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KILOMETRO 111

Cronenberg, cineasta
"posmoderno"+

I Serge Grünberg

La vida es nuil enfermedad social e históricamente definidos que, por


Nietzsche, interpretación de las últimas palabras efecto de un traumatismo, de una manipu­
de Sócrates lación médica, o de una experiencia cien­
(¡Sacrifiquemos uti gallo a Esculapio h tífica que intentan sobre sí mismos, se ven
alterados, metamorfoseados, mortalmente
alcanzados por una mutación orgánica. De
El) cine se acostumbra a definir una ima­ allí la forma general que adquirirá el guión-
gen según un coeficiente de verdad: ¿la tipo: el héroe, luego de una de esas inter­
imagen es verdadera o no?; ¿se trata de una venciones, se halla contaminado por un
imagen justa o no? Cronenberg nos invita virus que altera su humanidad. Sin embar­
a plantear el problema de modo diferente: go, esta alteración no siempre es negativa;
¿se trata de una imagen sana o de una ima­ puede aun conferirle poderes “sobrehuma­
gen viral? ¿Ha sido infectada por un virus, nos”, paranormales (la telepatía y la tele­
en el sentido en que se emplea esa palabra quinesis en Scanners, la eficacia de una
en informática? En efecto, en la mayoría de máquina en Videodrotne, la superpotencia
los filmes de (Cronenberg hay un programa sexual y la fuerza física en The Fly, la posi­
humano, aparentemente sano al comienzo, bilidad de prever el futuro en The Dead Zo­
que un virus va a trastornar, y aun a des­ ne); pero también puede hacerlo regresar
truir desde el interior, siguiendo la lógica hacia la animalidad (la sanguijuela de Ra­
misma del lenguaje informático, del mismo bid, la hembra de The Brood, el insecto de
modo en que un virus biológico utiliza el The Fly y Naked Lunch, el animal en celo
código genético de su “anfitrión”. Este tra­ en Shivers).
tamiento lo distingue fundamentalmente El héroe no recuperará nunca la “salud” (la
de otros filmes de espanto, de horror y de normalidad); incluso suele no desearlo. Más
ciencia ficción, en la medida misma en que bien aprovecha la ocasión para escapar de
su forma narrativa es menos la de una fá­ la suerte común, intenta entonces, movido
bula que la de un certificado médico que por una curiosidad también malsana (salvo
registra, a veces de un modo documental- la notable excepción de Scanners, donde pa­
realista, el progreso de una enfermedad. La rece evidente que el estado de telépata
realidad social, incluso apenas esbozada, es anuncia una especie de superhombre del
aquí siempre realista (hasta hiperrealista) y mañana), ir más lejos, llevar su monstruo­
los monstruos no surgen nunca por “ma­ sidad hasta el límite extremo. Quiere ir “has­
gia"; al contrario, son siempre individuos ta el final”, en un más allá de la carne que

