territorio?
Una de las tareas más importantes de la posdictadura ha sido establecer una verdad histórica
y jurídica respecto de las atrocidades cometidas por el Estado entre los años 1973 y 1989.
Gracias a los testimonios de las víctimas, hemos conocido las aberrantes prácticas con que el
Estado chileno persiguió, reprimió y torturó con fines políticos a decenas de miles de
chilenos. La tortura practicada en ese entonces por los agentes de la DINA y la CNI tenía
formas de descargas eléctricas, asfixias, golpes y violaciones, además de métodos como «la
parrilla», «el callejón oscuro» y simulacros de fusilamiento. Los chilenos vislumbraron el
plebiscito del 88 y el posterior triunfo del NO como el fin de una época de abusos. El «para
que nunca más en Chile» comenzó a repetirse con fuerza, en un intento de establecer una
visión pedagógica sobre el pasado. Sin embargo, la alegría no llegó para todos. Hijos y
nietos de torturados vemos hoy, con tristeza, cómo la promesa del «nunca más» no ha sido
cumplida. En la actualidad, el abuso en el ejercicio de las prácticas represivas de los agentes
del Estado, tan característico de la dictadura, continúa existiendo de manera estructural.
Diariamente, es víctima de tortura el privado de libertad que es encerrado durante varios días
en celdas de aislamiento, golpeado con bastones y atacado con mordeduras de perros en los
recintos penales; el mapuche que es secuestrado, golpeado y asfixiado con bombas
lacrimógenas durante allanamientos en Temucuicui, incluso ante la presencia de niños y
niñas; la escolar que es golpeada en la vagina, insultada y arrastrada al furgón policial, en un
contexto de protesta social, y la lista suma y sigue. Los métodos para ejercer la tortura se
encuentran en permanente desarrollo y van desde formas más clásicas y evidentes a otras que
pasan más desapercibidas. Los torturadores son perturbadoramente creativos y
especializados. Sus víctimas preferidas pertenecen a grupos vulnerabilizados, a quienes
frecuentemente no se les escucha ni se les cree. Esto ha permitido que la tortura permanezca
oculta y sea ejercida sin mayores obstáculos, siendo tolerada e incluso justificada por una
parte de la ciudadanía que se vuelve cada vez más violenta. Lo abominable de los actos de
tortura es que constituyen atentados contra la dignidad humana que comete el propio Estado
–por medio de sus servidores públicos– con distintos fines y en contra de los ciudadanos. Si
bien el Estado tiene el monopolio del uso legítimo de la fuerza como forma de coerción,
siempre deberá ejercerla velando por el respeto a la dignidad humana y la integridad física y
psíquica de los habitantes del territorio, según prescriben las normas internacionales y la
Constitución Política de la República.
Por este motivo, cuando cometen actos de tortura, los agentes estatales ejercen
indebidamente la autoridad que detentan y abusan del desequilibrio de poder que existe entre
ellos y los ciudadanos. Lo peligroso de la tortura es que el mismo Estado que utiliza todo su
aparataje, recursos y poder contra un simple ciudadano subordinado es a la vez el llamado a
prevenirla, juzgarla y castigarla.
¿Qué ha hecho el Estado de Chile para que de verdad «nunca más» existan actos de
tortura en nuestro territorio?
La Convención Contra la Tortura de la ONU obliga a los Estados a consagrar la tortura como
un delito dentro de su legislación penal y establecer sanciones adecuadas a su gravedad.
Aunque el Estado de Chile ratificó este tratado en 1989, se encuentra en deuda desde hace
veintisiete años con dicha obligación. A esto se suma que en la práctica se siguen
cometiendo actos de tortura y otros tratos crueles, inhumanos y degradantes a nivel
estructural. En este escenario de «deuda internacional», la Cámara de Diputados envió un
proyecto que modifica la tipificación del delito de tortura, el que hoy se está discutiendo en
el Senado. Si bien el texto finalmente aprobado por la Cámara posee algunos elementos
positivos, tiene marcadas deficiencias que pueden volver ilusorio el cumplimiento de aquella
obligación.
¿Cuáles son los problemas que presenta este proyecto?
El más grave es que, si bien crea un delito específico de tortura, mantiene el delito de
tormentos y apremios ilegítimos del código penal, que es la figura actualmente utilizada para
condenar los hechos de tortura y que no cumple con los estándares internacionales por su
restrictiva redacción (que dificulta su aplicación en el caso concreto) y sus bajas penas. La
coexistencia de estos dos delitos implica el riesgo de que, habiendo frente a un mismo hecho
dos disposiciones legales aplicables, un juez pueda elegir el delito de tormentos y apremios
ilegítimos solo por tener una sanción más baja, en lugar de castigar el hecho como tortura
propiamente tal, con lo cual se puede eludir la obligación internacional de imponer penas
adecuadas a su gravedad. Por otra parte, el proyecto ofrece una definición de tortura que es
más restrictiva que la de los tratados internacionales, pues incluye una descripción cerrada de
las motivaciones que deben haber guiado al autor para que se considere que ha existido
tortura e impone altas exigencias para los casos en que para cometerla se utilicen medios que
anulan la personalidad (a través de sustancias químicas). En este último caso, según la
redacción del proyecto, la víctima debe encontrarse completamente inconsciente para que,
recién ahí, el juez pueda considerar que se trata de un acto de tortura. Teniendo nuestro país
una historia reciente tan cruenta y dolorosa, es alarmante constatar que el Estado de Chile no
ha cumplido sus obligaciones internacionales; que los actos de tortura y otras penas o tratos
crueles, inhumanos o degradantes se siguen cometiendo de manera estructural, y que son
incluso tolerados y aceptados por una sociedad que se ha adaptado a esa forma de violencia.
Mientras eso no cambie ni cambien las leyes al respecto, seguiremos esperando el «nunca
más» que les prometieron a nuestros padres y abuelos.

El Desconcierto.cl María José Jara (2016).

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