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Horapolo

(s. V. d. C)

Sabemos de Horapolo a través de Suda, que lo menciona en ω 159 (Ὡραπόλλων) como líder de
una de las últimas escuelas paganas de Menouthis, cerca de Alejandría, bajo el reinado del
Emperador Zeno (474-491), de donde tuvo que huir al verse involucrado en una revuelta
contra los cristianos. Su escuela fue clausurada, su templo de Isis y Osiris destruido y él, tras
ser torturado, se convirtió finalmente al cristianismo.

Sin embargo, en la misma entrada, Suda alude a otro Horapolo —probablemente tío del
anterior—, un gramático de Phanebytis durante el reinado de Teodosio II (408-450) que
enseñó en Alejandría y Constantinopla. Desde el siglo XVI, a él le suelen ser atribuidos
los Hieroglyphica. Hubo otras tradiciones fantasiosas que adscribían la obra a un rey de Egipto,
Horus, hijo de Osiris, o hasta al mismo dios Horus, como puede leerse en la portada de la
traducción del manuscrito de Nostradamus (ed. de Rollet, 1968): «Horapolo, Hijo de Osiris,
Rey de Egipto».

Con otros fragmentos de Suda se reconstruye el mundo intelectual de Horapolo: selectos


círculos filosóficos, de una refinada educación, que recogían con cuidado las últimas trazas del
pasado egipcio, y admiraban las reliquias de los antiguos cultos, reinterpretando ese legado a
la luz del neoplatonismo contemporáneo. Antes de Horapolo, la cultura egipcia, y con ella el
conocimiento de los jeroglíficos, la habían propagado en griego Manetho, Bolos de Mende,
Apión y Cairemón. Todas sus obras, que han sobrevivido solo fragmentariamente, se
escribieron en el mismo estilo que los Hieroglyphica de Horapolo, único tratado antiguo
completo sobre los jeroglíficos egipcios.

Los Hieroglyphica

Los dos libros de los Hieroglyphica, suman las interpretaciones de 189 jeroglíficos: el Libro I
describe 70, y el Libro II 119. En el Renacimiento se consideraron, en general, como
verdaderos caracteres egipcios, y aunque su autenticidad fue puesta seriamente en duda
durante los siglos XVII y XVIII, la egiptología actual reconoce que el Libro I en su totalidad y
alrededor de una tercera parte del Libro II se basan en signos reales de la escritura jeroglífica.
No obstante, las interpretaciones no atienden a su significado funcional en el sistema escrito
egipcio, sino a un presuntamente más elevado desciframiento moral, teológico o natural de la
realidad, en un sentido idéntico al desarrollado por las mismas fechas en el Physiologus. Este
género de relectura simbólica de los jeroglíficos —«jeroglíficos enigmáticos» los llaman Rigoni
y Zanco, 1996— fue muy popular en el último período helenístico. No nos extraña que tantos
humanistas del Renacimiento —para quienes todo esto era ya familiar desde Lucano, Apuleyo,
Plutarco, Clemente de Alejandría y, especialmente, la Enéada V de Plotino– admitieran en
los Hieroglyphica una genuina conexión con la más alta sabiduría.

La parte no jeroglífica de los Hieroglyphica —caps. 31-117 del Libro II— puede haber alentado
más aún este tipo de lectura al incluir la alegorización animal basada principalmente en
Aristóteles, Eliano, Plinio y Artemidoro. Estos renovados símbolos fueron añadidos al material
original por el traductor griego, que en la introducción al Libro II afirma explícitamente que
son «interpretaciones de signos recogidos de fuentes diversas».

El manuscrito de los Hieroglyphica llegó a Florencia, desde la isla de Andros, de la mano de


Cristoforo Buondelmonti en 1422 (hoy se custodia en la Biblioteca Laurenziana, Plut.69, 27).
A pesar de recibirse primero en un estrecho círculo de humanistas florentinos del siglo XV, su
contenido se haría realmente popular a finales de la centuria, cuando se extendió la nueva
sensibilidad representada por la Hypnerotomachia Poliphilii de Francesco Colonna (escrita
hacia 1467 y publicada en Venecia por Aldo Manuzio, en 1499). La editio princeps, en griego,
de los Hieroglyphica, fue publicada por Manuzio en 1505 y vio más de 30 ediciones y
traducciones durante el XVI, adaptaciones y comentarios aparte.

