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Juana de Ibarbourou
Juana de Ibarbourou (8 de marzo de 1892 – 15 de julio de 1979) poetisa, es
considerada una de las mejores poetas de la lírica hispanoamericana de principios del
siglo XX. Nació en Melo, Uruguay. Su nombre de nacimiento es Juana Fernández
Morales. Su padre era un español llamado Vicente Fernández. Mientras que su madre,
Valentina Morales, nació en Uruguay, pero con descendencia española. Su familiar era una
de las más antiguas del Uruguay. Vivió hasta los 18 años en Melo. Luego, se trasladó a la
capital. Fue en ese momento cuando escribió sus tres primeros poemarios: Las lenguas de
diamante, El cántaro fresco y Raíz salvaje. En 1929 fue llamada Juana de América en
el Palacio Legislativo del Uruguay, ceremonia que presidió Juan Zorrilla de San Martín.
También participó el ensayista mexicano Alfonso Reyes.
Se casó con el capitán Lucas Ibarbourou, de quien adoptó el apellido a los veinte años de
edad. Juana de Ibarbourou logró publicar y difundir sus poemas en varios periódicos de su
país, uno de los más comprometidos con la causa fue La Razón. Ella firmó en un principio
como Jeannette d’Ibar. Comenzó su larga travesía lírica con los poemarios mencionados
anteriormente, contenían varias alusiones bíblicas y míticas, también tocaba temas de
carácter romántico, maternal, de la exaltación física y de la naturaleza. Por otra parte,
imprimió un erotismo que constituye una de las innovaciones de su producción, la cual se
vio tempranamente reconocida.
Uno de sus poemas demuestra esa actitud amorosa y dolosa. Representa a la mujer que se
sabe admirada y deseada por el hombre y que lleva dentro de sí toda la fuerza de esa
naturaleza que ama
Juana de Ibarbourou mantuvo una cercanía especial con la chil ena Gabriela Mistral :
ambas poseyeron la misma sensibilidad exquisita y arrebatadora, ambas poseían facilidad y
sencillez en la forma de expresarse. Aunque existe una diferencia: Gabriela Mistral está
poseída de un espiritualismo cristiano; Ibarbourou, al menos en sus primeras obras, muestra
un carácter pagano, desbordando toda ella vitalidad y sensualidad. La temática central de
sus versos es el diálogo con la naturaleza.
Vemos que el poema de Juana de Ibarbourou comienza con dos versos que son una
metáfora sobre una mujer relajada, recostada sobre las piernas de su amado. El cabello era
tan largo y negro que ella lo asemejaba a unas grandes alas negras.
En los siguientes dos versos (Cerrando los ojos su olor aspiraste…), el hombre amado por
la protagonista de Como la primavera percibe un olor particular diferente a lo común y
va a realizar una serie de cuestionamientos.
Juana de Ibarbourou continúa el poema con unos versos cargados de sensualidad, con
abundancia de imágenes sensoriales y cromáticas. En este caso, Como la primavera
describe el perfume y las sensaciones olorosas de una escena encantadora
otamos que el hombre no puede creer que aquella fragancia y presencia le recuerde a la
bella naturaleza impoluta al nombrar todos esos elementos. Por consiguiente, le pregunta
si aquel olor es conseguido de una manera artificial.
Hacia el final del poema, Juana de Ibarbourou nos acerca al desenlace en el que nos trata de
aclarar el enigma de ese perfume que exhala la mujer. La mujer parece ser bastante más
joven que el hombre y se compara con la estación de primavera, aquella donde aflora el
amor y la sobreexcitación de los animales y también de los humanos.
La chica seduce a su pretendiente con su físico, piel juvenil y vuelve a reafirmar que es
más joven que otras, porque su sangre es nueva.
La familia Storni -el padre de Alfonsina y varios hermanos mayores- llegó a la provincia de
San Juan desde Lugano, Suiza, en 1880. Fundaron una pequeña empresa familiar, y años
después, las botellas de cerveza etiquetadas «Cerveza Los Alpes, de Storni y Cía.», circulan
por toda la región. Los padres de Alfonsina viajaron a Suiza en el año 1891, junto con sus
dos pequeños hijos. En 1892, el 29 de mayo, nació en Sala Capriasca Alfonsina, la tercera
hija del matrimonio Storni. Llevó el nombre del padre, de un padre melancólico y raro. Más
tarde le diría a su amigo Fermín Estrella Gutiérrez: me llamaron Alfonsina, que quiere decir
dispuesta a todo
Al terminar el año de 1911, decide trasladarse a Buenos Aires. En su maleta traía pobre y
escasa ropa, unos libros de Darío y sus versos. Así, con nostalgia, evoca su hijo Alejandro
la llegada. Pobre equipaje para enfrentarse con una ciudad que estaba abierta al mundo, con
las expectativas puestas en esa inmigración que traería nuevas manos para producir y
nuevas formas de convivencia. El nacimiento de su hijo Alejandro, el 21 de abril de 1912,
define en su vida una actitud de mujer que se enfrenta sola a sus decisiones. Trabaja como
cajera en la tienda «A la ciudad de México», en Florida y Sarmiento. También en la revista
Caras y Caretas.
