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Ecofascismo o Ecodemocracia

Un programa “político” de decrecimiento


Por Serge Latouche   
11 de noviembre de 2005

Septiembre fue el mes más cálido registrado en el planeta desde 1880, anunció el 14-10-
05 el Centro Nacional Oceánico y Atmosférico de Estados Unidos. Días después, el
Consejo Internacional para la Ciencia advertía: habrá más catástrofes naturales por el
cambio climático. Efecto invernadero, contaminación del aire, consumo de recursos no

El proyecto de construir una sociedad autónoma y ahorrativa cuenta hoy en día con una
amplia adhesión, aunque sus partidarios se enrolen en corrientes diferentes:
decrecimiento, antiproductivismo, desarrollo recalificado, y hasta desarrollo sustentable.
Por ejemplo, la consigna de antiproductivismo desarrollada por los Verdes corresponde
exactamente a lo que los “objetores de crecimiento” llaman decrecimiento (1). La
misma convergencia se verifica respecto de la posición de Attac, que en uno de sus
folletos propone “evolucionar hacia una desaceleración progresiva y razonada del
crecimiento material, bajo condiciones sociales precisas, como primera etapa hacia el
decrecimiento de todas las formas de producción devastadoras y depredadoras” (2).
Y de hecho el acuerdo sobre los valores que la necesidad de “reevaluación” (3) vuelve
deseables, va mucho más allá de los partidarios del decrecimiento, pues algunos
defensores del desarrollo sustentable o del desarrollo alternativo tienen propuestas
similares (4). Todos coinciden en la necesidad de reducir de manera importante la
impronta ecológica, y por lo demás suscribirían sin problemas lo que John Stuart Mill
escribía a mediados del siglo XIX: “Todas las actividades humanas que no generan un
consumo exagerado de materiales irremplazables o que no deterioran de una manera
irreversible el medio ambiente, podrían desarrollarse indefinidamente. En particular,
actividades que muchos consideran como las más deseables y las más satisfactorias –la
educación, el arte, la religión, la investigación fundamental, el deporte y las relaciones
humanas– podrían llegar a ser florecientes” (5).
Pero vayamos un poco más lejos. En el fondo, ¿quién está contra la defensa del planeta,
contra la protección del medio ambiente, o contra la conservación de la fauna y de la
flora? En todo caso, ningún dirigente político. Incluso existen empresarios, altos
ejecutivos y responsables económicos favorables a un cambio radical de orientación
para salvar a nuestra especie de la crisis ecológica y social.
Por lo tanto, es necesario identificar con mayor precisión a los adversarios de un
programa político de decrecimiento, los obstáculos que se opondrían a su aplicación, y
por último la forma política que cobraría una sociedad ecocompatible.
1) ¿Quiénes son los “enemigos del pueblo”?
Trazar el perfil del adversario resulta problemático, pues tanto las entidades económicas
como las sociedades multinacionales que poseen realmente el poder son –por su propia
naturaleza– incapaces de ejercerlo directamente. Como lo señala Susan Strange,
“actualmente, nadie asume algunas de las principales responsabilidades del Estado
dentro de una economía de mercado” (6). Por una parte, big brother es anónimo; por
otra, la servidumbre de los sujetos es más voluntaria que nunca, ya que la manipulación
que ejerce la publicidad es infinitamente más insidiosa que la de la propaganda... En
tales condiciones, ¿cómo enfrentar “políticamente” a la megamáquina?
La respuesta tradicional de cierto sector de la extrema izquierda, dice que una entidad,
“el capitalismo”, es la fuente de todos los impedimentos y de todas nuestras
impotencias. ¿Es posible el decrecimiento sin salir de esa entidad? (7). La respuesta
requiere que evitemos todo dogmatismo, pues de lo contrario no podremos ver
claramente los obstáculos.

