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Se casan creyendo que al amarse se bastan a sí mismos, y descubren que la vida les pedirá acudir a

otros.

Los esposos, fácilmente se encierran en sí mismos. Su horizonte se achica y ambos pierden


importantes puntos de referencia para crecer como personas. Crecer como personas es
fundamental. El matrimonio es y debe llegar a ser un camino de perfección, de crecimiento personal;
de lo contrario, llega pronto o tarde a ser asfixiante, rutinario, sin estímulos vitalizantes.

Muchos creen realizar un buen matrimonio consiste en pasarlo bien”, en ir de acuerdo, en no pelear,
en comprenderse y gozar juntos de la vida. A primera vista, parece una opción buena y valedera,
pero a la larga se revela engañosa e insatisfactoria. La persona, como persona, quiere más y siempre
más.

El ser humano está hecho para ideales altos, para recorrer horizontes infinitos, para ser “más”.
Ninguna “situación” por placentera que sea, puede llenar el corazón. Las aspiraciones son infinitas.
Es cierto, por un lado, que uno es más feliz cada día si sabe vivir el presente como es, sin perturbarlo
con sueños irrealizables y deseos inoperantes. Pero por otro lado, también es cierto que las
aspiraciones íntimas son más profundas, y el ser humano desea y sueña ir más lejos, y el ansia de
ser feliz en plenitud lo deja siempre intranquilo, insatisfecho.

Algunos, ante esta realidad, se atormetan sintiéndose insatisfechos de todo y de todos, empezando
con su cónyuge. Otros se acomodan blandamente en su rutina placentera del momento y pierden
toda voluntad de crecer y ser más, aceptando y adaptándose a la mediocridad. Son dos extremos
de sendas conductas erradas que conducen al fracaso.

El verdadero camino de solución es darse cuenta y aceptar la realidad de lo humano; somos seres
limitados, imperfectos, en desarrollo, no acabados, pero con una capacidad enorme de crecimiento
espiritual, de ampliar el campo de nuestras experiencias, de buscar y de encontrar nuevas
soluciones a nuestros problemas y a nuestras ansias de “ser más”. Se trata de evitar las dos
posiciones extremas: ni torturarnos con deseos utópicos e inconsistentes, ni evadirnos en una
aceptación monótona de la chata realidad, sofocando nuestras aspiraciones.

La vida es un continuo desafío para crecer como persona, para descubrir nuevos horizontes
estimulantes, y el matrimonio es el proyecto común de dos personas que vibran o pueden vibrar
por esos mismo ideales de crecer como personas, para “ser más” uno mismo –el varón “más varón”
y la mujer “más mujer” – respetando los plazos de crecimiento y enfrentándose con la realidad de
cada día, abriéndose el uno al otro para encontrar el camino de mutua realización de los deseos
íntimos y de las aspiraciones profundas, comunicándose la propia intimidad respetuosamente, para
ayudarse a crecer y realizar “de a poco” sus anhelos vitales, sin los cuales no hay vida. Descubrir la
propia vocación como persona y reconocer con respeto y estima la vocación del otro, reconocer
ambas vocaciones personales como válidas y comprometerse mutuamente a desarrollarlas, es
amar, es ayudar a la maduración de la persona amada en todas sus posibilidades. Amar es hacer
crecer.

El que sabe amar no frena ni quiere ignorar las aspiraciones profundas del otro: al contrario, las
quiere conocer, descubrir y estimular su desarrollo. Amar es jugarse respetuosamente por la
plenitud del otro, plenitud vislumbrada, intuida, conocida y amada, porque es el bien máximo del
otro.
Para lograr este objetivo, siempre presente y nunca plenamente alcanzable, la pareja no puede
encerrarse sobre sí misma: deberá abrirse a otras parejas, ampliar su campo de confrontación a
otras amistades, incorporar personas estimulantes y vitalizantes en su entorno social, para
intercambiar experiencias y enriquecerse con las experiencias espirituales de otros, verdaderos
puntos de referencia para darse cuenta si están en el buen camino de su realización personal y
matrimonial o sólo marcan el paso de la rutina, sofocando la vida hasta asfixiarla.

Cuando afirmamos que el matrimonio es camino y no meta, que nunca se “ha llegado”, sino que
siempre se está “realizando”, que siempre se está caminando, que cada día se están “casando” y
que cada día hay que despertar la decisión de casarse, de realizar juntos el ideal de vida soñada y
nunca realizada plenamente, queremos expresar toda esa gama de desafíos.

Al escucharlas por primera vez, parecen “verdades abstractas”, palabras lejanas de la realidad
concreta de cada día, pero cuando se meditan seriamente y se confrontan honradamente con lo
que siente cada uno en su corazón, se llega a reconocer que son verdades reales que iluminan la
rutina diaria, que abren horizontes desconocidos, pero estimulantes y que despiertan sentimientos
dormidos y ocultos, pero que son energías latentes que impulsan las ganas de emprender de nuevo
el camino para “ser más”, para ser más felices, haciendo cada uno más feliz al otro y ser así más
felices porque más perfectos y más realizados.