Su primer libro, La inquietud del rosal, publicado con grandes dificultades económicas,
apareció en 1916. En un homenaje al novelista Manuel Gálvez, por primera vez en Buenos
Aires, en esta clase de reuniones, aparece Alfonsina recitando con aplomo sus propios
versos. En junio de 1916, aparece en Mundo Argentino un poema titulado «Versos
otoñales». Aunque los versos son apenas aceptables, sorprende su capacidad de mirarse por
dentro, que por entonces no era común en los poetas de su generación.
Gabriela MISTRAL
Gabriela Mistral fue una de las poetas más notables de la literatura chilena e
hispanoamericana. Se le considera una de las principales referentes de la poesía femenina
universal y por su obra obtuvo en 1945 el primer Premio Nobel de Literatura para un autor
latinoamericano.
Nació el 7 de Abril de 1889 en Vicuña, ciudad nortina situada en el cálido Valle del Elqui,
"entre treinta cerros" como ella misma gustaba de recordar. Fue bautizada como Lucila de
María Godoy Alcayaga, según consta en los registros parroquiales de su ciudad natal. Su
familia era de origen modesto. Sus padres fueron un profesor, Juan Jerónimo Godoy
Villanueva, y una modista, Petronila Alcayaga Rojas.
En 1908 sus trabajos fueron objeto de un primer estudio por parte de Luis Carlos Soto
Ayala, quien recopiló en el volumen Literatura Coquimbana prosas como "Ensoñaciones",
"Junto al Mar" y "Carta íntima". Durante su residencia en Coquimbito, Los Andes,
compuso los famosos "Sonetos de la Muerte", obra por la que obtuvo en septiembre de
1914 la más alta distinción en los Juegos Florales de ese año. Las lecturas que en ese
entonces fascinaban a la autora incluían a Montaigne, Amado Nervo, Lugones, Tagore,
Tolstoi, Máximo Gorki, Dostoievski, Rubén Darío y Jose María Vargas Vila.
En el ámbito de su vida íntima, la poetisa vivió trágicos episodios. En 1942, mientras vivía
en la ciudad de Petrópolis, Brasil, fue impactada por el suicidio de dos de sus amigos,
Stefan Zweig y su esposa, ambos judíos que habían huido de la persecución nazi. Un año
más tarde, en 1943, recibió un golpe aún más doloroso, cuando su sobrino Juan Miguel, a
quien apodaba con cariño maternal "Yin Yin", también decidió quitarse la vida. Convertida
en una figura pública, sus relaciones personales despertaron una curiosidad que aún no se
extingue, particularmente en lo que concierne al vínculo con sus asistentes Laura Rodig y
Doris Dana.
En 1945 la Academia Sueca galardonó finalmente a Gabriela Mistral con el Premio Nobel
de Literatura, premio que recibió el 10 de diciembre de aquel año. Años después de este
reconocimiento de carácter universal en Chile se le otorgó el Premio Nacional de Literatura
en 1951. Galardón que viene coronado a nivel nacional en 1954 con Lagar, que
corresponde al primer libro de toda su producción publicado en Chile antes que en el
extranjero
La obra literaria de Mistral se caracterizó en un principio por estar enmarcada dentro del
movimiento modernista, pasando luego a ser más íntima y emotiva. La escritora usó un lenguaje
sencillo, expresivo y muchas veces coloquial. En sus textos fueron notorios el ritmo, la sonoridad,
el simbolismo y el empleo de imágenes metafóricas.
Amo amor de Gabriela Mistral
Anda libre en el surco, bate el ala en el viento, late vivo en el sol y se prende al pinar. No te
vale olvidarlo como al mal pensamiento: ¡le tendrás que escuchar!
Habla lengua de bronce y habla lengua de ave, ruegos tímidos, imperativos de mar. No te
vale ponerle gesto audaz, ceño grave: ¡lo tendrás que hospedar!
Gasta trazas de dueño; no le ablandan excusas. Rasga vasos de flor, hiende el hondo
glaciar. No te vale decirle que albergarlo rehúsas: ¡lo tendrás que hospedar!
Tiene argucias sutiles en la réplica fina, argumentos de sabio, pero en voz de mujer. Ciencia
humana te salva, menos ciencia divina: ¡le tendrás que creer!
Te echa venda de lino; tú la venda toleras. Te ofrece el brazo cálido, no le sabes huir. Echa
a andar, tú le sigues hechizada aunque vieras ¡que eso para en morir!