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no tiene nada que ver con el angelismo ro, apasionado por la ciencia ficción y por la
cristiano; en todo caso, estaría vinculado biología, concibe las ideas en cuestión como
con las especulaciones científicas sobre la un “cuerpo” enigmático; su método de acer­
optimización de las capacidades físicas e in­ camiento a ellas será la disección’. Para de­
telectuales. Esta búsqueda termina, invaria­ cir las cosas rápidamente, a pesar de un
blemente, en la muerte o el suicidio. dominio cada vez más afirmado de la pues­
Algunos pretendieron que este guión-tipo ta en escena, del montaje y de la dirección
demostraba el pesimismo de Cronenberg, de actores, Cronenberg partió de una ambi­
quizás incluso su odio a la ciencia y al pro­ ción “literaria” cuya ilustración más perfec­
greso. Pero más allá de que la fe en un pro­ ta no habría sido sino, del algún modo como
greso rectilíneo de la ciencia no rige ni en los surrealistas, el cine.
siquiera en las revistas de vulgarización cien­
tífica, el artista, cuando utiliza los elementos
tomados de la ciencia ficción, no puede ig­ “Siempre tuve medicina en la sangre...”
norar las contradicciones a menudo trágicas (W. Burroughs)
entre el poderoso crecimiento de las tecno­
logías más sofisticadas y el estancamiento, in­ No hay que sorprenderse de que, para su
cluso la regresión política, económica y ética primer papel en la pantalla, David Cronen­
que gobierna al planeta (las inquietantes berg haya elegido ser un cirujano enmas­
multinacionales de ideología fascistoide de carado que, en una sala de operación, se
Scanners y de Fideodrome muestran elocuen­ prepara para liberar a un monstruo (The
temente que Cronenberg no es un apóstol Fly). En efecto, Cronenberg tiene una mi­
del status quo). Sin embargo, el cineasta nun­ rada médica, quirúrgica sobre los fenóme­
ca estuvo “comprometido” en el sentido de nos y los seres que pueblan sus filmes.
que sus filmes denunciarían un orden polí­ Desde el médico loco de Shivers hasta los
tico o socio económico cualquiera —lo que gemelos Mantle -e incluso el mítico Dr.
él llama “cine de propaganda”-; su interés Benway de Naked Lunch- los émulos de Es­
por la sociología no es sino ocasional y, si es­ culapio son aquí legión. Hasta sus mismos
tá decidido a romper con una tradición nor­ personajes se contemplan con frialdad, co­
teamericana de “psicología”, es en el campo mo desvinculados de su sufrimiento o de
mismo del cine, donde el “héroe”, en sus su anormalidad. ¿No es éste, además, el pro­
aventuras y sus tribulaciones, encarna el ideal pósito mismo de su cine?; un diagnóstico
puritano de la elección y la predestinación. sobre la imagen, y también sobre su mons­
Desde sus primeros largometrajes (Stereo y truosidad consustancial (l'ideodromc es el
Crimes of the Future), será más bien un cineas­ ejemplo más completo). El virus, la proli­
ta de ideas, muy próximo, en sus técnicas na­ feración viral, es tanto el tema central de su
rrativas como en su temática, de su principal obra, como el descubrimiento de ese “in­
influencia artística, William S. Burroughs. Pe­ vasor”, la técnica.

1 El cut-upde Burroughs.

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El virus actúa en la mentalidad contemporá­ La materialidad del horror


