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Alexandra Kohan:

En el amor hay una zona de contaminación


con el otro
Por Demian Orosz

Alexandra Kohan (1971) hace una pregunta que está clavada como
una espina molesta en el corazón de su nuevo libro, Y sin embargo,
el amor: "¿En qué momento pasamos de visibilizar violencias a
erigirnos en sabedores del cuerpo de los otros y en usinas
productoras de moralismos y prescripciones alrededor del amor y el
deseo?".

Esa pregunta, entre otros interrogantes incómodos, le apunta a un


puritanismo y a un nuevo punitivismo que la autora lee en algunas
posiciones feministas. Enfatiza que hay que hablar de feminismos, y
dentro de esas corrientes, de ciertos segmentos.

“Me vienen llamando la atención, desde hace unos años, discursos


o narrativas que, en nombre de ciertas emancipaciones, terminan
asediando o agobiando el amor. En nombre de hacer caer ciertos
paradigmas conservadores, terminan siendo conservadoras esas
mismas narrativas que prescriben formas de amar”.

Y sin embargo, el amor. Elogio de lo incierto (Paidós) es un libro


urgente que pide una pausa. Reclama volver a pensar una temática
que parece haber sido noqueada por una sobredosis de estereotipos expresados en torno a ideas como la de
amor propio, empoderamiento, "el tóxico", y en situaciones de alto impacto social como la discutida cultura
del escrache.

“Es una zona que me interesa muchísimo –señala Kohan–, porque la práctica del psicoanálisis implica la
pregunta por el amor, el amor de transferencia. Quiero hacerla todo el tiempo, justamente para no dormirme
en lo ya sabido”.

Para la psicoanalista y ensayista, autora también de Psicoanálisis: por una erótica contra natura, el año
pasado fue intenso. Sus intervenciones generaron revuelo y la pusieron en pose de combate. Aunque se
desmarca del rótulo de "disidente" dentro del abigarrado campo feminista, Kohan indaga contradicciones,
huecos y lugares comunes en discursos que tienen muy "buena prensa", lo que la puso en la situación de
recibir algunos agravios. Dice que hoy, por suerte, el debate se alivió.

Contra los paradigmas cómodos

–Elegís, o bien no podés evitar por la propia dinámica de tu pensamiento o tus intuciones, ubicarte en
un lugar incómodo. ¿Qué experiencias estás teniendo en relación a esto? ¿Te has sentido atacada o
agredida?
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–En este momento, no. El libro ha sido muy bien recibido. No me pasa lo que sí pasó el año anterior con
otras intervenciones mías. Fui, no diría atacada, pero sí señalada por una incomodidad que aparentemente se
produjo, aunque ni siquiera la produje yo intencionalmente. Lo cierto es que, desde el año pasado a este, las
cosas han cambiado muchísimo, y creo que lo que cambió es esa geografía de lo decible. Ahora me parece
que se pueden decir otras cosas sin que generen tanta rispidez. Algo del debate se alivió. Había demasiada
tensión en estos discursos que tenían muy buena prensa, efectivamente, pero a la vez impedían decir otra
cosa por el hecho de ser tan absolutos.

–Citás una frase de Lacan que dice: “El dominio del bien es el nacimiento de un poder”. ¿Creés que el
feminismo se ha ubicado en ese lugar del bien y del poder?

–Cierto sector de cierto feminismo viene sosteniendo discursos entre conservadores y moralistas, señalando
un mal que está afuera y ubicándose en el lugar del bien. Esa cita tiene que ver con que podamos discutir no
el bien y el mal, sino los lugares de poder en los que nos vamos ubicando. Las mujeres tenemos muchísimo
poder hoy en día en relación a estos señalamientos. Entonces, sí, me parece que cualquier discurso que se
ubique del lado del bien es en sí mismo problemático. Peor, si es en nombre de una emancipación. Las
emancipaciones nunca se hacen en nombre del bien, sino justamente señalando ciertos dispositivos de poder
que el bien viene a velar. A mí me interesa indagar los dispositivos y los lugares de poder que ocupamos
incluso las mujeres.

–¿Creés que el feminismo corre el riesgo de convertirse en un nuevo paradigma normalizador?