Para dar sentido real a este tema, los invito a hacerse mutuamente estas preguntas que los deben
hacer reflexionar si se disponen ambos a abrirse y a comunicarse en profundidad:

- Durante este último tiempo ¿sientes que de mí partió algún estímulo eficaz para hacerte
crecer en lo que eres realmente tú, más persona, más libre, más esponjado (a), más
estimulado (a) con más ganas de vivir conmigo? ¿En qué lo notaste?
- Para desarrollarte como “persona” ¿Qué echas de menos en nuestra relación?
- ¿Cuál crees tú que es la causa real de esta deficiencia: soy yo el (la) que no me doy cuenta
de lo que necesitas, o eres tú la (el) que no te abres y no me comunicas tus vacíos?
- Si es así, ¿es que no me conoces bien esos vacíos o es que no te atreves a comunicármelos
por miedo a sentirte incomprendido(a) o rechazado(a)?
- Si nos damos cuenta de que estamos empantanados, ¿te parece que podemos pedir ayuda?
¿Sientes ganas de ser más?

El cansancio de amar “inútilmente”, porque no se recibe respuesta, provoca la desilusión,


la frustración de las mejores expectativas: o por haber pretendido hacer del otro un “ídolo”,
un ser que debe y puede hacer plenamente feliz al otro (olvidando que en este mundo de
criaturas todo es relativo, limitado, inacabado y sólo las aspiraciones son insaciables,
ilimitadas), o por quedarse estancado en lo que ya se tiene y no aspirar a “más”, aceptando
o resignándose a la mediocridad, buscando evasiones fáciles que siempre están a la mano:
el trabajo, la vida social, el deporte, las diversiones(TV)o, finalmente, un “enredo”
sentimental. Todo es to es hacerle el quite a la realidad. El amor en la pareja es un ser vivo,
una relación siempre actual y exigente: o crece o muere.

La vida es así, como el fuego: o sigue avivándose en la combustión, o se apaga. No puede


quedar estacionario.
La felicidad es el amor pleno, momento a momento. Cada día tiene su vacío y cada día, su
exigencia de plenitud; o se acepta esta verdad que es realidad, y se cuida el crecimiento de
la relación, o se somete cada uno a sus consecuencias: aumenta el vacío, la distancia, la
incomprensión, se enfrían las ganas de superarse y se cae fatalmente en el “ripio” de la
desconfianza, de las dudas de si me quiere o no me quiere, en la indiferencia, que es una
defensa para no sufrir más, en el tedio, y finalmente en la desilusión definitiva: “no vale la
pena esforzarse, luchar”, cada uno vive su vida paralela y quien se la puede se la puede…
pero el amor entre lo dos se va enfriando, y, por último desaparece, a lo menos en una de
las partes.

Caso:

Es el caso de una pareja de 20 años de matrimonio. Él decidido, seguro de sí; ella, más
reservada. Él había optado por separarse, tenía otra expectativa y se lo había comunicado.
Ella quedó estremecida de angustia y, en su desolación, suplicó que la acompañara a hablar
conmigo, como lejana pero no imposible solución.
Él relató fríamente la situación, según su opinión, ya no tenía sentido que vivieran juntos,
porque no había ya nada entre ellos que los pudiera mantener unidos….
Ella escuchó callada y se echó a llorar.
Él la miró sorprendido y le dijo:
- Pero, ¿Qué significa ese llanto…? Hace años que no nos hablamos, no tenemos nada que
decirnos y ahora vienes con ese llanto como si te doliera la separación…
Ella, con lágrimas, susurró:
- Qué poco me conoces…- mirándolo con desesperación.
El dolor de ella alcanzó a impactarlo a él, que tuvo una leve reacción de sorpresa compasiva,
pero reconoció que su decisión estaba tomada definitivamente. No estaba dispuesto a
volver atrás, a pesar de que percibía su sufrimiento y debía lamentar que las cosas fueran
así… pero ¡¡era demasiado tarde!!

Es importante darse cuenta a tiempo de las campanadas de alarma: la más significativa es


la desgana de enfrentar los problemas de la comunicación después de un conflicto de una
grave desilusión.