nea como la metáfora más común del Mal
(invisibilidad, furtividad, engaño), pero repre­ Si Cronenberg ha elegido el virus como me­
senta al mismo tiempo un nudo de connota­ táfora privilegiada en el género en que su
ciones espantosas (existenciales, políticas, cine se destaca, no es por cierto para reto­
sexuales), a veces incluso milenaristas (la “po­ mar esa tradición en descomposición, sino
lución” entendida en su acepción más vulgar más bien porque el enfoque viral tiene la
o las epidemias como el sida). Fueron nume­ ventaja de dejar de lado todos los tópicos de
rosos los psicoanalistas que -comenzando por lo irracional que, en general, rodea lo para­
W. Keich-establecieron una conexión entre normal. El fantástico; como género, supone
cierto discurso totalitario (el discurso de NS- el respeto de cierto número de reglas, e in­
DAP en Alemania, por ejemplo) y la obsesión cluso de una moral; la más común, en este
del contagio, siempre mezclada con fuertes tipo de guiones, es más o menos la siguien­
connotaciones sexuales. Es inútil volver sobre te: las manipulaciones de demiurgos que, por
el uso de esta metáfora en las propagandas y orgullo, quieren igualarse a Dios, dan a luz
los filmes nazis, estalinistas, macartistas, y so­ a monstruos o provocan catástrofes. Es el ar­
bre el éxito que ha conocido, en particular en quetipo del sabio loco (el doctor Moreau,
Hollywood, en el terreno de la ciencia fic­ por ejemplo), de los partos híbridos, del
ción y del filme de horror. Infectada por un monstruo de Frankenstein, punto nodal del
virus, la comunidad humana se debilita, se de­ fantasma de nacimiento sin progenitores,
sagrega, niega los valores que la fundan. Mien­ fundamento de la “novela familiar”, de las
tras que, atacada por un extraño (Alien) fábulas charlatanas sobre la “ciencia sin con­
ortológicamente revulsivo, siempre consigue ciencia”, sobre las rupturas del equilibrio
recuperar su solidaridad y destruirlo. ecológico —variante “modernista”—, sin si­
Se verá que Cronenberg, cuya moral no es quiera evocar al gothic, donde se utiliza una
en absoluto aquella de la ideología domi- mitología tan antigua como gastada: gulas,
nante-consensual, no toma nunca el punto vampiros, duendes, demonios, avatares luci­
de vista de la comunidad. En uno de sus pri­ fer inos. Precisamente para romper con esta
meros filmes, Rabid, la suerte de Kose tradición, Cronenberg decidió consciente­
(Marylin Chambers), iniciadora de una pan­ mente explorar el terreno (que, en parte, ha
demia, está descripta desde su punto de vis­ inventado, y donde se trata de un horror mé­
ta. Un ejército anónimo, el Orden encarnado dico y, a la vez, interior, visceral, en el sentido
del modo más frío y más brutal, es el que re­ en que juega sobre la repugnancia), un po­
suelve el problema. El espectador, que no co al modo de un viajero letrado del siglo
puede en verdad identificarse con esa mujer xviii, con el ojo experimental y enciclope­
fálica que sobrevive por vampirismo, es em­ dista del que todo lo sabe. Cronenberg re­
bargado por un sentimiento de desolación, define una suerte de materialismo estético,
de desmoralización incluso: todo ello cons­ con su sensibilidad propia, sus obsesiones, y
tituye algo así como la firma obligada del ci­ su sentido de lo que Sade (en materias simi­
neasta de Ontario. lares) nombraba justamente la délicatesse.

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La imagen viral tor de una ilusión (cuya naturaleza deseamos