–Si me prometés que vamos a decir que se trata de cierta zona del feminismo, sí. Me parece que hay un
montón de mujeres y de hombres (porque el feminismo no es solamente un asunto de mujeres) que están
pensando esto mismo. No soy yo sola. Hay un montón de personas, dentro y fuera de la academia, en un
montón de lugares, que están intentando resistir a los nuevos paradigmas normalizadores y a los nuevos
disciplinamientos. Todo el tiempo nos bajan líneas sobre lo que hay que hacer. Son nuevas normalizaciones
que tienen que ver no con la intención (porque se hacen, digamos, con las mejores intenciones) sino con
creer que eso se puede disponer desde un lugar determinado.

–¿Creés que despojarse de ciertas ideas del amor (y lo podríamos adjetivar, amor “patriarcal”),
reconfigurar el campo de las relaciones alienantes, que producen angustia, puede a su vez generar
malestar en caso de que uno o una o une no puedan adecuarse a un nuevo mandato?

–Diría que se va formando un nuevo deber ser, al que hay que obedecer, finalmente, es decir nuevos
mandatos. Y al no estar a la altura de esos nuevos mandatos se genera un malestar, sí. Me parece que el
problema es el mandato, no el contenido. La enunciación de mandato. No importa después si el contenido es
“Sea usted madre o No sea usted madre”.

–Discutís con la idea de amor propio, que está muy naturalizada. ¿Qué le reprochás?

–En el amor hay una zona de contaminación con el otro. Me gusta la idea de intoxicación, en contra de esa
pretensión de amor propio que busca que el otro no esté metido en nada. Como si el sujeto se constituyera
solo. Uno está afectado y constituido por la otredad.

–También tenés, justamente, una visión muy crítica sobre la idea del “tóxico”, que se ha hecho tan
popular…

–En términos casi médicos, la idea de que el otro es tóxico es que viene alguien de afuera y me envenena,
cuando yo estaba limpia. Es un paradigma muy cómodo. Me parece que hay que hacer caer la idea de que,
cuando hay algo que no funciona, es culpa de alguien que tiene una esencia particular y que te viene a
ensuciar, a contaminar tu burbuja. O como cuando se dice que el otro saca lo peor de mí. En contraposición
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a eso trabajé con la idea del amor pharmakon, que es veneno y remedio al mismo tiempo, no en una
sucesión cronológica (primero veneno, después remedio) sino simultáneo. Como señala la poeta Anne
Carson: Eros dulce amargo. La idea del tóxico también tuvo muy buena prensa y está muy diseminada. Se
puede recordar que fue establecida por un pastor evangelista.

Hablar de amor es subversivo

–Hay una especie de guerra contra lo sentimental, y se invita a entregarse a gozar sin más. También
hay una idea de que llegó el momento, de que antes no se podía gozar. ¿Hay ahí una chance de
liberación de la sexualidad?

–Hay una ilusión de liberación que es absolutamente tramposa, y si hay mandato no tiene nada que ver con
la libertad. Por otro lado, yo leería esta cuestión desde ese gran gesto de Michel Foucault cuando dice que
ahora nos obligan a hablar de sexo. Nos obligan a gozar, podríamos plantear hoy. Foucault decía que el
poder no es sólo que te prohíban sino también que te obliguen. Y además, ¿de dónde sale esto de ahora sí?
¿Desde hace cinco años? ¿Cuándo no? El feminismo tiene una historia muy larga, y me parece interesante
no desconocerla. La idea de que las mujeres ahora gozamos y antes no, de que ahora deseamos y antes no,
me parece por lo menos imprecisa. Lo que está reprimido hoy en esos discursos es la sensibilidad o la
sentimentalidad. Es lo mismo que planteaba Roland Barthes en la década de 1970, en Fragmentos de un
discurso amoroso. Decía: escribo este libro porque están todos hablando de sexo, entonces me parece
subversivo hablar de amor. Creo que pasa algo parecido. Por eso el título del libro, Y sin embargo, el amor.
El amor acontece más allá de que queramos o no.

–¿Por qué creés que se da esta especie de dialéctica, esta reproducción de sistemas que, en busca de
emancipación, puede terminar eplicando vigilancia y castigo?

–No es mi zona de investigación, pero diría casi intuitivamente que son lugares bastante cómodos, que
preservan a las personas de interrogarse a sí mismas, de vacilar. Son dispositivos que terminan señalando
siempre al otro. En general, si uno se fija, siempre el que no es empático es el otro, el tóxico o el que no es
responsable afectivamente es el otro, el amor propio es para que el otro no te afecte. Nadie se auto percibe
produciendo daño. Nadie se auto percibe siendo cruel. Son dispositivos que terminan siendo anestésicos,
adormecen. Porque siempre es más cómodo dormir que pensar.