Los Hieroglyphica ofrecían un tesoro de nuevas alegorías que los humanistas aprovecharon
bien directamente en sus obras —como el famoso Ehrenpforte, de Alberto Durero— o, más
comúnmente, a través de la compilación muy completa y sistemática que hizo Giovanni Pierio
Valeriano, también titulada Hieroglyphica (princeps de 1556). Pero la auténtica relevancia del
libro de Horapolo fue, sobre todo, instaurar un nuevo y difundido modelo de comunicación
simbólica. A partir de la referida Enéada V.8 de Plotino, más los comentarios de Ficino, se
entendió la representación jeroglífica como una forma inmediata, total y casi divina de
conocimiento, opuesta a la mediata, incompleta y temporal propia del lenguaje discursivo.
Estas ideas inspiraron no solo a Ficino o Giordano Bruno, sino a Erasmo, Athanasius Kircher e
incluso a Leibniz. Por otra parte, esta obra implantó la moda de «escribir con signos mudos»
(Alciato) —como se expone en tantos prefacios de libros de emblemas—, contribuyendo así de
manera decisiva a la evolución y popularidad del género emblemático. De hecho, según ya
señalaba Mario Praz, los emblemas se vieron normalmente en este período como equivalentes
modernos de los signos sagrados egipcios.