Si está vivo el interés de crecer, entonces el conflicto pasa a ser un estimulante para tocar
fondo en las causas profundas que lo originaron; casi siempre es una falta de comprensión,
o porque el mensaje de uno no fue claro y fue mal interpretado o por el otro, con reacciones
desproporcionadas y fuera de contexto, o porque las heridas pueden ser tan profundas (por
conflictos anteriores) que ya todo se interpreta como agresión y las escaramuzas se
intensifican, y así la indiferencia y la distancia crecen en forma irreparable.
Sentir la necesidad de “oxigenar” la relación, buscar ayuda a través de contactos con parejas
u otras personas vitalizantes (conferencias especializadas, lectura de libros aconsejado por
personas competentes, retiros espirituales, intercambio de experiencias en grupos de
crecimiento bien guiados, petición de ayuda de un profesional, o al menos de personas más
preparadas) e interesarse mutuamente para crecer como pareja, son señales de vitalidad a
pesar de todos los conflictos.
Lo que no se debe hacer es sepultar el conflicto tapándolo con la evasión, con la buena
intención – pero ingenua- de no agravar los problemas con una “discusión” que resulta
siempre inútil y contraproducente, pero que no enfrenta el conflicto. Así, ambos tratan de
olvidar, buscan la reconciliación con gestos de benevolencia que no tocan el fondo del
problema, tratan de no mirar hacia atrás, porque todavía se quieren y su amor sigue siendo
mucho más grande que el dolor de esa pequeña pelea, pero las causas siguen existiendo y
seguirán actuando. En la próxima ocasión se repetirá el conflicto, porque no supieron
aceptar el desafío de fondo: revisar las causas verdaderas del malestar, cuáles fueron los
mensajes que enviaron, y cuál fue la traducción que hizo cada uno, y el porqué alguien o los
dos se sintieron tan heridos y reaccionaron de esa manera.
Es el caso preciso para reconocer y descubrir que el matrimonio, el “nosotros”, la unión de
los dos en la comprensión mutua es más importante que el “yo” y el “tú” más importante y
salvador que “mis razones” y que “tus razones”. No se trata de “tener razón”, sino de amar
y de sentirse amado. La felicidad está allí y no en las razones que tiene cada uno.
Quien discute, quiere y pretende hacer ver que tiene la razón, quiere “convencer”, y
convencer es ganar; nadie quiere perder y la discusión se vuelve agresiva. Por debajo, cada
uno quiere hacer ver que no es tonto(a), y los dos se sienten mal. Pierden siempre los dos,
porque al discutir, si uno gana, el otro pierde, y si uno queda herido, los dos están mal y no
pueden en “ese momento” ser felices.
El matrimonio está tan bien hecho en su estructura, que o son felices los dos, o ambos se
sienten infelices. No hay posibilidad de término medio, “si no te hago feliz a ti, no podré ser
feliz yo”. Es la ley del amor. Amar es ser y sentirse feliz al hacer feliz al otro.
Como nadie es perfecto, surgirán siempre conflictos. El problema no está en el surgimiento
de conflictos, que se presentarán siempre como inevitables, sino en el saber darles la debida
importancia para transformarlos en desafíos, en interpretar sus mensajes como
campanadas de alarma para preocuparse más de la relación y despertar más amor, más
comprensión, más conocimiento mutuo.
Ir a fondo, en la forma deseable, es buscar las causas ocultas pero verdaderas, que
provocaron el sufrimiento. Todo conflicto revela siempre una incomprensión que causa
sufrimiento, malestar por la insatisfacción de una necesidad. Cerrar los ojos a los errores de
conducta que existieron, al no enfrentarlos seriamente para corregirlos y al no
comprometerse en ayudarse para corregirlos, hace subsistir el error. Es inútil esconderlo, o
no quererlo ver. Sólo se prolongaría la posibilidad de repetirlo.
Sería como si un contador que debe presentar el balance de una empresa, y al no cuadrarle
la contabilidad, se defendiera ofreciendo al dueño pagar de su bolsillo la diferencia negativa
que no cuadraba. Pervierte el sistema, merece que lo despidan del trabajo. Si el balance no
cuadra es porque hay errores de cálculo y no porque falta o sobra dinero, y el error debe
ser detectado y subsanado, de otro modo se repetiría al infinito. En las ciencias económicas
nadie cometería ese error. Pero en la relación matrimonial (y en toda relación
interpersonal), cuán ingenuamente se repite.
Si no somos capaces de descubrir el error, pidamos ayuda a un tercero que nos ayude a ver.
Si la persona descubre, visualiza su error, su desviación de conducta, es más probable que
quiera corregirlo. Mientras no lo ve como error, será inútil darle consejos, y hasta
contraproducente. El consejo consiste en decirle a otro lo que “debe o debería hacer” y si
no es solicitado, puede ser tomado como una imposición, una herida a la libertad, a la
iniciativa personal. Ayudar a ver, ilumina el camino, es más liberador, respeta las decisiones
personales del adulto.

Decir lo que uno ve es siempre más oportuno que decir lo que el otro debe hacer, pues toda
imposición ofende porque invade la libertad y empequeñece al otro, y lo hace sentirse
incapaz de actuar solo. La buena intención no es válida para resolver el problema. Hay que
aceptar mar la verdad hasta el fondo y someterse a ella. Es la honradez lo que salva. La
verdad libera, alivia la carga cuando es aceptada por amor.
Es bueno recordar que la “buena intención de ayudar” no es suficiente para lograr un
resultado deseable: es necesario “acertar” en la ayuda. Con muy buena voluntad se
cometen, a veces, errores irresponsables por “no saber cómo actuar.”

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