1
El Wuppertal Institute propuso varios juegos de tipo “todos ganan” entre la naturaleza y
el capital, como el plan Negawatt, destinado a reducir a su cuarta parte el consumo de
energía, sin por ello dejar de satisfacer las mismas necesidades. Tasas, normas,
bonificaciones, incitaciones y juiciosas subvenciones podrían hacer atractivas las
conductas virtuosas, evitando así el derroche a gran escala. Por ejemplo, en Alemania se
experimentaron con éxito sistemas de remuneración a los edificios, basados no tanto en
el monto de las obras realizadas sino en la eficacia energética de las mismas. Respecto
de ciertos bienes (fotocopiadoras, heladeras, automóviles, etc.) el alquiler podría
reemplazar la propiedad, y evitar así una carrera desenfrenada hacia la nueva
producción, favoreciendo un permanente reciclado. ¿Esto permitirá evitar un efecto de
“rebote”, es decir, el crecimiento al final del consumo-materia? No es para nada seguro.
Teóricamente, se puede concebir un capitalismo ecocompatible, pero en la práctica
resulta irrealista, pues implicaría una importante regulación, aunque más no fuera para
imponer una reducción de la impronta ecológica. El sistema de economía de mercado
generalizada, dominado por enormes firmas multinacionales, no se orientará
espontáneamente hacia el camino “virtuoso” del ecocapitalismo. Las máquinas de
fabricar ganancias, anónimas y funcionales, no van a renunciar a la depredación de no
mediar coacciones que las obliguen. Aunque fueran partidarios de una autoregulación,
sus directivos no tienen medios para imponerla a los free riders (pasajeros clandestinos),
es decir, a la gran mayoría, obsesionada por maximizar el valor de las acciones a corto
plazo. Si una instancia poseyera ese poder de regulación (el Estado, el pueblo, una
organización no-gubernamental, las Naciones Unidas, etc.) tendría el poder a secas, y
podría redefinir las reglas del juego social. En otras palabras, podría “reinstituir” la
sociedad.
Claro que es posible concebir y desear cierta limitación del poder por parte del propio
poder, como ocurrió durante la era de las regulaciones keyneso?fordistas y
socialdemócratas. La lucha de clases parece (¿provisoriamente?) estancada. El problema
es que el capital logró imponerse, ganó todas sus apuestas, y debimos asistir impotentes,
y hasta indiferentes, a los últimos días de la clase obrera occidental. Estamos viviendo el
triunfo de la “omnimercantilización” del mundo. El capitalismo generalizado no puede
dejar de destruir el planeta del mismo modo que destruye la sociedad, ya que las bases
imaginarias de la sociedad de mercado se apoyan en la desmesura y en el dominio sin
límites.
Por lo tanto, no se puede concebir una sociedad de decrecimiento sin salir del
capitalismo. Sin embargo, esta expresión cómoda designa una evolución histórica que
es cualquier cosa menos simple... La eliminación de los capitalistas, la prohibición de la
propiedad privada sobre los bienes de producción, la abolición de la relación salarial o
de la moneda, sumirían a la sociedad en el caos, al precio de un terrorismo masivo que
sin embargo no alcanzaría a destruir el imaginario mercantil. Escapar al desarrollo, a la
economía y al crecimiento, no implica renunciar a todas las instituciones sociales que la
economía anexó (moneda, mercados, e incluso el régimen salarial), sino “reinsertarlas”
en una lógica diferente.
2) ¿Qué hacer? ¿Reforma o revolución?
Medidas simples, incluso aparentemente anodinas, pueden desatar los círculos virtuosos
del decrecimiento (8). Un programa reformista de transición de varios puntos consistiría
en extraer las conclusiones “de sentido común” del diagnóstico efectuado. Por ejemplo:
a) volver a una impronta ecológica igual o inferior a un planeta, es decir, una
producción material equivalente a la de las décadas de 1960-1970;
b) internalizar los costos de transporte;
c) relocalizar las actividades;