Historia editorial de los Hieroglyphica

• Venecia: Aldus Manutius 1505: editio princeps en griego, en un volumen conjunto con las
Fabellae de Esopo y otras obras menores, basado en el MS veneciano «Marciano greco 391»,
del siglo XV.
• Augsburgo 1515: primera traducción latina, de Bernardino Trebazio, dedicada a Konrad
Peutinger. Esta traducción –como se lee en el prefacio– es bastante libre; omite sin más todos
los lugares corruptos o de significado dudoso. Sin embargo, fue muy popular, como atestiguan
sus muchas reediciones: Basilea 1518, París 1530, Basilea 1534, Venecia 1538, Lyon 1542, Lyon
1626 (como apéndice a Valeriano, Hieroglyphica).
• Bolonia: Hieronymus Platonides 1517: segunda traducción al latín, por Filippo Fasanini.
Probablemente trabajó sobre la base de un MS griego antes que con el de Aldus; pero esta obra
no gozó de la misma popularidad que la de Trebazio.
• Inacabada traducción latina en MS. Viena, Nationalbibliothek: la empezó Willibald
Pirckheimer en 1512 a instancias del Emperador Maximiliano I. Contiene 67 jeroglíficos del Libro
I, y el primero del Libro II. Publicado por Giehlow en 1915.
• París: Pierre Vidoue 1521: editado por Jean Angeli; el griego se basa en Aldus, y el latín en
Trebazio.
• París: Jacques Kerver 1543: primera traducción al francés, de traductor anónimo, ilustrado con
197 grabados generalmente atribuidos a Jean Cousin. El Appendix contiene diez «jeroglíficos
adicionales,» incluyendo 1.66, 2.1 y 2.5 de la edición Aldina, más algunos otros tomados
principalmente de la Hypnerotomachia Poliphilii.
• Venecia: Gabriel Giolito de’ Ferrari 1547: única traducción italiana, de Pietro Vasolli da
Fivizzano, dedicada a Giovanni Battista Terzago. La traducción siguió el latín de Trebazio, con
muchas omisiones (de los 119 capítulos del Libro II, ésta solo contiene 81); a pesar de ello fue
una edición muy popular.
• MS de una traducción francesa de Michel Nostradamus, hecha en epigramas
entre 1543 y 1547. Editada por Rollet, 1968.
• París: Jacques Kerver 1548: griego, con traducción latina de Jean Mercier. Fue reeditada, con
el latín revisado por Mercier basándose en un manuscrito que le entregó el impresor Guillaume
Morel, en 1551. Con los grabados de la edición de 1543.
• París: Jacques Kerver 1553: el latín de Mercier de 1548, y una traducción francesa
probablemente de Jean Martin, el traductor francés de la Hypnerotomachia (también publicado
por Kerver, 1546). Con los grabados de la edición de 1543, y con 7 «jeroglíficos adicionales» en
apéndice.
• Basilea: Heinrich Petri 1554: traducción alemana del teólogo suizo Johann Herold, con
grabados muy pobres.
• Valencia: Antonio Sanahuja 1556: edición griega de Juan Lorenzo Palmireno, profesor de
retórica y humanidades de la Universidad de Valencia.
• París: Galliot du Pré 1574: reedición de la versión de Kerver 1553 con sus grabados, pero con
el latín de Trebazio, y con 11 «jeroglíficos adicionales» en apéndice.
• Augsburgo 1595: edición griega de David Hoeschel, basada en el MS Monacense griego 419 de
Augsburgo (solo ligeramente diferente al de Aldus); con el latín y las observaciones de Jean
Mercier de 1548. Esta versión sirvió de base para el texto griego de todas las ediciones
siguientes. Reeditada en Augsburgo 1606, Frankfurt 1614 (como apéndice a Valeriano,
Hieroglyphica), Leipzig 1626 (solo el texto latino), Colonia 1631, Frankfurt 1678.
• Roma: Aloisii Zanetti 1597: una versión griega latina de Giulio Franceschini «expurgada» para
uso en las escuelas, con 184 grabados de escasa calidad. Reimpresa en 1599.
• París 1618: griega y latina, del jesuita Nicolas Caussin, con sus observaciones. En el mismo
volumen hay otras obras de simbolismo animal. Aparece previamente con el título Electorum
symbolorum et parabolarum historicarum syntagmata, y posteriormente De symbolica
Aegyptiorum sapientia en las ediciones de Colonia 1622, 1631, 1654, París 1634 y 1647.
• Utrecht: M. L. Charlois 1727: editado por Cornelius de Pauw, con el griego de Hoeschel y una
traducción latina basada en la de Mercier, 1548; con todas las observaciones de Mercier y
Hoeschel, y con comentarios escogidos de Caussin. La introducción y comentarios de Pauw
prueban la presencia de un vasto material no egipcio en los Hieroglyphica.
• Amsterdam-París: Musier 1779: traducción francesa de Martin Requier, quien ya rechaza la
autoría de Horapolo y atribuye la obra al traductor Filipo, ubicándolo en el siglo XV.
• Amsterdam: J. Müller 1835: editado por Konrad Leemans. El texto griego se basa en el de
Hoeschel, pero se colaciona con tres manuscritos no utilizados. Primer intento de separar
sistemáticamente el material egipcio auténtico de las ulteriores adiciones helenísticas.
• Londres: W. Pickering 1839: editado por Alexander Turner Cory, sobre la edición de Leeman.
Contiene las imágenes de varios jeroglíficos egipcios auténticos que corresponden a las
descripciones del texto. Reimpreso en 1840 y 1987.
• Nápoles 1940: edición de Francesco Sbordone. Compulsado con varios manuscritos nuevos,
adopta los criterios más recientes de los egiptólogos y demuestra que hasta las más fantásticas
explicaciones de Horapolo pueden rastrearse en los escritores antiguos.
• Bruselas 1943: Traducción francesa, con abundantes comentarios egiptológicos de Badouin
Van de Walle y Joseph Vergote, de la Chronique d’Egypte, nos. 38-39.
• Nueva York 1950: traducción inglesa y anotada por Franz Boas. Reimpresa en 1993, con
introducción de Anthony Grafton, y los grabados de Alberto Durero.
• Madrid: Akal 1991: Traducción española de María José García Soler, editada por Jesús María
González de Zárate. Ilustrado con los grabados y los textos griegos de la edición de 1551. Sus
extensos comentarios contienen abundante material sobre paralelos antiguos e influencias
renacentistas y barrocas.
• Milán: Rizzoli 1996: edición y traducción al italiano de Mario Andrea Rigoni y Elena Zanco.

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