profundamente olvidar), sino incluso el de una
;Qué es lo que distingue, en el cine, una enfermedad viral y altamente contagiosa que
imagen normal de una imagen “viral”? Re­ se llamaría cine. [...]
cordemos todo el rumor surgido alrededor Esto nos introduce en el centro mismo de
de la presencia de “imágenes subliminales” la incomodidad evocada antes: la inquietan­
que, como se suponía, influían por una suer­ te extrañeza de Videodrome. En efecto, ¿a par­
te de hipnosis a espectadores inocentes. Ese tir de qué momento se puede decir que Max
rumor, incluso si se basaba en hechos reales, alucina? ¿Desde la primera imagen, tal vez
traiciona la obsesión moderna por lo que (cuando vemos el rostro de su secretaria en
Burroughs, en su paranoia inventiva, nom­ una pantalla de televisión, programada para
bra el “control”. En efecto, somos bombar­ su despertar, entregándole la agenda del día)?
deados por las imágenes, al punto que la La primera vez que Max ve “Videodrome”
afirmación de O’Blivion,en Videodrome, se­ es como la continuación lógica de su bús­
gún la cual “la televisión es más que la vi­ queda frenética de un porno verdadera­
da”, se ha convertido en un lugar común, mente “duro”. Salida de no se sabe qué
un cliché. [... ] satélite, la señal-videodrome realiza sus de­
De algún modo, Cronenberg adopta esta es­ seos más ardientes; deseo comercial, por
trategia: en una profusión de imágenes cuya cierto, pero también deseo personal. Esta
procedencia nunca está definida, y cuya vera­ “dureza” de la imagen es, sin dudas, el por­
cidad o fiabilidad son así altamente sospecho­ no más avanzado, “verista”, “de veras”; re­
sas (las visiones de Johnny Smith ¡Christopher sulta evidente que para un público saturado
Walken] en The Dead Zone, las alucinaciones de ficciones blandas, el espectáculo defini­
de Max Renn [James Woods] en Videodrome, tivo no puede ser sino “documental”, un
las imágenes de sueño en The Fly, para citar gran guiñol que garantizaría que no hay
sólo estos ejemplos), el espectador no dispo­ trucos, que los sufrimientos y los muertos
ne de marcas o de índices suficientes para cla­ han sido verdaderamente registrados.
sificar la imagen “realista-naturalista” (aquella En este sentido, habría que analizar cada pe­
que se cree registra la acción en el modo en ripecia del filme, puesto que no deja de ha­
que tuvo lugar) y diferenciarla de la imagen cer vibrar nuestros nervios, así como la
onírica, alucinatoria o fantasmática. No es por señal-videodrome provoca un tumor mortal
azar que el guión de Naked Lunch lleve como en aquellos que se exponen a ella. Al menos,
exergo la frase de Burroughs: “Nada es verda­ el relato nos conduce en esta dirección. El es­
dero, todo está permitido”. Con una alegría pectador, en posición de voyeur, nunca puede
iconoclasta, Cronenberg mezcla en sus filmes identificarse plenamente con Max, porque no
imágenes sanas e imágenes infectadas, como sabe si él es víctima de un complot o si está
para instilar en nosotros un vértigo, una duda alucinando su vida. Superficialmente, podría
sistemática; como para mostrarnos que el ra­ decirse que Videodrome “denuncia” los estra­
yo luminoso que pasa, en la sala, por encima gos que produce una televisión que halaga los
de nuestras cabezas, constituía no sólo el vec­ instintos más bajos de los consumidores; pe­

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ro las cosas no son tan simples, y Cronenberg nos un accidente que un acto fallido. Cuan­
no es un denunciante que satisface a la bue­ do sabemos que el inventor de ese programa
na conciencia de izquierda. Porque, por su­ es O’Blivion -incluso, su primera víctima-
puesto, aquel que va a ver un filme de horror comprendemos que esta imagen procede del
y a fortiori un filme de Cronenberg, desea con país de los muertos. Semejante imagen mor­
ardor esa “dureza”, incluso si puede refugiar­ tífera estaría, entonces, en exacta frecuencia
se detrás de los trucos y de los efectos espe­ con el deseo de muerte del espectador.
ciales. Por otro lado, la palabra “duro" (tough) El cine, esa ilusión de movimiento a veinti­
volverá en boca de Harlan (patronímico de cuatro imágenes por segundo, es la muerte
un famoso cineasta nazi), el asistente de Max, en obra. De modo parejo, en The Dead Zo­
cuando le confiese haber sido un “topo” de ne cada secuencia profética se revela no só­
la Spectacular Optical, cuya misión era expo­ lo como una imagen de muerte anunciada,
ner a Max a la señal-videodrome, con el ob­ sino también como la pérdida de energía vi­
jetivo de facilitar la toma de control del tal del héroe, la promesa de su muerte pró­
estudio de televisión (CivicTV). Incluso, aña­ xima. Como si, luego del túnel de cinco años
dirá que Occidente debe “endurecerse”, fren­ en el coma (zona muerta), el héroe poseyera
te a un tercer mundo cada vez más “duro”-, aún una reserva de imágenes estrictamente
viejo lugar común de la extrema derecha de medida cuyo gasto abusivo sería fatal. Como
los dos lados del Atlántico. en el Uhik de Philip K. Dick, así como en el
Orphée de Cocteau, las “voces” y las imáge­
nes provienen del País de los muertos. [...]
“La muerte es la separación final de la
imagen y del sonido” (W. Burroughs,
The Job) Filmar es aprender a morir

