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LA JUSTIFICACIÓN DE LA DESOBEDIENCIA CIVIL 159

observarlas (cuando existen); y en segundo lugar, suponiendo que a sabiendas


hemos aceptado los beneficios de esas instituciones y nos proponemos seguir
haciéndolo, y que hemos animado a otros y esperado de ellos que hagan la parte
que les corresponde, también tenemos nosotros que hacer la nuestra cuando, tal
como el arreglo exige, nos llega el turno. Así pues, a menudo tenemos tanto un
deber natural como una obligación de apoyar instituciones justas y eficientes;
esa obligación surge de nuestros actos voluntarios mientras que el deber no.
Todo esto tal vez sea suficientemente obvio, pero no nos lleva muy lejos.
Cualquier conclusión más concreta depende de la concepción de la justicia que
se encuentre en la base de una teoría de la obligación política. Creo que la con-
cepción apropiada, al menos para dar cuenta de la obligación política en una
democracia constitucional, es la de la teoría del contrato social, de la que tanto
de nuestro pensamiento político deriva. Si tenemos el cuidado de interpretarla
de un modo adecuadamente general, creo que esa doctrina proporciona una base
satisfactoria para la teoría política, a decir verdad incluso para la misma teoría
ética, pero esto está más allá de lo que en este momento nos interesa". La inter-
pretación que sugiero es la siguiente: que los principios a los que tienen que ajus-
tarse los arreglos sociales, y en particular los principios de la justicia, son aqué-
llos que acordarían hombres racionales y libres en una posición original de igual
libertad; y asimismo los principios que gobiernan las relaciones de los hombres
con las instituciones y definen sus deberes naturales y sus obligaciones son aqué-
llos a los que ellos prestarían su consentimiento si se encontraran en aquella situa-
ción. Hay que señalar inmediatamente que en esta interpretación de la teoría
contractualista los principios de la justicia se entienden como resultado de un
acuerdo hipotético. Son principios que serían acordados si se produjera la situa-
ción de la posición original. No se hace referencia alguna a un acuerdo efecti-
vo, ni hay necesidad alguna de que semejante acuerdo se haya llevado a cabo
alguna vez. Los arreglos sociales son justos o injustos según que estén o no de
acuerdo con los principios elegidos en la posición original para asignar y ase-
gurar derechos y libertades fundamentales. Esta posición es, efectivamente, el
análogo analítico de la noción tradicional de estado de naturaleza, pero no hay
que confundirla con un acontecimiento histórico. Más bien es una situación hipo-
tética que incorpora las ideas básicas de la doctrina contractualista; la descrip-
ción de esa situación nos permite determinar qué principios serían adoptados.
Tengo ahora que decir algo sobre estas materias.
La doctrina contractualista siempre ha supuesto que en la posición original
las personas tienen iguales poderes y derechos, es decir, que están situadas simé-

' Cuando hablo de la teoría del contrato social, pienso en la doctrina que se encuentra en LOCKE,
ROUSSEAU y KANT. He intentado ofrecer una interpretación de esa concepción en los siguientes artícu-
los: «Justice as Fairness» en Philosophical Review (1958) [incluido en este mismo volumen, 2],
«Justice and Constitutional Liberty», en Nomos VI (1963), «The Sense of Justice», en Philoso-
phical Review (1963) [incluido en este mismo volumen, 3]. [Nota del editor americano: Vid. tam-
bién «Distributive Justice» en PETER LASLETT y W. G. RUNCIMAN, eds., Philosophy, Politics and
Society (1967).]

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