2
d) restaurar la agricultura campesina;
e) estimular la “producción” de bienes relacionales;
f) reducir el derroche energético de un factor 4;
g) penalizar enérgicamente los gastos de publicidad;
h) decretar una moratoria sobre la innovación tecnológica, hacer un balance serio y
reorientar la investigación científica y técnica en función de las nuevas aspiraciones.
El corazón de este programa es la internalización de las “deseconomías externas” (daños
causados por la actividad de un agente que traslada el costo sobre la comunidad), en
principio conforme a la teoría económica ortodoxa, que permitirá a la sociedad alcanzar
niveles cercanos al decrecimiento. Todos los disfuncionamientos ecológicos y sociales
deberán quedar a cargo de las empresas que son responsables. Basta imaginar el
impacto que tendría sobre el funcionamiento de nuestras sociedades la internalización
de los costos del transporte, de la educación, de la seguridad, del desempleo, etc. Esas
medidas “reformistas” –cuyos principios fueron formulados por el economista liberal
Arthur Cecil Pigou a comienzos del siglo XX– provocarían una verdadera revolución.

Pues las empresas que obedezcan a una lógica capitalista se verían ampliamente
desalentadas. Es sabido que ninguna compañía de seguros acepta garantizar los riesgos
nucleares, climáticos o vinculados a los OGM. Es posible imaginar la parálisis que
generaría la obligación de cobertura del riesgo sanitario, del riesgo social (desempleo),
del riesgo estético. En un primer tiempo, dado que muchas actividades ya no serían
“rentables”, el sistema quedaría bloqueado. ¿Pero acaso no es precisamente ésa una
prueba más de la necesidad de salir del mismo, a la vez que una vía de transición
posible hacia una sociedad alternativa?
El programa de una política de decrecimiento es por consiguiente paradójico, dado que
la perspectiva de aplicar propuestas realistas y razonables tiene pocas posibilidades de
ser aceptada, y menos aún de tener éxito sin una total subversión, lo que exige la
realización de una utopía: la construcción de una sociedad alternativa. Esta, a su vez,
implica infinitas medidas de detalle, es decir, precisamente lo que Marx se negaba a
hacer: la “cocina” en los bodegones del porvenir. Tomemos como ejemplo el
desmantelamiento de las sociedades gigantes. Inmediatamente surge una infinidad de
preguntas: ¿hasta qué tamaño?, ¿medidas a partir de su facturación o de la cantidad de
sus empleados?, ¿cómo asumir los macrosistemas técnicos con unidades de pequeñas
dimensiones?, ¿habrá que excluir de entrada ciertos tipos de actividades, ciertas
modalidades? (9).
En todos los casos se plantearían innumerables y delicados problemas de transición. Por
ejemplo, un gigantesco programa de reconversión podría transformar las fábricas de
autos en fábricas de aparatos de cogeneración energética (10). Gracias a ellas muchas
residencias alemanas actualmente ya son productoras netas de electricidad en lugar de
ser consumidoras. En síntesis, lo que falta no son soluciones, sino las condiciones para
adoptarlas.
3) ¿Dictadura global o democracia local?
Las democracias consumistas exigen crecimiento, dado que sin perspectivas de
consumo masivo las desigualdades sociales serían insoportables (ya lo están siendo a
causa de la crisis de la economía de crecimiento). La tendencia a una nivelación de las
condiciones de vida es el fundamento imaginario de las sociedades modernas. Las
desigualdades son aceptadas porque se las considera provisorias: el acceso a los bienes
que ayer poseían únicamente los privilegiados se generaliza hoy, y lo que hoy es un
lujo, mañana estará al alcance de todos.