Si la imagen viral que transmite “Videodro- El virus en cuestión es de aquellos de los que
me” responde adecuadamente a los deseos del resulta imposible escapar. La obra no es, por
hombre de los media, ¿no es, simplemente, por­ cierto, de un sonso optimismo. Un estudio, fil­
que esa imagen es deseada? Max constituye, me por filme, nos mostraría sin embargo que
quiérase o no, el telespectador tipo, el terreno la muerte tiene dos significaciones; una, ale­
ideal para el desarrollo de ese virus mortal; su górica; otra, puramente cinematográfica (en el
sistema inmunológico ya ha sido devastado. cine, ¿la muerte no es sinónimo de final?). La
Es un devorador de imágenes, un toxicómano muerte del héroe (sin hablar, como los exper­
de la televisión, siempre a la búsqueda de imá­ tos militares, de muertes colaterales), confron­
genes más duras, como el heroinómano que tada a insuperables contradicciones, ¿no provee
busca una sensación cada vez más fuerte, al al espectador la satisfacción de una resolución?
punto de creer que la sobredosis es en él me­ Sin dudas, hay que ver allí la célebre catharsis

2 Hay que notar que las víctimas de la sala de torturas de "Videodrome" son todas asiáticas.

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que Cronenberg reivindica. Cronenberg nos imágenes sanas son muy raras, demasiado sos­
ofrece siempre la muerte final del héroe co­ pechosas de haber sido ya contaminadas por
mo una liberación. Como si, de algún modo, sus contrapartidas virales, como para ofrecer­
cuando el virus ha proliferado y contamina­ nos satisfacción, porque la saciedad, en este
do hasta la narración misma, fuera necesario caso, es la muerte. Cronenberg es ante todo
en un último esfuerzo de resolución (que no un artista de la melancolía, en el sentido que
es una denegación) sacrificar el organismo Starobinski da al término. Melancolía de un
portador para destruir al invasor amenazante. cuerpo ideal, corroído por el parásito de Edi-
En este sentido, Cronenberg, creador de po, del envejecimiento, de la enfermedad, de
monstruos, se convierte en el cirujano de sus la mutación hacia un más allá monstruoso que
'‘ensayos” teratológicos: amputa del organis­ se sustrae incesantemente y se presenta como
mo contaminado el órgano a la vez más viden­ una ilusión^. La salud no es, en consecuencia,
te}' más visible: la ilusión misma del cine. La la verdad; la obra de Cronenberg parece per­
disección del “caso clínico”-la sustancia mis­ suadirnos de que nada es verdadero. Por otro
ma de su estilo, calificado de frío o de quirúrgi­ lado, sus héroes nunca expresan el deseo de
co-, una vez operada, le quita a nuestra visión volver sobre un statu quo ante, un estado “nor­
o, si se quiere, a nuestro voyeurismo, la próte­ mal”, o algún paraíso perdido (torta de cre­
sis que le permitía sobrevivir a las mutaciones, ma del puritanismo hollywoodense que el
metamorfosis y otras transformaciones, al apli­ happy ending traduce), ya que aprendieron, por
car metódicamente la célebre fórmula: “No es la experiencia límite que han vivido, el de­
una imagen justa, es justo una imagen”. Pue­ samparo irremediable que es la existencia. Ca­
de verse que no se trata de un simple “truco”, da filme de Cronenberg hace pasar al
un “efecto especial de retórica”, o de un ges­ espectador de la ilusión a la desilusión.
to de prestidigitador. La ilusión es la enferme­
dad misma; el virus, por definición, un v En Grünberg, Serge, David Cronenberg, París, Ca-
predador que “avanza enmascarado”. [...] hiers du Cinéma, Col. “Auteurs”, 1992.
La vida es por cierto una enfermedad. Las Traducción: E.B.

3 En el
sentido en que Freud empleaba el término en El porvenir de una ilusión, que comenzaba con la ilusión religiosa.

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