Empoderamiento go home

–Tocás otro punto muy sensible cuando cuestionás la idea de empoderamiento e invitás a habitar la
fragilidad. ¿Qué te parece cuestionable en la idea de empoderamiento?

–Empoderamiento es un término que viene de la academia norteamericana, y además es un término que usan
mucho las empresas. Es una de las competencias que se espera de los empleados, que tengan empowerment.
A mí me parece un término espantoso. Primero, no se trata de tener poder porque lo que estamos
cuestionando es el poder. Además el poder no es algo que uno obtiene, el poder circula entre las relaciones.
La idea de empoderamiento me suena otra vez como esa "ahora sí", ahora sí me como el mundo. Tener el
poder no me parece una posición de emancipada. Y al revés, me parece que la fragilidad (no como debilidad
o inseguridad), en términos incluso como los que estamos viviendo ahora en pandemia, que implica
vacilación, incerteza, es interesante. Desde ahí uno se puede mover mejor para suscitar una vida más acorde
a lo que uno cree que quiere. El empoderamiento te termina fijando, rigidizando. No conduce a nada.

–En el libro trabajás una distinción clave entre delito y daño. ¿Podrías explicar de qué se trata?

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–Es una distinción que hace Florencia Angilletta. Sobre esta diferenciación entre daño y delito ella dice que
no toda la intimidad puede gestionarse públicamente. O gestionarse como si fuera un delito. Se refiere a la
cultura de la cancelación, a los escraches. Una cosa es que el otro te provoque dolor, y el dolor es algo que a
nadie le gusta ni tiene que ser aceptado, pero otra cosa es que ese dolor sea tratado públicamente como si
fuera un delito. No tenemos nada que debatir acerca de los delitos, en el sentido de que están tipificados, y
listo. La cuestión es que yo no puedo hacer pasar por delito algo que es un dolor personal. Porque ahí se
terminan por banalizar las violencias que sí son delito. Eso es lo que tenemos que señalar. Que el otro te deje
de hablar, por ejemplo, es doloroso, sí. Para nadie es lindo que el amor no sea recíproco o no gustarle a
alguien o que te dejen. Pero eso no se puede tramitar como delito, porque además se degrada también lo
público.

–Contás que al regreso de una marcha Florencia Angilletta te dijo “Si no me puedo reír, no es mi
revolución”. ¿Creés que hay demasiada solemnidad en el feminismo, por qué hacés esa referencia?

–Hago esa referencia en el capítulo referido a la risa de Eros. Me parece que no hay nada sin risa, no sólo
revolución. La risa es una liberación. Justamente en términos de oponerse a la solemnidad. La ironía, el
chiste, la agudeza, las ocurrencias tienen mucho más efectos liberadores que la solemnidad. No hay ninguna
posibilidad de transformación sin risa. A veces las causas se ponen muy solemnes. La solemnidad es un
estado muy actual que excede al feminismo. Tiene que ver con esas posiciones del bien. Diría que casi son
sinónimos: el bien solo se puede sostener de manera solemne. Porque en cuanto uno empieza a indagar un
poco, y a encontrar agujeros, en realidad lo mejor que nos puede pasar es reírnos. La solemnidad me lleva a
cuestiones dogmáticas, sacralizadas, la cosa detenida en el museo.

–Hacia el final del libro señalás que el Estado argentino, para el último Día de los Enamorados,
enarboló una definición del amor que resulta infantil y pedagógica. ¿Ves oportunismo en ese tipo de
acciones?

–No me animaría a llamarlo oportunismo. La pregunta es ¿qué pasa cuando se institucionaliza el feminismo
en un Ministerio de las Mujeres? Es una pregunta que tengo, quiero ver qué pasa. De ningún modo me
parece que el Estado debería hacerse eco de discursos vacíos, en todo caso no está para legislar sobre el
amor. Yo no espero que el Estado legisle sobre el amor. Sí espero que combata la violencia de género y se
ocupe de las víctimas, que se legalice el aborto. Espero políticas públicas en beneficio de esa minoría que se
llama mujeres. Por supuesto. Pero eso no implica meterse en la intimidad. Yo no espero que el Día de los
Enamorados el Estado me diga qué es o qué no es el amor.

Fuente: https://www.lavoz.com.ar/numero-cero/alexandra-kohan-en-amor-hay-una-zona-de-contaminacion-con-otro/

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