3
Es por eso que muchos dudan de la capacidad de las sociedades llamadas
“democráticas” para adoptar las medidas que se imponen, y sólo ven como salida una
forma de ecocracia autoritaria: ecofascismo o ecototalitarismo. Algunos pensadores de
las más altas esferas del Imperio alimentan esa idea como un medio de salvar el sistema
(11). Confrontadas a la amenaza de un cuestionamiento de su nivel de vida, las masas
del Norte estarían dispuestas a entregarse a los demagogos que prometan protegerlas, a
cambio de su libertad, aunque sea a precio de mayores injusticias mundiales y –por
supuesto– de la liquidación de una parte importante de la especie (12).
La apuesta del decrecimiento es otra: el atractivo que ejerce la utopía amistosa, sumada
al peso de la necesidad de un cambio, es susceptible de facilitar una “descolonización
del imaginario” y generar suficientes conductas virtuosas en favor de una solución
razonable: la democracia ecológica local.
En efecto, la reactivación del factor local constituye un camino sereno hacia el
decrecimiento, de manera mucho más cierta que una problemática democracia
universal. El sueño de una humanidad unificada como condición previa al
funcionamiento armonioso del mundo, forma parte de la panoplia de falsas ideas
vehiculizadas por el etnocentrismo occidental corriente. La diversidad de culturas es sin
dudas la condición de un comercio social pacífico (13).
Probablemente, la democracia sólo puede funcionar si la polis es de pequeñas
dimensiones y si está profundamente arraigada en sus propios valores (14). La
democracia generalizada –según Takis Fotopoulos– supone una “confederación de
demoi”, es decir, de pequeñas unidades homogéneas de unos 30.000 habitantes (15).
Esa cifra permite, en su opinión, satisfacer de manera local la mayoría de las
necesidades esenciales. “Dado el gigantismo de muchas ciudades modernas,
probablemente sea necesario dividirlas en varios demoi” (16).
Es decir, que a la espera de la reestructuración territorial propuesta por Alberto
Magnaghi, existirán lo que podríamos llamar pequeñas “repúblicas barriales”. Ese autor
supone que existirá “una fase compleja y larga (cincuenta o cien años) de
‘saneamiento’, durante la cual ya no se tratará de crear nuevas zonas cultivables ni de
construir nuevas vías de comunicación sobre terrenos baldíos o anegadizos, sino de
sanear y reconstruir sistemas ambientales y territoriales devastados y contaminados por
la presencia humana, y de esa manera crear una nueva geografía” (17).

Una utopía necesaria

Se dirá que es una utopía, y es cierto. Pero la utopía local posiblemente sea más realista
de lo que parece, pues las expectativas y las posibilidades provienen de las vivencias
concretas de los ciudadanos. “Presentarse a las elecciones locales –afirma Fotopoulos–
brinda la posibilidad de comenzar a cambiar la sociedad desde abajo, lo que constituye
la única estrategia democrática, contrariamente a los métodos estatistas (que se
proponen cambiar la sociedad desde arriba, tomando el poder) y a las aproximaciones
denominadas de la ‘sociedad civil’ (que no apuntan de ninguna manera a cambiar el
sistema)” (18).
En una visión “pluriversalista”, las relaciones entre las diferentes polities en el seno de
la aldea global podrían ser reguladas por una “democracia de las culturas”. Lejos de un
gobierno mundial, se trataría de una instancia de arbitraje mínimo entre polities
soberanas de estatuto muy diverso. Raimon Panikkar señala: “La alternativa (a un
gobierno mundial) que trato de presentar, sería la bioregión, es decir, las regiones
naturales donde los rebaños, las plantas, los animales, las aguas y los hombres
conforman un conjunto único y armonioso. (...) Es necesario llegar a un mito que haga

4
posible la república universal sin que implique gobierno, ni control, ni policía mundial.
Ello requiere otro tipo de relaciones entre las bioregiones” (19).
Sea como fuere, la creación de iniciativas locales “democráticas” es más “realista” que
la idea de una democracia mundial. Es impensable derrotar frontalmente el dominio del
capital y de las potencias económicas, pero queda la posibilidad de entrar en disidencia.
Esa es también la estrategia de los zapatistas y del subcomandante Marcos. La
reconquista o la reinvención de los commons (tierras comunales, bienes comunes,
espacio comunitario) y la autoorganización de la bioregión de Chiapas, son una
ilustración posible, en otro contexto, de la acción localista disidente (20).

1 Designamos así a los miembros de la Red de objetores del crecimiento para el post-
desarrollo (ROCAD: Réseau des objecteurs de croissance pour un après-
développement): www.apres-developpement.org
2 Attac, Le Développement a-t-il un avenir?, Mille et une nuits, París, 2004, pp. 205-
206.
3 La reevaluación es la primera de las ocho "r" (reevaluar, reconceptualizar,
reestructurar, relocalizar, redistribuir, reducir, reutilizar, y reciclar), los objetivos
interdependientes destinados a desatar un círculo virtuoso de decrecimiento sereno,
amistoso y sustentable (Véase Serge Latouche, “Pour une société de décroissance” y “Et
la décroissance sauvera le sud”, en Le Monde diplomatique, París, noviembre de 2003 y
noviembre de 2004 respectivamente).
4 Las medidas de autolimitación preconizadas ya en 1975 por la Fundación Dag
Hammarskjöld (bajo el nombre de “desarrollo endógeno”) son las mismas que las que
proponen los partidarios del decrecimiento: “Limitar el consumo de carne, poner un
techo al consumo de petróleo, utilizar los edificios de manera más económica, producir
bienes de consumo más duraderos, suprimir los automóviles particulares, etc.” (citado
por Camille Madelain, “Brouillons pour l’avenir: contributions au débat sur les
alternatives”, Les nouveaux Cahiers de l’IUED, n° 14, PUF, París-Ginebra 2003. p.
215).
5 Principes d’économie politique, Dalloz, París, 1953, p. 297.
6 Susan Strange, Chi governa l’économia mondiale ? Crisi dello stato e dispersione del
potere, Il Mulino, colección “Incontri”, Bolonia, 1998.
7 Debate que ya tuvo lugar en La Décroissance, Lyon, n° 4, septiembre 2004.
8 Sin prejuicio, por otra parte, de medidas de higiene pública como la tasación de las
transacciones financieras o la imposición de un techo a los ingresos.
9 Illich pensaba que existían herramientas fáciles de compartir y otras que nunca lo
serían. Véase Iván Illich, La Convivialité, Seuil, París, 1973, p. 51.
10 Véase Maurizio Pallante, Un futuro senza luce?, Editori Riuniti, Roma, 2004.
11 Ese tema se discute muy seriamente en el seno de una sociedad semisecreta de la
elite planetaria, la organización Bilderberger.
12 Véase William Stanton, The Rapid Growth of Human Population 1750-2000,
Histories, Consequences, Issues, Nation by Nation, Multi-Science Publishing,
Brentwood, 2003.
13 Ver el último capítulo de Justice sans limites, Fayard, 2003.
14 Takis Fotopoulos, Vers une démocratie générale. Une démocratie directe,
économique, écologique et sociale, Seuil, 2001, p. 115.
15 En la Grecia antigua, el espacio natural de la política era la ciudad, que a su vez
reunía barrios y aldeas.
16 Ibid., p. 215.
17 Alberto Magnaghi, Le projet local, Mardaga, Bruselas, 2003, p. 38.

5
18 Op. cit., p. 241.
19 Raimon Pannikar, Politica e interculturalità, L’Altrapagina, Città di Castello, 1995,
pp. 22-23.
20 En todo caso, es el análisis que hace Gustavo Esteva en Celebration of Zapatismo,
Multiversity and Citizens International, Penang, 2004

El Autor:
Profesor emérito de economía en la Universidad de Orsay, objetor de crecimiento.

Traducción:
Carlos Alberto Zito

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